Eran las seis de la mañana en Madrid cuando siete furgonetas como siete tanques aparcaron frente a la vivienda del matrimonio de la fotografía (Millás comenta esa foto que se puede ver en El País). Descendieron de los vehículos blindados unos cincuenta agentes dotados de chalecos antibalas, cascos protectores, porras, pistolas, guantes, rodilleras, botas de campaña, y actitud claramente desahuciadora. Su misión: desalojar al matrimonio formado por Wilson y Cecilia y sus tres hijos, entre los que se encontraba el bebé de mes y medio al que su madre levanta de la cuna mientras el padre se dispone a envolverlo en una manta. Hacía un frío que pelaba y el sol, acojonado por el despliegue policial, se resistía a aparecer.
Pero el fondo buitre, de nombre Blackstone (piedra negra), al que Ana Botella había entregado a lo tonto el domicilio de Wilson y Cecilia, no se dejó conmover. Que envíen al ejército, dijo. Y el ejército, disciplinado, acudió para entregar la carne del pequeño, tierna como la de un corderillo, a las aves carroñeras amigas de la alcaldesa. Cosas de la plusvalía, dirán algunos, vale, aunque conviene recordar que los centenares o miles de viviendas que Botella malvendió a estos especuladores sin alma eran de protección oficial. Significa que se habían construido con la aportación de todos para proporcionar un techo a las familias necesitadas. Como cabía esperar, los nuevos dueños triplicaron el alquiler al poco de llegar y la protección oficial se convirtió en desamparo privado. El día del crimen, Botella difundió un vídeo inmundo, de autopromoción, sufragado también con nuestros impuestos.
Fuente: Juan José Millás García. http://elpais.com/elpais/2015/02/13/eps/1423829427_796286.html
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