Este experimento, realizado a través del montaje, se basó en la yuxtaposición de un mismo primer plano del actor Iván Mozzhujin con planos de un plato de sopa, una niña en un ataúd y una mujer en un diván.
Y además, al no dominar los códigos de ese lenguaje, tenemos dificultades para discernir si los mensajes que nos presentan tienen calidad o son pura basura.
Recuerdo de aquellos cursos la explicación en las clases de montaje, del llamado efecto Kuleshov. Lev Vladimirovivh Kuleshov fue uno de los pioneros del cine soviético. Nació en 1889 y falleció en 1970. Creó la primera Escuela de Cine del mundo de la que luego fue destacado profesor. Como cineasta y teórico, se hizo famoso por su experimentos en torno al montaje. Es de todos conocido el llamado efecto Kuleshov. En él se reconoció, una vez más, la enorme importancia del montaje y se demostró la tendencia a leer textos yuxtapuestos como uno solo, construyendo una historia.
Este experimento, realizado a través del montaje, se basó en la yuxtaposición de un mismo primer plano del actor Iván Mozzhujin con planos de un plato de sopa, una niña en un ataúd y una mujer en un diván. Las tres breves secuencias hacían al espectador reconocer en la impasible cara del actor las sensaciones de hambre (primer montaje), dolor (segundo montaje) y lujuria (tercer montaje).
La expresión del rostro era idéntica en los tres casos pero, al estar vinculada en el primero a un plato de sopa, el espectador veía en el rostro del actor la sensación de hambre, al vincularse al cadáver de la niña en el ataúd la sensación atribuida por el espectador fue de dolor y al contemplar el rostro asociado a la mujer recostada en un diván, se despertaba la actitud de deseo.
El espectador proyecta sus sensaciones y las sitúa en la expresión del actor, tiñéndolas de un sentimiento u otro, según lo que él ha percibido. Está mas que claro en este caso que el espectador ve las cosas no como son (el actor está impasible en las tres secuencias) sino como él las quiere ver.
Esta diferencia de percepción ante el mismo rostro tiene que ver con lo denotativo y lo connotativo. La denotación es el significado objetivo que nos trasmiten una palabra, una imagen o un hecho. Lo connotativo es su dimensión subjetiva, lo que nosotros les hacemos decir a las palabras, a las imágenes o a los hechos.
Y así sucede, en general, con la forma de ver las cosas y de ver el mundo. Si no nos andamos con cuidado, si no analizamos con rigor, tenderemos a ver la realidad con el color del cristal que las miramos. “No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos”, dice Anais Nin.
El espectador es, de alguna manera, “engañado” por el montaje. No es cierto que el actor del experimento esté viviendo esos sentimientos que el espectador percibe. Es el montaje el que le induce a interpretarlo así. Se me viene a la mente la expresión española “menudo montaje” para explicar que alguien está dando una explicación o actuando de una manera que pretende conseguir un efecto determinado en el destinatario. En efecto, una acepción de la palabra montaje es “situación preparada para hacer verdadero lo que es falso”. Y así se dice, por ejemplo, que el asesino intentó demostrar que todas las pruebas eran un montaje de la policía. Manejan la percepción
Y hay gente que se dedica a hacer montajes para que los demás pensemos y reaccionemos de una determinada manera. Con la intención de conseguir un fin concreto: que el receptor acabe pensando algo o que acabe haciendo algo. Sucede con la publicidad. Nos presentan montajes destinados a la compra. Así sucede con la política en tiempos electorales: nos ofrecen montajes tendentes a captar el voto. Así sucede con los proselitistas: elaboran montajes para captar seguidores. Así sucede con las relaciones. Nos hacemos montajes para conseguir determinadas reacciones de los otros.
Baste ver las portadas de los periódicos de un día cualquiera o los telediarios que ofrecen una visión de la actualidad. La realidad que pretenden contar ha sido la misma para todos. Pero cada periódico o cadena ofrece en portada un titular que contiene un sesgo subjetivo, a veces, descarado. Nos ofrecen a los lectores y espectadores una realidad pasada por el filtro de su connotación, de su ideología o de su interés. Nos hacen un montaje que es al que nosotros accedemos para ver y juzgar la realidad.
Hay otro nivel de manipulación previo, que es la selección de los contenidos. ¿Por qué estos y no otros? De modo que la manipulación puede venir por el modo en que se cuenta la realidad y también, por la selección de aquello que se decide contar.
Lo que pretendo decir con estas líneas es que no hay que dejarse engañar. Es preciso saber discernir, sabe analizar con rigor. Hay que ser capaces de descubrir las trampas. Tenemos que estar muy despiertos. A veces nos engañamos solos, consciente o inconscientemente, ya lo sé. Muchas veces somos engañados por quienes manejan la información. Una de las causas es la ingenuidad, la credulidad. Otra es la falta de formación, la falta de herramientas elaboradas para hacer el análisis.
El espíritu crítico nos debe acompañar siempre. Hemos de tener ojo avizor. En realidad, en eso consiste la educación, en ayudarnos a pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica, como decía Paulo Freire. Educar es ayudar a que la mosca pueda escapar del cazamoscas. La realidad es una pero la forma de verla tiene muchas perspectivas. Estamos en plena campaña electoral. Los partidos políticos ofrecen visiones de los mismos hechos, de los mismos datos, de las mismas realidades. Parecería que están describiendo y analizando hechos diferentes. Cada partido tiene una perspectiva peculiar.
Esta peliaguda cuestión de la comunicación tiene, como es lógico, una doble cara. La del emisor que pretende engañar al receptor mediante diversos tipos de montajes y la del receptor que se deja engañar por el emisor cuando los recibe de forma ingenua, acrítica y estúpida. Una comunicación sincera evita los engaños intencionados. Una comunicación inteligente, descubre las trampas de la comunicación. Ambas formas de proceder se adquieren y afianzan a través de la educación. Porque la educación, como atinadamente apunta Philippe Perrenoud, ayuda a construir las herramientas necesarias para hacer el mundo inteligible y a comprender las causas y las consecuencias de la acción.
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