lunes, 8 de agosto de 2016

Leonard Cohen: LA MÁGICA VEJEZ DE UNA ESTRELLA. Hasta siempre, Marianne. La mujer noruega que inspiró la famosa canción de Leonard Cohen evoca los años con el músico.

“Conocerás a un hombre que habla con lengua de oro”, le vaticinó su abuela a Marianne Ihlen, la joven y atractiva noruega que Leonard Cohen inmortalizó, hace ya casi cinco décadas, en la célebre canción que lleva su nombre: So Long Marianne. A punto de cumplir los 80, el 21 de septiembre, es probable que el artista no haya conseguido resolver sus dudas sobre el amor, el deseo, la fe y la existencia, pero su voz, cada vez más grave y desvencijada, volverá a susurrarnos su poesía a partir del día 23 en Popular Problems, su nuevo disco. Al mismo tiempo, sus días griegos y su musa vuelven a la actualidad debido la reciente publicación de la versión inglesa del libro So Long Marianne: A Love Story, escrito en noruego por Kari Hesthamar en 2008.

“Todo esto ocurrió hace muchas vidas. A mis años yo ya no contaría la historia como lo hace la joven Marianne, protagonista del libro”, dice Marianne Ihlen, al otro lado del teléfono, quejosa, en cierto modo, de las contradicciones que le provoca tener una parte importante de su vida unida a una personalidad tan pronunciada como la de Cohen. Aun así dice sentirse muy agradecida al hombre que supo ver lo que ella desconocía de sí misma. “Es muy honesto, uno de los hombres más honestos que he conocido, eso es lo que le hace ser tan buen poeta”, añade.

La historia comenzó cuando, el por entonces desconocido poeta canadiense, llegó a la isla griega de Hydra, llevando consigo su guitarra, su famosa gabardina azul y su Olivetti verde: la misma en la que se ve escribiendo a Marianne en la contraportada de su disco, Songs from a room. Hambriento de experiencias, veía la vida como un bufet con distintos sabores a probar, sin ataduras.

Transcurría 1960. La pequeña comunidad de artistas expatriados, residentes en la isla, representaba una continuidad del movimiento contracultural iniciado por los beatniks. Cohen, un rebelde con aspecto convencional, no tardó en integrarse. Inmerso en la simplicidad de la vida, en la “salvaje y desnuda perfección” de la isla, que describe Henry Miller, en El coloso de Marusi, sintió que había llegado a casa. “Vivíamos bajo el sol, descalzos. Éramos muy pobres, pero muy felices. No había agua corriente, ni coches, solo burros y tardamos en tener electricidad”, recuerda hoy con nostalgia Marianne, desde su casa en Larkollen, un pueblecito cercano a Oslo donde vive con su actual marido, dedicada a pintar.

Fue en la terraza de la tienda de comestibles del muelle, dónde el poeta invitó a Marianne por primera vez a compartir su mesa. “Es perfecta”, escribiría de ella. Hacía tres años que la joven había llegado a Hydra, en compañía de Axel Jensen, una de las voces emergentes dentro de la literatura noruega, con quien se casó y tuvo un hijo, Axel. Pero su relación era turbulenta; él se fugó con otra mujer y Cohen aprovechó la oportunidad: su relación duró siete años de forma intermitente, interrumpida por la necesidad del artista de salir en busca de sus “afiliaciones neuróticas”. “Creo que le di coraje para escribir y no tirar la toalla”, dice Marianne de forma enérgica. “Estando conmigo publicó tres libros de poemas y dos novelas. Era extremadamente creativo”.

Instalado en su casa con Marianne y Axel, consiguió una paz hasta entonces desconocida para él. Con la primera luz de la mañana y con música de Ray Charles de fondo, el poeta judío se sentaba a escribir en la terraza, en la misma en la que consultaba el I Ching y fumaba en compañía de su musa. El orden, la frugalidad y la rutina adquirían un aire monástico que solo se rompía cuando bajaban las empinadas calles, en busca de la diversión del puerto —el amor libre de los hippies había llegado a Hydra antes de lo esperado— o con celebración del Sàbat. “Los dos éramos anticuados, en cuanto a que teníamos un sentido muy asceta y ordenado de la vida”. “Él solía decir que era eso lo que más le gustaba de mí”, comenta Marianne riéndose. “Me hubiese gustado tener un hijo suyo, pero él no quería. Nunca me lo dijo, pero yo lo intuí: yo no era judía”.

Marianne vivió la transición del artista hacía la música. La poesía no pagaba las facturas y además había cedido paso a la música como transmisor de la contracultura, así decidieron marcharse a Nueva York. “En el Chelsea Hotel la gente hacía siempre aquello que no estaba permitido. Sus huéspedes eran igual de locos y libres que nuestro grupo de Hydra, pero rodeados de tráfico”, comenta. “Yo entonces estaba abierta a cualquier tipo experiencia, aceptaba la escena tal y como era, sin miedo”.

¿Y qué puede decir sobre la canción? Ella responde sin dudar: “Lleva mi nombre, pero no es con la que más me identifico. Me siento más cercana a Bird on a wire. Recuerdo aquella mañana cuando al abrir la ventana nos encontramos que habían puesto el cableado del teléfono. Para Leonard, So Long Marianne siempre ha tenido mucho significado, supongo que por varios motivos; en su letra aparece un parque de lilas, que podría ser el mismo que aparece en un poema dedicado a Anne Sherman. Creo que ella fue el gran amor de su vida”.

Come on Marianne era el nombre original. Cuando Cohen comenzó a escribirla, la relación ya estaba muy resquebrajada, Marianne la interpretó como un “¡venga! intentémoslo de nuevo”. Pero un año más tarde, en el estudio de grabación, el músico dudaba sobre las dos palabras que variaban el significado de la canción-—optó por so long, hasta pronto, en inglés—. “Yo no pensaba que estuviera diciendo adiós, contaría el músico a su biógrafa Sylvie Simmons, pero supongo que era así”. “Usted sabe que yo soy más bien un escritor de elegías”.

“Nuestra historia estuvo rodeada de mucha desdicha, pero me hizo despertar”. Marianne da por finalizada la conversación tomando prestado un estribillo de su antiguo amante: “Todo tiene una grieta y así es como entra la luz”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/17/actualidad/1410970447_555183.html

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