A Carlo Frabetti (Bolonia, 1945) a menudo se lo presenta como un escritor italiano que escribe en castellano, aunque desde los ocho años vive en España. Él no parece estar en desacuerdo con esta descripción; apunta que, según los psicólogos, todo se resuelve en los primeros siete u ocho años de vida y, además, no tiene pasaporte español. Con un centenar de libros publicados, este matemático de formación ha sabido reconciliar ciencia y humanidades, literatura para adultos y libro juvenil, marxismo y cristianismo, entre otras dicotomías aparentes, en sus libros y columnas para la prensa. Su carrera abarca un recorrido de difícil catalogación durante el que ha alcanzado la cima varias veces: en los ochenta fue con La bola de cristal, en los noventa con la literatura; ha llegado a ser el autor más leído en Cuba, después de Fidel Castro.
En la terraza de su casa en La Bisbal del Penedés, bajo la sutil y constante luz característica de una tarde de primavera, el ruido es inexistente. Es el lugar perfecto para más de tres horas de conversación tranquila que dan para profundizar en su trayectoria y reflexionar sobre ciencia, literatura, filosofía, política, religión, actualidad. Gestiona sus respuestas con la calma del que parece capaz de mantener su presión arterial baja, con una actitud en apariencia neutral y distante, pero con opiniones no exentas de indignación por las injusticias; sabe que el sistema está roto, pero no transmite ninguna urgencia en particular.
Te dedicas a muchas actividades que no parecen relacionadas: divulgación científica, activismo político, literatura infantil y juvenil… ¿Cómo se relaciona todo esto?
Cuando te interesa y te preocupa el mundo en el que vives, el viaje viene a ser siempre el mismo: un viaje hacia el conocimiento. Puedes cambiar de vehículo, hay gente que se siente muy cómoda con un vehículo concreto y hace el viaje siempre o casi siempre en ese vehículo, pero hay otros que por razones a veces circunstanciales vamos cambiando.
Hay una serie de cosas que me han gustado a lo largo de la vida y he tenido la suerte de poder dedicarme a varias de ellas, ganando el mínimo de dinero que me ha permitido emplear un tiempo considerable en esas actividades. Todos hacemos muchas cosas, pero no siempre nos pagan por ellas. Si me pagaran por pasear, sería paseante profesional. Sin embargo, por escribir, por hacer divulgación científica o dar clases, que son cosas que siempre me han gustado, he conseguido que me pagaran lo suficiente para vivir.
El activismo político, por el contrario, no solo no te lo pagan, sino que te lo hacen pagar caro. Cuando vives en un mundo tan injusto como este e intentas comprenderlo, llega un momento en el que no te conformas con comprender y piensas que, si puedes hacer algo, por modesto que sea, para modificarlo, tienes que hacerlo. Es lo que decía Marx: «Hasta ahora los filósofos se han preocupado por interpretar el mundo y lo que hay que hacer es cambiarlo». Esa frase me influyó mucho. Yo era un ratón de biblioteca, estaba obsesionado con conocer, y me di cuenta de que no bastaba, que había que utilizar ese conocimiento para hacer algo.
Naciste en 1945 y llegas a España ocho años después, ¿a qué se debió esta decisión familiar?
Algo muy italiano, mi padre montó en Valencia una fábrica de máquinas para hacer helados. Al principio vino él solo a España y durante un tiempo mi madre y yo íbamos y veníamos. A partir del 53, a mis ocho años, tuvimos casa propia en Valencia, nos instalamos, mi hermana nació en Valencia. Y la causa fue esa. En Valencia había una gran afición a los helados, y cuando nosotros llegamos se hacían a mano. Había unos tambores de corcho llenos de hielo con sal y un cilindro de metal con la crema dentro que había que mover a mano hasta que se congelaba, mi padre a eso le puso un motorcito y, en vez de corcho, una estructura refrigerante, y así empezó a fabricar máquinas de hacer helado aptas para instalarse en cafeterías. Llenó España. Primero Valencia y luego todo el país.
¿Cuándo publicaste tu primer libro y cuántos has publicado?
He publicado un centenar, en números redondos. Pero mi primera novela, posterior a los libros de cocina vegetariana, yoga, juegos y pasatiempos matemáticos, la publiqué en el 94. Fue una novela infantil que, para mi sorpresa, tuvo mucho éxito. Nunca me había planteado ser narrador, que es algo mucho más concreto que ser escritor. Me paso el día escribiendo desde hace muchos años. Había hecho guiones de televisión, teatro, poesía, pero narrativa… cuentos sí, pero novela no. Alfaguara, a raíz del éxito de La bola de cristal, me pidió algo…
Esto fue en el 94 y La bola de cristal acabó en el 88.
Sí, digo a raíz, pero no inmediatamente. Se pusieron en contacto conmigo, pero la primera novela no salió hasta el 94. Fue La magia más poderosa. Tuvo mucho éxito… Yo entonces no tenía ni idea de cómo funcionaba el mercado de la literatura infantil, pero resulta que el 90% de las ventas ocurre en los colegios. Lo que se llama venta por prescripción. La venta por impulso, es decir, que entre un niño o su padre en una librería y compre un libro, solo supone el 10%.
En algún colegio deciden que un libro está bien y compran cincuenta o cien de golpe. La magia más poderosa tuvo éxito porque gustaba a la vez a niños y profesores. Muchas veces lo que les gusta a los niños a los profesores no les parece lo suficientemente instructivo o didáctico y viceversa, lo que les gusta a los profesores a los niños les parece aburrido. Este libro se convirtió en un best seller infantil y, a raíz de eso, empezaron a pedir más y más.
Teniendo en cuenta que eres matemático y escritor, ¿cómo ves la relación actual entre ciencia y letras?
Pobre. Muy pobre. Cuando yo era joven la dicotomía era brutal. Casi se podía hablar de enemistad. De hecho, había un pique entre la gente de letras y la de ciencias. Los de ciencias decíamos que los de letras utilizaban la memoria porque carecían de inteligencia y los de letras que los de ciencias estábamos deshumanizados. Ahora por suerte la situación ha cambiado, pero sigue habiendo una separación demasiado estricta a mi modo de ver. Mi objetivo con los libros de divulgación que hago para Alianza y con los libros infantiles, donde siempre hablo de ciencia de alguna manera, es acercar estos dos campos. Porque este divorcio hace mucho daño a las dos partes.
En tu primer artículo en El País, en el año 96, hablas precisamente de eso, ¿seguimos un paradigma de cultura oficial basada exclusivamente en lo literario y artístico?
El cambio más significativo empieza a notarse en este siglo; si contemplamos un intervalo de sesenta años sí que hay un cambio considerable, científicos que se interesan por las humanidades y humanistas que se interesan por la ciencia.
¿Los hay?
Claro. Los filósofos se interesan por ejemplo con la irrupción de la mecánica cuántica, que es de principios del siglo XX, igual que la relatividad. Ya la relatividad influyó en movimientos artísticos y literarios como el surrealismo y el cubismo. Poco a poco la ciencia se ha ido infiltrando en el discurso literario y artístico.
¿Crees que los filósofos comprenden la mecánica cuántica?
Al menos lo intentan, que ya es algo. Aunque algunos lo único que hacen es apropiarse de la terminología de manera puramente efectista, como han señalado críticos como Sokal.
Cuando entrevistamos a Jesús Mosterín también los puso a parir a todos, a Derrida… no dejó títere con cabeza.
Yo también los he puesto bastante a parir. Lo que pasa es que valoro el intento. Que hablen, aunque sea mal, ya es algo. Recuerdo haberle enseñado a un conocido escritor un libro en el que había fórmulas y que dijera: «Quita, quita, eso es pornografía». Esta mentalidad sigue muy presente. Pero al menos se dan cuenta de que hay conceptos nuevos… Porque la física de Galileo y Newton no es nada contraintuitiva y no interfiere con la visión del mundo que viene de los griegos. Sin embargo, la mecánica cuántica y la relatividad son totalmente contraintuitivas, te obligan a modificar tus ideas. Y los filósofos, algunos, sí se han dado cuenta de esto e intentan no perder ese tren. A veces lo hacen de una forma lamentable, como cuando Lacan te dice que el falo es la raíz cuadrada de menos uno, que es… bueno, señor, córtese un poquito.
Te consideras discípulo de Martin Gardner, ¿qué aportó este matemático y divulgador a la sociedad?
Sí, me considero discípulo suyo porque empecé a leer sus artículos en Scientific American cuando todavía no se publicaban en España. Tenía diez u once años y se convirtió automáticamente en mi ídolo; si echas una ojeada a mi biblioteca tengo un estante lleno con toda su obra. No solo es un divulgador matemático excelente, sino que tiene libros filosóficos, ensayos contra el irracionalismo y contra las pseudociencias, es un escritor sumamente interesante en muchos aspectos y, sí, lo considero un maestro. A él y a Raymond Smullyan, de hecho, eran amigos, los dos han muerto recientemente. No llegué a conocerlos, pero sí me escribí con ellos. Tengo una novelita que no está publicada en España, solo en Cuba, que está dedicada a ellos dos y aparecen como personajes. Se titula las Las islas desventuradas y no me la quisieron publicar en España.
Todas las editoriales de libros infantiles, sean religiosas o no, tienen en cuenta que tienen que vender en los colegios religiosos. En el libro Las islas desventuradas los buenos son los herejes y los malos son los católicos ortodoxos, y esto no les pareció bien. Pero en Cuba tuvo muchísimo éxito.
Has dedicado mucho trabajo a los pasatiempos matemáticos. El primer desafío lógico que planteaste en la revista Algo fue el de los nueve puntos, ¿por qué es tan importante este problema?
Lo encuentro muy interesante porque es un claro ejemplo de que muchas veces, al intentar resolver un problema, no solo de matemáticas sino en cualquier área, nos imponemos más condiciones de las que en realidad nos piden. ¿Cuál es la condición no pedida que casi todo el mundo se impone sin darse cuenta? Que todos los vértices de la línea quebrada coincidan con alguno de los nueve puntos, pero eso no te lo piden… solo te dicen que tiene que ser un trazo continuo y de segmentos rectilíneos. Me parece un acertijo precioso. Ahora mucha gente lo conoce, se hizo famoso. ¿De cuándo es esta revista? [Señala un ejemplar de la revista que hemos llevado].
Del 84.
Me da vértigo. En su día muy poca gente resolvía ese problema. Todo el mundo llegaba a la conclusión de que tenían que ser cinco líneas, no que con cuatro bastaba.
¿Qué recuerdas de esta revista de divulgación?
La recuerdo con mucho cariño porque, por desgracia, las revistas de divulgación científica o son poco accesibles o son poco serias. Pasamos de Investigación y Ciencia a Muy Interesante. Es tremendo. La revista Algo, por el contrario, era bastante seria y muy accesible.
En tu último libro, Detective íntimo, dices que la clave del pensamiento lateral es la atención flotante. Cuéntanos más.
Creo que en el propio libro lo explica el detective. No es una idea mía, cuando nos concentramos de una manera un poco obsesiva en una idea perdemos de vista el contexto. Esto lo saben todos los escritores. Lewis Carroll inventó un aparatito, que llamaba nictógrafo, para anotar ideas durante la noche. Entonces no era fácil tener una lamparita en la mesilla de noche, así que inventó ese artilugio porque de repente se despertaba con una idea genial y, si no la escribía, al día siguiente se le había olvidado. En estados como el duermevela o cuando uno está a punto de despertarse, la mente no ha puesto en marcha todas sus rutinas de control. Hay una serie de mecanismos mentales que son muy útiles, aunque a veces nos atenazan un poco. La atención flotante es un concepto que usan mucho los psicoanalistas, consiste en escuchar lo que te dicen, pero sin estar excesivamente concentrado. Dejar que la mente vague un poco a su antojo para no perder de vista cosas que pueden parecer accesorias pero que son información relevante.
Contabas en una conferencia que Malditas matemáticas lo escribiste a partir de los recortes de un libro de texto que los responsables de la editorial rechazaron por ser demasiado divertido.
Sí, Alfaguara y Santillana son de la misma empresa, Prisa. Están en plantas sucesivas de un mismo edificio. Hubo una época en que casi todos mis libros infantiles los publicaba en Alfaguara. Un día me llamaron del piso de arriba, de Santillana, donde siguen haciendo libros de texto, y me dijeron que, como yo era matemático, que por qué no les hacía un libro para segundo de la ESO.
¿El libro entero?
Sí. Me pasaron el programa y lo desarrollé. Meticulosamente. Intentando poner ejemplos divertidos, creando situaciones que ilustraran el concepto en vez de soltarlo sin más, seco y árido. Y me quedé muy contento. Lo llevé y me dijeron que no podía ser, que era demasiado divertido. Estaban ahí todos los conceptos, pero me dijeron: «No, no, no, tienes que podarlo», por así decirlo, y hacerlo más ceñido a lo que la gente espera de un libro de texto.
Pero claro, me dieron mucha pena aquellos descartes y decidí hacer una novelita. Y la llevé al piso de abajo. Al principio la rechazaron también, esto era a finales de los noventa, y me dijeron lo contrario que me habían dicho en el piso de arriba, que los niños detestan las matemáticas y lo que quieren es divertirse, que las matemáticas fuera. Y me fui muy triste a mi casa. Pero tuve la suerte de que el año 2000 fue el año mundial de las matemáticas y me llamaron de Alfaguara: «Oye, queremos publicar algo, y no importa que no se venda mucho, para poder decir que hemos publicado algo conmemorativo»...
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Fuente:
https://www.jotdown.es/2018/07/carlo-frabetti-he-vendido-mas-ejemplares-de-malditas-matematicas-que-de-los-otros-cien-libros-juntos-vivo-de-ese-libro/
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