_- Yasha Levine
The Exiled
Traducido por Eva Calleja
“…cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres, o nunca serán industriosas"
Arthur Young, 1771
Nuestra sabiduría económica popular dice que capitalismo equivale a libertad y sociedades libres, ¿verdad? Bueno, si alguna vez sospechaste que esa lógica es un engaño, te recomiendo que leas un libro llamado La Invención del Capitalismo (The Invention of Capitalism), escrito por el historiador económico Michael Perelmen, exilado en Chico State, un instituto rural en California, por su falta de cordialidad con el mercado libre. Y Perelham ha aprovechado muy bien su exilio, se ha sumergido en el trabajo y correspondencia de Adam Smith y sus contemporáneos para escribir una historia sobre la creación del capitalismo que va más allá del superficial cuento de hadas: La Riqueza de las Naciones (The Wealth of Nations) y que va directo a las fuentes, permitiéndote leer las propias palabras de los primeros capitalistas, economistas, filósofos, clérigos y hombres de Estado. Y no es nada bonito.
Una cuestión que los registros históricos dejan superclara es que Adam Smith y sus colegas del liberalismo económico eran un grupo de estadistas reprimidos, que necesitaban políticas estatales brutales para forzar a los campesinos ingleses a convertirse en mano de obra del capitalismo dispuesta a aceptar sueldos míseros.
Frances Hutcheson, de quien Adam Smith aprendió todo lo relacionado con las virtudes de la libertad natural, escribió: “El gran designio de las leyes civiles es fortalecer mediante sanciones políticas las diversas leyes de la naturaleza … el pueblo necesita aprender e involucrarse mediante leyes en los mejores métodos para gestionar sus propios asuntos y ejercitar el arte mecánico”.
Sí, a pesar de lo que hayas podido aprender, la transición hacía una sociedad capitalista no sucedió natural ni tranquilamente. Verás, los campesinos ingleses no querían dejar su modo de vida rural comunal ni dejar sus tierras para ir a trabajar por salarios con los que no podían subsistir en las apestosas y peligrosas fábricas que estabn montando una nueva clase rica de capitalistas terratenientes. Y no les faltaba razón. Usando las propias estimaciones de Adam Smith sobre los sueldos que se estaban pagando entonces en Escocia, un campesino-obrero tendría que trabajar duramente durante más de tres días para poder comprar un par de zapatos producidos comercialmente. O ellos podrían hacerse sus propios zapatos usando su propio cuero en unas horas y pasar el resto del día emborrachándose con cerveza. No hay mucho donde elegir, ¿no?
Pero para que el capitalismo pudiese funcionar, los capitalistas necesitaban una reserva de mano de obra extra y barata. Así que, ¿qué hicieron? ¡Llamar a la Guardia Nacional!
Enfrentados a un campesinado al que no le apetecía desempeñar el papel de esclavo, filósofos, economistas, políticos, moralistas y principales figuras empresariales comenzaron a abogar por la implicación estatal. Con el paso del tiempo promulgaron una serie de leyes y medidas diseñadas para empujar a los campesinos a dejar las viejas formas y entrar en las nuevas, destruyendo sus medios de autosuficiencia tradicional.
“Los actos brutales asociados con el proceso de desmantelamiento de los medios de autoproducción de la mayoría de la población puede parecer ajeno a la reputación del liberalismo de la política económica clásica”, escribe Perelham. “En realidad, el desposeimiento de la mayoría de los productores a pequeña escala y la construcción del liberalismo económico están estrechamente conectados, tanto que Marx, o por lo menos sus traductores, denominaron esta expropiación de las masas como “acumulación primitiva.”
Perelman resume las numerosas políticas con las que los campesinos fueron expulsados de la tierra –desde la promulgación de la Ley de Caza que les prohibía cazar, a la destrucción de su productividad dividiendo el comunal en parcelas más pequeñas- pero las partes del libro más interesantes son en las que puedes leer a los colegas proto-capitalistas de Smith quejándose y lloriqueando por que los campesinos son demasiado independientes y están demasiado cómodos para que se les pueda explotar convenientemente e intentando solucionar cómo forzarlos a que acepten una vida de salarios de esclavos.
Este panfleto de la época captura la actitud general hacia los prósperos campesinos autosuficientes:
La posesión de una vaca o dos, un cerdo y unos pocos gansos, exalta naturalmente al campesino… Pastoreando a su ganado, adquiere el hábito de la indolencia. Un cuarto, medio, y ocasionalmente días enteros, se pierden imperceptiblemente. Un día de trabajo se convierte en algo repugnante; la aversión aumenta por la indulgencia. Y además, la venta de un ternero o de un cerdo, provee los medios para añadir falta de moderación a la ociosidad.
Mientras, otro panfletista escribía:
No puedo concebir mayor maldición para cualquier conjunto de personas, que arrojarlas en una parcela de tierra donde la producción para la subsistencia y la alimentación fueran, en gran medida, espontáneas y con un clima que permitiera poner poco cuidado en las vestimentas o en el techo.
John Bellers, un “filántropo” cuáquero y pensador economista veía a los campesinos independientes como un impedimento a sus planes de forzar a la gente pobre hacia las fábricas-cárcel donde vivirían, trabajarían y producirían un beneficio de un 45% para sus propietarios aristocráticos:
“Nuestros bosques y grandes comunales hacen que los pobres que están en ellos se parezcan demasiado a los Indios, siendo esto un obstáculo para la industria y un vivero de holgazanería e insolencia”.
Daniel Defoe, el novelista y comerciante, menciona que en las Highlands escocesas “la gente estaba muy surtida de provisiones… el venado es muy abundante. Durante todas las estaciones jóvenes o viejos los matan con sus armas donde quiera que los encuentran.”
Para Thomas Pennant, botánico, esta autosuficiencia estaba arruinando a una población campesina perfectamente buena:
“Los modales de los Highlanders nativos pueden expresarse en estas palabras: indolentes en grado sumo, a no ser que sean provocados para la guerra o para cualquier divertimento animado”.
Si tener la tripa llena y una tierra productiva era el problema, entonces la solución para poner en forma a esos vagos era obvia: expulsarlos de la tierra y matarlos de hambre.
Arthur Young, un escritor popular y pensador economista respetado por John Stuart Mill escribió en 1771: “cualquiera que no sea un idiota sabe que las clases bajas se deben mantener pobres o nunca serán industriosas”. Sir William Temple, político y jefe de Jonathan Swift, estaba de acuerdo con él y sugería que se gravasen los alimentos el máximo posible para prevenir que la clase obrera viviese una vida de pereza y libertinaje”.
Temple también abogaba por poner a niños de cuatro años a trabajar en las fábricas, escribió “porque esto significa que la generación venidera estará tan habituada al empleo constante que al final le parecerá agradable y entretenido”. Algunos pensaban que cuatro años ya eran demasiados. Según Perelmen, “John Locke, considerado a menudo como un filósofo de la libertad, demandó que se comenzase a trabajar a los tres años. “El trabajo infantil también excitaba a Defoe, quien se alegraba ante la posibilidad de que “niños a partir de cuatro o cinco años… bien podrían cada uno ganarse su propio pan”. Pero nos estamos saliendo del tema…
Las caras felices de la productividad…
Incluso David Hume, ese gran humanista, consideraba la pobreza y el hambre experiencias positivas para las clases bajas, e incluso culpaba de la “pobreza” de Francia a su buen tiempo y a su suelo fértil:
“Siempre se observa en años de escasez, si no es muy extrema, que los pobres trabajan más y viven realmente mejor”.
El Reverendo Joseph Townsend creía que lo que había que hacer era restringir la comida:
“Se responde a la coacción [directa] legal [para trabajar... con demasiados desordenes, violencia, y ruido …mientras que el hambre no solo es una presión pacificadora, silenciosa e implacable, sino que es el motivo más natural para el trabajo, exige el mayor de los esfuerzos… El hambre doma a los animales más fieros y enseñará decencia y civismo, obediencia y subyugación al más bruto, al más obstinado y al más perverso”.
Patrick Colquihoun, un comerciante que montó la primera fuerza privada de “policía preventiva“ de Inglaterra para evitar que los trabajadores portuarios obtuviesen un escaso suplemento de sus salarios con los productos que robaban, dio la que puede considerarse la explicación más lucida de cómo el hambre y la pobreza están relacionadas con la creación de productividad y riqueza:
La pobreza es un estado y una condición en la sociedad en la cual el individuo no tiene guardado un excedente de su trabajo o, en otras palabras, no tiene propiedades ni otros medios de subsistencia que los que se derivan del ejercicio constante del trabajo en las distintas tareas de la vida. La pobreza por tanto es el ingrediente necesario e indispensable en la sociedad, sin el cual las naciones y comunidades no podrían existir en un estado de civilización. Es el lote que nos ha tocado. Es la fuente de riqueza, ya que sin la pobreza no habría trabajo, no habría ricos, ni refinamiento, ni comodidades, ni ningún beneficio para aquellos que posean riquezas.
El resumen de Colquhoun es tan acertado que hay que repetir. Porque lo que fue verdad para los campesinos ingleses todavía es verdad para nosotros:
“La pobreza, por tanto, es el ingrediente necesario e indispensable en la sociedad… Es la fuente de riqueza, ya que sin la pobreza no habría trabajo; no habría ricos, ni refinamiento, ni comodidades y ningún beneficio para aquellos que posean riquezas”.
Yasha Levine es editor fundador de The eXiled. Puedes ponerte en contacto con él en levine@exiledonline.com
Fuente: http://exiledonline.com/recovered-economic-history-everyone-but-an-idiot-knows-that-the-lower-classes-must-be-kept-poor-or-they-will-never-be-industrious/
Esta traducción se puede reproducir libremente.
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