jueves, 25 de marzo de 2021

_- ¿Por qué no puede Gran Bretaña afrontar la verdad sobre Winston Churchill?

_- Un torvo silencio acompaña a una de las figuras más comentadas de la historia británica. Se puede entusiasmar uno perpetuamente por cómo Winston Churchill derrotó a Hitler “sin ayuda de nadie”. Pero si se mencionan sus puntos de vista sobre la raza o sus políticas coloniales, se ve inmediatamente ahogado en un vitriolo feroz y orquestado.

En un mar de biografías de Churchill aduladoramente reverenciales, apenas hay libros que examinen en serio su bien documentado racismo. No se puede permitir, parece ser, hacer más complicado, y no digamos ya mancillar, el mito nacional de un héroe impecable: un ídolo que “salvó a nuestra civilización”, como pretende Boris Johnson, o “a la humanidad en su conjunto”, como afirmó David Cameron. Hágase una incómoda observación sobre sus opiniones acerca de la supremacía blanca, y la gente como Piers Morgan preguntará: “¿Por qué vive usted en este país?”

No todo el mundo se contenta con no decir nada porque hoy “hablaría alemán”, de no haber sido por Churchill. Mucha gente quiere saber más acerca de las figuras históricas que se les pide que admiren sin criticarlas. Las protestas de Black Lives Matter de junio pasado – durante las cuales la palabra “racista” se pintó con aerosol en letras rojas en la estatua de Churchill en la Plaza del Parlamento –, se vieron acompañadas de exigencias de una mayor formación en cuestiones como la raza, el imperio y las figuras cuyas estatuas salpican nuestros paisajes.

Pero proporcionar una imagen más completa se hace difícil. Se trata desdeñosamente a aquellos investigadores que exploran los lados menos gloriosos de Churchill. Tomemos el ejemplo del Churchill College, en Cambridge, en el que imparto clases.

En respuesta a las apelaciones a una mayor información sobre su fundador, el colegio organizó una serie de actos sobre Churchill, el imperio y la raza. Recientemente presidí la segunda mesa redonda sobre “Las consecuencias raciales del señor Churchill”.

Antes incluso de que tuviera lugar, se denunció repetidas veces el debate en los tabloides y las redes sociales como algo “idiota”, una “difamación de su persona” destinada a “despedazar” al gran hombre. Indignadas cartas dirigidas al colegio afirmaban que esto era llevar la libertad académica demasiado lejos, y que debería cancelarse el acto. Los ponentes y yo, todos investigadores de color, nos hemos visto sujetos a agresivos mensajes de odio, insultos y amenazas racistas. Se nos acusó de traición y calumnias. Una de las personas que escribió advertía que se había remitido mi nombre al oficial al mando de la base de la RAF cercana a mi casa.

El colegio está recibiendo fuertes presiones para dejar de celebrar estos actos. Tras la reciente mesa redonda, el grupo derechista de expertos Policy Exchange, influyente en círculos del gobierno – y que afirma abanderar la libertad de expresión y las opiniones controvertidas en los campus – publicó una “reseña” del acto. El prólogo, escrito por el nieto de Churchill, Nicholas Soames, declaraba que tenía la esperanza de que esa reseña “impediría que se organizara un acto tan intelectualmente deshonesto en el Churchill College en el futuro...o, esperémoslo, en cualquier otro lugar”.

Tiene su ironía. El gobierno y los medios nos dicen que la “cultura de la cancelación” es una imposición de la izquierda académica. Pero aquí se trata en realidad de la verdadera “cultura de la cancelación” que impide un verdadero compromiso con la historia británica. Churchill fue un admirado líder en tiempos de guerra que supo ver a tiempo la amenaza de Hitler y desempeñó un papel crucial en la victoria aliada. Tendría que ser posible admitir esto sin dejar de glosar su lado menos benigno. Los investigadores académicos del acto de– Madhusree Mukerjee, Onyeka Nubia y Kehinde Andrews – llamaron la atención sobre la obstinada defensa de Churchill del dominio colonial británico, su papel participante en la desastrosa hambruna de 1943 en Bengala, en la que murieron de modo evitable millones de personas, su interés por la eugenesia, y sus opiniones, profundamente retrógradas hasta para su época, sobre la raza.

Hay constancia de que Churchill alabó el “linaje ario” e insistió en que era correcto que “una raza más fuerte, una raza de mayor rango” ocupara el lugar de los pueblos indígenas. No pensaba, según se sabe, que “la gente negra fuera tan capaz o eficiente como la blanca”. En 1911, Churchill prohibió los combates de boxeo interraciales, de modo que no pudiera verse perder a boxeadores blancos frente a otros negros. Insistía en que Gran Bretaña y los EE.UU. compartían una “superioridad anglo-sajona”. Describió a los activistas anticoloniales como “salvajes armados de ideas”.

Hasta sus contemporáneos encontraban chocantes sus puntos de vista raciales. En el contexto de la línea dura de Churchill en contra de suministrar ayuda para aliviar la hambruna de Bengalas, el secretario de Colonias, Leo Amery, subrayó: “En la cuestión de la India, Winston no está del todo en sus cabales…No he visto mucha diferencia entre su opinión y la de Hitler”.

Que Hitler fuera racista no significa que Churchill no pudiera serlo. Gran Bretaña entró en guerra, al fin y al cabo, porque se enfrentaba a una amenaza existencial, y no primordialmente porque discrepara de la ideología nazi. Advirtiendo afinidades entre el pensamiento racial colonial y el de los nazis, los líderes africanos y asiáticos cuestionaron el doble rasero de Churchill consistente en rechazar firmemente la autodeterminación de los súbditos coloniales que luchaban también contra Hitler.

Vale la pena recordar que el culto incuestionado que hoy se tributa a Churchill no lo compartían muchos británicos en 1945, cuando votaron por dejarlo fuera del poder antes incluso de que hubiera terminado del todo la guerra. Muchas comunidades de clase trabajadora de Gran Bretaña, de Dundee al sur de Gales, sentían una intensa animosidad hacia Churchill por su disposición a movilizar fuerzas militares durante los conflictos laborales. En fecha tan reciente como 2010, el consejo municipal de Llanmaes se opuso a rebautizar una base militar como Churchill Lines.

La valoración crítica no supone “difamación de su persona”. Gracias al pensamiento de grupo de “el culto de Churchill”, el difunto primer ministro se ha convertido en una figura mitológica antes que histórica. Restar importancia a las implicaciones de las opiniones de Churchill sobre la raza – o sugerir absuradamente, como sugiere Policy Exchange, que sus declaraciones racistas significaban “otra cosa distinta de su definición” – nos habla de una profunda falta de honestidad y valor.

Esta falta de valor va ligada a una aversión mayor a analizar el imperio británico de manera veraz, quizás por miedo a lo que pudiera decirnos hoy de Gran Bretaña. El diálogo nacional que se precisa sobre Churchill y el imperio con el que se sentía tan comprometido es una de las formas necesarias para romper este inaceptable silencio.

Priyamvada Gopal es profesora de Estudios Postcoloniales en el Churchill College (del que ha sido decana) de la Universidad de Cambridge. Nacida en la India, se licenció en la Universidad de Delhi, doctorándose en la de Cornell (EE.UU). Es autora de "Insurgent Empire: Anticolonial Resistance and British Dissent".

Fuente:
The Guardian, 17 de marzo de 2020
Traducción:Lucas Antón.

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