lunes, 7 de marzo de 2022

_- La escuela de la dificultad

_- Solemos emplearnos a fondo cuando llega el momento de criticar o denunciar el comportamiento escandaloso de políticos, profesores, banqueros, cantantes, deportistas, sacerdotes o cualquier otro tipo de profesionales que tienen alguna relevancia social. Decimos que el aprendizaje vicario o aprendizaje social es un riesgo dañino para nuestra juventud, cuando el comportamiento de personas relevantes resulta escandaloso. Por eso considero importante presentar la otra cara de la moneda. Quiero mostrar el comportamiento ejemplar de una persona que ha llegado a tener un gran éxito en la vida y que se encuentra en el candelero de la popularidad. Me estoy refiriendo al tenista mallorquín Rafael Nadal.

El pasado día 29 de enero, domingo, me levanté tarde (tengo ritmo de búho, no de alondra) y mientras me aseaba conecté la radio y me encontré con la decepción: Rafael Nadal había perdido los dos primeros sets del Open de Australia. Y también iba perdiendo por 0-40 el primer juego del tercer set. Imposible la remontada, pensé. Una pena. Podía coronarse como el mejor tenista de la historia pero no había sido posible. Estuve en un tris de cambiar de cadena, dando por consumada la derrota. No lo hice. Di por bueno el esfuerzo que estaba realizando después de haber caminado con muletas no hacia mucho, de haber atravesado la covid-19 hacía poco y después de una crisis en la que, según había contado el propio Nadal, se había planteado la posibilidad de abandonar el tenis.

Cuál no fue mi sorpresa cuando presté atención y escuché que iba ganando algunos puntos y algunos juegos de forma espectacular. Y que había ganado el tercer set. A esas alturas, le daba como perdedor, a pesar de la reacción. Quedaba el cuarto set y creí que el ruso se iba a imponer. Medvedev tiene diez años menos que Nadal, pensé. Se impondrá la juventud. Pero no. Golpe a golpe fue avanzando hasta ganar el cuarto set. Una heroicidad, pensé, al ver el empate. Habían pasado más de cuatro horas de un tenis de primerísimo nivel.

La emoción fue creciendo ante la probabilidad (ya no solo la posibilidad) de ganar el quinto set y adjudicarse el 21 Grand Slam, superando a Dyokovic y a Federer, ambos con veinte títulos. Y ganó el último, el quinto set. El mejor tenista de la historia.

Qué maravilloso ejemplo de superación, de lucha contra la adversidad, de coraje, de esfuerzo, de fe en sus posibilidades, de aguante del dolor. De todos es sabido que estaba jugando con el escafoides roto por la mitad.

Imagino el asombro de su contrincante cuando, después de ganar los dos primeros sets, se encuentra con un titán que saca fuerza de flaqueza y va comprobando que el gradiente de la meta está espoleando y no hundiendo a su adversario.

Uno siente orgullo de tener un compatriota de ese nivel deportivo y, sobre todo, de esa calidad humana. Un verdadero modelo. Diré luego por qué mi admiración hacia esta persona, que tiene una trayectoria insuperable como tenista y una personalidad fraguada en la dificultad, en la sensatez y en la bonhomía. Nadal es un buen deportista, una buena persona y un ciudadano ejemplar.

Son varios los valores que quiero destacar de la biografía de Nadal. Valores que se combinan y se entremezclan forjando una personalidad admirable. Porque una hazaña de este tipo no es fruto de la improvisación. Hay detrás de ella muchas horas de esfuerzo, de sacrificio, de trabajo oculto. Es el fruto de haber aprendido constantes lecciones en la escuela de la dificultad.

Ante un hecho de esta envergadura solemos poner el foco en el éxito conseguido, pero olvidamos que el éxito no se hubiera producido sin los esfuerzos persistentes de muchos días, sin la presencia de las cámaras y del público que aplaude. Pocas veces se pone el foco en la superación de las dificultades.

He aquí, a mi juicio, alguno de los rasgos de la personalidad de Rafael Nadal. Los enumero y comento sin tener más conocimientos sobre su trayectoria vital que los que todos hemos podido ver y admirar a través de su presencia en los medios de comunicación.

Capacidad de superación: el tenista manacorí, hace unos meses, dudaba si tendría que retirarse de forma definitiva. Andaba con muletas y conocía que la rotura de su escafoides no tenía solución. Y dudó en acudir al Open australiano. Pero tuvo el coraje de viajar, de inscribirse, de ir superando eliminatorias y de ganar una final en una magnífica reacción.

Humildad: a pesar de ser, de forma indiscutible, el mejor tenista de la historia, ya que tiene 21 títulos de Gran Slam, Rafael Nadal respeta a sus adversarios y no alardea nunca de sus éxitos. Le oí decir en alguna ocasión que no se sentía más que nadie, “a fin de cuentas, decía, no hago más que impulsar una pelota al otro lado de una red”. Atiende a la prensa con cortesía y respeto. Los éxitos no se le han subido a la cabeza.

Constancia: Hacer un duro esfuerzo en un momento determinado, está en manos de todos, pero mantener esa actitud de manera persistente es lo verdaderamente difícil. La lucha de Nadal para mantenerse en lo más alto exige una costosa perseverancia. Un victoria como la del Open de Australia es fruto de un buen partido pero, también, de muchos días de entrenamiento.

Resiliencia: Salir de una grave lesión, entrenar con fuertes dolores, pensar que quizás tuviese que abandonar el tenis definitivamente y ganar un Grand Slam es el mejor ejemplo de una actitud resiliente.

Fe en sí mismo: las cotas de éxito alcanzadas por Nadal son el fruto de un buen autoconcepto y de una buena autoestima. Sin esa fe en sus posibilidades sería imposible alcanzar tantos éxitos consecutivos.

Coraje ante la adversidad: la montaña que se elevaba ante él en la final que he descrito, lejos de arredrarle, se convirtió en un estímulo. Haber perdido los dos primeros sets y de empezar perdiendo los primeros puntos del tercero era una montaña de tal altura que parecía imposible de escalar. Y estoy seguro de que esa actitud ante la dificultad habrá tenido que ejercitarla muchísimas veces.

Optimismo: tener la esperanza de que se va a conseguir algo, es el primer paso para poder alcanzarlo. Le he oído decir que no quiere quedarse con 21 títulos de Grand Slam y que ya está preparándose para el 22.

Fortaleza: no solo hablo de fortaleza física, hablo también fortaleza mental. Es una cualidad que elogia su tío y antiguo entrenador Toni Nadal. La fortaleza mental encauza y sostiene el empleo de la fuerza física.

Ejemplaridad ciudadana: que yo sepa, no se le conoce a Nadal ese tipo de comportamientos insolidarios que llevan a hacer trampas con el dinero, que evaden impuestos colocando su dinero en paraísos fiscales.

Ser un buen deportista, supone haber desarrollado unas destrezas hasta limites excelentes y haber entrenado con esfuerzo y constancia. Ser buena persona exige algunas cosas más: solidaridad, empatía, humildad, compasión, respeto a la dignidad humana. Lo ideal es que se sumen las dos dimensiones como creo que sucede en el caso de Nadal.

Hemos visto las actitudes de otro gran tenista, Djokovick, que fue deportado de Australia por no haberse querido vacunar, lo que considero un actitud insolidaria. Porque solo se podrá superar la pandemia si todos y todas participamos en la lucha contra ella. Y eso significa que hay que vacunarse y que hay que cumplir las norma sanitarias para evitar el contagio. También mintió en los formularios de entrada diciendo que no había estado en otros países antes de su viaje, a pesar de haber pasado unos días en Marbella como era público y notorio. Otros deportistas afamados se muestran altaneros, displicentes, antipáticos, agresivos, egoístas, orgullosos, como si perteneciesen a una clase superior.

“El ejemplo es la escuela de la humanidad, la única escuela que puede instruirla”, dice Edmond Burke. Qué buena lección de esfuerzo para nuestra juventud la vida de Rafael Nadal.

El Adarve.

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