domingo, 2 de febrero de 2025

Educación o catástrofe

El pasado 24 de enero se celebró el Día Internacional de la Educación. La fecha fue elegida el año 2018 en conmemoración de la firma de la Constitución de la UNESCO en 1946. Este día marca el nacimiento de la organización internacional dedicada a promover la educación, la ciencia y la cultura como instrumentos para construir la paz y la solidaridad entre los pueblos


Esta celebración pretende reafirmar el compromiso de los países a la hora de garantizar el acceso a la educación de calidad, inclusiva y equitativa, y garantizar las oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida. Yo creo que esas finalidades se consiguen a través de la escuela pública porque es la escuela de todos y de todas, para todos y para todas.

Se trata de reconocer el papel fundamental que desempeña la educación en la construcción de sociedades pacíficas y sostenibles. Esta fecha busca sensibilizar a la comunidad internacional sobre la importancia de la educación de calidad para todos, sin distinción de género, raza, religión y origen social. Esta conmemoración resalta cómo la educación contribuye a la igualdad de género, la reducción de la pobreza y la promoción de la paz, apoyando así la creación de sociedades más sostenibles y resilientes.

Un análisis somero de la marcha de nuestras sociedades habla bien a las claras del largo camino que nos queda por recorrer. Ahí están las guerras, la opresión, la desigualdad, la pobreza, la ignorancia, la desigualdad, el androcentrismo, el neofascismo…

Ese día tuve el honor de impartir una conferencia a los miembros de la FAMPA (Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos) de Ceuta. Su título fue “Educar en tiempos revueltos”. Quise dejar claro, desde el inicio, la diferencia entre educación, instrucción, socialización y adoctrinamiento. No es una cuestión baladí. Porque el lenguaje sirve algunas para entendernos y otras para confundirnos. No se puede confundir educación con instrucción. Porque el concepto de educación tiene dos componentes esenciales: uno de naturaleza crítica. La persona educada sabe pensar, analizar, discernir. Decía Paulo Freire que las persona educada ha pasado de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. Y un segundo componente que es de naturaleza ética. No hay educación sin valores. La instrucción es la mera acumulación de conocimientos. Pero, si la persona instruida no tiene valores puede utilizar ese conocimiento para explotar, dominar y engañar el prójimo.

La socialización es el proceso de incorporación exitosa a la cultura. Lo cual no implica que se hayan adquirido los elementos básicos de la educación, ni el crítico ni el ético.

El adoctrinador no es un maestro, es un fanático. Impone los valores por la fuerza y, al imponerlos, los destruye. El poeta alemán Holderlin dice que los educadores forman a los educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose. Si las aguas no retroceden, el continente no emerge. Pero el adoctrinador anega la tierra.

Hablé de los tiempos que corremos. Bien revueltos. Cargados de incertidumbre, de individualismo, de competitividad, de relativismo moral, de obsesión por la eficacia, de fake news, de bulos, de privatizaciones sin cuento, de capitalismo salvaje… Es decir, de todo lo que es ajeno o contrario de la educación. Por eso, la escuela tiene que ser una institución contrahegemónica…

La educación es lo más importante para los individuos, para las familias y para las sociedades. A través de la educación cada individuo puede alcanzar el máximo desarrollo sus capacidades. Las familias saben que si quieren dejar algo verdaderamente importante a sus hijos es una buena educación. Respecto a las sociedades quiero utilizar las palabras de Herbert Wells: La historia de la humanidad es una cerrera entre la educación y la catástrofe. O gana la educación o gana la catástrofe. Os invito a leer el libro “Escuela o barbarie”, de Carlos Fernández, Olga García y Enrique Galindo.

Pienso que la solución profunda a los problemas del mundo no está ni en los despachos ministeriales, ni en las multinacionales, ni el los cuarteles, ni en los bancos, ni en las iglesias. Está en las escuelas. Es en ellas donde se pueden formar ciudadanos críticos y solidarios.

La educación es también una actividad difícil por su propia naturaleza, por los “materiales” tan sensibles que trabaja (concepciones, idas, sentimientos, actitudes, valores…), por la diversidad infinita del alumnado, por el contexto tan adverso en el que se desarrolla.

La educación es, además, una tarea optimista. Porque parte del presupuesto innegable de que el ser humano puede mejorar, puede aprender. La educabilidad se rompe en el momento que pensamos que el otro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo. Y es optimista por los logros que alcanza y las emociones que genera.

La educación es una tarea colegiada. Como el auditorio estaba formado por padres y madres hice mucho hincapié en la importancia de la estrecha colaboración de la familia con la escuela. Insistí en la idea de que sin la familia o contra la familia no era posible llevar a cabo un proceso educativo de calidad.

Denuncié algunas falacias que puede tener la participación de las familias en las escuelas:

La participación regalada: considerar que la participación es un regalo que le hace quien tiene poder a quien no lo tiene. Y los regalos se hacen voluntariamente, si no se quiere no se hacen. Sin embargo la participación es un derecho y un deber.

La participación recortada: consiste esta falacia en limitar la participación de las familias a cuestiones o asuntos de escasa importancia: organizar una fiesta, solicitar unas porterías para el patio… sin posibilidad de intervenir en los contenidos del currículum, ni en su desarrollo y evaluación.

La participación aplazada: la trampa consiste en pensar que las personas no están preparadas para realizar una participación efectiva. No es así. Y si lo fuera, hay que recordar que a participar solo se aprende participando.

La participación condicionada: se puede participar pero con unas condiciones que establece quien tiene poder. Si esas condiciones no se cumplen, se interrumpe la posibilidad de intervenir.

La participación trucada: se trata de participar pero sin desvelar que el proceso tiene escondía una trampa. Se propone una votación pero, si el resultado no es favorable al poder se desestima el resultado de la misma.

La participación formalizada: se respetan todos los aspectos formales pero, en el fondo, no se busca una auténtica participación. Por ejemplo se fijan las horas prescritas de tutoría, pero se colocan a horas en la que es imposible que los padres acudan.

La participación feminizada: solo participan las madres. Los padres encuentran fáciles excusas para no asistir a las reuniones, a las tutorías o a las asambleas de la AMPA. Hace años dirigí una tesis sobre la participación de un AMPA en un Colegio de Málaga. Comenzó siendo una tesis sobre participación y acabó siendo una tesis sobre género, ya que solo había madres en el AMPA:

Les dije que todas las piedras que las familias arrojan al tejado de la escuela, caen sobre la cabeza de sus hijos.

Hablé, al final de algunas dificultades que podemos encontrar en el camino de la búsqueda de una educación de calidad. Una de ellas es el fatalismo. La actitud que consiste en pensar que nada puede cambiar, que nada puede mejorar. Desde esta perspectiva, todos los esfuerzos serían baldíos.

La cicatería de la política con los profesionales de la educación es otra dificultad importante. Los políticos tienen que elegir a los mejores para esta tarea tan importante, tiene que formarlos mejor y tiene que tratar al profesorado con mayor cuidado y respeto.

Otra dificultad consiste en el desaliento ante las dificultades y los fracasos. Es muy difícil nadar contracorriente. Los tiempos están muy revueltos pero la corriente solo arrastra a los peces muertos.

Existe un problema que bloquea cualquier mejora del sistema educativo. Hablo de la lógica de autoservicio. Un mecanismo que consiste en hacer hablar a la realidad para que nos de la razón. Y, según este mecanismo, los padres culpan a los profesores de las deficiencias, los profesores a los padres y a los alumnos, los alumnos a los profesores y todos a los políticos. No es ese el camino. La solución está en que cada estamento se plantee con rigor, generosidad y sacrifico qué es lo que puede hacer para mejorar la educación. Para mejorar el mundo.

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