La policía ha confirmado que en principio no se sospecha de un móvil terrorista y que el responsable ni estaba fichado ni se le conocía ninguna relación con alguna banda. «Creemos que se trata de un autor solitario», aseguró este responsable policial, que aclaró que la investigación se encuentra «en una fase muy temprana».
El ministro sueco, Ulf Kristersson, ha comparecido a última hora de la tarde junto al ministro de Justicia, Gunnar Strömmer, y ha abierto su rueda de prensa diciendo que es difícil asimilar la magnitud de lo ocurrido. Ha añadido que es el peor tiroteo masivo de la historia de Suecia y que fue un «acto de violencia brutal y letal».
Una de los profesoras, María Pegado, ha descrito el momento en que ella y sus alumnos escaparon mientras se producían los disparos. Contó a la agencia de noticias Reuters que abrió de par en par la puerta de su clase justo después de la hora de comer y gritó a todos que salieran. «Saqué a mis 15 alumnos al pasillo y empezamos a correr», ha explicado. «Entonces oí dos disparos, pero conseguimos salir. Estábamos cerca de la entrada de la escuela». «Vi a gente sacando heridos, primero a uno y luego a otro. Me di cuenta de que era muy grave», ha añadido la docente.
Petter Kraftling, profesor del Campus Risbergska como Pegado, ha narrado que estaba en la escuela cuando oyó los disparos: «Me atrincheré y esperé noticias. Activé una alarma en la aplicación de seguridad y me comuniqué con mis colegas», declaró Petter Kraftling a la página web de un sindicato sueco de profesores.
Estos hechos que siembran la violencia, el terror y la muerte en una escuela nos tienen que hacer pensar en lo que significa el progreso de la sociedad. Esta violencia irracional pone a la comunidad educativa ante el fenómeno de la muerte.
Me sorprende la noticia de la masacre escolar cuando estoy preparando la conferencia de clausura de un Congreso que se celebrará en Madrid los días 2, 3 y 4 de abril del año en curso sobre la Pedagogía de la muerte.
El Congreso está organizado por un grupo de docentes de la Universidad Autónoma de Madrid, coordinados por el profesor Agustín de la Herrán, que lleva más de treinta años investigando sobre la didáctica de la muerte.
No se habla de la muerte en la escuela. Es como si no existiera. Es, sin lugar a dudas, un claro tabú. No se ve en el horizonte vital que algún día llegará para todos el fin de la vida. Sin embargo, en ocasiones, como esta de la escuela de Örebro llega de forma súbita golpeando con dureza nuestras mentes y nuestros corazones.
Al alargarse el tiempo de vida, al hurtarse la presencia de la muerte a los más pequeños, se aleja la necesidad de reflexionar sobre la finitud de la vida.
La muerte es un hecho ineluctable, definitivo, individual, impredecible y único para cada persona. No lo entiende así el hijo de una amiga que, en una conversación familiar sobre el fallecimiento del abuelo de un amigo, se arranca diciendo:
Desde luego, si me muero, yo no aguanto.
Para este niño la muerte es un fenómeno voluntario que consiste en quedarse inmóvil durante un tiempo en un féretro y, después de un tiempo más o menos soportable, volver a jugar al fútbol al patio de la escuela o al parque más próximo a la casa.
La escuela prepara para la vida, para el trabajo, para la socialización exitosa No prepara para la muerte. Ni la propia ni la de los seres queridos o la de otras personas cercanas o alejadas en el espacio.
¿Qué piensan los alumnos y alumnas de cualquier escuela de la muerte de estas once personas que han sido brutalmente asesinadas? ¿Y de la muerte de los niños y las niñas que están muriendo en la franja de Gaza? ¿Y de la muerte de un compañero op un familiar?
Hay muchas formas de vivir, pero una sola de estar muerto. La muerte es un proceso natural y universal que ocurre en todos los seres vivos. Basta haber nacido para tener que morir.
Estoy rodeado de libros sobre la muerte: “Los tópicos de la muerte”, de Carlos Cobo Medina; “El buen morir”, del médico peruano Elmer Huerta; “32 de diciembre”, de José María Cabodevilla; “Morirse es una mierda”, de Juan Carlos Ortega; “Heidegger y un hipopótamo van al cielo. La vida, la muerte y el más allá estudiados con filosofía y mucho humor”, de Klein y McCathcart… Planteo, con la brevedad que exige el espacio de que dispongo, algunas ideas sobre la didáctica de la muerte:
Conviene perder el miedo a la muerte. Dice Machado que la muerte es algo que no debemos temer porque mientras somos no es y cuando la muerte es, ya no somos.
Hay que vivir teniendo presente que ha de llegar la muerte. Es un error convertirse en el cadáver más rico del cementerio.
Es aconsejable practicar la filosofía del carpe diem que tan bien encaja con la conciencia de nuestra finitud.
Creo que es bueno hacer un proyecto de vida con sentido. El mundo ha de ser mejor cuando nos vayamos que cuando llegamos a él.
Pienso que es bueno practicar el humor sobre la muerte. Es una forma de vencer el miedo. Existen muchas historias graciosas relacionadas con la víspera de la muerte, con el momento de morir y con el tiempo de duelo. No me resisto a contar la anécdota del viudo que acude a un periódico para encargar una esquela por el fallecimiento de su mujer.
¿Qué desea usted poner?, le pregunta el director del periódico
Lo más breve posible, contesta el pesaroso viudo.
Dígame, señor.
Por favor, escriba solamente esto: “Marta muerta”.
El director le sugiere que si el texto es tan breve por el precio, cinco palabras valen igual que dos y que puede añadir lo que desee por el mismo precio.
Entonces escriba lo siguiente: “Marta muerta. Vendo Seat Panda”.
Añadiré algunas cuestiones más que exige una adecuada didáctica de la muerte.
Es saludable visitar algún cementerio, pasear entre las tumbas, ver las lápidas, leer los epitafios…. Nunca olvidaré un epitafio que leí en un cementerio de Georgia: “Te dije que estaba enfermo”. Cuando se lo conté a mi querido y admirado amigo Manuel Alcántara me dijo que era muy parecido a este otro: “Ya te dije que ese médico era un mediocre”.
Creo que es conveniente explicar que la eutanasia está regulada en nuestro país. Cada persona es dueña de su vida. Y tiene derecho a acogerse a la ley.
De la misma manera es necesario trabajar con los jóvenes el riesgo de acabar con la vida mediante el suicidio. Es preciso aprender a superar las dificultades. Y, sobre todo, es absolutamente necesario evitar el bullying que pueda arrastrar a un compañero a una situación límite. Algún día me referí en este espacio a la excelente novela “Por trece razones”, de Jay Asher, que cuenta de una forma original y didáctica el suicidio de una adolescente.
Es imprescindible ayudar a los alumnos y alumnas a superar el duelo por el fallecimiento de un familiar, de un profesor, de un amigo, de un compañero o de una mascota. Recuerdo con emoción la ayuda psicológica que tuvimos que ofrecer a un grupo de niños y niñas de Infantil cuando su maestra Vicky Heras falleció en un accidente de tráfico, siendo yo director de un Colegio sito en Madrid. La muerte ha llamado a la puerta de una escuela de una forma trágica. Existe, pues, por mucho que hurtemos su presencia. La muerte es parte de la vida. Su culminación. No podemos olvidarnos de ella. Habrá que procurar, aunque consideremos que la muerte nunca cortará nuestra vida que, tenemos derecho a tener pleno control del dolor, que necesitamos evitar la angustia, que es deseable expresar de forma clara los sentimientos y que necesitamos tomar la mano de alguien que nos quiere para no morir solos.
Acabo de leer, en este tiempo de reflexión que exige la preparación de mi conferencia, “Las frases robadas, una novela de José Luis Sastre que describe los dos últimos meses de vida de un padre al que acompaña en ese trance postrero su única hija. Aconsejable. Aleccionador.
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