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jueves, 18 de abril de 2024

La paloma del templo

Leí hace años esta historia en un libro de cuentos. Y quiero compartirlo con mis lectores y lectoras chupetenses de Rosario (Argentina). Se titula “Ramiro Calle, “Cuentos hindúes”. Y quiero compartirla con mis lectores y lectoras para abrir la puerta de las reflexiones que deseo realizar en este artículo sobre un garrafal error que puede hacer muy desgraciada nuestra vida. He aquí el cuento.

Al amanecer, en una localidad de la India, una hermosa paloma, revoloteando, se coló en un pequeño y recoleto templo. El sacerdote, antes de despuntar el día, había colocado en el centro del santuario una rosa como ofrenda a su Dios. Se trataba de un templo de paredes recubiertas de espejos, de modo que la rosa se reflejaba innumerables veces en las paredes espejadas. La paloma, tomando los reflejos por la rosa misma, voló hacia los mismos y chocó una y otra vez contra las brillantes paredes del santuario con tal ímpetu que, al final, su frágil cuerpo se reventó y encontró la muerte. Solo entonces, la paloma, aun caliente, halló la auténtica rosa al desplomarse sobre ella.

¿Cuántas veces nos hemos estrellado contra señuelos, espejismos e imágenes de la realidad que no tenían lo que nosotros pensábamos encontrar en ellas? ¿Cuántas veces nos ha pasado algo parecido a lo que le sucedió a la paloma del templo?

La ilusión óptica nos engaña. Y somos muy dados a confundir la ilusión con la realidad. Una y otra vez, una y otra vez. Como le sucedió a la paloma, que no tuvo bastante con el primer choque, ni con el segundo ni con el tercero… Hasta caer extenuados o rotos. Con las trágicas consecuencias que este error puede acarrear: frustración, dolor, desengaño, desesperación y destrucción de las ilusiones y, quizás, de la propia vida.

El espejismo es, en ocasiones, el deseo de alcanzar el poder. Creer que la felicidad se encuentra en el él es un engaño que puede costar muy caro. Puede costar la vida, como le sucedió a la paloma del cuento… Acumular poder no garantiza la felicidad. Y si para llegar a conseguirlo vale todo, si para alcanzarlo se destruye la dignidad y la ética, ya estamos corrompidos en el camino. La llegada inmoral al centro del poder hace que esté también corrompido su ejercicio. El desengaño puede ser muy doloroso. El problema radica en que lo que traemos entre manos no es un ensayo general, es la vida. Es decir que la vida es una obra de teatro que no admite ensayos. La paloma del templo no pudo salir del templo para seguir volando en libertad. Y no volver a entrar en él para colocarse al lado de la verdadera rosa.

En el vuelo a la Ciudad de México que he realizado el pasado martes leí el libro de la periodista Nieves Concostrina titulado “Amanece que no es poco”. Ya había leído hace algún tiempo “Cualquier tiempo pasado fue anterior” y “Pretérito imperfecto. Historias del mundo desde el año de la pera hasta ya mismo”. Me gusta su estilo desenfadado e irreverente, su sentido del humor y su visión progresista de la vida y de la historia. Resulta inquietante leer y reflexionar sobre la vida desgraciada de hombres poderosos: La historia de Maximiliano de México (país al que volaba) me resultó especialmente dramática: el presidente Benito Juárez envió el cadáver del emperador a Viena. Había sido ejecutado antes haber cumplido los 35 años. El fruto de una estúpida ambición. La consecuencia de haberse dejado arrastrar por el señuelo del poder.

Otro espejismo puede ser, también, el dinero. Sacrificar el tiempo, la familia y la dignidad para hacerse con un dinero ilimitado, para alcanzar una vida de lujos y placeres es una grave equivocación. El profesor Enrique Javier Díaz Gutiérrez, amigo entrañable, acaba de publicar un interesante libro titulado “Educar para superar el capitalismo y aprender a vivir de forma justa con lo necesario”. El prólogo es de Yayo Herrero y el epílogo de Carlos Taibo. En el título aparecen, como habrá comprobado quien ha leído atentamente, dos elementos fundamentales. El primero es “vivir de forma justa” (yo añadiría de forma solidaria). El segundo es ”vivir con lo necesario”. Ya sé que lo necesario es un concepto ambiguo, pero está claro que la ambición nos lleva a poner en práctica medios ilícitos de enriquecimiento y formas de vivir asentadas en una molicie egoísta.

Otro espejismo es la fama. Alcanzar la fama es el objetivo de muchas personas. El camino para llegar a ella es a veces tortuoso. Cuando se alcanza el sueño, cuando se toca con las manos la fama se suele recibir un golpe de realidad como el que recibió reiteradas veces la paloma cuando se estrellaba contra la imagen de la rosa reflejada en los espejos.

Añadiré un espejismo de nuestro tiempo, que es la prisa. Esa aceleración desorbitada que nos hace correr y correr apresuradamente sin saber a dónde. Todo se hace de prisa. Mientras disponemos de más tiempo tenemos la sensación de que no disponemos del necesario para hacer las cosas con sosiego y tranquilidad. ¿A dónde vamos tan de prisa? La prisa es la trampa del tiempo. No lo olvidemos: la tortuga puede hablar más del camino que la liebre. Me gusta decir que no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada. Estamos inmersos en el torbellino del tiempo: hay que comer de prisa, leer de prisa, viajar de prisa, vivir de prisa…

Hace muchos años vi en unos terrenos de Punta del Este un cartel que anunciaba una próxima construcción de viviendas. Era un cartel promocional. El texto no podía ser más elocuente y atractivo. Decía así: “Aquí solo corre el viento”.

Decía Chesterton que una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo.

Existe el movimiento de la educación lenta, que nace al calor del movimiento slow. Se trata de una tendencia que promueve una mayor reflexión en torno a nuestras vidas, nuestros actos y el impacto que tienen en los demás y en el mundo en general. Por ejemplo, el movimiento slow food intenta que seamos más conscientes de qué comemos, de dónde procede lo que comemos y cómo está preparado.

Maurice Holt, en su artículo de 2002 It´s time to start the slow school movement fue el primero en aplicar los principios del movimiento slow a la educación. Holt analiza el sistema de educación público de Estados unidos y se encuentra con un panorama desolador: hostigadas por un sistema de evaluación basado en tests estandarizados, las escuelas públicas americanas han adaptado sus clases para preparar a los estudiantes, los estudiantes se dedican a memorizar datos y conceptos en vez de aprenderlos y comprenderlos. Holt propone un cambio: dar mayor autonomía a las escuelas y a los profesores; dejarles organizar el tempo de clase según las necesidades e intereses de los estudiantes, pero sin rebajar el nivel de exigencia; y fomentar el pensamiento crítico y la comprensión por encima de la memorización.

El profesor Joan Doménech escribió en 2009 un libro interesante al respecto: “Elogio de la educación lenta”. A él me remito.

Voy a llamar la atención, finalmente, sobre un quinto espejismo, que son las drogas, las adicciones de todo tipo. Hacia ellas se dirigen algunos jóvenes esperando encontrar una felicidad que no pueden encontrar. Los efectos destructivos de este engaño pueden ser devastadores. Los jóvenes piensan que el consumo de drogas les hace modernos y libres cuando, en realidad, les convierte en débiles y esclavos. Las drogas crean un bienestar ficticio, engañoso y generan una dependencia dañina. El consumo empieza con dolor y acaba con dolor.

Decía Ringo Starr: “Caí en la trampa de creer esa absurda teoría de que, para ser creativo hay que machacarse el cerebro. Al final estaba tan majareta que no era capaz de crear nada. Estaba tan ocupado tomando cosas que no podía dedicarme a nada más”.

¿Quién o qué nos puede ayudar a no golpearnos contra las imágenes reflejadas en los espejos de ese templo que es la vida?

Nos puede ayudar la educación. Porque la educación, como me gusta recordar siempre que puedo, nos enseña a discernir con rigor lo que sucede en la realidad, nos enseña a pensar de forma precisa, estableciendo exigentes nexos causales. Nexos que se establecen entre causas y efectos que se producen en la sociedad y en nuestra propia vida. Como dice Paulo Freire la educación nos ayuda a pasar de un mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. Por otra parte, al estar asentada la educación en la ética, nos ayuda a desarrollar actitudes de respeto a nuestra propia dignidad y de reconocimiento y respeto a la dignidad de los demás.



martes, 19 de marzo de 2024

La fiebre pedagógica

Cuando se habla de las competencias que ha de tener un profesor, se hace referencia a las relacionadas con el saber, con el saber hacer, con el saber contar, con el saber sentir y con el saber ser. Las de los dos grupos primeros son objeto de atención preferente en la formación inicial. No es tan frecuente que haya preocupación por las competencias relacionadas con el saber contar, el saber sentir y el saber ser. No se hace gran cosa por la educación emocional de los docentes, por ejemplo

En la reciente obra de Luis Landero, “La última función”, se habla de una competencia que casi nunca se menciona. Me refiero a la fiebre pedagógica. Una competencia que está en el origen de la decisión de ser maestro, en las instancias de formación y en el desarrollo profesional.

Soy un seguidor entusiasta de la obra del escritor extremeño Luis Landero. Cuando veo una nueva novela suya en el escaparate de una librería, de forma irresistible, tengo que ponerme a leerla. Eso me ha sucedido hace unos días con su reciente libro titulado “La última función”.

Hace muchos años me encontré con Landero en su pueblo natal, Alburquerque. Acababa de leer su novela “El guitarrista”. Y recuerdo que le dije:

Me gusta tanto cómo escribes, cómo cuentas la historia, que me importa poco lo que estás contando. Me atrapa con tanta fuerza la forma de decir que casi se me olvida lo que dices.

Agradeció el sincero cumplido con una sonrisa y, si hoy le encontrara de nuevo, tendría que decirle lo mismo de las novelas suyas que he leído desde entonces (no sé si respeto el orden de aparición): “El balcón en invierno”, “Absolución”, “Retrato de un hombre maduro”, “El huerto de Emerson”, “La vida negociable”, “La lluvia fina”, “Una historia ridícula”… Tan cierto es lo que digo que, con alguna de sus obras, no podría repetir el argumento de la trama. Solo podría decir lo mucho que disfruté leyendo y la resistencia a que pasito a paso estuviera llegando al final.

– ¡Qué pena, ya solo me quedan cuarenta páginas, treinta páginas, vente páginas…!

Voy al título del artículo que he tomado de uno de los personajes de la historia que cuenta en “La última función”. Me refiero al maestro Ángel Cuervo, del que dice el autor:

“Enardecido por la fiebre pedagógica, se hizo maestro y ejerció durante muchos años en muchos lugares, ciudades y aldeas y de todos huyó a los pocos cursos porque en ninguno encontró un alumno, un discípulo, ni siquiera uno donde él viese la inconfundible luz del genio”.

¿Qué es la fiebre pedagógica? Me aventuraré a explorar en el concepto. Si tenemos en cuenta que la fiebre corporal es un aumento temporal de la temperatura, podría decirse que, metafóricamente, se trata de una situación enardecida, una calentura del ánimo. Si la fiebre corporal es, además, una parte de la respuesta general del sistema inmunitario del cuerpo, la fiebre pedagógica nos inmunizaría de aquellas reacciones adversas que lastran el optimismo: desafección de las familias, pasividad de los alumnos, insensibilidad de los políticos…

La fiebre está relacionada habitualmente con la estimulación del sistema inmunitario del organismo, ya que ayuda a combatir a determinados organismos que causan enfermedades. Entre las causas más comunes están: Infecciones. trastornos inflamatorios o autoinmunitarios. Eso es. La fiebre pedagógica nos fortalece ante las adversidades de la profesión. Adversidades que pueden proceder de las dimensiones organizativas de la práctica, de las actitudes de los colegas y de las limitaciones de nuestro propia actuación profesional.

Ceo que esa fiebre pedagógica de la que habla Luis Landero es una necesaria actitud del profesional. Una actitud que empieza cuando la elegimos y que se puede mantener cuando la vivimos con pasión. Pienso que el magisterio es una profesión que solo se puede vivir dignamente con pasión.

La fiebre pedagógica nos hace ser creativos, entusiastas, esforzados, emprendedores, resilientes, perseverantes, trabajadores, optimistas, apasionados… Es ese plus de ilusión que se necesita para hacer frente a situaciones complejas que se convierten en retos y desafíos.

La fiebre es molesta, nos desasosiega, nos saca del confort, nos mantiene en tensión, nos estimula y espolea. Y eso es lo que sucede con la fiebre pedagógica.

El maestro Ángel Cuervo se siente impulsado febrilmente a cultivar lo que considera un don especial que tiene un alumno, en este caso Tito Gil (Ernestito Gil), protagonista de la obra de Landero, cuya prodigiosa voz le ha de llevar a singulares cotas de éxito. El maestro es quien descubre la veta del valor (tiene “mirada sagaz”), quien ayuda a cultivarla, quien guía, tutoriza y sostiene a sus alumnos…

“¿Qué habría sido de Mozart si un padre o un maestro no hubieran visto en él desde el principio el resplandor de la grandeza (que a veces, por cierto, solo emite débiles, casi imperceptibles señales, nada fáciles de captar) y hubieran abonado el entorno para que aquella semilla creciera saludable y robusta? Y cuántas otras no se habrían agostado al faltarles el sustento de alguien que las cuidase hasta que pudieran valerse por sí solas! Sí, él sabría percibir al talentoso, al elegido, entre la rutina de los días y la grisura de la multitud. Esa sería su cualidad: la mirada capaz de penetrar en los secretos mejor guardados de las almas. Y entonces se convertiría en su guía, en su tutor, y su nombre aparecería junto a él, si no en un álbum de cromos, sí al menos en los libros de historia. Así de humilde y así de ambicioso era su empeño”, dice Landero.

La gloria del maestro se esconde bajo los clamores del éxito del discípulo. Su tarea consiste en descubrir los destellos del genio y cultivarlos de forma inteligente para que se desarrollen con plenitud.

“Y de pronto llegó Tito a la escuela. Algo de su viejo ideal renació en él. He aquí que el destino ponía al fin en sus manos, ya en el crepúsculo de sus días, la oportunidad de cumplir su viejo afán y darle algún sentido a su vana existencia. Quizá fue un gesto de desesperación, de orgullo, de despecho, pero el caso es que reconoció en Tito los signos de la grandeza, la semilla del genio. Aquella voz y el talento natural que tenía para usarla y acompañarla con los ademanes y gestos idóneos, ya fueran serios o jocosos, sin tener la menor noticia de lo que era el teatro anunciaban al actor de renombre, o al orador llamado a sugestionar y mover a las masas con solo la alquimia de su voz”.

Una vez descubierto el filón de la genialidad, el maestro Ángel Cuervo se encarga de la guía y la tutela de su discípulo. Y actúa de forma exigente y rigurosa. “Lo tomó bajo su magisterio”, dice de forma lapidaria Luis Landero.

“Le hizo aprender de memoria poemas, monólogos dramáticos y piezas oratorias, que Tito retenía con gran facilidad, y no solamente se los hacía recitar en clase sino que, convertido en su representante lo llevaba a actuar en los espectáculos más o menos culturales que se celebraban en nuestro pueblo y en otros vecinos, como si fueren de gira, y con ocho años dio en solitario su primer concierto de rapsoda”.

Quien se dedica a la tarea de la enseñanza ha de tener esa fiebre pedagógica que impulsa a una acción comprometida y desafiante, que cultiva el optimismo, que da fuerza en las adversidades, que impulsa la esperanza y potencia el amor. La fiebre pedagógica espolea a quien la padece, estimula, ilusiona, da fuerza, aviva la creatividad, impulsa a buscar nuevos recursos, facilita la perseverancia, multiplica las fuerzas, aviva la fe en los resultados y hace disfrutar del éxito de los alumnos y de las alumnas. “Ángel Cuervo, dice el autor extremeño, estuvo durante años aguardando los éxitos de su tutelado y murió poco después con el convencimiento de que su vida no había sido del todo vana”.

Hay circunstancias que hacen desaparecer la fiebre pedagógica como si se tratase de un mal que nos aqueja. Su desaparición evita las molestias de la fiebre, nos instala en la comodidad y el conformismo. La rutina que es el cáncer de las instituciones, el cansancio, la pérdida de la ilusión, los fracasos reiterados, los jefes tóxicos, la desidia, la desilusión, el fatalismo son las secuelas de esa pérdida.

Me duele ver a jóvenes recién salidos de las Facultades de Educación que ya han perdido o que nunca han tenido esa fiebre pedagógica que les haría disfrutar de la tarea y les haría entusiastas y dinámicos emprendedores. Me duele verlos ya quemados sin que hayan visto siquiera el humo.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2024/03/02/la-fiebre-pedagogica/

jueves, 14 de marzo de 2024

Hábitos atómicos

La primera llamada de atención fue ver a una señora leyendo un libro con el título de este artículo en un viaje de avión desde Málaga a Madrid. No pude ver el nombre del autor pero reconozco que quise saber de qué iba aquella enigmática obra. ¿Hábitos atómicos? La segunda fue ver en una librería que ese libro ya tenía 27 ediciones. Seguro que ahora ya tendrá alguna más. La tercera fue fijarme en el nombre del autor, James Clear, empresario nacido en Hamilton (Ohio), a quien conocía por otros trabajos. Y la definitiva fue darle un vistazo al índice (no sé dónde leí que de los libros no hay que fiarse ni del índice) y leer la contraportada. Sé por experiencia que, aunque esté redactada en tercera persona, suele estar escrito por el autor.

Mi ocupación de profesor y mi condición de padre fueron también decisivas para tomar la decisión. Los jóvenes están muy necesitados de adquirir buenos hábitos, hecho que exige dos cualidades que son muy necesarias y de las que no andan sobrados: voluntad y perseverancia. Más que suficiente para la compra del libro. Adquirir buenos hábitos y evitar o eliminar los hábitos dañinos son estrategias necesarias para encauzar la vida por buen camino.

He leído el libro, cuyo subtítulo es muy clarificador: “Cambios pequeños, resultados extraordinarios”. Y me he alegrado de hacerlo. Porque me ha dado luz a algunas cuestiones que considero importantes para orientar los comportamientos y organizar la vida de forma provechosa. Pocas cosas hay más importantes.

Se trata de un libro de más de trescientas páginas, muy bien estructurado, bien escrito, claro y conciso, a caballo entre la reflexión teórica y la orientación práctica y, sobre todo, muy bien fundamentado. Tiene más de treinta páginas de notas aclaratorias, además de numerosas acotaciones a pie de página. Con frecuencia hace referencia a investigaciones en las que apoya sus explicaciones y sugerencias. No es, por consiguiente, un simpe libro de autoayuda.

Comenzaré por desvelar el contenido de las dos palabras que dan título al libro y a mi artículo. “Un hábito es una rutina o una práctica que se realiza de manera regular: una respuesta automática a una situación específica”. El hábito es una conducta que se ha repetido lo suficiente para volverse automática. Un átomo es la parte más pequeña de una sustancia, que no se puede descomponer. Un hábito atómico “es una práctica regular o rutina que no es solamente pequeña y fácil de realizar, también es la fuente de un poder increíble. Un componente de un sistema de crecimiento compuesto”.

Es fácil realizar malos hábitos y difícil desarrollar buenos hábitos. En efecto, los buenos hábitos (leer diariamente, hacer ejercicio, llevar un diario, cocinar, meditar, ordenar el cuarto de estudio, ser puntual…) funcionan unos días, pero después los abandonamos porque resultan una molestia. Los malos hábitos (consumir comida basura, fumar, aplazar las obligaciones, ver demasiada televisión, usar constantemente el móvil…) son difíciles de romper.

James Clear sostiene que hay tres niveles o capas de cambios: el cambio de resultados, el cambio de procesos y el cambio de identidad. La manera más efectiva de cambiar los hábitos consiste en centrarse no en lo que se quiere lograr sino en la persona en que se quiere uno convertir. Y la identidad surge de los hábitos.

El proceso de construir un hábito pasa por cuatro fases o pasos. La primera fase es la señal, que desencadena el proceso en el cerebro. Se trata de una pequeña porción de información que anticipa la recompensa. La segunda es el anhelo, que es la fuerza que nos impulsa. Sin cierto nivel de motivación o de deseo no tendríamos razones para actuar. La tercera fase es la respuesta, que es justamente el hábito que se realiza. El que la respuesta ocurra depende de cuánta motivación exista. La cuarta fase es la recompensa, que es la meta final de cada hábito. El primer propósito de la recompensa es la satisfacción del deseo, el segundo es enseñarnos qué acciones vale la pena recordar en un futuro.

Dice el autor que la motivación está sobrevalorada y que el ambiente, a menudo, es más importante para la formación de hábitos. Yo añado que es muy importante integrarse en grupos de personas que tienen hábitos saludables. Es más fácil ejercitar el hábito de leer o de hacer ejercicio cuando perteneces a grupos de personas que tienen estos hábitos muy bien desarrollados. De la misma manera que es más fácil fumar cuando perteneces a un grupo de fumadores empedernidos. Y esto es especialmente verdad para los jóvenes ya que para ellos tiene mucha fuerza lo que hacen sus pares.

No conviene instalarse en la procrastinación. Hay que buscar la forma de no postergar. Y para conseguirlo es bueno elegir rutinas sencillas. Pondré un ejemplo narrado por la protagonista. Twyla Tharp es reconocida como una de las más grandes bailarinas y coreógrafas de la era moderna. En 1992 ganó la beca McArthur, conocida como la Beca de los Genios. Ha pasado la mayor parte de su carrera haciendo giras mundiales para presentar sus originales coreografías. Ella considera que una buena parte de su éxito se debe al desarrollo de sus hábitos cotidianos. Estas son sus palabras:

“Empiezo cada día de mi vida con un ritual. Despierto a las 5.30, me pongo mi ropa para entrenar, mis calentadores, mi sudadera y mi gorro. Salgo a la calle desde mi casa en Manhattan, tomo un taxi y le pido que me lleve al gimnasio Pumping Iron que se encuentra en la esquina de la Calle 91 y la Primera Avenida, donde hago ejercicio durante dos horas.

El ritual no consiste en los estiramientos y el levantamiento de pesas que realizo cada mañana en el gimnasio. El ritual es tomar el taxi. En el momento en que le digo al taxista a dónde voy, he completado el ritual.

Es un acto muy simple, pero hacerlo de la misma manera cada mañana lo convierte en un hábito repetible, que es sencillo de hacer, reduce la probabilidad de que lo deje de hacer o de que lo haga de manera distinta. Es uno más de los hábitos en mi arsenal de rutinas y es una cosa menos a la que tengo que dedicar tiempo para pensar”.

El lector o la lectora podrán encontrar reflexiones teóricas pero también algunas sugerencias prácticas conducentes a la adquisición de hábitos saludables. Pondré un ejemplo: la regla de los dos minutos. Dice el autor con indudable perspicacia: “Cuando sueñas con hacer un cambio, la emoción te domina de manera inevitable y terminas tratando de hacer demasiadas cosas en poco tiempo”. Para contrarrestar esta tendencia propone seguir la regla de los dos minutos que reza así: “Cuando empiezas un nuevo hábito, no debe llevarte más de dos minutos”. Para que quede claro: “Leer antes de dormir” se transforma según esta ley en “leer una página”. Hay que empezar por lo fácil, por lo sencillo. Correr un maratón es muy difícil, correr cinco kilómetros es difícil, caminar diez mil pasos es moderadamente difícil. Caminar diez minutos es fácil. Y ponerse las zapatillas es sumamente sencillo.

James Clear plantea cuatro leyes para la adquisición de hábitos buenos (entre paréntesis las leyes para evitar los malos hábitos): hacerlo obvio (hacerlo invisible), hacerlo atractivo (hacerlo poco atractivo), hacerlo sencillo (hacerlo difícil), hacerlo satisfactorio (hacerlo insatisfactorio). Con explicaciones claras, ejemplos sugerentes y propuestas concretas, el autor nos persuade de la importancia que tiene para organizar la vida, adquirir hábitos beneficiosos y eliminar los hábitos dañinos.

Es muy importante que quienes tenemos la responsabilidad de la educación en la casa y en la escuela sepamos ayudar a nuestros hijos y alumnos a formar hábitos beneficiosos, sin olvidar nunca que es nuestra forma de actuar lo que más influye en su formación. No es muy coherente decir con un cigarro en la boca: hijo, fumar es muy dañino para la salud.

Hay interesante literatura sobre esta cuestión. Pienso en el “El poder de los hábitos”, escrito por Charles Duigg. La pretensión de estas reflexiones es clara y decisiva: se trata de aprender a vivir mejor. 

 Fuente: Autor Miguel Ángel Santos Guerra.

El castigo

El nexo casual de imponer un castigo y conseguir la erradicación de la falta es muchas veces poco riguroso

Otra cuestión es la adecuación entre la gravedad de la falta y la naturaleza del castigo. ¿Es proporcionado? ¿Es justo?


En el vuelo de Madrid a la Ciudad de México que realicé hace unos días para participar en el 6º Congreso Nacional de Escuelas Normales del país mexicano comencé a ver una película titulada “El castigo”. Una película del Director Matías Bize, con los actores Antonia Zegers (Ana) y Néstor Cantillana (Mateo). Se trata de una coproducción chilena-argentina. El comienzo es sobrecogedor. Los padres de Lucas han dejado a su hijo de 7 años solo durante dos minutos en un enorme bosque, como castigo por algo que el espectador no conoce pero que la madre califica de muy grave. Dos minutos de abandono para que el niño escarmiente y aprenda a evitar el mal comportamiento que ha tenido.

Los padres lo dejan solo, se van en el coche y dos minutos más tarde vuelven al punto donde dejaron a su hijo pero, para su sorpresa y su angustia, no aparece por ninguna parte. Los ruidos extraños del bosque sobrecogen. La inmensa maleza aterroriza. Los padres temen que el hijo haya podido pensar que le habían dejado allí para siempre, que le habían abandonado. Y, como consecuencia de su desesperación, ha corrido sin rumbo. Está oscureciendo. La noche está cayendo y el matrimonio se teme lo peor. Puede haber animales salvajes, puede haber trampas y pozos en los que podría estar atrapado.

La madre recibe la llamada de la abuela del niño y le pregunta cuánto tendrá que esperar para que lleguen a la cena. Excusas diversas ocultan el drama que están viviendo. La madre finge una normalidad que está muy alejada de la tragedia que están viviendo.

Los padres gritan el nombre de su hijo con progresiva desesperación.

– Lucas, Lucas, Lucas…

La madre, en un primer momento, le amenaza con un nuevo castigo si no sale de su escondite y se presenta inmediatamente: “si no apareces vas a estar un mes sin utilizar la tablet”. Luego se ablanda ante la ausencia y entre reiteradas llamadas y exploraciones infructuosas por la zona boscosa le promete algunos regalos si abandona su estrategia de ocultamiento y pide perdón por lo sucedido. Se puede observar fácilmente que la madre funciona con su hijo a través de un código de premios y castigos.

Mientras buscan y gritan el nombre de Lucas, los padres entablan una interesante discusión sobre la actitud sancionadora, rígida y estricta de la madre. Ella tuvo la iniciativa y exigió llevarla a la práctica. El marido la acusa de rigidez extrema y ella le reprocha una excesiva permisividad. “Hay que ponerle límites y hay que exigirle que los respete. Y, cuando no lo hace, tiene que ser castigado para que aprenda”, dice la madre.

En ese momento de la proyección el avión aterriza en el aeropuerto de la ciudad de México y se detiene el sistema de entretenimiento. Así que allí dejo al niño perdido en el bosque y a los padres crispados y aturdidos ante la inminencia de la llegada de la noche

En los días de Congreso me acordaba del pequeño Lucas perdido en el bosque y me asaltaban dudas que siempre me han perseguido sobre la necesidad y la bondad y la justicia y la eficacia de los castigos. Nunca los he utilizado ni con mis alumnos y alumnas ni con mi única hija. Siempre he dudado de su eficacia para el aprendizaje. He querido que aprendan, pero no a palos. ¿Qué se pretende con el castigo? Pues que el niño o la niña aprenda a comportarse bien, es decir, a evitar los malos comportamientos o a ejecutar los buenos ante el temor de la sanción. No por convencimiento sino por temor. Pero existe una objeción que nadie me ha desmontado: el niño aprenderá a evitar el mal comportamiento por miedo al castigo. Pero, ¿qué sucederá cuando ya no exista? En realidad no ha aprendido a portarse bien, sino que ha aprendido a evitar el dolor (la privación, la sanción, el ridículo, la afrenta…). Prueba de ello es que muchos de esos comportamientos que pretendemos erradicar tienen lugar cuando nadie les ve.

Si aprendemos a comportarnos bien por evitar el castigo, cuando ya no lo tengamos encima como una amenaza, repetiremos nuestros comportamientos negativos.

Creo que no debemos aparcar en doble fila porque podemos causar un grave daño a una persona que necesita salir con urgencia y no puede hacerlo porque un coche se lo impide. La multa es un castigo que tratamos de evitar pero en nada mejora nuestra sensibilidad con el prójimo, que es lo que realmente importa.

El nexo casual de imponer un castigo y conseguir la erradicación de la falta es muchas veces poco riguroso por no decir totalmente arbitrario.

Creo que nos menospreciamos cuando pensamos que los seres humanos solo aprendemos a palos, es decir, con multas, con sanciones o castigos. ¿Por qué no pensar que los razonamientos, que los valores, que el respeto, que la convicción nos ayudan más que el perjuicio económico, o la privación de libertad?

Existe un efecto secundario en el castigo en el que a veces no se repara. La persona castigada, cuando piensa que el castigo ha sido injusto o desproporcionado, puede romper la relación con la persona que vela por su educación.

Hay otras cuestiones de carácter educativo en el proceso sancionador que frecuentemente no son consideradas. ¿Es realmente un comportamiento detestable? ¿A juicio de quién? ¿Lo es en sí o porque le molesta al adulto?

Otra cuestión es la adecuación entre la gravedad de la falta y la naturaleza del castigo. ¿Es proporcionado? ¿Es justo?

Y, sobre todo, el castigo, rompe frecuentemente la relación positiva del adulto con el hijo o el alumno. Sobre todo cuando no se produce un diálogo que permita manifestar la discrepancia, si es que existe, entre la valoración del infractor de la norma y la persona que impone la sanción.

Es cierto que el niño necesita tener límites, que debe saber que los actos que realiza tienen consecuencias, que no da igual hacer las cosas bien que hacerlas mal. El problema está en pensar cuál es el camino que lleva a conseguir esos objetivos sin excesivos costos.

Vete a ver lo que hace el niño y prohíbeselo, dice el progenitor severo al más benevolente.

Si queremos acabar con los comportamientos racistas en los campos de fútbol, ¿tenemos que imponer sanciones durísimas que cierren las puertas de los estadios a quienes faltan al respeto a las personas de color? Cuando se queden en sus casas o paseen por la calle, ¿habrán dejado de ser racistas?

Llegó el momento de regresar al avión. Hice el trayecto de Xalapa a Veracruz y de Veracruz a ciudad de México y en el vuelo de Iberia hacia Madrid elegí la película que había comenzado a ver y que no había concluido.

Entonces supe lo que había pasado. El niño, que viajaba en la parte trasera del coche, tuvo un ataque de ira contra su madre, dio varias patadas en su asiento y le tapó los ojos con ambas manos cuando ella iba conduciendo. Este hecho provocó un frenazo brusco y el inmediato castigo. El niño bajó del coche y ellos se fueron. Dos minutos. Lo que se llama en el lenguaje cinematográfico tiempo objetivo. El tiempo anunciado coincide con el tiempo del reloj.

Desesperados, repiten el nombre de su hijo. Llaman a la policía. Pero no se atreven a manifestar que la desaparición había sido consecuencia de un castigo a su hijo. Les dicen que el niño pidió parar para orinar y se apartó porque es muy vergonzoso.

Sin embargo, con perspicacia, la policía descubre que hay un frenazo en las huellas de las ruedas del coche y otra rodada normal. Por consiguiente, han estado allí dos veces. Se ven obligados a descubrir la realidad.

La policía les advierte que es necesario saber la verdad. Su intervención tendrá más éxito si conocen todo lo que ha pasado: el niño ha podido ser devorado por una fiera o ha podido ser recogido por algún conductor que pasase por la carretera.

Al final de la película el niño aparece sano y salvo, sin que el espectador conozca el detalle de lo que ha sucedido con su descubrimiento. Un policía le acompaña. El padre acude a su encuentro de forma espontánea y entusiasta. La madre le mira desde la distancia, sin saber si dar rienda suelta a la alegría del reencuentro, sobrecogida por el reconocimiento de su drama interior.

La crisis ha puesto de manifiesto que la madre tiene una relación compleja con su hijo. Nunca aceptó su concepción ni su nacimiento. Y confiesa que la presencia del hijo en la vida ha estado en el origen de su infelicidad. ¿Cómo no tener en cuenta esa vinculación emocional en el análisis el afán sancionador?

Miguel Ángel Santos Guerra. El Adarve.

viernes, 5 de enero de 2024

La sustancia de la vida

Llamamos Nochevieja a la noche de fin de año y, al día siguiente, primero del Año Nuevo. Las dos fechas son iguales, igual de viejas o nuevas. Lo que pasa es que los seres humanos marcamos el tiempo a través de unos relojes biológicos y sociales que se convierten en hitos para medir el tiempo.

Somos seres temporales, marcados por el antes y el después. Constantemente hacemos referencia a las diversas dimensiones del tiempo: al pasado que se fue, al futuro que vendrá y al presente que siempre se está yendo… Las personas tienen diversos relojes naturales que les permiten romper ese “continuum” que es el tiempo. Veamos algunos:

El reloj nictameral o circadiano. Consiste en el paso del día y de la noche. Ese reloj nos permite medir el tiempo y a él se ajustan muchos fenómenos culturales y biológicos. Se trata del sistema neurovegetativo, que no todos los seres humanos experimentan de la misma forma: hay quien tiene ritmo de búho y se encuentra muy espabilado por la noche y hay quien tiene ritmo de alondra y se siente muy vivaz por la mañana. Cuando ese ritmo se altera se producen desajustes psicológicos y somáticos. Pensemos en los efectos del jet lag cuando se viaja en avión o en los cambios de turno (nocturno/diurno) en el trabajo.

El reloj hebdomadario o semanal. Este reloj es muy importante en nuestra vida laboral. Los fines de semana marcan el paso del tiempo. Decimos: “tenemos una semana laboral de 35 horas”, “mañana es lunes”, “ya es viernes”, “buen finde”… Marcamos el tiempo por semanas.

El reloj mensual. Este reloj divide el año en doce partes. Los calendarios tienen doce páginas. “Nos dan la paga a final de mes”, decimos. Las mujeres tienen un reloj particular que es la menstruación. Como este reloj natural viene acompañado de molestias y de dolor (y tiene vinculaciones con el embarazo), es especialmente intenso.

El reloj trimestral de las estaciones. Tiene mucha importancia en el organismo y en la configuración psicológica. Las depresiones de primavera y otoño, la exaltación del verano con las vacaciones y el buen tiempo, el frío del invierno que nos hace encerrarnos en casa. Este reloj tiene una dimensión académica. El curriculum de algunas etapas, especialmente la universitaria, se marcan por períodos trimestrales o cuatrimestrales…

El reloj anual. Es una forma de medir el tiempo: el reloj del cumpleaños, el curso académico, el contrato del alquiler, las fiestas patronales, las Navidades de cada año y, sobre todo, la tradicional fiesta del tiempo que es la Nochevieja.

Un extraterrestre ajeno a nuestras costumbres se preguntaría por los comportamientos extraños de la Nochevieja: griterío, disfraces, charangas, cotillones, canciones, bailes, alcohol… Y, sobre todo, el rito de las doce uvas a medianoche que separa la última hora del año que se va y la primera del año que empieza. Se trata de un grito de júbilo (un año más) y de angustia camuflada (un año menos). Es una huida del tiempo que pasa, y la celebramos para olvidar que nosotros también nos vamos con él.

No pasa el tiempo con la misma velocidad para niños, jóvenes, adultos y ancianos. Hace algunos años leí un libro titulado “¿Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores?”. Un libro de Douwe Draaisma, profesor de Historia de la Psicología de la Universidad de Groningen, (Holanda). Dice que en los relojes de arena, a fuerza de rozarse los granos al pasar de un lugar al otro, acaban siendo más finos y pasando con más rapidez.

“Carpe diem” (aprovecha el tiempo) es una sabia expresión. Cada uno debe llenar esta clásica sentencia del contenido que su especial situación quiera y pueda darle. Ofrecemos la imagen de personas que corren alocadamente sin disponer de tiempo para pensar hacia dónde se dirigen. ¿Y, si fuera hacia el abismo, para qué tanto correr? Las prisas actuales, la sobrecarga de actuaciones, la presión de las urgencias… imprimen un ritmo trepidante al paso del tiempo. ¿Quién no oye decir cada vez con más frecuencia “no tengo tiempo para nada”? Hablamos de matar el tiempo, pero es el tiempo quien nos va matando a nosotros,

Un conferenciante, delante de su auditorio, sacó de debajo de la mesa un tarro de vidrio de boca ancha y lo puso sobre la mesa. Luego sacó varias piedras del tamaño de un puño y empezó a colocarlas una por una en el tarro. Cuando estuvo lleno hasta el tope preguntó al auditorio: ¿Está lleno este tarro? Todos los asistentes dijeron que sí.

Entonces dijo: ¿Están seguros? Y sacó de debajo de la mesa un cubo con piedrecitas pequeñas. Echó algunas en el jarro y lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomoden en el espacio vacío entre las grandes.

Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: ¿Está lleno este tarro? Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: “Probablemente no”.

Muy bien, contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa una bolsita llena de arena y empezó a echarla en el tarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas.

Una vez más pregunto al grupo: ¿Está lleno este tarro? Esta vez varias personas respondieron a coro: ¡No! Una vez más el expositor dijo: ¡Muy bien! Luego sacó una jarra llena de agua y echó agua al tarro hasta que estuvo lleno hasta el borde.

La enseñanza, dijo, es que si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en ningún otro momento. Las piedras grandes se refieren a nuestra base, lo más importante para nosotros y se relacionan con nuestros valores, lo que nos enriquece como personas.

En ocasiones priorizamos las cosas irrelevantes frente a las que tienen un mayor valor para nosotros, llenando nuestro tiempo y cabeza de nimiedades que hacen que no tengamos tiempo para lo verdaderamente importante. No es cuestión de no tener tiempo, es cuestión de saber organizarse y priorizar, de identificar nuestras piedras grandes para que sean la base.

Tenemos prisa, pero sin saber a dónde vamos. La sensación de impaciencia cuando el semáforo pasa al verde (el conductor que va detrás pita bruscamente al despistado que está mirando por la ventanilla), la desesperación en un atasco, el paso acelerado en el paseo para no perder el tiempo, la crispación cuando el coche más lento avanza por el carril izquierdo, la rabia ante la parsimonia del que deja un aparcamiento que nosotros esperamos… son síntomas de la enfermedad de la prisa.

Los jóvenes se han sumergido en el ritmo apresurado. Conducen de prisa, estudian de prisa, viven de prisa, se divierten de prisa… Han entrado en el vértigo de la velocidad. La aceleración histórica de la que habla Karl Jaspers se está multiplicando progresivamente. Quien no se mete en ese torbellino, es arrollado por él.

Sí, vivimos muy de prisa. Ayer vi a mi hija escuchar el audio de una amiga con una velocidad extrema. Casi no se entendían las palabras. Escuchar al ritmo de la grabación supone una pérdida de tiempo.

No se pueden parar los relojes naturales. Pero se puede vivir el tiempo de un modo u otro. El terrón de azúcar no se disuelve con la misma velocidad en el agua para el sediento que para el saciado. Los últimos cinco minutos del partido no pasan a la misma velocidad para los seguidores del equipo que va perdiendo por la mínima que para los del que está ganando. Bergson hablaba del tiempo subjetivo.

Lo importante no son los relojes. Lo importante es el modo con el que vivimos el tiempo. El problema no es de los relojes (un reloj parado marca dos veces al día la hora exacta) sino de los seres humanos que vivimos cada día con más ansiedad el tiempo que vuela. Un tiempo en el que cada vez suele haber menos huecos para las cosas importantes: tomar un café tranquilamente con los amigos, pasear despacio a la orilla del mar con la mano en el hombro de la persona amada, leer precisamente aquello que no va ser objeto de un examen, escuchar música con los ojos perdidos en el fondo del corazón… El problema es de quienes no tenemos la sabiduría y la voluntad necesarias para dar prioridad a las actividades verdaderamente importantes.

Feliz Nochevieja de 2023. Un año menos. Un año más. Nos lo dice nuestro reloj natural de la Nochevieja. Feliz 2024. Y déjame, querido lector, querida lectora, cerrar con una recomendación que nos brinda Benjamin Franklin: “¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es la sustancia de la que está hecha la vida”.

lunes, 25 de diciembre de 2023

¿Dulce Navidad?


“Navidad, Navidad, dulce Navidad, la alegría de este día hay que festejar”, dice la letra de una conocida canción navideña. ¿Dulce Navidad? Imagino cómo será la Navidad de los niños y las niñas de Ucrania y los de la franja de Gaza. Cualquier adjetivo del diccionario será más preciso que el que figura en el título del artículo. Cualquiera de estos le convendría más a la realidad de estas criaturas: amarga, cruel, triste, horrible, catastrófica, infame, injusta, espantosa, terrible, dura, desastrosa… Navidad.

Se trata de genocidios puros y duros, tal como los define el convenio del 9 de diciembre de 1948 de las Naciones Unidas en el contexto del proceso de Nürenberg: “Se entiende por genocidio los actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.

Cuando encendemos la televisión y vemos imágenes del horror no sabemos si se trata de escenas de una película o registros de la realidad. Este es un fenómeno inquietante, como explico en mi libro “Imagen y educación”: La película se hace realidad. De hecho, algunas veces lloramos ante la historia que se cuenta en una película. Pero, de la misma manera, alejamos emocionalmente las escenas recogidas de la realidad como son las de estas guerras, convirtiéndolas en escenas de ficción. Casi setecientos días de guerra en Ucrania. Más de dos meses de guerra en Oriente Próximo. No tenemos ni idea de cuándo llegará el fin. Podemos comer y hablar y reír mientras observamos la barbarie, mientras vemos niños muertos, niños que se han quedado huérfanos, niños y niñas mutilados, edificios destruidos, escenas devastadoras… Se destruyen hospitales, escuelas, museos, viviendas… Y en estas fiestas de Navidad pasearemos viendo la profusión de luces, cantaremos villancicos y comeremos y beberemos felices… El sufrimiento de tantos niños y niñas inocentes será simultáneo en el tiempo a esta riada de festejos.

Decía Plinio el Joven que “la guerra es un atentado contra el género humano”. Pero lo es especialmente contra los niños y las niñas. ¿Qué han hecho para ser víctimas o testigos de esa increíble brutalidad? Sostenía Kant que “la guerra es nefanda porque hace más hombres malos que los que mata”. Traigo a colación esta cita porque la guerra no solo causa daños en quienes la padecen sino en quienes la contemplan. Nos muestra el cruel y estúpido método para resolver los conflictos. “Salvo una batalla perdida no hay nada más triste que una ganada”, dice Arthur Wellesley, duque de Welington que combatió en la guerra de independencia española.

No habrá para los niños y las niñas de la guerra más que miedo y horror en esta Navidad. Miedo a las bombas, a la muerte, al hambre, a la enfermedad, a la pérdida de la familia… Horror ante la destrucción de viviendas, ante la muerte de personas queridas, ante un futuro incierto… La guerra es terrible; las secuelas de la guerra son inenarrables.

Esos niños y esas niñas no tendrán juguetes, ni árboles, ni belenes, ni villancicos, ni regalos, ni fiestas, ni dulces, ni sonrisas, ni luces, ni paz…

La guerra y la Navidad se repelen como fuerzas antagónicas. ¿En nombre de qué Dios se puede robar la Navidad a estos niños y a estas niñas? ¿En nombre de qué causa se les puede arrebatar sus derechos? Derecho a la paz, a la seguridad, al alimento, al cobijo, a la educación, a ser a queridos, a ser protegidos…

Los días se suceden en una y otra guerra sin que el resto del mundo haga otra que mirar asombrado esta brutalidad irracional. He recibido una tarjeta de felicitación en la que se ve a una pareja sentado en un banco al lado de un árbol de Navidad. Ella dice:
– La historia nos juzgará como cómplices de genocidio.
Él contesta:
Oye, que nosotros no hemos hecho nada.
Y ella replica de forma contundente.
Exacto.

Resulta casi inexplicable cómo en muchos países del mundo se celebran estas fiestas con millones de bombillas de colores, con todo el derroche que es imaginable, mientras en otros lugares del mismo mundo personas con iguales derechos mueren y pasan calamidades sin cuento.

¿Qué mundo les vamos a entregar a nuestros hijos y a nuestras hijas? ¿Qué leyes nos hemos dado? ¿Qué educación hemos recibido? ¿A qué escuela fueron los líderes que mantienen un día tras otro la decisión de acabar con la vida de tantos inocentes?

Los mandatarios de los países en guerra, los que tomaron la cruel decisión de exterminar a otro país y la mantienen cada día, ¿cómo pueden dormir y vivir con ese cargo de conciencia? ¿Qué piensan y qué sienten cuando ven en la televisión imágenes tan cargadas de horror? ¿Cómo pueden soportar ver los cadáveres de los niños y de las niñas asesinados? ¿Cómo pueden ver las ambulancias transportando criaturas inocentes medio destrozadas por la metralla?

Me centro en los niños y las niñas porque la Navidad es una celebración especialmente suya. La cristiandad celebra el nacimiento de un niño Dios. Y la cultura ha incorporado esta fiesta a sus tradiciones más significativas que los niños y las niñas viven con enorme ilusión.

Me duele escuchar decir al señor Putin que es importante y necesario cultivar el patriotismo en la juventud. Lo que quiere decir es que el amor a la patria les movilice para ofrecer la vida en la defensa de sus criminales planteamientos. Él toma la decisión de que vayan al frente y ellos ofrecen sus vidas para ir la guerra con alegría y orgullo.

Dalton Trumbo fue un famoso novelista y guionista estadounidense, perseguido por el macarthismo en la época de la caza de brujas. Dirigió una sola película titulada “Johnny cogió su fusil”. El guión fue escrito por el mismo Trumbo sobre una novela antibelicista de su autoría que tenía el mismo título. La película está protagonizada por Thimoty Botons. Cuenta la historia de un joven que es reclutado para combatir en la Primera Guerra Mundial, rompiendo una vida feliz y un futuro cargado de ilusiones y proyectos. En el frente es herido por una explosión y queda convertido en un tronco humano: sin ojos, sin oídos, sin habla, sin piernas ni brazos… Solo se puede comunicar a través de señales de morse dibujadas en la piel. Quienes quedamos en la sala hasta el final de los rótulos de crédito (siempre aconsejo quedarse hasta el final, no solo hasta la palabra fin que, en algunas ocasiones, debería decir por fin) pudimos leer una frase en latín que estaba llena de mordacidad: Dulce et decorum est pro patria mori. Es dulce y honroso morir por la patria. ¿Dulce? Qué horrible trampa la del patriotismo.

Desde sus casas de gobierno Putin y Netanyahu darán órdenes lejos de las trincheras, mientras los patriotas brindan sus vidas en defensa del genocidio. Es decir, que una guerra provoca víctimas en el enemigo y otras entre los combatientes del propio bando.

Acabo de escuchar sobrecogido la entrevista que Angels Barceló ha realizado a Ricardo Martínez, miembro de Médicos sin Fronteras. Qué horror. Qué crueldad. Qué tristeza. Miles de niños y de niñas que llegan a hospitales llenos de sangre y de heces porque el miedo les hace defecar. Muchos de ellos llegan con una etiqueta que produce un dolor insoportable: “niño herido sin familia sobreviviente”. Si se salva, ¿qué será de su vida? Miles de personas durmiendo a la intemperie con frío, sed, con heridas, hacinamiento en escuelas con una ducha para quinientas personas, falta de alimentos, falta de anestesia y de calmantes para los postoperatorios… ¡Con las fronteras cerradas para recibir ayuda humanitaria! ¿Por qué?

Israel tiene derecho a defenderse de los ataques terroristas de Hamás, pero lo que está haciendo sobrepasa todos los límites. Está sometiendo a la población de la franja de Gaza a un exterminio inadmisible.

No solo hay guerra en Ucrania y en la franja de Gaza. Hay más puntos infernales cargados de conflicto y de dolor en esta ¿dulce Navidad?: Siria, Yemen, Afganistán, República Democrática del Congo, Sudán del Sur… Decía Humberto Maturana, querido amigo que nos dejó no hace mucho, que los seres humanos somos “adictos al amor” y «dependientes para la armonía biológica de nuestro vivir cotidiano de la cooperación y la sensualidad, de las caricias y de vínculos positivos y sintonía emocional con los demás, no de la competencia y la lucha». ¿Qué nos está pasando, entonces? Ojalá que la Navidad avive en todos los seres humamos ese núcleo de bondad, de solidaridad y compasión hacia nuestros semejantes que, según Maturana, es consustancial a nuestra condición humana.

El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Pasó el tiempo volando


Estoy seguro de que eso es lo que pensó y sintió Ana Berenguer, sobrecargo del vuelo IB6402 de la compañía Iberia, que cubría el recorrido Ciudad de México a Madrid el pasado día 26 de octubre: pasó el tiempo volando, en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos. Era el último vuelo de su larga vida laboral. El vuelo del adiós.

No supimos nada los viajeros de esta circunstancia hasta que, poco antes de aterrizar en Barajas, nos comunicaron por megafonía que ese vuelo tenía un especial significado para una persona de la tripulación.

Como titular de una tarjeta oro de Iberia le había pedido a la sobrecargo (siempre me ha costado utilizar esta palabra para referirme a una mujer) el pequeño favor de que me dijese si había tres asientos consecutivos libres en alguna hilera del avión ya que, al llegar a destino en Oviedo, tenía que pronunciar una conferencia y quería dormir unas horas. Amablemente me indicó, después de consultar su tablet, que la misma fila donde yo me encontraba tenía tres asientos libres. Le di las gracias, ocupé el asiento central y, siguiendo su consejo, coloqué algún objeto en los dos asientos contiguos. Después de la cena pude dormir unas horas de manera relativamente confortable.

Una sencilla respuesta a una demanda te permite efectuar un diagnóstico fiable. Ana fue amable, rápida y eficaz. Sé que los momentos iniciales del embarque requieren una atención intensa y diversificada. Hay dos tipos de pasajeros, los inclasificables y los de difícil clasificación. Ella lo sabe mejor que yo. Cada uno expresa su demanda y lo hace a su manera. Y tiene que atenderlos a todos. Por lo que luego supimos de ella, Ana ha sido una magnífica profesional que ha hecho la vida más fácil a sus colegas y a sus pasajeros.

En las tripulaciones, como en otros lugares de atención al público, hay dos tipos de personas: simpáticas o antipáticas, amables u hostiles, generosas o egoístas, alegres o hurañas, sonrientes o adustas. Es decir, personas que si pueden ayudarte lo hacen encantadas y personas que, aunque te ayuden, parece que te están perdonando la vida. Ana pertenece al primer grupo. He dicho muchas veces que en los lugares de atención al público debería haber, de forma obligada, un libro de quejas (que lo hay) y un libro de felicitaciones (que no existe). No me gusta que me digan: escriba su felicitación en el libro de quejas. Yo habría utilizado el de felicitaciones para agradecerle a Ana su amabilidad y simpatía.

Entre las numerosas indicaciones relacionadas con el aterrizaje y el final de vuelo, hubo una intervención muy especial. Las otras estaban dirigidas a la cabeza, pero esta fue directamente corazón. No es frecuente escuchar algo que suscite una emoción. Imagino que la voz de Carol Morales fue la que nos hizo llegar este mensaje ya que, como supe después, ella es la autora del mismo. Lo reproduzco literalmente:

“Hoy es un día especial para un miembro de esta tripulación. Es el último vuelo de Ana Berenguer, nuestra sobrecargo. Se jubila después de más de 34 años surcando los cielos. Con más de 20.000 horas de vuelo y 14 millones de kilómetros, unas 350 veces dando la vuelta al mundo.

Es una líder nata y todos nosotros nos hemos nutrido de su experiencia y compañerismo. Nos ha dejado crecer como tripulantes y como personas. Ha logrado una cohesión como grupo a pesar de todas nuestras diversas peculiaridades. Hemos “respirado” en su compañía, a pesar de estar volando en un tubo de acero a miles de metros de altura.

No es fácil decirle adiós a esta compañera, que también es una amiga. Se recuerdan las anécdotas y los buenos momentos compartidos como grupo.

Ha sido una gran experiencia porque nos ha hecho fáciles las horas del día y de la noche, por saber escuchar, por su paciencia y por ser tan buena persona.

Por suerte, seguirá viajando y ofreciendo al mundo todas sus experiencias.

Nos morimos de envidia y tristeza por verla marchar.

Le deseamos toda la suerte del mundo en su nueva etapa.

Un fuerte aplauso para ella”.
El aplauso que pedía una desconocida para otra desconocida, estalló de forma entusiasta en el avión. Es el misterio de la solidaridad humana que se une al reconocimiento y al adiós de un miembro desconocido de una tripulación. El aplauso agradecía el trabajo bien hecho, festejaba la bondad de una persona que ponía su autoridad al servicio del equipo y deseaba felicidad para la nueva etapa que ahora comenzaba para ella.

Luego, Ana Berenguer recorrió emocionada los pasillos del avión entre una oleada de aplausos, tan bien ganados. Le pusimos rostro a la persona que se despedía de su trabajo, de sus compañeras y de los viajeros.

Las palabras de Carol no son el fruto de un momento aislado de la vida laboral de Ana. Estoy seguro de que responden a una forma de ser y de actuar, a un estilo de vida, a una forma de comunicación agradable y generosa. Hay personas que pasan por la vida y por el trabajo procurando hacer felices a los demás.

Me levanté de mi asiento y fui a pedir el texto que habíamos escuchado por megafonía. Una azafata me dijo que el texto lo había escrito Carol Morales, a quien alabó por sus cualidades literarias. Carol me envió por whatsapp el texto. Le hizo ilusión mi promesa de publicar su escrito en esta columna. Hoy cumplo aquella promesa, que es una felicitación por una iniciativa tan entrañable. Estos gestos, llenos de generosidad y de bondad, dignifican nuestra especie.

La llegada a la jubilación es un momento importante de la vida. Y muy significativo. Hay personas que celebran la liberación de una pesada y horrible carga. Otras, por contra, lamentan tener que dejar un caudal de satisfacciones. Decía Emilio Lledó que, cuando se jubiló, sintió que dejaba atrás una fuente inagotable de felicidad y de vida. Unos, como es el caso de Ana Berenguer, dejan un reguero de hermosos y ricos recuerdos. Sus colegas lamentan esa ausencia. Otros celebran con alegría la marcha de una persona insoportable.

Tengo tres primos (dos hermanos y una hermana) que han dedicado su vida a estas tareas celestiales en Iberia. Dos de ellos se han jubilado ya (María José y Vicente Santos). El tercero, Ignacio, está todavía viajando. Siempre recuerdo, cuando veo estos casos de asiduidad aérea, el accidente de un avión que, hace algunos años, salió de Málaga y se estrelló contra una montaña de Melilla. Viajaba en él una alumna mía con su pareja. Murieron en el accidente. Y también murió, como contó la prensa, un pasajero que hacía el primer y único vuelo de avión de su vida. Pienso en la mala suerte de aquella persona. Qué fatalidad, pensé entonces y vuelvo a pensar ahora. Hay personas que pasan su vida volando, haciendo y este pobre hombre no llegó a culminar su primer vuelo.

Desde estas líneas me sumo al homenaje que la tripulación de aquel vuelo quiso hacer a su jefa y compañera Ana Berenguer. Y en ella quiero manifestar la gratitud a quienes cada día se jubilan después de una larga vida profesional al servicio de los pasajeros y pasajeras. Vaya mi gratitud por tanta amabilidad y tanto desvelo en hacer un viaje más cómodo y más llevadero, sea cual sea el estado de ánimo y las circunstancias de la vida que estén atravesando.

Recuerdo aquel premio que la compañía Swiss Air le concedió el año 1998 a una azafata y al comandante de un vuelo por la forma ingeniosa y aleccionadora con la que resolvieron un problema surgido en un vuelo. Cuando una señora comprobó que el compañero de asiento era un hombre de raza negra, llamó a la azafata para decirle lo siguiente:

Señorita, nadie debe estar obligado a viajar al lado de una persona desagradable. Le pido por favor que me cambie de asiento. La azafata dijo amablemente:

Señora, la clase turista está completa. Para pasarle a business tendría que hablar con el comandante. Espere unos segundos que haga la consulta.

La azafata se ausentó unos minutos y volvió después de efectuada la consulta:

Señora, he hablado con el comandante y los dos estamos de acuerdo con usted. Le vamos a pasar a primera clase. La señora hizo el amago de levantarse para recoger sus cosas. Fue entonces cuando la azafata le aclaró la situación.

No, señora, quien va a pasar a primera clase es su compañero de asiento. Magnífica lección. El señor de raza negra no merecía viajar al lado de una persona desagradable.

Ya me imagino las innumerables anécdotas que nos podría contar Ana Berenguer. 34 años volando dan para muchas historias. Fue emocionante participar en el última: su adiós definitivo al trabajo. Enhorabuena, gracias y suerte.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2023/11/04/7281/

jueves, 16 de noviembre de 2023

La ley del embudo

Decía Fernando de Rojas, autor de “La Celestina”, hace cinco siglos: “Inicua es la ley que igual a todos no es”. Un dicho que hoy sigue en plena vigencia. Me voy a referir a una ley inicua que, como es de suponer, no está promulgada en el BOE sino que impera en la sociedad y que algunos utilizan en sus juicios, declaraciones y comportamientos con demasiada facilidad. Hablo de la ley del embudo, que subvierte el principio de igualdad con el que tanto se está machacando a la ciudadanía en el momento crucial en que nos encontramos.

Estoy escuchando estos días unas críticas feroces de la derecha al presidente del gobierno. No me sorprenden porque estoy habituado a estas actitudes agresivas cuando gobierna o quiere gobernar o seguir gobernando la izquierda. Me molestan profundamente porque observo con indignación con qué facilidad se utiliza la ley del embudo: “Para mí la parte ancha, para ti la parte estrecha”. Es decir que, ante hechos, actitudes o palabras similares, “para mí la complacencia y para ti el reproche”, ”para mí la bondad, para ti la maldad”, “para mí el amor a la patria, para ti la destrucción de la patria”, “para mi la generosidad responsable, para ti la ambición desmedida”.

Voy a plantear tres situaciones de estos días en las que se ha utilizado, sin el menor remilgo, la ley del embudo.

Sabido es por todos que Pedro Sánchez, presidente en funciones, ha recibido del Rey el encargo de presentarse a la investidura, una vez fallida la del señor Núñez Feijóo, que quizá ahora se esté enterando de que no ganó las elecciones. Algunos radicales, sin el menor respeto a la democracia, esperaban o, mejor dicho, exigían al Rey que no le hiciese a Sánchez el encargo de la investidura ya que el hacerlo conllevaba una negociación “humillante” con los independentistas y con todos los aborrecibles enemigos de España.

La aceptación del presidente en funciones se debe, según el PP a su enorme ambición personal. Quiere seguir en la Moncloa “a cualquier precio”, cueste lo que cueste, pase lo que pase, tenga que ceder lo que tenga que ceder. Su único objetivo es seguir en el sillón presidencial y para conseguirlo:

– Venderá a España

– Se pondrá de rodillas delante de un prófugo (es imprescindible añadir que se fugó en un maletero)

– Romperá España

– Dará todo lo que le pidan

– Pactará con filoterroristas

– Concederá la autonomía

– Quebrantará la Constitución

– Cederá ante la exigencia de un referéndum de autodeterminación…

En definitiva, hará lo que sea necesario para satisfacer su ambición, su egoísmo, su interés personal, su afán de poder. Hará todo lo posible por mantenerse en el poder porque solo le importa su propio beneficio.

Lo cierto es que el señor Feijóo ha hecho no lo posible, como está haciendo Sánchez, sino lo imposible: ir a una investidura que no podía salir adelante,salvo milagro. Ha hecho llamadas persistentes a los “socialistas buenos” que, de convertirse en tránsfugas, tendrían el honor de ser considerados personas con sentido de estado, se ha puesto de rodillas reiteradamente ante el PNV, ha dialogado con Puigdemont, le ha pedido a quien ha insultado hasta limites insospechados que haga lo posible para que haya un gobierno en solitario del PP solamente por dos años, ha contado con los votos de Vox aunque haya ninguneado al partido de ultraderecha para lavar la cara por los pactos realizados en Extremadura, en Valencia, en Baleares, ha concedido lo que solicitaban Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro…

Lo que resulta curioso es que la aceptación de Sánchez del encargo del Rey se hace, según repite la derecha, por pura ambición personal. Sin embargo el candidato Feijóo, ante una situación similar, no tenía ambición personal alguna sino la generosidad de servir a España y la responsabilidad de cumplir con el encargo de los electores. Lo que para uno es ambición para el otro es altruismo, lo que para uno es falta de escrúpulos para el otro es responsabilidad y fidelidad al electorado.

Pues no. O los dos tienen ambición personal o los dos tienen generosidad. O los dos no tienen escrúpulos o los dos tienen responsabilidad. De lo contario, se estará practicando la ley del embudo. Para mí la parte ancha de los elogios y para el adversario la crítica que descalifica y el insulto que hiere. Por los mismos hechos.

El señor Feijóo, que ahora comprenderá por qué en Ferraz se recibieron con gran alegría los resultados electorales del día 23 de julio, miente cuando dice que ha podido ser presidente del gobierno pero que no ha querido porque tiene los principios que le faltan al presidente en funciones. No es verdad. Porque de haber aceptado las exigencias de Junts hubiera perdido el apoyo de Vox. Es muy sencillo, los resultados electorales dijeron no a la coalición del PP y Vox, cuya alianza se había visto ya en algunos gobiernos autonómicos.

Y Vox renuncia a formar parte del gobierno no tanto por amor a España cuanto por odio a la izquierda. En las elecciones municipales y autonómicas exigió entrar en el gobierno porque no podía quebrantar el mandato de sus votantes. Ah, pero ahora, con tal de que no gobierne la izquierda, pueden despreciar el mandato de sus electores y electoras. Pregonan su actitud como un gesto de generosidad cuando, en realidad, es una traición a quienes, como ellos mismos dijeron, les habían votado para entrar en el gobierno.

La investidura de Feijóo era un fracaso anunciado. Es comprensible la decepción del PP. Lo veían tan claro, lo tenían tan merecido, habían arrasado de manera tan contundente en las elecciones municipales y autonómicas que no podían creerse los resultados de las generales. Y por eso repitieron miles de veces que habían ganado las elecciones, a pesar de que sabían que el ganador era aquel candidato que pudiera reunir los apoyos necesarios para la investidura.

Hay otra forma de aplicar la ley del embudo. Como acabo de decir, el PP nos aburrió a todos recordando en cada intervención que habían ganado las elecciones y que, por consiguiente, era el partido que tenía que gobernar. Así había sido siempre en la democracia española con la investidura presidencial. Siempre había gobernado el partido ganador, decían. Y es cierto. Pero ahora, la aritmética parlamentaria es otra. Se cansó el señor Feijóo de argumentar que tenía que gobernar porque su partido había ganado. Es la parte ancha del embudo.

Sin embargo, el señor Feijóo impidió que esto sucediese en Extremadura, donde ganó el PSOE y donde acabó gobernando una colación del PP con Vox. Lo mismo sucedió en Valencia, en Baleares y en muchos ayuntamientos. En estos casos ya no era válido el principio defendido hasta la saciedad en las elecciones del 23J.

Es que prácticamente se trataba de hechos simultáneos. Es decir, que no había dado tiempo a un cambio de opinión. No. De lo que se trataba era de aplicar la ley del embudo. Una ley injusta, que viene a decir que lo que yo puedo hacer no lo puedes hacer tú, que lo que es bueno para mí no es bueno para ti.

Voy a plantear una tercera cuestión en la que la derecha aplica esta ley de una forma descarada. Para el PP, respetar la Constitución es una exigencia de la democracia. Como considera que la ley de amnistía no cabe en la Constitución (hay muchos juristas que defienden otra postura) se echan las manos a la cabeza, sacan toda su artillería, acuden en masa a Barcelona a apoyar la manifestación convocada por Sociedad Civil y se presentan como los defensores por antonomasia de la Carta Magna. ¡Oh, la Constitución! No hay nada más respetable, más defendible, más intocable. Ya han anunciado que, de aprobarse la ley de amnistía, llevarán el caso al Tribunal Constitucional. Es la parte estrecha del embudo.

Ahora bien, se puede permanecer cinco años fuera del marco de la Constitución, desobedeciendo su expreso mandato sin que se les caiga la cara de vergüenza. Ahí sigue, sin renovarse, después de cinco años, el Consejo General del Poder Judicial. Un mandato tajante de la Constitución. Las excusas han sido de lo más variopinto, de lo más pintoresco, de lo más interesado: no pueden participar en la negociación ministros de Podemos (¿por qué?), tiene que cambiarse el sistema de nombramiento antes de la renovación (¿por qué?), los jueces tienen que elegir a los jueces (¿por qué?)… Ha estado cerrado el acuerdo y el PP lo ha roto porque el gobierno estaba eliminando el delito de sedición… Es la parte ancha del embudo (¿y qué?).

La ley del embudo no es de uso exclusivo de los partidos de derecha, claro está. Pueden utilizarla todos los partidos y todas las personas. La sociedad sería más democrática, más justa y más habitable si eliminásemos de nuestros análisis, actitudes y comportamientos, tanto personales como grupales, ley del embudo.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Entre peluquería y peluquería

Las declaraciones del señor Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno con Felipe González, me han producido una enorme tristeza y una gran decepción. Porque rezuman discriminación, prepotencia y machismo.

Para quien no esté al tanto de la situación, explicaré brevemente lo sucedido. En el marco de la presentación de un libro de Alfonso Guerra, “La rosa y las espinas”, el presidente Felipe González y el mismo señor Guerra criticaron duramente al presidente Sánchez por su postura ante la ley de amnistía. Se mostraron radicalmente contrarios a la negociación con Junts y dijeron que ni la amnistía ni el referéndum de independencia cabían en la Constitución española. Entre risas y aplausos de los asistentes pusieron a Sánchez al pie de los caballos.

La actual vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz dijo que las opiniones expresadas sobre la amnistía en dicho acto por el presidente González carecían de rigor. Preguntado Alfonso Guerra por la periodista Susana Grisso sobre esa opinión de la vicepresidenta en funciones dijo con evidente sorna y una buena dosis de machismo:

Lo habrá pensado entre peluquería y peluquería.
Recriminado por la periodista , el señor Guerra se reafirma en la descalificación de la vicepresidenta, como persona con escasa teoría. El desprecio que entrañan esas descalificaciones de una mujer descubren la prepotencia de quien se siente superior. No es imaginable esa frase aplicada a un político varón. Esas palabras no las pronuncia el más iletrado de los clientes en un bar de un polígono industrial.

En primer lugar, esa forma de pensar y de decir contradice los principios del socialismo, que es alérgico a cualquier tipo de discriminación, de maltrato. Lo digo para quien se cree propietario de las esencias socialistas.

En segundo lugar, Alfonso Guerra tiene que saber la importancia del aprendizaje vicario, el valor del ejemplo que tienen que dar las personas que han estado en los más altos puestos del estado. No hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo.

Todo lo que hacemos los profesores y las profesoras en las escuelas con un trabajo persistente, humilde y cargado de ética, lo destruye el autor del libro con una chulería inadmisible. Porque lo que viene a decir con esa frase es que el lugar de la mujer es la peluquería. Y que pensar no es una tarea a la que dedique el poco tiempo que le sobra fuera de ella.

¿Se imagina las risitas y los aplausos que habrán arrancado sus palabras en el partido que niega, contra toda lógica, la violencia de género? Se podrá sentir orgulloso de que le citen como una autoridad quienes militan en la ultraderecha.

Es probable que, a raíz de su chascarrillo (género en el que es un experto) haya quien piense que una mujer no puede desempeñar un puesto de la responsabilidad que ostenta la señora Díaz. Sus excesivas e inevitables visitas a la peluquería le impedirán destinar el tiempo necesario a las ocupaciones del cargo. Sin embargo, la señora Díaz ha sido la política más valorada en muchísimos sondeos.

Otra vez damos una imagen al mundo que nos avergüenza. Hace unas semanas fue el presidente de la FEF que besa sin su consentimiento a una jugadora. Y dice que no es abuso de poder. ¿Habría besado de la misma forma a la reina? Hoy se descuelga el exvicepresidente del gobierno con una frase que no quisiera que le hubiera oído ningún niño y ningún joven del país.

La señora vicepresidenta puede pensar en la peluquería y fuera de la peluquería. Otros que presentan libros y se consideran el no va mas dicen unas frases que avergüenzan al ciudadano menos sensible del país. Da la impresión que se ha quedado en un pasado que ya no existe. Acaso le venga bien al señor Guerra pasar algunas horas más en la peluquería para ver lo que piensa la gente…

Porque lo que tiene que hacer el señor Guerra es utilizar argumentos, no hacer descalificaciones ofensivas. ¿Qué tipo de argumentación es la que utiliza para criticar las posiciones de la vicepresidenta sobre la ley autonomía? Da la impresión de que es un milagro que haya tenido tiempo para pensar algo. Ya dijo una persona afín a las tesis del señor Guerra como es el señor Feijóo que Yolanda Díaz era experta en maquillaje. ¿Qué nos está pasando?

Ya vi la participación del equipo de críticos en la campaña electoral. ¡Cómo apoyaron a su candidato! Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Joaquín Leguina, José Luis Corcuera… Se partieron el pecho por su partido, como hizo el presidente Zapatero. Acaso, con su apoyo incondicional y generoso, no hubiera sido necesario pactar con quienes consideran indeseables.

Hay juristas que defienden la legalidad de la amnistía. Y utilizan para ello argumentos. No hacen referencia a la indumentaria, a las costumbres o a la imagen del contrincante para justificar sus tesis. Para rebatir hay que argumentar, no ofender.

Por no hablar de la deslealtad de utilizar la presentación de un libro para descalificar las pretensiones legítimas del secretario general de su partido.

A la presentación del libro acudieron los discrepantes, los que se consideran en la posesión de la verdad. Al señor Corcuera le pregunta un reportero de la Sexta si podía decir alguna cosa positiva del presidente del gobierno. Y, con todo el descaro y la falta de elegancia imaginables, dice que es imposible decir ni una cosa buena. Qué barbaridad. ¿Ni una? ¿Quiere que le recuerde media docena? Se ha subido las pensiones según el IPC, ha subido el salario mínimo interprofesional, ha creado el salario mínimo vital, ha aprobado una reforma laboral que ha generado empleo de calidad, ha puesto en marcha los ERTES, ha promulgado las leyes de memoria histórica y de eutanasia, ha sacado al país de una pandemia…

Aprovecho la ocasión para criticar la desleal postura hacia su partido, hacia su secretario general. ¿Sabe quién se frota las manos con sus declaraciones? La derecha y la ultraderecha están encantadas con sus palabras. Están felices por sus actitudes. Debería hacerles recapacitar lo elogiados que son por sus adversarios políticos. Claro, cuando piensan exactamente lo que ellos piensan. Por eso les consideran buenos socialistas.

Quizás prefieran un gobierno con Feijóo en la presidencia y con Abascal en la vicepresidencia. Quizá prefieran un gobierno presidido por el partido más votado.. Pero se callaron como muertos cuando la derecha les arrebató el gobierno de Extremadura, de Valencia, de Baleares… siendo la lista más votada la del partido socialista.

El señor Guerra no es el depositario de las esencias del socialismo. No es el jurista más eminente que justifique la imposibilidad del encaje de la amnistía en la Constitución.

El señor Sánchez no está de rodillas por gusto ante nadie. Y si lo está, es por orden de los electores. Sánchez no ha escogido a la persona con la que quiere negociar, son los resultados de las elecciones los que han dicho con quién tienen que negociar. Por cierto, está negociando con partidos constitucionales.

La Constitución es sagrada. Pero no han levantado la voz Levanten la voz contra el desprecio de la Constitución que supone por parte del PP no pactar el Consejo General del Poder Judicial durante cinco años.

Estoy harto de escuchar, desde hace más de un lustro que España se rompe. No les valen las evidencias, El independentismo tiene hoy mucha menos fuerza que la que tuvo con gobiernos de la derecha. Y el PSC ha ganado las elecciones en Cataluña.

Ya está bien de tantos desprecios a quien tiene el apoyo de la militancia. No pretende pactar por pura ambición sino para tener un gobierno progresista otros cuatro años. Eso es lo importante para el país. ¿Que Sánchez ha cambiado de opinión? Es evidente que sí. Las circunstancias son otras. González dijo no la OTAN y luego hizo un referéndum para pedir el sí a la OTAN.

Nos van a hacer desear tener otros líderes, como los que vemos apoyando al presidente de su partido cuando quiere acceder al gobierno del país. Porque da la impresión de que Sánchez quiere seguir en la Moncloa por capricho y ambición, pero el líder de la oposición (que busca a gritos tránsfugas en el socialismo) se empeña en hacer una investidura imposible por responsabilidad y amor al país. Sánchez y Yolanda tienen el deber democrático, nacido de las urnas, de formar un gobierno progresista. Nos puede ahogar la ola neofascista que invade el mundo.

El Adarve.

martes, 14 de noviembre de 2023

Alegato contra la guerra

Antes de comenzar la conferencia de apertura de la Quinta Edición del Congreso Recrea Academy en la ciudad de Guadalajara (México), pedí a los asistentes un minuto de silencio por las víctimas de la guerra entre Palestina e Israel. Los educadores y educadoras no podemos mirar para otro lado. No podemos cruzarnos de brazos como si nada pasara. No podemos encogernos de hombros como si nada tuviera que ver con nosotros.

Fue impresionante ver a una multitud de siete mil personas meterse en esa caja invisible de silencio hecha con materiales de rechazo, de dolor, de indignación y de condena. Después de escuchar mi breve alocución se pusieron de pie para recordar, sobre todo, a los niños y a las niñas. No solo a los que mueren en los bombardeos sino a los que seguirán viviendo con el horror en la mente y en el corazón. Quedarán marcados por el terror para siempre. “No hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar a gente inocente”, dijo Howard Zinn.

El ataque terrorista por sorpresa de Hamas a Israel (milagrosamente no detectado por los sofisticados sistemas de vigilancia israelíes) suscitó una reacción de inusitada violencia. “Pagará un precio que nunca ha conocido”, dijo (e hizo) el primer Ministro Benjamin Netanyahu. Miles de personas han muerto en Israel y miles de personas han muerto en la franja de Gaza. Suma y sigue.

Otra guerra. Qué horror. Después de casi dos años de contienda en Ucrania estalla este horrible conflicto. No aprendemos. Después de tantos años de historia seguimos instalados en esta terrible irracionalidad: dirimir los conflictos en el campo de batalla. El que más muertos cause en el bando contrario es quien gana, quien tiene razón. Qué horror. Qué error. Decía Henry Miller que “cada guerra es una destrucción del espíritu humano”.

Cuesta creer que las imágenes que entran en las casas a través de los televisores son el fruto de decisiones que proceden de seres humanos racionales. ¿Cómo es posible que se denomine a nuestra especie como homo sapiens? Otros desastres (volcanes en erupción, tornados, danas, pestes, terremotos, tsunamis…) son fenómenos inevitables que causan destrucción y muerte. La guerra es el fruto de decisiones desquiciadas. Y, además, están impregnadas de sentimientos de odio que se acrecientan y multiplican con la destrucción y la derrota. Y con la sádica administración de la victoria.

Cuesta pensar que los miles y miles de millones que cuestan las armas de guerra podrían haberse destinado a salvar vidas, curar enfermedades, crear escuelas, hacer hospitales, acabar con el hambre, investigar la curación de enfermedades…

Todavía, después de tantos siglos de guerras, no hemos entendido que el ojo por ojo y diente por diente nos lleva a la destrucción total. “En la guerra no hay soldados ilesos”, dijo José Narosky. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que no hay nadie que gane una guerra? “La primera víctima de la guerra es la verdad”, decía Hiram Warren Johnson.

Si los grandes triunfadores del sistema educativo, que son quienes gobiernan los pueblos, no están especialmente empeñados en que desparezca del mundo la miseria, la ignorancia, la injustica, el hambre, la dominación, el trabajo y el matrimonio infantil… ¿por qué hablamos de éxito del sistema educativo?

Si quienes gobiernan el mundo desprecian la palabra, la negociación y la diplomacia y pretenden solucionar los conflictos con bombas, misiles, tanques, aviones y fusiles…¿por qué pensamos que funcionaron los sistemas de enseñanza?

Si esas personas que gobiernan y deciden meter el mundo es tantos horrores, han sido elegidas por los votantes, ¿qué aprendieron esos electores y electoras en la escuela y qué les enseñamos? No parece lógico que se vote a corruptos si se ha aprendido a pensar y parece imposible que se vote a personas crueles que nos lleven a la guerra si se ha aprendido a convivir.

Por eso, este alegato contra la guerra se convierte en una interpelación a la escuela. Porque tanto los electores como los gobernantes han tenido muchos años de escolaridad. ¿Qué hicieron en las aulas? ¿Qué aprendieron? ¿Qué les enseñamos? ¿Qué ha pasado con los programas de educación para la paz, si alguna vez los hubo?

Quizás le esté atribuyendo a la escuela un poder que no tiene. Porque hay muchos otros agentes educativos en la sociedad: las familias, los medios de comunicación, las organizaciones gubernamentales… Sin embargo, quiero pensar que el epicentro de la educación se encuentra en la escuela.

¿Qué aprendieron estos líderes en la escuela? ¿Oyeron hablar alguna vez de educación para la paz? ¿Pensaron alguna vez en la importancia de la palabra, del diálogo, de la negociación para solucionar los conflictos? ¿Aprendieron que todos los seres humanos, sea cual sea su raza, su sexo, su edad, su credo… son depositarios de una dignidad indiscutible y de unos derechos inalienables?

Son pocos quienes deciden declarar una guerra. No conozco un plebiscito en el que pueblo haya votado sí a la guerra. “Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba” (Heródoto de Halicarnaso). Estoy seguro de que no ganaría nunca el referéndum del sí a la guerra. Los pocos que deciden declarar la guerra van a permanecer en retaguardia y, casi con seguridad, se van a librar de la muerte. Ellos envían a su pueblo a las trincheras, ellos mandan a su pueblo a la muerte para que defienda la patria. “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran”.

Mi amigo José Antonio Binaburo, dedicó muchas horas y muchas ilusiones al desarrollo de un estupendo programa que operaba en las escuelas andaluzas bajo el lema “La escuela espacio de paz”.

No es fácil trabajar cada día en la escuela en estas ideas y sentimientos bajo el ruido aterrador de los bombardeos. El ruido que producen las bombas llega a los oídos de nuestros alumnos y alumnas con tanta fuerza que les impide oír nuestras palabras sobre la paz.

En nuestro país tenemos un expresidente del gobierno que todavía no ha pedido perdón al mundo ni a las víctimas por habernos metido en la guerra de Irak utilizando una solemne mentira que repitió, no cabe duda que a sabiendas, hasta la saciedad: existen armas de destrucción masiva en Irak. Y no las había. Cuántas veces gritamos en las calles, en las plazas, en las escuelas, en las televisiones NO A LA GUERRA? ¿De qué sirvió aquel clamor más que para desgañitarnos y desesperarnos?

He contado alguna vez que, en plena guerra del Golfo, un Instituto de Sevilla me pidió una conferencia sobre educación para la paz. Salí de mi casa en coche y, en el desplazamiento por carretera, me sobrevolaron los aviones que, desde la base americana de Rota, iban a la guerra. Estuve a punto de dar la vuelta y regresar. Porque pensé: ¿qué les voy a decir con sentido a estos chicos sin que se me caiga la cara de vergüenza?, ¿cómo voy a explicar que la guerra es una forma irracional e injusta de resolver los conflictos cuando la empleaban los poderosos de la tierra?, ¿por qué los gritos del pueblo no habían detenido el horror?, ¿por qué se utilizaban las armas pudiendo utilizar las palabras?

Creo que una guerra como la que ha estallado, destruye miles y miles de horas de trabajo, de educación y de solidaridad practicadas en la escuela durante décadas. Habrá que seguir trabajando por esta causa hasta erradicar de nuestro mundo esta horrible realidad. La reflexión cotidiana, la práctica de la solidaridad.

Habrá que practicar “La Pedagogía del mutuo aprecio”, como reza el título del hermoso libro del profesor mexicano Antonio Paoli. Dice el autor, con quien he tenido la oportunidad de dialogar estos días, que “nuestro propósito central es promover el mutuo aprecio. Este es el objetivo principal de toda pedagogía. El afán de nuestro quehacer es que cada uno se convierta en el horizonte del enaltecimiento de otro”.

¿Cómo funciona la escuela en un país en guerra? Alternando las horas de refugio con las horas de aprendizaje, viendo cómo las bombas aniquilan las palabras, comprobando cada día que faltan algunos niños y algunas niñas que ya nunca podrán volver. ¿Qué sentido tiene en ellas la educación para la paz?

La guerra destruye todas las utopías. Es necesario volver a reconstruirlas, volver a creer que es posible una convivencia armoniosa e inteligente. “La humanidad debe poner un final a la guerra antes de que la guerra ponga un final a la humanidad”. Y será la educación para la paz quien ponga el punto final a la guerra.

domingo, 29 de octubre de 2023

Entre peluquería y peluquería

Las declaraciones del señor Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno con Felipe González, me han producido una enorme tristeza y una gran decepción. Porque rezuman discriminación, prepotencia y machismo.

Para quien no esté al tanto de la situación, explicaré brevemente lo sucedido. En el marco de la presentación de un libro de Alfonso Guerra, “La rosa y las espinas”, el presidente Felipe González y el mismo señor Guerra criticaron duramente al presidente Sánchez por su postura ante la ley de amnistía. Se mostraron radicalmente contrarios a la negociación con Junts y dijeron que ni la amnistía ni el referéndum de independencia cabían en la Constitución española. Entre risas y aplausos de los asistentes pusieron a Sánchez al pie de los caballos.

La actual vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz dijo que las opiniones expresadas sobre la amnistía en dicho acto por el presidente González carecían de rigor. Preguntado Alfonso Guerra por la periodista Susana Grisso sobre esa opinión de la vicepresidenta en funciones dijo con evidente sorna y una buena dosis de machismo:

Lo habrá pensado entre peluquería y peluquería.
Recriminado por la periodista, el señor Guerra se reafirma en la descalificación de la vicepresidenta, como persona con escasa teoría. El desprecio que entrañan esas descalificaciones de una mujer descubren la prepotencia de quien se siente superior. No es imaginable esa frase aplicada a un político varón. Esas palabras no las pronuncia el más iletrado de los clientes en un bar de un polígono industrial.

En primer lugar, esa forma de pensar y de decir contradice los principios del socialismo, que es alérgico a cualquier tipo de discriminación, de maltrato. Lo digo para quien se cree propietario de las esencias socialistas.

En segundo lugar, Alfonso Guerra tiene que saber la importancia del aprendizaje vicario, el valor del ejemplo que tienen que dar las personas que han estado en los más altos puestos del estado. No hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el ejemplo.

Todo lo que hacemos los profesores y las profesoras en las escuelas con un trabajo persistente, humilde y cargado de ética, lo destruye el autor del libro con una chulería inadmisible. Porque lo que viene a decir con esa frase es que el lugar de la mujer es la peluquería. Y que pensar no es una tarea a la que dedique el poco tiempo que le sobra fuera de ella.

¿Se imagina las risitas y los aplausos que habrán arrancado sus palabras en el partido que niega, contra toda lógica, la violencia de género? Se podrá sentir orgulloso de que le citen como una autoridad quienes militan en la ultraderecha.

Es probable que, a raíz de su chascarrillo (género en el que es un experto) haya quien piense que una mujer no puede desempeñar un puesto de la responsabilidad que ostenta la señora Díaz. Sus excesivas e inevitables visitas a la peluquería le impedirán destinar el tiempo necesario a las ocupaciones del cargo. Sin embargo, la señora Díaz ha sido la política más valorada en muchísimos sondeos.

Otra vez damos una imagen al mundo que nos avergüenza. Hace unas semanas fue el presidente de la FEF que besa sin su consentimiento a una jugadora. Y dice que no es abuso de poder. ¿Habría besado de la misma forma a la reina? Hoy se descuelga el exvicepresidente del gobierno con una frase que no quisiera que le hubiera oído ningún niño y ningún joven del país.

La señora vicepresidenta puede pensar en la peluquería y fuera de la peluquería. Otros que presentan libros y se consideran el no va mas dicen unas frases que avergüenzan al ciudadano menos sensible del país. Da la impresión que se ha quedado en un pasado que ya no existe. Acaso le venga bien al señor Guerra pasar algunas horas más en la peluquería para ver lo que piensa la gente…

Porque lo que tiene que hacer el señor Guerra es utilizar argumentos, no hacer descalificaciones ofensivas. ¿Qué tipo de argumentación es la que utiliza para criticar las posiciones de la vicepresidenta sobre la ley autonomía? Da la impresión de que es un milagro que haya tenido tiempo para pensar algo. Ya dijo una persona afín a las tesis del señor Guerra como es el señor Feijóo que Yolanda Díaz era experta en maquillaje. ¿Qué nos está pasando?

Ya vi la participación del equipo de críticos en la campaña electoral. ¡Cómo apoyaron a su candidato! Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Joaquín Leguina, José Luis Corcuera… Se partieron el pecho por su partido, como hizo el presidente Zapatero. Acaso, con su apoyo incondicional y generoso, no hubiera sido necesario pactar con quienes consideran indeseables.

Hay juristas que defienden la legalidad de la amnistía. Y utilizan para ello argumentos. No hacen referencia a la indumentaria, a las costumbres o a la imagen del contrincante para justificar sus tesis. Para rebatir hay que argumentar, no ofender.

Por no hablar de la deslealtad de utilizar la presentación de un libro para descalificar las pretensiones legítimas del secretario general de su partido.

A la presentación del libro acudieron los discrepantes, los que se consideran en la posesión de la verdad. Al señor Corcuera le pregunta un reportero de la Sexta si podía decir alguna cosa positiva del presidente del gobierno. Y, con todo el descaro y la falta de elegancia imaginables, dice que es imposible decir ni una cosa buena. Qué barbaridad. ¿Ni una? ¿Quiere que le recuerde media docena? Se ha subido las pensiones según el IPC, ha subido el salario mínimo interprofesional, ha creado el salario mínimo vital, ha aprobado una reforma laboral que ha generado empleo de calidad, ha puesto en marcha los ERTES, ha promulgado las leyes de memoria histórica y de eutanasia, ha sacado al país de una pandemia…

Aprovecho la ocasión para criticar la desleal postura hacia su partido, hacia su secretario general. ¿Sabe quién se frota las manos con sus declaraciones? La derecha y la ultraderecha están encantadas con sus palabras. Están felices por sus actitudes. Debería hacerles recapacitar lo elogiados que son por sus adversarios políticos. Claro, cuando piensan exactamente lo que ellos piensan. Por eso les consideran buenos socialistas.

Quizás prefieran un gobierno con Feijóo en la presidencia y con Abascal en la vicepresidencia. Quizá prefieran un gobierno presidido por el partido más votado.. Pero se callaron como muertos cuando la derecha les arrebató el gobierno de Extremadura, de Valencia, de Baleares… siendo la lista más votada la del partido socialista.

El señor Guerra no es el depositario de las esencias del socialismo. No es el jurista más eminente que justifique la imposibilidad del encaje de la amnistía en la Constitución.

El señor Sánchez no está de rodillas por gusto ante nadie. Y si lo está, es por orden de los electores. Sánchez no ha escogido a la persona con la que quiere negociar, son los resultados de las elecciones los que han dicho con quién tienen que negociar. Por cierto, está negociando con partidos constitucionales.

La Constitución es sagrada. Pero no han levantado la voz Levanten la voz contra el desprecio de la Constitución que supone por parte del PP no pactar el Consejo General del Poder Judicial durante cinco años.

Estoy harto de escuchar, desde hace más de un lustro que España se rompe. No les valen las evidencias, El independentismo tiene hoy mucha menos fuerza que la que tuvo con gobiernos de la derecha. Y el PSC ha ganado las elecciones en Cataluña.

Ya está bien de tantos desprecios a quien tiene el apoyo de la militancia. No pretende pactar por pura ambición sino para tener un gobierno progresista otros cuatro años. Eso es lo importante para el país. ¿Que Sánchez ha cambiado de opinión? Es evidente que sí. Las circunstancias son otras. González dijo no la OTAN y luego hizo un referéndum para pedir el sí a la OTAN.

Nos van a hacer desear tener otros líderes, como los que vemos apoyando al presidente de su partido cuando quiere acceder al gobierno del país. Porque da la impresión de que Sánchez quiere seguir en la Moncloa por capricho y ambición, pero el líder de la oposición (que busca a gritos tránsfugas en el socialismo) se empeña en hacer una investidura imposible por responsabilidad y amor al país. Sánchez y Yolanda tienen el deber democrático, nacido de las urnas, de formar un gobierno progresista. Nos puede ahogar la ola neofascista que invade el mundo.