Leí hace años esta historia en un libro de cuentos. Y quiero compartirlo con mis lectores y lectoras chupetenses de Rosario (Argentina). Se titula “Ramiro Calle, “Cuentos hindúes”. Y quiero compartirla con mis lectores y lectoras para abrir la puerta de las reflexiones que deseo realizar en este artículo sobre un garrafal error que puede hacer muy desgraciada nuestra vida. He aquí el cuento.
Al amanecer, en una localidad de la India, una hermosa paloma, revoloteando, se coló en un pequeño y recoleto templo. El sacerdote, antes de despuntar el día, había colocado en el centro del santuario una rosa como ofrenda a su Dios. Se trataba de un templo de paredes recubiertas de espejos, de modo que la rosa se reflejaba innumerables veces en las paredes espejadas. La paloma, tomando los reflejos por la rosa misma, voló hacia los mismos y chocó una y otra vez contra las brillantes paredes del santuario con tal ímpetu que, al final, su frágil cuerpo se reventó y encontró la muerte. Solo entonces, la paloma, aun caliente, halló la auténtica rosa al desplomarse sobre ella.
¿Cuántas veces nos hemos estrellado contra señuelos, espejismos e imágenes de la realidad que no tenían lo que nosotros pensábamos encontrar en ellas? ¿Cuántas veces nos ha pasado algo parecido a lo que le sucedió a la paloma del templo?
La ilusión óptica nos engaña. Y somos muy dados a confundir la ilusión con la realidad. Una y otra vez, una y otra vez. Como le sucedió a la paloma, que no tuvo bastante con el primer choque, ni con el segundo ni con el tercero… Hasta caer extenuados o rotos. Con las trágicas consecuencias que este error puede acarrear: frustración, dolor, desengaño, desesperación y destrucción de las ilusiones y, quizás, de la propia vida.
El espejismo es, en ocasiones, el deseo de alcanzar el poder. Creer que la felicidad se encuentra en el él es un engaño que puede costar muy caro. Puede costar la vida, como le sucedió a la paloma del cuento… Acumular poder no garantiza la felicidad. Y si para llegar a conseguirlo vale todo, si para alcanzarlo se destruye la dignidad y la ética, ya estamos corrompidos en el camino. La llegada inmoral al centro del poder hace que esté también corrompido su ejercicio. El desengaño puede ser muy doloroso. El problema radica en que lo que traemos entre manos no es un ensayo general, es la vida. Es decir que la vida es una obra de teatro que no admite ensayos. La paloma del templo no pudo salir del templo para seguir volando en libertad. Y no volver a entrar en él para colocarse al lado de la verdadera rosa.
En el vuelo a la Ciudad de México que he realizado el pasado martes leí el libro de la periodista Nieves Concostrina titulado “Amanece que no es poco”. Ya había leído hace algún tiempo “Cualquier tiempo pasado fue anterior” y “Pretérito imperfecto. Historias del mundo desde el año de la pera hasta ya mismo”. Me gusta su estilo desenfadado e irreverente, su sentido del humor y su visión progresista de la vida y de la historia. Resulta inquietante leer y reflexionar sobre la vida desgraciada de hombres poderosos: La historia de Maximiliano de México (país al que volaba) me resultó especialmente dramática: el presidente Benito Juárez envió el cadáver del emperador a Viena. Había sido ejecutado antes haber cumplido los 35 años. El fruto de una estúpida ambición. La consecuencia de haberse dejado arrastrar por el señuelo del poder.
Otro espejismo puede ser, también, el dinero. Sacrificar el tiempo, la familia y la dignidad para hacerse con un dinero ilimitado, para alcanzar una vida de lujos y placeres es una grave equivocación. El profesor Enrique Javier Díaz Gutiérrez, amigo entrañable, acaba de publicar un interesante libro titulado “Educar para superar el capitalismo y aprender a vivir de forma justa con lo necesario”. El prólogo es de Yayo Herrero y el epílogo de Carlos Taibo. En el título aparecen, como habrá comprobado quien ha leído atentamente, dos elementos fundamentales. El primero es “vivir de forma justa” (yo añadiría de forma solidaria). El segundo es ”vivir con lo necesario”. Ya sé que lo necesario es un concepto ambiguo, pero está claro que la ambición nos lleva a poner en práctica medios ilícitos de enriquecimiento y formas de vivir asentadas en una molicie egoísta.
Otro espejismo es la fama. Alcanzar la fama es el objetivo de muchas personas. El camino para llegar a ella es a veces tortuoso. Cuando se alcanza el sueño, cuando se toca con las manos la fama se suele recibir un golpe de realidad como el que recibió reiteradas veces la paloma cuando se estrellaba contra la imagen de la rosa reflejada en los espejos.
Añadiré un espejismo de nuestro tiempo, que es la prisa. Esa aceleración desorbitada que nos hace correr y correr apresuradamente sin saber a dónde. Todo se hace de prisa. Mientras disponemos de más tiempo tenemos la sensación de que no disponemos del necesario para hacer las cosas con sosiego y tranquilidad. ¿A dónde vamos tan de prisa? La prisa es la trampa del tiempo. No lo olvidemos: la tortuga puede hablar más del camino que la liebre. Me gusta decir que no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada. Estamos inmersos en el torbellino del tiempo: hay que comer de prisa, leer de prisa, viajar de prisa, vivir de prisa…
Hace muchos años vi en unos terrenos de Punta del Este un cartel que anunciaba una próxima construcción de viviendas. Era un cartel promocional. El texto no podía ser más elocuente y atractivo. Decía así: “Aquí solo corre el viento”.
Decía Chesterton que una de las grandes desventajas de la prisa es que lleva demasiado tiempo.
Existe el movimiento de la educación lenta, que nace al calor del movimiento slow. Se trata de una tendencia que promueve una mayor reflexión en torno a nuestras vidas, nuestros actos y el impacto que tienen en los demás y en el mundo en general. Por ejemplo, el movimiento slow food intenta que seamos más conscientes de qué comemos, de dónde procede lo que comemos y cómo está preparado.
Maurice Holt, en su artículo de 2002 It´s time to start the slow school movement fue el primero en aplicar los principios del movimiento slow a la educación. Holt analiza el sistema de educación público de Estados unidos y se encuentra con un panorama desolador: hostigadas por un sistema de evaluación basado en tests estandarizados, las escuelas públicas americanas han adaptado sus clases para preparar a los estudiantes, los estudiantes se dedican a memorizar datos y conceptos en vez de aprenderlos y comprenderlos. Holt propone un cambio: dar mayor autonomía a las escuelas y a los profesores; dejarles organizar el tempo de clase según las necesidades e intereses de los estudiantes, pero sin rebajar el nivel de exigencia; y fomentar el pensamiento crítico y la comprensión por encima de la memorización.
El profesor Joan Doménech escribió en 2009 un libro interesante al respecto: “Elogio de la educación lenta”. A él me remito.
Voy a llamar la atención, finalmente, sobre un quinto espejismo, que son las drogas, las adicciones de todo tipo. Hacia ellas se dirigen algunos jóvenes esperando encontrar una felicidad que no pueden encontrar. Los efectos destructivos de este engaño pueden ser devastadores. Los jóvenes piensan que el consumo de drogas les hace modernos y libres cuando, en realidad, les convierte en débiles y esclavos. Las drogas crean un bienestar ficticio, engañoso y generan una dependencia dañina. El consumo empieza con dolor y acaba con dolor.
Decía Ringo Starr: “Caí en la trampa de creer esa absurda teoría de que, para ser creativo hay que machacarse el cerebro. Al final estaba tan majareta que no era capaz de crear nada. Estaba tan ocupado tomando cosas que no podía dedicarme a nada más”.
¿Quién o qué nos puede ayudar a no golpearnos contra las imágenes reflejadas en los espejos de ese templo que es la vida?
Nos puede ayudar la educación. Porque la educación, como me gusta recordar siempre que puedo, nos enseña a discernir con rigor lo que sucede en la realidad, nos enseña a pensar de forma precisa, estableciendo exigentes nexos causales. Nexos que se establecen entre causas y efectos que se producen en la sociedad y en nuestra propia vida. Como dice Paulo Freire la educación nos ayuda a pasar de un mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. Por otra parte, al estar asentada la educación en la ética, nos ayuda a desarrollar actitudes de respeto a nuestra propia dignidad y de reconocimiento y respeto a la dignidad de los demás.
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