jueves, 25 de abril de 2024

La libertad llegó en abril hace 50 años.

  La Revolución de los Claveles tumbó en Portugal la dictadura más longeva de la Europa occidental y aceleró la Transición española. La magia de aquel golpe militar pacífico que la población arropó de inmediato se conmemora en libros, conciertos, obras de teatro y exposiciones.

Una revolución es algo serio. Solo los portugueses son capaces de hacerla empuñando claveles y surrealismos. La madrugada del 25 de abril de 1974, el conductor del blindado que encabezaba una columna militar que había salido de Santarém, a unos 80 kilómetros de Lisboa, se detiene ante un semáforo en rojo a la entrada de la capital. Va dispuesto a derrocar la dictadura, pero no a infringir las normas de tráfico. El capitán de caballería Salgueiro Maia, que comandaba aquel grupo de 240 soldados, la mayoría reclutas inexpertos que apenas sabían disparar, le apremia a voces.

- La revolución no se para en los semáforos.

Cinco mil militares implicados en la rebelión se habían movilizado en cuarteles de todo el país tras escuchar a José Afonso cantar Grândola, vila morena en Rádio Renasçença poco después de la medianoche. Cinco horas más tarde, alguien despertó en su casa al fotógrafo Eduardo Gageiro. La historia de Portugal iba a cambiar bruscamente aquel día, pero cuando Gageiro llegó al Terreiro do Paço, la plaza que acaba en el río Tajo, la única certeza era el cordón militar que le cerraba el paso. “Le pedí a un recluta que me llevara junto al comandante de las tropas, le dije que era amigo mío aunque no lo conocía y me permitió pasar”, revive el fotógrafo medio siglo después, sentado en medio de la sala de la Cordoaria Nacional, de Lisboa, a pocos metros de las imágenes que captó aquel jueves de abril.

Su antológica es una de las infinitas actividades que se celebran en Portugal para conmemorar el fin de la dictadura, evocado en libros, obras de teatro, películas, conciertos y exposiciones. “Todo el país se ha movilizado para festejar el 25 de abril”, destacó en la presentación del programa la historiadora Maria Inázia Rezola, presidenta de la comisión conmemorativa creada por el Gobierno para celebrar el medio siglo de libertad. El eco también llegará a España. Ambos países acordaron conmemorar durante 2024 y 2025 la democratización de la península Ibérica con un programa cultural conjunto, que abarca numerosas ciudades.

De vuelta a 1974. Gageiro no conocía al comandante que lideraba aquellas tropas que ocupaban la plaza más simbólica de Lisboa y que se habían sublevado contra la dictadura que se arrastraba desde 1926, pero el comandante sí conocía al fotógrafo. “Yo compro todas las semanas O Século Ilustrado y me gustan mucho sus fotos sobre la gente corriente”, le dijo el capitán Maia. A partir de entonces, Gageiro empezó a disparar. Sus imágenes, junto a las de otros portugueses como Alfredo Cunha o los hermanos Tavares, pronto darían la vuelta al mundo y estos días se pueden ver expuestas en diferentes localidades portuguesas.

La complicidad y el respeto de los rebeldes hacia la prensa fue la primera ruptura respecto al régimen. Casi todo les diferenciaría: el pacifismo, la generosidad, el sacrificio y, sí, el humor. Días antes, el capitán Maia confesó ante Otelo Saraiva de Carvalho, el oficial de artillería que diseñó el plan de operaciones del golpe, que le preocupaba movilizar unas tropas que llevaban pocas semanas de instrucción. “Tu columna será la columna cebo. Lleva la mayor cantidad de material de combate que puedas, blindados, M47, Panhards, MBR, los soldados con casco, metralletas y fusiles automáticos, municiones, todo. ¿Quién se va a oponer a una columna de esas? Nadie sabe que los soldados no saben disparar”, le respondió Otelo. En el triunfo de la sublevación también pesó la picardía y la irreverencia.

Aquellos militares intrépidos e idealistas ni querían imponerse a tiros ni querían el poder para sí mismos. Curtidos en tres guerras coloniales en África, los capitanes estaban hartos de morir y matar. Un sentimiento que reflejó como nadie el escritor António Lobo Antunes, que combatió en África a las órdenes de uno de los grandes líderes de la revuelta, Ernesto Melo Antunes, en su libro Fado Alejandrino, que ahora ha sido adaptado en un montaje del director Nuno Cardoso en el Teatro Nacional São João, en Oporto.

Aquellos militares intrépidos e idealistas no querían imponerse a tiros ni querían el poder para sí “Es una revolución excepcional porque no quería tomar el poder como otras revoluciones de izquierdas, sino devolver la voz al pueblo”, subraya Alfonso Domingo, autor de Mojar la pólvora (La esfera de los libros), donde bucea en el impacto que tuvo en los españoles que fundaron la Unión Militar Democrática (UMD) al final del franquismo. “El 25 de abril es un deslumbramiento para los militares españoles y también para la sociedad, que ve como ese país al que a veces miran por encima del hombro, les ha dado una lección. En España, la Transición se acelera por la Revolución de los Claveles porque los sectores más inteligentes del régimen se dan cuenta de que tienen que evolucionar hacia la democracia”, señala.

Cuando los soldados comenzaron a colocar en sus fusiles las flores rojas y blancas que la camarera Celeste Caeiro había traído del restaurante donde trabajaba, aquel acontecimiento histórico que nadie esperaba recibió un nombre: Revolución de los Claveles. Por la mañana algunas tropas leales a la dictadura se rinden o cambian de bando. Al frente de un carro de combate, el cabo José Alves da Costa desobedece la orden de disparar contra el capitán Maia y sus tropas. No solo fue una orden, un general de brigada iracundo le dice: “O dispara o le meto un tiro en la cabeza”.

Costa no disparó y ahí se ganó la revolución. “En esta historia me fascinó el heroísmo. Salgueiro Maia se sentía incómodo en ese papel. El propio Movimiento de las Fuerzas Armadas no quería tener un liderazgo y tenían claro que lo que hacían era para derribar el poder y dar luego libertad al pueblo para elegir a sus gobernantes. Y después está la historia del mayor antihéroe, el cabo que se niega a disparar contra los rebeldes y que para mí sintetiza todo lo ocurrido”, explica Ricardo Viel, autor del libro La revolución amable, que publicará en mayo la editorial La umbría y la solana, donde también saldrán en otoño La ciudad de los prodigios, la novela de Lídia Jorge inspirada en la revolución, y Fábrica de criadas, de Afonso Cruz.

Salgueiro Maia es tan consciente de la importancia de esa insubordinación del cabo Costa que, cuando vuelve caminando hacia sus hombres junto a la orilla del Tajo, se muerde el labio para reprimir las lágrimas. Y ahí estaba Eduardo Gageiro para disparar y compartir con el mundo aquel instante decisivo de los que hablaba Cartier-Bresson. Lo que estaba ocurriendo en Lisboa llegó a la redacción de Clarín, en Buenos Aires, cuando andaba por allí el periodista Diego Carcedo, que acababa de entrevistar al presidente Perón. En cuanto pudo, Carcedo viajó a Portugal. En La Revolución de los Claveles, que publica este mes Almuzara, relata lo ocurrido entonces y lo que vino después, enriquecido con el material y los contactos que el periodista cultivó durante sus seis años como corresponsal de RTVE en Lisboa entre 1977 y 1983.

Al final del 25 de abril de 1974, Salgueiro Maia logró evacuar sin un rasguño a Marcelo Caetano, presidente del Consejo de Ministros y símbolo de la dictadura, atrincherado durante horas en un cuartel en el Largo do Carmo, donde se apiñaban miles de personas felices por lo que estaban viviendo y rabiosas por lo que habían vivido. El riesgo de linchamiento existió, pero el capitán tuvo la habilidad de sortearlo protegiendo al dictador en un blindado llamado Bula. Al día siguiente, el Movimiento de las Fuerzas Armadas metió en un avión a los jerarcas del régimen rumbo al exilio. El pacifismo de aquella revuelta surgida donde y cuando nadie esperaba sigue pareciendo un milagro. “La dimensión estética de la flor sobre el fusil da la idea que había tras el golpe, los militares no estaban allí para reprimir a nadie”, observa Alfonso Domingo.

El Movimiento de las Fuerzas Armadas que organizó la revuelta, que también se homenajea en el libro 50 Anos de Abril na Galiza (Através) editado por Carlos Pazos-Justo y Roberto Samartim, germinó en la encerrona de las tres guerras coloniales que Portugal libraba en Mozambique, Angola y Guinea-Bissau. Trece años de combates que exigían un esfuerzo épico a hombres mal alimentados y mal pertrechados. Lo peor era percibir el rechazo y la condena de la sociedad portuguesa, que les consideraban uno de los brazos represores del régimen junto a la policía política. Los capitanes que montan el golpe son los oficiales de más alto rango que se juegan la vida en la guerra. Tienen el respeto de sus subordinados, algo que explicará muchas cosas que ocurren el 25 de abril, y la legitimidad que da haberse enfrentado a la muerte durante meses.

Una mujer vende periódicos frente a la estación de Rossio, en Lisboa, con los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente, el 26 de abril de 1975.

Una mujer vende periódicos frente a la estación de Rossio, en Lisboa, con los resultados de las elecciones a la Asamblea Constituyente, el 26 de abril de 1975.
GUY LE QUERREC (MAGNUM PHOTOS / CONTACTO)

La guerra colonial es una de las razones que provoca, en opinión de Alfonso Domingo, las diferencias entre España y Portugal a la hora de superar sus dictaduras. “En Portugal había tres estructuras organizadas: el ejército, la iglesia y el Partido Comunista, eran los únicos que podían tramar algo porque eran muy jerárquicos. Los militares se dan cuenta en la guerra colonial de que actuaban como un ejército invasor, luchando contra países que deseaban su independencia”.

En los setenta, España no afrontaba ninguna guerra, pero todavía masticaba las secuelas de la que había vivido entre 1936 y 1939. “El fantasma de la Guerra Civil está muy presente. La Unión Militar Democrática no quiere hacer un pronunciamiento que signifique un derramamiento de sangre. Por otro lado, el porcentaje de militares demócratas en el ejército español es ínfimo comparado con el portugués. El ejército era totalmente franquista, se había limpiado después de la guerra”, sostiene Alfonso Domingo.

La guerra colonial explica las diferencias entre España y Portugal a la hora se superar sus dictaduras Los portugueses se rebelaron al principio por razones corporativas y, al ver su fuerza, decidieron avanzar hacia un movimiento político-militar con objetivos que resumieron en tres D: democratizar, descolonizar y desarrollar. En apenas nueve meses montan una conspiración y urden un golpe de estado, que el comandante de artillería Otelo Saraiva de Carvalho se encargará de diseñar en un documento donde se recogen las acciones de la treintena de unidades adheridas a la rebelión.

En 1974 Portugal era un mundo atormentado. “La historiadora Irene Pimentel usa una metáfora poderosa para describirlo antes de la revolución: era un país en blanco y negro. Un lugar triste, pobre, desigual, opresor y donde era complicado soñar con un mejor futuro”, escribe Ricardo Viel en su libro. Cualquier cosa podía ser castigada. Eduardo Gageiro pasó tres meses en la cárcel por una portada de un semanario, donde una viuda enlutada tiraba de las redes de pesca en la playa de Nazaré. En 1962 la localidad portuguesa no era el actual paraíso de los surferos de olas gigantes, si no una villa de marineros y viudas que sobrevivían a duras penas. “Durante el interrogatorio la policía política me dijo que aquella foto era una vergüenza y que debía retratar paisajes en lugar de gente humilde”, rememora el fotógrafo. Le aislaron tres meses en una celda en Caxias, mirando paredes blancas. “Me traumatizó mucho, al salir no podía estar frente a una pared blanca”, rememora.

Aquella dictadura que primero gestionó Salazar y, desde 1968, Marcelo Caetano se asentaba sobre la represión y la persecución de la disidencia política, estudiantil o sindical. Ni siquiera toleraba que se difundiese la realidad. Había que esconder de la imagen pública las viudas pobres y las vidas que mostrasen el fracaso del régimen. No fue blanda. Tenía una poderosa policía política, la PIDE, que almacenó información sobre más de un millón de personas y torturaba sin miramientos con todas las técnicas a su alcance. Casi todo estaba prohibido: reuniones de más de tres personas en la calle, escuchar canciones críticas, usar la palabra sociología, vestir bikini en la playa o tomar Coca-Cola. En el periodo revolucionario que se prolonga hasta noviembre de 1975, cuando un contragolpe encauza el país hacia una democracia ortodoxa cinco días después de la muerte de Franco en Madrid, habría luego objetivos divergentes que avivaron los conflictos y las violencias. Pero el último jueves de abril de 1974, gracias a unos militares demócratas, todo el país abrazó el sueño de vivir en libertad.

Tereixa Constenla es corresponsal de EL PAÍS en Portugal y autora de ‘Abril es un país’ (Tusquets y, en gallego, Faktoría K).

Lecturas

Fado Alejandrino

António Lobo Antunes
Traducción de Mario Merlino Tornini
Random House, 2006
656 páginas, 23 euros
Mojar la pólvora

Alfonso Domingo
La esfera de los libros, 2024
280 páginas, 21,90 euros
La revolución amable

Ricardo Viel
La umbría y la solana
Próxima publicación en mayo

La ciudad de los prodigios
Lídia Jorge

La umbría y la solana
Próxima publicación en septiembre
Fábrica de criadas
Alfonso Cruz
La revolución de los claveles
Diego Carcedo
Almuzara
192 páginas. 19 euros 

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