Sobre el 23-F, 31 años más tarde.
El profesor Manuel Tuñón de Lara escribió a poco del intento de golpe de estado en el 23-F de hace ahora 31 años el artículo en El País "Enseñanaza y Constitución". En el se decían cosas que siguen vigentes mostrando que España continúa como si el tiempo no hubiese pasado, en tantas cosas, sin cambiar y para ello se interviene de forma sistemática. No es casualidad que eso ocurra. Esto publicaba el Profesor Muñón de Lara, en mayo de 1981, y que hoy sigue, excepto aquellos pasajes referidos al suceso, con plena actualidad. Observando las medidas tomadas por el PP, de un plumazo se acaba con “Educación para la Ciudadanía”, de cortísima duración, o se publica un nuevo estatuto de los trabajadores acabando con los pocos derechos laborales que aún perduraban. O escuchamos al jefe de la policía de Valencia hablar de los ciudadanos, en este caso estudiantes de Institutos, que ejercen su derecho constitucional a la manifestación como “enemigos” porque se manifiestan mostrando su desacuerdo con los recortes en educación, en contra de los deseos del gobierno. Veamos el artículo:
"La educación es una necesidad de cada sociedad. Al hombre no le basta con producir y reproducir bienes; nada de eso es posible sin un repertorio de conocimientos, unas técnicas de aplicación y unas pautas de comportamiento. En la historia de cada sociedad llega un momento en que es preciso que sus miembros posean un mínimo de conocimientos para asegurar esa producción y reproducción. La alfabetización y la escuela no pueden verse como un simple gesto filantrópico, sino como una necesidad histórica. La clase dominante de cualquier formación social se esfuerza por mantener las relaciones de producción existentes y para ello tiende a reproducir igualmente el ordenamiento jurídico, el sistema de representaciones mentales, la escala de valores, etcétera, que justifican o legitiman las relaciones de poder existentes.
Es esta una cuestión de alcance que merecería más honda reflexión; sin embargo, quiero tan sólo referirme al hecho de que durante largo tiempo la España oficial o legal, dominada por el agrarismo de sus clases dirigentes, tuvo una visión muy corta de esas necesidades y desatendió evidentemente la escuela y la enseñanza. En España se dio el caso de que la burguesía en el poder no quiso o no pudo crear un aparato docente y, como hizo la Tercera República Francesa a partir de Jules Ferry, el aparato ideológico y docente siguió siendo, por lo esencial, el eclesiástico, como en la época señorial. Es decir, que ya había un desfase básico entre la enseñanza dada y las necesidades del siglo XX.
La Segunda República supuso un relevo de clases sociales en la cúspide del Estado. Pero no una verdadera renovación en los aparatos de éste; la pequeña burguesía y un gran sector de la clase obrera ocuparon los centros decisorios. ¿Tenían el poder? Probablemente se limitaban a estar en el poder, asunto que hemos tratado otras veces y que hoy no podemos desarrollar. Sin embargo, su mayor esfuerzo de transformación se orienta a dotar al Estado de un verdadero sistema escolar; la creación de unas 13.000 escuelas y de otros tantos puestos de maestros, mucho mejor retribuidos. Fue paradigmático el esfuerzo republicano por la enseñanza, que no se limitó a eso. Sin embargo, las presiones ideológicas de las clases apenas desplazadas del poder político, pero siempre instaladas en el poder económico (unido a la brevedad del período republicano), impidieron una renovación total que quebrase la reproducción del sistema de valores tradicional.
En la Segunda República hubo más que eso; hubo también el impulso cultural popular, ese apetito de saber expresado a través de misiones y universidades populares, casas del pueblo, ateneos libertarios, bibliotecas circulantes, etcétera.
Cayó la República y nunca más se levantó la escuela primaría ni los otros niveles de enseñanza. Crecieron varias generaciones ignorando las categorías básicas del pasado reciente de España, sin la más leve idea de la realidad de Europa y del mundo, ni de las formas de gobierno y de convivencia; millones de niños y adolescentes españoles, carentes del mínimo de formación escolar, pero sometidos a presiones ideológicas y seudodocentes de instituciones eclesiales, de frente de juventudes, etcétera, a quienes se les hizo creer que los partidos políticos eran «algo patológico» (Carrero dixit), que «la ciencia, estaba inspirada por el Espíritu Santo» (Ibañez Martín dixit) y que España era un país modélico, centinela de Occidente, y paradójicamente odiado por el extranjero. Así, con las más bajas cotas culturales y una imagen primaria del mundo, se formaron los jóvenes que un día llegarían a ser reclutas y a jurar la bandera...".
Leer todo aquí en El País de 31 de mayo de 1981.
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jueves, 23 de febrero de 2012
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