Alegre, piadosa, pagana, desmedida, exuberante... La Semana Santa de Sevilla parece un espectáculo medido y perfecto, un prodigio de sensorialidad teatral y mística, pero en realidad es un artefacto organizado estratégicamente siglo a siglo; un fenómeno que sobrevivió a incendios, epidemias, iconoclastias, crisis económicas y revoluciones laicas. ¿Dónde remontar sus orígenes? ¿A las devociones medievales? ¿A las lecturas simbólicas de la Contrarreforma? ¿A los excesos ornamentales del barroco? Hasta hace poco, se argumentaba que la Contrarreforma era el periodo en el que surge. Y el siglo XIX, con los aires románticos de la llamada Corte Chica del duque de Montpensier y la infanta María Luisa de Borbón, el momento en el que se fija su estética definitiva.
Sin embargo, un riguroso estudio plantea ahora una revisión de estos orígenes remontando al siglo más inesperado los inicios de la Semana Santa sevillana: el XVIII. La investigadora Rocío Plaza Orellana plantea en su Los orígenes modernos de la Semana Santa de Sevilla. El poder de las cofradías (1777-1808), publicado por El Paseo, esta relectura de una celebración que en muchas ocasiones ha datado sus inicios basándose solo en la tradición, algo mucho más remoto.
Para Sevilla, el XVIII no fue un momento glorioso. Después de los siglos XVI y XVII, con el monopolio comercial con las Indias que la convierten en la capital económica de España, el XVIII será un tiempo de oscuridades. La decadencia cristalizó en 1717, cuando el monopolio con América pasa a Cádiz. Sin embargo, Sevilla, como señalaron en su día los historiadores Antonio Domínguez Ortiz y Francisco Aguilar Piñal, se convertirá esa centuria en un laboratorio para las reformas ilustradas de Carlos III. Las transformaciones anunciarán el cambio del antiguo al nuevo régimen y afectarán al urbanismo, la Universidad, el teatro... y la Semana Santa.
Estos ensayos de modernidad despertarán fuertes tensiones entre el poder civil y el eclesiástico. Y se plasmarán en episodios como el ascenso y caída del asistente ilustrado Pablo de Olavide, quien intentó cambiar la vieja Sevilla —y con ella su Pasión—, pero que sufrirá un proceso inquisitorial por “impío y miembro podrido de la religión”, precisamente por su rechazo a las devociones populares.
“El proceso de Olavide tuvo numerosos vértices. Destacan, por la trascendencia que tendrían después para las cofradías, dos acusaciones: permitir los bailes de máscaras y las comedias y su falta de piedad religiosa”, explica Plaza, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla. La Semana Santa que ahora se vive es hija de ese tiempo, ya que sobrevive a la dura batalla de las reformas ilustradas. Su deslumbrante "Madrugá" surge en su concepción actual en esa época. ¿Cómo se inventó? Paradójicamente, estos cortejos nocturnos de la madrugada del Viernes Santo se inician en el Siglo de las Luces. La Madrugá es un resultado de ciertas trampas legales que los cofrades usaron para evitar las reformas ilustradas. Por ejemplo, la interpretación —no sin picaresca— del concepto temporal del alba, el momento en que debían salir las procesiones para evitar la noche.
El Consejo de Castilla implanta en 1777 una serie de leyes para controlar las costumbres de las cofradías. En realidad, estas medidas las había iniciado Olavide una década antes como parte de sus reformas ilustradas: una vez caída la noche, las cofradías no podían encontrarse por las calles, ante los posibles desórdenes públicos y delitos amparados en las sombras. Tampoco se permitían los rostros cubiertos de los penitentes y disciplinantes. Las medidas iban en sintonía con las del marqués de Esquilache prohibiendo las capas y sombreros, que terminaron en el motín que hizo caer al ministro de Carlos III.
El rey obligó a que las cofradías estuvieran “recogidas y finalizadas antes de ponerse el sol”. ¿Y qué se hizo en Sevilla? Ni más ni menos que quebrantar las leyes del reino poniendo sus imágenes en la calle de noche amparadas en una curiosa interpretación. Fue la Hermandad del Silencio, fundada en el siglo XIV, la que en 1774, obligada al cambio, dictó que acompañarían a Jesús Nazareno y la Virgen de la Concepción en un “alba” o amanecer, lo que se tradujo por las dos de la madrugada. “Esta decisión vino a formar parte de la compleja estrategia de engaños, resistencias y desacatos que las cofradías ofrecieron a los nuevos ordenamientos provenientes de Madrid, como si Sevilla tuviera otro amanecer”, detalla Plaza.
Igual ocurrió con El Gran Poder, y después lo harían la Macarena —ambas siguen haciendo su estación de penitencia en La Madrugá— y la Carretería —que en la actualidad procesiona la tarde del Viernes Santo—, que procesionaba el Jueves Santo por la tarde y a la que también le sorprendía la noche. Así, salió media hora después del alba, cobijada ya en la madrugada. “Como se contaría muchos años después, fueron capaces de hacer de la noche día, sólo con su presencia. Cuando El Gran Poder se hizo definitivamente con su madrugada, Olavide aún continuaba en manos del Santo Oficio”, añade la investigadora desvelando la Sevilla que ganó la batalla de la Ilustración.
TONADILLAS PINTORESCAS Y AIRES TEATRALES
Una reforma legal de Carlos III tras el motín de Esquilache trajo con ella la trampa. Para evitar más desórdenes como el que tumbó a su ministro, el rey creo nuevas figuras políticas, entre ellas los llamados alcaldes de barrio. Esta medida supuso la entrada en el gobierno de las ciudades de personas de extracción social más baja, pero más dinámica. En Sevilla, muchos eran cofrades y supieron utilizar el poder otorgado para evitar las reformas ilustradas que afectaban a las procesiones.
Tras estos cambios, el XIX impregnaría las cofradías de aires teatrales. “El teatro fue un espejo de influencias. Compartieron el emplumado de los ángeles, el escarchado de los tules de las damas en los rostrillos de las Dolorosas”, afirma la investigadora Rocío Plaza. La Semana Santa se contagió de tonadillas interpretadas en los oficios. En una crónica de la época se lee: “Ya no se oyen más que minuets en las meditaciones, responsos abolerados, coplas o motetes afandangados. (…) O el teatro es un acto religioso o nuestra religión es una comedia”. Llegaba el siglo romántico y con él la Sevilla pintoresca.
https://elpais.com/cultura/2018/03/28/actualidad/1522236999_567236.html
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lunes, 14 de mayo de 2018
domingo, 9 de abril de 2017
_--América para los... españoles. Una exposición en la Torre Iberdrola de Bilbao trata la contribución de la monarquía de Carlos III a la independencia de Estados Unidos y la emigración vasca del siglo XX.
_--El historiador estadounidense Charles F. Lummis escribió en 1928: “No hemos hecho justicia a los exploradores hispánicos porque no hemos sido informados adecuadamente”. A paliar esa falta se consagra, en esta era de “América para los americanos”, la exposición La memoria recobrada, huellas en la historia de Estados Unidos, que abrirá al público el 10 de abril en la planta 25 de la Torre Iberdrola, rascacielos con vistas al nuevo Bilbao.
La muestra, comisariada por José Manuel Guerrero Acosta, “historiador y militar en la reserva”, está escorada inevitablemente a lo castrense y pretende esclarecer “las contribuciones de la monarquía española en la fundación de Estados Unidos, así como la importancia de la emigración vasca a Norteamérica”. Para ello, se ha contado con unas 210 piezas entre pinturas, documentos, trajes, mapas, esculturas, armas o modelos navales.
La historia comienza en tiempos de Carlos III, cuando la mecha ilustrada prendía alentada por los vientos de progreso llegados de Francia. Como testigos de aquella época aguardan en la primera sala Voltaire, Diderot, un ejemplar de la Enciclopedia y algunos de sus parientes españoles, como Xavier de Munibe, conde de Peñaflorida, “ilustrado español, escritor en euskera” e instigador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Cuadros prestados por el Prado (uno de los museos convocados junto a otros muchos, como el Wadsworth Atheneum Museum of Art de Connecticut, el Lázaro Galdiano de Madrid, el San Telmo de San Sebastián o el Bellas Artes de Bilbao), mapas de las primeras expediciones científicas, trajes o pianos de época sirven el contexto social, económico y cultural antes de cruzar al otro lado del Atlántico. Allí, a finales de los setenta del siglo XVIII, los ejércitos francés y español se sumaron a la causa independentista contra los ingleses.
Vascos en la Exposición Universal de San Francisco de 1915.ampliar foto En aquellos tiempos convulsos destaca un personaje, el bilbaíno Diego de Gardoqui (1735-1798), primer embajador en EE UU, que recibió el encargo real y confidencial de enviar a los rebeldes de las 13 colonias armas, medicamentos y otros pertrechos a través de su compañía marítima. De ahí las palabras de agradecimiento de Benjamin Franklin en 1780, incluidas en la muestra. Y de ahí también su relación con George Washington. Como el comisario no ha podido echar mano documentos de época que ilustren esa relación, pues no existen, ha encargado a Fernando Vicente una ilustración en el que esta se recrea.
No es el único anacronismo que Guerrero Acosta se permite con fines didácticos. Para contar su historia ilustra en formato animado un cuadro del célebre artista de la revolución estadounidense John Trumbull o recurre al pintor hiperrealista contemporáneo de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, que aporta una marina sobre la conquista de las Bahamas en 1782 y recrea la toma de Pensacola, decisivo episodio de la contribución española a la liberación de Florida, que dio fama a otro de los personajes clave de este relato: Bernardo de Gálvez, a quien el comisario dedicó una muestra en Casa de América de Madrid. El molde de una estatua del capitán, cuyo retrato hizo colgar la administración Obama en el Senado de EE UU, luce en la exposición a la espera de que se cumpla la promesa de colocarla en la plaza de Colón.
Diorama naval
El recorrido plantea entonces un salto hacia la segunda parte, marcado por el diorama de una batalla naval: la emigración española (y especialmente vasca) a EE UU. Por esa elipsis se escurre la guerra hispano-estadounidense de 1898, “no por descuido”, explica Guerrero Acosta, “sino porque la pretensión era contar otra cosa”.
Y esa otra cosa incluye historias de vascos de probado arrojo: balleneros, como Joanes Echániz, que escribió su testamento en Terranova en la Navidad de 1584, pelotaris de jai-alai, pastores de Idaho o aquellos 60 marines que transmitieron órdenes en euskera durante la II Guerra Mundial para confundir a los japoneses.
La muestra se cierra con dos piezas lumínicas de los artistas James Turrell y Dan Flavin, de la colección Iberdrola de arte contemporáneo, y con un autohomenaje: el relato de cómo la firma hizo su propio viaje a las Américas y acabó cotizando en Wall Street desde finales de 2015 a través de su filial Avangrid.
PRIORIDAD PARA LOS ACCIONISTAS
La memoria recobrada fue inaugurada este lunes por el presidente de Iberdrola Ignacio Sánchez-Galán como parte de los actos que culminarán el viernes con la junta general de accionistas de la firma. Estos podrán visitar la muestra con prioridad, hasta que el 10 de abril se abra al público. Conviene planificar por anticipado en la web www.iberdrola-arte.es
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/27/actualidad/1490635301_092448.html
La muestra, comisariada por José Manuel Guerrero Acosta, “historiador y militar en la reserva”, está escorada inevitablemente a lo castrense y pretende esclarecer “las contribuciones de la monarquía española en la fundación de Estados Unidos, así como la importancia de la emigración vasca a Norteamérica”. Para ello, se ha contado con unas 210 piezas entre pinturas, documentos, trajes, mapas, esculturas, armas o modelos navales.
La historia comienza en tiempos de Carlos III, cuando la mecha ilustrada prendía alentada por los vientos de progreso llegados de Francia. Como testigos de aquella época aguardan en la primera sala Voltaire, Diderot, un ejemplar de la Enciclopedia y algunos de sus parientes españoles, como Xavier de Munibe, conde de Peñaflorida, “ilustrado español, escritor en euskera” e instigador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.
Cuadros prestados por el Prado (uno de los museos convocados junto a otros muchos, como el Wadsworth Atheneum Museum of Art de Connecticut, el Lázaro Galdiano de Madrid, el San Telmo de San Sebastián o el Bellas Artes de Bilbao), mapas de las primeras expediciones científicas, trajes o pianos de época sirven el contexto social, económico y cultural antes de cruzar al otro lado del Atlántico. Allí, a finales de los setenta del siglo XVIII, los ejércitos francés y español se sumaron a la causa independentista contra los ingleses.
Vascos en la Exposición Universal de San Francisco de 1915.ampliar foto En aquellos tiempos convulsos destaca un personaje, el bilbaíno Diego de Gardoqui (1735-1798), primer embajador en EE UU, que recibió el encargo real y confidencial de enviar a los rebeldes de las 13 colonias armas, medicamentos y otros pertrechos a través de su compañía marítima. De ahí las palabras de agradecimiento de Benjamin Franklin en 1780, incluidas en la muestra. Y de ahí también su relación con George Washington. Como el comisario no ha podido echar mano documentos de época que ilustren esa relación, pues no existen, ha encargado a Fernando Vicente una ilustración en el que esta se recrea.
No es el único anacronismo que Guerrero Acosta se permite con fines didácticos. Para contar su historia ilustra en formato animado un cuadro del célebre artista de la revolución estadounidense John Trumbull o recurre al pintor hiperrealista contemporáneo de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, que aporta una marina sobre la conquista de las Bahamas en 1782 y recrea la toma de Pensacola, decisivo episodio de la contribución española a la liberación de Florida, que dio fama a otro de los personajes clave de este relato: Bernardo de Gálvez, a quien el comisario dedicó una muestra en Casa de América de Madrid. El molde de una estatua del capitán, cuyo retrato hizo colgar la administración Obama en el Senado de EE UU, luce en la exposición a la espera de que se cumpla la promesa de colocarla en la plaza de Colón.
Diorama naval
El recorrido plantea entonces un salto hacia la segunda parte, marcado por el diorama de una batalla naval: la emigración española (y especialmente vasca) a EE UU. Por esa elipsis se escurre la guerra hispano-estadounidense de 1898, “no por descuido”, explica Guerrero Acosta, “sino porque la pretensión era contar otra cosa”.
Y esa otra cosa incluye historias de vascos de probado arrojo: balleneros, como Joanes Echániz, que escribió su testamento en Terranova en la Navidad de 1584, pelotaris de jai-alai, pastores de Idaho o aquellos 60 marines que transmitieron órdenes en euskera durante la II Guerra Mundial para confundir a los japoneses.
La muestra se cierra con dos piezas lumínicas de los artistas James Turrell y Dan Flavin, de la colección Iberdrola de arte contemporáneo, y con un autohomenaje: el relato de cómo la firma hizo su propio viaje a las Américas y acabó cotizando en Wall Street desde finales de 2015 a través de su filial Avangrid.
PRIORIDAD PARA LOS ACCIONISTAS
La memoria recobrada fue inaugurada este lunes por el presidente de Iberdrola Ignacio Sánchez-Galán como parte de los actos que culminarán el viernes con la junta general de accionistas de la firma. Estos podrán visitar la muestra con prioridad, hasta que el 10 de abril se abra al público. Conviene planificar por anticipado en la web www.iberdrola-arte.es
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/27/actualidad/1490635301_092448.html
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