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jueves, 28 de marzo de 2024

_- Matar, morir y ascender en las legiones: el British Museum de Londres repasa la vida en el Ejército romano imperial con una exposición espectacular.

_- La muestra exhibe el único escudo rectangular que se conserva y una coraza de la masacre de Varo, entre otros objetos excepcionales
Casco romano en la exposición sobre las legiones.


Alístate en las legiones, dicen; que verás mundo, dicen. No es raro enfilar la entrada entre columnas del British Museum repitiéndote las frases de Astérix legionario y marcando el paso, aferrando el paraguas como un pilum y buscándote el gladio, la espada. Se llega a la exposición Legion, life in the Roman army (Legión, vida en el ejército romano), inaugurada este mes en Londres (Londinum) y que puede visitarse hasta el 23 de junio (non deesset eam!, ¡no se la pierdan!), con altas expectativas. Nervio y ansia. Las legiones en el British, ¡guau!, es como tener una cita con Máximo Décimo Meridio, el general de Gladiator, y con sus tropas en los bosques de Germania. Así que tras enseñar el tique (ha habido que hacer prerreserva, la exposición está petada) y musitar para ti mismo el santo y seña de las legiones del Norte (“fuerza y honor”), accedes en las galerías Sainsbury del museo al proceloso y excitante mundo de los soldados romanos, ¡ave!

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La exhibición, que consta de más de 200 objetos arqueológicos (procedentes de museos y colecciones privadas), algunos simplemente únicos y sensacionales, y va acompañada de un voluminoso catálogo a cargo de su propio comisario, Richard Abdy, conservador del British Museum, propone un extenso y emocionante recorrido por la experiencia del servicio en filas en las fuerzas de la Antigua Roma y la evolución de su impresionante maquinaria bélica, con la que sometió al mundo. Todo el rato te acompañan el inquietante sonido grabado de cientos de sandalias claveteadas marchando y la alta sombra de las águilas, los principales y venerados estandartes de las legiones. En las salas se despliegan junto a los objetos arqueológicos dibujos, gráficos y elementos escenográficos para aumentar la comprensión y dar ambiente.

La exposición, que aprobaría Vegecio, se redondea con áreas de actividades (que hacen la delicia de los niños y de no pocos adultos) en las que puedes probarte un casco romano, alzar un escudo y hasta experimentar el olor de un fuego de campamento o del sudor tras un día de marcha. Y ver el contenido de una letrina (!). También puedes medirte para ver si te hubieran admitido en las legiones: a partir de 1,72 estabas dentro. La edad máxima eran 35 años. Otro requisito era tener al menos un testículo.

Entre lo más espectacular que se exhibe, un par de blancos de tiro (uno de madera con forma humana que muestra la marca de las espadas, y otro un cráneo de buey perforado por proyectiles), una sandalia (cáliga) y una bota (calceus) militares (¡y un calcetín!, que se llevaba con las sandalias), un gran cornu (trompa de órdenes), un estandarte de dragón (draco) que cargaba, claro, el draconarius, y las extravagantes máscaras de parada de caballería; y algunas preciosas espadas con sus vainas. Absolutamente extraordinarios son la coraza segmentada casi completa hallada nada menos que en el campo de batalla del desastre de las legiones de Varo (Kalkriese) y que testimonia la mayor derrota del ejército romano —tres legiones, la XVII, la XVIII y la XIX, 20.000 soldados, completamente aniquiladas en una gran emboscada de los germanos que incluyó luego salvajes sacrificios humanos (alístate, dicen)—, y un scutum, el icónico escudo rectangular de los legionarios, procedente de Dura Europos (Siria) y que es el único de su clase que se conserva (un dibujo mural muestra una sección de legionarios haciendo la famosa tortuga con sus escudos).
El escudo romano de Dura Europos, en la exposición.El escudo romano de Dura Europos, en la exposición.
También se pueden admirar, en una maravillosa galería de armas, un trozo de armadura con escamas de dos tipos distintos (lo que prueba una reparación), procedente del Muro de Adriano; cascos de distintos tipos que muestran la evolución hacia una mayor protección, algunos con grafitos con los nombres de sus propietarios (en uno figuran cuatro, lo que sugiere hasta cien años de uso, que ya es reciclaje), y uno (el yelmo Meyrick) con insólitas decoraciones celtas, testimonio de su empleo por alguna unidad de auxiliares de uno de esos pueblos. A destacar asimismo la coraza de escamas de un caballo de jinete acorazado (clibanarios o catafractos) y la confeccionada con piel de cocodrilo, que es uno de los más curiosos artefactos que exhibe habitualmente en sus salas romanas el British Museum.

Pero probablemente lo más impactante y conmovedor sean los esqueletos que se exhiben. El más impresionante, el del soldado hallado en Herculano y que llevaba su cinturón militar con espada y daga ad exercitum manere (no está claro si participaba en un intento de evacuación de civiles acorralados por la erupción del Vesubio o si pasaba por ahí, en un mal día, realmente). Se pueden ver también los de otros dos soldados que al parecer fueron asesinados y arrojados a un pozo en Canterbury con sus espadas y sus botas claveteadas. Otro esqueleto que se muestra (para ilustrar que se ejecutaba así a veces a los soldados cobardes y a los prisioneros de guerra) es el de un crucificado, con un clavo todavía atravesándole el tobillo. La exposición recuerda que pese a todo el entusiasmo que pueden provocar, las tropas romanas actuaban con salvajismo y rapacidad, esclavizaban, y a menudo actuaban como fuerzas de ocupación y policía. Parafraseando a Calgaco citado por Tácito, creaban un desierto y lo llamaban paz.
Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum.
Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum.

Coraza segmentada de un legionario romano hallada en Germania, en la exposición sobre las legiones en el British Museum. PETER NICHOLLS (GETTY)

Ante la extrema dificultad de abarcar toda la larguísima historia militar romana (grosso modo un milenio, del 500 antes de Cristo al 500 después), la muestra se ciñe a dos siglos, el periodo que va desde el primer emperador, Augusto (que reinó del 27 a. C. al 14 d. C.), bajo el que se asentó la idea del soldado profesional, de carrera (hasta entonces las legiones se constituían y deshacían para campañas específicas; a partir de ahora van a ser un ejército permanente), a Maximinus Thrax, Maximino el Tracio (235 -238 d. C.), el primero de los “emperadores soldado” del siglo III, lo que puede verse como la máxima promoción que puede alcanzar un hombre salido de las filas. Si Augusto fue un gigante por sus realizaciones, Maximino, el primer emperador de origen bárbaro y el primero también que nunca pisó la ciudad de Roma, lo fue por la talla (2,61 metros, con esa altura te enrolabas por la puerta grande).
Equipamiento militar romano en la exposición sobre las legiones en el British Museum.Equipamiento militar romano en la exposición sobre las legiones en el British Museum.
PETER NICHOLLS (GETTY IMAGES)
La muestra nos explica cómo se enrolaba uno, las opciones que había de hacerlo (podías ser legionario, la opción first class, o auxiliar, o marino de las fuerzas navales), el adiestramiento (durísimo), las técnicas de combate (“el conocimiento de la disciplina militar alimenta la audacia para combatir”, sostenía Vegecio), el equipamiento (27 kilos que había que cargar cada uno, cinco kilos solo el escudo), los rangos (con los centuriones como la espina dorsal de las legiones), las recompensas, los castigos (terribles, incluida la decimatio, el diezmado de tropas arrugadas en la lucha), la sanidad militar, la caballería (el jinete más exitoso quizá sea Tiberius Claudius Maximus, que atrapó al rey dacio Decébalo), los campamentos (se exhiben fragmentos de tiendas y piquetas) y fuertes, y la forma en que uno, si sobrevivía (solo lo hacían la mitad de los soldados), se acababa licenciando tras 25 años de servicio. Se exhibe el ejemplo más antiguo de diploma de retiro, el concedido por el emperador Claudio, de coja memoria, a un tracio que sirvió en la marina de Misenium y que respondía al fenomenal nombre de Sparticus Dipscurtus. Se les concedió la ciudadanía a él, a su mujer y a sus hijos.
 
Máscara de parada de la caballería romana, en la exposición del British Museum sobre las legiones.Máscara de parada de la caballería romana, en la exposición del British Museum sobre las legiones.


Un espacio central está consagrado a la experiencia terrible de la batalla, un vórtice de violencia representado por imágenes de lucha, estrépito de armas, pilums sobrevolándote y una balista, una de esas máquinas de artillería (denominadas genéricamente tormenta) con las que el general Máximo de Russell Crowe desataba el infierno en Germania. En otro ámbito de la exposición, una estatua de un perro moloso parece también un guiño a nuestro soldado romano favorito de ficción, con permiso del Marcelo Galio de La túnica sagrada y el Marco Flavio Aquila de La legión del águila. Mesala sería más del ámbito deportivo.

Para transitar por esa historia de legiones y guerras, la exposición, la primera que dedica el British al ejército romano, va presentando a diferentes militares, a los que vemos cara a cara representados sobre todo en sus monumentos funerarios. Ahí están Quintus Petilius Secundus, de la legio XV Primigenia, aferrado a su pilum; Firmus Ecconis de una cohorte auxiliar recia (de Raetia), con escudo ovalado característico y jabalina; el portaestandarte (signifier) Pintaius Pedicili, que cargaba una de las insignias de la cohorte auxiliar V Asturum; el joven y malogrado centurión de orejas de soplillo Marcus Favonius Facilis y el veterano Marcus Caelius, el primus pilus, el único centurión de la primera cohorte (milaria) de una legión, la que llevaba el águila, con su identificativa y temida vara de vid (vitis) y cargado de condecoraciones. Los centuriones de su clase cobraban 80 veces más que un legionario de base, y eso sin trienios.
 
Un aspecto de la exposición sobre las legiones.

Se nos invita a seguir especialmente la carrera de dos militares que ejemplifican la experiencia de ser soldado de Roma: Apion y Claudius Terentianus, ambos del siglo II y los dos documentados por sus cartas a casa, de las que se presentan significativos extractos. Terentianus fue rechazado inicialmente en las legiones por falta de recomendaciones y tuvo que empezar en la marina, un destino menos glamuroso. Finalmente, acabó como legionario enfrentándose a los partos. También pueden seguir los niños la carrera de un tercer soldado ilustrado en dibujos de historieta, Rattus, una simpática rata auxiliar (“armas de segunda clase y paga de mierda”) creada por los autores de la serie Esa terrible historia (publicada en España por Molino), Terry Deary y Martin Brown.

Entre las curiosidades que menciona la exposición, el que existían unidades de caballería romana montada en camellos (dromedarii), que en las legiones se inventaron los hospitales móviles, que a los soldados se les hacía un tatuaje identificativo (a partir del siglo III una placa de plomo colgada del cuello), que la medicina romana era capaz de curar a un soldado que había sufrido evisceración intestinal, o que los marinos, pese a su poco prestigio, eran utilizados para operaciones especiales (Nerón les hizo hundir la barca de su madre y luego, ya que no se ahogó, asesinarla); ayudaron a levantar el Muro de Adriano, y se crearon con ellos varias legiones.

La exposición desmonta algunas ideas corrientes como que había alguna lógica u orden en la numeración de las legiones o que los remeros de las galeras romanas iban encadenados. Explica también que los legionarios avanzaban pisoteando a los enemigos caídos con su calzado con clavos, que eran como las botas de rugby con tacos. Así que si has estado en medio de una melé particularmente reñida puedes imaginar, añadiendo gladios y muy mala leche, lo que era el avance de las legiones, las famosas picadoras de carne. La variación en el equipo de los soldados era muy grande, no existía la uniformidad que se ve en las columnas de Trajano y Marco Aurelio.

Se presta atención (o tempora!) a la presencia de mujeres en el ámbito de las legiones, y así figuran Agripina la Mayor, que con su decisión, convenciendo a los soldados de que no lo abandonaran, salvó un puente en Germania, o la emperatriz Julia Domna, que acompañaba a su marido Septimio Severo, recibió el apelativo de mater castrorum, madre de los campamentos, y al parecer se hacía un peinado característico para la vida en campaña. Se exponen algunas de las famosas cartas del fuerte de Vindolanda (incluida una invitación a una fiesta) que arrojan luz sobre el papel de las mujeres en los acuartelamientos, en este caso en los límites del imperio (junto al Muro de Adriano). Un grupo de mujeres torturando prisioneros en la columna de Trajano puede que fueran vengativas viudas de guerra romanas. Falta quizá mencionar a acerbas enemigas de Roma como Buodica, la reina guerrera de los icenios en el levantamiento de las tribus britanas, o Veleda, que no era una fregona sino una sacerdotisa y vidente germana que alentó la revuelta bátava en el año de los cuatro emperadores, el 69. Una máscara de parada de caballería con las facciones de una amazona introduce el tema —sugiere la exhibición— de que acaso su portador adoptaba una identidad transgénero durante su actividad. Eso, desde luego, no estaba en Astérix legionario.

jueves, 29 de febrero de 2024

Cuando Shakespeare hace la guerra y no el amor: una exposición en Londres muestra la influencia de las obras del dramaturgo en el ámbito bélico y militar.

El National Army Museum explora la dimensión castrense del Bardo y su ‘movilización’ en tiempos de conflicto.
Una imagen de Laurence Olivier en el filme 'Enrique V'.
Una Imagen de Laurensce Olivier en el films Enrique V

Ya es curioso que alguien que ha expresado el amor como nadie también haya hablado como ningún otro de la guerra. Claro que resulta menos sorprendente si ese alguien es William Shakespeare. Es difícil decir cuál es la línea más hermosa del Bardo sobre el amor. Probablemente alguna de Romeo y Julieta (“dadme mi Romeo, y cuando yo muera/ tomadlo y divididlo en pequeñas estrellas:/ el rostro del cielo se tornará tan bello/ que todo el mundo se enamorará de la noche/ y ya no rendirá adoración al estridente sol”), aunque algunos preferimos la tan arrebatadora del maduro amor de Cleopatra y Marco Antonio: “La eternidad estaba en nuestros labios y nuestros ojos, la felicidad en nuestras frentes, y no había nada en nosotros, por pobre que fuera, que no envidiaran los dioses”. Es asimismo complicado escoger una de sus grandes frases sobre la guerra, desde las célebres de Enrique V en la inflamada arenga a su pequeño ejército en Azincourt, el día de San Crispín, “We few, we happy few, we band of brothers”, “nosotros pocos, felices pocos, hermanos de sangre”, hasta la no menos icónica del propio Marco Antonio en Julio César: “Cry ¡havoc! and let splip the dogs of war”, “grita ‘¡devastación!’ y suelta a los perros de la guerra”.

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Pensaba en eso el miércoles en Londres mientras me dirigía no al teatro Globe sino al National Army Museum (NAM), el museo militar en Chelsea donde puede visitarse (hasta el 1 de septiembre) la exposición Shakespeare and War, Shakespeare y la guerra. En el otro gran museo militar de la ciudad, el Imperial War Museum (IWM) hay, por cierto, también una exposición a no perderse, Espías, mentiras y engaño (hasta el 14 de octubre), sobre el espionaje y las operaciones clandestinas desde la Primera Guerra Mundial. No todo ha de ser la Royal Academy, la National Gallery, la Tate, Turner, Liotard o Pesellino.

El NAM, en el que vuelve a exhibirse el maniquí con ropa de Lawrence de Arabia que ha estado un tiempo de baja (y que viva Lawrence), es el único museo que conozco en el que puedes tomar el té con un helicóptero de combate Westland Lynx al alcance de la mano y sumergirte en las guerras victorianas como si estuvieras en Las cuatro plumas, La última carga o Zulú (por no hablar del despliegue de memorabilia napoleónica, que es de aúpa). Tal y como está hoy el mundo, un museo militar —con un tanque Challenger 2 en la puerta y una decena de Cruces Victoria auténticas en las vitrinas— parecería no tener mucho gancho, pero pensar eso es no conocer a los británicos, que además tratan de actualizar el NAM poniendo un mayor énfasis en las mujeres, en mostrar la verdadera (desoladora) naturaleza de la guerra y en buscar miradas innovadoras, como lo de Shakespeare, que, desde luego, da pedigrí cultural.

Entrada a la exposición sobre Shakespeare y la guerra. Entrada a la exposición sobre Shakespeare y la guerra.
Entrada a la exposición sobre Shakespeare y la guerra.Entrada a la exposición sobre Shakespeare y la guerra.

La exposición, en una de las dos salas de exhibiciones temporales de la segunda planta, es pequeña pero muy sugerente. Consagrada a explorar algunas de las maneras en que Shakespeare “ha marcado lo que pensamos sobre los soldados y el ejército, y cómo imaginamos hoy la guerra y sus consecuencias”, la muestra está comisariada por dos especialistas, Amy Lidster, de la Universidad de Oxford, autora de Wartime Shakespeare (Cambridge University Press, 2023), y Sonia Massai, del King’s College de Londres, editora con Lidster del volumen colectivo Shakespeare at war (misma editorial y mismo año). Se destaca de entrada que Shakespeare estaba avezado en las cuestiones militares hasta el punto de que no se descarta que pudiera haber sido soldado. El célebre historiador militar y excomando Peter Young incluso dedicó un libro al asunto: Will Shakespeare, top military expert (1968). Shakespeare es más antiguo que el propio Ejército Británico, fundado en 1660 —Willy (1564-1616) es más viejo que Tommy, por decirlo así—. En 26 de las 38 obras de Shakespeare la guerra aparece en primer plano o como referencia. El escritor describió campañas y batallas, desde la guerra de Troya a la de las Dos Rosas (seis obras), pasando por las guerras civiles de la Antigua Roma y la de los Cien Años. Entre sus personajes se cuentan guerreros y militares reales y ficticios como Aquiles, Coriolano, Julio César, Marco Antonio, Tito Andrónico, Macbeth, Hotspur, Enrique V, Juana de Arco, Ricardo III, Hamlet (padre) y Otelo; hizo hablar en el escenario tanto a líderes como a simples soldados de a pie como el abanderado Pistol y sus bregados camaradas.

Desde que se estrenaron, las obras de Shakespeare, recalca la exposición, han cobrado incluso mayor significado cuando Gran Bretaña ha ido a la guerra, sirviendo de inspiración, ejemplo y consuelo a soldados y civiles. Se han usado las palabras del Bardo para “unir a la nación en tiempos de crisis y para reflexionar sobre el coste humano del conflicto”; también para “criticar la guerra y para considerar los más complejos aspectos de la experiencia militar”.

Kenneth Branagh, como el teniente coronel Tim Collins en Irak, en una producción de la BBC.
Kenneth Branagh, como el teniente coronel Tim Collins en Irak, en una producción de la BBC.
Durante la Guerra Civil inglesa (1642-1651), señala la exposición, a Shakespeare se le asoció con la monarquía, en parte porque el rey Carlos I era muy fan (de Shakespeare y de la monarquía), y mientras esperaba su juicio y su ejecución lo leía apasionadamente en su ejemplar de las obras completas, que se conserva con las notas del monarca. La consagración de Shakespeare como icono nacional ligado a la monarquía alcanzó uno de sus puntos culminantes con la Guerra de los Siete años. El famoso actor David Garrick pergeñó un prólogo patriótico a su representación de La tempestad. Durante la guerra de independencia de EE UU, Shakespeare fue utilizado por ambos bandos: los americanos, las obras sobre la Roma republicana para justificar la rebelión por la libertad, y los británicos las obras sobre reyes ingleses para criticar la deslealtad hacia la corona. Vamos que el Benjamin Martin de Mel Gibson, de El patriota, podría declamar unas líneas de Bruto mientras usaba el tomahawk y el coronel Tavington de Jason Isaacs otras de Ricardo II mientras escabechaba civiles con su espada de dragón. La exposición documenta cómo los oficiales británicos montaron un Enrique IV en Filadelfia para entretenerse, antes de que los continentales les dieran para el pelo en Saratoga.
Las guerras napoleónicas vieron una abundante utilización de Shakespeare. La exposición muestra una ilustración en la que se celebra la victoria de Nelson en la Batalla del Nilo, mostrando al rey Jorge III como el mago Próspero de La tempestad, protegiendo Albión de la flota francesa mandada por el Calibán corso. Un cartel de la época presenta una proclama de “el fantasma de Shakespeare” en la que, con extractos de Enrique V y El rey Juan, se llama a la resistencia contra Napoleón conjurando a “nuestro inmortal bardo” y su “dauntless spirit of resolution”. Otro cartel muestra a Bonaparte en Calais dudando “to go, or not to go” sobre la invasión de la isla.
Orson Welles como Falstaff en 'Campanadas a medianoche'.
Orson Welles como Falstaff en 'Campanadas a medianoche'.
 Shakespeare fue muy utilizado en la época victoriana para exaltar el orgullo de la nación durante su expansión imperial, poniendo énfasis en el papel de sus tropas (Kipling fue muy shakespeariano). Un grabado muestra a soldados británicos forrajeando y cargando ramas para las hogueras del campamento en la campaña contra los Xhosa como el ejército de Macduff marchando de Birnam a Dunsinane en Macbeth. El Bardo acompañó también a las exploraciones militares, como las de John Franklin, en cuyos barcos no faltaban las obras de Shakespeare. La exposición muestra un cartel de una insólita representación a cargo del “Royal Artic Theatre” de La fierecilla domada, el 23 de noviembre de 1853 a bordo del Resolute, uno de los navíos enviados en busca de la expedición de Franklin. Desde luego una elección curiosa esa comedia visto el contexto. 

En la Primera Guerra Mundial, lord Kitchener, gran lector de Shakespeare se revistió retóricamente de Enrique V para su famosa llamada de reclutamiento, “your country needs you”, mientras que otro cartel utilizaba una frase de Macbeth: “No esperes la orden de marchar, ve de inmediato”. Entre los entretenimientos para los soldados heridos había producciones de las obras del Bardo: puede verse una filmación de El sueño de una noche de verano en Regents Park.
Una representación de la Royal Shakespeare Company en Stratford-upon-Avon.
Una representación de la Royal Shakespeare Company en Stratford-upon-Avon.


Durante la Segunda Guerra Mundial, más allá de su eco evidente en los discursos de Churchill, Shakespeare se convirtió en un símbolo de la resistencia de la cultura y los valores amenazados por los nazis. “Once more unto the breach, dear friends, once more”, “una vez más a la brecha, queridos amigos, una vez más”, recitaban por la BBC en pleno Blitz, como Harry frente a Harfleur. En la línea del esfuerzo para movilizar a la sociedad, el Gobierno subvencionó el teatro por primera vez. Y como parte de la propaganda de guerra hay que ver la musculosa y patriótica adaptación cinematográfica de Enrique V por Laurence Olivier (1944), “posiblemente la más icónica interpretación de Shakespeare en tiempo de guerra”. Por cierto, corre la especie de que los nazis infiltraron un espía en el rodaje para matar a Olivier, odiado por Goebbels (un tema digno de la exposición del Imperial War Museum). Una curiosa extensión militar del Bardo fueron las frecuentes representaciones de sus obras en los campos de prisioneros británicos en Alemania, como la que documenta la exposición de El mercader de Venecia en el Stalag 383, con cientos de espectadores, no sabemos si cautivados pero sin duda cautivos. Una buena distracción mientras se construían túneles y se planificaban fugas.

La exposición tiene uno de sus más interesantes apartados en el de los conflictos recientes y como han influido en adaptaciones teatrales de Shakespeare, a menudo menos complacientes con lo militar y más críticas. El póster del Enrique V de Adrian Noble con la Royal Shakespeare Company, de 1984, evoca la guerra de las Malvinas. Pueden verse escenas videográficas de otro Enrique V de 2003 en el que la cuestión de la legitimidad de la guerra medieval contra Francia se aplica a la invasión de Irak y las mentiras de Tony Blair sobre las armas de destrucción masiva de Sadam. O las escenas de un Otelo de 2015 en las que se ve a soldados del moro de Venecia torturando a prisioneros de guerra en puro estilo Abu Ghraib. También se recuerda el Hamlet representado en Kiev en marzo de 2022 durante la invasión rusa de Ucrania y el cruento ser o no ser del país.
Imagen de la exposición sobre Shakespeare y la guerra en Londres.
Imagen de la exposición sobre Shakespeare y la guerra en Londres.
Particularmente significativa es la referencia a la famosa arenga, inspirada por la de Enrique V, del teniente coronel Tim Collins el 19 de marzo de 2003 a sus tropas del primer batallón de del Royal Irish Regiment al inicio de la invasión de Irak (“Wipe them out if that is what they choose. But if you are ferocious in battle remember to be magnanimous in victory”, “aniquilarlos si eso es lo que eligen. Pero si sois feroces en la batalla acordaos de ser magnánimos en la victoria”). El sorprendente eve-of-battle speech de Collins fue recreado luego por Kenneth Branagh en un curioso caso de referencias shakespearianas de ida y vuelta.

En la exposición, por poner una pega, se echa a faltar a Falstaff, el antihéroe shakespeariano en el que el Bardo representó el contrapunto a la épica y el valor de Enrique. Falstaff, el hombre del gran discurso de la sana cobardía y que proclama su escéptico catecismo sobre la guerra en el campo de batalla de Shrewsbury antes de recular y escapar por piernas: “¿Qué necesidad tengo de meterme donde no me llaman? ¿Qué es el honor? Una palabra. Aire. Un adorno costoso. ¿Quién lo posee? El que murió el miércoles”. Unas palabras muy convenientes para rebajar el entusiasmo cuando paseas por el National Army Museum entre redobles de tambores, valientes húsares y lanceros de Bengala.

https://elpais.com/cultura/2024-02-17/cuando-shakespeare-hace-la-guerra-y-no-el-amor-una-exposicion-en-londres-muestra-la-influencia-de-las-obras-del-dramaturgo-en-el-ambito-belico-y-militar.html

sábado, 31 de marzo de 2018

Lorca ya se deja ver en su ciudad. La Fundación del poeta en Granada acoge la exposición ‘Una habitación propia’ sobre sus años en la Residencia de Estudiantes.

Llegó el lunes a Granada, su ciudad, desde Madrid, otra de sus ciudades. Aquel día no acudió casi nadie a recibirlo. Hoy, cuatro días después, Lorca ha llegado oficialmente a su lugar de residencia futura. El legado lorquiano deja atrás la Residencia de Estudiantes que lo ha acogido desde 1986, para alojarse en el Centro Lorca, que se encargará de irradiarlo al mundo. Lorca ha vuelto a Granada a través de sus manuscritos, de sus fotografías e incluso de su ropa, con la exposición Una habitación propia.  Federico García Lorca en la Residencia de Estudiantes. 1919-1936. Desde hoy, el Centro Lorca de Granada adquiere todo su sentido, tras tres años de vida en los que ha sobrevivido sin el legado lorquiano, el material para el que estaba originalmente diseñado, los más de 5.000 manuscritos, fotografías, dibujos, etcque la familia del poeta, a través de la Fundación García Lorca, han cedido.

Hoy era un día grande en la ciudad, "histórico", como ha dicho su alcalde Francisco Cuenca. Atrás quedan los 15 años que ha costado llegar a este momento que, por otra parte, es solo una avanzadilla de lo que ha de llegar. La muestra abierta hoy al público está compuesta por 200 piezas de las que apenas un centenar forman parte del legado de Lorca que ha de instalarse en la ciudad. El resto son préstamos de instituciones como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía o la propia Residencia de Estudiantes. En tres meses, antes del 30 de junio, el consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Miguel Ángel Vázquez, ha confirmado que llegará a la ciudad la totalidad del material.

Todos los intervinientes en la inauguración así han reconocido lo tortuoso del camino hasta llegar al acto de hoy.  Laura García Lorca, sobrina del poeta y presidenta de la fundación que en nombre de la familia mantiene vivo su espíritu, ha enfatizado el esfuerzo de las instituciones en cumplir los acuerdos alcanzados que harán posible la normalización de esta nueva institución lorquiana y su puesta en marcha de acuerdo a los objetivos iniciales.

Despedida y bienvenida

La muestra inaugurada hoy, en palabras de su comisario, el catedrático de Literatura española Andrés Soria, cumple en realidad una doble función, de "despedida de la residencia" madrileña y, a la vez, de bienvenida "a la habitación propia" que supone para el legado lorquiano su nueva ubicación. Como ha recordado el consejero, "Federico se reencuentra con su tierra a través de su legado" y Granada, a través de este centro "lo va a cuidar, proteger y difundir". El objetivo es el de convertir el espacio "en un centro de excelencia, con una programación de calidad, acorde al legado que acogerá".

Una habitación propia ha estado expuesta en la  Residencia de Estudiantes anteriormente y podrá verse en el Centro Lorca hasta el 24 de junio. En ella, a través de la correspondencia del poeta, de ropa como el mono azul de la Barraca con el que tantas veces se fotografió, de sus dibujos y de las pinturas de sus amigos artistas, se retrata la vida de Federico en la residencia madrileña, un espacio que lo fue todo para él. Un lugar imprescindible para entender tanto su agitada vida social, en la que conoció a artistas como Dalí, Buñuel, Pepín Bello y otros, como su efervescente producción artística, en la que pasó, como explica el comisario de la muestra "de atender como estudiante en centenares de conferencias a ser él el conferenciante para el resto de estudiantes".

https://elpais.com/cultura/2018/03/23/actualidad/1521823497_880644.html

domingo, 28 de enero de 2018

La dolorosa ausencia de los republicanos españoles deportados en una exposición sobre Auschwitz

Antonina Rodrigo
Escritora y miembro de honor de la Amical de Ravensbrück

Asombra dolorosamente la ausencia de los deportados Republicanos españoles en el holocausto nazi, en la bien instalada exhibición sobre el campo de exterminio de Auschwitz, del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Hasta el punto de que cuesta creerlo, por inexplicable, teniendo en cuenta que en este campo hubo compatriotas nuestros. Pero no solo aquí, los españoles fueron exterminados. También en otros campos nazis: Mauthausen, Buchenwald, Dora Mittelbau, Dachau, Bergen Belsen, Ravensbrück, Flossenburg, Neuengamme, Oranienburg, Natzweiler, Treblinka, Strutthop, Rawa Ruska, Schirmer. Es decir, que hubo prisioneros españoles internados en quince de los veintidós campos principales nazis, diseminados por la Europa ocupada por las tropas y los servicios policiales del Tercer Reich alemán.

Al final de nuestra visita a la siniestra muestra de los horrores nazis, preguntamos por la persona responsable. Nos recibió una señora que, amablemente, nos dijo que la exposición venía conformada de Alemania, y que la empresa española que había corrido con el montaje en Madrid era Musealia. El Centro se había limitado a alquilar las salas.

Nos negábamos a admitir que en la explícita muestra de los horrores nazis no hubiese ni un solo panel dedicado a la deportación de los miles y miles de republicanos españoles: mujeres, hombres, ancianos, niños, heridos. Y para que las nuevas generaciones conocieran la alianza del franquismo con el nazismo ilustrarlo con la foto en la que Franco saluda, rendidamente, a su aliado Hitler en la frontera española.

La vida de nuestras gentes refugiadas fue de una honda miseria y dramatismo. Hasta marzo de 1945 no obtuvieron el estatuto de refugiados políticos. En 1947, a raíz de la condena moral al régimen franquista por las Naciones Unidas, se cerró la frontera francesa. Pero tres años más tarde, el franquismo recibía el doble espaldarazo de la firma del pacto militar con Estados Unidos y el beneplácito de un nuevo concordato con la Santa Sede vaticana. La Iglesia, cómplice de Franco durante la Guerra Civil, como siempre, desde tiempo inmemorial, aliada con el poder. Las democracias volvieron a mantener la pervivencia del franquismo en el poder, para desolación del valioso y numeroso exilio español.

¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar en este país la afrenta de la tergiversación de la realidad histórica, las ocultaciones e infamias, la indiferencia contra aquellos luchadores antifascistas que tomaron partido contra la injusticia, y tras combatir el fascismo en España, lanzados al exilio en 1939, fueron internados en desolados campos de concentración franceses? ¿Para cuándo, el reconocimiento a la lucha en la guerra, el maquis y la contribución en la resistencia francesa de nuestros hombres y mujeres, contra el invasor nazi, en tierras francesas, en denodada lucha por las libertades? Hombres y mujeres, y a veces niños estafetas, cazados en territorio francés por las SS y la Gestapo para explotarlos hasta su extenuación en fábricas de armamento, y terminar en las cámaras de gas o en los hornos crematorios. ¿Cuándo se va a enseñar en las escuelas la lucha del pueblo español, dentro y fuera de nuestras fronteras, y que los primeros libertadores que entraron en París, el 24 de agosto de 1944, eran soldados españoles republicanos?

Pensamos que si esa exposición, afrentosa para la memoria de los luchadores y víctimas del nazismo, de la que al parecer nadie se ha hecho responsable, se hubiese dedicado a criticar al superviviente general golpista, un coro de voces se habría alzado, como trompetas de Jericó, prohibiendo su contenido y reescribiendo los fastos gloriosos del dictador. Y es que la Transición nos trajo de nuevo el silencio, dogma de los vencedores, el miedo que aherrojó bocas, y en muchos casos el terror los hizo serviles, para sobrevivir a la represión del régimen franquista.

Creemos que, a pesar de los diez años transcurridos desde la Ley de Memoria Histórica, como derecho humano, es molesta para una mayoría de gentes de sensibilidad amorfa y visión cegata, que apela al gasto que supone para el país. Y ahí continúan en sus fosas, cunetas y descampados, sin exhumar, las víctimas del franquismo, al mismo tiempo que se suceden las beatificaciones a los eclesiásticos y religiosos, mártires de la Cruzada. El Gobierno, la Justicia, la Iglesia y personas influyentes permanecen ajenas a la verdad, justicia y reparación, de las víctimas republicanas.

El escaso interés de los responsables gubernamentales y culturales en vigilar los contenidos de la exposición del madrileño Centro de Exposiciones y exigir su rectificación, corresponde a la negativa que la presidenta de la Asamblea de Madrid, el parlamento regional de la comunidad autónoma, dedica a las víctimas del nazismo, al prohibir el simple recordatorio de los nombres de más de quinientos deportados madrileños, una gran parte exterminados en los campos nazis, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las víctimas del Holocausto, a petición de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica. Su actitud implica el rechazo a restablecer la Memoria de nuestra historia, silenciada y oculta, a las nuevas generaciones, con un argumento insostenible: “La lectura de los nombres de todas y cada una de las personas madrileñas que fueron víctimas haría necesaria la lectura de los nombres de los millones de víctimas”, leemos en el periódico digital Diario.es (13 enero 2018).

http://blogs.publico.es/dominiopublico/24939/dolorosa-ausencia-republicanos-espanoles-deportados-en-una-exposicion-sobre-auschwitz/

domingo, 9 de abril de 2017

_--América para los... españoles. Una exposición en la Torre Iberdrola de Bilbao trata la contribución de la monarquía de Carlos III a la independencia de Estados Unidos y la emigración vasca del siglo XX.

_--El historiador estadounidense Charles F. Lummis escribió en 1928: “No hemos hecho justicia a los exploradores hispánicos porque no hemos sido informados adecuadamente”. A paliar esa falta se consagra, en esta era de “América para los americanos”, la exposición La memoria recobrada, huellas en la historia de Estados Unidos, que abrirá al público el 10 de abril en la planta 25 de la Torre Iberdrola, rascacielos con vistas al nuevo Bilbao.

La muestra, comisariada por José Manuel Guerrero Acosta, “historiador y militar en la reserva”, está escorada inevitablemente a lo castrense y pretende esclarecer “las contribuciones de la monarquía española en la fundación de Estados Unidos, así como la importancia de la emigración vasca a Norteamérica”. Para ello, se ha contado con unas 210 piezas entre pinturas, documentos, trajes, mapas, esculturas, armas o modelos navales.

La historia comienza en tiempos de Carlos III, cuando la mecha ilustrada prendía alentada por los vientos de progreso llegados de Francia. Como testigos de aquella época aguardan en la primera sala Voltaire, Diderot, un ejemplar de la Enciclopedia y algunos de sus parientes españoles, como Xavier de Munibe, conde de Peñaflorida, “ilustrado español, escritor en euskera” e instigador de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

Cuadros prestados por el Prado (uno de los museos convocados junto a otros muchos, como el Wadsworth Atheneum Museum of Art de Connecticut, el Lázaro Galdiano de Madrid, el San Telmo de San Sebastián o el Bellas Artes de Bilbao), mapas de las primeras expediciones científicas, trajes o pianos de época sirven el contexto social, económico y cultural antes de cruzar al otro lado del Atlántico. Allí, a finales de los setenta del siglo XVIII, los ejércitos francés y español se sumaron a la causa independentista contra los ingleses.

Vascos en la Exposición Universal de San Francisco de 1915.ampliar foto En aquellos tiempos convulsos destaca un personaje, el bilbaíno Diego de Gardoqui (1735-1798), primer embajador en EE UU, que recibió el encargo real y confidencial de enviar a los rebeldes de las 13 colonias armas, medicamentos y otros pertrechos a través de su compañía marítima. De ahí las palabras de agradecimiento de Benjamin Franklin en 1780, incluidas en la muestra. Y de ahí también su relación con George Washington. Como el comisario no ha podido echar mano documentos de época que ilustren esa relación, pues no existen, ha encargado a Fernando Vicente una ilustración en el que esta se recrea.

No es el único anacronismo que Guerrero Acosta se permite con fines didácticos. Para contar su historia ilustra en formato animado un cuadro del célebre artista de la revolución estadounidense John Trumbull o recurre al pintor hiperrealista contemporáneo de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, que aporta una marina sobre la conquista de las Bahamas en 1782 y recrea la toma de Pensacola, decisivo episodio de la contribución española a la liberación de Florida, que dio fama a otro de los personajes clave de este relato: Bernardo de Gálvez, a quien el comisario dedicó una muestra en Casa de América de Madrid. El molde de una estatua del capitán, cuyo retrato hizo colgar la administración Obama en el Senado de EE UU, luce en la exposición a la espera de que se cumpla la promesa de colocarla en la plaza de Colón.

Diorama naval
El recorrido plantea entonces un salto hacia la segunda parte, marcado por el diorama de una batalla naval: la emigración española (y especialmente vasca) a EE UU. Por esa elipsis se escurre la guerra hispano-estadounidense de 1898, “no por descuido”, explica Guerrero Acosta, “sino porque la pretensión era contar otra cosa”.

Y esa otra cosa incluye historias de vascos de probado arrojo: balleneros, como Joanes Echániz, que escribió su testamento en Terranova en la Navidad de 1584, pelotaris de jai-alai, pastores de Idaho o aquellos 60 marines que transmitieron órdenes en euskera durante la II Guerra Mundial para confundir a los japoneses.

La muestra se cierra con dos piezas lumínicas de los artistas James Turrell y Dan Flavin, de la colección Iberdrola de arte contemporáneo, y con un autohomenaje: el relato de cómo la firma hizo su propio viaje a las Américas y acabó cotizando en Wall Street desde finales de 2015 a través de su filial Avangrid.

PRIORIDAD PARA LOS ACCIONISTAS
La memoria recobrada fue inaugurada este lunes por el presidente de Iberdrola Ignacio Sánchez-Galán como parte de los actos que culminarán el viernes con la junta general de accionistas de la firma. Estos podrán visitar la muestra con prioridad, hasta que el 10 de abril se abra al público. Conviene planificar por anticipado en la web www.iberdrola-arte.es

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/27/actualidad/1490635301_092448.html

lunes, 4 de agosto de 2014

Jugar es algo muy serio. La muestra 'Playgrounds' reflexiona sobre la capacidad del juego para recuperar un espacio público cada vez más privatizado.

Decía Wittgenstein que no es posible encontrar un núcleo de significación común compartido por todos los juegos y que sólo cabe descubrir entre algunos de ellos “parecidos de familia” (también hay, podríamos añadir, bastardos que parecen haberse colado en el álbum sin credenciales de parentesco alguno). Y no es solamente que haya juegos muy diferentes —como el boxeo o las cartas—, es que llamamos jugar a cosas bien distintas y a veces contradictorias: la estresante competición deportiva, el deambular sin rumbo definido, el relajado descanso después del trabajo, el esforzado oficio del turista, una función teatral, la furiosa invasión infantil del parque recreativo, o el desafío electrónico en el espacio virtual. Playgrounds es una muestra que reúne un amplio mosaico de obras de arte contemporáneo en una propuesta muy ambiciosa: se trata, para empezar, de delimitar, dentro de esa vasta y heterogénea masa, aquellos juegos que se desarrollan en el espacio público (quedan excluidos, pues, los juegos de salón y, en general, los privados); una vez hecho esto, el argumento consiste en buscar en esa clase de juegos, de acuerdo con algunas de las apuestas críticas que se han ido generando en los programas estéticos alternativos, una posibilidad de recuperar ese terreno privatizado y mercantilizado, una ocasión para “reinventar la democracia” a partir de lo que sería, según los comisarios, el último vestigio de resistencia contra la lógica implacable del capitalismo. Ambiciosa, sí, la propuesta no es en absoluto descabellada: se apoya en una ambigüedad que hoy es constitutiva de la propia noción de juego,y que al mismo tiempo que permite sustentar la hipótesis, amenaza con subvertir su sentido o trivializarlo.

¿A qué ambigüedad nos referimos? En nuestra cultura, por razones que serían largas de explicar, el concepto de juego disfruta de una situación privilegiada. Por una parte, acumula todo el prestigio de lo no serio y de la inocencia salvaje de los niños, del posibilismo de lo ficticio, de lo lúdico, de lo festivo y lo gratuito, de lo gozoso y lo creativo, incluso del sexo y del amor, frente a las connotaciones negativas del trabajo y las actividades adultas que generan obligaciones y responsabilidades; y es, no conviene olvidarlo, la metáfora más repetida para pensar la actividad artística. Pero, por otra parte, funciona igualmente como modelo, paradigma y esquema de todas las cosas serias a las que presuntamente se opone, de tal manera que, como ha mostrado en los últimos tiempos la llamada teoría de juegos, también sirve para explicar instancias tan aparentemente poco lúdicas como la estrategia militar y la guerra, el comercio, la industria, las finanzas, la política o el matrimonio. Parece tener el mágico derecho a reunir en un solo paquete el principio del placer y el principio de realidad. Los movimientos artísticos y las corrientes ideológicas que, desde mediados del siglo pasado, desplegaron un discurso crítico contra los deshilachados pilares de la modernidad (recogiendo impulsos revulsivos que venían ya de los utopismos decimonónicos) dirigieron sus dardos contra la rigidez de las estructuras sociales, encarnadas en las sólidas edificaciones del Movimiento Moderno, que a su vez simbolizaban todas las intransigencias de la sociedad industrial (las fronteras ocio/trabajo, privado/público, burguesía/proletariado, masculino/femenino, etcétera). El juego podía, entonces, servir como metáfora para que la llamada “izquierda artística”, que alcanzó plena visibilidad en Mayo del 68, reivindicase la flexibilización de esos férreos corsés, la apertura de las citadas fronteras y la licuación de aquellas ominosas solideces, alcanzando potencialidades que nadie dudaba en calificar de revolucionarias, sin necesidad de emplear expresiones de alto riesgo (como la que en uno de los paneles de la exposición habla del niño como “sujeto político autónomo”) o de dudosa gramaticalidad (como “demanda de agencia”, “empoderamiento” o “no obstante a…”).

Pero el hecho de que el juego se haya convertido en clave para entender las actividades serias no es una simple casualidad. Va de la mano de la instalación generalizada de un nuevo régimen socioeconómico —líquido y no sólido, flexible y no rígido— en el cual, objetivamente, las fronteras entre el ocio y el trabajo, entre las clases sociales y entre los géneros, o entre lo público y lo privado se han vuelto permeables y fluidas, pero no precisamente en el sentido imaginado por los utopistas del XIX o por los radicales del XX, sino en uno, contrario, que nos enseña hoy el rostro infernal de la flexibilidad, la adaptabilidad y la movilidad: el juego ha sido tan sistemáticamente colonizado por los mismos que privatizaron y mercantilizaron el espacio público que lo que hoy es legítimo es dudar de su potencial revolucionario, y de las capacidades críticas de un discurso ampliamente fagocitado por sus enemigos. Quienes han presentado esta muestra no ignoran nada de esto, y precisamente la oportunidad de su trabajo consiste en permitirnos visualizar el desgaste de ese discurso y en obligarnos a reflexionar no solamente acerca de qué sería hoy lo genuinamente “revolucionario”, sino también sobre el significado de las relaciones entre arte y política en un mundo como el nuestro y en una coyuntura como la presente. No vaya a ser que alguien piense que el arte es sólo un juego de salón que los entendidos practican en los museos.

Playgrounds. Reinventar la plaza. Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 22 de septiembre. Fuente, El País.