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martes, 2 de abril de 2024

España, guarida de nazis. El ensayo ‘Bajo el manto del Caudillo’ presenta la España de Franco como el país europeo donde se ocultaron más altos cargos y colaboracionistas del Tercer Reich

París ya había sido liberada. La caída de Berlín parecía inminente. La guerra mundial acababa. Y cientos de nazis se refugiaron en España: país amigo, régimen hermano. No solo vinieron nazis de base, sino altos cargos del Tercer Reich, de la Italia de Mussolini, de otros regímenes fascistas como el Estado Independiente de Croacia o colaboracionistas de la Francia de Vichy. Los derrotados atravesaron a pie o en coche los Pirineos. También llegaron en pequeños barcos o aviones. Y permanecieron en secreto, ocultos en la España de los cuarenta.

Tenían la protección del régimen de Franco. Con nombres falsos. Hospedados en los balnearios de Sobrón (Álava), Urberuaga de Ubilla y Molinar de Carranza (Bizkaia), Jaraba (Zaragoza) o Caldas de Malavella (Girona). Alojados en el Palace (Madrid), en casas de El Viso (también en la capital) o en Marbella (Málaga). Intentaban evitar su deportación. Esquivaban a los espías extranjeros que venían a capturarlos o, directamente, a liquidarlos. Así los retrata Bajo el manto del Caudillo (Alianza), un ensayo escrito por el historiador José Luis Rodríguez Jiménez después de décadas de estudio y que constituye la mayor investigación hecha hasta ahora sobre un tema secreto y purgado de los archivos españoles.

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Un caso: Reinhard Spitzy. Capitán alemán de las SS. Espía militar del Abwehr (servicio de inteligencia) nazi. Sabía que lo buscaban en España y se escondió bien. Se acogió a lugar sagrado. Se metió en casa del cura de Oreña (Cantabria), luego en la colegiata de Santillana del Mar haciendo vida de monje, y así hasta acabar siendo conocido como “el hermano Ricardo de Irlanda” en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña, en Castrillo del Val, donde pasaría más de un año. Cuenta el autor que para poder cumplir su plan de fuga a Argentina, Spitzy vendió los planos de construcción de un cohete antiaéreo al Ejército español a través del general falangista Juan Yagüe. Así recibió protección y documentación española falsa, para él y su familia, y en 1948 partieron hacia Argentina, el gran remanso de paz nazi en América.

Otro caso, con final bien distinto. Era junio de 1945. Policías franceses con identidad falsa penetraron en España en busca de Michel Szkolnikov, que vivía en la colonia madrileña de El Viso con su pareja berlinesa, Elfrieda Tietz, alias Hélène Samson. Ambos se había lucrado en la Francia ocupada traficando en el mercado negro para los alemanes. El plan era capturarlo, llevarlo a Francia e interrogarlo allí. Pero se les fueron las manos a los agentes de la Francia democrática. “A causa de la paliza que le propinaron para reducirle, Szkolnikov falleció en el coche, a solo unos 30 kilómetros de la capital. Los agentes franceses decidieron quemar el cadáver y desaparecer, pero serían detenidos poco después por la policía española”, cuenta el autor, profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos.

El libro es un recorrido por esas vidas secretas marcadas por la derrota europea del nazismo y el fascismo y el temor individual a los juicios y las posibles ejecuciones. Cazadores cazados. Es, también, una mirada a una realidad incómoda para el régimen de Franco. Primero, porque los aliados sabían que España se había convertido en el país europeo que acogía el mayor número de nazis, fascistas, ultraderechistas y colaboracionistas con el Tercer Reich desde la segunda mitad de 1944. Y esa presencia era motivo de tensión con los aliados en mitad del aislamiento internacional de España.

Sin embargo, el desembarco también se convirtió en una oportunidad para la dictadura franquista, que ayudó a nazis y colaboracionistas agazapados en España. Y no lo hizo solo por sintonía ideológica. Había intereses. Según explica a EL PAÍS el autor del libro, dos grandes razones influyeron en su protección. De entrada, “dados sus conocimientos sobre la colaboración España-Alemania, no convenía que fueran interrogados por personal de los aliados”. Y después, estos fugitivos alemanes y franceses habían desempeñado funciones de gestión económica, espionaje y policía política en primera línea y podían seguir aportando su experiencia en estas tareas. Eran, pues, un talento reciclable para la España de Franco. Espías potenciales.

Un ejemplo: el Alto Estado Mayor reclutó a varios espías alemanes que habían actuado en España y en el Marruecos español durante la II Guerra Mundial. El ensayo recorre los brumosos pasos de alguien que utilizó muchos nombres ―como Wilhelm Friedrich Heinrich Knipa, José Luis Gurruchaga Iturria o Friedrich-Ludwig Von Freienfels― para investigar a miembros del exilio republicano que hacían labores de oposición pacífica y violenta al franquismo.

Rodríguez Jiménez, que se doctoró con una tesis dedicada a la extrema derecha española desde el tardofranquismo a la consolidación de la democracia (1967-1982), pone de relieve un aspecto. No solo era la cantidad, sino la calidad. A la madriguera franquista llegaron nazis de alto rango como el jefe del Gobierno de la Francia de Vichy, el filonazi Pierre Laval. A este lo entregó Franco a las nuevas autoridades francesas, presionado y para congraciarse, y luego lo fusilaron. Después ya no hubo entregas tan dóciles. Lección aprendida.

También estaban en España sus ministros colaboracionistas Abel Bonnard, de Educación, y Maurice Gabolde, de Justicia. O Louis Darquier de Pellepoix, periodista antisemita y político ultra que dirigió el Comisariado General de Asuntos Judíos del Gobierno de Vichy y colaboró con la Gestapo en la deportación de judíos franceses a los campos de exterminio. En España tuvo una nueva identidad: Juan Esteve, profesor de Francés en la Escuela del Alto Estado Mayor del Ejército y en la Escuela Central de Idiomas, y traductor en el Ministerio de Exteriores.

Inadvertido en la sierra madrileña vivía Karl Bömelburg, jefe de la Gestapo en Francia. Lo habían dado por muerto, pero seguía en España hasta que su amigo Ramón Serrano Suñer lo acompañó al aeropuerto de Barajas rumbo a Suiza. También se escondía en España el principal colaboracionista belga con el Tercer Reich, Léon Degrelle, un político radical y narcisista de vida rocambolesca que sirve de hilo conductor a este ensayo que recorre unas vidas que pasaron de la hegemonía totalitaria a la clandestinidad.

Así lo fue para el jefe de las Juventudes Hitlerianas, Bernhard Feuerriegel. Él entró en España en julio de 1944. Asistido por la red de encubrimiento que coordinaba en Madrid Clara Stauffer, consiguió una nueva identidad. Ya era Bernardo Fernández, natural de Tarragona y de profesión perito mecánico. Así se recluyó en Madrid, en casa de una señora de confianza. Se enamoró de su hija. Se casó con ella. Y acabó trabajando como profesor de música en aquella España permisiva con los nazis huidos.

En el caso de Josef Hans Lazar, agregado de prensa de la Embajada alemana en España, gracias a sus amistades pudo fingir un ataque de apendicitis que le valió una larga estancia en la clínica Ruber. Después, según la hipótesis que maneja el autor, fue acogido en un convento de monjas irlandesas en Salamanca. Mucho menos discreto fue Meino Von Eitzen, espía nazi del Abwehr y jinete de prestigio, que se estableció en Vigo con la tapadera de ser el gerente de la empresa Depósito Español de Carbones SA y llenó sus cuadras de caballos.

Sí que hubo un efecto político telúrico, casi indetectable, entre tanto nazi oculto en la España de posguerra. “Degrelle y otros nazis —explica el autor— fueron impulsores en España de las teorías negacionistas sobre el Holocausto, con el propósito de blanquear el pasado nazi y el suyo propio para intentar hacer las ideas nazis más aceptables para las nuevas generaciones”.

En las altas esferas, sin embargo, no pasó de ahí. Dice José Luis Rodríguez Jiménez que “la influencia de los refugiados nazis y fascistas en España fue nula porque el régimen de Franco se había visto obligado a iniciar un proceso de desfascistización con la derrota de Hitler y Mussolini”. Ya estaban regresando del frente los últimos contingentes españoles en la División Azul. Ya el saludo fascista iba a dejar de ser oficial y obligatorio unos meses después. España se reinventaba. Nacía un síperono fascista llamado franquismo.

lunes, 21 de junio de 2021

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Operación Barbarroja: el día en que Hitler perdió la Segunda Guerra Mundial. El 22 de junio se cumplen 80 años del principio del fin para el régimen nazi: la decisión de invadir la URSS.

El día en que Hitler ordenó que las tropas alemanas invadiesen la URSS, en la madrugada del 22 de junio de 1941, hace 80 años, perdió la Segunda Guerra Mundial. La Operación Barbarroja, como se bautizó aquella invasión en homenaje al emperador Federico I, hizo inevitable la derrota del nazismo, aunque también llevó la guerra a un nivel de salvajismo desconocido hasta entonces: el objetivo del Tercer Reich no era vencer a sus enemigos, sino exterminarlos. Los cuatro años que quedaban de conflicto se encuentran entre los más sangrientos de la historia, no solo en los frentes de batalla, sino también en la retaguardia porque fue entonces cuando comenzó el asesinato sistemático de los judíos europeos.

En su delirio racial, el dictador nazi Adolf Hitler pensaba que un país que consideraba poblado por Untermenschen (subhumanos) sería subyugado en cuestión de semanas, como había ocurrido con Polonia, Francia o los Países Bajos. El dictador soviético Josef Stalin, desconfiado y despiadado asesino de masas, creyó ciegamente –contra informaciones contrastadas de las que disponía– que Alemania no rompería el pacto de no agresión que había firmado dos años antes. Su Ejército, diezmado durante las grandes purgas, no estaba en absoluto preparado. El coste en vidas de este error es imposible de medir; pero Hitler no supo calcular ni la inmensidad del espacio soviético, ni su capacidad de producción industrial, ni los cientos de miles de soldados de refresco enviados a combatir desde los confines de la URSS.

Con este acto homenaje, la comunidad internacional también ha reconocido en Moscú el sacrificio de los pueblos de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Putin he hecho hincapié en que los "eventos más brutales y decisivos del drama y resultado" de la guerra se desarrollaron en la URSS, recordando las batallas de Moscú y Stalingrado. "Liberando Europa y luchando por Berlín, el Ejército Rojo llevó a un final victorioso de la guerra", ha dicho el presidente ruso.

El historiador militar británico Antony Beevor, uno de los grandes expertos en el conflicto, autor de obras como Stalingrado o Berlín. La caída, responde con un “casi con toda seguridad” cuando es preguntado sobre si la invasión selló la suerte de Alemania. “Ello se debió a que Hitler no aprendió las lecciones no solo de la derrota de Napoleón en 1812, sino sobre todo las de la guerra chino-japonesa desde 1937, a pesar de que Chiang Kai Shek contaba con asesores alemanes”, explica Beevor por correo electrónico. “Si un Ejército defensor, por muy mal armado y entrenado que esté, tiene una enorme masa de tierra a la que retirarse, entonces el atacante, por muy bien entrenado o armado que esté, perderá todas sus ventajas. La única esperanza de victoria de Hitler era convertir la invasión de la Unión Soviética en otra guerra civil levantando un ejército de un millón de ucranios y otros antisoviéticos, como se le instó a hacer, pero se negó a poner a los Untermenschen eslavos en uniformes alemanes por principios”.

El último libro del historiador británico Jonathan Dimbleby, publicado en abril, lo deja claro desde el título: Barbarossa. How Hitler lost the war (Barbarroja. Como Hitler perdió la guerra). “La invasión de la Unión Soviética por parte de Hitler fue la mayor, más sangrienta y más bárbara empresa militar de la historia”, escribe Dimbleby. “Cuando sus Ejércitos llegaron a las puertas de Moscú, en menos de seis meses, cualquier perspectiva que Hitler pudiera haber tenido de realizar su delirante visión de un Reich de los Mil Años ya se había desvanecido”.

Todas las cifras que rodean la Operación Barbarroja son espeluznantes: a las 03.15 de la madrugada, hora de Berlín, el Ejército alemán abrió un frente de 2.600 kilómetros, con la colaboración de sus aliados italianos y rumanos. Un total de tres millones de militares (148 divisiones, el 80% del Ejército alemán) participaron en una ofensiva apoyada en 600.000 caballos y 600.000 vehículos. “No se debe olvidar que la invasión alemana fue básicamente una operación dependiente de los caballos”, explica el historiador estadounidense Peter Fritzsche, profesor emérito de la Universidad de Illinois y autor de obras de referencia como Vida y muerte en el Tercer Reich. Cuando el clima ruso se abatió sobre el Ejército invasor, la dependencia de los caballos se demostró crucial.

El avance fue rápido y despiadado –Beevor cuenta en su libro La Segunda Guerra Mundial que una unidad de caballería se mostraba orgullosa de haber matado a 200 soldados enemigos en combate y a 13.788 civiles en la retaguardia–, pero según avanzaba el verano la resistencia se hacía cada vez más intensa en el frente y los ataques guerrilleros se multiplicaban detrás de las líneas. La brutalidad nazi desencadenó una reacción patriótica, pero también una lucha desesperada por sobrevivir. Tres millones de prisioneros de guerra soviéticos murieron en manos de los nazis, de los que dos millones fallecieron en 1941, la mayoría de hambre. Ante esa perspectiva, sumada a los comisarios políticos omnipresentes en el Ejército rojo, combatir era casi la única forma de tener una oportunidad, por pequeña que fuese, de salir con vida.

En otoño, las líneas de abastecimiento alemanas comenzaron a quebrarse con decenas de miles de soldados, sus caballos y sus vehículos atrapados en el barro. El general invierno ruso inutilizó una parte del armamento alemán, mientras que los soldados no tenían ropa adecuada para temperaturas siberianas: como Hitler pensaba que la ofensiva sería cuestión de semanas, no había previsto un equipo especial para el frío del que sí disponían los soldados soviéticos. El fracaso en la toma de Moscú significó un punto de no retorno en la ofensiva y en la guerra.

Aunque las tropas nazis ya habían puesto en marcha unidades dedicadas exclusivamente al asesinato de civiles, con la Operación Barbarroja el exterminio de los judíos europeos entró en una nueva fase. Peter Fritzsche explica que “el avance de la ofensiva fue inmediatamente acompañado por ataques asesinos contra las comunidades judías, incluyendo horribles pogromos que los alemanes trataron de instigar utilizando a la población local”. “Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuándo se concibió el Holocausto como una solución final que implicaba el asesinato a gran escala”, prosigue Fritzsche. “Posiblemente fue en el verano de 1941, en este espíritu de euforia desatado por la ofensiva. El 31 de julio de 1941 se difundió la orden explícita de destruir las comunidades judías, incluyendo a las mujeres y los niños”.

Cuatro unidades de Einsatzgruppen –escuadrones de la muerte– fueron desplegadas detrás de las líneas para llevar a cabo estos asesinatos masivos. Sin embargo, existe actualmente un consenso entre los historiadores de la Shoah en que estos asesinatos masivos no hubiesen podido llevarse a caso sin la complicidad activa del Ejército regular alemán y de colaboradores locales. “La Operación Barbarroja representó un punto de inflexión”, ha escrito Yona Kobo, investigadora del Yad Vashem y comisaria de la exposición virtual The Onset of Mass Murder sobre las víctimas civiles de la invasión, que puede verse actualmente en la web del museo del Holocausto de Jerusalén. “Hasta entonces, las medidas antisemitas consistían sobre todo en meter a los judíos en guetos y campos de concentración, pero la invasión trajo consigo el asesinato en masa y luego la deportación a campos de exterminio. Primero asesinaron a los hombres y pronto a todas las mujeres, niños y bebés”.

En la Navidad de 1941 un millón de judíos habían sido asesinados, la mayoría en la URSS. En 1942 comenzaron a funcionar las cámaras de gas. “Es una grotesca ironía”, escribe Jonathan Dimbleby, “que el crimen más incalificable del siglo XX fuera el único elemento de la visión apocalíptica del Führer para el Tercer Reich que, hasta los últimos meses de la guerra, no se vio excesivamente obstaculizado por la derrota en el campo de batalla”. 


Nota: 
Lo que no se entiende, al menos que la soberbia, desprecio a los no arios y prepotencia los cegara, es que un cabo de la I GM, gobernara a toda una nación culta y dirigiese a un ejército como el alemán considerado como el más preparado, selectivo y aristocrático de su tiempo. Y ese ejército le obedeciera ciegamente en su camino al desastre y el hundimiento. La encumbrada "nobleza prusiana" dio un ejemplo de necedad y estulticia increíble, y mostró, aparte de su crueldad innecesaria, como fue derrotado por un ejercito formado por hijos de obreros y campesinos, pobres y despreciados por Alemania y considerados subhumanos por Hitler y los nazis...

jueves, 17 de junio de 2021

La lengua del tercer Reich

Al dirigirse a todos, y no sólo a los representantes elegidos del pueblo, [el discurso político] debía resultar comprensible para todos y, por tanto, más popular. Popular es lo concreto; cuanto más tangible sea un discurso, cuando menos dirigido al intelecto, tanto más popular será. Y cruza la frontera hacia la demagogia o la seducción de un pueblo cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo y a narcotizarlo de manera deliberada.

VICTOR KLEMPERER
La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (1947)

jueves, 19 de marzo de 2020

Eugenesia nazi. Martí Domínguez conduce con firmeza un relato en el que las teorías científicas dan paso a hechos de la II Guerra Mundial.

Tras sus novelas sobre Voltaire, Buffon y Goethe, Martí Domínguez (Madrid, 1966), doctor en biología y profesor de periodismo, se adentra en el aterrador “ocaso de los dioses” hitleriano. Concebida como la autobiografía de un científico austríaco, estudioso de los animales y afín al nacionalsocialismo (trasunto de un personaje real), la novela recrea su paradójica trayectoria vital. Como joven investigador cuando Austria se incorpora al Tercer Reich, sus estudios sobre genética animal cayeron bien a los gerifaltes nazis, embarcados en estudios eugenésicos para mejorar la raza aria; por eso lo promueven para que haga carrera en la universidad (verdadero nido de ideólogos); y terminará comprometido —más o menos a su pesar— en los planes de eugenesia humana de las SS. Martí Domínguez conduce con firmeza un relato que va cobrando cada vez más interés, y en el que las teorías científicas dan paso a hechos de la II Guerra Mundial, tales como el rapto de niños con “rasgos arios”, robados a sus padres por los nazis en Polonia y Ucrania para su “germanización”.

Nos introduce asimismo en las Lebensborn, los centros estatales donde mujeres racialmente puras se dejaban preñar como deber patrio por hombres de las SS, con vistas al mejoramiento genético de los futuros soldados. Sus hijos serían propiedad del Estado. Las escenas escabrosas son las justas, poco las necesita la atmósfera de horror totalitario que se palpa desde las primeras páginas en esta apasionante novela.

domingo, 26 de agosto de 2018

German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'

German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'

The German government is in the embarrassing position of having to decide whether or not to bail out an industrial giant accused of using the hair from Jews murdered in the gas chambers of Auschwitz to make textiles at its factories in Nazi occupied Poland during the Second World War.

By Allan Hall in Berlin 7:00 AM GMT 03 Mar 2009

The Schaeffler group is lumbered with close to £14bn worth of debt after buying out the major European auto parts and tyre maker Continental last year in a hostile takeover.

When the global crunch hit shortly after the purchase, the group began teetering on the brink of bankruptcy, threatening the jobs of 220,000 people around the world.

It has asked for German state aid and Berlin was said to be receptive to its overtures "until details of its dark past under the Nazis came to light".

Last week the group issued the findings of an independent historical stocktaking of its activities in the Third Reich, one of numerous concerns to do so in recent years. It admitted the widespread use of forced labourers who worked and died under appalling conditions in its factories in occupied Poland which were switched from consumer goods to armaments in wartime.

The company released the findings on the back of internet rumours that the plants had also utilised the hair from many of the inmates who died at Auschwitz, a charge it vehemently denied.

But the allegations have returned to haunt the company this week with the findings of the deputy director of the Auschwitz memorial site, Dr Jacek Lachendro.

He claims that 1.95 tons of human hair – "it was shaved from the heads of the victims before they were gassed" – was found in a Schaeffler textile factory after the war ended. He says he also has records from the camp of former slave labourers at the camp who were responsible for despatching the hair in two railway car loads to the Schaeffler enterprise, which back then operated under the name Davistan AG.

He said the hair was examined after the war and found to contain traces of Zyklon- B; the pesticide which the Nazis used at Auschwitz to kill an estimated 1.1 million people, most of them Jews.

The ruins of the Schaeffler plant at Kietrz are three hours drive away from Auschwitz. At the end of the war the Schaeffler brothers resettled their industries in Bavaria.

The Nazis used the hair of death camp victims make rough work clothes and to line the boots of U-boat crews.

Against this backdrop, Berlin is in a moral quandary about further aid for the company's owners who are now being pressured to surrender control to the banks that financed the ill-fated deal Continental deal.

The Schaeffler family have called on the German government for help.

The family hope that winning state backing will strengthen their hand with banks. Government help could come in the form of guarantees that Schaeffler refinance some of its debt on cheaper terms, also letting current lenders off the hook.

Schaeffler recently conceded extra rights to staff to win trade union backing for its bid for state aid. Union chief Berthold Huber, a powerful political figure in Germany, threw his weight behind the family's call for help from Berlin.

But one government insider familiar with the negotiations said: "It is a difficult moral call to be seen helping a company that may have utilised the hair of tens of thousands of murdered people."

The company's historian dismissed the allegations.


Compañía automovilística alemana 'usó cabello de judíos asesinados en Auschwitz'

El gobierno alemán se encuentra en la embarazosa posición de tener que decidir si rescata o no a un gigante industrial acusado de usar el cabello de judíos asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz para fabricar textiles en sus fábricas en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. .

Por Allan Hall en Berlín 7:00 AM GMT 03 de marzo de 2009

El grupo Schaeffler tiene una deuda cercana a los 14.000 millones de libras esterlinas después de comprar el año pasado al principal fabricante europeo de repuestos de automóviles y neumáticos Continental en una adquisición hostil.

Cuando la crisis mundial golpeó poco después de la compra, el grupo comenzó a tambalearse al borde de la bancarrota, amenazando los puestos de trabajo de 220.000 personas en todo el mundo.

Ha pedido ayuda estatal alemana y se dice que Berlín es receptiva a sus propuestas "hasta que salieron a la luz detalles de su oscuro pasado bajo los nazis".

La semana pasada, el grupo publicó los resultados de un balance histórico independiente de sus actividades en el Tercer Reich, una de las numerosas preocupaciones que ha tenido para hacerlo en los últimos años. Admitió el uso generalizado de trabajadores forzosos que trabajaron y murieron en condiciones espantosas en sus fábricas en la Polonia ocupada, que se cambiaron de bienes de consumo a armamentos en tiempo de guerra.

La compañía dio a conocer los hallazgos tras los rumores de Internet de que las plantas también habían utilizado el cabello de muchos de los reclusos que murieron en Auschwitz, un cargo que negó con vehemencia.

Pero las acusaciones han vuelto a atormentar a la compañía esta semana con los hallazgos del subdirector del sitio conmemorativo de Auschwitz, el Dr. Jacek Lachendro.

Afirma que se encontraron 1,95 toneladas de cabello humano, "se les quitó la cabeza a las víctimas antes de ser gaseadas", en una fábrica textil de Schaeffler después de que terminó la guerra. Dice que también tiene registros del campamento de ex trabajadores esclavos en el campamento que fueron responsables de enviar el cabello en dos vagones de ferrocarril a la empresa Schaeffler, que en ese entonces operaba bajo el nombre de Davistan AG.

Dijo que el cabello fue examinado después de la guerra y se encontró que contenía rastros de Zyklon-B; el pesticida que los nazis usaron en Auschwitz para matar a aproximadamente 1,1 millones de personas, la mayoría de ellos judíos.

Las ruinas de la planta de Schaeffler en Kietrz están a tres horas en coche de Auschwitz. Al final de la guerra, los hermanos Schaeffler reubicaron sus industrias en Baviera.

Los nazis usaban el cabello de las víctimas de los campos de exterminio para hacer ropa de trabajo áspera y para forrar las botas de las tripulaciones de los submarinos.

En este contexto, Berlín se encuentra en un dilema moral acerca de la ayuda adicional para los propietarios de la empresa, que ahora están siendo presionados para que cedan el control a los bancos que financiaron el trato nefasto con Continental.

La familia Schaeffler ha pedido ayuda al gobierno alemán.

La familia espera que ganar el respaldo del estado fortalezca su posición con los bancos. La ayuda del gobierno podría venir en forma de garantías de que Schaeffler refinancia parte de su deuda en términos más baratos, lo que también dejaría libres a los prestamistas actuales.

Schaeffler concedió recientemente derechos adicionales al personal para obtener el respaldo sindical para su oferta de ayuda estatal.

El jefe sindical Berthold Huber, una poderosa figura política en Alemania, apoyó el pedido de ayuda de la familia desde Berlín. Pero una fuente del gobierno familiarizada con las negociaciones dijo: "Es un llamado moral difícil ser visto ayudando a una empresa que puede haber utilizado el cabello de decenas de miles de personas asesinadas".

El historiador de la empresa desestimó las acusaciones.

lunes, 25 de junio de 2018

La batalla interior de los físicos del nazismo ¿Cómo estudiar la relatividad despreciando a Einstein? Philip Ball indaga en la compleja relación entre ciencia y política bajo el Tercer Reich.

La batalla interior de los físicos del nazismo
La física fue la gran ciencia de la primera mitad del siglo pasado, la especialidad capaz de los mayores honores y los peores horrores. También fue el campo de acción de los mayores héroes y villanos, del desarrollo de usos de las radiaciones para curar y para matar. ¿Dónde estaba cada uno? ¿Cómo sobrevivieron al nazismo los que se quedaron en Alemania? ¿Cómo hablaban de relatividad sin Einstein? ¿Era posible asomarse al nuevo mundo despreciando la ciencia judía,teniendo en cuenta que una cuarta parte de los físicos alemanes eran, en 1933, oficialmente “no arios”?

Philip Ball indaga en este libro sobre la batalla en el alma de los físicos alemanes bajo el Tercer Reich, al menos según el título original. Y lo hace con profundidad pero sin sesgos, sin apriorismo y con un análisis riguroso y equilibrado. Dejando claro, también, que no hay ciencia sin política. Es el retrato de un momento científico apasionante —es poco probable que veamos nunca nada igual, el descubrimiento, literalmente, de un universo desconocido— y de un momento político excepcional.

Y no es fácil, desde luego, mantener el equilibrio cuando se conoce, por ejemplo, el trato que recibió Lise Meitner, judía, mujer, ninguneada por su jefe —ni siquiera la mencionó cuando recogió el Nobel que ella merecía— y que pudo escapar de Alemania gracias a Peter Debye, uno de los personajes clave para el autor. Precisamente Ball, divulgador científico y editor durante veinte años de la revista  Nature, rescata del lugar de los apestados en el que han colocado algunos biógrafos a Debye y, de hecho, este es en cierta medida el hilo conductor, pese a haber sido considerado “un premio Nobel con las manos sucias”.

La batalla interior de los físicos del nazismo Peter Debye, que trabajó “en una de las áreas menos glamurosas de la ciencia: la fisicoquímica”, fue acusado (en enero de 2006) de connivencia con los nazis, pese a que nunca quiso adoptar la nacionalidad alemana, lo que hubiera supuesto perder la holandesa, y que fue, de hecho, quien hizo posible la huida de Meitner. Pero se movió en una zona gris en algunas ocasiones, entre el fervor por el conocimiento y el acatamiento de normas claramente racistas. Precisamente en esa zona gris es donde Ball trata de explicar, y de entender, los comportamientos de los protagonistas de esta historia, el gran Planck, Heisenberg y todas las lumbreras del momento.

En el proceso de nazificación de Alemania distingue Ball a los convencidos y a quienes viven lo que pasa viendo un país deshecho que comienza a levantarse y ven con buenos ojos que se restaure “el honor nacional. Eso no significa que Heisenberg recibiera con beneplácito el ascenso de Hitler, pero, como a muchos alemanes de familias de clase media alta, lo predispuso favorablemente hacia algunos aspectos de las políticas nacionalsocialistas, entre ellos su truculencia militarista”.

Se trata, en fin, de entender cómo los físicos alemanes se comportaron, en palabras de Planck, “como un árbol frente al viento”. O, dicho de otra manera, cómo unas personas tan inteligentes se acomodaron a una situación en la que “lo que antes había sido impensable se volvió de repente factible”.

Al servicio del Reich. La física en tiempos de Hitler. Philip Ball. Traducción de José Adrián Vitier. Turner. Madrid, 2014. 354 páginas. 24 euros.

https://ep00.epimg.net/descargables/2015/02/10/c0dd1114dbcb147926675e72705ee8be.pdf?rel=mas

https://elpais.com/cultura/2015/02/10/babelia/1423567411_709762.html

domingo, 28 de enero de 2018

La dolorosa ausencia de los republicanos españoles deportados en una exposición sobre Auschwitz

Antonina Rodrigo
Escritora y miembro de honor de la Amical de Ravensbrück

Asombra dolorosamente la ausencia de los deportados Republicanos españoles en el holocausto nazi, en la bien instalada exhibición sobre el campo de exterminio de Auschwitz, del Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid. Hasta el punto de que cuesta creerlo, por inexplicable, teniendo en cuenta que en este campo hubo compatriotas nuestros. Pero no solo aquí, los españoles fueron exterminados. También en otros campos nazis: Mauthausen, Buchenwald, Dora Mittelbau, Dachau, Bergen Belsen, Ravensbrück, Flossenburg, Neuengamme, Oranienburg, Natzweiler, Treblinka, Strutthop, Rawa Ruska, Schirmer. Es decir, que hubo prisioneros españoles internados en quince de los veintidós campos principales nazis, diseminados por la Europa ocupada por las tropas y los servicios policiales del Tercer Reich alemán.

Al final de nuestra visita a la siniestra muestra de los horrores nazis, preguntamos por la persona responsable. Nos recibió una señora que, amablemente, nos dijo que la exposición venía conformada de Alemania, y que la empresa española que había corrido con el montaje en Madrid era Musealia. El Centro se había limitado a alquilar las salas.

Nos negábamos a admitir que en la explícita muestra de los horrores nazis no hubiese ni un solo panel dedicado a la deportación de los miles y miles de republicanos españoles: mujeres, hombres, ancianos, niños, heridos. Y para que las nuevas generaciones conocieran la alianza del franquismo con el nazismo ilustrarlo con la foto en la que Franco saluda, rendidamente, a su aliado Hitler en la frontera española.

La vida de nuestras gentes refugiadas fue de una honda miseria y dramatismo. Hasta marzo de 1945 no obtuvieron el estatuto de refugiados políticos. En 1947, a raíz de la condena moral al régimen franquista por las Naciones Unidas, se cerró la frontera francesa. Pero tres años más tarde, el franquismo recibía el doble espaldarazo de la firma del pacto militar con Estados Unidos y el beneplácito de un nuevo concordato con la Santa Sede vaticana. La Iglesia, cómplice de Franco durante la Guerra Civil, como siempre, desde tiempo inmemorial, aliada con el poder. Las democracias volvieron a mantener la pervivencia del franquismo en el poder, para desolación del valioso y numeroso exilio español.

¿Hasta cuándo vamos a tener que soportar en este país la afrenta de la tergiversación de la realidad histórica, las ocultaciones e infamias, la indiferencia contra aquellos luchadores antifascistas que tomaron partido contra la injusticia, y tras combatir el fascismo en España, lanzados al exilio en 1939, fueron internados en desolados campos de concentración franceses? ¿Para cuándo, el reconocimiento a la lucha en la guerra, el maquis y la contribución en la resistencia francesa de nuestros hombres y mujeres, contra el invasor nazi, en tierras francesas, en denodada lucha por las libertades? Hombres y mujeres, y a veces niños estafetas, cazados en territorio francés por las SS y la Gestapo para explotarlos hasta su extenuación en fábricas de armamento, y terminar en las cámaras de gas o en los hornos crematorios. ¿Cuándo se va a enseñar en las escuelas la lucha del pueblo español, dentro y fuera de nuestras fronteras, y que los primeros libertadores que entraron en París, el 24 de agosto de 1944, eran soldados españoles republicanos?

Pensamos que si esa exposición, afrentosa para la memoria de los luchadores y víctimas del nazismo, de la que al parecer nadie se ha hecho responsable, se hubiese dedicado a criticar al superviviente general golpista, un coro de voces se habría alzado, como trompetas de Jericó, prohibiendo su contenido y reescribiendo los fastos gloriosos del dictador. Y es que la Transición nos trajo de nuevo el silencio, dogma de los vencedores, el miedo que aherrojó bocas, y en muchos casos el terror los hizo serviles, para sobrevivir a la represión del régimen franquista.

Creemos que, a pesar de los diez años transcurridos desde la Ley de Memoria Histórica, como derecho humano, es molesta para una mayoría de gentes de sensibilidad amorfa y visión cegata, que apela al gasto que supone para el país. Y ahí continúan en sus fosas, cunetas y descampados, sin exhumar, las víctimas del franquismo, al mismo tiempo que se suceden las beatificaciones a los eclesiásticos y religiosos, mártires de la Cruzada. El Gobierno, la Justicia, la Iglesia y personas influyentes permanecen ajenas a la verdad, justicia y reparación, de las víctimas republicanas.

El escaso interés de los responsables gubernamentales y culturales en vigilar los contenidos de la exposición del madrileño Centro de Exposiciones y exigir su rectificación, corresponde a la negativa que la presidenta de la Asamblea de Madrid, el parlamento regional de la comunidad autónoma, dedica a las víctimas del nazismo, al prohibir el simple recordatorio de los nombres de más de quinientos deportados madrileños, una gran parte exterminados en los campos nazis, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las víctimas del Holocausto, a petición de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica. Su actitud implica el rechazo a restablecer la Memoria de nuestra historia, silenciada y oculta, a las nuevas generaciones, con un argumento insostenible: “La lectura de los nombres de todas y cada una de las personas madrileñas que fueron víctimas haría necesaria la lectura de los nombres de los millones de víctimas”, leemos en el periódico digital Diario.es (13 enero 2018).

http://blogs.publico.es/dominiopublico/24939/dolorosa-ausencia-republicanos-espanoles-deportados-en-una-exposicion-sobre-auschwitz/

jueves, 12 de marzo de 2015

La batalla interior de los físicos del nazismo. Philip Ball indaga en la compleja relación entre ciencia y política bajo el Tercer Reich

La física fue la gran ciencia de la primera mitad del siglo pasado, la especialidad capaz de los mayores honores y los peores horrores. También fue el campo de acción de los mayores héroes y villanos, del desarrollo de usos de las radiaciones para curar y para matar. ¿Dónde estaba cada uno? ¿Cómo sobrevivieron al nazismo los que se quedaron en Alemania? ¿Cómo hablaban de relatividad sin Einstein? ¿Era posible asomarse al nuevo mundo despreciando la ciencia judía, teniendo en cuenta que una cuarta parte de los físicos alemanes eran, en 1933, oficialmente “no arios”?

Philip Ball indaga en este libro sobre la batalla en el alma de los físicos alemanes bajo el Tercer Reich, al menos según el título original. Y lo hace con profundidad pero sin sesgos, sin apriorismo y con un análisis riguroso y equilibrado. Dejando claro, también, que no hay ciencia sin política. Es el retrato de un momento científico apasionante —es poco probable que veamos nunca nada igual, el descubrimiento, literalmente, de un universo desconocido— y de un momento político excepcional.

Y no es fácil, desde luego, mantener el equilibrio cuando se conoce, por ejemplo, el trato que recibió Lise Meitner, judía, mujer, ninguneada por su jefe —ni siquiera la mencionó cuando recogió el Nobel que ella merecía— y que pudo escapar de Alemania gracias a Peter Debye, uno de los personajes clave para el autor. Precisamente Ball, divulgador científico y editor durante veinte años de la revista Nature, rescata del lugar de los apestados en el que han colocado algunos biógrafos a Debye y, de hecho, este es en cierta medida el hilo conductor, pese a haber sido considerado “un premio Nobel con las manos sucias”.

Peter Debye, que trabajó “en una de las áreas menos glamurosas de la ciencia: la fisicoquímica”, fue acusado (en enero de 2006) de connivencia con los nazis, pese a que nunca quiso adoptar la nacionalidad alemana, lo que hubiera supuesto perder la holandesa, y que fue, de hecho, quien hizo posible la huida de Meitner. Pero se movió en una zona gris en algunas ocasiones, entre el fervor por el conocimiento y el acatamiento de normas claramente racistas. Precisamente en esa zona gris es donde Ball trata de explicar, y de entender, los comportamientos de los protagonistas de esta historia, el gran Planck, Heisenberg y todas las lumbreras del momento.

En el proceso de nazificación de Alemania distingue Ball a los convencidos y a quienes viven lo que pasa viendo un país deshecho que comienza a levantarse y ven con buenos ojos que se restaure “el honor nacional. Eso no significa que Heisenberg recibiera con beneplácito el ascenso de Hitler, pero, como a muchos alemanes de familias de clase media alta, lo predispuso favorablemente hacia algunos aspectos de las políticas nacionalsocialistas, entre ellos su truculencia militarista”.

Se trata, en fin, de entender cómo los físicos alemanes se comportaron, en palabras de Planck, “como un árbol frente al viento”. O, dicho de otra manera, cómo unas personas tan inteligentes se acomodaron a una situación en la que “lo que antes había sido impensable se volvió de repente factible”.

Al servicio del Reich. La física en tiempos de Hitler. Philip Ball. Traducción de José Adrián Vitier. Turner. Madrid, 2014. 354 páginas. 24 euros.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/10/babelia/1423567411_709762.html