Rafael Poch de Feliu
Ctxt
No es fácil amar en tiempos revueltos, orientarse cuando todas las estructuras del mundo de ayer se agrietan ante el despunte de la multipolaridad. Ahí están, hechos unos zorros, el G-7, la Organización Mundial de Comercio, la OPEP, el Grupo de Cooperación de los países árabes del Golfo, la OTAN y la propia Unión Europea. Todos resquebrajados. Todo indica que hasta que no se creen nuevas estructuras internacionales acordes con las nuevas correlaciones de fuerza, vamos a tener turbulencias. Los conflictos están a la vista de todos y son preocupantes; coalición americano-saudí-israelí contra Irán en Oriente Medio; incidentes entre fuerzas aeronavales americanas y chinas en el Mar de China meridional y cosas parecidas en el militarizado frente del Este de la OTAN, en Ucrania, el Báltico y el Mar Negro, implicando a fuerzas rusas. En ese inquietante contexto, ¿qué demonios pinta el encuentro Trump-Kim Jong Un de esta semana en Singapur? ¿Distensión en un mar de crecientes tensiones?
Kim Jong Un acudió a Singapur gracias a su póliza de seguros nuclear. Su bomba y sus misiles son la garantía de que no le harán una operación de cambio de régimen como las de Irak, Libia y Siria, esta última solo como trágico intento. Es obvio que los norcoreanos no van a entregar su póliza a cambio de un collar de cuentas y un par de espejitos. Menos aún a un tipo como Trump, que ha violado el compromiso alcanzado por su país con Irán en 2015 en materia del programa nuclear civil. Pero Kim no pierde nada firmando con el errático Trump. Al contrario, gana prestigio y reconocimiento de la que ha sido su posición desde que perdió la protección del paraguas nuclear soviético en los noventa y optó por fabricarse uno propio: desnuclearización solo a cambio de garantías de seguridad para su país y su régimen, que nunca dejaron de estar amenazados por la bomba de EE.UU. desde los años cincuenta cuando las ciudades de Corea del Norte quedaron destruidas en un 80%.
Para Trump la prioridad es China: concentrarse en China como adversario principal. Obama ya comenzó con eso (en la época de Bush jr., Condoleezza Rice ya lo anunciaba) con su pivot to Asia, el despliegue en Asia sudoriental del grueso de la capacidad aeronaval de Estados Unidos. Pero sea como fuera, el asunto creó una fenomenal pelea interna en el establishment político-industrial-militar de Estados Unidos, donde muchos creen que el enemigo principal es Rusia.
Trump quiere repetir la jugada de Kissinger/Nixon de los setenta pero invirtiendo las piezas: si entonces fue ganarse a China contra la URSS, ahora se trataría de ganarse a Rusia contra China. Habrá que ver en qué queda eso, pero de momento está dando para una considerable histeria fomentada por los adversarios de este cambio de enemigo principal.
Hasta ahora la amenaza de Corea del Norte ha sido un recurso central para justificar el despliegue militar de Estados Unidos contra China en su región. ¿Quiere Trump cambiar la apuesta integrando a Corea del Norte en un esquema hostil contra China? En cualquier caso, los coreanos, del norte y del sur, aprovechan el cambio de música para practicar su propio juego en aras de una distensión intercoreana que un día u otro acabará con la reunificación de una de las naciones más antiguas del mundo.
Pretender que Kim baile el rock de Trump contra China obliga a recordar la habilidad con la que su padre y su abuelo torearon a chinos y soviéticos cuando se disputaban el favor de su país. Los coreanos del norte bailaron aquello a su manera manteniendo su independencia. ¿Cambiará eso ahora ante Estados Unidos? En 2007 ya hubo un acuerdo entre Washington y Pyongyang, arbitrado por China, que Obama rompió al exigir medidas de verificación adicionales.
Respecto a Trump, prepara otra cumbre sensacional, con Vladimir Putin, y seguramente en Viena. ¿Adónde conducirá todo esto? Seguramente a resquebrajar, aun más, todos los marcos y estructuras internacionales que la germinación multipolar y las enmiendas a la globalización actualmente en curso han convertido en caducos. ¿Quién se atreve a amar en tiempos revueltos?
Fuente:
http://ctxt.es/es/20180613/Politica/20136/Rafael-Poch-trump-china-kim-jong-un-adversarios-singapur.htm
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lunes, 18 de junio de 2018
domingo, 5 de mayo de 2013
Entrevista a Rafael Poch-de-Feliu, corresponsal internacional de La Vanguardia “China, aunque suene fuerte, es de los países mejor gobernados del mundo”
Álvaro Corazón Rural. Jot Down
La información internacional sufre dos grandes males. El más de lo mismo y el a ver quién la dice más gorda. Durante muchos años, Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956), corresponsal internacional de La Vanguardia, ha destacado por trabajar en una línea opuesta a estos dos vicios. En sus crónicas, al menos, siempre hemos encontrado otro punto de vista. No el contrario a la propaganda, sencillamente una visión singular, distinta. Poch considera que el periodista no debe leer solo periódicos, sino que tiene que seguir publicaciones más académicas y libros. Se queja de que cada vez conoce más periodistas jóvenes que no leen. Él apuesta por complementar la información con fuentes alternativas de calidad, como profesores de universidad o sociólogos, dada la tendencia a la mentira y el engaño de las fuentes institucionales. El resultado de esta forma de trabajar está en las hemerotecas, pero también en sus libros sobre la URSS (Tres días de agosto, Tres preguntas sobre Rusia y La gran transición, que ha sido traducido al ruso y al chino), China (La actualidad de China, un mundo en crisis, una sociedad en gestación) y Alemania (La quinta Alemania, que aparecerá en mayo editado por Icaria). Obras didácticas, llenas de matices. Versiones de los hechos históricos, de la sociedad de estos países, nutridas con fuentes diversas que pueden ir del político al campesino, del periodista al activista. Ha sido corresponsal en Europa del Este, Moscú, Pekín y Berlín. En todos estos destinos fue y es testigo de las grandes transformaciones del mundo contemporáneo. Repasamos con él su trayectoria para que ofrezca una explicación de todo lo que ha investigado y narrado para sus lectores.
Cuando estuviste de corresponsal en la URSS, describiste la vida así: “dura y poco confortable, pero al mismo tiempo bastante relajada; todo gira a pocas revoluciones y se desconoce el estrés laboral o la inseguridad por el futuro”. Luego pasaste a China y comentaste: “Pese a las dificultades, los chinos nunca habían sido tan libres y prósperos, lo que explica el optimismo que, en general, desprende la sociedad”. Cuenta cómo encontraste Berlín a tu regreso de China hace cinco años y, particularmente, cómo has visto España estos días.
Regresar a la vieja Europa fue reencontrarme con algo que describiría como “un gran bostezo social”. Aunque precisamente después de 2008, con todos los movimientos sociales que están surgiendo, mi visión está siendo matizada. Pero sí, en Berlín, en Europa occidental, encontré un gran bostezo. Y en España, treinta años de conformismo, apatía y abulia social. La generación que siguió a la nuestra de la Transición se durmió y se desencantó con la realidad que le tocó vivir. Se acomodó a ella. Era una realidad relativamente fácil. Además, cuando mi generación llegó al poder, hubo un desencanto porque dio una imagen muy poco ejemplarizante.
Este es el panorama europeo en general. Alemania creo que es un país bastante deprimido. Ocho millones de trabajadores precarios han transformado completamente un país que cuando yo lo conocí a principios de los 80 era ejemplar. En aquella época un redactor de una agencia de prensa ganaba 3000 marcos, el equivalente actual de 4000 euros, y ahora tiene un sueldo de 1200 euros sin seguridad laboral, te pueden echar cuando les dé la gana. El mileurismo ha llegado a Alemania y lo ha transformado todo. La inseguridad, la desigualdad, la injusticia. Todo este tipo de problemas, Alemania los despachaba antes gracias a su relativa nivelación social. Ahora que la ha perdido aparecen problemas psicológicos en la población, hay estudios que lo demuestran, y por supuesto consecuencias económicas. La moral del trabajo en Alemania no es la misma que era hace 30 años. Como sigan así lograrán trabajar tan mal como los españoles. Es verdad que aún en la gran industria las relaciones laborales están basadas en el modelo anterior, pero también hay trabajadores precarios en las cadenas de montaje de Mercedes. Están cambiando la gallina de los huevos de oro, el gran modelo alemán, con la exclusa de ser competitivos. El Mercedes no compite con el coche de Japón o China, se compra por la calidad. Una calidad que se consigue con buenas relaciones laborales y no con lo que están haciendo.
Por otro lado, en España ya ves lo que tenemos. Un movimiento social incipiente que no sabemos hasta dónde va a llegar. Visto desde fuera me ha parecido en algunos momentos muy exhibicionista, con mucha propuesta online y poco contenido ideológico transformador. Sin embargo, todo va cambiando poco a poco, esperemos que evolucione. La vida les empujará, y si no evoluciona y en Europa no logramos crear grandes movimientos sociales, como dice Fontana, tendremos lo que nos merecemos. Volveremos a un nivel de relaciones sociolaborales anterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, espantoso.
Por eso la generación que está ahora entre los 20 y 30 años, que simplemente no tiene futuro, tiene que ponerse las pilas. Si hablamos a nivel macroeuropeo, tenemos dos escenarios. El de 1848, el de la Primavera de los Pueblos, con distintas revoluciones y revueltas cívicas en los países —porque desengañémonos, los movimientos transformadores son nacionales, igual algún día sí se pueden coaligar para una transformación en la UE—, y el otro escenario es el de 1930, el previo a la Europa parda, intransigente y xenófoba. Es cuestión de apuestas, de con cuál te quedas tú. Yo veo indicios de lo uno y de lo otro, ya veremos qué sale de todo esto, pero de lo que surja, dependerá nuestro futuro y el de nuestros hijos.
En tus crónicas desde Berlín has destacado que el momento clave fueron las reformas de Gerhard Schröder.
Sí, marcan un punto de inflexión, pero la película empieza en la Reunificación. La primera idea es que Alemania, en este proceso que ha sido calificado por Fontana o Krugman como el de la Gran Desigualdad, estaba retrasada. En Europa, desde los años 70, asistimos a una gran ofensiva del capital que se come las conquistas sociales del consenso de posguerra, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos. Empezó con Carter y siguió con Reagan y Thatcher en Inglaterra. Pero Kohl no pudo hacer esto porque estaban en la primera frontera de la guerra fría. Tenían enfrente una república democrática alternativa, cuya imagen de marca era el estado social. Esto obligó a la RFA a adoptar un capitalismo, que llamaban renano, marcadamente social. Todo esto se acaba con la Reunificación, en cuanto deja de existir la alternativa, el establishment occidental empieza a tener la libertad de hacer lo de Reagan, Thatcher e incluso Mitterand y los suecos.
Entonces, como llegan con retraso, llegan también con ansiedad. En ese contexto, se comen los tremendos costes de la Reunificación, que costó muchísimo dinero. Se habla de dos billones de euros, eso corresponde al 8% del PIB a lo largo de 25 años. Son gastos enormes que explican la obsesión alemana por la austeridad. Además, surge tras 1990 la gran reunificación mundial. Es la nueva oportunidad de marcar un modelo de relaciones laborales diferente. Se incorporó al mercado de trabajo todo el bloque del Este, más China e India. Todo eso dobló el número global de trabajadores. Añadió 1400 millones más de obreros, lo cual alteró la correlación de fuerzas entre capital y trabajo en beneficio del primero.
En Alemania el Este se utilizó como polígono de pruebas, con salarios bajos y precariedad. Esto repercutió en Alemania Occidental. Si los sindicatos decían que no a algo, se llevaban la fábrica al Este. Entre el año 90 y 2003 las reformas no fueron todavía posibles porque estuvieron muy ocupados en digerir toda la reunificación. Fue a partir del año 2000 cuando se crea el consenso de Lisboa en Europa, lo de la competitividad y todo esto, cuando Alemania comienza a desarrollar con mucho retraso la agenda neoliberal.
Kohl ya había empezado, pero no pudo por razones obvias. Entonces, quién mejor que una coalición de izquierdas para hacer el trabajo sucio. Ahí estuvo el señor Schröder con su Agenda 2010, que impuso el programa de recortes más importantes de la historia de la posguerra alemana. Y en eso estamos. Entre 2003 y 2006 todo son reformas laborales y sociales, que tienen un resultado ambiguo. Porque en Alemania se dice, sobre todo al exterior, que tienen éxito porque han hecho las reformas, mientras que los científicos sostienen que en realidad lo que hubo fue una mejora de la coyuntura general que disparó sus exportaciones. No obstante, ahí está la trampa ideológica de hacer ver que este éxito exportador tiene que ver con los salarios más bajos, cosa que no es verdad, y está trayendo muchísimos problemas.
Escribiste que en los últimos años de Merkel las reformas han ido en sentido contrario, que Alemania se aplica a sí misma medidas opuestas a las que pide que se apliquen los demás.
Merkel llega al poder en 2005 y desde ese año no ha hecho ningún ajuste. Ya le habían hecho el trabajo. No ha parado de decir: “¡Gracias, Schröder, gracias!”. Y eso que era su enemigo acérrimo. Es al revés, ahora está recomponiendo aspectos sociales, especialmente porque está en época preelectoral, con un par de medidas en esa dirección. Por eso es curioso que esta mujer diga a los demás que se aprieten el cinturón y no como ellos hicieron con la Agenda 2010, sino muchísimo más. Lo que ha hecho Grecia, lo que hace España, una devaluación interna del 20 o 30%, es mucho más fuerte que lo que sufrieron ellos.
Y ahora viene la demanda de 200.000 trabajadores cualificados del sur de Europa. Suena como un drenaje ¿nos convertimos en sus economías auxiliares?
A esto lo llaman “Falta de mano de obra cualificada”. Lo repiten como loritos. Viene de los think tank empresariales. Pero las preguntas aquí son: cómo es posible que en un país con 7% de paro falte mano de obra cualificada cuando no hay una presión salarial hacia arriba. Deberían pagar más a los pocos que hay para quedárselos, ¿no? Cómo es posible que haya falta de mano de obra cuando por cada oferta laboral hay ocho demandas de trabajo. Lo que veo es que hay una tendencia, un recurso empresarial, para mantener los salarios a la baja. No se contrata a la gente mayor porque piden sueldos demasiado altos. En cambio, se llama a un ingeniero español, o a un conductor de autobuses español, que se conforma con 1200 euros en Stuttgart —es un caso real, concreto, que conozco—. En algunas regiones alemanas, por ejemplo, Baden-Wurtemberg, donde hay prácticamente pleno empleo, sí hay falta de mano de obra en algunos sectores concretos de la industria, pero es muy anecdótico.
En cuanto a que nos vayamos a convertir en un satélite, creo que ya lo somos desde que entramos en el euro. Aunque, en gran parte, ya lo éramos desde antes. Yo me marché de España en el año 83 y éramos un país con mucha industria. España producía de todo, teníamos industria del calzado, metalurgia, teníamos construcción naval. Éramos un país más nivelado, mucho menos de servicios. La política europea ha conducido a que Alemania sea la fábrica productiva y exportadora y los demás hayan perdido terreno, incluso Francia. Esto es algo que hay que analizar y reconstruir para sacar las conclusiones pertinentes, tanto nosotros como la propia Alemania.
Sobre la Reunificación, has apuntado que fue una historia mucho más prosaica de lo que se reflejó en su momento y ha quedado grabado en la memoria colectiva. Para empezar, porque quienes propiciaron desde el Este la caída del muro, los movimientos contestatarios de la RDA, lo que tenían en el horizonte era una tercera vía, ni marxismo-leninismo monolítico ni capitalismo.
Una de mis sorpresas al regresar a Alemania en 2008, después de unos años sin haber pisado Europa, fue comprobar que el tema de la Reunificación estaba por escribir. Se hablaba de una revolución pacífica, un cambio, un giro, y no había bibliografía sobre lo que había pasado en concreto. Los archivos estaban cerrados. Los célebres archivos de la Stasi eran inaccesibles en lo referido a la actuación del espionaje occidental durante la caída del muro. Husmeando un poco me di cuenta, y conmigo muchos alemanes, de que la película de la Reunificación es un tema interesante.
Tuvo tres movimientos. Primero, Gorbachov, el paradigma, el hacedor de la Reunificación alemana. Él permitió que el pequeño movimiento contestatario de la RDA se convirtiera en una marea humana. Estos movimientos eran socialistoides y verdes. ¡Wir sind das Volk! (“¡Somos el pueblo!”), decían. Y en el curso de pocos meses este eslogan se convirtió en ¡Wir sind ein Volk! (“¡Somos un pueblo!”). Se pasó de poner el acento en la rebeldía popular a ponerlo en la unificación.
Kohl, que era un viejo zorro, vio en la Reunificación la oportunidad de pasar a la historia como canciller
Más aquí. Fuente: http://www.jotdown.es/2013/04/rafael-poch-china-aunque-suene-fuerte-es-de-los-mejores-paises-gobernados-del-mundo/
La información internacional sufre dos grandes males. El más de lo mismo y el a ver quién la dice más gorda. Durante muchos años, Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956), corresponsal internacional de La Vanguardia, ha destacado por trabajar en una línea opuesta a estos dos vicios. En sus crónicas, al menos, siempre hemos encontrado otro punto de vista. No el contrario a la propaganda, sencillamente una visión singular, distinta. Poch considera que el periodista no debe leer solo periódicos, sino que tiene que seguir publicaciones más académicas y libros. Se queja de que cada vez conoce más periodistas jóvenes que no leen. Él apuesta por complementar la información con fuentes alternativas de calidad, como profesores de universidad o sociólogos, dada la tendencia a la mentira y el engaño de las fuentes institucionales. El resultado de esta forma de trabajar está en las hemerotecas, pero también en sus libros sobre la URSS (Tres días de agosto, Tres preguntas sobre Rusia y La gran transición, que ha sido traducido al ruso y al chino), China (La actualidad de China, un mundo en crisis, una sociedad en gestación) y Alemania (La quinta Alemania, que aparecerá en mayo editado por Icaria). Obras didácticas, llenas de matices. Versiones de los hechos históricos, de la sociedad de estos países, nutridas con fuentes diversas que pueden ir del político al campesino, del periodista al activista. Ha sido corresponsal en Europa del Este, Moscú, Pekín y Berlín. En todos estos destinos fue y es testigo de las grandes transformaciones del mundo contemporáneo. Repasamos con él su trayectoria para que ofrezca una explicación de todo lo que ha investigado y narrado para sus lectores.
Cuando estuviste de corresponsal en la URSS, describiste la vida así: “dura y poco confortable, pero al mismo tiempo bastante relajada; todo gira a pocas revoluciones y se desconoce el estrés laboral o la inseguridad por el futuro”. Luego pasaste a China y comentaste: “Pese a las dificultades, los chinos nunca habían sido tan libres y prósperos, lo que explica el optimismo que, en general, desprende la sociedad”. Cuenta cómo encontraste Berlín a tu regreso de China hace cinco años y, particularmente, cómo has visto España estos días.
Regresar a la vieja Europa fue reencontrarme con algo que describiría como “un gran bostezo social”. Aunque precisamente después de 2008, con todos los movimientos sociales que están surgiendo, mi visión está siendo matizada. Pero sí, en Berlín, en Europa occidental, encontré un gran bostezo. Y en España, treinta años de conformismo, apatía y abulia social. La generación que siguió a la nuestra de la Transición se durmió y se desencantó con la realidad que le tocó vivir. Se acomodó a ella. Era una realidad relativamente fácil. Además, cuando mi generación llegó al poder, hubo un desencanto porque dio una imagen muy poco ejemplarizante.
Este es el panorama europeo en general. Alemania creo que es un país bastante deprimido. Ocho millones de trabajadores precarios han transformado completamente un país que cuando yo lo conocí a principios de los 80 era ejemplar. En aquella época un redactor de una agencia de prensa ganaba 3000 marcos, el equivalente actual de 4000 euros, y ahora tiene un sueldo de 1200 euros sin seguridad laboral, te pueden echar cuando les dé la gana. El mileurismo ha llegado a Alemania y lo ha transformado todo. La inseguridad, la desigualdad, la injusticia. Todo este tipo de problemas, Alemania los despachaba antes gracias a su relativa nivelación social. Ahora que la ha perdido aparecen problemas psicológicos en la población, hay estudios que lo demuestran, y por supuesto consecuencias económicas. La moral del trabajo en Alemania no es la misma que era hace 30 años. Como sigan así lograrán trabajar tan mal como los españoles. Es verdad que aún en la gran industria las relaciones laborales están basadas en el modelo anterior, pero también hay trabajadores precarios en las cadenas de montaje de Mercedes. Están cambiando la gallina de los huevos de oro, el gran modelo alemán, con la exclusa de ser competitivos. El Mercedes no compite con el coche de Japón o China, se compra por la calidad. Una calidad que se consigue con buenas relaciones laborales y no con lo que están haciendo.
Por otro lado, en España ya ves lo que tenemos. Un movimiento social incipiente que no sabemos hasta dónde va a llegar. Visto desde fuera me ha parecido en algunos momentos muy exhibicionista, con mucha propuesta online y poco contenido ideológico transformador. Sin embargo, todo va cambiando poco a poco, esperemos que evolucione. La vida les empujará, y si no evoluciona y en Europa no logramos crear grandes movimientos sociales, como dice Fontana, tendremos lo que nos merecemos. Volveremos a un nivel de relaciones sociolaborales anterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, espantoso.
Por eso la generación que está ahora entre los 20 y 30 años, que simplemente no tiene futuro, tiene que ponerse las pilas. Si hablamos a nivel macroeuropeo, tenemos dos escenarios. El de 1848, el de la Primavera de los Pueblos, con distintas revoluciones y revueltas cívicas en los países —porque desengañémonos, los movimientos transformadores son nacionales, igual algún día sí se pueden coaligar para una transformación en la UE—, y el otro escenario es el de 1930, el previo a la Europa parda, intransigente y xenófoba. Es cuestión de apuestas, de con cuál te quedas tú. Yo veo indicios de lo uno y de lo otro, ya veremos qué sale de todo esto, pero de lo que surja, dependerá nuestro futuro y el de nuestros hijos.
En tus crónicas desde Berlín has destacado que el momento clave fueron las reformas de Gerhard Schröder.
Sí, marcan un punto de inflexión, pero la película empieza en la Reunificación. La primera idea es que Alemania, en este proceso que ha sido calificado por Fontana o Krugman como el de la Gran Desigualdad, estaba retrasada. En Europa, desde los años 70, asistimos a una gran ofensiva del capital que se come las conquistas sociales del consenso de posguerra, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos. Empezó con Carter y siguió con Reagan y Thatcher en Inglaterra. Pero Kohl no pudo hacer esto porque estaban en la primera frontera de la guerra fría. Tenían enfrente una república democrática alternativa, cuya imagen de marca era el estado social. Esto obligó a la RFA a adoptar un capitalismo, que llamaban renano, marcadamente social. Todo esto se acaba con la Reunificación, en cuanto deja de existir la alternativa, el establishment occidental empieza a tener la libertad de hacer lo de Reagan, Thatcher e incluso Mitterand y los suecos.
Entonces, como llegan con retraso, llegan también con ansiedad. En ese contexto, se comen los tremendos costes de la Reunificación, que costó muchísimo dinero. Se habla de dos billones de euros, eso corresponde al 8% del PIB a lo largo de 25 años. Son gastos enormes que explican la obsesión alemana por la austeridad. Además, surge tras 1990 la gran reunificación mundial. Es la nueva oportunidad de marcar un modelo de relaciones laborales diferente. Se incorporó al mercado de trabajo todo el bloque del Este, más China e India. Todo eso dobló el número global de trabajadores. Añadió 1400 millones más de obreros, lo cual alteró la correlación de fuerzas entre capital y trabajo en beneficio del primero.
En Alemania el Este se utilizó como polígono de pruebas, con salarios bajos y precariedad. Esto repercutió en Alemania Occidental. Si los sindicatos decían que no a algo, se llevaban la fábrica al Este. Entre el año 90 y 2003 las reformas no fueron todavía posibles porque estuvieron muy ocupados en digerir toda la reunificación. Fue a partir del año 2000 cuando se crea el consenso de Lisboa en Europa, lo de la competitividad y todo esto, cuando Alemania comienza a desarrollar con mucho retraso la agenda neoliberal.
Kohl ya había empezado, pero no pudo por razones obvias. Entonces, quién mejor que una coalición de izquierdas para hacer el trabajo sucio. Ahí estuvo el señor Schröder con su Agenda 2010, que impuso el programa de recortes más importantes de la historia de la posguerra alemana. Y en eso estamos. Entre 2003 y 2006 todo son reformas laborales y sociales, que tienen un resultado ambiguo. Porque en Alemania se dice, sobre todo al exterior, que tienen éxito porque han hecho las reformas, mientras que los científicos sostienen que en realidad lo que hubo fue una mejora de la coyuntura general que disparó sus exportaciones. No obstante, ahí está la trampa ideológica de hacer ver que este éxito exportador tiene que ver con los salarios más bajos, cosa que no es verdad, y está trayendo muchísimos problemas.
Escribiste que en los últimos años de Merkel las reformas han ido en sentido contrario, que Alemania se aplica a sí misma medidas opuestas a las que pide que se apliquen los demás.
Merkel llega al poder en 2005 y desde ese año no ha hecho ningún ajuste. Ya le habían hecho el trabajo. No ha parado de decir: “¡Gracias, Schröder, gracias!”. Y eso que era su enemigo acérrimo. Es al revés, ahora está recomponiendo aspectos sociales, especialmente porque está en época preelectoral, con un par de medidas en esa dirección. Por eso es curioso que esta mujer diga a los demás que se aprieten el cinturón y no como ellos hicieron con la Agenda 2010, sino muchísimo más. Lo que ha hecho Grecia, lo que hace España, una devaluación interna del 20 o 30%, es mucho más fuerte que lo que sufrieron ellos.
Y ahora viene la demanda de 200.000 trabajadores cualificados del sur de Europa. Suena como un drenaje ¿nos convertimos en sus economías auxiliares?
A esto lo llaman “Falta de mano de obra cualificada”. Lo repiten como loritos. Viene de los think tank empresariales. Pero las preguntas aquí son: cómo es posible que en un país con 7% de paro falte mano de obra cualificada cuando no hay una presión salarial hacia arriba. Deberían pagar más a los pocos que hay para quedárselos, ¿no? Cómo es posible que haya falta de mano de obra cuando por cada oferta laboral hay ocho demandas de trabajo. Lo que veo es que hay una tendencia, un recurso empresarial, para mantener los salarios a la baja. No se contrata a la gente mayor porque piden sueldos demasiado altos. En cambio, se llama a un ingeniero español, o a un conductor de autobuses español, que se conforma con 1200 euros en Stuttgart —es un caso real, concreto, que conozco—. En algunas regiones alemanas, por ejemplo, Baden-Wurtemberg, donde hay prácticamente pleno empleo, sí hay falta de mano de obra en algunos sectores concretos de la industria, pero es muy anecdótico.
En cuanto a que nos vayamos a convertir en un satélite, creo que ya lo somos desde que entramos en el euro. Aunque, en gran parte, ya lo éramos desde antes. Yo me marché de España en el año 83 y éramos un país con mucha industria. España producía de todo, teníamos industria del calzado, metalurgia, teníamos construcción naval. Éramos un país más nivelado, mucho menos de servicios. La política europea ha conducido a que Alemania sea la fábrica productiva y exportadora y los demás hayan perdido terreno, incluso Francia. Esto es algo que hay que analizar y reconstruir para sacar las conclusiones pertinentes, tanto nosotros como la propia Alemania.
Sobre la Reunificación, has apuntado que fue una historia mucho más prosaica de lo que se reflejó en su momento y ha quedado grabado en la memoria colectiva. Para empezar, porque quienes propiciaron desde el Este la caída del muro, los movimientos contestatarios de la RDA, lo que tenían en el horizonte era una tercera vía, ni marxismo-leninismo monolítico ni capitalismo.
Una de mis sorpresas al regresar a Alemania en 2008, después de unos años sin haber pisado Europa, fue comprobar que el tema de la Reunificación estaba por escribir. Se hablaba de una revolución pacífica, un cambio, un giro, y no había bibliografía sobre lo que había pasado en concreto. Los archivos estaban cerrados. Los célebres archivos de la Stasi eran inaccesibles en lo referido a la actuación del espionaje occidental durante la caída del muro. Husmeando un poco me di cuenta, y conmigo muchos alemanes, de que la película de la Reunificación es un tema interesante.
Tuvo tres movimientos. Primero, Gorbachov, el paradigma, el hacedor de la Reunificación alemana. Él permitió que el pequeño movimiento contestatario de la RDA se convirtiera en una marea humana. Estos movimientos eran socialistoides y verdes. ¡Wir sind das Volk! (“¡Somos el pueblo!”), decían. Y en el curso de pocos meses este eslogan se convirtió en ¡Wir sind ein Volk! (“¡Somos un pueblo!”). Se pasó de poner el acento en la rebeldía popular a ponerlo en la unificación.
Kohl, que era un viejo zorro, vio en la Reunificación la oportunidad de pasar a la historia como canciller
Más aquí. Fuente: http://www.jotdown.es/2013/04/rafael-poch-china-aunque-suene-fuerte-es-de-los-mejores-paises-gobernados-del-mundo/
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