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sábado, 2 de septiembre de 2023

_- Un niño de pueblo


_- El año 1942 nacimos en Grajal de Campos (León) 8 niñas y 11 niños. Han pasado ochenta y un años. Lo que ha llovido, Dios mío. Lo que hemos caminado. De ese nutridísimo grupo (ahora no hay nacimientos en el pueblo) ya se nos han ido algunos con la mayoría, como se dice en algún país para hablar de la muerte.

El día 26 de agosto celebraremos en el pueblo (hoy mismo para ti, querido lector, querida lectora) la reunión anual que, amable y pacientemente, convoca cada año uno de los quintos, nuestro querido y sacrificado Félix Muñiz. Tengo delante la carta que nos ha enviado con la convocatoria, el menú y otras indicaciones. Una carta como Dios manda, debidamente sellada y matasellada. Una carta introducida y extraída del buzón con la antelación debida, como mandan los cánones. De las poquísimas de este tipo que se reciben a través de correos.

Grajal se ha ido despoblando en estos 80 años. En mi infancia el pueblo rondaba los 1.500 habitantes, hoy la población es de 214, la mayoría de elevada edad. El pueblo fue perdiendo poquito a poco la fábrica de harinas, la fábrica de galletas, el cuartel de la guardia civil, la alcoholera, la cooperativa vinícola, las escuelas, la guarnicionería, las monjas carmelitas descalzas (que se llevaron con nocturnidad las tallas del convento), la estación de ferrocarril, los comercios, el médico… Cuando se cierran las escuelas de un pueblo se extiende su certificado de defunción.

La vida de un pueblo tiene su encanto y sus servidumbres. Todo el mundo se conoce, hecho que tiene ventajas e inconvenientes. Todo el mundo sabe lo que pasa en la casa del vecino y eso permite ayudar o criticar.

En el verano el pueblo triplica o cuadruplica la población, atraída por las emociones que suscita el lugar de la tierra que fue tu cuna, por el encuentro con familiares y amigos y por las actividades culturales y recreativas que se organizan que, en el caso de Grajal, no son pocas. En instagram (grajalarteycultura) se encuentra el catálogo de todas ellas.

Grajal debe su nombre no a los conocidos pájaros (corvus frugilegus), una de las diez familias de córvidos que hay en Europa, sino a los hermanos Graco, hijos del general y estadista Tiberio Sempronio Graco y de Cornelia, de la familia de los Escipiones.

Hay un dicho popular que repiten pequeños y mayores: “Tres cosas tiene Grajal que no las tiene León: un castillo, un palacio y en la plaza un callejón”. El castillo artillero del siglo XVI, magníficamente conservado, tiene un único cañón que apunta de forma estratégicamente inexplicable hacia el pueblo y no hacia la entrada de los posibles invasores. El palacio es de estilo renacentista y está siendo rehabilitado con mucho acierto. El callejón une la plaza con el traspalacio, evitando una larga vuelta alrededor de la imponente iglesia parroquial.

Esta iglesia, que aglutina siete antiguas parroquias, tiene una peculiaridad arquitectónica de la que hablamos con orgullo los lugareños: tiene cinco esquinas y, si se le añadiera una más, tendría solo cuatro. Ahí dejo el enigma. Se celebran las fiestas patronales el día ocho de mayo, festividad de San Miguel (una aparición del arcángel en el Monte Gárgano de IItalia). Y el día nueve se celebra San Miguelín. Curioso y simpático diminutivo, que se corresponde con un festejo menor.

En la calle San Pelayo (números 19 y 22) vivían, a trescientos metros, mis abuelos paternos y maternos. Uno, alcalde de la República y el otro, teniente alcalde en otra corporación municipal de derechas, al que apodaban con el nombre de un conocido político. En el libro “Grajal de Campos: la década conflictiva (1930-1939)”, cuyo autor es Vicente Martínez Encinas, conocido glariarense (es el gentilicio de Grajal), aparecen ambos abuelos, cada uno con un papel relevante en opciones políticas opuestas. El amor de mis padres, se situó por encima de la política.

En ese mismo libro hay 12 páginas dedicadas a un hijo de mi abuelo republicano. Atenedoro Santos Encinas, hermano de mi padre, maestro de la Institución Libre de Enseñanza (he visitado en este viaje la escuela de Escobar de Campos de la que era maestro), fue fusilado en la madrugada del día 21 de junio de 1937, a la edad de 24 años, por el simple hecho de pensar de forma diferente al dictador Francisco Franco, a quien todavía algunos añoran en nuestro país. Se le condena por rebelión militar. Esa misma noche, se casó en la cárcel de León, horas antes de ser ejecutado por el piquete que acabó con su vida. En una placa que estaba en puerta de la iglesia aparecían durante la dictadura los nombres de los caídos por Dios y por España. ¿Por quién cayó mi tío? Y luego dicen que la ley de memoria democrática divide a los españoles. Lo que los divide es no reparar el daño causado.

Mi tío Vicente Santos escribió un libro, hasta ahora inédito, titulado “Recuerdos de una infancia”. Un libro que pretende dejar constancia de esta tragedia familiar, de poner historia y contexto al fusilamiento de un hermano por el dictador. El índice permite al lector situar el hecho en el espacio y en el tiempo: el reloj, la sala, la casa, la familia, las actividades, la economía, política y religión, la noche trágica, cartas desde la cárcel, epílogo…

Habla, cómo no, de la escuela. ¿Cómo dudamos algunas veces de que hayamos mejorado? En primer lugar, cuenta que había escuelas de niños y de niñas. En segundo lugar, en su escuela había un centenar de niños. En tercer lugar, a los 14 años terminaba la escolaridad obligatoria. Pero, sobre todo, en cuarto lugar, había varas de diferente grosor y longitud que se utilizaban para mantener el orden y el silencio. Cuenta una anécdota que se sitúa entre el terror y la risa. Don David, el maestro, no autorizaba a nadie a salir a la plaza (eran años en que, al no existir baños, se orinaba en la plaza). Contaré el resto con sus palabras:

“Señor, tengo ganas de orinar. Así pedían a Don David los niños más educados en la clase, cuando esta aun acogía a más de un centenar de escolares. Los más rudos decían: Señor, quiero mear. El urinario, la plaza. Pero Don David se cansó de dar permisos y ya no hubo más salidas.

Pasados algunos minutos, hacia la mitad de la escuela, un alboroto anuncia al maestro que Isidoro se pone malo. Se acerca Don David al supuesto enfermo y ve que a la altura de la ingle, el tal Isidoro tiene un enorme globo. Informan al maestro y él lo comprueba que le han atado un hilo al extremo de la piel que cubre…la cosa de orinar. Isidoro se encuentra francamente mal porque él ha orinado pero la orina ha quedado retenida entre la piel formando un balón amoratado. El maestro, con sumo cuidado, con una navajita pequeña llamada cortaplumas, busca el hilo opresor para cortarlo, cosa que consigue felizmente a costa de recibir en plena cara, él y los mirones, la avalancha del caliente liquido contenido en el improvisado globo”.

La dictadura tendió un ominoso manto de silencio sobre la historia inmediata. Yo no me enteré de este hecho truculento hasta que no tuve más de treinta años. El terror se alojaba en los huesos y corría por la sangre.

Me fui pronto a estudiar a los maristas de Venta de Baños. Era un largo vuelo que me alejó del árbol cuyas raíces se hundían en la tierra y en el tiempo. Pero las raíces siguen ahí, cada día más profundas y las ramas más acogedoras.

Conservamos la casa paterna donde vivieron también mis abuelos maternos. Una casa con su patio y su bodega. Decidimos mantenerla en lugar de construir una casa moderna, más amplia y con más comodidades.

Personajes singulares, apodos ingeniosos, historias increíbles, fiestas entrañables, costumbres ancestrales, anécdotas sabrosas, expresiones llenas de ingenio… van tejiendo el tapiz de la cultura del pueblo.

Pondré un ejemplo de anécdota protagonizada por un niño de mi calle, cuyo nombre y apodo silenciaré. Existía la costumbre de llevar al campo la comida a quienes trabajaban en tareas agrícolas. El llevó a su padre la fiambrera con un suculento plato de carne guisada. Cuando su padre abrió la fiambrera, solo había un fondo de abundante caldo. Interrogado sobre la desaparición de la carne, no se le ocurrió otra explicación que decir que se le había caído al suelo la fiambrera y que ese caldo era lo único que había podido recoger. Fantástica explicación teniendo en cuenta los polvorientos caminos que había recorrido hasta llegar a la tierra done estaba trabajando su padre..

He aquí una concreción de la España vaciada. Un histórico y hermoso pueblo que acabará desapareciendo con la muerte de los últimos habitantes. La política tiene que actuar con sensibilidad, generosidad e inteligencia para salvar esta enorme, importante y querida parte de nuestra tierra.

miércoles, 14 de enero de 2015

Problemas en las aulas. Si A, entonces B, quizás

Ya sé que la vida cotidiana en las aulas, sobre todo en Secundaria, tiene problemas que son difícilmente superables para algunos docentes. No es fácil para esta chica, afrontar la tarea de enseñar cuando se tiene delante un grupo que no quiere aprender y otro que está empeñado en que nadie aprenda.

Pienso con frecuencia en los profesores y profesoras que tienen dificultades para captar la atención de sus alumnos, que tienen un grupo ingobernable, que están al frente de una clase en la que no es posible conseguir unos minutos de silencio… Esas clases en las que se emplea más tiempo en establecer el orden que en trabajar.

Situación que se agrava cuando no se cuenta con los padres y madres como aliados. Cuando piensas que el comunicar a los padres la situación será de una gran ayuda y te encuentras con que los padres están en otras cosas o están para defender la conducta de un sinvergüenza.

Se tata de casos en los que nada surte efecto. Ni los elogios, ni las promesas, ni las amenazas, ni los castigos… Nada. Incluso la expulsión es celebrada por algunos alumnos como un triunfo, como un desafío, como un motivo de satisfacción.

Me imagino a esos colegas acudiendo al trabajo como si de un campo de torturas se tratara. En lugar de ir a disfrutar de la hermosa tarea de enseñar, van asustados a librar batallas en las que tienen que soportar los desaires, los insultos e, incluso, las amenazas de los alumnos. Arrastran la misma sensación de impotencia que experimenta un médico ante un enfermo desahuciado. Pobres docentes. Pienso mucho en ellos (y en ellas).

Hay quien piensa que el trabajo del docente es fácil. No lo considero así. Recuerdo aquel artículo de Manuel Rivas, titulado “Amor y odio en las aulas”. Dice el escritor gallego: “Mucha gente todavía considera que los maestros de hoy viven como marqueses y que se quejan de vicio, quizá por la idea de que trabajar para el Estado es una especie de bicoca perfecta. Pero si a mi me dan a escoger entre una excursión “Al filo de lo imposible” y un jardín de infancia, lo tengo claro. Me voy al Everest por el lado más duro. Ser enseñante no solo requiere una formación académica. Un buen profesor o maestro tiene que tener el carisma del Presidente del Gobierno, lo que ciertamente está a su alcance; la autoridad de un conserje, lo que ya resulta más difícil y las habilidades combinadas de un psicólogo, un payaso, un disc jockey, un pinche de cocina, un puericultor, un maestro budista y un comandante de la Kfor. Conozco una profesora que solo desarmó a sus alumnos cuando demostró tener unos conocimientos futbolísticos inusuales, lo que le permitió abordar con éxito la evolución de las especies”.

Ante las dificultades que aparecen en el aula se puede reaccionar de diferente manera. Una de ellas es abandonar la causa, dejar el trabajo, aceptar la derrota y largarse con viento fresco. Resulta muy duro que aquellos por quienes el profesor se desvive, aquellos a quienes pretende enseñar, no solo no quieran aprender sino que dediquen su inteligencia y energía a hacerle la vida imposible. Nunca me han gustado las bromas, y menos las crueles, que algunos alumnos gastan a sus profesores.

Luis Landero escribió hace algunos años, una excelente novela titulada “Absolución”. El protagonista es una persona con espíritu nómada que dura muy poco en los empleos que asume. Uno de ellos es el de profesor. No le va bien. Un buen día, mientras los alumnos dan muestras fehacientes de insensibilidad y desinterés, el profesor recoge sus papeles, los mete en la cartera, se dirige hacia la puerta del aula y, sin mediar palabra, se va para siempre. Cuando camina por el pasillo hacia la salida, vuelve sobre sus pasos, abre la puerta del aula y dice en voz alta y clara:
- Que os jodan.
No me gusta esta opción. Supone una retirada, la aceptación de un fracaso. Sí, se acaba el problema para ese profesor, pero la huida es una derrota. Y más cuando se hace de esta manera despectiva. Además, abandonar el trabajo, tal como hoy está el empleo, resulta muy difícil. Así que, a sufrir.

Otra manera de afrontar el conflicto es acomodarse a él. Dar por bueno ese clima de falta de respeto, aceptar esas actitudes de abierto desprecio a los demás, de agresividad hacia la autoridad y de violencia institucionalizada. Desde la impotencia o la comodidad, el profesional decide callarse, aguantar y endurecer la capa de su indiferencia. Lo importante es cobrar al final del mes, no que los alumnos aprendan y convivan. Renuncia a pasarlo bien, a vivir felizmente su trabajo a cambio de un pequeño estipendio.

La tercera es la opción por la que apuesto. Se trata de afrontar la situación con valentía, inteligencia y amor. Lo primero que hay que hacer para ello es conocer bien lo que sucede. No se puede negar la evidencia. Hay un problema. Un problema difícil de resolver. Pero es preciso diagnosticar qué es lo que pasa. Se puede observar con atención, entrevistar a los alumnos, hacer un sociograma, preguntar a otros colegas, pedir ayuda a especialistas (orientadores, terapeutas… que tenga la escuela).

Lo segundo es reconocer que, si no hubiese problema alguno, si los alumnos supieran comportarse, si tuviesen interés por el conocimiento, si fuesen respetuosos, solidarios y trabajadores, no haría falta que existiesen ni los profesores ni las escuelas.

Es necesario, en tercer lugar, pensar que hay solución. La educabilidad se rompe en el momento que pensamos que el potro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a conseguirlo. Creer que hay solución es un parte de la solución.

Después hay que compartir las preocupaciones con los colegas. Sin miedo, sin vergüenza, sin agresividad. Tenemos tendencia a pensar que solo nosotros padecemos problemas, que solo a nosotros nos resulta difícil. Y no es así. Cuántos docentes han dañado su autoconcepto que solo ellos son incapaces de afrontarlos y resolverlos…

Y luego hay que intervenir. Hay que tomar decisiones. Tratar de ganarse a los líderes del grupo, pedir colaboración a los padres, crear un “carnet de convivencia” por puntos que se pueden ir perdiendo y ganando, realizar algunas dinámicas de grupo en horas de tutoría… No hay soluciones mágicas. En educación no sucede que si A entonces B; lo que realmente pasa es que si A, entonces B, quizás.

Por eso hay que tener paciencia y saber esperar. No indefinidamente, pero hay que esperar. Y evaluar lo que sucede. Y analizar las causas de los fracasos para aprender de ellos. Hace unos años pronuncié la conferencia de apertura en un Congreso de Médicos celebrado en Marbella, un Congreso peculiar ya que tenía como objetivo estudiar “los errores médicos”. ¿Por qué no analizar nuestros errores y aprender de ellos?

Y hay que leer. Hay cientos de libros sobre estas cuestiones. Rosa Barocio, por ejemplo, ha escrito “Disciplina con amor”, “Disciplina con amor en el aula”, “Disciplina con amor para adolescentes”… También es bueno escribir. Porque el pensamiento caótico y errático que tenemos sobre la práctica educativa, cuando escribimos, acaba por quedar ordenado y nos permite comprender lo que pasa.
Fuente:  Miguel Ángel Santos Guerra
 http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/2014/12/13/si-a-entonces-b-quizas/