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viernes, 25 de marzo de 2016

Los grandes desconocidos de la sociedad española. Los militares de carrera que fueron fieles a la República y que por ella combatieron en la Guerra Civil española (III)

Artículo dedicado al Ejercito del Aire, al Comandante del Ejército del Aire D. Ricardo de la Puente Bahamonde.

El primo al que Franco ejecutó. El “generalísimo” y su primo Ricardo de la Puente Bahamonde, comandante republicano convencido, crecieron como hermanos hasta que la ideología les separó. «Un día voy a tener que fusilarte», le llegó a decir Francisco a Ricardo. Y lo hizo.

En 1936, fue el último militar fiel a la República del norte de África.

El personaje.
El comandante Ricardo de la Puente Bahamonde nació en la ciudad de Ferrol en 1895.

Realizó su mayor participación en operaciones militares en la guerra africana, en la que obtuvo dos medallas. Apoyó la revolución de Asturias en 1934.

El 18-J de 1936 intentó que el «Dragón Rapide» no aterrizara en Tetuán y fue fusilado tras fulminante consejo de guerra.

La sombra de su primo.
Franco tenía al enemigo en casa y no debió sorprenderle saberlo. En la tarde del 17 y la madrugada del 18 de julio de 1936, cuando el ruido de sables ya había sido reemplazado abiertamente por el estruendo de fusiles en el norte de África, muy pocos oficiales de la región se mantuvieron fieles a la República.

El último jefe en caer al mando de las fuerza aéreas del norte de África, y jefe del aeródromo “Sania Ramel”, era su primo el comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, al que Franco apreciaba, pero al cual no dudó en fusilar.

En realidad fue como la confirmación de un viejo augurio. En su libro Historia de una disidencia, la sobrina del general Pilar Jaraiz Franco escribió sobre ellos: “Eran más hermanos que primos, pero de adultos se habían agudizado sus diferencias ideológicas. Franco lo había sustituido de su puesto durante la revolución de Asturias en octubre de 1934. Y en una de sus muchas discusiones, había exclamado Franco: "Un día voy a tener que fusilarte”. Ricardo, que también había nacido en Ferrol, era tres años más joven que su primo Francisco. Como él, consiguió los más importantes logros de su carrera militar en el norte de África. En 1922 fue destinado como capitán a Larache y resultó herido en una de sus incursiones. Dos años más tarde recibió una medalla de «sufrimiento por la patria». Incluso se le concedió años después otra condecoración, la Cruz de María Cristina por motivos de guerra debido a una estancia en África.

Pero no fueron las suyas vidas precisamente paralelas. Más bien al contrario. Tras la revuelta de Asturias de octubre de 1934, reprimida por el propio Franco, De la Puente Bahamonde fue suspendido de su empleo y sueldo por apoyarla. Según dicen las crónicas de la época, su primo Francisco omitió la “h” de su segundo apellido para que no le relacionasen con su primo Ricardo.

Única unidad leal.
Después de que tras el triunfo del Frente Popular, en las elecciones de febrero de 1936, Manuel Azaña legislara un indulto general, De la Puente Bahamonde fue rehabilitado. Le enviaron entonces, en abril de ese mismo año, a Marruecos como jefe de las Fuerzas Aéreas, con base en el aeródromo de Sania Ramel, a pocos kilómetros de Ceuta. Apenas faltaban tres meses para el inicio de la Guerra Civil y aquél iba a ser su último destino.

Al caer la tarde del 17 de julio de 1936 el comandante Bahamonde ya había tenido noticias de la sublevación en Melilla y de la toma de la base de hidroaviones de Atalayón. Su compañero el capitán aviador Virgilio Leret había sido detenido allí y pocas horas después habría de ser ejecutado. Asimismo, la máxima autoridad militar, el general Gómez Morato, también estaba detenido.

En realidad solo había caído un Centro permaneciendo en manos leales la alta Comisaría General de Ceuta, con Arturo Álvarez-Buylla al frente.

El comandante Bahamonde no tenía dudas de que durante la madrugada del 18 de julio sería atacado el aeródromo. En pocas horas su primo, el general Franco, debía aterrizar allí a bordo del Dragón Rapide, procedente de Canarias, para tomar el mando de los sublevados en el norte de África. De modo que detuvo a varios oficiales que estaban implicados en el golpe y, con los subordinados leales, unos 25 en total, comenzó a preparar su defensa.

Instaló cuatro ametralladoras sobre una torreta e iluminó la carretera por la cual podían venir las tropas atacantes con las luces de todos los vehículos de que disponía. Para dificultar más la llegada de las fuerzas del acuartelamiento legionario de Dar Riffien, mandadas por el brazo derecho del general Mola, el teniente coronel Juan Yagüe, Bahamonde ordenó salir a uno de sus capitanes con varias camionetas hacia Ceuta y volcarlas en un puente cercano.

Era noche cerrada cuando en Sania Ramel se recibió una esperanzadora llamada desde la Alta Comisaría. Álvarez-Buylla había logrado hablar con el presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, Casares Quiroga. Madrid iba a enviar aviones de refuerzo y había que resistir a toda costa. Alrededor de las 23.30 horas el comandante Bahamonde dio orden de marcar el campo de aterrizaje con hogueras encendidas con trapos y cubos de gasolina y señaló a un grupo de soldados para que quedaran en la pista al cuidado de ellas.

El teléfono volvió a sonar a las dos de la madrugada, ya del 18 de julio. Esta vez era el jefe de la sublevación en Tetuán, el teniente coronel Sáenz de Buruaga, el que estaba al otro lado del teléfono. Si Bahamonde no deponía su aptitud el aeródromo sería tomado por la artillería y tropas de Regulares.

Los aviones de Madrid seguían sin llegar, pero Bahamonde se mantuvo firme. Tal y como quedó reflejado en el consejo de guerra, el comandante no dudó en contestar: «¡Tendrán que pasar por encima de los que defendemos al gobierno legal en este momento! ¿En qué concepto me ordena usted que me rinda? ¿Quién es usted para darme tales ordenes?». Dos horas y media después Sania Ramel estaba rodeado y el asedio apenas tardó unos minutos.

Las fuerzas atacantes tuvieron mucha precaución en no dañar la pista de aterrizaje, que sería utilizada en pocas horas por el avión que traía al general Franco. Pero incluso así lo tuvieron fácil. En menos de media hora empezaron a registrarse los primeros heridos entre los hombres de Bahamonde. El comandante no tardó en comprender que los aviones prometidos por Casares Quiroga no iban a llegar nunca, que resistir sólo serviría para contribuir al derramamiento de sangre y que su primo había ganado esta partida. Antes de entregarse, no obstante, ordenó a sus hombres que realizaran averías en varios aviones Breguet XIX, rompiendo sus depósitos de gasolina, radiadores y las ruedas del tren de aterrizaje para que no pudieran ser utilizados por los aviadores sublevados. A las 05.15 horas de la madrugada del 18 de julio, enarboló un pañuelo blanco y entregó su pistola al comandante de regulares Serrano Montaner. Él y todos sus hombres fueron detenidos y trasladados a la fortaleza del Monte Hacho (Ceuta).

Unas horas más tarde, en la mañana del 19 de julio aterrizaba en el aeródromo el Dragón Rapide. Franco fue rápidamente informado de la actitud de su primo el comandante Bahamonde y su situación en calidad de detenido por oponerse a la sublevación.

El proceso sumarísimo contra el comandante Bahamonde, sin embargo, había comenzado a tramitarse el mismo 18 de julio. Se deseaba cuanto antes tener una sentencia, y así fue como el 2 de agosto se celebró el consejo de guerra. A las pocas horas de escuchar las acusaciones, y ante una defensa inexistente, fue condenado a muerte por traición.

Ejecución.
El 3 de agosto se envió a Franco el fallo para que, como máxima autoridad, aportara su enterado y firmara la ejecución o el indulto. El general debió de pensar que cualquier condena que no fuera la ejecución sería considerada un signo de debilidad, pero firmar la sentencia de un familiar tan cercano podría ser inquietante y no lo hizo. Decidió ceder su firma a Luís Orgaz, quien la rubricó.

El Comandante al mando Ricardo De la Puente Bahamonde fue fusilado a las 5 de la tarde (en vez de al amanecer, de alguna forma le quisieron humillar hasta en su muerte, pues es considerado dentro del ámbito castrense un deshonor no ser fusilado al amanecer) del 4 de agosto de 1936, en los muros exteriores de la fortaleza del Monte Hacho (Ceuta).

Francisco Sánchez Montoya es autor de Ceuta y el norte de África (1931-1944).

Bibliografía:
El Mundo / Crónica
Francisco Sánchez Montoya “El primo al que Franco ejecutó”. República, guerra civil y represión (Editorial Natívola).
Atlas ilustrado de la Aviación Militar Española. SUSAETA Ediciones.

http://andaquepaque.blogspot.com.es/2013/08/la-gesta-de-tablada-y-el-inicio-de-la.html