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lunes, 11 de diciembre de 2023

Los elogiosos obituarios a Henry Kissinger revelan la «bancarrota moral de las élites estadounidenses»

-Henry Kissinger ha muerto a los 100 años de edad. Este estadista estadounidense se desempeñó como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado en el apogeo de la Guerra Fría y durante las décadas siguientes mantuvo su influencia en la política exterior de Estados Unidos. Kissinger deja un legado sangriento en América Latina, el sudeste asiático y otros lugares del mundo, donde impulsó medidas que llevaron a masacres, golpes de Estado e incluso genocidios. Una vez fuera de la función pública y hasta su muerte, Kissinger continuó asesorando a los presidentes de Estados Unidos y a otros funcionarios de alto rango que hoy lo celebran como un diplomático visionario. El historiador de la Universidad de Yale Greg Grandin sostiene que estos halagadores obituarios solo revelan “la bancarrota moral de la clase política” del país, que pasa por alto el hecho de que las acciones de Kissinger pueden haber dado lugar a la muerte de al menos tres millones de personas en todo el mundo. Grandin es autor del libro “Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman” (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos).

Para ver la entrevista en inglés, haga clic aquí.

 AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now!, democracynow.org, el informativo de guerra y paz. Soy Amy Goodman, con Nermeen Shaikh.

NERMEEN SHAIKH: Henry Kissinger ha muerto a la edad de 100 años. Para gran parte de la clase dominante de Washington, Kissinger será probablemente recordado como uno de los diplomáticos más influyentes en la historia de Estados Unidos. Pero en países de todo el mundo, entre ellos Chile, Timor Oriental, Bangladés y Camboya, Henry Kissinger es recordado como un criminal de guerra cuyas acciones produjeron masacres, golpes de Estado e incluso genocidios.

Kissinger nació en Alemania y se desempeñó como secretario de Estado de Estados Unidos durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford de 1973 a 1977. También fue asesor de seguridad nacional de 1969 a 1975. Ha sido el único funcionario de Estados Unidos que ha ocupado ambos cargos simultáneamente. En 1973 ganó el Premio Nobel de la Paz junto con su homólogo norvietnamita Le Duc Tho.

Durante sus años como diplomático, Henry Kissinger supervisó la gran expansión de la guerra en Vietnam y los bombardeos secretos en Laos y Camboya, donde los ataques estadounidenses mataron a unos 150.000 civiles luego de que Kissinger ordenara a los militares atacar “cualquier cosa que vuele o cualquier cosa que se mueva”.

En el sur de Asia, Kissinger respaldó la guerra genocida del ejército pakistaní contra Pakistán Oriental, actualmente Bangladés.

En América Latina, documentos desclasificados muestran cómo Kissinger intervino secretamente en todo el continente, de Bolivia a Uruguay a Chile y a Argentina. En el caso de Chile, Kissinger instó al presidente Nixon a adoptar una “línea más dura” contra el presidente Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente. El 11 de septiembre de 1973, Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet, con el respaldo de Estados Unidos. Kissinger dijo en una ocasión: “No veo por qué debamos quedarnos de brazos cruzados y ver cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.

AMY GOODMAN: En 1975, Henry Kissinger y el presidente Gerald Ford se reunieron con el general Suharto, el dictador indonesio, con el fin de dar el visto bueno a la invasión de Timor Oriental, que Indonesia llevó a cabo el 7 de diciembre de 1975. El ejército indonesio mató a un tercio de la población timorense, uno de los peores genocidios de finales del siglo XX. Kissinger también elaboró planes para atacar Cuba a mediados de los 70, luego de que Fidel Castro enviara tropas cubanas a Angola para luchar contra las fuerzas vinculadas al régimen del apartheid de Sudáfrica. En Estados U

nidos, Kissinger presionó al presidente Nixon para que fuera tras Dan Ellsberg, el denunciante de los Papeles del Pentágono, a quien Kissinger llamó “el hombre más peligroso de Estados Unidos”. El historiador Greg Grandin estimó en su momento que las acciones de Kissinger pudieron haber causado la muerte de tres millones de personas, tal vez cuatro. Mientras activistas de derechos humanos pidieron durante mucho tiempo que Kissinger fuera juzgado por crímenes de guerra, él siguió siendo una figura célebre en Washington y otros escenarios, sirviendo como asesor tanto de Gobiernos republicanos como demócratas.

Pasamos ahora a hablar con Greg Grandin, escritor galardonado con el Premio Pulitzer y profesor de Historia en la Universidad de Yale. Sus libros incluyen Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos). Su nuevo artículo para The Nation se titula “Un obituario público de Henry Kissinger”. También escribió la introducción de un libro que acaba de ser publicado, Solo los buenos mueren jóvenes: el veredicto sobre Henry Kissinger.

Bienvenido de nuevo a Democracy Now! Hable sobre esta otra historia de Henry Kissinger. Tal como vemos en los principales medios de comunicación, él es elogiado por normalizar las comunicaciones diplomáticas con China y por propiciar la política de distensión con Rusia. ¿Cuál es su versión de los hechos?

GREG GRANDIN: Bueno, creo que ustedes acaban de resumir muy bien la versión de los hechos, la cantidad de crímenes de guerra en los que estuvo involucrado. La vida de Kissinger es fascinante, porque abarca hechos muy trascendentales en la historia de Estados Unidos, desde el colapso del consenso de la posguerra, qué sucedió con Vietnam. Kissinger fue fundamental en dar una nueva forma, en replantear un Estado de seguridad nacional que puede enfrentar la disidencia, enfrentar la polarización, y que de hecho prosperó con la polarización y el secretismo y que aprendió a manipular a la sociedad con el fin de fomentar una política exterior muy agresiva.

Podríamos ahondar en los detalles, pero sí quiero decir que su muerte ha sido tan ilustrativa como su vida. Si miramos los obituarios y las notas de condolencias, todo eso tan solo revela, creo, una bancarrota moral de las élites políticas, ciertamente en el mundo transatlántico, en la esfera más amplia de la OTAN, y una falta de voluntad o incapacidad de comprender la crisis en la que estamos y el papel de Kissinger en dicha crisis. Son elogios celebradores. Son absurdos e insustanciales. Son realmente increíbles. Pensemos tan solo en el último año, las celebraciones, los agasajos por su cumpleaños número 100, por haber vivido 100 años. Creo que eso es un marcador cultural de cuán corrupta es la clase po< lítica en este país. Así que su muerte es casi tan ilustrativa como su vida.

NERMEEN SHAIKH: Greg, usted estuvo en el programa cuando Kissinger cumplió 100 años.

GREG GRANDIN: Correcto.

NERMEEN SHAIKH: En esa entrevista, usted dijo que la mejor manera de ver a Kissinger no era necesariamente como un criminal de guerra. ¿Puede explicar por qué?

GREG GRANDIN: Sí, porque esa es la forma… Quiero decir, Christopher Hitchens popularizó la idea de pensar en Kissinger como un criminal de guerra, y esa es una forma de elevar a Kissinger, de alguna manera, como una especie de malvado extraordinario. Y es una línea muy fina, porque él sí jugó un papel muy importante en un número abrumador de atrocidades y en llevar y propiciar miseria y muerte para millones de personas en todo el mundo. Pero hay muchos criminales de guerra. Como saben, este país está repleto de criminales de guerra. No hay escasez de criminales de guerra.

Y pensar en él como un criminal de guerra es un poco reduccionista. No nos permite pensar en Kissinger o usar la vida de Kissinger para analizar cómo Estados Unidos… Por ejemplo, Kissinger comenzó como un republicano del sector de Rockefeller, un republicano liberal, un asesor de Nelson Rockefeller que pensaba que Nixon estaba lejos de la corriente dominante y que era un sociópata peligroso, creo que así lo dijo. Y, sin embargo, cuando Nixon ganó, y de hecho Kissinger lo ayudó a ganar al hundir un acuerdo de paz con Vietnam del Norte, él hizo las paces con Nixon, y luego prosiguió su carrera, ocupando un cargo público. Y pensó que Reagan era demasiado extremo, y, sin embargo, hizo las paces con Reagan. Después pensó que los neoconservadores eran demasiado extremos, e hizo las paces con los neoconservadores. Y luego incluso hizo las paces con Donald Trump. Llamó a Donald, celebró a Donald Trump casi como una especie de encarnación de su teoría sobre los grandes estadistas y sobre la capacidad de moldear la realidad del modo que quieran a través de su voluntad. Así que vemos cómo Kissinger, a medida que el país se mueve hacia la derecha, va moviéndose con él. Solo esa trayectoria es algo muy útil sobre lo que pensar.

Si también piensas en su bombardeo secreto sobre Camboya y luego rastreas ese bombardeo, es como una luz brillante, un rastro rojo, que va desde Camboya hasta la actual e interminable “guerra contra el terrorismo”, algo que entonces se consideraba ilegal. Quiero decir que Kissinger bombardeó Camboya en secreto porque en las décadas de 1960 y 1970 era ilegal bombardear otro país con el que no estabas en guerra. Fueron sus antiguos colegas de Harvard, que eran todos guerreros de la Guerra Fría, ninguno era un liberal a favor de la paz, quienes marcharon en Washington, y ni siquiera sabían nada del bombardeo. Fueron a protestar la invasión de Camboya. Y a día de hoy se considera un hecho dentro de las leyes internacionales que Estados Unidos tiene derecho a bombardear países terceros con los que no estamos en guerra si dan refugio a terroristas. Se considera eso como algo normal. Así que podemos ver esta evolución y deriva hacia una guerra interminable a través de la vida de Kissinger.

La vida de Kissinger también es útil para pensar en la forma en que, como funcionario público, asesor principal de seguridad nacional y luego secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger creó gran parte del caos que más tarde requeriría una transición a lo que llamamos “neoliberalismo”. Pero luego, tras dejar el Gobierno, como presidente de Kissinger Associates, ayudó a negociar esa transición al neoliberalismo, y a la privatización de gran parte del mundo, de América Latina, de Europa del Este, de Rusia. Así que podemos ver esa transición de político público o de formulador de políticas públicas a trabajar para obtener una riqueza incalculable como ciudadano privado en esta transición.

Así que hay muchas maneras en las que la vida de Kissinger de alguna forma mapea la trayectoria de Estados Unidos. Como saben, lo honraron en la Biblioteca Pública de Nueva York como si fuera la encarnación del llamado “siglo estadounidense”. Y en muchos sentidos, lo era. Su carrera realmente mapea muy bien la trayectoria de Estados Unidos y la evolución del aparato estatal de seguridad nacional y su política exterior y el mundo disfuncional en el que todos estamos intentando vivir, como sus dos últimos segmentos…

AMY GOODMAN: Greg…

GREG GRANDIN: … así lo mostraron…

AMY GOODMAN: Quiero que escuchemos a Henry Kissinger en sus propias palabras, hablando en 2016, cuando defendió el bombardeo secreto de Camboya.

HENRY KISSINGER: Nixon ordenó un ataque a las bases de apoyo situadas a menos de cinco millas de la frontera vietnamita, que eran áreas que estaban esencialmente despobladas. Entonces, cuando se utiliza la frase “bombardeo de saturación”, se hace, creo, en relación al tamaño de los ataques, probablemente mucho menor de lo que el Gobierno de Obama ha hecho en bases de apoyo similares en Pakistán, algo que creo que está justificado. Y por lo tanto, creo que lo que se hizo en Camboya estaba justificado. FF

AMY GOODMAN: Ese era Henry Kissinger en 2016, hablando en la Biblioteca LBJ. El famoso chef ya fallecido Anthony Bourdain dijo una vez: “Una vez has estado en Camboya, nunca dejarás de querer golpear a Henry Kissinger hasta la muerte con tus propias manos. Nunca más podrás abrir un periódico y leer cómo esa escoria traidora, manipuladora y asesina se sienta a charlar con Charlie Rose o asiste a un evento de gala de alguna nueva revista de moda sin atragantarte. Si eres testigo de lo que hizo Henry en Camboya, de los frutos de su genio para el arte de gobernar, nunca podrás entender por qué no está sentado en el banquillo de los acusados en La Haya junto a Milosevic”. ¿Puede responder a eso?

GREG GRANDIN: Sí. Esa cita contiene más agudeza e inteligencia moral e intelectual que todo el establishment político, tanto liberales… tanto demócratas como republicanos. Es moralmente correcto. Es intelectualmente correcto. Y es más preciso que la mayoría de los historiadores diplomáticos que tratan de dibujar a Kissinger como alguien más ético y moralmente complicado de lo que era en realidad.

En términos de la cita de Kissinger sobre Camboya, ahí está jugando con sus palabras. Está mintiendo. Él bombardeó masivamente Camboya. Estados Unidos bombardeó masivamente Camboya y llevó al poder dentro de los Jemeres Rojos a la camarilla más extrema, dirigida por Pol Pot. Ya saben, cuando bombardeas masivamente un país y destruyes a toda la oposición, tiendes a aupar al poder a los extremistas. Y esa es exactamente la razón por la que Kissinger es responsable, en gran medida, del genocidio que ocurrió más tarde bajo Pol Pot. El bombardeo llevó al poder a Pol Pot dentro de los Jemeres Rojos, que anteriormente eran una coalición más grande y amplia.

Pero Kissinger no se equivoca cuando vincula eso al bombardeo de Pakistán por parte de Obama. Ese era el argumento que estaba tratando de explicar antes. Kissinger tuvo que hacer eso ilegalmente… de forma encubierta en ese entonces, porque era ilegal. Iba en contra del derecho internacional bombardear terceros países, para avanzar en tu guerra en otro país. Pero ahora se acepta como un lugar común. Y es cierto, no se equivoca cuando cita el programa de drones de Obama y lo que Obama… la continuación de la lógica de la “guerra contra el terrorismo” que comenzó con George W. Bush. No se equivoca en eso. Y esa es una de las conexiones que se pueden trazar de Vietnam, Camboya y Asia del Sur a la catástrofe en la que vivimos hoy en día. 

 AMY GOODMAN: Greg Grandin, quiero darle las gracias por acompañarnos. Escritor ganador del Premio Pulitzer y profesor de Historia en la Universidad de Yale. Autor de Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos). Enlazaremos a su artículo de la revista The Nation, “Un obituario público de Henry Kissinger”.

Traducido y editado por Igor Moreno Unanua e Iván HIncapié.

Fuente: https://www.democracynow.org/es/2023/11/30/henry_kissing

Greg Grandin, quiero darle las gracias por acompañarnos. Escritor ganador del Premio Pulitzer y profesor de Historia en la Universidad de Yale. Autor de Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos). Enlazaremos a su artículo de la revista The Nation, “Un obituario público de Henry Kissinger”.

Traducido y editado por Igor Moreno Unanua e Iván HIncapié.

Henry Kissinger ha muerto a los 100 años de edad. Este estadista estadounidense se desempeñó como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado en el apogeo de la Guerra Fría y durante las décadas siguientes mantuvo su influencia en la política exterior de Estados Unidos. Kissinger deja un legado sangriento en América Latina, el sudeste asiático y otros lugares del mundo, donde impulsó medidas que llevaron a masacres, golpes de Estado e incluso genocidios. Una vez fuera de la función pública y hasta su muerte, Kissinger continuó asesorando a los presidentes de Estados Unidos y a otros funcionarios de alto rango que hoy lo celebran como un diplomático visionario. El historiador -de la Universidad de Yale Greg Grandin sostiene que estos halagadores obituarios solo revelan “la bancarrota moral de la clase política” del país, que pasa por alto el hecho de que las acciones de Kissinger pueden haber dado lugar a la muerte de al menos tres millones de personas en todo el mundo. Grandin es autor del libro “Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman” (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos).

Para ver la entrevista en inglés, haga clic aquí.

AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now!, democracynow.org, el informativo de guerra y paz. Soy Amy Goodman, con Nermeen Shaikh.

NERMEEN SHAIKH: Henry Kissinger ha muerto a la edad de 100 años. Para gran parte de la clase dominante de Washington, Kissinger será probablemente recordado como uno de los diplomáticos más influyentes en la historia de Estados Unidos. Pero en países de todo el mundo, entre ellos Chile, Timor Oriental, Bangladés y Camboya, Henry Kissinger es recordado como un criminal de guerra cuyas acciones produjeron masacres, golpes de Estado e incluso genocidios.

Kissinger nació en Alemania y se desempeñó como secretario de Estado de Estados Unidos durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford de 1973 a 1977. También fue asesor de seguridad nacional de 1969 a 1975. Ha sido el único funcionario de Estados Unidos que ha ocupado ambos cargos simultáneamente. En 1973 ganó el Premio Nobel de la Paz junto con su homólogo norvietnamita Le Duc Tho.

Durante sus años como diplomático, Henry Kissinger supervisó la gran expansión de la guerra en Vietnam y los bombardeos secretos en Laos y Camboya, donde los ataques estadounidenses mataron a unos 150.000 civiles luego de que Kissinger ordenara a los militares atacar “cualquier cosa que vuele o cualquier cosa que se mueva”.

En el sur de Asia, Kissinger respaldó la guerra genocida del ejército pakistaní contra Pakistán Oriental, actualmente Bangladés.

En América Latina, documentos desclasificados muestran cómo Kissinger intervino secretamente en todo el continente, de Bolivia a Uruguay a Chile y a Argentina. En el caso de Chile, Kissinger instó al presidente Nixon a adoptar una “línea más dura” contra el presidente Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente. El 11 de septiembre de 1973, Allende fue derrocado por el general Augusto Pinochet, con el respaldo de Estados Unidos. Kissinger dijo en una ocasión: “No veo por qué debamos quedarnos de brazos cruzados y ver cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.

AMY GOODMAN: En 1975, Henry Kissinger y el presidente Gerald Ford se reunieron con el general Suharto, el dictador indonesio, con el fin de dar el visto bueno a la invasión de Timor Oriental, que Indonesia llevó a cabo el 7 de diciembre de 1975. El ejército indonesio mató a un tercio de la población timorense, uno de los peores genocidios de finales del siglo XX.

Kissinger también elaboró planes para atacar Cuba a mediados de los 70, luego de que Fidel Castro enviara tropas cubanas a Angola para luchar contra las fuerzas vinculadas al régimen del apartheid de Sudáfrica.

En Estados Unidos, Kissinger presionó al presidente Nixon para que fuera tras Dan Ellsberg, el denunciante de los Papeles del Pentágono, a quien Kissinger llamó “el hombre más peligroso de Estados Unidos”.

El historiador Greg Grandin estimó en su momento que las acciones de Kissinger pudieron haber causado la muerte de tres millones de personas, tal vez cuatro. Mientras activistas de derechos humanos pidieron durante mucho tiempo que Kissinger fuera juzgado por crímenes de guerra, él siguió siendo una figura célebre en Washington y otros escenarios, sirviendo como asesor tanto de Gobiernos republicanos como demócratas.

Pasamos ahora a hablar con Greg Grandin, escritor galardonado con el Premio Pulitzer y profesor de Historia en la Universidad de Yale. Sus libros incluyen Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos). Su nuevo artículo para The Nation se titula “Un obituario público de Henry Kissinger”. También escribió la introducción de un libro que acaba de ser publicado, Solo los buenos mueren jóvenes: el veredicto sobre Henry Kissinger.

Bienvenido de nuevo a Democracy Now! Hable sobre esta otra historia de Henry Kissinger. Tal como vemos en los principales medios de comunicación, él es elogiado por normalizar las comunicaciones diplomáticas con China y por propiciar la política de distensión con Rusia. ¿Cuál es su versión de los hechos?

GREG GRANDIN: Bueno, creo que ustedes acaban de resumir muy bien la versión de los hechos, la cantidad de crímenes de guerra en los que estuvo involucrado. La vida de Kissinger es fascinante, porque abarca hechos muy trascendentales en la historia de Estados Unidos, desde el colapso del consenso de la posguerra, qué sucedió con Vietnam. Kissinger fue fundamental en dar una nueva forma, en replantear un Estado de seguridad nacional que puede enfrentar la disidencia, enfrentar la polarización, y que de hecho prosperó con la polarización y el secretismo y que aprendió a manipular a la sociedad con el fin de fomentar una política exterior muy agresiva.

Podríamos ahondar en los detalles, pero sí quiero decir que su muerte ha sido tan ilustrativa como su vida. Si miramos los obituarios y las notas de condolencias, todo eso tan solo revela, creo, una bancarrota moral de las élites políticas, ciertamente en el mundo transatlántico, en la esfera más amplia de la OTAN, y una falta de voluntad o incapacidad de comprender la crisis en la que estamos y el papel de Kissinger en dicha crisis. Son elogios celebradores. Son absurdos e insustanciales. Son realmente increíbles. Pensemos tan solo en el último año, las celebraciones, los agasajos por su cumpleaños número 100, por haber vivido 100 años. Creo que eso es un marcador cultural de cuán corrupta es la clase política en este país. Así que su muerte es casi tan ilustrativa como su vida.

NERMEEN SHAIKH: Greg, usted estuvo en el programa cuando Kissinger cumplió 100 años.

GREG GRANDIN: Correcto.

NERMEEN SHAIKH: En esa entrevista, usted dijo que la mejor manera de ver a Kissinger no era necesariamente como un criminal de guerra. ¿Puede explicar por qué?

GREG GRANDIN: Sí, porque esa es la forma… Quiero decir, Christopher Hitchens popularizó la idea de pensar en Kissinger como un criminal de guerra, y esa es una forma de elevar a Kissinger, de alguna manera, como una especie de malvado extraordinario. Y es una línea muy fina, porque él sí jugó un papel muy importante en un número abrumador de atrocidades y en llevar y propiciar miseria y muerte para millones de personas en todo el mundo. Pero hay muchos criminales de guerra. Como saben, este país está repleto de criminales de guerra. No hay escasez de criminales de guerra.

Y pensar en él como un criminal de guerra es un poco reduccionista. No nos permite pensar en Kissinger o usar la vida de Kissinger para analizar cómo Estados Unidos… Por ejemplo, Kissinger comenzó como un republicano del sector de Rockefeller, un republicano liberal, un asesor de Nelson Rockefeller que pensaba que Nixon estaba lejos de la corriente dominante y que era un sociópata peligroso, creo que así lo dijo. Y, sin embargo, cuando Nixon ganó, y de hecho Kissinger lo ayudó a ganar al hundir un acuerdo de paz con Vietnam del Norte, él hizo las paces con Nixon, y luego prosiguió su carrera, ocupando un cargo público. Y pensó que Reagan era demasiado extremo, y, sin embargo, hizo las paces con Reagan. Después pensó que los neoconservadores eran demasiado extremos, e hizo las paces con los neoconservadores. Y luego incluso hizo las paces con Donald Trump. Llamó a Donald, celebró a Donald Trump casi como una especie de encarnación de su teoría sobre los grandes estadistas y sobre la capacidad de moldear la realidad del modo que quieran a través de su voluntad. Así que vemos cómo Kissinger, a medida que el país se mueve hacia la derecha, va moviéndose con él. Solo esa trayectoria es algo muy útil sobre lo que pensar.

Si también piensas en su bombardeo secreto sobre Camboya y luego rastreas ese bombardeo, es como una luz brillante, un rastro rojo, que va desde Camboya hasta la actual e interminable “guerra contra el terrorismo”, algo que entonces se consideraba ilegal. Quiero decir que Kissinger bombardeó Camboya en secreto porque en las décadas de 1960 y 1970 era ilegal bombardear otro país con el que no estabas en guerra. Fueron sus antiguos colegas de Harvard, que eran todos guerreros de la Guerra Fría, ninguno era un liberal a favor de la paz, quienes marcharon en Washington, y ni siquiera sabían nada del bombardeo. Fueron a protestar la invasión de Camboya. Y a día de hoy se considera un hecho dentro de las leyes internacionales que Estados Unidos tiene derecho a bombardear países terceros con los que no estamos en guerra si dan refugio a terroristas. Se considera eso como algo normal. Así que podemos ver esta evolución y deriva hacia una guerra interminable a través de la vida de Kissinger.

La vida de Kissinger también es útil para pensar en la forma en que, como funcionario público, asesor principal de seguridad nacional y luego secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger creó gran parte del caos que más tarde requeriría una transición a lo que llamamos “neoliberalismo”. Pero luego, tras dejar el Gobierno, como presidente de Kissinger Associates, ayudó a negociar esa transición al neoliberalismo, y a la privatización de gran parte del mundo, de América Latina, de Europa del Este, de Rusia. Así que podemos ver esa transición de político público o de formulador de políticas públicas a trabajar para obtener una riqueza incalculable como ciudadano privado en esta transición.

Así que hay muchas maneras en las que la vida de Kissinger de alguna forma mapea la trayectoria de Estados Unidos. Como saben, lo honraron en la Biblioteca Pública de Nueva York como si fuera la encarnación del llamado “siglo estadounidense”. Y en muchos sentidos, lo era. Su carrera realmente mapea muy bien la trayectoria de Estados Unidos y la evolución del aparato estatal de seguridad nacional y su política exterior y el mundo disfuncional en el que todos estamos intentando vivir, como sus dos últimos segmentos…

AMY GOODMAN: Greg…

GREG GRANDIN: … así lo mostraron…

AMY GOODMAN: Quiero que escuchemos a Henry Kissinger en sus propias palabras, hablando en 2016, cuando defendió el bombardeo secreto de Camboya.

HENRY KISSINGER: Nixon ordenó un ataque a las bases de apoyo situadas a menos de cinco millas de la frontera vietnamita, que eran áreas que estaban esencialmente despobladas. Entonces, cuando se utiliza la frase “bombardeo de saturación”, se hace, creo, en relación al tamaño de los ataques, probablemente mucho menor de lo que el Gobierno de Obama ha hecho en bases de apoyo similares en Pakistán, algo que creo que está justificado. Y por lo tanto, creo que lo que se hizo en Camboya estaba justificado.

AMY GOODMAN: Ese era Henry Kissinger en 2016, hablando en la Biblioteca LBJ. El famoso chef ya fallecido Anthony Bourdain dijo una vez: “Una vez has estado en Camboya, nunca dejarás de querer golpear a Henry Kissinger hasta la muerte con tus propias manos. Nunca más podrás abrir un periódico y leer cómo esa escoria traidora, manipuladora y asesina se sienta a charlar con Charlie Rose o asiste a un evento de gala de alguna nueva revista de moda sin atragantarte. Si eres testigo de lo que hizo Henry en Camboya, de los frutos de su genio para el arte de gobernar, nunca podrás entender por qué no está sentado en el banquillo de los acusados en La Haya junto a Milosevic”. ¿Puede responder a eso?

GREG GRANDIN: Sí. Esa cita contiene más agudeza e inteligencia moral e intelectual que todo el establishment político, tanto liberales… tanto demócratas como republicanos. Es moralmente correcto. Es intelectualmente correcto. Y es más preciso que la mayoría de los historiadores diplomáticos que tratan de dibujar a Kissinger como alguien más ético y moralmente complicado de lo que era en realidad.

En términos de la cita de Kissinger sobre Camboya, ahí está jugando con sus palabras. Está mintiendo. Él bombardeó masivamente Camboya. Estados Unidos bombardeó masivamente Camboya y llevó al poder dentro de los Jemeres Rojos a la camarilla más extrema, dirigida por Pol Pot. Ya saben, cuando bombardeas masivamente un país y destruyes a toda la oposición, tiendes a aupar al poder a los extremistas. Y esa es exactamente la razón por la que Kissinger es responsable, en gran medida, del genocidio que ocurrió más tarde bajo Pol Pot. El bombardeo llevó al poder a Pol Pot dentro de los Jemeres Rojos, que anteriormente eran una coalición más grande y amplia.

Pero Kissinger no se equivoca cuando vincula eso al bombardeo de Pakistán por parte de Obama. Ese era el argumento que estaba tratando de explicar antes. Kissinger tuvo que hacer eso ilegalmente… de forma encubierta en ese entonces, porque era ilegal. Iba en contra del derecho internacional bombardear terceros países, para avanzar en tu guerra en otro país. Pero ahora se acepta como un lugar común. Y es cierto, no se equivoca cuando cita el programa de drones de Obama y lo que Obama… la continuación de la lógica de la “guerra contra el terrorismo” que comenzó con George W. Bush. No se equivoca en eso. Y esa es una de las conexiones que se pueden trazar de Vietnam, Camboya y Asia del Sur a la catástrofe en la que vivimos hoy en día.

AMY GOODMAN: Greg Grandin, quiero darle las gracias por acompañarnos. Escritor ganador del Premio Pulitzer y profesor de Historia en la Universidad de Yale. Autor de Kissinger ‘s Shadow: The Long Reach of America’ s Most Controversial Statesman (La sombra de Kissinger: el largo alcance del estadista más controvertido de Estados Unidos). Enlazaremos a su artículo de la revista The Nation, “Un obituario público de Henry Kissinger”.

Traducido y editado por Igor Moreno Unanua e Iván HIncapié.

Fuente: 

domingo, 3 de diciembre de 2023

Murió Henry Kissinger, el criminal de guerra que ganó un premio Nobel


Fuentes: CLAE
Fuentes: CLAE


La infamia de la política exterior de Richard Nixon se ubica, eternamente, al lado de la de los peores asesinos en masa de la historia. Una vergüenza más profunda pesa sobre el país que lo celebre. Henry Kissinger murió el miércoles en su casa de Connecticut. El célebre criminal de guerra tenía 100 años, señala la revista Rolling Stones.

Con una mera garantía de asesinatos confirmados, el peor asesino en masa jamás ejecutado por Estados Unidos fue el terrorista supremacista blanco Timothy McVeigh. El 19 de abril de 1995, McVeigh detonó una bomba masiva en el edificio federal de Murrah en Oklahoma City, matando a 168 personas, entre ellas 19 niños. El gobierno mató a McVeigh por inyección letal en junio de 2001.

McVeigh, que a la manera de su propia psicótica pensó que estaba salvando a Estados Unidos: nunca mató ni remotamente en la escala de Kissinger, el gran estratega estadounidense más venerado de la segunda mitad del siglo XX.

El historiador de la Universidad de Yale Greg Grandin, autor de la biografía Kissinger-s Shadow, estima que las acciones de Kissinger de 1969 a 1976, un período de ocho años breves en el que Kissinger hizo política exterior de Richard Nixon y luego Gerald Ford como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, significara el fin de entre tres y cuatro millones de personas.

Eso incluye crímenes de comisión, explicó, como en Camboya y Chile, y omisión, como la luz verde del derramamiento de sangre de Indonesia en Timor Oriental; el derramamiento de sangre de Pakistán en Bangladesh; y la inauguración de una tradición estadounidense de usar y luego abandonar a los kurdos.

Dicen que no hay mal que dure cien años, y Kissinger está corrigiendo ese dicho para probar que están equivocados. No hay duda de que será aclamado como un gran estratega geopolítico, a pesar de que acabó con la mayoría de las crisis, lo que llevó a una escalada. Tendrá crédito por abrir China, pero esa era la idea y la iniciativa originales de De Gaulle.

El Nobel para un genocida

Será alabado por la distensión, y eso fue un éxito, pero socavó su propio legado al alinearse con los neoconservadores. Y por supuesto, se alejó de la escoria libre de Watergate, aunque su obsesión con Daniel Ellsberg realmente impulsó el crimen.

El que fuera máximo exponente de la política internacional estadounidense deja un legado criminal. A Kissinger se le recordará por su respaldo a dictaduras como las de Argentina entre 1976 y 1983 y los últimos años del régimen de Francisco Franco en España (terminado con la muerte del dictador en 1975), su papel en La Operación Cóndor para reprimir y aniquilar a opositores latinoamericanos de izquierda o su apoyo al golpe de Estado contra el presidente constitucional Salvador Allende en Chile, en 1973.

Al comparecer ante el Comité del Comité de Relaciones Internacionales del Senado el 7 de setiembre sobre su nombramiento para secretario d Estado, Kissinger prometió colaborar estrechamente con el Congreso en la conducción de la política exterior para “una paz duradera”.

Con su áspera e imponente presencia y su manipulación del poder tras bambalinas, Kissinger ejerció una inusual influencia en los asuntos mundiales durante el gobierno de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, labores por las que fue repudiado y también ganó el premio Nobel de la Paz. Varias décadas más tarde, su nombre seguía siendo objeto de un apasionado debate sobre hitos diplomáticos del pasado.

El poder de Kissinger aumentó durante el escándalo de Watergate, cuando el diplomático asumió un rol similar al de copresidente al lado de un debilitado Nixon. Después de dejar el gobierno, Kissinger se vio asediado por críticos que señalaban que debió ser llamado a rendir cuentas por sus políticas en el sudeste asiático y por el apoyo a regímenes represivos en Latinoamérica.

Un estilo era trabajar fuera de la maquinaria oficial del Departamento de Estado y el servicio exterior, que, según él, había debilitado la diplomacia estadounidense de su vigor y creatividad. Los “canales traseros” con los rusos, los chinos y casi todos los demás se adaptaban al gusto de Nixon por la conspiración. Y se adaptaban a su propio anhelo de estar en el centro de la acción, tirando de las cuerdas.

Los escépticos e intelectuales dijeron que había sacrificado los principios de Estados Unidos y más de un millón de vidas. Había seguido luchando en Vietnam y llevado la guerra a Camboya y Laos en nombre de la “credibilidad” estadounidense. Había bendecido un genocidio paquistaní en lo que se convirtió en Bangladesh, porque Pakistán lo estaba ayudando con China.

Había planeado golpes de estado y asesinatos en Chile y una insurgencia en Angola, porque pensaba que los países caerían como fichas de dominó ante las conspiraciones soviéticas. Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, Christopher Hitchens, un periodista británico, dijo que debería haber sido juzgado por crímenes de guerra, y la acusación perduró.

Recuerdos macabros
Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras - ContrahegemoniaWeb

Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras - ContrahegemoniaWeb Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras y con libreto estadounidense En toda América latina se lo recordará por su respaldo a dictaduras como las del general Jorge Videla en Argentina , Augusto Pinochet en Chile y Juan María Bordaberry (y sus seguidores) en Uruguay. En especial por su destacado papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos y por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. En España, la atención está centrada en el soporte que le dio a los últimos años al régimen de Francisco Franco.

No hay mal que dure cien años, decían los paraguayos que soportaron la dictadura del general Alfredo Stroessner por 35 años (1954-1989), que tuvo el apoyo incondicional de Kissinger, también.

La historia de Doctor K comenzó en Fürth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia judía. Baviera fue escenario del tubo de probeta de un proyecto mesiánico: el putsch de la cervecería, por el cual Adolf Hitler fue preso. Quince años más tarde, cuando se aprestaba a desencadenar la Segunda Guerra, la familia Kissinger huyó de Alemania hacia Estados Unidos.

Heinz, ya convertido en Henry, se sumó al Ejército estadounidense y, como soldado enemigo, regresó a Alemania, en su condición de bilingüe y como parte de la inteligencia militar en la batalla de las Ardenas.

Tras la guerra se graduó con honores en Ciencias Políticas en Harvard. A fines de los 50, Kissinger ya contaba con un padrinazgo político, el de Nelson Rockefeller, miembro de una de las familias más ricas del país, que tenía ambiciones políticas y sumó a Kissinger como asesor.

En 1959, Rockefeller se convirtió en gobernador de Nueva York. Desde esa posición buscó un año más tarde ser candidato presidencial republicano. Perdió la nominación ante el hombre que pondría a Kissinger en primerísimo plano una década más tarde: el entonces vicepresidente, Richard Nixon.

Cuatro años más tarde, Barry Goldwater, un senador de extrema derecha, postergó las ambiciones de Rockefeller quien volvió a fallar en 1968. Ese año marcó el renacimiento político de Nixon, que ganó las primarias y derrotó al demócrata Hubert Humphrey. Kissinger, el colaborador de Rockefeller fue nombrado al frente del Consejo de Seguridad Nacional.

Militarizar del sudeste asiático, a los bombazos
Con Pinochet: apoyo a la Operación Cóndor
El ascenso de la Unidad Popular de Salvador Allende había sido un mazazo para Nixon en 1970. Estados Unidos empezó a desestabilizar al primer presidente marxista elegido en elecciones libres. El propio Nixon sostenía que los chilenos se habían equivocado con Allende y que la Casa Blanca debía enmendar el error.

Kissinger sostuvo la postura de Nixon con estas palabras: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Quedó al frente del Comité 40, una mesa chica integrada por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa, que motorizó la acción contra Allende. El 11 de septiembre de 1973, la amenaza de la vía chilena al socialismo fue reemplazada por una dictadura brutal, la del general Augusto Pinochet.

A las dos semanas de iniciado el régimen de Pinochet, Kissinger fue ascendido al frente del Departamento de Estado, desde donde lidió con la diplomacia estadounidense, con la cuestión de Oriente Medio. Apenas asumido, Egipto atacó a Israel, en lo que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur.

El apoyo de Washington a Israel provocó el embargo petrolero de la OPEP, punto de arranque de la crisis del petróleo. Kissinger monitoreó las negociaciones de paz, que culminaron en mayo de 1974 y serían un precedente para los posteriores acuerdos de Camp David, que significaron una victoria diplomática final para Nixon, jaqueado ya por el escándalo Watergate.

En algunos círculos de Washington, entre los intrigados por la verdadera identidad de Garganta Profunda (la principal fuente de The Washington Post) se barajaba el nombre de Kissinger. La sospecha recién terminó en 2005, cuando Mark Felt, número 2 del FBI durante el escándalo, admitió haber sido la fuente. Caído Nixon en agosto del 74, asumió Gerald Ford, que confirmó a Kissinger como canciller y propuso el como vicepresidente al gran soporte de Kissinger en su ascenso: Nelson Rockefeller.

Anticomunismo ante todo

Henry Kissinger durante  
Henry Kissinger durante una audiencia con Franco en 1973
1975 fue el año en el que el doctor K ramificó su influencia a otros lugares del mundo. En África, impidió que el Sahara Occidental tuviera su autodeterminación. El territorio era un protectorado español y estaba la promesa de que el pueblo saharaui tendría su gobierno. Sin embargo, Estados Unidos impulsó a Marruecos, en plena agonía de Francisco Franco.

El rey Hassan II movilizó a miles de súbditos en la Marcha Verde y España cedió. El Sahara Occidental quedó ocupado desde entonces por Marruecos. Kissinger pensaba que el autogobierno saharaui podría convertir al territorio en un enclave soviético. Esa tesis estaba apoyada por lo que pasaba en Angola, la antigua colonia portuguesa que consiguió su independencia en 1975 y donde se desató una guerra civil en la que el Movimiento Popular de Liberación de Angola contó con el apoyo de Cuba para salvaguardar su independencia.

El Sáhara, moneda de cambio para la restauración borbónica - Viento Sur Marruecos lleva más de 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EEUU toma posiciones cada vez más favorables a su causa. El Sáhara, moneda de cambio para la restauración borbónica en España.

En ese 1975 Kissinger volvió a estremecer el sudeste asiático. Otra antigua colonia portuguesa, Timor Oriental, iba camino de independizarse. Ford y Kissinger vieron con preocupación que llegara a tener un gobierno de izquierda. Entonces dieron luz verde a la invasión de Indonesia. El dictador Suharto, un aliado de la Casa Blanca, ocupó la isla y provocó una sangrienta represión.

Indonesia era un bastión anticomunista y el espejo para diseñar lo que sería la Operación Cóndor en el Cono Sur, la red de coordinación entre dictaduras latinoamericanas para reprimir a la población civil.

El sostén de Videla y Pinochet

Con Videla, en Buenos Aires

En 1976 Kissinger afrontó el que sería su último año en la cúspide, y América Latina se convirtió en el principal tema de su agenda. Estados Unidos vio con buenos ojos la llegada al poder en la Argentina de la dictadura genocida. Tras lo sucedido en Chile, aconsejó a lo militares argentinos: instó a la Junta Militar a actuar en la clandestinidad, evitando imágenes como las que el pinochetismo ofrecía en el Estadio Nacional.

El canciller de la dictadura argentina, el vicealmirante César Guzzetti, le recomendó que la metodología de los centros clandestinos fuera rápida para evitar cualquier cuestionamiento. Así se habría plantado la semilla del acuerdo de la dictadura con Burson Masteller, la agencia de publicidad contratada por el régimen de Videla para contrarrestar la «campaña antiargentina». El 21 de junio de 1978, junto con Videla, Kissinger presenció el 6 a 0 de la Argentina a Perú por la Copa del Mundo.

En esos meses del 76, el Secretario quedó en el ojo de la tormenta por el atentado que le costó la vida a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende. Una bomba en su coche lo mató a él y a su secretaria estadounidense el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca. La cercanía de los republicanos con Pinochet generó críticas, en plena campaña electoral.

En el llano

Desde el 20 de enero de 1977, cuando Jimmy Carter asumió como presidente, terminó la era Kissinger. Carter rompió con la lógica del Secretario y criticó a las dictaduras latinoamericanas. El doctor K, con 53 años, pasó a la actividad privada a través del lobby. Se integró a la Corporación RAND (Research and Development, en castellano, Investigación y Desarrollo), una organización que financia el gobierno de Estados Unidos y ofrece servicios de asesoría al Pentágono. En rigor, el vínculo venía desde los años 50 y se habría mantenido mientras fue funcionario de Nixon y Ford.

A esto se suma su presencia en el Grupo Bilderberg, en donde coincidió con el hermano menor de Rockefeller, David. Es un grupo cerrado, que reúne a políticos y grandes empresarios. Es tan hermético que ha dado pie a teorías conspirativas. La presencia de Kissinger como miembro no ayudó a darle prestigio: todo lo contrario.

Libro Vintage Años de la Casa Blanca por Henry Kissinger - Etsy México En 1979 trató de blanquear su imagen con Los años en la Casa Blanca, su libro de memorias. Ya nonagenario, se lo ha visto en el Foro de Davos e incluso se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump.

Fue a partir de 1998 cuando la posibilidad de juzgar a Kissinger comenzó a tomar forma. Ese año Pinochet fue detenido en Londres y el rol de Estados Unidos en la dictadura chilena volvió a ser discutido. La apertura de documentos clasificados contribuyó a los cuestionamientos contra el antiguo secretario. El periodista y escritor inglés Christopher Hitchens le dedicó un volumen, Juicio a Kissinger, compendio de su historial.

Hitchens, fallecido en 2011, estimó que el arresto de Pinochet abría una nueva era en la cual Kissinger podía y debía dar cuentas ante la Justicia. “Desde el principio de la administración Nixon hasta el fin de la administración Ford las huellas que dejó Kissinger son visibles y van de Vietnam hasta Camboya, pasando por Chile, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Lo que pasó con él es que continuó siendo un personaje ambiguo, protegido gracias a su gran poder”… y con enorme poder de destrucción de pueblos, en el sacrosanto nombre de la democracia y el anticomunismo.

El genocidio del Jmer Rojo

El nombre de Pol Pot se relaciona con genocidio y masacres de entre 1,7 a cuatro millones de cambodianos (la mitad de la población) desde 1975 hasta principios de 1979. La era de permanente violencia había comenzado en 1970 con la intervención militar y ayuda estadounidense a regímenes corruptos, y se extendió a 1989. Con el comienzo del juicio en Phnom Penh, la capital de Cambodia, a los más connotados asesinos, el asunto volvió a la palestra 30 años después de la caída del régimen de Pol Pot.

Analistas, entre ellos el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, consideran que no solo los dirigentes aún vivos del Jmer Rojo deben ser juzgados por el Tribunal Internacional, sino también el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, y otros autores de los bombardeos estadounidenses a Cambodia, causantes de la muerte de más de 600 mil civiles, así como por su respaldo a los criminales, luego de que Vietnam y patriotas cambodianos lograron expulsarlos del poder en enero de 1979.

El plan de Kissinger en Cambodia significó la murte de cientos de miles El primer ministro del hoy Reino de Cambodia, Hun Sen, planteó que «Nadie debe escapar de la justicia. Los Jmer Rojos tienen que ser traídos al Tribunal… pero también aquellos que los apoyaron, deben aparecer allí», como Kissinger

El nombre de Pol Pot se relaciona con genocidio y masacres de entre 1,7 a cuatro millones de cambodianos (la mitad de la población) desde 1975 hasta principios de 1979. La era de permanente violencia había comenzado en 1970 con la intervención militar y ayuda estadounidense a regímenes corruptos, y se extendió a 1989. Con el comienzo del juicio en Phnom Penh, la capital de Cambodia, a los más connotados asesinos, el asunto volvió a la palestra 30 años después de la caída del régimen de Pol Pot.

Analistas, entre ellos el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, consideran que no solo los dirigentes aún vivos del Jmer Rojo deben ser juzgados por el Tribunal Internacional, sino también el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, y otros autores de los bombardeos estadounidenses a Cambodia, causantes de la muerte de más de 600 mil civiles, así como por su respaldo a los criminales, luego de que Vietnam y patriotas cambodianos lograron expulsarlos del poder en enero de 1979.

El primer ministro del hoy Reino de Cambodia, Hun Sen, planteó que «Nadie debe escapar de la justicia. Los Jmer Rojos tienen que ser traídos al Tribunal… pero también aquellos que los apoyaron, deben aparecer allí», como Kissinger.

Kissinger in 1969 (left) and 1963 (right) and with North Vietnam’s Le Duc Tho during peace talks on the Vietnam War in Paris on Jan. 24, 1973.

Álvaro Verzi Rangel. Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente: 

Adiós, Kissinger, Los desaparecidos de Chile, los muertos olvidados de todas esas naciones que el diplomático estadounidense devastó claman al menos por ese simulacro de justicia que se llama memoria

Henry Kissinger presenta sus respetos ante el féretro con los restos del senador John McCain, en el Capitolio de Washington en agosto de 2018.
Henry Kissinger presenta sus respetos ante el féretro con los restos del senador John McCain, en el Capitolio de Washington en agosto de 2018.KEVIN LAMARQUE / POOL (EFE)

Muere Henry Kissinger, el estratega que marcó la política exterior de EE UU en la segunda mitad del siglo XX El polémico premio Nobel de la Paz ha fallecido a los 100 años en su residencia de Connecticut
Muere Henry Kissinger a los 100 años de edad

Henry Kissinger, el estratega que marcó el rumbo de la diplomacia estadounidense en la segunda mitad del siglo XX, ha fallecido este miércoles, según ha anunciado su oficina. El que fuera secretario de Estado bajo dos presidentes y polémico premio Nobel de la Paz, protagonista del restablecimiento de las relaciones entre EE UU y China, responsable de bombardeos en Vietnam y defensor del golpe de Estado de Pinochet en Chile, ha muerto en su residencia de Connecticut a los 100 años.

Una de las figuras más controvertidas del siglo pasado, inconfundible con sus características gafas de pasta y un acento alemán que nunca terminó de perder, había permanecido activo hasta el último momento: este año, el de su centenario, promocionaba su libro sobre estilos de liderazgo, había testificado ante un comité del Senado sobre la amenaza nuclear de Corea del Norte y en julio pasado se había desplazado por sorpresa a Pekín para una reunión con el presidente chino, Xi Jinping.


Judío nacido en Alemania en 1923 —su nombre original era Heinz Alfred Kissinger—, llegó a Estados Unidos de adolescente, en 1938, huyendo del régimen nazi junto a su familia. Durante la Segunda Guerra Mundial, se alistó en el ejército estadounidense y estuvo destinado en Europa. Tan intelectualmente brillante como arrogante, con un agudo sentido del humor e interesado en numerosas disciplinas, estuvo a punto de inclinarse por los estudios científicos antes de decidirse por las relaciones internacionales. Tras una distinguida carrera académica de 17 años en la Universidad de Harvard, entró en la Administración estadounidense de la mano del republicano Richard Nixon, que lo nombraría primero consejero de Seguridad Nacional y después secretario de Estado durante su mandato.

En los años setenta, desempeñó un papel clave —cuya huella aún perdura, medio siglo más tarde— en la mayor parte de los acontecimientos mundiales de esa etapa de la Guerra Fría. Lo suyo era la realpolitik, el pragmatismo. Su estilo de diplomacia buscaba lograr objetivos prácticos, más que guiarse por principios o exportar ideales políticos. Para sus defensores, consiguió promover los intereses estadounidenses y ampliar la influencia de su país en el resto del mundo, dejándolo en una posición que le acabaría permitiendo vencer en la Guerra Fría y quedar como única superpotencia. Para sus —muy numerosos— detractores, fue una combinación de Maquiavelo y Mefistófeles que nunca llegó a rendir cuentas de unas acciones que dejaron enormes daños y dolor en los países perjudicados.

Encabezó conversaciones sobre el control de armamento con la Unión Soviética que abrieron una vía para modular las tensiones entre las dos superpotencias. Lideró las negociaciones para los acuerdos de paz de París con Vietnam del Norte, que abrieron la salida para Estados Unidos de una guerra impopular, costosa y que parecía interminable. Dos años después de la firma de los pactos, caía Saigón en manos del régimen comunista, mientras los últimos diplomáticos y refugiados huían en helicóptero desde el techo de la Embajada estadounidense.

Con una diplomacia de constantes viajes a los países de Oriente Próximo, amplió lazos entre Israel y sus vecinos árabes. Un maratón de 32 días de reuniones y presiones sobre el terreno consiguió separar al Estado judío y a Siria en los Altos del Golán; un intento similar en 1975, sin embargo, no logró un acuerdo entre Israel y Egipto.

Kissinger fue también uno de los grandes artífices de la aproximación a China: sus dos viajes al gigante asiático, uno de ellos en secreto para reunirse con el entonces primer ministro, Zhou Enlai, abrieron la puerta para la histórica visita de Nixon a Pekín en 1972, que trazó el camino a lo que hasta entonces había parecido impensable: la normalización de relaciones entre Estados Unidos y el país asiático de régimen comunista, tras décadas de enemistad.

Su miedo al establecimiento de regímenes de izquierdas en América Latina lo condujo a apoyar —cuando no promover— dictaduras militares en la región. En 1970, conspiró con la CIA para desestabilizar y conseguir la caída del Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile.

Su poder como el gran artífice de la política exterior estadounidense creció durante el escándalo Watergate y a medida que se debilitaba el de Nixon, su teórico jefe. La dimisión de este presidente en 1974 disminuyó su influencia, pero no la eliminó durante el mandato del presidente Gerald Ford (1974-1977). A lo largo del resto de su vida continuó prestando asesoría a políticos republicanos y demócratas, escribiendo libros, pronunciando discursos y gestionando una firma de consultoría global.

Si nunca le abandonó la fama, tampoco lo hizo la polémica. Sus políticas en el sureste asiático y su apoyo a las dictaduras en América Latina hicieron que le llovieran acusaciones de criminal de guerra y exigencias de que rindiera cuentas de sus decisiones. Su premio Nobel de la Paz, en 1973, concedido ex aequo junto al norvietnamita Le Duc Tho —quien lo rechazó— fue uno de los más controvertidos de la historia. Dos miembros del comité Nobel encargado de adjudicar el galardón dimitieron.

Además, arreciaron las críticas y las exigencias de investigación sobre el bombardeo secreto estadounidense de Camboya en 1970. Aquella operación tenía como objeto destruir las líneas de suministro que partían de Vietnam del Norte para sustentar a las guerrillas comunistas en el sur. Pero sus críticos consideran que precipitó que los jemeres rojos se hicieran con el control de Camboya y desataran una era de terror en ese país en la que murieron cerca de dos millones de personas.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el entonces presidente, George W. Bush, lo eligió para encabezar un comité investigador. La oposición demócrata denunció un conflicto de interés con muchos de los clientes de la consultora de Kissinger, lo que obligó al antiguo secretario de Estado a renunciar al cargo.

Divorciado en 1964 de su primera esposa, Ann Fleischer, con quien tuvo dos hijos, durante una década se granjeó fama de mujeriego pese a no ser exactamente un Adonis —“el poder es el mejor afrodisíaco”, alegaba él—. En 1974 se casó con Nancy Maginnes, colaboradora del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller.

Numerosas veces se le preguntó si se arrepentía de alguna de las medidas que había tomado o apoyado. En una entrevista concedida a la cadena de televisión ABC en julio del año pasado, contestó: “Llevo pensando en esos problemas toda mi vida. Es mi afición tanto como mi trabajo. Así que las recomendaciones que di fueron las mejores de las que era capaz entonces”.

Veredicto sobre Henry Kissinger

Henry Kissinger, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX, murió como vivió: querido por los ricos y los poderosos, independientemente de su afiliación partidaria.

Henry Kissinger ha muerto. Los medios de comunicación ya están produciendo encendidas denuncias y cálidos recuerdos a partes iguales. Quizá ninguna otra figura de la historia estadounidense del siglo XX sea tan polarizadora, tan vehementemente vilipendiada por unos como venerada por otros.

Sin embargo, hay un punto en el que todos podemos estar de acuerdo: Kissinger no dejó un cadáver exquisito. Puede que los obituarios lo describan como afable, catedrático, incluso carismático. Pero seguramente nadie, ni siquiera aduladores de carrera como Niall Ferguson, se atreverá a elogiar al titán caído como un personaje atractivo.

Cómo han cambiado los tiempos.

En la época en que Kissinger era consejero de Seguridad Nacional, Women’s Wear Daily publicó un titubeante perfil del joven estadista describiéndole como «el símbolo sexual de la administración Nixon». En 1969, según el perfil, Kissinger asistió a una fiesta llena de miembros de la alta sociedad de Washington con un sobre con la inscripción «Top Secret» bajo el brazo. Los demás invitados a la fiesta apenas podían contener su curiosidad, así que Kissinger desvió sus preguntas con una ocurrencia: el sobre contenía su ejemplar de la última revista Playboy (al parecer, a Hugh Hefner le hizo mucha gracia y se aseguró de que el consejero de seguridad nacional recibiera una suscripción gratuita).

Lo que el sobre contenía en realidad era un borrador del discurso de Nixon sobre la «mayoría silenciosa», un discurso ahora famoso que pretendía trazar una nítida línea entre la decadencia moral de los liberales antibelicistas y la inquebrantable realpolitik de Nixon.

Durante la década de 1970 —mientras organizaba bombardeos ilegales en Laos y Camboya y permitía el genocidio en Timor Oriental y Pakistán Oriental— Kissinger era conocido entre la alta sociedad de Beltway como «el playboy del ala occidental». Le gustaba que le fotografiaran, y los fotógrafos le complacían. Era una fija en las páginas de cotilleos, sobre todo cuando sus escarceos con mujeres famosas saltaban a la luz pública, como cuando él y la actriz Jill St. John hicieron saltar inadvertidamente la alarma de su mansión de Hollywood una noche, cuando se escabulleron a su piscina («Le estaba enseñando ajedrez», explicó Kissinger más tarde).

Mientras Kissinger galanteaba con el jet set de Washington, él y el presidente —una pareja tan firmemente unida por la cadera que Isaiah Berlin los bautizó como «Nixonger»— estaban ocupados ideando una marca política basada en su supuesto desdén por la élite liberal, cuya moralidad efímera, afirmaban, solo podía conducir a la parálisis. Kissinger desdeñaba ciertamente el movimiento antibelicista, menospreciando a los manifestantes como «universitarios de clase media-alta» y advirtiendo: «Los mismos que gritan “Poder para el pueblo” no van a ser los que se hagan cargo de este país si se convierte en una prueba de fuerza». También despreció a las mujeres: «Para mí las mujeres no son más que un pasatiempo, un hobby. Nadie dedica demasiado tiempo a un pasatiempo». Pero es indiscutible que Kissinger sentía afición por el liberalismo dorado de la alta sociedad, las fiestas exclusivas y las cenas de filetes y los flashes.

Y para que no lo olvidemos, la alta sociedad le correspondía. Gloria Steinem, compañera ocasional de cenas, llamó a Kissinger «el único hombre interesante de la administración Nixon». La columnista de chimentos Joyce Haber lo describió como «mundano, chistoso, sofisticado y un caballero con las mujeres». Hef le consideraba un amigo, y en una ocasión afirmó en prensa que una encuesta entre sus modelos reveló que Kissinger era el hombre más deseado para citas en la mansión Playboy.

Este encaprichamiento no terminó con los años setenta. Cuando Kissinger cumplió noventa años en 2013, a la celebración de su cumpleaños con alfombra roja asistió una multitud bipartidista que incluía a Michael Bloomberg, Roger Ailes, Barbara Walters e incluso al «veterano de la paz» John Kerry, junto con otras 300 personalidades. Un artículo de Women’s Wear Daily —que continuó con su cobertura de Kissinger en el nuevo milenio— informaba de que Bill Clinton y John McCain pronunciaron los brindis de cumpleaños en un salón de baile decorado en chinoiserie, para complacer al invitado de honor de la noche (McCain, que pasó más de cinco años como prisionero de guerra, describió su «maravilloso afecto» por Kissinger, «debido a la guerra de Vietnam, que fue algo que tuvo un enorme impacto en la vida de ambos»). A continuación, el propio cumpleañero subió al escenario, donde «recordó a los invitados el ritmo de la historia» y aprovechó la ocasión para predicar el evangelio de su causa favorita: el bipartidismo.

La capacidad de Kissinger para el bipartidismo era célebre (los republicanos Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld asistieron al principio de la velada, y más tarde la demócrata Hillary Clinton entró por una entrada de carga con los brazos abiertos, preguntando: «¿Listos para el segundo asalto?»). Durante la fiesta, McCain se deshizo en elogios hacia Kissinger: «Ha sido consultor y asesor de todos los presidentes, republicanos y demócratas, desde Nixon». Probablemente, el senador McCain habló en nombre de todos los presentes en el salón de baile cuando continuó: «No conozco a nadie más respetado en el mundo que Henry Kissinger».

Sin embargo, gran parte del mundo vilipendiaba a Henry Kissinger. El exsecretario de Estado evitó incluso visitar varios países por miedo a que le detuvieran y le acusaran de crímenes de guerra. En 2002, por ejemplo, un tribunal chileno le exigió que respondiera a preguntas sobre su papel en el golpe de estado de 1973 en ese país. En 2001, un juez francés envió agentes de policía a la habitación del hotel de Kissinger en París para entregarle una solicitud formal de interrogatorio sobre el mismo golpe, durante el cual desaparecieron varios ciudadanos franceses (aparentemente imperturbable, el estadista convertido en asesor privado remitió el asunto al Departamento de Estado y embarcó en un avión con destino a Italia). Por la misma época, anuló un viaje a Brasil después de que empezaran a circular rumores de que sería detenido y obligado a responder a preguntas sobre su papel en la Operación Cóndor, la trama de los años setenta que unió a las dictaduras sudamericanas para hacer desaparecer a los opositores exiliados de las demás. Un juez argentino que investigaba la operación ya había nombrado a Kissinger como posible «acusado o sospechoso» en una futura acusación penal.

Pero en Estados Unidos, Kissinger era intocable. Allí, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX murió como vivió: querido por los ricos y poderosos, independientemente de su afiliación partidista. La razón del atractivo bipartidista de Kissinger es sencilla: fue un estratega de primer orden del imperio estadounidense del capital en un momento crítico del desarrollo de ese imperio.

Veredicto sobre Henry Kissinger

No es de extrañar que el establishment político considerara a Kissinger un activo y no una aberración. Encarnaba lo que los dos partidos gobernantes tienen en común: el compromiso de mantener el capitalismo y la determinación de garantizar condiciones favorables para los inversores estadounidenses en la mayor parte del mundo posible. Ajeno a la vergüenza y a la inhibición, Kissinger fue capaz de guiar al imperio estadounidense a través de un periodo traicionero de la historia mundial, en el que el ascenso de Estados Unidos hacia el dominio global parecía, de hecho, a veces al borde del colapso.

En un periodo anterior, la política de preservación capitalista había sido un asunto relativamente sencillo. Las rivalidades entre las potencias capitalistas avanzadas conducían periódicamente a guerras espectaculares que establecían jerarquías entre las naciones capitalistas, pero que hacían relativamente poco por interrumpir la marcha hacia adelante del capital en todo el mundo. Como ventaja añadida, dado que estas conflagraciones eran tan destructivas, ofrecían oportunidades periódicas para renovar la inversión, una forma de retrasar las crisis de sobreproducción endémicas del desarrollo capitalista.

Es cierto que, a medida que las metrópolis capitalistas afirmaban el control sobre los territorios que se apoderaban en todo el mundo, el imperialismo atrajo la oposición masiva de los oprimidos. Surgieron movimientos anticoloniales para desafiar los términos del desarrollo global en todos los lugares donde se estableció el colonialismo pero, con algunas excepciones notables, estos movimientos fueron incapaces de repeler a las agresivas potencias imperiales. Incluso cuando las luchas anticoloniales tuvieron éxito, soltar las cadenas de una potencia imperial a menudo significaba exponerse a la invasión de otra (en las Américas, por ejemplo, la retirada de los españoles de sus colonias de ultramar significó que Estados Unidos asumiera el papel de nuevo hegemón regional a principios del siglo XX, afirmando su dominio sobre lugares que, como Puerto Rico, los dirigentes estadounidenses consideraban «extranjeros en un sentido doméstico»). Durante todo este tiempo, el colonialismo —al igual que el capitalismo— a menudo parecía en gran medida inquebrantable.

Pero tras la Segunda Guerra Mundial, el eje de la política mundial cambió.

Cuando el humo se dispersó finalmente sobre Europa, reveló un mundo casi irreconocible para las élites. Londres estaba en ruinas. Alemania estaba hecha pedazos, dividida por dos de sus rivales. Japón fue anexionado de hecho por Estados Unidos, para rehacerlo a su imagen y semejanza. La Unión Soviética había generado una economía industrial a una velocidad inigualable, y ahora tenía un verdadero peso geopolítico. Mientras tanto, Estados Unidos, en pocas generaciones, había desplazado a Gran Bretaña como potencia militar y económica sin rival en la escena mundial.

Pero lo más importante fue que la Segunda Guerra Mundial proporcionó una señal definitiva a los pueblos de todo el mundo colonizado de que el colonialismo era insostenible. El dominio de Europa agonizaba. Un periodo histórico caracterizado por las guerras entre las potencias del Primer Mundo (o Norte Global) dio paso a un periodo de conflictos anticoloniales sostenidos en el Tercer Mundo (o Sur Global).

Estados Unidos, tras emerger de la Segunda Guerra Mundial como nuevo hegemón mundial, habría salido perdiendo de cualquier realineamiento global que restringiera la libre circulación del capital inversor estadounidense. En este contexto, el país asumió un nuevo papel geopolítico. En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, la era de Kissinger, Estados Unidos se convirtió en el garante del sistema capitalista mundial.

Pero garantizar la salud del sistema en su conjunto no siempre equivalía a asegurar el dominio de las empresas estadounidenses. Más bien, el Estado estadounidense necesitaba administrar un orden mundial propicio para el desarrollo y el florecimiento de una clase capitalista internacional. Estados Unidos se convirtió en el principal arquitecto del capitalismo atlántico de posguerra, un régimen comercial que vinculaba los intereses económicos de Europa Occidental y Japón a las estrategias empresariales estadounidenses. En otras palabras, para preservar un orden capitalista mundial que defendía ante todo a las empresas estadounidenses —no a las empresas—, Estados Unidos necesitaba fomentar el desarrollo capitalista exitoso de sus rivales. Esto significaba generar nuevos centros capitalistas, como Japón, y facilitar el restablecimiento de economías europeas sanas.

Sin embargo, como sabemos, las metrópolis europeas se estaban escindiendo rápidamente de sus colonias. Los movimientos de liberación nacional amenazaban los intereses centrales que Estados Unidos se había comprometido a proteger, perturbando el mercado mundial unificado que el país quería coordinar. Por tanto, la promoción de los intereses estadounidenses adquirió una dimensión geopolítica más amplia. La élite del poder en Washington se comprometió a derrotar los desafíos a la hegemonía capitalista en cualquier parte del mundo donde surgieran. Para ello, el estado de seguridad nacional estadounidense desplegó una variedad de medios: apoyo militar a regímenes reaccionarios; sanciones económicas; intromisión electoral; coacción; manipulación comercial; comercio táctico de armas y, en algunos casos, intervención militar directa.

A lo largo de su carrera, lo que más preocupó a Kissinger fue la posibilidad latente de que los países subordinados pudieran actuar por su cuenta para crear una esfera alternativa de influencia y comercio. Estados Unidos no dudó en poner fin a tales iniciativas independientes cuando surgieron. Si un país se resistía al camino que le marcaban las condiciones del desarrollo capitalista mundial, los estadounidenses lo sometían a garrotazos. No se podía tolerar el desafío, no con tanta riqueza y poder político en juego. Durante su vida, Kissinger fue sinónimo de esta política. Comprendía sus objetivos y requisitos estratégicos mejor que nadie entre la clase dirigente estadounidense.

Por tanto, las políticas concretas que Kissinger aplicó no tenían tanto que ver con la promoción de los beneficios de las empresas estadounidenses como con la garantía de unas condiciones saludables para el capital en general. Este es un punto importante, a menudo descuidado en los estudios simplistas sobre el imperio estadounidense. Con demasiada frecuencia, los radicales asumen un vínculo directo entre los intereses de determinadas corporaciones estadounidenses en el extranjero y las acciones del Estado estadounidense. Y en algunos casos, esta suposición puede verse respaldada por la historia, como la destitución por el Ejército estadounidense en 1954 del reformador social guatemalteco Jacobo Árbenz, llevada a cabo en parte debido a las presiones de la United Fruit Company.

Pero en otros casos, sobre todo los que encontramos en los espinosos enredos de la carrera de Kissinger, esta suposición oscurece más de lo que revela. Tras el golpe de estado contra el chileno Salvador Allende, por ejemplo, la administración Nixon no presionó a sus aliados de la junta derechista para que devolvieran las minas previamente nacionalizadas a las empresas estadounidenses Kennecott y Anaconda. Devolver las propiedades confiscadas a las empresas estadounidenses era poca cosa. El objetivo principal de «Nixonger» se cumplió en el momento en que Allende fue apartado del poder: la vía democrática de Chile hacia el socialismo ya no amenazaba con generar una alternativa sistémica al capitalismo en la región.

Contrariamente a la sabiduría convencional, la comprobación del expansionismo soviético apenas fue un factor importante que diera forma a la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. Los planes estadounidenses de respaldar el capitalismo internacional por la fuerza se decidieron ya en 1943, cuando aún no estaba claro si los soviéticos sobrevivirían siquiera a la guerra. E incluso al principio de la Guerra Fría, la Unión Soviética carecía de la voluntad y la capacidad para expandirse más allá de sus satélites regionales. Los movimientos de Stalin para estabilizar el «socialismo en un solo país» surgieron como una estrategia defensiva, y Rusia se comprometió con la distensión como la mejor apuesta para su existencia continuada, exigiendo únicamente un anillo de estados tapón que la protegieran de las invasiones occidentales.

Por esta razón, una generación de militantes de izquierda de América Latina, Asia y Europa (basta con preguntar a los griegos) interpretan la llamada Guerra Fría como una venta en serie de Moscú a los movimientos de liberación de todo el mundo. A pesar del histrionismo público de Kissinger en apoyo de la «civilización de mercado occidental», la amenaza de la expansión soviética solo se utilizó realmente en la política exterior estadounidense como herramienta retórica.

Es comprensible, pues, que el formato de la economía mundial no cambiara tan drásticamente tras la caída de la Unión Soviética. La neoliberalización de los años 90 representó una intensificación del programa global que Estados Unidos y sus aliados habían perseguido todo el tiempo. Y hoy, el Estado estadounidense continúa en su papel de garante global del capitalismo de libre mercado, incluso cuando los gobiernos del Tercer Mundo, temerosos de las repercusiones geopolíticas, realizan contorsiones políticas para evitar enfrentarse frontalmente al capital estadounidense. Por ejemplo, a partir de 2002, Washington empezó a respaldar los esfuerzos para derrocar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, aunque los gigantes petroleros estadounidenses siguieran perforando en Maracaibo y el crudo venezolano siguiera llegando a Houston y Nueva Jersey.

La doctrina Kissinger persiste en la actualidad: si los países soberanos se niegan a integrarse en los planes más amplios de Estados Unidos, el Estado de seguridad nacional estadounidense actuará rápidamente para socavar su soberanía. Esto es lo de siempre para el imperio estadounidense, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca, y Kissinger, mientras vivió, fue uno de los principales administradores de este statu quo.

Obituario con hurras

Henry Kissinger por fin ha muerto. Decir que era un mal hombre roza el cliché, pero no deja de ser un hecho. Y ahora, por fin, se ha ido.

Aun así, nuestro alivio colectivo no debe desviarnos de una valoración más profunda. A fin de cuentas, Kissinger debe ser rechazado por algo más que por su singular aceptación de la atrocidad en nombre del poder estadounidense. Como progresistas y socialistas, debemos ir más allá de ver a Kissinger como un sórdido príncipe de las sombras imperialistas, una figura a la que solo se puede hacer frente litigiosamente, en la fría mirada de un tribunal imaginario. Su repugnante frialdad y su despreocupación por sus resultados, a menudo genocidas, no deben impedirnos verle como era: una encarnación de las políticas oficiales estadounidenses.

Al mostrar que el comportamiento de Kissinger es parte integrante del expansionismo estadounidense en general, esperamos reunir una crítica política y moral de la política exterior estadounidense, una política exterior que subvierte sistemáticamente las ambiciones populares y socava la soberanía en defensa de las élites, tanto extranjeras como nacionales.

La muerte de Kissinger ha librado al mundo de un gestor homicida del poder estadounidense, y tenemos la intención de bailar sobre su tumba. Desde Jacobin Magazine han preparado un libro para esta ocasión, un catálogo de los oscuros logros de Kissinger en el transcurso de una larga carrera de carnicería pública. En él, algunos de los mejores historiadores radicales del mundo dividen en episodios digeribles la historia más larga del ascenso estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.

En un momento del libro, el historiador Gerald Horne cuenta una anécdota sobre la vez que Kissinger estuvo a punto de ahogarse mientras navegaba en canoa bajo la mayor catarata del mundo. Es una historia divertida, que resulta aún más estimulante al saber que el tiempo ha logrado por fin lo que las cataratas Victoria no consiguieron hace tantas décadas. Pero para que no lo celebremos demasiado pronto, debemos recordar que el Estado de seguridad nacional estadounidense que lo produjo sigue vivito y coleando. Fuente:

sábado, 2 de diciembre de 2023

Muere Henry Kissinger, el controvertido Nobel de la Paz que apoyó la "guerra sucia” que dejó miles de muertos en América Latina

Henry Kissinger

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Pie de foto,Henry Kissinger fue secretario de estado de EE.UU. durante el gobierno de Richard Nixon y de Gerald Ford. 

Henry Kissinger, una figura emblemática de la diplomacia estadounidense durante la década de los años 70, murió este miércoles a los 100 años en su casa de Connecticut, según informó su agencia de consultoría, que no precisó la causa del deceso.

Como estratega de la política exterior estadounidense durante los turbulentos años 60 y 70 del siglo pasado, Kissinger detentó un enorme poder.

Su nombre ha sido relacionado con casi todos los grandes acontecimientos de aquellos tiempos, desde la guerra de Vietnam hasta el enfrentamiento de EE.UU. con la Unión Soviética.

Las paradojas de su vida fueron extraordinarias.

Pese a ser un protagonista polémico de la Guerra Fría, en 1973 fue galardonado con el premio Nobel de la Paz.

Identificado a veces con la derecha anticomunista, fue sin embargo el ideólogo del acercamiento entre EE.UU. y China, hasta entonces aislada bajo el régimen de Mao Zedong.

Y a pesar de haber nacido en Alemania y hablar inglés con un fuerte acento extranjero, se convirtió en uno de los símbolos más conocidos de Washington y su poder global.

Una figura paradójica

Cuando Henry Kissinger se reunió en junio de 1976 con el canciller del régimen militar que hacía tres meses se había instalado en el poder en Argentina, éste le preguntó si le importaba que hablara en español porque tenía dificultades con el inglés.

"Para nada", respondió Kissinger, entonces secretario de Estado de Estados Unidos y ajedrecista en el tablero mundial, antes de romper el hielo con su interlocutor argentino anunciándole que asistiría al Mundial de fútbol de 1978 en su país, "pase lo que pase".

"Argentina va a ganar", vaticinó.

El canciller, almirante César Augusto Guzzetti, le advirtió instantes después que su país tenía problemas de "terrorismo" y económicos, y le pidió apoyo de EE.UU. para el gobierno de facto.

"Hemos seguido de cerca los acontecimientos en Argentina. Le deseamos lo mejor al nuevo gobierno y haremos todo lo posible para ayudarlo a tener éxito", respondió Kissinger, según se lee en un documento desclasificado de EE.UU. sobre la conversación, que tuvo lugar en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Poco después, Kissinger le dio otro aviso a Guzzetti: "Si hay cosas que deben ser hechas, deberían hacerlas rápido. Pero deben volver rápidamente a los procedimientos normales", le dijo en una frase que sus críticos han interpretado como una luz verde para que el nuevo régimen argentino violara derechos humanos.

Con este tipo de mensajes y políticas, tanto en América Latina como en el resto del mundo, EE.UU. promovió sus intereses en plena Guerra Fría a través de Kissinger, uno de los diplomáticos más influyentes y controvertidos del siglo XX que murió este miércoles a los 100 años.

El pragmático

Pinochet y Kissinger

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Pinochet y Kissinger 

Kissinger se reunió en Chile con Pinochet en 1976, tres años después del golpe de Estado contra Allende.

Henry Alfred Kissinger nació en Fürth, en la Baviera alemana, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia judía que huyó de la persecución nazi mudándose a Nueva York cuando él tenía 15 años.

En 1943, el mismo año en que se volvió ciudadano de Estados Unidos, fue reclutado por el ejército de ese país y pasó a ser interprete alemán de contrainteligencia durante la Segunda Guerra Mundial.

Tras el conflicto bélico, regresó a EE.UU. e ingresó becado a la exclusiva Universidad de Harvard, donde en 1950 se graduó en Ciencias Políticas con todos los honores. Obtuvo una maestría y un doctorado, y en 1954 se vinculó como profesor.

Su buena reputación académica le permitió entrar en los grandes salones de la política cuando el presidente Richard Nixon lo nombró su asesor de Seguridad Nacional en 1969 y secretario de Estado en 1973.

El veterano político republicano y el intelectual de Harvard formaron una pareja que marcó la política exterior de EE.UU. con una serie de iniciativas inesperadas y atrevidas.

Kissinger junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

Kissinger junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

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En 1973, Kissinger compartió el premio Nobel de la Paz con el diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

Kissinger defendía la toma de decisiones por pragmatismo y conveniencia nacional antes que en base a preferencias ideológicas.

Entre otras cosas:

  • Contribuyó activamente a la normalización de relaciones de EE.UU. con China y fue arquitecto de la détente o política de distensión con la Unión Soviética.
  • En 1973 su mediación entre Israel y Egipto ayudó a terminar con la guerra de Yom Kippur. 
  • También fue clave en los acuerdos de paz de París para retirar a EE.UU. de la guerra de Vietnam, que su gobierno había prolongado, lo que le valió el Nobel junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho. 
  • Sin embargo, sus críticos señalan que fue responsable de atrocidades como los bombardeos aéreos secretos de EE.UU. en Camboya, nación a la que acusaba de dar refugio a los guerrilleros comunistas de la vecina Vietnam.
Pero Kissinger es una figura controversial no solo por el papel que tuvo en la política exterior de EE.UU., sino también por su personalidad.

"Tenía ese tipo de enfoque de sangre fría y calculador para la guerra y la paz", indicó David Greenberg, autor del libro "La sombra de Nixon: la historia de una imagen".

Poseía "toda esta inteligencia, pero sin la base moral o ética", agregó.

Allende y Fidel

Richard Nixon con Henry Kissinger

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Richard Nixon con Henry Kissinger

Kissinger fue una pieza fundamental en la política extranjera de Richard Nixon

América Latina, donde la Guerra Fría se volvió a menudo un conflicto caliente, fue una de las regiones que conoció de primera mano la influencia de Kissinger.

Esto ha quedado en evidencia con diversos documentos oficiales desclasificados y publicados por el Archivo de Seguridad Nacional, en la Universidad George Washington.

Esos papeles muestran por ejemplo que Kissinger le indicó a Nixon en 1970 que la elección democrática del presidente socialista chileno Salvador Allende era "uno de los desafíos más serios jamás enfrentados en este hemisferio".

Kissinger temía que el país sudamericano se volviera un ejemplo de un "gobierno marxista electo y exitoso" y le dijo al director de la CIA, Richard Helms, que Washington evitaría "que Chile se echara a perder".

Días después de que Allende fuera derrocado por Pinochet en 1973, Kissinger habló telefónicamente con Nixon sobre el golpe militar: "Nosotros no lo hicimos. Es decir, los ayudamos", le contó al presidente.

"Queremos ayudar, no debilitarlo. Usted hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende", le señaló Kissinger personalmente a Pinochet en junio de 1976, siendo ya secretario de Estado de Gerald Ford tras la renuncia de Nixon por el escándalo Watergate.

Aquella reunión tuvo lugar en Chile, cuando en todo el mundo crecía la preocupación por las graves violaciones de los derechos humanos por parte del régimen chileno.

Fue en ese mismo viaje que Kissinger se reunió con el canciller argentino Guzzetti y le transmitió su respaldo al gobierno de facto que emprendió una "guerra sucia" en la que morirían o desaparecerían hasta 30.000 personas.

Otros documentos desclasificados de EE.UU. muestran que Kissinger, furioso por la decisión del entonces presidente cubano Fidel Castro de enviar tropas a Angola, esbozó en 1976 planes para "aplastar a Cuba" con ataques aéreos, los cuales nunca llegaron a concretarse.

Sin disculpas

Henry Kissinger
Henry Kissinger

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Kissinger fue reconocido por su pragmatismo en las relaciones internacionales, a pesar de que eso generara dudas sobre la moralidad de algunas decisiones.


Tras su salida del gobierno en 1977, cuando el demócrata Jimmy Carter asumió la presidencia de EE.UU., Kissinger fundó la empresa de consultoría internacional Kissinger Associates, que hizo millones vendiendo consejos a grandes corporaciones.

También se dedicó a otra de sus pasiones, el fútbol, y como le había anunciado a Guzzetti, viajó personalmente al Mundial de 1978 en Argentina pese a la preocupación mostrada por el embajador de EE.UU. en ese país de que su respaldo a la junta militar endureciera la postura de ésta en derechos humanos, justo cuando el gobierno de Carter la presionaba para detener la represión.

Kissinger nunca escapó del todo a las controversias que despertó.

En mayo de 2001, de visita en París, un juez francés lo citó a declarar como testigo en una investigación sobre el golpe y las violaciones a los derechos humanos en Chile, pero el exsecretario de Estado se negó a responder y abandonó Francia.

También hubo intentos de involucrarlo en procesos en otros países por presuntos abusos relacionados con la política exterior estadounidense, pero esos esfuerzos nunca fructificaron.

Consultado en una entrevista con The Atlantic en 2016 sobre la utilidad de ir a otros países y hacer mea culpa por el comportamiento de EE.UU. en el pasado, Kissinger usó preguntas en su respuesta, sin ofrecer un atisbo de disculpa.

"¿Debería cada servidor público estadounidense tener que preocuparse sobre cómo sonarán sus puntos de vista 40 años después en manos de gobiernos extranjeros?", cuestionó.

Cuando recientemente un periodista de la cadena estadounidense CBS le preguntó sobre los bombardeos a Camboya, Kissinger se defendió: "Haces este programa porque voy a cumplir 100 años", dijo. "Y eliges un tema de algo que ocurrió hace 60 años. Tienes que saber que era un paso necesario".

En esa misma entrevista reciente dijo esperar que, con la participación de China, haya negociaciones a fin de este año para terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania.

Y en diálogo con la revista británica The Economist lanzó consejos para que EE.UU. y China aprendan a convivir sin entrar en guerra, en un mundo donde la inteligencia artificial puede aumentar su rivalidad.

"Ambas partes se convencieron de que la otra representa un peligro estratégico", advirtió.

"Vamos camino a una confrontación entre grandes potencias".