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domingo, 3 de diciembre de 2023

Veredicto sobre Henry Kissinger

Henry Kissinger, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX, murió como vivió: querido por los ricos y los poderosos, independientemente de su afiliación partidaria.

Henry Kissinger ha muerto. Los medios de comunicación ya están produciendo encendidas denuncias y cálidos recuerdos a partes iguales. Quizá ninguna otra figura de la historia estadounidense del siglo XX sea tan polarizadora, tan vehementemente vilipendiada por unos como venerada por otros.

Sin embargo, hay un punto en el que todos podemos estar de acuerdo: Kissinger no dejó un cadáver exquisito. Puede que los obituarios lo describan como afable, catedrático, incluso carismático. Pero seguramente nadie, ni siquiera aduladores de carrera como Niall Ferguson, se atreverá a elogiar al titán caído como un personaje atractivo.

Cómo han cambiado los tiempos.

En la época en que Kissinger era consejero de Seguridad Nacional, Women’s Wear Daily publicó un titubeante perfil del joven estadista describiéndole como «el símbolo sexual de la administración Nixon». En 1969, según el perfil, Kissinger asistió a una fiesta llena de miembros de la alta sociedad de Washington con un sobre con la inscripción «Top Secret» bajo el brazo. Los demás invitados a la fiesta apenas podían contener su curiosidad, así que Kissinger desvió sus preguntas con una ocurrencia: el sobre contenía su ejemplar de la última revista Playboy (al parecer, a Hugh Hefner le hizo mucha gracia y se aseguró de que el consejero de seguridad nacional recibiera una suscripción gratuita).

Lo que el sobre contenía en realidad era un borrador del discurso de Nixon sobre la «mayoría silenciosa», un discurso ahora famoso que pretendía trazar una nítida línea entre la decadencia moral de los liberales antibelicistas y la inquebrantable realpolitik de Nixon.

Durante la década de 1970 —mientras organizaba bombardeos ilegales en Laos y Camboya y permitía el genocidio en Timor Oriental y Pakistán Oriental— Kissinger era conocido entre la alta sociedad de Beltway como «el playboy del ala occidental». Le gustaba que le fotografiaran, y los fotógrafos le complacían. Era una fija en las páginas de cotilleos, sobre todo cuando sus escarceos con mujeres famosas saltaban a la luz pública, como cuando él y la actriz Jill St. John hicieron saltar inadvertidamente la alarma de su mansión de Hollywood una noche, cuando se escabulleron a su piscina («Le estaba enseñando ajedrez», explicó Kissinger más tarde).

Mientras Kissinger galanteaba con el jet set de Washington, él y el presidente —una pareja tan firmemente unida por la cadera que Isaiah Berlin los bautizó como «Nixonger»— estaban ocupados ideando una marca política basada en su supuesto desdén por la élite liberal, cuya moralidad efímera, afirmaban, solo podía conducir a la parálisis. Kissinger desdeñaba ciertamente el movimiento antibelicista, menospreciando a los manifestantes como «universitarios de clase media-alta» y advirtiendo: «Los mismos que gritan “Poder para el pueblo” no van a ser los que se hagan cargo de este país si se convierte en una prueba de fuerza». También despreció a las mujeres: «Para mí las mujeres no son más que un pasatiempo, un hobby. Nadie dedica demasiado tiempo a un pasatiempo». Pero es indiscutible que Kissinger sentía afición por el liberalismo dorado de la alta sociedad, las fiestas exclusivas y las cenas de filetes y los flashes.

Y para que no lo olvidemos, la alta sociedad le correspondía. Gloria Steinem, compañera ocasional de cenas, llamó a Kissinger «el único hombre interesante de la administración Nixon». La columnista de chimentos Joyce Haber lo describió como «mundano, chistoso, sofisticado y un caballero con las mujeres». Hef le consideraba un amigo, y en una ocasión afirmó en prensa que una encuesta entre sus modelos reveló que Kissinger era el hombre más deseado para citas en la mansión Playboy.

Este encaprichamiento no terminó con los años setenta. Cuando Kissinger cumplió noventa años en 2013, a la celebración de su cumpleaños con alfombra roja asistió una multitud bipartidista que incluía a Michael Bloomberg, Roger Ailes, Barbara Walters e incluso al «veterano de la paz» John Kerry, junto con otras 300 personalidades. Un artículo de Women’s Wear Daily —que continuó con su cobertura de Kissinger en el nuevo milenio— informaba de que Bill Clinton y John McCain pronunciaron los brindis de cumpleaños en un salón de baile decorado en chinoiserie, para complacer al invitado de honor de la noche (McCain, que pasó más de cinco años como prisionero de guerra, describió su «maravilloso afecto» por Kissinger, «debido a la guerra de Vietnam, que fue algo que tuvo un enorme impacto en la vida de ambos»). A continuación, el propio cumpleañero subió al escenario, donde «recordó a los invitados el ritmo de la historia» y aprovechó la ocasión para predicar el evangelio de su causa favorita: el bipartidismo.

La capacidad de Kissinger para el bipartidismo era célebre (los republicanos Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld asistieron al principio de la velada, y más tarde la demócrata Hillary Clinton entró por una entrada de carga con los brazos abiertos, preguntando: «¿Listos para el segundo asalto?»). Durante la fiesta, McCain se deshizo en elogios hacia Kissinger: «Ha sido consultor y asesor de todos los presidentes, republicanos y demócratas, desde Nixon». Probablemente, el senador McCain habló en nombre de todos los presentes en el salón de baile cuando continuó: «No conozco a nadie más respetado en el mundo que Henry Kissinger».

Sin embargo, gran parte del mundo vilipendiaba a Henry Kissinger. El exsecretario de Estado evitó incluso visitar varios países por miedo a que le detuvieran y le acusaran de crímenes de guerra. En 2002, por ejemplo, un tribunal chileno le exigió que respondiera a preguntas sobre su papel en el golpe de estado de 1973 en ese país. En 2001, un juez francés envió agentes de policía a la habitación del hotel de Kissinger en París para entregarle una solicitud formal de interrogatorio sobre el mismo golpe, durante el cual desaparecieron varios ciudadanos franceses (aparentemente imperturbable, el estadista convertido en asesor privado remitió el asunto al Departamento de Estado y embarcó en un avión con destino a Italia). Por la misma época, anuló un viaje a Brasil después de que empezaran a circular rumores de que sería detenido y obligado a responder a preguntas sobre su papel en la Operación Cóndor, la trama de los años setenta que unió a las dictaduras sudamericanas para hacer desaparecer a los opositores exiliados de las demás. Un juez argentino que investigaba la operación ya había nombrado a Kissinger como posible «acusado o sospechoso» en una futura acusación penal.

Pero en Estados Unidos, Kissinger era intocable. Allí, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX murió como vivió: querido por los ricos y poderosos, independientemente de su afiliación partidista. La razón del atractivo bipartidista de Kissinger es sencilla: fue un estratega de primer orden del imperio estadounidense del capital en un momento crítico del desarrollo de ese imperio.

Veredicto sobre Henry Kissinger

No es de extrañar que el establishment político considerara a Kissinger un activo y no una aberración. Encarnaba lo que los dos partidos gobernantes tienen en común: el compromiso de mantener el capitalismo y la determinación de garantizar condiciones favorables para los inversores estadounidenses en la mayor parte del mundo posible. Ajeno a la vergüenza y a la inhibición, Kissinger fue capaz de guiar al imperio estadounidense a través de un periodo traicionero de la historia mundial, en el que el ascenso de Estados Unidos hacia el dominio global parecía, de hecho, a veces al borde del colapso.

En un periodo anterior, la política de preservación capitalista había sido un asunto relativamente sencillo. Las rivalidades entre las potencias capitalistas avanzadas conducían periódicamente a guerras espectaculares que establecían jerarquías entre las naciones capitalistas, pero que hacían relativamente poco por interrumpir la marcha hacia adelante del capital en todo el mundo. Como ventaja añadida, dado que estas conflagraciones eran tan destructivas, ofrecían oportunidades periódicas para renovar la inversión, una forma de retrasar las crisis de sobreproducción endémicas del desarrollo capitalista.

Es cierto que, a medida que las metrópolis capitalistas afirmaban el control sobre los territorios que se apoderaban en todo el mundo, el imperialismo atrajo la oposición masiva de los oprimidos. Surgieron movimientos anticoloniales para desafiar los términos del desarrollo global en todos los lugares donde se estableció el colonialismo pero, con algunas excepciones notables, estos movimientos fueron incapaces de repeler a las agresivas potencias imperiales. Incluso cuando las luchas anticoloniales tuvieron éxito, soltar las cadenas de una potencia imperial a menudo significaba exponerse a la invasión de otra (en las Américas, por ejemplo, la retirada de los españoles de sus colonias de ultramar significó que Estados Unidos asumiera el papel de nuevo hegemón regional a principios del siglo XX, afirmando su dominio sobre lugares que, como Puerto Rico, los dirigentes estadounidenses consideraban «extranjeros en un sentido doméstico»). Durante todo este tiempo, el colonialismo —al igual que el capitalismo— a menudo parecía en gran medida inquebrantable.

Pero tras la Segunda Guerra Mundial, el eje de la política mundial cambió.

Cuando el humo se dispersó finalmente sobre Europa, reveló un mundo casi irreconocible para las élites. Londres estaba en ruinas. Alemania estaba hecha pedazos, dividida por dos de sus rivales. Japón fue anexionado de hecho por Estados Unidos, para rehacerlo a su imagen y semejanza. La Unión Soviética había generado una economía industrial a una velocidad inigualable, y ahora tenía un verdadero peso geopolítico. Mientras tanto, Estados Unidos, en pocas generaciones, había desplazado a Gran Bretaña como potencia militar y económica sin rival en la escena mundial.

Pero lo más importante fue que la Segunda Guerra Mundial proporcionó una señal definitiva a los pueblos de todo el mundo colonizado de que el colonialismo era insostenible. El dominio de Europa agonizaba. Un periodo histórico caracterizado por las guerras entre las potencias del Primer Mundo (o Norte Global) dio paso a un periodo de conflictos anticoloniales sostenidos en el Tercer Mundo (o Sur Global).

Estados Unidos, tras emerger de la Segunda Guerra Mundial como nuevo hegemón mundial, habría salido perdiendo de cualquier realineamiento global que restringiera la libre circulación del capital inversor estadounidense. En este contexto, el país asumió un nuevo papel geopolítico. En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, la era de Kissinger, Estados Unidos se convirtió en el garante del sistema capitalista mundial.

Pero garantizar la salud del sistema en su conjunto no siempre equivalía a asegurar el dominio de las empresas estadounidenses. Más bien, el Estado estadounidense necesitaba administrar un orden mundial propicio para el desarrollo y el florecimiento de una clase capitalista internacional. Estados Unidos se convirtió en el principal arquitecto del capitalismo atlántico de posguerra, un régimen comercial que vinculaba los intereses económicos de Europa Occidental y Japón a las estrategias empresariales estadounidenses. En otras palabras, para preservar un orden capitalista mundial que defendía ante todo a las empresas estadounidenses —no a las empresas—, Estados Unidos necesitaba fomentar el desarrollo capitalista exitoso de sus rivales. Esto significaba generar nuevos centros capitalistas, como Japón, y facilitar el restablecimiento de economías europeas sanas.

Sin embargo, como sabemos, las metrópolis europeas se estaban escindiendo rápidamente de sus colonias. Los movimientos de liberación nacional amenazaban los intereses centrales que Estados Unidos se había comprometido a proteger, perturbando el mercado mundial unificado que el país quería coordinar. Por tanto, la promoción de los intereses estadounidenses adquirió una dimensión geopolítica más amplia. La élite del poder en Washington se comprometió a derrotar los desafíos a la hegemonía capitalista en cualquier parte del mundo donde surgieran. Para ello, el estado de seguridad nacional estadounidense desplegó una variedad de medios: apoyo militar a regímenes reaccionarios; sanciones económicas; intromisión electoral; coacción; manipulación comercial; comercio táctico de armas y, en algunos casos, intervención militar directa.

A lo largo de su carrera, lo que más preocupó a Kissinger fue la posibilidad latente de que los países subordinados pudieran actuar por su cuenta para crear una esfera alternativa de influencia y comercio. Estados Unidos no dudó en poner fin a tales iniciativas independientes cuando surgieron. Si un país se resistía al camino que le marcaban las condiciones del desarrollo capitalista mundial, los estadounidenses lo sometían a garrotazos. No se podía tolerar el desafío, no con tanta riqueza y poder político en juego. Durante su vida, Kissinger fue sinónimo de esta política. Comprendía sus objetivos y requisitos estratégicos mejor que nadie entre la clase dirigente estadounidense.

Por tanto, las políticas concretas que Kissinger aplicó no tenían tanto que ver con la promoción de los beneficios de las empresas estadounidenses como con la garantía de unas condiciones saludables para el capital en general. Este es un punto importante, a menudo descuidado en los estudios simplistas sobre el imperio estadounidense. Con demasiada frecuencia, los radicales asumen un vínculo directo entre los intereses de determinadas corporaciones estadounidenses en el extranjero y las acciones del Estado estadounidense. Y en algunos casos, esta suposición puede verse respaldada por la historia, como la destitución por el Ejército estadounidense en 1954 del reformador social guatemalteco Jacobo Árbenz, llevada a cabo en parte debido a las presiones de la United Fruit Company.

Pero en otros casos, sobre todo los que encontramos en los espinosos enredos de la carrera de Kissinger, esta suposición oscurece más de lo que revela. Tras el golpe de estado contra el chileno Salvador Allende, por ejemplo, la administración Nixon no presionó a sus aliados de la junta derechista para que devolvieran las minas previamente nacionalizadas a las empresas estadounidenses Kennecott y Anaconda. Devolver las propiedades confiscadas a las empresas estadounidenses era poca cosa. El objetivo principal de «Nixonger» se cumplió en el momento en que Allende fue apartado del poder: la vía democrática de Chile hacia el socialismo ya no amenazaba con generar una alternativa sistémica al capitalismo en la región.

Contrariamente a la sabiduría convencional, la comprobación del expansionismo soviético apenas fue un factor importante que diera forma a la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. Los planes estadounidenses de respaldar el capitalismo internacional por la fuerza se decidieron ya en 1943, cuando aún no estaba claro si los soviéticos sobrevivirían siquiera a la guerra. E incluso al principio de la Guerra Fría, la Unión Soviética carecía de la voluntad y la capacidad para expandirse más allá de sus satélites regionales. Los movimientos de Stalin para estabilizar el «socialismo en un solo país» surgieron como una estrategia defensiva, y Rusia se comprometió con la distensión como la mejor apuesta para su existencia continuada, exigiendo únicamente un anillo de estados tapón que la protegieran de las invasiones occidentales.

Por esta razón, una generación de militantes de izquierda de América Latina, Asia y Europa (basta con preguntar a los griegos) interpretan la llamada Guerra Fría como una venta en serie de Moscú a los movimientos de liberación de todo el mundo. A pesar del histrionismo público de Kissinger en apoyo de la «civilización de mercado occidental», la amenaza de la expansión soviética solo se utilizó realmente en la política exterior estadounidense como herramienta retórica.

Es comprensible, pues, que el formato de la economía mundial no cambiara tan drásticamente tras la caída de la Unión Soviética. La neoliberalización de los años 90 representó una intensificación del programa global que Estados Unidos y sus aliados habían perseguido todo el tiempo. Y hoy, el Estado estadounidense continúa en su papel de garante global del capitalismo de libre mercado, incluso cuando los gobiernos del Tercer Mundo, temerosos de las repercusiones geopolíticas, realizan contorsiones políticas para evitar enfrentarse frontalmente al capital estadounidense. Por ejemplo, a partir de 2002, Washington empezó a respaldar los esfuerzos para derrocar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, aunque los gigantes petroleros estadounidenses siguieran perforando en Maracaibo y el crudo venezolano siguiera llegando a Houston y Nueva Jersey.

La doctrina Kissinger persiste en la actualidad: si los países soberanos se niegan a integrarse en los planes más amplios de Estados Unidos, el Estado de seguridad nacional estadounidense actuará rápidamente para socavar su soberanía. Esto es lo de siempre para el imperio estadounidense, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca, y Kissinger, mientras vivió, fue uno de los principales administradores de este statu quo.

Obituario con hurras

Henry Kissinger por fin ha muerto. Decir que era un mal hombre roza el cliché, pero no deja de ser un hecho. Y ahora, por fin, se ha ido.

Aun así, nuestro alivio colectivo no debe desviarnos de una valoración más profunda. A fin de cuentas, Kissinger debe ser rechazado por algo más que por su singular aceptación de la atrocidad en nombre del poder estadounidense. Como progresistas y socialistas, debemos ir más allá de ver a Kissinger como un sórdido príncipe de las sombras imperialistas, una figura a la que solo se puede hacer frente litigiosamente, en la fría mirada de un tribunal imaginario. Su repugnante frialdad y su despreocupación por sus resultados, a menudo genocidas, no deben impedirnos verle como era: una encarnación de las políticas oficiales estadounidenses.

Al mostrar que el comportamiento de Kissinger es parte integrante del expansionismo estadounidense en general, esperamos reunir una crítica política y moral de la política exterior estadounidense, una política exterior que subvierte sistemáticamente las ambiciones populares y socava la soberanía en defensa de las élites, tanto extranjeras como nacionales.

La muerte de Kissinger ha librado al mundo de un gestor homicida del poder estadounidense, y tenemos la intención de bailar sobre su tumba. Desde Jacobin Magazine han preparado un libro para esta ocasión, un catálogo de los oscuros logros de Kissinger en el transcurso de una larga carrera de carnicería pública. En él, algunos de los mejores historiadores radicales del mundo dividen en episodios digeribles la historia más larga del ascenso estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.

En un momento del libro, el historiador Gerald Horne cuenta una anécdota sobre la vez que Kissinger estuvo a punto de ahogarse mientras navegaba en canoa bajo la mayor catarata del mundo. Es una historia divertida, que resulta aún más estimulante al saber que el tiempo ha logrado por fin lo que las cataratas Victoria no consiguieron hace tantas décadas. Pero para que no lo celebremos demasiado pronto, debemos recordar que el Estado de seguridad nacional estadounidense que lo produjo sigue vivito y coleando. Fuente:

jueves, 16 de junio de 2022

_- Mia Couto y la esclavitud africana por culpa de los africanos

_- Por Urariano Mota | 11/06/2022 | Racismo y opresión capitalista


Fuentes: Rebelión / Vermelho (Brasil) [Imagen: El escritor mozambiqueño Mia Couto. Créditos: Vermelho] 

En la Folha de São Paulo, leemos el texto «Los africanos no fueron sólo víctimas de la colonización, dice el escritor Mia Couto». En él podemos ver que «Es necesario mirar a África con su complejidad, incluyendo el margen de culpa que los pueblos de ese continente tuvieron en la propia historia de la colonización. Quién dice que esto es el mozambiqueño Mia Couto». A continuación, el texto reproduce las sinuosas y escurridizas declaraciones del escritor, como «los africanos no siempre han sido sólo víctimas, y la aceptación de este margen de culpa nos dignifica». Porque no nos reduce a objetos en las acciones de los demás. Fue una historia de dominación y genocidio, sí, pero los africanos no siempre fueron objetos pasivos».

Y más del escritor: «La simplificación del continente puede haber ayudado cuando era necesario afirmar que África tenía cultura e historia -los propios africanos hablábamos de una sola África-. Pero luego construimos identidades y voces diferenciadas, somos plurales desde siempre».

Aquí también podemos observar que es posible decir grandes mentiras con verdades parciales. ¿Recuerdan un anuncio antológico de Washington Olivetto, que reconstruía una figura terrible con referencias halagadoras? El vídeo del anuncio hablaba con imágenes en puntos en la pantalla: «Este hombre tomó una nación destruida. Restauró su economía y devolvió el orgullo a su pueblo. En sus primeros cuatro años de mandato, el número de parados bajó de seis millones a novecientas mil personas. Este hombre hizo que el Producto Interior Bruto creciera un 102% y que la renta per cápita se duplicara. Este hombre amaba la música y la pintura. Y de joven, imaginó seguir una carrera artística». Luego, se redujeron los puntos y apareció la imagen de Hitler, para concluir: «Es posible decir una sarta de mentiras diciendo sólo la verdad».

Sin los recursos de un vídeo propagandístico, podemos echar un vistazo más amplio a los puntos de la verdad parcial de Mia Couto. Ahora bien, decir que los africanos vendieron esclavos africanos, y detenerse en este punto como una admisión de culpa, es «olvidar» que este comercio fue estimulado, creado o producido por los colonizadores portugueses, que encadenaron a hombres, mujeres y niños como bestias y mercancías en la mayor migración forzada de pueblos de la historia. Los historiadores hablan incluso de la asombrosa cifra de 100 millones de personas obligadas a abandonar su patria. Es imposible no ver que la trata de esclavos fue la máquina engrasada de la colonización de Brasil. Así, afirmar de forma cándida, a primera vista ingenua, que los africanos tienen parte de culpa en la esclavitud, sería como culpar al trabajador que vende su mano de obra al capitalista. Lo hace, ¿verdad? Lo cierto es que estas cosas se pronuncian como si nada, en un recurso retórico que incluso diría que es fraudulento. Los negros esclavizaron a los negros, ¿verdad? Sí. Pero decir que los blancos llevaron a los negros a vender a otros negros como esclavos es ocultar la cruel explotación de los traficantes de Portugal.

Cuando Mia Couto afirma que «los propios africanos hablábamos de una sola África, pero luego construimos identidades y voces diferenciadas, somos plurales desde siempre», los africanos podrían preguntarse:

– ¿Nosotros, quién, cara-pálida?
De hecho, no es desde hoy que Mia Couto tiene una conciencia avergonzada del papel que sus hermanos colonos desempeñaron en Mozambique. Y de forma oblicua, consciente por tanto del paso que da, elude los crímenes de la colonización en África. Lo comprobé en Recife, cuando vino a dar una conferencia en la UFPE el 24 de octubre de 2012. Allí, Mia Couto, en medio de la amabilidad y la ligereza, habló y construyó una intervención más seria, que, a pesar de la apariencia de convivencia por la paz, me sacudió como un puñetazo en el estómago. Allí, habló:

– He visto que ha anunciado que hablaría aquí sobre Literatura, Identidad y Memoria. Pero no me preparé, no tuve tiempo de prepararme. O me equivoqué, pensando que me esperaba un tema contrario. Creo que sería mejor que hablara del olvido. Para ello me baso en los acontecimientos recientes de la historia del pueblo mozambiqueño. En Mozambique se pensó que era mejor olvidar los traumas de la guerra. Esta era una estrategia para la paz. Para continuar nuestro viaje sin más guerra.

O como publicaron los periódicos de Recife el otro día:
«Con buen humor, el escritor contó que pensaba que el tema de la conferencia era la literatura y el olvido, más que la identidad y la memoria: «He llegado a un punto en mi vida en el que creo que es mejor olvidar que recordar», declaró, citando cómo el proceso de olvido había sido importante para que Mozambique superara la guerra civil que persiguió al país durante 16 años, en el sentido de no aferrarse a viejas rivalidades. Al decir que el pasado era una construcción de lo que la gente inventaba para sí misma, Mia destacó el olvido como vía para la formación de identidades, dejando claro que cada individuo tiene identidades plurales«.

Una frase tan dura, esta de olvidar para conseguir la paz, era más que un puñetazo, eran balas contra un corazón esencial. Introdujo la pacificación entre ofensores y ofendidos después de la guerra. Por eso, cuando se dio la palabra al público, que se esperaba que fuera sólo de admiradores, pedí el micrófono. Entonces me vi obligado a romper el ambiente de convivencia de la reunión en la universidad. Y nervioso, dije más o menos lo siguiente:

– Mia, has dicho que en el proceso de reconstrucción de Mozambique se adoptó el olvido como estrategia de paz. Usted, como escritor, debe escribir mejor que habla. Su frase, olvidar por la paz, es muy peligrosa en este momento en Brasil. Aquí estamos en el momento de la Comisión de la Memoria y la Verdad. No podemos olvidar, Mia. Tenga en cuenta que incluso el olvido, cualquier olvido, no es absoluto. ¿Cómo podemos olvidar los crímenes de la dictadura? Por lo que dices, no habría habido Tribunal de Nuremberg, ni más caza de criminales nazis, porque todos estarían olvidados.

Se produjo un silencio embarazoso en el público.
Luego regresó a Pernambuco para el Fliporto en noviembre. El día 17, asistió a una reunión y habló junto al escritor Agualusa. El auditorio estaba de nuevo lleno. Vi su conferencia en una pantalla grande en el exterior. Y sin previo aviso, Mia Couto volvió al tema de la memoria, aquello que se olvida para conseguir la paz. O como lo tradujo el portal G1:

Durante la conversación, respondiendo a varias preguntas del público, el único punto en el que hubo desacuerdo fue sobre la memoria. Para Mia, existe la posibilidad de que se olvide para evitar errores del pasado. Para Agualusa, hay que afrontarlo de frente. Mia se justifica recordando la Guerra Civil de Mozambique, que duró 16 años y dejó un millón de muertos. «Después, no se volvió a hablar del tema, como una esponja que lo eliminó de la memoria. […] La gente decidió poner la tapa, para que los demonios no volvieran. Ese es un deseo mayor, que era el deseo de paz», comentó. «No hago apología del olvido, pero en el caso de Mozambique fue la solución encontrada. La literatura rescata ese tiempo y puede hacer esa visita sin señalar a nadie ni culpar a nadie», añadió.

En ese momento, el 17 de noviembre, tomé notas en un pequeño cuaderno. Yo escribí:
«La memoria es mujer. Ella no olvida. Mia asume el olvido de Mozambique. Mia es relativista cuando dice que la memoria también recuerda las mentiras. Esta es una tesis muy querida por los medios de comunicación reaccionarios. ‘La memoria de África se basa en estereotipos victimistas…’, dice, como si fuera un portugués avergonzado de su pasado colonial. Mia confirma la conferencia de la UFPE también, cuando hace declaraciones con frases hechas, dignas de un animador. ‘La dictadura de la realidad es la peor dictadura que podemos tener’, dice. La fantasía del distinguido público se vuelve loco».

Ahora, esta semana, vuelve con la ocultación de los crímenes, con la vergüenza de la crueldad colonial, reduciéndola a puntos de la complicidad de los africanos que vendieron a los africanos como esclavos. Ha adelantado su memoria para la paz…. Al final, observo que estas declaraciones, de las que a veces se disculpa, no son un lapsus. Son un sistema. Un sistema de omisión de los crímenes de la colonización portuguesa en África. El mundo civilizado debería protestar contra la nueva historia de esa infamia.

Urariano Mota es escritor, autor de la novela A mais longa duração da juventude, aún sin traducción al castellano.

Traducción: el autor.

Fuente: https://vermelho.org.br/coluna/mia-couto-e-a-escravidao-africana-de-culpa-dos-africanos/

sábado, 9 de enero de 2021

_- Haití: la primera revolución social victoriosa trazó el camino de la independencia.

_- El 1 de enero de 1804 se proclamó la Independencia de Haití del sistema colonialista francés, marcando un precedente que Hispanoamérica no alcanzaría sino hasta dos décadas después. Haití fue el segundo país independiente del continente americano, después de Estados Unidos, que la había proclamado en 1776, pero el hecho tuvo un alcance social y político más profundo en la isla caribeña que en Norteamérica.

El surgimiento de Haití como Estado nación es un producto diáfano de un proceso de revolución social: la lucha por la libertad contra el modo de producción esclavista del sistema de plantaciones y contra toda forma de racismo.

Justamente por eso la historiografía liberal hispanoamericana ha procurado ignorar la independencia y la revolución haitiana porque lo que más han temido, desde entonces y hasta ahora, es que los sentimientos, las aspiraciones y los métodos que movieron a los sectores sociales más explotados, oprimidos y discriminados de la isla de Saint-Domingue se contagiaran a las clases populares del resto del continente.

En Haití la historia no puede ocultar que, la independencia y la creación del Estado nacional, son el fruto de la lucha de clases, el producto de una profunda revolución social contra el sistema esclavista. La independencia es una consecuencia, cuando queda demostrado que la metrópoli francesa no está dispuesta a tolerar las mínimas garantías democráticas para sus colonias, menos la libertad, la igualdad y la fraternidad que pregonaba.

En la historia hispanoamericana la lucha de clases también fue el motor del que deriva la independencia, pero la historiografía ha logrado ocultar el hecho detrás mitos nacionales, mitos que enmascaran los intereses y el papel jugado por las clases dominantes, deformando los acontecimientos.

El pueblo haitiano ha tenido que pagar una factura muy cara, que le impuso el mundo desde entonces hasta el presente, por haber sido verdadero faro de civilización, libertad, igualdad y fraternidad, y por haber demostrado cuán hipócritas sonaban esos mismos conceptos en boca de los políticos y los ilustrados franceses, salvo el caso muy excepcional de Robespierre, tal vez.

Por esa razón, en el siglo XXI, hay que cuestionar los alegatos disfrazados de republicanismo y laicismo de las élites gobernantes de Francia, para justificar sus políticas racistas y de dominación de pueblos musulmanes provenientes de sus excolonias. Hay que distinguir entra las palabras vacías o llenas de otro contenido, de los hechos concretos. Esa es una lección que deja la historia de Haití.

Independencia o la muerte
La proclama de Independencia de Haití, realizada por Jean Jacques Dessalines, no sólo fija los objetivos de la lucha por la libertad de los “indígenas de Haití” (como él identifica a su pueblo), sino que desnuda la hipocresía con que el Estado francés (los bárbaros, les llama) les mantuvo ilusionados con una igualdad y libertad que nunca hicieron realidad:

“Ciudadanos:
No es suficiente con haber expulsado de vuestro país a los bárbaros que lo han ensangrentado desde hace dos siglos; no es suficiente con haber frenado a las facciones siempre renacientes que os presentaban sucesivamente el fantasma de libertad que Francia exponía ante vuestros ojos. Se necesita un último acto de autoridad nacional: asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país que nos vio nacer; arrebatar al gobierno inhumano, que mantiene desde hace tanto tiempo nuestros espíritus en la torpeza más humillante, toda esperanza de someternos. En fin, se debe vivir independiente o morir.

Independencia o la muerte… que estas palabras sagradas nos unan, y que ellas sean el signo de los combates y de nuestra reunión.

… 

Todo nos recuerda las crueldades de ese pueblo bárbaro…
Además víctimas durante catorce años de nuestra credulidad y de nuestra indulgencia; vencidos, no por los ejércitos franceses, sino por la vana elocuencia de las proclamaciones de sus agentes…

Comparada su crueldad con nuestra paciente moderación, su color con el nuestro, el ancho mar que nos separa, nuestro clima vengador, todo nos dice que ellos no son nuestros hermanos, que jamás lo serán, y que si encuentran un asilo entre nosotros serán los maquinadores de nuestros malestares y de nuestras divisiones.

Juramos al universo entero, a la posteridad, a nosotros mismos, renunciar para siempre a Francia, y morir antes que vivir bajo su dominación. Combatir hasta el último suspiro por la independencia de nuestro país” (Dessalines, 1804) .

El cruel sistema esclavista de plantaciones
No puede explicarse la independencia de Haití a partir de un mito nacional precedente porque era un país realmente nuevo en el siglo XVIII, constituido por migrantes franceses y migrantes esclavizados de África, donde eran cazados y encadenados para ser traídos a trabajar en las plantaciones, principalmente azucareras del norte se Saint-Domingue.

La parte occidental de la isla La Española, territorio hoy conocido como Haití, fue cedida por España a Francia mediante el Tratado de Ryswick de 1697. De manera que el Saint-Domingue, colonia francesa tenía poco más de un siglo al momento de la independencia en 1804. Durante ese siglo, Francia asignó a su parte de la isla la tarea de producir azúcar, fundamentalmente, índigo y tabaco. Esa producción organizada bajo el sistema de plantaciones se fundamentó en la explotación de trabajo esclavo.

El profesor Félix Morales, de la Universidad de Panamá, señala en su tesis de Maestría en Historia de América, que los esclavos eran considerados piezas sustituibles de la cadena de producción que, al morir o quedar imposibilitados de trabajar, eran sustituidos por otros importados directamente de África. Morales estima que entre 1764 y 1771 se importaron en promedio 10 a 15 mil esclavos por año; en 1786 llegaron a 28 mil; y a partir de 1887 se superaba la cifra de 40 mil esclavos anuales (Morales Torres, 2017) .

Morales cita una frase de Carlos Marx del primer tomo de El Capital en la que señala: “…en los países de importación de esclavos, es máxima de explotación de estos la de que el sistema más eficaz es el que consiste en estrujar al ganado humano (human cattle) la mayor masa de rendimiento posible en el menor tiempo. En los países tropicales, en los que las ganancias anuales igualan con frecuencia el capital global de las plantaciones, es precisamente donde en forma más despiadada se sacrifica la vida de los negros”.

Hacia 1789, cuando inicia la Revolución Francesa y paralelamente la Revolución Haitiana, la estructura poblacional y social era la siguiente: 30,000 colonos blancos, divididos entre propietarios de grandes y pequeñas plantaciones; 40,000 mulatos o affranchis, ubicados mayormente al sur de la isla, quienes ocupaban un rango intermedio, siendo libres y algunos de ellos propietarios de medianas y pequeñas explotaciones, algunas de las cuales usaban mano de obra esclava; 550,000 esclavos negros, en su mayoría asignados a las plantaciones del norte de la isla.

Para entender los vaivenes del proceso revolucionario en Haití, es conveniente captar dos particularidades: los colonos blancos eran mayoritariamente monárquicos y defensores del Antiguo Régimen, por eso chocaron en diversas ocasiones con las autoridades emanadas de la revolución, y desde París tuvieron que enviar militares para tener control sobre ellos y los propios haitianos; la división de la población racializada entre negros y mulatos, que expresaban clases distintas, también produjo conflictos entre ellos que derivaron en guerras civiles.

Toussaint Louverture, alma, cerebro y brazo de la revolución haitiana
El gran sociólogo haitiano Gerard Pierre Charles, describe con las siguientes palabras a quien llamarían “El Primero de los Negros” o el “Espartaco Negro”:

“Toussaint Bréda, esclavo doméstico de la casa Bréda, que hasta sus 50 años había sido un desconocido, tuvo acceso a los valores de la sociedad criolla, incluso a la filosofía del siglo de las luces, a partir de la lectura de los enciclopedistas. También tuvo acceso al arte de la política y de la guerra. Fue arrastrado, por el extraordinario dinamismo de la sociedad colonial, en plena mutación revolucionaria, a desempeñar un papel político y militar de primer orden. Bajo el nombre de Toussaint Louverture, asumió el liderazgo de 500 000 esclavos que se alzaron en rebelión a partir de 1791, impulsados por las ideas de libertad e igualdad de la revolución francesa. Venció a las tropas españolas y británicas que, en el marco de las rivalidades entre metrópolis, querían adueñarse de aquella próspera Colonia. Logró así restablecer la paz y la prosperidad en un territorio devastado por una década de guerra y luchas sociales.

De esta forma, por su talento político y militar, se impuso a las autoridades de la Francia revolucionaria que lo nombraron general de Francia y gobernador de la Colonia. En 180l, él proclamó su propia Constitución. A través de este acto, rompió con las reglas del Pacto Colonial, estableció relaciones diplomáticas con Inglaterra y Estados Unidos y otorgó a Saint Domingue un estatuto de autonomía” (Charles, s.f.) .

La suerte que le cupo a François Dominique Toussaint fue la de esclavo doméstico, lo que le permitió eludir la peor forma de explotación esclava en las plantaciones, lo que conllevaba al agotamiento físico y mental. De manera que, gracias a esa forma más “benigna” de esclavitud pudo acceder a la lectura y a una formación cultural que le estaba vedada a la mayoría.

En 1776, a los 33 años, edad madura para entonces pudo acceder a su emancipación como hombre libre, convirtiéndose él mismo en propietario agrícola que a su vez explotaba hasta 13 esclavos, uno de los cuales era J. J. Dessalines, quien proclamaría posteriormente la independencia de Haití (Lamrani, 2019) . Evidentemente su actitud como amo no fue severa como la de otros, lo que le permitió ponerse a la cabeza del movimiento antiesclavista y que, quienes como Dessalines habían trabajado para él, se convirtieran en sus lugartenientes.

Tan pronto estalló en París el proceso revolucionario, la literatura y la información sobre la misma llegó y tuvo sus repercusiones en Saint-Dominge. Uno de esos documentos que tuvo gran impacto entre los haitianos fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789.

El primer impacto en la isla sucedió el 28 de octubre de 1790, cuando 350 mulatos acudieron a la Asamblea de Puerto Príncipe a exigir iguales derechos, los cuales estaban encabezados por Vincent Ogé. Esta manifestación fue duramente reprimida por los colonos blancos, pagando con su vida Ogé y decenas de los participantes. Primera prueba de que los llamados “Derechos del Hombre” no valían para los hombres negros.

El estallido decisivo ocurrió el 14 de agosto de 1791, en el marco de una ceremonia religiosa en Bois Caiman, se produce una masiva sublevación de esclavos dirigida por Dutty Boukman, Geaorge Biassou y Jean F. Papillon. La rebelión destruyo decenas de plantaciones y asesinó a más de 2,000 blancos. A ellos se sumó Toussaint, primero como médico, y luego como ayudante de Biassou.

Pronto Toussaint destacó en el combate por su valentía e inteligencia, lo que le permitió desarrollar un sistema de ataque al enemigo por el que adquirió el sobrenombre con el que fue conocido “Loverture” – “La Apertura”.

A raíz de la ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, España intervino en la guerra civil de Saint-Domingue, ofreciendo apoyo a los rebeldes, lo cual fue aceptado por Toussaint, quien se había convertido en la cabeza visible de la revolución. El 29 de agosto de 1793, Toussaint proclamó: “Quiero que la libertad y la igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para que existan. Únanse, hermanos, y combatan conmigo por la misma causa. Desarraiguen conmigo el árbol de la esclavitud” (Lamrani, 2019) .

Maximilien Robespierre, quien era miembro de la sociedad de los “Amigos de los Negros”, propuso y fue aprobado la abolición de la esclavitud en Francia y sus colonias, el 4 de febrero de 1794. “A partir del momento en que en uno de sus decretos, ustedes habrán pronunciado la palabra “esclavo”, habrán pronunciado a la vez su deshonor y el derrocamiento de su Constitución”, Robespierre(Lamrani, 2019) .

Otorgada la ciudadanía y la libertad mediante ese decreto a los esclavos de Haití, la república francesa envió al general Lavaux a negociar con Toussaint para que rompiera con España y se sumara al bando francés para lo cual se le otorgó el cargo de general. Toussaint aceptó, cambió a favor de la república, combatió a los españoles expulsándolos del lado francés de la isla y obligándolos a firmar un tratado de paz en 1795. Tres años más tarde repetiría el mismo éxito contra los invasores ingleses. Lo que le valió el nombramiento de gobernador de Saint-Domingue.

La perfidia de la Francia republicana
Había que socavar la autoridad del gran líder haitiano para reemplazarlo por un títere. Para lo cual el Directorio, en 1798, envió al general Hédouville para fomentar la división entre Toussaint, que controlaba el norte la isla, y el general André Rigaux, mulato y propietario de haciendas, que controlaba el sur. Produciéndose una guerra civil entre 1799 y 1800, hasta que finalmente Toussaint logró expulsar a Rigaux.

El 2 de julio de 1801, Toussaint y la Asamblea General de Saint-Domingue proclaman una constitución política en la que se establece un régimen autonómico, pero no la independencia de Francia.

Por el artículo tercero se declaró “No puede haber esclavos en este territorio”; el cuarto elimina cualquier discriminación de raza para acceder a un empleo; y quinto consagra la verdadera igualdad al declarar que “No hay otra distinción que las virtudes o talentos” (Lamrani, 2019) .

Pero Toussaint cometió el error de seguir confiando en la República francesa, y envió el texto de la constitución a Napoleón Bonaparte para obtener su aprobación. En vez de ello, lo que hizo Napoleón fue enviar a su cuñado el general Leclerc, con más de 20,000 soldados para aplastar el gobierno de Toussaint, el cual desembarcó en Cap el 29 de enero de 1802 exigiendo la rendición de la guarnición. Paralelamente, el 20 de mayo de 1802, el mismísimo Napoleón Bonaparte mediante decreto restauró la esclavitud.

Los militares franceses utilizaron contra Toussaint todos los métodos desarrollado por los imperios para someter a sus colonias: crímenes de lesa humanidad contra la población civil, sobornar a los subalternos para que algunos le traicionaran, y aparentemente cayeron en esa trampa Rigo, Petion y Dessalines inclusive. Napoleón llegó a enviar a los hijos de Toussaint, que estudiaban en Francia, con un supuesto mensaje halagador hacia su persona, a ver si lograba controlarlo.

Como Leclerc no podía asestar la derrota militar que quería, propuso a Toussaint un acuerdo de paz, mediado por una carta de Napoleón reconociendo los “servicios rendidos al pueblo francés” y proclamarlo entre “los más ilustres ciudadanos”, etc., y la promesa de no restaurar la esclavitud. Toussaint aceptó el acuerdo que incluía preservar a su estado mayor y retirarse a la población de Ennery.

Los militares franceses no cumplieron y empezaron a acosarlo hasta que, en junio de 1802, fue arrestado con toda su familia y deportado a Francia, donde permaneció bajo arresto hasta 7 de abril de 1803, cuando falleció. Tenía 60 años de edad.

Finalmente, la independencia
El cuñado de Napoleón, el general Leclerc pagó con su vida sus crímenes contra el pueblo haitiano, no a manos de ningún combatiente, sino gracias a la fiebre amarilla que lo mató en 1802 en isla Tortuga, Haití. Advirtiendo la traición de los franceses a sus compromisos y no deseando la vuelta atrás, tanto los negros como los mulatos, encabezados por J. J. Dessalines y Henri Christophe, unieron sus fuerzas en una reunión secreta conocida como “Convención de Arcahaie”, en mayo de 1803, se sublevaron, dando inicio a la Guerra de Independencia.

Tuvieron a su favor la guerra de Gran Bretaña contra Francia, lo que impidió a estos últimos enviar tropas a la isla. En octubre de 1803 Dessalines tomó Puerto Príncipe y el 19 de noviembre de ese año asestó la derrota a los franceses en la batalla de Vertiers, diez días después las tropas derrotadas abandonaron la isla.

La independencia definitiva sería proclamada unas semanas después, el 1 de enero de 1804. El gobierno francés tardaría varias décadas en reconocer su independencia lo que finalmente hizo exigiendo una indemnización para resarcir a los colonos blancos esclavistas que habían sido expropiados y expulsados de la isla.

Se había cumplido el vaticinio de Toussaint: “Al derrocarme, sólo se ha derrocado en Santo Domingo el tronco del árbol de la libertad de los negros; volverá a crecer porque sus raíces son profundas y numerosas”.

El apoyo de Haití a la independencia hispanoamericana
Haití independiente prestó apoyo consecuente a la lucha por la independencia hispanoamericana. El propio Francisco de Miranda durante su fallida expedición libertadora a Venezuela, recaló previamente en el puerto de Jacmel, en febrero de 1806, en donde recibió apoyo de Alexander Petion.

Posteriormente, en 1815, durante su exilio en Jamaica, Simón Bolívar le escribe a Petion pidiéndole apoyo, y este le recibe en enero de 1816, con cuya ayuda Bolívar dirigió la conocida Expedición de Los Cayos. En la que el apoyo incluyó la participación de hasta 1,000 haitianos para tomar el oriente de Venezuela.

Se dice que Petion entregó no solo armas, dinero y sodados a Bolívar, sino también la espada símbolo de la libertad de Haití, y que lo hizo con una condición:

“Pido a Usted, que cuando llegue a Venezuela, su primera orden sea la Declaración de los Derechos del Hombre y la libertad de los esclavos… y para que pueda cumplir con esa misión, le hace entrega del símbolo de la emancipación de Haití: es la "Espada Libertadora de Haití", la misma que empuñó durante la guerra contra los franceses, la que utilizó Miranda en sus dos fallidos intentos por libertar a su Patria, y la que en 1807 le permitió instaurar una República en el sur y oeste de Haití de la que fue nombrado presidente vitalicio…” (Morales Torres, 2017) .

Bolívar solo cumplió parcialmente este compromiso, pues decretó al llegar la libertad de los esclavos que se sumaran al Ejército Libertador, pero no de todos los esclavos. Aunque liberó a los esclavos de sus haciendas familiares, nunca se emitió un decreto general, seguramente para no confrontar a los latifundistas criollos. Hay controversia respecto a las razones por las cuales, diez años después, consumada la independencia hispanoamericana, Simón Bolívar no invitó al Congreso Anfictiónico de Panamá a la república de Haití.

La injusticia y la perfidia continúan
Así ha sido reiteradamente a lo largo de la historia, cada vez que fuerzas reaccionarias han vuelto a cortar el tronco de la libertad éste vuelve y crece, como predijo Toussaint. En 2004, el imperialismo norteamericano, con apoyo de las “democráticas” Francia y Canadá, con la participación del gobierno de la República Dominicana, que prestó su territorio, repitieron la perfidia fomentando un golpe de Estado contra el presidente Jean B. Aristide, al cual fuerzas de esos países secuestraron y deportaron hasta la República Centroafricana. Golpe sobre el que guardó silencio gran parte del llamado progresismo latinoamericano que, por el contrario, avaló la ocupación de la isla con tropas disfrazadas bajo la bandera de las Naciones Unidas (MINUSTAH), en las que colaboraron soldados de Brasil y Bolivia, entre otros.

El Estado nacional haitiano es formalmente independiente, pero el pueblo haitiano continúa su lucha por la libertad.

Bibliografía
Charles, G. P. (s.f.). Toussaint Louverture. Obtenido de Revista Mexicana de Política Exterior
Dessalines, J. J. (1 de Enero de 1804).DOCUMENTO LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DE HAITÍ (1804). Obtenido de Dialnet
Lamrani, S. (13 de Junio de 2019).Toussaint Louverture, la dignidad insurrecta. Obtenido de América Latina en Movimiento
Morales Torres, F. A. (2017). Haití : entre la revolución francesa y la revolución de esclavos (1791-1804) . Obtenido de SIBIUP
Olmedo Beluche sociólogo y analista político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 2 de enero 2021

jueves, 7 de enero de 2021

_- Segunda Guerra Mundial, Tercer Mundo. Sobre los olvidados de la gran carnicería que Europa desencadenó en el mundo

_- Se sabe que en la Segunda Guerra Mundial murieron alrededor de 70 millones de personas, entre ellas más de 20 millones de soviéticos y más de 5 millones de alemanes. Hasta tenemos la minúscula lista, y completa, de los 1.400 daneses caídos en aquella carnicería. Sin embargo, las cifras exactas de muertos del Tercer Mundo en esa guerra engendrada en Europa se desconocen. Y no sólo las cifras. La situación la resume magistralmente el Profesor Kuma Ndumbe, de la Universidad de Yaoundé, en Camerún:

“La historia de la Segunda Guerra Mundial se revela, como toda historia, como la de los vencedores, pero también como la de los ricos y los propietarios. Pese a su derrota, Alemania y Japón pertenecen, desde el punto de vista de la escritura de la historia, a los vencedores. Aunque la historiografía de ambos países haya tenido que llevar a cabo cuestionamientos críticos, japoneses y alemanes son tratados por ella como personas del mismo rango que los vencedores. Quienes fueron olvidados después de la guerra, como si no hubieran existido durante el conflicto, quienes deben aprender de nuevo la historia junto a sus hijos, sin encontrar en ella sus propias acciones, son los que pertenecen a la verdadera categoría de perdedores. Perdedores sin voz propia. Así viven hasta hoy centenares de millones de personas y sus descendientes en África, en Asia, América Latina, Australia y en la región del Pacífico”.

Las estimaciones sostienen que en Asia, África, América del Sur y Oceanía se perdieron más vidas en aquel conflicto que en la propia Europa. Sólo en Asia murieron 20 o 30 millones de civiles a manos de los japoneses, la mayoría de ellos chinos. El Tercer Mundo contribuyó al conflicto con más soldados que Europa. Una magnífica exposición, recientemente clausurada en Berlín y que va a ser mostrada en diversos lugares de Alemania, se ha dedicado a difundir esta “cara oculta” de la gran carnicería del siglo pasado. Lleva por título “El Tercer Mundo en la Segunda Guerra Mundial” y presenta el trabajo, pensado para ser difundido en escuelas públicas, de un grupo de periodistas renanos del llamado “Rheinisches Journalisten Büro” de Colonia, dirigido por Karl Rössel. El texto que sigue a continuación es la traducción, casi literal y con muy pocas apostillas, de los paneles de esa exposición.

Guerra en un mundo colonial
Cuando la guerra comenzó el colonialismo estaba en su apogeo. Inglaterra y su Commonwealth dominaban sobre una cuarta parte del mundo y de su población. Las colonias de Francia eran veinte veces mayores que la metrópoli en territorio, y sumaban cien millones de habitantes. Las Indias Orientales de la diminuta Holanda tenían la misma superficie que Europa Occidental. Estados Unidos dominaba las Filipinas, Hawai y diversos archipiélagos del Pacífico. Japón controlaba el Norte del Pacífico (Micronesia), Corea, Taiwán y el noreste de China, que es mayor que Francia. En África oriental, la Italia de Mussolini controlaba una zona colonial cuatro veces mayor que Italia. Alemania había perdido sus colonias en África y Asia como consecuencia de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Con ayuda de los colaboracionistas franceses, se disponía a recuperarlas para usar sus recursos humanos y materias primas en el esfuerzo de guerra.

Abisinia
El 3 de octubre de 1935 la Italia fascista inició el ataque contra Abisinia, parte del nuevo “Imperio Romano” que el Duce buscaba. La mitad de los 300.000 soldados del ejército italiano invasor eran nativos de Eritrea y Somalia. Los abisinios, que tan duro habían luchado para impedir la colonización europea, les opusieron tenaz resistencia, pero sus armas eran escasas y anticuadas, frente al gas mostaza y los tanques del Duce. Cuando en mayo de 1936 los italianos entraron en la capital Adis Abeba, habían masacrado a 150.000 civiles. El Virrey italiano, Mariscal Rodolfo Graziani, generalizó la violación y la tortura. Medio millón de guerrilleros etíopes combatieron contra el ocupante durante cuatro años hasta expulsarlo. Después de que Italia declarara la guerra a Francia e Inglaterra en 1940, los abisinios ayudaron a ambas potencias. Hasta la capitulación italiana en Abisinia de abril de 1941, tropas de diecisiete países y tres continentes participaron en la guerra en África Oriental. Para muchos africanos la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1935, cuatro años antes que en Europa.

Carne de cañón imperial
Con el inicio de la guerra en Europa, el Imperio británico echó mano de sus colonias. De los once millones de hombres que Inglaterra movilizó, seis millones eran británicos y cinco de las colonias. En África Inglaterra movilizó a un millón de hombres, frecuentemente a la fuerza. Esos soldados lucharon contra los italianos en Somalia y Etiopía (1940-1941), contra alemanes e italianos en el desierto de Libia (1940-1943), contra el régimen de Vichy en Madagascar en 1942 y contra los japoneses en Birmania en 1944. El sueldo y la alimentación de esta tropa eran peores, sus mandos eran blancos. Un manual para oficiales describía a la tropa colonial africana como “gente de mentalidad infantil”. Las protestas y rebeliones contra esa discriminación se resolvieron con castigos y penas de muerte. Solo en 1944/1945 se registraron 25.000 deserciones en África Oriental.

Cerca de un millón de africanos fueron movilizados por los franceses en diversos bandos del conflicto. En septiembre de 1939 el gobierno reclutó medio millón de hombres en África. Tras la derrota francesa y la alianza del régimen de Vichy con Alemania, parte de esa tropa luchó con el Eje en África del Norte, mientras que en Siria y África Oriental lo hacía con los aliados. En 1943, De Gaulle reclutó en África otros 100.000 soldados, que participaron en los desembarcos aliados en Provenza e Italia. Ese contingente jugó un papel importante en la liberación de Europa, sufriendo discriminación en todo, excepto a la hora de arriesgar la vida. Cuando en verano de 1944 se organizó el desfile de la victoria en París, De Gaulle ordenó “blanquear” el efectivo que marchó por los Campos Elíseos, incorporando jóvenes franceses blancos. Los africanos fueron recluidos en deplorables campos provisionales hasta su repatriación. Muchos de ellos no regresaron a sus países hasta 1947.

En 1940 Yoro Ba fue reclutado a la fuerza por funcionarios del régimen de Vichy para el ejército colonial en Senegal. Cuando los aliados tomaron control del África Occidental francesa en 1943, tuvo que luchar a su favor, desembarcó en Provenza, participó en la liberación de Francia y fue estacionado en la Alemania ocupada, regresando a Senegal en 1947. Sesenta años después, Yoro Ba recibe una pensión del gobierno francés de 13 euros mensuales.

El plan colonial nazi
Habiendo tenido que entregar, en 1919, sus colonias a las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial, la Alemania conservadora y los industriales se movilizaron contra la “vergüenza de Versalles”. Los nazis organizaron enseguida los planes de revancha a partir de 1933. Crearon un “Departamento de política colonial” (“Kolonialpolitisches Amt” – KPA), en el que trabajó el luego Canciller Federal Konrad Adenauer, para administrar el “imperio colonial germano en África”, que planeaban recuperar y ampliar, desde la costa atlántica hasta el Océano Pacífico. Su conquista estaba prevista para inmediatamente después de la subyugación de Europa Oriental, que la URSS frustró. A partir de 1940 comenzaron a reclutar personal militar, policial y administrativo para gobernar aquel mundo de plantaciones y minas. Se confeccionaron manuales e incluso leyes que velaran por impedir cualquier “mezcla de razas” en la empresa. En aquel plan, a Madagascar le correspondía un papel especial. Debía albergar a cuatro millones de judíos europeos, que no habrían encontrado sustento allá para sobrevivir. La superioridad naval de los aliados y su control de las rutas marítimas africanas impidió que la isla se convirtiera en un escenario del Holocausto. En febrero de 1942 el plan se desestimó en beneficio de la aniquilación en campos de Europa.

Fusileros africanos
Tras la derrota francesa de junio de 1940, unos 100.000 prisioneros africanos del ejército francés cayeron en manos alemanas. La Wehrmacht masacró a entre 1.500 y 3.000 de ellos inmediatamente después de su rendición por el color de su piel. El “Gauleiter” de Bélgica, Karl Holz, ordenó “no hacer prisioneros” entre los negros. El 20 de junio de 1940 en Chasselay, un pueblo de los alrededores de Lyon, los alemanes ejecutaron a una unidad completa de fusileros africanos, excluyendo de la ejecución a los oficiales blancos.

En diciembre de 1944, 1.300 “tirailleurs sénégalais” regresaron a África de su servicio en Europa. Muchos de ellos habían sufrido cautiverio y trabajos forzados en campos de concentración alemanes. Fueron internados en un campo de la localidad de Thiaroye, junto al puerto de Dakar, a la espera de recibir su soldada y los prometidos 500 francos de la “prima de desmovilización”. Los ex presos en Alemania esperaban también el pago de los 5.000 francos recibidos por todos los reclusos franceses en campos alemanes. Los funcionarios coloniales se negaron a pagar e impusieron un cambio entre francos y franco colonial (CFA) equivalente a la mitad del curso legal vigente. Los fusileros se rebelaron, tomaron como rehén a un oficial y solo lo dejaron libre cuando se les prometió que sus reclamaciones serían satisfechas. En lugar de ello, la noche del uno de diciembre su campamento fue rodeado por blindados y cuando los fusileros salían de las barracas aún aturdidos por el sueño fueron ametrallados, con el resultado de entre 35 y 300 muertos. Más de treinta “cabecillas” fueron juzgados y condenados a penas de hasta diez años de cárcel. Cinco murieron en prisión y el resto fueron amnistiados en 1947. La masacre de Thiaroye pasó a la historia como símbolo de la arbitraria actitud colonial e inspiró movimientos de liberación nacional en el continente.

Sétif
El 8 de mayo de 1945 la localidad argelina de Sétif celebraba el fin de la guerra y la liberación. Muchos creían que la emancipación de las colonias estaba a la vuelta de la esquina, porque se habían creído las promesas contenidas en la “Carta Atlántica”. Junto a las banderas francesas inglesas y americanas, en la celebración de Sétif apareció una bandera argelina. Cuando la festiva procesión pasó frente al “Café de France”, Lamri Bouras vio cómo “un comisario francés sacaba su Colt y disparaba sobre la multitud. Otros disparos partían de los balcones”. Aquel día hubo centenares de muertes y siguieron protestas contra la matanza. La administración colonial reaccionó utilizando la marina y la aviación. “Los soldados disparaban contra todo”, recuerda Haada Mani. “La gente caía como pasas secas”. Según la autoridad colonial murieron 1.500 personas. Fuentes argelinas mencionan hasta 45.000 víctimas. Cuando, a finales de mayo de 1945, las tropas argelinas regresaron de la guerra en Europa, muchos no encontraron a sus familiares. Fue el caso de Lounès Hanouze. “Cuando llegué a Kerratta había una gran cola de gente. Querían decirme algo, pero lloraban. Pregunté, ¿donde están los míos?, ¿donde está mi padre? Al final alguien me dijo, “lo vieron por última vez subiendo a un camión”. Lo llevaron al barranco de Kerratta. Allá en el puente, que hoy se llama Hanouze, le preguntaron a mi padre, “¿empezamos contigo o con tu hijo?”. Creo que fue el primero en ser fusilado. Regresábamos de la guerra y nuestras familias habían sido fusiladas, es algo difícil de olvidar”.

Trabajos forzados
En las colonias francesas la aplicación del “Code de l’Indigenat” de 1881 estaba a la orden del día. En la Segunda Guerra Mundial su aplicación alcanzó una extensión desconocida. Decenas de miles de africanos fueron forzados a construir una carretera desde el Congo centroafricano hasta el Atlántico, que era vital para transportar materias primas. Los trabajadores forzados construyeron presas y canales, y plantaron algodón y pita en plantaciones. La ley solo fue derogada en 1946 a propuesta de diputados africanos.

El Imperio británico aprobó en 1942 una ley que, citando los “extraordinarios imperativos de la situación” permitía los trabajos forzados en las colonias. Los africanos que se negaran podían ser multados, objeto de castigos físicos y encarcelados. Solo en Kenia 20.000 personas fueron forzadas a trabajar en plantaciones y empresas de elaboración de caucho, azúcar, pita y lino. En 1949 la autoridad colonial en Nigeria forzó a 100.000 hombres a trabajar en minas de zinc en las que uno de cada diez no sobrevivió. En Rhodesia del Sur, 33.000 forzados construyeron campos de aviación. Y en Rhodesia del Norte, hacendados y empresarios blancos pudieron “alquilar” peones forzados a las autoridades al precio de un chelín diario.

Limosnas
El ejército británico dio a sus tropas coloniales una sola indemnización por sus heridas y servicios prestados. Los pagos recibidos por los africanos equivalían a una parte ínfima de lo que recibieron los soldados europeos. Fundamentalmente no hubo pensiones. A través de la “Royal Commonwealth Ex-Services League” los veteranos en apuros podían solicitar una única subvención de 470 euros.

El gobierno francés pagó algunas pensiones, sobre todo a aquellos que continuaron sirviendo en el ejército después de la guerra, en Indochina y Argelia, por ejemplo. Las pensiones de los africanos fueron desde el principio la mitad de las percibidas por los europeos. Muchos no recibieron nada, al no poder demostrar determinados requisitos, como el de haber estado más de noventa días en combate. El gobierno de Vichy destruyó mucha documentación relativa a los soldados, y los alemanes requisaron las cartillas militares de sus prisioneros africanos. 

En 1959 el gobierno de De Gaulle aprobó una ley por la que los veteranos de guerra dejarían de cobrar sus pensiones en el caso de que sus países adquirieran la independencia, lo que era un intento de enfrentarlos a los movimientos de liberación nacional. Cuando, a pesar de todo, llegó la independencia, los importes de las pensiones se congelaron al nivel del momento. Como resultado de protestas y de una sentencia de la Corte Europea de Justicia, sesenta años después los senegaleses recibieron una tercera parte de las pensiones y los argelinos una octava parte.

“Para los franceses continuamos siendo los soldados negritos que podían contentarse con calderilla, pero durante la guerra las balas no diferenciaban negro de blanco y todos morían de lo mismo”, dice Issa Ongoïba, de la Asociación de Veteranos de Bamako, Malí.

Telegrafista y conductor en el ejército británico en 1919, Samuel Masila Mwanthi luchó en 1940/1941 contra los italianos en Etiopía y en 1943/1944 en las selvas de Birmania contra los japoneses. Tras su licenciamiento en África recibió dos trajes, pero ninguna pensión hasta el día de hoy.

Brasileños en Italia
Decenas de miles de voluntarios de Puerto Rico y otras islas del Caribe participaron en la guerra, algunos de ellos en la liberación de Francia y la conquista de Alemania. Una escuadrilla de aviación mexicana combatió en Filipinas y 25.000 brasileños lo hicieron en Italia, incluida la batalla de Monte Casino en la que quinientos de ellos perdieron la vida.

Nativos del Pacífico
Cuando en 1943, las Islas Salomón fueron zona de combate, Biuku Gasa se ofreció como informante voluntario a los aliados, espiando los movimientos de los japoneses desde detrás de sus líneas camuflado como pescador tradicional en compañía de su amigo Aaron Kumasi. En uno de sus viajes en piragua descubrieron a un grupo de soldados americanos que habían naufragado en un diminuto islote. Les prestaron ayuda y salvaron así la vida del capitán del grupo americano, que se llamaba John F. Kennedy. “Sin mí, Estados Unidos nunca habría tenido un Presidente Kennedy”, dijo con orgullo Biuku Gasa sesenta años después.

En 1940, los aborígenes australianos no tenían derechos civiles; no los tuvieron hasta 1967. Sin embargo, se les dio empleo en la guerra, después de que los japoneses bombardearan la ciudad de Darwin, en el norte del país, vigilando la enorme costa norte de Australia en previsión de un desembarco. Salieron muy baratos, no hacía falta suministrarles alimentos ni armas, que ellos mismos se procuraban y confeccionaban en la jungla, y se les pagó con anzuelos, cuerdas, hachas, pipas y tabaco. El principal problema de los militares australianos era hacerles comprender por qué se les pedía que mataran a cualquier japonés que se presentara, cuando poco tiempo atrás, en 1932, recordaban haber sido víctimas de una razzia de la policía australiana, que encarceló a tres de sus jefes por haber dado muerte a unos pescadores de perlas japoneses que habían abusado de mujeres aborígenes. Se necesitó algún tiempo para que comprendieran que lo que había estado prohibido y perseguido ahora era permitido, e incluso recompensado.

India, el gran ejército colonial
Con 320 millones de habitantes, India era la mayor, más poblada y más importante colonia británica. Con los 2,5 millones de hombres del Royal Indian Army y los 120.000 gurkas nepalíes, el Imperio británico disponía del mayor ejército colonial de todos los tiempos. Era un ejército de voluntarios y la situación de los soldados era mejor que la de sus compañeros de las tropas coloniales africanas. Mientras en África todos los mandos eran británicos, la cifra de indios que alcanzaron puesto de mando como oficiales ascendió a 14.000 en la Segunda Guerra Mundial, y los soldados recibieron pensiones, auque menores que las de sus colegas británicos. Treinta divisiones indias combatieron en Oriente Medio, África del Norte, Asia y Europa, contribuyendo a la victoria.

India fue campo de batalla. A principios de 1942, tras la ocupación japonesa de Singapur y Malasia, las ciudades orientales indias sufrieron bombardeos. 23 cargueros aliados fueron hundidos por submarinos japoneses en el Golfo de Bengala, y aviones y cañoneras japonesas bombardearon Ceilán, donde los ingleses almacenaban combustible para la marina. 60.000 soldados indios murieron en la guerra y casi 80.000 sufrieron cautiverio en manos alemanas, italianas o japonesas.

Colaboracionistas anticoloniales: Oriente Medio
Alemania había llegado tarde a Oriente Medio, donde las posiciones ya estaban ocupadas por Inglaterra y Francia. La geopolítica nazi calculaba explotar el resentimiento anticolonial árabe como “aliado potencial” para hacerse con la región. El Departamento oriental de la radio nazi estaba dirigido por un tal Kurt Georg Kiesinger, que en 1966 sería Canciller de la RFA.

En Egipto, Siria, Irak y Palestina se crearon organizaciones y movimientos filonazis. Hitler regaló en 1938 un Mercedes-Benz Sport al rey Faruk de Egipto, cuyo reino estaba de hecho gobernado por los británicos. Las derrotas militares en el Norte de África se vivieron entre los árabes con esperanza. “Las veíamos como la única manera de sacar al enemigo del país”, escribió en sus memorias el Presidente Anuar El Sadat, que siendo un oficial nacionalista fue detenido por los británicos en 1942 cuando dos espías alemanes le daban dinero para sufragar el movimiento antibritánico en Egipto. En Túnez, el posteriormente presidente Habib Burguiba confiaba también en que el apoyo del Eje contribuyera a la independencia de su país de Francia. Los nazis crearon algunas “legiones árabes” y utilizaron agitadores musulmanes caucásicos para lograr la desafección de chechenos y otras nacionalidades maltratadas por Stalin en el Cáucaso.

Entre 1919 y 1939, unos 300.000 judíos emigraron a Palestina en los prolegómenos de lo que los palestinos denominan “Nakba” (“catástrofe”) que culminaría años después con la expulsión de unos 800.000 palestinos, más de la mitad de la población nativa, de su tierra en 1948. El antisemitismo nazi cayó bien entre los árabes en el contexto de los pulsos de la colonización judía. El Muftí de Jerusalen Hadji Amin el-Husseini fue recibido y subvencionado por Hitler y estuvo implicado en crímenes del Holocausto en Europa, al impedir la emigración a Palestina de miles de judíos de Bulgaria, Rumanía y Hungría, que en su lugar fueron internados en campos de concentración. Husseini, que murió en la cama en 1974, nunca fue juzgado por esos crímenes y mantuvo sus simpatías hacia los nazis hasta en la posguerra. En abril de 1941, los nazis apoyaron un golpe de estado antibritánico en Irak. El regreso de los británicos poco después desencadenó un pogrom con centenares de judíos muertos y miles de heridos en Bagdad, muchos de cuyos habitantes árabes escondieron a judíos en sus casas.

Colaboracionistas anticoloniales: India y Birmania
A principios de la Segunda Guerra Mundial, Subhas Chandra Bose era uno de los políticos más influyentes de India. En marzo de 1939 fue elegido por segunda vez Presidente del Congreso Nacional Indio, la principal organización del movimiento anticolonial, pese a que su rival contaba con el apoyo de Gandhi y Nehru. A diferencia de estos, Bose propugnaba no sólo la resistencia armada contra los ingleses, sino la colaboración con las potencias del Eje. Nehru recibió el triunfo de Hitler como un shock y Gandhi dijo que “cuando los nazis lleguen a India los combatiremos como a los ingleses”. Bose se entusiasmó con la declaración de guerra entre Inglaterra y Alemania de septiembre de 1939 y declaró ante 200.000 partidarios en Madrás, “la crisis que tanto esperábamos se ha desencadenado y abre para India una oportunidad dorada”.

Sometido a arresto domiciliario, en 1941 logró huir y viajó a Alemania, donde los nazis le entregaron un millón de marcos para difundir propaganda nazi antibritánica en radios y periódicos de India. Bose veía en Hitler un “revolucionario” y le trataba de “Netaji” (Caudillo). Hizo que sus colaboradores estudiaran las organizaciones fascistas como las juventudes hitlerianas, las SS y la Gestapo, a fin de impulsar una India independiente cuyo sistema debía ser “una síntesis de fascismo y nacionalismo”. En 1942, reclutó a 3.500 soldados indios de los campos de concentración alemanes y fundó con ellos una “Legión India” que se integró primero en el ejército alemán y luego en las SS y se dedicó, en 1944, a la caza de miembros de la resistencia en Francia. En 1943 Bose regresó a Asia en un submarino alemán. Desde Singapur reclutó un “Indian National Army” de 50.000 voluntarios que, en 1944, luchó junto a los japoneses contra los británicos en Birmania. En agosto de 1945, Bose murió en un accidente aéreo cuando huía de los ingleses. Muchos indios lo consideran hoy un héroe nacional, especialmente en Bengala, su provincia natal. Escuelas, universidades, una estación de ferrocarril, un partido político y el aeropuerto internacional de Calcuta llevan su nombre, y muchos monumentos lo recuerdan.

En Birmania, una de las naciones asiáticas que más sufrió y más luchó contra el colonialismo inglés, la guerra también fue vista como oportunidad anticolonial. Cuando los británicos huyeron del país en 1942 ante el avance japonés, los soldados nipones fueron recibidos con flores en las calles de Rangún, una ciudad que les había perdonado los crueles bombardeos aéreos que sufrió. La principal figura del movimiento por la independencia y héroe nacional de Birmania, Aung San, y sus compañeros, fueron formados militarmente por los japoneses. Los birmanos organizaron un ejército para luchar junto con los japoneses, pero pronto se dieron cuenta de que aquellos libertadores no eran mejores que los británicos, así que volvieron sus armas contra ellos en la última etapa de la guerra. Birmania sufrió 250.000 muertes civiles en la Segunda Guerra Mundial, cuatro veces más que Inglaterra.

La hambruna de Bengala
Cuando la provincia oriental india de Bengala se convirtió en terreno de batalla en su frontera con Birmania, el territorio sufrió la peor hambruna conocida en el subcontinente desde el siglo XVIII. La ocupación japonesa de Birmania interrumpió los vitales suministros de arroz birmano a India. En pocos meses los precios del arroz se multiplicaron por cinco. Ante la expectativa de una invasión japonesa, los comerciantes retenían el grano. Los británicos impedían su transporte, porque habían requisado todos los barcos del Golfo de Bengala con fines militares. Una multitud de campesinos hambrientos erraba por la provincia. En septiembre de 1944 había 100.000 mendigos en las calles de Calcuta. La hambruna se cobró la vida de entre dos y cuatro millones de personas. En su historia de la Segunda Guerra Mundial de seis tomos, Winston Churchill ni siquiera la menciona.

Filipinas
Explica el historiador filipino Ricardo Trota José: “la Segunda Guerra Mundial dejó en Filipinas más muertos que en cualquier otro país del sur de Asia. En ningún país de la región hubo mayor destrucción. Según las cifras oficiales del gobierno 1,1 millones de filipinos murieron en la guerra, es decir uno de cada 16 habitantes del archipiélago”.

La guerra después de la guerra
El 8 de mayo de 1945 capituló Alemania y cuatro meses después, tras las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, lo hizo Japón, pero en varios países de Asia las guerras vinculadas al reordenamiento mundial continuaron.

– En China la guerra civil no concluyó hasta la victoria de Mao en 1949.

– En Malasia, Indonesia y Filipinas continuaron luchando los movimientos de liberación nacional contra los viejos y nuevos colonialistas de Europa y Estados Unidos.

– La cruel guerra de Corea entre 1950 y 1953, técnicamente inconclusa aun hoy, fue consecuencia de la división del país en dos estados de diferente alineación en la guerra fría y ocasionó más de tres millones de muertos, dos millones de ellos civiles.

– Indochina tuvo que seguir luchando otros treinta años contra franceses y americanos para conseguir su independencia. Proclamada en 1945 por Ho Chi Minh, no se alcanzó hasta 1975. Hasta entonces los americanos lanzaron sobre Vietnam más bombas que las lanzadas contra Alemania en la Segunda Guerra Mundial.

– En India la partición del país siguió a la independencia de 1947, con varias guerras entre la India dominada por hindúes y el Pakistán dominado por musulmanes, que produjeron hasta un millón de muertos, según Nehru.

– Las islas del Pacífico fueron el principal escenario mundial de pruebas atómicas después de la guerra. Muchos estados insulares tuvieron que renunciar a la independencia porque las potencias usaron sus territorios como bases militares y polígonos de pruebas atómicas, que dejaron terribles legados en la población local. Islas enteras fueron vaciadas y su población deportada a miles de kilómetros. Hasta 1996, Estados Unidos, Inglaterra y Francia detonaron más de 300 bombas A, H, de plutonio y de neutrones en las islas del Pacífico. Desde Micronesia a Nueva Zelanda, pasando por Okinawa, Taiwán y Corea, la región concentró la mayor presencia nuclear del mundo en diversas formas; explosiones, submarinos, aviación o bombas almacenadas.

– Japón se integró en el bloque occidental de la guerra fría y afirmó su potencia económica y comercial sobre Asia, sin pagar indemnización alguna por los daños infligidos a sus vecinos durante la guerra. En los años noventa los presupuestos militares japoneses, de 30.000 millones de dólares, figuraban entre los más abultados del mundo y el país disponía de la tercera marina de guerra más potente, sólo por detrás de Estados Unidos y Rusia.

RECAPITULACIÓN EN ALGUNOS NÚMEROS:

Total de muertos en la Segunda Guerra Mundial (SGM): unos 70 millones
Total de muertos de guerra en Asia: entre 20 y 30 millones
Total de alemanes muertos en la SGM: unos 5 millones
Soldados alemanes muertos en Stalingrado: 60.000
Civiles muertos en Okinawa: 100.000
Proporción de filipinos muertos en la SGM: 1 de cada 16
Civiles muertos en la conquista italiana de Abisinia: 150.000
Víctimas de la hambruna ocasionada por la SGM en Bengala: entre 2 y 4 millones
Menciones de la hambruna de Bengala en la obra de Churchill sobre la SGM (seis tomos): 0
Muertos civiles en Gran Bretaña: 67.000
Muertos civiles en Birmania: 250.000
Efectivos del Ejército Británico: 11 millones
Soldados coloniales del ejército británico: 5 millones
Soldados africanos en el ejército británico: 1 millón
Soldados indios en el ejército británico: 2,5 millones
Soldados indios caídos en la guerra: 60.000
Soldados indios cautivos de italianos, alemanes o japoneses: 80.000
Soldados indios en las SS nazis: 3.500
Voluntarios indios en el ejército japonés: 50.000
Soldados africanos en ejércitos franceses: 1 millón
Prisioneros africanos del ejército francés en campos alemanes: 100.000
Brasileños combatientes en Italia: 25.000
Brasileños caídos en Monte Casino: 500
Ejército italiano en Abisinia: 350.000
Africanos en el ejército italiano de Abisinia: 150.000
Africanos forzados por el Imperio británico a trabajar en Kenia durante la SGM: 20.000
Africanos forzados a trabajar en Rhodesia del Sur: 33.000
Africanos forzados a trabajar en minas de zinc en Nigeria: 100.000
Mortandad entre los mineros forzados de zinc en Nigeria: 1 de cada 10

sábado, 21 de abril de 2018

El colonialismo insidioso


Boaventura de Sousa Santos
Página/12

Hemos sido tan socializados en la idea de que las luchas de liberación anticolonial del siglo XX pusieron fin al colonialismo, que casi resulta una herejía pensar que al final el colonialismo no acabó, sino que apenas cambió de forma o ropaje.

Para Marielle Franco, in memoriam

El término alemán zeitgeist se utiliza actualmente en diferentes lenguas para designar el clima cultural, intelectual y moral de una determinada época, literalmente, el espíritu del tiempo, el conjunto de ideas y creencias que componen la especificidad de un periodo histórico. En la Edad Moderna, dada la persistencia de la idea del progreso, una de las mayores dificultades para captar el espíritu de una determinada época reside en identificar las continuidades con respecto a épocas anteriores, casi siempre disfrazadas de discontinuidades, innovaciones y rupturas.

Para complicar aún más el análisis, lo que permanece de períodos anteriores siempre se metamorfosea en algo que simultáneamente lo denuncia y disimula y, por eso, permanece siempre como algo diferente de lo que fue, sin dejar de ser lo mismo. Las categorías que usamos para caracterizar una determinada época son demasiado toscas para captar esta complejidad, porque ellas mismas forman parte del mismo espíritu del tiempo que supuestamente deben caracterizar desde fuera. Corren siempre el riesgo de ser anacrónicas, por el peso de la inercia, o utópicas, por la ligereza de la anticipación.

Vengo defendiendo que vivimos en sociedades capitalistas, coloniales y patriarcales, en referencia a los tres principales modos de dominación de la modernidad occidental: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado o, más precisamente, el heteropatriarcado. Ninguna de estas categorías es tan controvertida entre los movimientos sociales y la comunidad científica como la de colonialismo. Hemos sido tan socializados en la idea de que las luchas de liberación anticolonial del siglo XX pusieron fin al colonialismo, que casi resulta una herejía pensar que al final el colonialismo no acabó, sino que apenas cambió de forma o ropaje. Nuestra dificultad radica sobre todo en nombrar adecuadamente este complejo proceso de continuidad y cambio. Es cierto que los analistas y los políticos más perspicaces de los últimos 50 años tuvieron la aguda percepción de esta complejidad, pero sus voces no fueron lo suficientemente fuertes como para cuestionar la idea convencional de que el colonialismo propiamente dicho acabara, con la excepción de algunos pocos casos, siendo los más dramáticos posiblemente el Sáhara Occidental, la colonia hispano-marroquí que continúa subyugando al pueblo saharaui, así como la ocupación de Palestina por Israel. Entre esas voces cabe destacar la del gran sociólogo mexicano Pablo González Casanova con su concepto de “colonialismo interno” para caracterizar la permanencia de estructuras de poder colonial en las sociedades que emergieron en el siglo XIX de las luchas de independencia de las antiguas colonias americanas de España.

Y también la voz del gran líder africano Kwame Nkrumah, primer presidente de la República de Ghana, con su concepto de “neocolonialismo” para caracterizar el dominio que las antiguas potencias coloniales seguían ejerciendo sobre sus antiguas colonias, convertidas en países supuestamente independientes. Una reflexión más profunda sobre los últimos 60 años me lleva a concluir que lo que casi terminó con los procesos de independencia del siglo XX fue una forma específica de colonialismo, y no el colonialismo como modo de dominación. La forma que casi terminó fue lo que se puede designar como colonialismo histórico, caracterizado por la ocupación territorial extranjera. Sin embargo, el modo de dominación colonial continuó bajo otras formas. Si las consideramos de esta forma, el colonialismo es tal vez hoy tan vigente y violento como en el pasado.

Para justificar esta afirmación es necesario especificar en qué consiste el colonialismo como forma de dominación. El colonialismo es todo aquel modo de dominación basado en la degradación ontológica de las poblaciones dominadas por razones etnorraciales. A las poblaciones y a los cuerpos racializados no se les reconoce la misma dignidad humana que se atribuye a quienes los dominan. Son poblaciones y cuerpos que, a pesar de todas las declaraciones universales de los derechos humanos, son existencialmente considerados como subhumanos, seres inferiores en la escala del ser. Sus vidas tienen poco valor para quien los oprime, siendo, por tanto, fácilmente desechables. Originalmente se los concibió como parte del paisaje de las tierras “descubiertas” por los conquistadores, tierras que, a pesar de ser habitadas por poblaciones indígenas desde tiempos inmemoriales, fueron consideradas como tierras de nadie, terra nullius. También se consideraron como objetos de propiedad individual, de los que la esclavitud es prueba histórica. Y hoy continúan siendo poblaciones y cuerpos víctimas del racismo, de la xenofobia, de la expulsión de sus tierras para abrir el camino a los megaproyectos mineros y agroindustriales y a la especulación inmobiliaria, de la violencia policial y las milicias paramilitares, del trabajo esclavo llamado eufemísticamente “trabajo análogo al trabajo esclavo” para satisfacer la hipocresía biempensante de las relaciones internacionales, de la conversión de sus comunidades de ríos cristalinos y bosques idílicos en infiernos tóxicos de degradación ambiental. Viven en zonas de sacrificio, en todo momento en riesgo de convertirse en zonas de no ser.

Las nuevas formas de colonialismo son más insidiosas porque se producen en el núcleo de relaciones sociales, económicas y políticas dominadas por las ideologías del antirracismo, de los derechos humanos universales, de la igualdad de todos ante la ley, de la no discriminación, de la igual dignidad de los hijos e hijas de cualquier dios o diosa. El colonialismo insidioso es gaseoso y evanescente, tan invasivo como evasivo, en suma, astuto. Pero ni así engaña o aminora el sufrimiento de quienes son sus víctimas en la vida cotidiana. Florece en apartheids sociales no institucionales, aunque sistemáticos. Sucede tanto en las calles como en las casas, en las prisiones y en las universidades, en los supermercados y en las estaciones de policía. Se disfraza fácilmente de otras formas de dominación tales como diferencias de clase y de sexo o sexualidad, incluso siendo siempre un componente de ellas. Verdaderamente, el colonialismo insidioso solo es captable en close-ups, instantáneas del día a día. En algunas de ellas surge como nostalgia del colonialismo, como si fuese una especie en extinción que debe ser protegida y multiplicada. He aquí algunas de tales instantáneas.

Primera instantánea: Uno de los últimos números de 2017 de la respetable revista científica Third World Quarterly, dedicada a los estudios poscoloniales, incluía un artículo de autoría de Bruce Gilley, de la Universidad Estatal de Portland, titulado “En defensa del colonialismo”. Este el resumen del artículo: “En los últimos cien años, el colonialismo occidental ha sido muy maltratado. Ha llegado la hora de rebatir esta ortodoxia. Considerando de manera realista los respectivos conceptos, el colonialismo occidental fue, en regla, tanto objetivamente benéfico como subjetivamente legítimo en la mayor parte de los lugares donde ocurrió. En general, los países que abrazaron su herencia colonial tuvieron más éxito que aquellos que la despreciaron. La ideología anticolonial impuso graves perjuicios a los pueblos sujetos a ella. Y continúa impidiendo, en muchos lugares, un desarrollo sustentado y un encuentro productivo con la modernidad. Hay tres formas en las que estados fallidos de nuestro tiempo pueden recuperar hoy el colonialismo: reclamando modos de gobernanza colonial, recolonizando algunas áreas y creando nuevas colonias occidentales”.

El artículo causó una indignación general y quince miembros del consejo editorial de la revista dimitieron. La presión fue tan grande que el autor terminó por retirar el artículo de la versión electrónica de la revista, aunque permaneció en la versión impresa. ¿Fue una señal de los tiempos? Al final, el artículo fue sujeto a revisión anónima por pares. La controversia mostró que la defensa del colonialismo estaba lejos de ser un acto aislado de un autor desvariado.

Segunda instantánea: Wall Street Journal del 22 de marzo pasado publicó un reportaje titulado: “La búsqueda de semen norteamericano se disparó en Brasil”. Según la periodista, la importación de semen norteamericano por mujeres solteras y parejas lésbicas brasileñas ricas aumentó extraordinariamente en los últimos siete años y los perfiles de los donantes seleccionados muestran la preferencia por bebés blancos y con ojos azules. Y añade: “La preferencia por donantes blancos refleja una persistente preocupación por la raza en un país en que la clase social y el color de piel coinciden con gran rigor. Más del 50 por ciento de los brasileños son negros o mestizos, una herencia resultante del hecho que Brasil importó diez veces más esclavos africanos que los Estados Unidos; y fue el último país en abolir la esclavitud, en 1888. Los descendientes de colonos y migrantes blancos –muchos de los cuales fueron atraídos al Brasil a fines del siglo XIX y principio del siglo XX, cuando las élites de gobierno buscaban explícitamente ‘blanquear’ a la población– controlan la mayor parte del poder político y de la riqueza del país. En una sociedad tan racialmente dividida, tener descendencia de piel clara es visto muchas veces como un modo de brindar a los niños mejores perspectivas, sea un salario más elevado o un tratamiento policial más justo”.

Tercera instantánea: El 24 de marzo pasado, el diario más influyente de Sudáfrica, Mail & Guardian, publicó un reportaje titulado “Genocidio blanco: cómo la gran mentira se propagó en los Estados Unidos y otros países”. Según el periodista, “los Suidlanders (foto), un grupo sudafricano de extrema derecha, han venido estableciendo contacto con otros grupos extremistas en Estados Unidos y en Australia, fabricando una teoría de conspiración sobre el genocidio blanco, con el objetivo de conseguir apoyo internacional para los sudafricanos blancos. El grupo, que se autodescribe como ‘una iniciativa-plan de emergencia’ para preparar una minoría sudafricana de cristianos protestantes para una supuesta revolución violenta, se ha relacionado con varios grupos extremistas (alt-right) y sus influyentes contactos mediáticos en Estados Unidos para instalar una oposición global a la alegada persecución de blancos en África del Sur. La semana pasada, el ministro australiano de Asuntos Internos dijo al Daily Telegraph que estaba considerando la otorgación de visas rápidas para agricultores sudafricanos blancos, los cuales –argüía el ministro– necesitaban “huir de circunstancias atroces” para “un país civilizado”. Según el ministro, tales agricultores “merecen atención especial” debido a la ocupación de tierras y la violencia… Estos agricultores sudafricanos blancos también han recibido atención en Europa, donde políticos de extrema derecha con contactos en la extrema derecha estadounidense han solicitado al Parlamento Europeo que intervenga en Africa del Sur. Agentes políticos contra los refugiados en el Reino Unido están igualmente ligados a la causa”.

La gran trampa del colonialismo insidioso es dar la impresión de un regreso, cuando en realidad lo que “regresa” nunca dejó de existir.

Boaventura de Sousa Santos: Doctor en Sociología del Derecho. Profesor de las universidades de Coimbra (Portugal) y de Winsconsin-Madison (EE.UU.).

Traducción: Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/105534-el-colonialismo-insidioso

martes, 8 de febrero de 2011

Sobre la guerra colonial de Francia en la ConchinChina (donde se incluía Vietnam) y otras cuestiones de actualidad.

"A la vez que renunciaba a un encuentro bilateral, el ejército francés organizó una operación militar con el objetivo de cerrar Laos a las tropas Vietminh. Esperaban dar una lección a las tropas del entonces ministro de Defensa de la RDVN, el general Giap. Los franceses atrincheraron 18 mil hombres en el campamento montañoso de Dien-Bien-Phu. El plan era sencillo; atraer al enemigo, derrotarlo y cortar definitivamente su expansión a Laos. Pero el gato se convirtió en ratón. Giap movió astutamente 33 batallones de infantería, 6 regimientos de artillería y uno de ingenieros. Sin darse cuenta los franceses estaban rodeados por 50 mil guerrilleros, además de otros 20 mil repartidos a lo largo de las líneas de comunicación. El 13 de marzo de 1954 comenzó el asalto. Los franceses aguantaron durante dos meses, pero el 7 de mayo se consumaba el desastre; rendición incondicional. Un testigo presencial de la batalla lo describió así: "Salían correctamente formados, hombres con la mejor disciplina de Saint-Cyr. Incluso sus botas relucían al brillo del Sol, como indican las ordenanzas. No se alteraban sus formaciones con la marcha. Las armas automáticas respondían al catálogo de última hora en el mercado. Parecía un ejército al que había de pasar revista un general recién llegado. Después, se hicieron cargo de la plaza los vencedores: eran hombres desarrapados. Casi desnudos. Sucios, por supuesto. La suciedad era su único signo de uniformidad. Hombres famélicos, con armas inconcebibles. Nadie podía imaginar que estos, y no los perfectamente disciplinados hombres de Francia, eran los vencedores" (Pablo J. de Irazazábal, USA: El síndrome de Vietnam, pág. 10). Citado en Vietnam A 30 años de la derrota imperialista.

Como escribe la cineasta y escritora egipcia-estadounidense Suzy Kassem en nuestro sitio:
“Un ser humano tiene un límite de lo que puede aguantar si se le niegan sus derechos básicos como ciudadano de la tierra, o se le venden a un precio elevado. Cuando hay que pagar por el agua potable, un estrable que no se derrumbe, un utilitario que cuesta el doble debido a los impuestos y tiene que tolerar sobornos y corrupción a todos los niveles sólo para recibir el correo, pagar una cuenta, obtener un documento, comprar el pan o abrir un negocio, el agua acaba hirviendo y silba muy fuerte. Y Egipto finalmente silba a su capitán diciéndole que ya basta”.

Ahora estamos en 2011 en medio de los escombros de esas teorías, tres décadas de neoliberalismo y “reestructuración” a la fuerza. Los antiguos satélites soviéticos también están aprendiendo la lección. Queréis capitalismo. Hay que pagar una cuenta. Pero existe un límite para lo que la gente está dispuesta a aceptar. Como dijo Simone Weil en su gran ensayo sobre la Ilíada, “los fuertes nunca son totalmente fuertes, ni los débiles son totalmente débiles”. En estos días, en medio de la inmensa inflación en el precio de las materias primas básicas, el aumento acelerado del desempleo, las perspectivas nulas para los jóvenes, el parasitismo plutocrático en su clímax, todo tiene que caer, como ha sucedido en Túnez y Egipto y sucederá en otros sitios.

Hay un dios que está fracasando –por lo menos en sus pretensiones benignas– y se llama capitalismo.