Mostrando entradas con la etiqueta Mia Couto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mia Couto. Mostrar todas las entradas

jueves, 16 de junio de 2022

_- Mia Couto y la esclavitud africana por culpa de los africanos

_- Por Urariano Mota | 11/06/2022 | Racismo y opresión capitalista


Fuentes: Rebelión / Vermelho (Brasil) [Imagen: El escritor mozambiqueño Mia Couto. Créditos: Vermelho] 

En la Folha de São Paulo, leemos el texto «Los africanos no fueron sólo víctimas de la colonización, dice el escritor Mia Couto». En él podemos ver que «Es necesario mirar a África con su complejidad, incluyendo el margen de culpa que los pueblos de ese continente tuvieron en la propia historia de la colonización. Quién dice que esto es el mozambiqueño Mia Couto». A continuación, el texto reproduce las sinuosas y escurridizas declaraciones del escritor, como «los africanos no siempre han sido sólo víctimas, y la aceptación de este margen de culpa nos dignifica». Porque no nos reduce a objetos en las acciones de los demás. Fue una historia de dominación y genocidio, sí, pero los africanos no siempre fueron objetos pasivos».

Y más del escritor: «La simplificación del continente puede haber ayudado cuando era necesario afirmar que África tenía cultura e historia -los propios africanos hablábamos de una sola África-. Pero luego construimos identidades y voces diferenciadas, somos plurales desde siempre».

Aquí también podemos observar que es posible decir grandes mentiras con verdades parciales. ¿Recuerdan un anuncio antológico de Washington Olivetto, que reconstruía una figura terrible con referencias halagadoras? El vídeo del anuncio hablaba con imágenes en puntos en la pantalla: «Este hombre tomó una nación destruida. Restauró su economía y devolvió el orgullo a su pueblo. En sus primeros cuatro años de mandato, el número de parados bajó de seis millones a novecientas mil personas. Este hombre hizo que el Producto Interior Bruto creciera un 102% y que la renta per cápita se duplicara. Este hombre amaba la música y la pintura. Y de joven, imaginó seguir una carrera artística». Luego, se redujeron los puntos y apareció la imagen de Hitler, para concluir: «Es posible decir una sarta de mentiras diciendo sólo la verdad».

Sin los recursos de un vídeo propagandístico, podemos echar un vistazo más amplio a los puntos de la verdad parcial de Mia Couto. Ahora bien, decir que los africanos vendieron esclavos africanos, y detenerse en este punto como una admisión de culpa, es «olvidar» que este comercio fue estimulado, creado o producido por los colonizadores portugueses, que encadenaron a hombres, mujeres y niños como bestias y mercancías en la mayor migración forzada de pueblos de la historia. Los historiadores hablan incluso de la asombrosa cifra de 100 millones de personas obligadas a abandonar su patria. Es imposible no ver que la trata de esclavos fue la máquina engrasada de la colonización de Brasil. Así, afirmar de forma cándida, a primera vista ingenua, que los africanos tienen parte de culpa en la esclavitud, sería como culpar al trabajador que vende su mano de obra al capitalista. Lo hace, ¿verdad? Lo cierto es que estas cosas se pronuncian como si nada, en un recurso retórico que incluso diría que es fraudulento. Los negros esclavizaron a los negros, ¿verdad? Sí. Pero decir que los blancos llevaron a los negros a vender a otros negros como esclavos es ocultar la cruel explotación de los traficantes de Portugal.

Cuando Mia Couto afirma que «los propios africanos hablábamos de una sola África, pero luego construimos identidades y voces diferenciadas, somos plurales desde siempre», los africanos podrían preguntarse:

– ¿Nosotros, quién, cara-pálida?
De hecho, no es desde hoy que Mia Couto tiene una conciencia avergonzada del papel que sus hermanos colonos desempeñaron en Mozambique. Y de forma oblicua, consciente por tanto del paso que da, elude los crímenes de la colonización en África. Lo comprobé en Recife, cuando vino a dar una conferencia en la UFPE el 24 de octubre de 2012. Allí, Mia Couto, en medio de la amabilidad y la ligereza, habló y construyó una intervención más seria, que, a pesar de la apariencia de convivencia por la paz, me sacudió como un puñetazo en el estómago. Allí, habló:

– He visto que ha anunciado que hablaría aquí sobre Literatura, Identidad y Memoria. Pero no me preparé, no tuve tiempo de prepararme. O me equivoqué, pensando que me esperaba un tema contrario. Creo que sería mejor que hablara del olvido. Para ello me baso en los acontecimientos recientes de la historia del pueblo mozambiqueño. En Mozambique se pensó que era mejor olvidar los traumas de la guerra. Esta era una estrategia para la paz. Para continuar nuestro viaje sin más guerra.

O como publicaron los periódicos de Recife el otro día:
«Con buen humor, el escritor contó que pensaba que el tema de la conferencia era la literatura y el olvido, más que la identidad y la memoria: «He llegado a un punto en mi vida en el que creo que es mejor olvidar que recordar», declaró, citando cómo el proceso de olvido había sido importante para que Mozambique superara la guerra civil que persiguió al país durante 16 años, en el sentido de no aferrarse a viejas rivalidades. Al decir que el pasado era una construcción de lo que la gente inventaba para sí misma, Mia destacó el olvido como vía para la formación de identidades, dejando claro que cada individuo tiene identidades plurales«.

Una frase tan dura, esta de olvidar para conseguir la paz, era más que un puñetazo, eran balas contra un corazón esencial. Introdujo la pacificación entre ofensores y ofendidos después de la guerra. Por eso, cuando se dio la palabra al público, que se esperaba que fuera sólo de admiradores, pedí el micrófono. Entonces me vi obligado a romper el ambiente de convivencia de la reunión en la universidad. Y nervioso, dije más o menos lo siguiente:

– Mia, has dicho que en el proceso de reconstrucción de Mozambique se adoptó el olvido como estrategia de paz. Usted, como escritor, debe escribir mejor que habla. Su frase, olvidar por la paz, es muy peligrosa en este momento en Brasil. Aquí estamos en el momento de la Comisión de la Memoria y la Verdad. No podemos olvidar, Mia. Tenga en cuenta que incluso el olvido, cualquier olvido, no es absoluto. ¿Cómo podemos olvidar los crímenes de la dictadura? Por lo que dices, no habría habido Tribunal de Nuremberg, ni más caza de criminales nazis, porque todos estarían olvidados.

Se produjo un silencio embarazoso en el público.
Luego regresó a Pernambuco para el Fliporto en noviembre. El día 17, asistió a una reunión y habló junto al escritor Agualusa. El auditorio estaba de nuevo lleno. Vi su conferencia en una pantalla grande en el exterior. Y sin previo aviso, Mia Couto volvió al tema de la memoria, aquello que se olvida para conseguir la paz. O como lo tradujo el portal G1:

Durante la conversación, respondiendo a varias preguntas del público, el único punto en el que hubo desacuerdo fue sobre la memoria. Para Mia, existe la posibilidad de que se olvide para evitar errores del pasado. Para Agualusa, hay que afrontarlo de frente. Mia se justifica recordando la Guerra Civil de Mozambique, que duró 16 años y dejó un millón de muertos. «Después, no se volvió a hablar del tema, como una esponja que lo eliminó de la memoria. […] La gente decidió poner la tapa, para que los demonios no volvieran. Ese es un deseo mayor, que era el deseo de paz», comentó. «No hago apología del olvido, pero en el caso de Mozambique fue la solución encontrada. La literatura rescata ese tiempo y puede hacer esa visita sin señalar a nadie ni culpar a nadie», añadió.

En ese momento, el 17 de noviembre, tomé notas en un pequeño cuaderno. Yo escribí:
«La memoria es mujer. Ella no olvida. Mia asume el olvido de Mozambique. Mia es relativista cuando dice que la memoria también recuerda las mentiras. Esta es una tesis muy querida por los medios de comunicación reaccionarios. ‘La memoria de África se basa en estereotipos victimistas…’, dice, como si fuera un portugués avergonzado de su pasado colonial. Mia confirma la conferencia de la UFPE también, cuando hace declaraciones con frases hechas, dignas de un animador. ‘La dictadura de la realidad es la peor dictadura que podemos tener’, dice. La fantasía del distinguido público se vuelve loco».

Ahora, esta semana, vuelve con la ocultación de los crímenes, con la vergüenza de la crueldad colonial, reduciéndola a puntos de la complicidad de los africanos que vendieron a los africanos como esclavos. Ha adelantado su memoria para la paz…. Al final, observo que estas declaraciones, de las que a veces se disculpa, no son un lapsus. Son un sistema. Un sistema de omisión de los crímenes de la colonización portuguesa en África. El mundo civilizado debería protestar contra la nueva historia de esa infamia.

Urariano Mota es escritor, autor de la novela A mais longa duração da juventude, aún sin traducción al castellano.

Traducción: el autor.

Fuente: https://vermelho.org.br/coluna/mia-couto-e-a-escravidao-africana-de-culpa-dos-africanos/

viernes, 21 de octubre de 2016

Entrevista a Mia Couto, escritor mozambiqueño, blanco y luchador por la independencia. “Entré al Frelimo porque precisaban la poesía”

Página 12

Sus libros fueron traducidos a 20 idiomas y ha sido premiado en Brasil, Portugal y Estados Unidos. Era un blanco de 17 años cuando ingresó a la guerrilla independentista de su país.


Tranquilo, pausado, reflexivo. Así responde Mia Couto, escritor mozambiqueño y una de las personalidades más reconocidas de África en el mundo. Sus libros, escritos en el portugués que se habla en las calles de Mozambique, fueron traducidos a 20 idiomas y premiados en Brasil, Portugal y Estados Unidos. Antes de volcarse a la literatura, luchó por la independencia de su país junto al Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) y ejerció el periodismo. En sus poemas, cuentos y novelas mezcla el universo tribal africano, los estragos de la guerra y el cuestionamiento a las convenciones culturales heredadas de la colonia. En diálogo con Página/12, Couto expone sus recuerdos de la infancia, los mundos que lo formaron y los retos de una joven nación que busca su rumbo mientras se enfrenta a fantasmas conocidos que aún la siguen acosando.

–¿Qué significa Mozambique para usted? 
 –Mozambique es una mezcla de algo que ya es y una cosa que va a ser, de algo antiguo con un proyecto. Nació hace cuarenta años como una nación única, olvidando que existían otras naciones. Dentro de su territorio había pueblos que tenían sus propias lenguas y sus propias historias. Mozambique es ya un Estado, pero busca crear una nación alrededor de esas naciones.

–La convivencia entre blancos y negros ha sido históricamente traumática en el África austral.
 ¿Cómo es haber nacido y crecido en Mozambique como un hombre blanco?
 –Por mucho tiempo estuve distraído, me había olvidado de mi propia raza, que es un privilegio. La colonización portuguesa también fue racista y violenta, a pesar de tener una historia diferente a la de los otros colonialismos. Pero nací en un tiempo en que el gobierno de Portugal buscó esconder esta discriminación creando una camada que se conoció como los asimilados, africanos considerados portugueses de piel negra. La sociedad colonial dependía de la propia supervivencia y ellos eran pensados como un tapón para la revuelta que ya estaba presente. Además servían como gestores de la maquinaria colonial. Portugal tenía un imperio grande pero era un país pequeño y pobre. Era casi un colonizador periférico. La presencia de esos asimilados estaba en los lugares donde nací y donde crecí, estuve en contacto con ellos. De chico aprendí una lengua africana y conseguí colocar un pie en un mundo y un pie en otro, sin ninguna dificultad en particular. Pero no era así de común para los hijos de los colonos. África estaba apartada, era una cosa oscura, salvaje, aunque nunca hubo una política oficial de separación como fue el apartheid. Otra cuestión diferente era la tierra. En Zimbabue, Sudáfrica y Namibia el apartheid no era sólo un tema de razas, sino también de tierras. Por lo tanto los negros fueron arrancados de sus lugares para concentrarlos en los llamados bantustanes. Eso nunca ocurrió en las colonias portuguesas, donde los conflictos raciales parecían suavizados, si bien las buenas tierras estaban en manos de los blancos, pero no separadas de esa forma, geográficamente, con la expulsión de los negros a otros lugares.

–Usted militó en el Frelimo.
¿Cómo fue aceptado un hijo de colonos portugueses en un movimiento liderado por negros que luchaban por la independencia?
 –Tenía diecisiete años cuando me uní al Frelimo. Era una cosa clandestina, subterránea. Recuerdo que fui a un encuentro en los suburbios, de noche, algo que hoy no podría volver a hacer, aunque en mi memoria siempre estoy volviendo a ese lugar. Era una casa sin luces, con cuarenta personas. Yo era el único blanco. En la mesa, donde había una suerte de jurado, se decidía quién podía ser aceptado como integrante. Aquellos hombres contaban sus historias, era como una prueba, una narración de su sufrimiento, una cosa medio cristiana. Vi ese desfile de hombres que había sufrido el hambre, el frío, la prisión y la tortura. Y yo no había padecido nada, era un privilegiado. Pensaba decir que había sufrido porque vi sufrir a los demás. Pero fui el último en ser presentado y no logré decir nada. Uno de los hombres en la mesa me preguntó si yo era el joven que escribía poemas en el diario. Me dejaron entrar porque decían que precisaban de la poesía. Nunca sentí en esos tiempos de militancia alguna cosa que me separara de los negros o que les generase desconfianza. Después me di cuenta de que si hubiese querido combatir con un arma en la mano, como en una guerrilla, no habría sido aceptado. Dentro del Frelimo había una línea no racial, pero también otra de definición racial, que sostenía que no se podía confiar en los blancos al punto de darles un arma, porque eso los obligaría a enfrentarse con los blancos que luchaban del otro lado. Y en el momento que eso ocurriera no se sabría qué consecuencias tendría.

–La cuestión racial pesaba más que la ideológica.
 –Era un discurso falso. También se decía que los blancos no podían estar en la lucha armada porque si morían serían presentados por los portugueses como rusos, lo que probaría que el movimiento era conducido por la Unión Soviética. Había tensiones entre las distintas líneas dentro del Frelimo, donde estaban aquellos que ponían la cuestión racial sobre lo ideológico. Hoy en día la cuestión racial tiene un peso mucho menor en Mozambique que en Sudáfrica o Zimbabue.

–En su libro Tierra sonámbula está presente la guerra civil, que comenzó en 1977 y terminó en 1992, con consecuencias devastadoras para su país.
¿Escribir esa novela era una forma de exorcizar lo vivido o de denunciar lo ocurrido en ese enfrentamiento? 
 –Exorcizar. Fue el único libro que sufrí al escribirlo. Escribo porque me gusta. Tuve colegas y amigos que murieron de manera terrible. No era el caso de personas que murieron por una bala. Murieron dentro de autos que fueron incendiados. Durante un tiempo pensé que no era posible escribir un libro sobre la guerra, salvo cuando la guerra terminase, porque no tenía la fuerza para hacerlo. Después me di cuenta de que era una cuestión de supervivencia. Sentí que mis muertos me pedían que escribiera sobre lo ocurrido, para poder respirar y sobrevivir. De noche recordaba y quería parar de escribir, casi que rezaba para no recibir más inspiración.

–¿Qué recuerda de esa guerra?
 –Fue una guerra muy larga. Salíamos de casa todos los días, sin saber si tendríamos para dar de comer a nuestros hijos. Encontrábamos una fila pero no sabíamos qué se distribuía. Como no podíamos estar toda la mañana, dejábamos una canasta con una piedra encima. Ibamos a trabajar, volvíamos, y la piedra estaba en el mismo lugar. Respetaban el lugar, respetaban al otro. Eso nos daba algo de esperanza. Si esto dura una semana o un mes, ya es mucho. Pero fueron años así.

–¿Los portugueses ya habían dejado Mozambique?
 –Ya se habían ido casi todos en los primeros años. Mozambique tenía casi 250 mil portugueses. No eran tantos como en Angola, pero permanecieron entre 20 y 25 mil. Al ser una salida precipitada, y como ellos dominaban la economía y el Estado, fue un problema. A los 20 años dirigí el diario del gobierno, algo que no podía hacer bien. El futuro de toda una generación fue sacrificado. Muchos amigos míos, negros, blancos y mestizos, dejaron de estudiar para ejercer cargos de dirección. Fue un momento muy bonito porque los mozambiqueños se encontraron. En los primeros años era una cosa épica, íbamos a construir un país, un futuro, como si fuese posible cambiar el mundo entero. Había un proyecto político e ideológico bien claro, con muchos errores, que ahora son más fáciles de ver, pero con mucha exaltación.

–Nadine Gordimer y J. M Coetzee, por ejemplo, trataron en muchos de sus libros la realidad sudafricana durante el apartheid.
¿Cree que los escritores africanos se sienten obligados a exponer temas sociales ante la falta de instituciones fuertes o de poderes que fueron monopolizados durante un largo tiempo por pequeños grupos? 
 –Los escritores africanos asumieron muchos rótulos. Primero por una razón de orden político, porque se esperaba que asumieran ese papel de denuncia, de afirmación de un continente que fue negado, de una cultura y de una raza que fueron negadas. Después fue un rol más étnico, más exótico. Se esperaba que los africanos trataran temas como la magia y la relación con la naturaleza, como si lo africanos estuviesen más cerca de la naturaleza que de la cultura o la humanidad. Eso creó un círculo, porque sabían que en Europa se los publicaría si daban cuenta de esa autenticidad. No eran auténticos africanos si no hablaban de determinadas cuestiones. Infelizmente, la literatura africana depende de la valoración de las ex capitales coloniales, como Lisboa para la lengua portuguesa o Londres para la lengua inglesa. Si la escritura africana pasa la prueba, entra en el mercado. Ahora estamos en una época más feliz, porque los escritores más jóvenes están rompiendo con eso que se espera que ellos hagan. No están tan preocupados por reafirmar su africanidad. Ella aparece naturalmente.

–El portugués es el idioma oficial de Mozambique, pero no es la lengua materna de la mayoría de los mozambiqueños.
¿Esta realidad condicionó la recepción de su obra?
 –De alguna manera sí. Pero también hay que tener en cuenta que existen 25 lenguas en el país y que muchas no se comunican unas con otras. Si escribiese en otra lengua debería enfrentar el problema de la traducción. Lo que pasa ahora es que el propio portugués de Mozambique está cambiando, se está africanizando y está siendo apropiado. Por otro lado, cada vez más mozambiqueños están tomando el portugués como lengua materna. En ciudades como Maputo, casi la mitad habla el portugués. Cuando los portugueses se fueron con la independencia, había un 90 por ciento de analfabetismo, y en Maputo, donde se concentraba la mayoría, el portugués era la lengua materna del uno o del dos por ciento de la población. Está cuestión de trabajar el portugués como una lengua propia de la nación mozambiqueña fue cosa de la independencia. El recuerdo de los mozambiqueños no debe ser el mejor: los portugueses destruyeron casi todo cuando partieron de Mozambique. Mucha de la infraestructura fue destruida como forma de venganza. Pero no tanto en Mozambique como en Angola, porque en Mozambique casi no había infraestructura. Era una economía de servicio, no había producción propia.

–La comunidad de países lusófonos es pequeña.
¿Qué papel juegan Brasil y Portugal en el imaginario mozambiqueño?
 –La situación es muy distinta en Cabo Verde, Santo Tomé, Guinea Bissau o Angola. En Angola, la mayoría de la población habla el portugués como lengua materna. Más de la mitad de la población vive en Luanda, la capital. Es una situación de concentración extrañísima. Luanda es como un país aparte, con sus propias características lingüísticas. En Mozambique hay relaciones de distinto tipo. Los vínculos literarios están más cerca de Brasil. Mi generación, y la anterior y la posterior, conocieron Brasil a través de Jorge Amado, Graciliano Ramos y todos esos nombres. No es algo menor. Brasil era lo que nosotros queríamos ser, porque ya había retirado a Portugal de su lengua. La lengua era portuguesa pero logró afirmarse con una identidad propia. En el caso de Jorge Amado era la presencia del negro, de las comidas, del baile, de los dioses. Era como si estuviese escribiendo dentro de Mozambique. Su literatura era catártica. Portugal sigue teniendo un gran peso en el fútbol. Todos tienen un equipo en Portugal como si fuera propio. Ahora ya comenzó a cambiar con el Barcelona y el Real Madrid. La relación culinaria también es muy fuerte entre los pequeños grupos de elite de urbanos asimilados.

–¿Cuándo dejó de ser António Emílio y pasó a ser Mia?
 –Cuando tenía dos años, según mis padres, pensaba que era un gato. De chico vivía en una casa colonial típica y siempre llegaban gatos al balcón. Mi madre les daba de comer y yo comía con ellos. Entonces quería ser llamado Mia y quedó. Mis padres validaron esa elección, porque vieron en eso algo gracioso y entendieron que yo tenía derecho a encontrar un nombre para mí.

–Usted afirmó haber sido influenciado por el realismo mágico latinoamericano.
¿Se le ocurre algún paralelismo entre África y América latina?
 –Hay un enfrentamiento entre aquellos que quieren construir en África y en América latina una Europa tropical, a partir de un centro que serían las potencias coloniales, y una resistencia del lado de las culturas y los pueblos indígenas. La efervescencia de ese conflicto tuvo algo que para mí fue muy productivo, porque ahora existe un enfrentamiento entre lógicas, entre universos íntimos, cósmicos, entre religiosidades diversas. Esa vitalidad llegó a la literatura y golpeó la puerta de los escritores, que en determinado momento pensaban que el modelo europeo era el único para hacer literatura. Escritores como Juan Rulfo, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez abrieron las puertas a esas voces, a la oralidad, a esa otra vitalidad que estaba presente. Lo mismo ocurrió en África, donde hubo cierta aceptación de esa diversidad. Pero me opongo a ese rótulo de realismo mágico porque toda realidad es mágica. Muchos escritores americanos y europeos trabajan el mismo campo, se permiten cuestionar la realidad. Creo que fue algo que se precisó caracterizar para poder ser comprendido.

–Entre los pueblos africanos el relato oral está mucho más extendido que el relato escrito.
¿Incorpora esta tradición al momento de escribir sus novelas?
 –Desde chico que estoy acostumbrado a escuchar mientras leo. Cuando me apasiono con un texto tengo dificultad para leer, porque me veo obligado a volver a las páginas, una y otra vez. Se abre una ventana para las voces contenidas. Lo mismo me pasa con la poesía, que es más permisiva, que autoriza este tipo de escuchas. No es que la oralidad sobrevive en Mozambique, sino que es dominante. Es la que crea lazos de entendimiento, la que cohesiona a la sociedad. De la misma forma que García Márquez describió Colombia, los escritores mozambiqueños reciben de la oralidad toda esa inspiración. Algunos tienen más presente que otros la oralidad de esa sociedad rural. En mi casa también era dominante, porque soy hijo de inmigrantes y mis padres siempre contaban historias. Vivíamos solos, no conocíamos a nuestros abuelos.

–¿Cree que a través de su obra literaria ha logrado mostrar o crear una identidad mozambiqueña?
 –No necesariamente un escritor trabaja en reflexionar o crear, sobre todo porque Mozambique está lleno de interdicciones en la memoria. Hay olvidos que son provocados. Si uno viajaba a Mozambique después de terminada la guerra, en 1992, nadie hablaba del asunto, era como si nunca hubiese ocurrido. Era un tiempo prohibido. Nadie quería recordar eso, así como tampoco la guerra colonial ni la esclavitud. En el ejército portugués la mayoría de los soldados eran mozambiqueños negros, cerca de 60 mil. Cuando terminó la guerra de independencia nadie quería pensar en eso, porque esas familias tenían redes enormes y querían evitar una situación de conflicto. Ahí la literatura cumple un papel, porque invita a rescatar ese tiempo de una manera que no culpabiliza, y transforma ese sentimiento de amnesia, de rechazo, en una visita que ayuda a re humanizar al otro. A construir un país.

–¿El periodismo fue más un compromiso militante?
 –Me mandaban a hacerlo. En ese momento interrumpí mis estudios de medicina. Soñaba con ser psiquiatra. En segundo año, cuando me uní al Frelimo, me necesitaban como periodista. Incluso en tiempos de dictadura fui infiltrado dentro del diario. Me gustó mucho trabajar como periodista. Mi padre también lo había sido. Cuando hacía reportajes o entrevistas era muy feliz. Pero después me convertí rápidamente en director del diario, lo que fue una tragedia. Además en 1985, aproximadamente, me di cuenta de que había un divorcio entre la narrativa política y la propuesta política. Me decepcioné un poco de la que era mi propia causa. Todavía siendo militante me fui del diario.

–¿Sigue identificado con el Frelimo?
 –En cierto momento, cuando uno es miembro de un partido, ve el mundo de una forma poco crítica. Uno cree que está siempre del lado correcto de la historia. Me parece que la realidad es mucho más compleja que la realidad mágica detrás de una fuerza política. Entonces decidí ser simplemente una persona y no un militante.

–¿Se lo perdonan en el Frelimo?
 –El Frelimo a veces piensa que aún soy parte de él. Tengo una exposición pública, es decir, me presento en conferencias, colaboro con diarios, tengo actividad en universidades. Y tengo también una posición política. Pero no ataco a personas. Lo que quiero es cuestionar ideas, tendencias, comportamientos. No me consideran peligroso. Mozambique ha pasado de ser una colonia a un país soberano. Ha atravesado una guerra civil y ha logrado rencauzar su economía.

–¿Cuáles son los desafíos más urgentes que enfrenta hoy en día?
 –En primer lugar, la paz. La guerra recomenzó a escala reducida. Los mismos bandos de la guerra civil están luchando ahora mismo. La Renamo (Resistencia Nacional Mozambiqueña, opositora al Frelimo) está atacando desde hace unos meses autos, escuelas, hospitales, matando personas, tal como en la guerra civil. Comenzaron nuevamente las conversaciones de paz. La Renamo quiere gobernar en las partes de Mozambique donde obtuvo más votos. Mozambique fue un caso ejemplar. Fuimos capaces de construir una paz verdadera, de reconciliarnos, después de aquel trauma que duró dieciséis años. Y de repente tenemos la guerra a las puertas de casa. Esa es la urgencia principal, porque tiene consecuencias en la ciudadanía, en nuestra esperanza y en la economía, porque nadie invierte en un país en guerra.

–¿Es optimista respecto a África? 
 –Soy un pesimista con esperanza. Ahora con esta gran crisis del capitalismo financiero, las cuestiones de orden tribal, los conflictos fronterizos, la desigualdad social profunda que casi todos los países tienen, van a tornarse dominantes en un momento en que África comenzaba a encaminarse. Países con una buena economía, que estaban tratando de reintegrarse, que tenían una buena asistencia social, con servicios de salud y educación creados por primera vez con seriedad, van a atravesar una crisis. África estaba intentando salir de su herencia colonial. No se vienen tiempos felices.

Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-311947-2016-10-17.html