"A la vez que renunciaba a un encuentro bilateral, el ejército francés organizó una operación militar con el objetivo de cerrar Laos a las tropas Vietminh. Esperaban dar una lección a las tropas del entonces ministro de Defensa de la RDVN, el general Giap. Los franceses atrincheraron 18 mil hombres en el campamento montañoso de Dien-Bien-Phu. El plan era sencillo; atraer al enemigo, derrotarlo y cortar definitivamente su expansión a Laos. Pero el gato se convirtió en ratón. Giap movió astutamente 33 batallones de infantería, 6 regimientos de artillería y uno de ingenieros. Sin darse cuenta los franceses estaban rodeados por 50 mil guerrilleros, además de otros 20 mil repartidos a lo largo de las líneas de comunicación. El 13 de marzo de 1954 comenzó el asalto. Los franceses aguantaron durante dos meses, pero el 7 de mayo se consumaba el desastre; rendición incondicional. Un testigo presencial de la batalla lo describió así: "Salían correctamente formados, hombres con la mejor disciplina de Saint-Cyr. Incluso sus botas relucían al brillo del Sol, como indican las ordenanzas. No se alteraban sus formaciones con la marcha. Las armas automáticas respondían al catálogo de última hora en el mercado. Parecía un ejército al que había de pasar revista un general recién llegado. Después, se hicieron cargo de la plaza los vencedores: eran hombres desarrapados. Casi desnudos. Sucios, por supuesto. La suciedad era su único signo de uniformidad. Hombres famélicos, con armas inconcebibles. Nadie podía imaginar que estos, y no los perfectamente disciplinados hombres de Francia, eran los vencedores" (Pablo J. de Irazazábal, USA: El síndrome de Vietnam, pág. 10). Citado en Vietnam A 30 años de la derrota imperialista.
Como escribe la cineasta y escritora egipcia-estadounidense Suzy Kassem en nuestro sitio:
“Un ser humano tiene un límite de lo que puede aguantar si se le niegan sus derechos básicos como ciudadano de la tierra, o se le venden a un precio elevado. Cuando hay que pagar por el agua potable, un estrable que no se derrumbe, un utilitario que cuesta el doble debido a los impuestos y tiene que tolerar sobornos y corrupción a todos los niveles sólo para recibir el correo, pagar una cuenta, obtener un documento, comprar el pan o abrir un negocio, el agua acaba hirviendo y silba muy fuerte. Y Egipto finalmente silba a su capitán diciéndole que ya basta”.
Ahora estamos en 2011 en medio de los escombros de esas teorías, tres décadas de neoliberalismo y “reestructuración” a la fuerza. Los antiguos satélites soviéticos también están aprendiendo la lección. Queréis capitalismo. Hay que pagar una cuenta. Pero existe un límite para lo que la gente está dispuesta a aceptar. Como dijo Simone Weil en su gran ensayo sobre la Ilíada, “los fuertes nunca son totalmente fuertes, ni los débiles son totalmente débiles”. En estos días, en medio de la inmensa inflación en el precio de las materias primas básicas, el aumento acelerado del desempleo, las perspectivas nulas para los jóvenes, el parasitismo plutocrático en su clímax, todo tiene que caer, como ha sucedido en Túnez y Egipto y sucederá en otros sitios.
Hay un dios que está fracasando –por lo menos en sus pretensiones benignas– y se llama capitalismo.
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