domingo, 13 de febrero de 2011

Una inmensa alegría

Hoy nadie puede dar lecciones a los rebeldes egipcios. Que se callen los cínicos, los agoreros que piensan que todo está siempre atado y bien atado, los expertos que nada previeron y los turistas que solo querían ver monumentos. La multitud egipcia nos ha desbordado a todos. Desde Hosni Mubarak al mismísimo Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, ese que acaba de tomar las riendas del Estado, que no del poder, que de momento continúa en la calle. Pasando por los gobiernos occidentales, cuyas declaraciones suenan tan huecas y oportunistas como las del depuesto presidente. Y sus rostros, igual de acartonados.
Que se callen los aguafiestas, los vendedores de resignación que desean que venga la resaca cuanto antes. Es la hora de la celebración, del júbilo, de la algarabía. De recobrar una autoestima que había sido pisoteada. De compartir con el resto del mundo, no sólo con los hermanos árabes.
Egipto no cabía en una plaza. Y así fue. En los últimos días los egipcios salieron a las calles en Alejandría, Damanhour, Mansoura, Suez y Port Said. Pero la exigencia de un cambio también se extendió a las ciudades sureñas de Assiut, Luxor, Aswan, y a lugares donde nunca irán los periodistas, como el oasis de al-Kharga, a 500 kilómetros al suroeste de el Cairo, donde arrasaron la comisaría y las instalaciones del gobierno. En los últimos días se sucedieron las huelgas y protestas en los centros de trabajo: desde los trabajadores textiles de Kafr al-Dawwar, Helwan y Mahalla -como en 2008- a los trabajadores de la Autoridad del Canal de Suez, uniéndose a los jóvenes precarios y sin empleo. La punta de un iceberg que se venía formando desde hacía años. Algunas estimaciones elevan a dos millones el número de trabajadores egipcios que llegaron a participar en más de tres mil acciones colectivas, un 40 % de ellas en el sector privado. La libertad solo es posible desde lo común, desde aquello que hace posible una vida digna. Y las vidas de los egipcios se han transformado en estos días de euforia.
Harían bien en medir mejor sus palabras quienes, como el célebre empleado de Google Wael Ghonim, hablan con muy poca fortuna de "misión cumplida" y piden que los egipcios vuelvan a trabajar para "desarrollar el país". En la misma línea, el escritor Alaa El Aswany afirmó que "la gente que está en la calle no hace política, sólo quieren liberar a su país." Pero si Tahrir representa el principio de algo es porque los egipcios decidieron ocupar el espacio público y desde allí apropiarse de la política. Su alegría es una alegría constituyente.

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/una-inmensa-alegria

Peores, imposible



Escribo en la mañana del día de la manifestación del millón de almas en El Cairo. Nunca he sentido como ahora la mudez de estas casi dos semanas que me separan de quienes lean esto. Oscuridad, silencio. Pero por muchas cosas que hayan ocurrido, sin duda ustedes recordarán las imágenes de estos días. El Nilo por la noche, con las luces justas, apagadas las cenefas turísticas, mudas las cancioncillas del jolgorio, vacías las embarcaciones, abandonada la escenografía que acoge al extranjero en su rápido tránsito. Lo que este inminente futuro traerá a los egipcios es un misterio de la esfinge para mí. Deseo con todas mis fuerzas que haya ido bien, es decir, que la voluntad de un pueblo que ha sabido ser valiente se cumpla. Y que a estas horas Mubarak se encuentre con su cirujano plástico jugando al mus en una celda de alta seguridad, para mayor beneficio de la ética y, de paso, de la estética.
Hay algo que perdurará, suceda lo que suceda. La vergüenza occidental. La poca vergüenza, para ser exactos. De la Unión Europea, sobre todo. Porque uno lo espera todo de cualquier Gobierno de Estados Unidos, tan anexionado por Israel, en relación con los países árabes, y con sus lobbies prorrégimen egipcio en Washington, recibiendo sobornos para que las autoridades le proporcionen subvenciones de las que los mubarakianos vivieron (y viven) tan ricamente, y con las que pueden pagar dichos sobornos.
Pero qué chasco –otro– con la vieja Europa. Qué bochorno. Qué senilidad moral. Qué podredumbre.
A nuestro alrededor no hay más que momias. El panorama político de la Europa actual es un geriátrico, con perdón de los geriátricos de verdad y de sus dignos ocupantes. Un viento de vejez, de vetustez, nos recorre y nos cubre, y nos convierte en la estatua del comendador de un banquete en el que las personas normales queremos sentarnos. Cuánto silencio, cuánta complicidad.
Cuánta basura. Las desaseadas calles cairotas son un lujo para el caminante, comparadas con los senderos estrechos del espíritu comunitario europeo. Rezuman cobardía, insensibilidad, pacatería, miseria humana… Miseria del corazón, de los sentimientos. Sus mentes son estrechas, astutas, egoístas.
Lo de geriátrico lo decía, además, porque toda esta gentuza a la que tan bien pagamos –y ello incluye a lady Ashton, que es joven, pero solo por fuera– desprende un pestazo a fiambre similar al de Mubarak (quien, por cierto, a horas de hoy sigue en su lugar; ojalá lo echen y estén ustedes celebrándolo). Aun en el caso de que contemos entre los gobernantes y dirigentes y magos de las finanzas a lo más pimpollo (Durão Barroso, Zapatero, Merkel, Sarkozy, la susodicha Ashton…), el peso de la edad de Berlusconi cae como una losa sobre la media resultante... Seguir leyendo a Maruja Torres, en El País.

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