El holandés Harm Schepel es profesor de Derecho Económico de la Universidad de Kent e imparte clases en Bruselas en una de las muchas sedes que este prestigioso centro británico tiene por el mundo. Schepel, en cuyo currículum se incluye una estancia en la Universidad de Oñati (Guipúzcoa), es una de las pocas voces académicas en alzar la voz sobre el denominado ISDS: el sistema de arbitraje de conflictos entre empresas y estados incluidos en los tratados bilaterales, que actualmente se negocia en el acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y Europa, más conocido como TTIP.
Schepel, una autoridad en el campo de la regulación bilateral que colabora frecuentemente con Los Verdes, aunque también con otros partidos en el Parlamento Europeo, recibe a eldiario.es en su despacho, pegado a la Universidad Libre de Bruselas. Mantiene una posición crítica sobre el TTIP y ve innecesario cualquier tribunal de arbitraje “entre dos zonas con parecido nivel de desarrollo”. “Los documentos hasta ahora publicados son muy vagos, y eso dificulta nuestro análisis sobre el TTIP y los ISDS”, lamenta.
-¿Necesitamos un sistema de arbitraje para regular las disputas entre inversores y Estados en el TTIP?
-Pues depende. ¿Por qué lo necesitaríamos y para qué? Originariamente estos tratados son instrumentales y su lógica es dar mayor seguridad a los inversores que comprometen dinero y recursos en países en vías de desarrollo, con gobiernos inestables, inseguridad jurídica y esas cosas. Pero el valor instrumental del sistema de arbitraje inversor-Estado [el citado ISDS, de sus siglas en inglés] entre la UE y Estados Unidos carece de sentido. Ya se produce una inversión de alrededor de un billón y medio de dólares entre ambos lados del Atlántico. Si preguntamos a cualquier persona de negocios de una de las dos áreas si dejaría de invertir en Europa o América porque no hay ISDS, nadie de las que yo conozco respondería con un “sí”.
-Hay un ‘boom’ de este tipo de sistemas de arbitraje en el mundo, y no solo entre países pobres y ricos. Entre Canadá y EEUU, sin ir más lejos.
-Pero recuerde que el ISDS no es solo con Canadá sino también con México, y se incluye dentro del NAFTA [Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte]. El arbitraje en el NAFTA no se firmó por Estados Unidos o por Canadá: se firmó para contener la tradición revolucionaria que tiene México. Lo gracioso aquí es que tras la firma se dispararon los litigios entre EEUU y Canadá, algo que no estaba previsto.
-La tendencia global a aplicar los ISDS es creciente, en cualquier caso.
-Así es. Hay un tratado ya listo entre la UE y Canadá, y ahora negociamos este capítulo con Estados Unidos. Pero la cuestión permanece: ¿necesitamos este sistema de arbitraje? La respuesta es que no lo necesitamos ni para incrementar las inversiones. Tenemos sistemas legales muy bien desarrollados y gobiernos más o menos estables.
-Algunas patronales europeas dicen que el ISDS protegerá mejor la inversión privada.
-Efectivamente, ese es otro argumento. Los inversores a veces se quejan de discriminación y maltrato jurídico, sea esto cierto o no. Pero aquí la pregunta es otra: ¿por qué proteger a los inversores y no a los trabajadores europeos y norteamericanos, por ejemplo? ¿Por qué no preocuparnos por ellos antes que de otros colectivos?
-¿Qué les puede pasar a los servicios públicos con el ISDS?
-Algo muy peligroso. De haber una demanda ante un tribunal de arbitraje contra, imaginemos, una empresa que gestione recursos públicos, automáticamente la demanda saldrá fuera del país hacia una especie de tribunal autónomo ‘subcontratado’. Donde normalmente un juez emite un dictamen equilibrado entre el interés público general y los derechos de propiedad individual, con el ISDS un tribunal de arbitraje cuida más por lo general los derechos de propiedad de los inversores. ¡Y no porque los tribunales de arbitraje estén compuestos de malas personas! Es que así es como trabajan, sin hacer de contrapeso entre la protección de las inversiones, por un lado, y el interés público, los servicios públicos o el medio ambiente, por destacar tres campos.
-¿En qué escenarios los servicios públicos se verían amenazados frente a los inversores?
-Un ejemplo: el Gobierno español se ha visto obligado casi por la fuerza a recortar su política de subvenciones a las renovables por los problemas presupuestarios. En esta clase de políticas siempre juegan varios intereses, que pueden ser medioambientales o sencillamente el interés de la gente cuyo dinero ha estado financiando esta clase de energía ecológica. Pero ahora además entra en juego el interés del inversor. Y en el momento en que un Estado retira las subvenciones, el inversor puede decir: ‘Miren, yo invertí en las renovables en España contando con las ayudas otorgadas por el Gobierno. Sin ellas yo no habría invertido y mi cuenta de resultados será muy diferente’.
El Gobierno de España, para bien o para mal, tiene sus propios intereses, y ante un caso así buscaría un equilibrio entre la protección jurídica y el interés general. Pero el inversor puede acudir al tribunal de arbitraje, alegar que la retirada de las subvenciones alteró su cuenta de resultados y forzar al Estado a pagar para cubrir sus pérdidas. ¿Exageración? Bueno, es que esto funciona así.
-¿Quién compone el tribunal de arbitraje?
-¿Sabe cómo funciona el ISDS? Hay un litigio entre el inversor y el Estado receptor. Y ese litigio, si lo establecen los tratados, puede resolverse por la vía del arbitraje: el inversor nombra un árbitro, el Estado nombra a otro y la clave reside entonces en quién será el tercero, a su vez presidente del tribunal. Hay varias salidas: un árbitro nombrado de mutuo acuerdo por ambas partes o, la solución más típica, alguien nombrado por una de las autoridades de arbitraje existentes. Una de estas autoridades bien podría ser el Centro Internacional de Arbitraje de Diferencias Inversor-Estado, perteneciente al Banco Mundial.
-¿Y de dónde proceden los árbitros?
-Gran cuestión. No son tantos. Es verdad que hay centenares de personas que han trabajado para un tribunal de arbitraje, pero la Corte de Arbitraje la forman medio centenar de expertos aproximadamente. ¿Quiénes son? Bueno, yo diría que una mayoría posee gran experiencia en arbitrajes comerciales, habiendo pasado muchos de ellos por la Cámara Internacional de Comercio, que está en París. Estos expertos están bregados en el arbitrio de las diferencias contractuales entre empresas privadas, que no estados. Por ejemplo, si hay un litigio entre una firma española y una china la empresa española no acudirá a la Justicia china porque no entenderá nada. Probablemente tampoco busque Justicia en España a un problema ocurrido en China, porque llevará mucho tiempo y dinero. Así que lo mejor es elegir un actor neutral, un árbitro que agilice las cosas.
-Expertos en litigios entre partes privadas cuyo poder aumenta con los tratados bilaterales.
-No todos, pero muchos proceden de ahí. Muchos pasan de interpretar las normas del Comercio Internacional en litigios que enfrentan a dos empresas a servirse al Derecho Público Internacional para arbitrar los conflictos empresa-estado. Hay una sagrada diferencia entre ambas jurisdicciones, si bien el procedimiento técnico de arbitraje es similar en ambos casos. Otros son abogados internacionales, académicos, ex miembros de la Corte de Justicia… Se dan casos perversos, aunque ciertamente exagerados en ocasiones porque no son tantos: algunos de los árbitros son también abogados internacionales en activo amparados por la ley. Así que pueden darse conflictos en los que una persona una vez sea juez y otra vez sea parte.
Pau Collantes eldiario.es
Fuente original: http://www.eldiario.es/economia/TTIP-inversores-trabajadores-Europa-EEUU_0_367464051.html
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viernes, 27 de marzo de 2015
domingo, 15 de agosto de 2010
Apostasía
... Lo que me gusta del verano es que, con la modorra, se reduce la actividad social y uno se encuentra, de repente, con bastante tiempo para leer. Acabo de terminar, con algo de retraso, el ensayo que publicó Umberto Eco sobre la fealdad (Historia de la fealdad, Lumen 2007) y, más allá de los méritos que pueda tener el texto, me ha llamado la atención el que no ha quedado resaltado con suficiente fuerza algo que para mí es una evidencia: que se puede considerar al conjunto del arte contemporáneo, con muy pocas excepciones, como una apología de la fealdad.
Lo que supone el arte contemporáneo es, básicamente, una inversión radical de valores estéticos; un repetir, con las brujas de Macbeth, lo que es feo es bello, lo que es bello es feo (la frase también se cita en el libro). Si alguien tiene alguna duda, no tiene más que entrar en cualquier museo consagrado al arte contemporáneo y hacerse esta pregunta: ¿cuántas de las obras aquí presentes puedo considerar realmente bellas?
Eso nos llevaría a un cuestionamiento sobre la propia noción de belleza que todos los defensores de lo contemporáneo retorcerán hasta convertirla en su contrario. Pero no, no valen bellezas convulsas, ni tampoco bellezas diferentes. Por una vez me refiero sencillamente a ese ideal clásico, forjado por valores como la armonía, la simetría y la economía de medios, que siempre ha guiado al buen gusto. Y la respuesta, si uno es sincero consigo mismo, será finalmente: muy pocas o prácticamente ninguna.
...No pretendo hacer valoraciones, sino establecer una evidencia: que hoy en día el sentido de la belleza está prácticamente ausente de la producción de la mayoría de los artistas.
Una vez aclarado esto, uno puede echar un vistazo a su alrededor y constatar que el panorama es absolutamente desolador. La transgresión, que puede ser una virtud cuando la norma impera, acaba siendo mera tontería y mero sinsentido cuando se convierte en la norma. Y para constatar que es así, no hace falta irse muy lejos. Casi todos los artistas en cualquier coloquio repiten hoy en día el credo posmoderno: que hay que alejarse de los cánones clásicos; que el rol del creador es innovar y romper tabúes.
Pero, ¿qué queda por hacer de nuevo, que no se haya intentado ya mil veces? ¿Y qué tabúes quedan por romper que no hayan sido rotos? La respuesta, una vez más, es que prácticamente ninguno. Y yo, que por otra parte soy el primero en defender que el arte debe ser un territorio de libertad absoluta, me encuentro últimamente hastiado y aburrido por esta imperante normativa artística que nos impele a ser cuanto más asquerosos y más hirientes y transgresores mejor.
En definitiva, creo que ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Yo no sé si lo podré hacer, y seguramente la mayor parte de la gente que ha crecido conmigo en este caldo ideológico/estético finisecular tampoco; y desde luego no animaré a quien tenga el odio metido en el cuerpo a no dar rienda suelta a sus pulsiones más destructivas, si eso le ayuda como terapia (el arte, a fin de cuentas, tiene que estar al servicio en primer lugar de los artistas). Pero sí animo a los creadores jóvenes a tomar conciencia de la nueva situación y a posicionarse, con pleno conocimiento de causa, en el panorama actual. Y sobre todo, en unos momentos como estos, a no repetir como papagayos las cada vez más manidas premisas posmodernas.
Antes de escribir una Historia de la fealdad, Eco escribió una Historia de la belleza. Y estoy convencido de que, al final de sus días, hasta un posmoderno incorregible como él, cuando mire atrás preferirá recordar todo lo que encontró hermoso, y no todas las fealdades contemporáneas. Leer más. José Ángel Mañas, Babelia 14/08/2010
Lo que supone el arte contemporáneo es, básicamente, una inversión radical de valores estéticos; un repetir, con las brujas de Macbeth, lo que es feo es bello, lo que es bello es feo (la frase también se cita en el libro). Si alguien tiene alguna duda, no tiene más que entrar en cualquier museo consagrado al arte contemporáneo y hacerse esta pregunta: ¿cuántas de las obras aquí presentes puedo considerar realmente bellas?
Eso nos llevaría a un cuestionamiento sobre la propia noción de belleza que todos los defensores de lo contemporáneo retorcerán hasta convertirla en su contrario. Pero no, no valen bellezas convulsas, ni tampoco bellezas diferentes. Por una vez me refiero sencillamente a ese ideal clásico, forjado por valores como la armonía, la simetría y la economía de medios, que siempre ha guiado al buen gusto. Y la respuesta, si uno es sincero consigo mismo, será finalmente: muy pocas o prácticamente ninguna.
...No pretendo hacer valoraciones, sino establecer una evidencia: que hoy en día el sentido de la belleza está prácticamente ausente de la producción de la mayoría de los artistas.
Una vez aclarado esto, uno puede echar un vistazo a su alrededor y constatar que el panorama es absolutamente desolador. La transgresión, que puede ser una virtud cuando la norma impera, acaba siendo mera tontería y mero sinsentido cuando se convierte en la norma. Y para constatar que es así, no hace falta irse muy lejos. Casi todos los artistas en cualquier coloquio repiten hoy en día el credo posmoderno: que hay que alejarse de los cánones clásicos; que el rol del creador es innovar y romper tabúes.
Pero, ¿qué queda por hacer de nuevo, que no se haya intentado ya mil veces? ¿Y qué tabúes quedan por romper que no hayan sido rotos? La respuesta, una vez más, es que prácticamente ninguno. Y yo, que por otra parte soy el primero en defender que el arte debe ser un territorio de libertad absoluta, me encuentro últimamente hastiado y aburrido por esta imperante normativa artística que nos impele a ser cuanto más asquerosos y más hirientes y transgresores mejor.
En definitiva, creo que ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Yo no sé si lo podré hacer, y seguramente la mayor parte de la gente que ha crecido conmigo en este caldo ideológico/estético finisecular tampoco; y desde luego no animaré a quien tenga el odio metido en el cuerpo a no dar rienda suelta a sus pulsiones más destructivas, si eso le ayuda como terapia (el arte, a fin de cuentas, tiene que estar al servicio en primer lugar de los artistas). Pero sí animo a los creadores jóvenes a tomar conciencia de la nueva situación y a posicionarse, con pleno conocimiento de causa, en el panorama actual. Y sobre todo, en unos momentos como estos, a no repetir como papagayos las cada vez más manidas premisas posmodernas.
Antes de escribir una Historia de la fealdad, Eco escribió una Historia de la belleza. Y estoy convencido de que, al final de sus días, hasta un posmoderno incorregible como él, cuando mire atrás preferirá recordar todo lo que encontró hermoso, y no todas las fealdades contemporáneas. Leer más. José Ángel Mañas, Babelia 14/08/2010
viernes, 13 de agosto de 2010
La movilidad entre clases se ha estancado en España desde los años sesenta
El origen familiar es aún determinante y los cambios son de corto alcance.
Sergio acaba de cumplir 32 años. Cada mañana coge la bicicleta para llegar a su trabajo en la Universidad Centroeuropea, en Budapest. Es investigador, uno de los pocos que trabaja en Europa en el campo de la pobreza energética. Largo camino desde que terminó la carrera de Ciencias Ambientales en la Universidad de Alcalá. Pero más largo aún desde que su abuelo se marchara a trabajar en una fábrica de Baviera de gastarbeiter -como llamaban los alemanes a los jornaleros extranjeros- y su padre comenzara de ayudante de fontanero a los 14 años, mientras vivía en el Pozo del Tío Raimundo, un barrio madrileño de chabolas que acogió a muchos emigrantes que venían a buscarse la vida desde toda España.
Una sociedad abierta es aquella sociedad ideal en la que los orígenes de los padres no determinan el destino de sus hijos. La historia de Sergio podría ser un ejemplo del camino hacia este horizonte final. Pero la realidad es diferente. En España, las posibilidades de remontar de clase social son las mismas que durante la industrialización de los sesenta, según una reciente investigación de los sociólogos Ildefonso Marqués y Manuel Herrera, publicada en el último número de la revista del Centro de Investigaciones Sociológicas. Se trata del tercer gran estudio sobre la cuestión que se hace en el ámbito nacional y el primero que se centra en las generaciones que adquirieron su madurez laboral desde 1965 en adelante.
A pesar de los profundos cambios estructurales de las últimas décadas -paso de una sociedad agrícola a una industrial y luego a otra posindustrial- no hay un mayor grado de apertura: "Por supuesto que en la España de hoy en día hay un mayor número de directivos y funcionarios y menos campesinos y obreros que en la mitad del siglo XX. Pero, si en los ochenta había cuatro plazas de directivos, estas venían ocupadas por tres hijos de las élites y solo una por alguien de una clase más baja. Ahora hay ocho plazas y la relación es de seis a dos; en este sentido España es un país inmóvil, no ha aumentado la igualdad", explica Marqués.
En las antípodas de Sergio se encuentra Julián, que también tiene 32 años. Su padre dejó los abruptos barrancos de una zona agrícola de Tenerife para mudarse a La Laguna a buscar un futuro mejor. Ahí terminó de asalariado en una empresa de seguros y viviendo en uno de los barrios obreros de la ciudad. Julián, que acabó la secundaria, pasa ahora los días intentando lidiar con la crisis y trabajando de forma precaria en la compraventa de repuestos de coche. Su situación académica y laboral es muy similar a la de sus padres, como le ocurre al 32,9% de los españoles. "Si no tienes estudios universitarios no hay nada que hacer. Llevo trabajando desde los 16 años porque mis padres no podían pagarme nada y 15 años después las perspectivas son iguales o peores", según Julián...
La situación en España se encuentra en el entorno de la media europea, según la European Social Survey sobre el periodo 2002-2006. Mejor que Italia o Portugal. Pero aún lejos de los países escandinavos o Gran Bretaña. En este último país, por ejemplo, la posibilidad de que el hijo de un obrero poco cualificado llegue a ser directivo es mayor que la que tiene el hijo de un trabajador español. "En España se produce un ejemplo marcado de lo que Max Weber llama cierre de clase. Las élites intentan mantener sus privilegios subiendo los requisitos para entrar en ellas", dice Marqués...
Photo Cube Generator
Desde Budapest, Sergio no cree que su éxito profesional se deba exclusivamente a una cuestión de esfuerzo personal. Los procesos sociales y políticos que ocurrieron en el Pozo de Tío Raimundo cambiaron la vida de su familia: la llegada en los años cincuenta del cura José María Llanos, que luego fundó la Escuela Profesional 1º de Mayo, permitió que mucha gente sin recursos pudiera estudiar. De ayudante de fontanero, su padre pasó a trabajar en una pequeña imprenta y consiguió sacarse allí el graduado escolar. "Gracias a eso, mi padre no fue albañil, sino trabajador cualificado y a largo plazo yo también he salido beneficiado", relata Sergio. Para él, lo que ocurrió en su barrio durante los años sesenta y setenta fue mucho más allá de lo económico: "La educación siempre fue fundamental. Pero además, se formó un capital social y cultural para que la gente tuviera un aprecio por todo lo que va más allá de lo material e inmediato"... "La búsqueda de los intereses personales tiene mucho más sentido cuando se expresa dentro de la lucha de los derechos colectivos".
Leer más aquí.
Sergio acaba de cumplir 32 años. Cada mañana coge la bicicleta para llegar a su trabajo en la Universidad Centroeuropea, en Budapest. Es investigador, uno de los pocos que trabaja en Europa en el campo de la pobreza energética. Largo camino desde que terminó la carrera de Ciencias Ambientales en la Universidad de Alcalá. Pero más largo aún desde que su abuelo se marchara a trabajar en una fábrica de Baviera de gastarbeiter -como llamaban los alemanes a los jornaleros extranjeros- y su padre comenzara de ayudante de fontanero a los 14 años, mientras vivía en el Pozo del Tío Raimundo, un barrio madrileño de chabolas que acogió a muchos emigrantes que venían a buscarse la vida desde toda España.
Una sociedad abierta es aquella sociedad ideal en la que los orígenes de los padres no determinan el destino de sus hijos. La historia de Sergio podría ser un ejemplo del camino hacia este horizonte final. Pero la realidad es diferente. En España, las posibilidades de remontar de clase social son las mismas que durante la industrialización de los sesenta, según una reciente investigación de los sociólogos Ildefonso Marqués y Manuel Herrera, publicada en el último número de la revista del Centro de Investigaciones Sociológicas. Se trata del tercer gran estudio sobre la cuestión que se hace en el ámbito nacional y el primero que se centra en las generaciones que adquirieron su madurez laboral desde 1965 en adelante.
A pesar de los profundos cambios estructurales de las últimas décadas -paso de una sociedad agrícola a una industrial y luego a otra posindustrial- no hay un mayor grado de apertura: "Por supuesto que en la España de hoy en día hay un mayor número de directivos y funcionarios y menos campesinos y obreros que en la mitad del siglo XX. Pero, si en los ochenta había cuatro plazas de directivos, estas venían ocupadas por tres hijos de las élites y solo una por alguien de una clase más baja. Ahora hay ocho plazas y la relación es de seis a dos; en este sentido España es un país inmóvil, no ha aumentado la igualdad", explica Marqués.
En las antípodas de Sergio se encuentra Julián, que también tiene 32 años. Su padre dejó los abruptos barrancos de una zona agrícola de Tenerife para mudarse a La Laguna a buscar un futuro mejor. Ahí terminó de asalariado en una empresa de seguros y viviendo en uno de los barrios obreros de la ciudad. Julián, que acabó la secundaria, pasa ahora los días intentando lidiar con la crisis y trabajando de forma precaria en la compraventa de repuestos de coche. Su situación académica y laboral es muy similar a la de sus padres, como le ocurre al 32,9% de los españoles. "Si no tienes estudios universitarios no hay nada que hacer. Llevo trabajando desde los 16 años porque mis padres no podían pagarme nada y 15 años después las perspectivas son iguales o peores", según Julián...
La situación en España se encuentra en el entorno de la media europea, según la European Social Survey sobre el periodo 2002-2006. Mejor que Italia o Portugal. Pero aún lejos de los países escandinavos o Gran Bretaña. En este último país, por ejemplo, la posibilidad de que el hijo de un obrero poco cualificado llegue a ser directivo es mayor que la que tiene el hijo de un trabajador español. "En España se produce un ejemplo marcado de lo que Max Weber llama cierre de clase. Las élites intentan mantener sus privilegios subiendo los requisitos para entrar en ellas", dice Marqués...
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Desde Budapest, Sergio no cree que su éxito profesional se deba exclusivamente a una cuestión de esfuerzo personal. Los procesos sociales y políticos que ocurrieron en el Pozo de Tío Raimundo cambiaron la vida de su familia: la llegada en los años cincuenta del cura José María Llanos, que luego fundó la Escuela Profesional 1º de Mayo, permitió que mucha gente sin recursos pudiera estudiar. De ayudante de fontanero, su padre pasó a trabajar en una pequeña imprenta y consiguió sacarse allí el graduado escolar. "Gracias a eso, mi padre no fue albañil, sino trabajador cualificado y a largo plazo yo también he salido beneficiado", relata Sergio. Para él, lo que ocurrió en su barrio durante los años sesenta y setenta fue mucho más allá de lo económico: "La educación siempre fue fundamental. Pero además, se formó un capital social y cultural para que la gente tuviera un aprecio por todo lo que va más allá de lo material e inmediato"... "La búsqueda de los intereses personales tiene mucho más sentido cuando se expresa dentro de la lucha de los derechos colectivos".
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