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sábado, 11 de noviembre de 2017

Desde Londres con amor

La Vanguardia

Me levanto aquí en Londres antes del amanecer, leo lo último sobre Catalunya y pienso qué feo que es todo esto. Qué feo y qué doloroso y qué decepcionante.

Esperaba más de España, el país donde nació mi madre, donde he vivido quince de los últimos diecinueve años, donde me he propuesto vivir –en Catalunya, sea independiente o no– la mayor parte del resto de los días que me quedan. La gente es más simpática, noble y generosa que en cualquiera de los otros siete países en los que he vivido. Comparado con los más de 70 países que he visitado es un buen lugar para ser un inmigrante, es un buen país para ser homosexual, para ser mujer, para ser un niño o un anciano. Hay tanto en España que es admirable, envidiable, moderno y ejemplar.

Es por todo esto que me decepciona y me deprime tanto constatar lo primitiva que sigue siendo la joven democracia española, en particular lo desquiciada que se vuelve cuando entra en juego el tema de la soberanía territorial. Tanto yo como mis muchos amigos extranjeros que conocen bien España y la aman hemos descubierto en las últimas semanas del drama catalán algo oscuro en el alma política de este país que hubiéramos preferido no ver.

Esto no es tomar una posición a favor de la independencia. Creo que sin excepción todos mis amigos nacidos fuera comparten mi rechazo al independentismo. No me gusta el antagonismo que define la esencia del sentimiento nacionalista siempre y en todos los lugares; sospecho que el precio económico de abandonar ­España sería catastrófico para Catalunya, en cuyo suelo, por cierto, tengo todos mis ­ahorros.

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http://www.lavanguardia.com/opinion/20171101/432516063870/desde-londres-con-amor.html

miércoles, 24 de febrero de 2016

Animales políticos. Cualquiera que haya observado al fenómeno Podemos reconocerá similitudes con el modelo del Partido Comunista, que vivía la política como una religión.

“NO IMPORTA QUE UN GATO SEA BLANCO O NEGRO CON TAL DE QUE ATRAPE RATONES”. DENG XIAOPING

No hay que ser Charles Darwin, ni siquiera un científico político, para ver que tres de los cuatro animales políticos en la pelea para formar un nuevo gobierno español pertenecen a la misma especie y el otro es una rara avis. El plumaje les delata.

Los que se identifican con el Partido Popular, el PSOE o Ciudadanos van al trabajo vestidos como si fueran abogados o ejecutivos de empresa. Los de Podemos llevan vaqueros, coletas, bebés en brazos. Los tres primeros representan, con sus matices, al establishment; la estética del cuarto expresa un simbolismo rebelde y transgresor.

Las apariencias no engañan. Hay diferencias de fondo entre, por un lado, el PP, el PSOE y Ciudadanos, por otro, Podemos. Hay razones por las cuales los medios típicamente describen a Podemos, y solo a Podemos, con el adjetivo “radical”. La raíz de la que han brotado es el ideal del “hombre nuevo” que tuvo Che Guevara, inspirado a su vez en la certeza científica de Marx de que un paraíso igualitario no solo es posible sino inevitable. Las raíces filosóficas de los otros tres partidos son más terrenales, menos optimistas: el ser humano no es perfectible pero haremos lo que podamos, dentro de lo posible, para aproximarnos a nuestra visión de un mundo mejor.

Ofrece nueva luz sobre el tema un libro recién publicado en Reino Unido con el título Party Animals (Animales de partido) cuyo autor es un antiguo comunista, hoy columnista del Times de Londres, llamado David Aaronovitch.

Aaronovitch sabe de lo que habla. Se crió en los años cincuenta y sesenta en una familia comunista: su padre y su madre, y la totalidad de sus amigos, eran devotos del Partido. Ni el descubrimiento —ratificado por los propios dirigentes de las URSS— de que la prensa capitalista no se había equivocado al denunciar las atrocidades de Stalin, ni las invasiones soviéticas de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968 les desviaron del camino. El joven David, militante de izquierdas desde la temprana adolescencia, acabó siendo presidente del movimiento nacional estudiantil británico. El libro cuenta la historia de sus padres y de su gradual desencanto con los dogmas de su juventud.

“El Partido era una iglesia”, escribe Aaronovitch. “Su fuerza derivaba tanto de la creencia y de la fe como del intelecto”. Por un lado estaban los “puros”, los que poseían la verdad absoluta, y por otro los malvados o los equivocados. “Muchas de las cosas que el mundo a nuestro alrededor consideraba buenas para nosotros eran malas… Para nosotros, las iglesias eran cuencas de superstición; la familia real, un residuo feudal; la policía era opresora; los estadounidenses eran crasos belicistas; el Ejército, un instrumento del imperialismo; la prensa, una proveedora de mentiras y propaganda. Eramos todos antirracistas, antifascistas, antiimperalistas”.

Interesado en profundizar en esta idea de ideología —no religión— como opio del pueblo, y quizá aplicarla al contexto actual español, me tomé un café con Aaronovitch, londinense de 62 años. “Como la iglesia católica”, me dijo, “y a diferencia de los partidos del establishment político que despreciábamos, la izquierda a la que yo pertenecía tenía una razón de ser trascendental. La iglesia veía la utopía en el más allá; nosotros, aquí en la tierra. Teníamos el hábito mojigato y autoreferencial (nuestras amistades y amantes eran solo del Partido) de creer que los que se oponían a nosotros estaban en contra de los intereses más sagrados del pueblo”.

También como la iglesia, el partido comunista al que Aaronovitch perteneció tenía “sus ritos, sus santos, sus lugares sagrados”. Las asambleas semanales eran “misas seculares”. Los santos eran Marx, Lenin y Stalin. Los católicos iban a Lourdes o Roma; los fieles comunistas peregrinaban al palacio de invierno en Leningrado, icono de la revolución bolchevique de 1917.

Aaronovitch es el columnista más de izquierdas en un diario de centro derecha. The Guardian es el diario más cercano al nuevo líder del partido laborista, Jeremy Corbyn, al que también los medios habitualmente ponen el apodo “radical” y con cuya causa Podemos abiertamente comulga. Un columnista de The Guardian llamado Martin Kettle escribió la semana pasada que estaba de acuerdo con la tesis de Aaronovitch sobre el espíritu religioso de los ateos comunistas, y veía mucho en común entre ellos y la izquierda corbynista. “Es verdad que ya no tenemos hoy un movimiento comunista”, escribió Kettle, “pero tenemos sin duda una nueva izquierda en Gran Bretaña que tiene algunas de las mismas ambiciones, ideas políticas y sueños históricos... Esta izquierda parece identificarse felizmente a sí misma con una de comunidad de creyentes desdeñosa de los escépticos o de aquellos que sus presbíteros consideran inaceptables”.

Cualquiera que haya observado al fenómeno Podemos desde cerca reconocerá similitudes con el peculiar mundo político que describe Aaronovitch. Las pequeñas asambleas en las que se corean siempre las mismas consignas litúrgicas (“el pueblo unido, etc”); los santos (Gramsci, Rafael Alberti); los lugares de peregrinación (la Venezuela chavista, en su día). Durante la reciente campaña electoral en los mítines de Podemos se palpaba en el ambiente un fervor, una atmósfera con ecos de misa multitudinaria evangelista en Oklahoma, ausentes en los grandes eventos organizados por los demás partidos.

Eso no significa que haya algo intrínsecamente malo en vivir la política como la religión por otros medios. Pero de lo que hay no duda es que estamos hablando de procesos mentales diferentes a los de los otros tres partidos españoles con los que Podemos se disputa el futuro político inmediato de España. En un discurso en diciembre de 2014 Pablo Iglesias, el líder de Podemos, relató una especie de parábola sobre el conflicto entre “la casta” y “el pueblo” en la que los del Partido Popular eran gatos y los fieles de su partido ratones. Siguiendo la lógica de la metáfora, el PSOE y Ciudadanos son, claramente, más gatos que ratones.

Va a ser interesante ver si el desenlace del juego político actual en España será una alianza de gatos, aunque sean de diferentes colores, o si se acabarán cruzando animales políticos de dos diferentes especies. La opción contra natura sería la más arriesgada, con un final más incierto, posiblemente confuso, pero sería un experimento interesante. A Darwin le hubiera fascinado; a los científicos políticos también. En cuanto al conjunto de la sociedad española, quizá no tanto.
John Carlin

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/31/actualidad/1454263401_247791.html

(Lo he colgado por considerar que aporta una opinión muy generalizada, no es la mía)

martes, 1 de diciembre de 2015

¿Bombardear o no bombardear? El debate en Reino Unido acerca de los ataques en Siria está al rojo vivo, se espera que el Parlamento vote



El debate sobre qué hacer con el ISIS agita a medio mundo pero está al rojo vivo en Reino Unido, donde se espera un voto parlamentario la semana que viene para decidir si los británicos se incorporan a la campaña de bombardeos que están llevando a cabo los franceses, rusos y estadounidenses contra las bases terroristas del Estado Islámico en Siria.

Hay una gran diversidad de opiniones pero los que dicen no a la guerra y sí a la guerra tienen dos cosas en común: poca ciencia en su análisis, con lo cual proponen pocas soluciones prácticas; en el fondo, su motivación, cada cual según sus valores o principios, es poder acostarse de noche con la conciencia tranquila.

Lo que sigue es un repaso a los argumentos que se oyen a favor y en contra de bombardear, y algunas posibles opciones intermedias en las que las dos partes quizá podrían ponerse de acuerdo

Argumentos a favor de bombardear:

1. Solidaridad con Francia, cuyo presidente declaró la guerra al ISIS tras las recientes masacres en París. El ministro de defensa francés, el socialista Jean-Yves Le Drian, hizo un apasionado llamamiento a los británicos a unirse a la campaña aérea en un artículo en The Guardian el jueves. “El enemigo de Francia”, recordó, “es también el enemigo de Reino Unido”.

2. El antiguo y casi irresistible impulso humano de responder a la violencia con más violencia. No podemos poner la otra mejilla y quedarnos de brazos cruzados cuando nos atacan. Si nos dolió a nosotros, que les duela a ellos más. Tenemos que mostrar firmeza viril.

3. Debilitar militarmente al ISIS acelerará su deseado fin.

4. Decir que se provocarán más atentados terroristas en Europa es absurdo y cobarde porque ya estamos en el punto de mira del ISIS, que atacará igual.

Argumentos en contra:

5. Razones humanitarias: inevitablemente morirán niños y adultos (ya han muerto demasiados bajo las bombas de la extraña alianza de facto Rusia / OTAN), gente cuya única conexión con el ISIS es que les tocó vivir donde les tocó vivir. Destruir los pozos de petróleo con los que el ISIS financia su guerra (vendiéndolo en las partes de Siria controladas por su enemigo, Bachar el Asad) significaría también más pobreza para los habitantes de sus zonas y más frío en invierno.

6. Razones estratégicas: el ISIS se fortalecerá con más reclutas y mayor apoyo ideológico/religioso; más refugiados huirán a Europa; el beneficiado podría ser El Asad, tan tirano con la población civil como el ISIS.

7. Incluso el primer ministro británico probombardeos, David Cameron, reconoce que no habrá una victoria final sin tropas de infantería sobre el terreno que hoy controla el ISIS. Ni Reino Unido, ni Francia, ni Estados Unidos ni Rusia, ni nadie ajeno a la región demuestra la más mínima intención de lanzarse a otra aventura de la magnitud que tuvo la operación Tormenta del Desierto en Irak en 2003. Y aunque esta actitud cambiase, ¿se quedarían las tropas de Occidente durante años y años en Oriente Próximo? Difícil.

8. La ley de las consecuencias no intencionales: con tantos aviones de guerra de tantos países sobrevolando Siria existe la posibilidad de que se repita el incidente del avión ruso derribado esta semana por un misil turco, incluso con mayores posibilidades de una escalada de máximo peligro en caso de un accidente involucrando a un avión ruso y uno estadounidense.

9. Recurrir al bombardeo es un gesto político, o emocional, más que una intervención militar fríamente calculada.

10. No se puede “vencer” en una guerra contra al terrorismo igual que no se puede ganar la guerra contra el crimen, o la pobreza, o —hasta hoy— el cáncer o la malaria. Habrá más víctimas inocentes.

Opciones intermedias:

11. Intentar reducir el riesgo de atentados terroristas en Europa con medidas de contención internas, lo cual exigiría coartar en ciertos casos la libertad del individuo frente al Estado. Por ejemplo, ampliando la capacidad de vigilancia de los servicios de seguridad, siempre y cuando operen bajo la ley; reforzando las fronteras.

12. Intervenciones quirúrgicas por parte de las fuerzas especiales, acciones de máximo riesgo para los atacantes pero que minimizan la posibilidad de que haya víctimas civiles, como el asalto de tropas de Estados Unidos en un octubre a una cárcel del ISIS que logró la liberación de 70 presos a punto de ser ejecutados.

13. Alianzas con el diablo —con Putin o con El Asad— para intentar acordar aunque sea una tregua parcial en la guerra civil siria y sentar las bases para un eventual acuerdo negociado, posibilidad remota hoy en día.

Conclusiones tentativas:

14. Para intentar limitar el poderío terrorista del ISIS en Europa habrá que adulterar la pureza de ciertos valores democráticos. Curiosamente, un artículo el viernes en The Guardian, el diario británico más pacifista, fue acompañado por un anuncio de publicidad de MI5, el servicio de inteligencia interno de Reino Unido, solicitando candidatos a espías.

15. No hay final feliz a la vista para el dilema que presenta el ISIS. Es difícil imaginar un acuerdo si no va acompañado de una severa presión militar sobre el ISIS. Cualquiera que ofrezca una solución hoy que pretenda ser viable miente o se engaña a sí mismo. El fanatismo salvaje del ISIS y la complejidad de la guerra que se libra en Siria han servido hasta la fecha como un baño de humildad para Rusia y las potencias de Occidente, por más que lo quieran negar. Lo que predomina en el debate es mucho ruido y mucha especulación sobre lo que Donald Rumsfeld, el antiguo secretario de defensa de Estados Unidos, llamaba “hechos desconocidos conocidos”.
Fuente:
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/27/actualidad/1448650444_359735.html