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sábado, 28 de septiembre de 2019
Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray
“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”. Según la historia que varias generaciones de españoles han aprendido, así terminó Miguel de Unamuno su interpelación al general José Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Así se redimió el intelectual vasco de su apoyo a los golpistas, y así se convirtió en símbolo de la democracia contra la dictadura, la civilización contra la barbarie y el bien contra el mal. Cómo no emocionarse ante el sabio anciano encarándose contra la bestialidad del general mutilado. Sus palabras son parte de la mitología española, un evangelio de valentía cívica ante el que solo cabe aplaudir con reverencia.
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Tal vez los más perspicaces han supuesto siempre que aquel discurso estaba embellecido y retocado para la posteridad. Ha habido biógrafos de Unamuno, como el matrimonio Rabaté, Colette y Jean-Claude, autores de una monografía monumental y canónica, que ya señalaron que el relato de los sucesos del paraninfo se tomaba “muchas libertades” y obedecía “a una voluntad de dramatizar los hechos con todos los ingredientes indispensables para su teatralización”. Los Rabaté identificaron al autor de esta versión popular, quitándole mucho crédito. Ahora, el historiador Severiano Delgado, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, ha reconstruido paso a paso cómo se formó esta leyenda y ha dibujado una escena plausible de lo que realmente pudo suceder aquella mañana, basándose en los testimonios de quienes lo presenciaron.
Es imposible reconstruir las palabras de Unamuno porque, aunque el acto se retransmitió por la radio, el rector habló sin micrófono y no se registró su intervención, pero Delgado cree que se pueden acotar los temas que abordó y el tono en que los expuso a partir de tres testimonios presenciales publicados: el de Eugenio Vegas Latapié, dirigente de Renovación Española; el de José Pérez-López Villamil, psiquiatra de Millán Astray, y el de Esteban Madruga, vicerrector (este último, recogido por Emilio Salcedo, el primer biógrafo de Unamuno). Todos se alejan del relato inventado de Luis Portillo.
Estos testimonios permiten a Delgado afirmar que ni Millán Astray gritó “¡muera la inteligencia!” ni Unamuno le interpeló con prosodia y dignidad: “Fue un acto brutalmente banal, donde se dieron cuatro voces y se despidieron a la salida, un tumulto habitual en discursos y charlas de los años treinta, donde la gente se exaltaba con facilidad. Se ha exagerado muchísimo el dramatismo de lo que sucedió allí”, cuenta. Una posible prueba de que Unamuno no lo vivió como algo trascendente fue que, al terminar, siguió su rutina diaria y apareció por el casino para tomar café después de comer, como siempre. “Allí, algunos contertulios le insultaron y abuchearon —relata el historiador—, produciéndose una situación muy tirante, hasta que su hijo Rafael, avisado telefónicamente por alguien, se presentó en el casino para proteger a su padre y llevarlo a casa. En esos momentos es cuando, probablemente, Unamuno se dio cuenta de que el incidente del paraninfo había tenido más repercusión de la que él pensaba”.
“MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA”
Basándose en los pocos testigos del acto que escribieron su testimonio, Severiano Delgado ha reconstruido aquel 12 de octubre de 1936. Fue una mención de Unamuno a José Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, lo que provocó la ira de Millán Astray, que era veterano de aquella guerra y no soportaba que se citase como ejemplo de hispanidad a quien consideraba un enemigo. “¡Muera la intelectualidad traidora!” fue lo que gritó, según Delgado, a lo que siguió un tumulto de voces entre las que destacó la del profesor Ramón Bermejo, que dijo: “Aquí estamos en la casa de la inteligencia”. Millán Astray zanjó el barullo ordenando a Unamuno que acompañara a la mujer de Franco, Carmen Polo, a la salida. No hubo réplica ni solemnidad, tampoco armas encañonando al rector. La reunión se disolvió entre gritos y fanfarronadas.
https://elpais.com/cultura/2018/05/07/actualidad/1525711624_377047.html?rel=lom
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