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domingo, 11 de noviembre de 2018

_- Villarejo encierra al PP en Génova 13

_- Domingo Sanz
Rebelión

En el antiguo despacho de Cospedal, para ser más precisos y, por el mismo precio, en el título puede usted cambiar “encierra” por “encarcela”. En este país, que tanto presume de democracia consolidada y de todas las separaciones de poderes que se le suponen, el chantaje es mucho más eficaz que la Justicia a la hora de poner nombres y apellidos a las y los delincuentes de alto standing.

Es verdaderamente difícil ponerse a escribir en un momento en el que las noticias nos tendrían que estar contando que María Dolores de Cospedal y su marido han sido detenidos y acaban de pasar su primera noche en una celda antes de prestar declaración ante un juez de guardia que debería ordenar su ingreso en prisión sin fianza para evitar el riesgo de destrucción de pruebas, de más pruebas aún, comportamiento del que ella, en particular, atesora un más que sobrado currículum.

Lo que casi cada mañana está desvelando Moncloa.com, bajo control o no de Villarejo, proporciona tales evidencias de delito que son equivalentes a las que se producen en esas situaciones flagrantes, en las que la policía está autorizada a intervenir, incluso entrando en propiedades privadas sin necesidad de orden judicial previa. Pero no consta que se hayan iniciado ninguna clase de actuaciones.

Tampoco proporciona la menor confianza en esta Justicia, tan “independiente”, el haber escuchado del propio Villarejo hablar sobre sus “negocios”, también con los del PSOE, y que ninguna autoridad haya llamado a los socialistas de los gobiernos de Zapatero para localizar a aquellos que pudieran haber mantenido relaciones con el comisario hoy encarcelado.

Mientras tanto, Pablo Casado, tras tres días noqueado, solo ha sido capaz de articular incongruencias de las que nos tiene acostumbrados, pero adaptadas al nuevo caso: que Cospedal ha dicho la verdad porque no negó que conociera a Villarejo, como si eso justificara los delitos que la misma Cospedal incluyó en los “encargos” que realizó al mismo Villarejo. ¿O es que acaso, en la hipotética escala de valores de Casado, si tal cosa existiera, decir una mentira en los pasillos del Congreso es mayor delito que planificar obstrucciones a la acción de la Justicia en reuniones clandestinas? No conforme con tan convincente argumento, Casado ha conseguido añadir el ya clásico de que “ocurrió hace muchos años”, y también que esas cloacas las organizó un gobierno del PSOE, y que otro del PP las desmontó.

Pero resulta imposible no regresar al pasado para interpretar el presente, con tanto Francisco Franco como resucita cada día. Una crisis política tan profunda como esta en la que de nuevo nos hemos instalado es algo que puede preverse. Por poner un ejemplo, quien no sospechaba que la muerte de aquel asesino nato abriría un periodo de transición en lugar de permitir la continuidad de su dictadura, especialmente tras el gran éxito de ETA que nos contó la “Operación Ogro”. De hecho, quienes mejor lo supieron ver fueron los muchos políticos franquistas que, o huyeron a sus casas y negocios aprovechando una amnistía que les libraba de condenas por su pasado criminal, o se blindaron disfrazándose de demócratas en UCD y AP primero, y en el PP después. Mientras, miles de funcionarios infectados de autoritarismo contagioso hasta los tuétanos siguieron con toda tranquilidad copando las instituciones públicas decisivas: unas fuerzas de seguridad que nunca dejaron de ser “represivas”, un Ejército que sigue ocultando admiradores sin complejos del mayor asesino de la historia de España y una Justicia que no supera la prueba del algodón cada vez que sus resoluciones aterrizan en Europa. Y una monarquía que es la mejor expresión institucional del “atado y bien atado” de tan infausto recuerdo como éxito contrastado, al sobrevivir durante cuatro decenios e infectar el veneno del cinismo al “republicano” PSOE, y a otros de izquierdas durante este largo viaje, transitado por la ruta de la corrupción y la indecencia.

Si, las crisis políticas se pueden intuir, pero mucho más difícil es imaginar cómo transcurrirán, y aún menos como finalizarán. Volviendo a los ejemplos, hace diez años, y a pesar de que el PP cultivaba sin descanso el odio a Catalunya en el resto de España para recuperar votos tras caer dos veces seguidas ante Zapatero, nadie imaginaba que hoy estuvieran tan en cuestión las fronteras del Estado español. Y no digamos lo del caso Villarejo. Que levante la mano aquel que alguna vez haya pensado que unas conversaciones “privadas” delatadas a través de una página web se iban a convertir en la bomba capaz de destruir un entramado de actividades e intereses inconfesables construido durante 40 años. Solo hace falta encender la radio o la televisión para escuchar a cualquier politólogo reconociendo su incapacidad para estimar la coyuntura política que regirá la próxima semana.

Si España fuera hoy respecto de Europa lo mismo que Catalunya es respecto de España, desde la capital de la UE ya se habría ordenado entrar a saco en Madrid, pero no contra unos cuantos millones de independentistas, sino contra unas élites podridas cuya vida real solo transcurre en las cloacas.

Y que nadie se atreva a tocarle un pelo a Villarejo. Necesitamos sus revelaciones. Esos terabytes de grabaciones contienen más verdades sobre la política que financiamos entre todos, que las montañas de leyes de transparencia que se inventan para después vaciarlas de contenido con las trampas de conveniencia.

lunes, 27 de junio de 2016

Un político para Moncloa y para Bruselas. La UE necesita recuperar impulso y animar el crecimiento económico, reduciendo la austeridad

La UE tiene ahora 27 países miembros, en lugar de 28, y 443 millones de habitantes en lugar de 508. Y sobre todo tiene una urgente necesidad de cambiar de políticas. Necesita recuperar impulso y animar el crecimiento económico, reduciendo la austeridad. Necesita recuperar un mensaje comprensible y anunciar unas reformas capaces de atraer a unos europeos cada día más indignados con lo que sienten como un progresivo alejamiento de la toma real de decisiones, un progresivo ninguneo democrático. Todos esos cambios solo son posibles si la mayoría de los gobiernos que integran el Consejo Europeo están convencidos y dispuestos a ello. Uno de esos gobiernos será el que los españoles elijan hoy.

No votamos solo la persona que queremos que ocupe la Moncloa sino también la que acuda a Bruselas en nuestro nombre para discutir todas esas reformas, imprescindibles para asegurar el futuro de la Unión y del proyecto político más original e importante del mundo. La persona que deberá aportar ideas, negociar, votar y sumar el peso de España (46,5 millones de habitantes) al de otros países, bien para lograr una mayoría cualificada, bien una minoría de bloqueo. Nunca hemos sabido cómo votaba el presidente de nuestro gobierno en el Consejo Europeo y esa debería ser, quizás, una de las primeras reivindicaciones democráticas cara al futuro: saber qué se vota en el Consejo y cómo lo hace cada cual.

Son momentos complicados. El Reino Unido ha votado abandonar la UE y lo ha hecho con el apoyo, fundamentalmente, de personas mayores de 50 años y de lo que antes se llamaba clase social trabajadora. No es posible creer que esos 17 millones de personas se muevan exclusivamente por motivos racistas. Seguramente habrá entre ellos muchos xenófobos (una tendencia históricamente muy inglesa), pero aun así es más probable que a la mayoría no le haya movido el racismo sino el miedo, miedo a un mundo que cambia muy rápido y sobre el que creen que tienen cada día menos control. Un mundo en el que la consideración de "trabajador" ya no despierta el respeto ni el orgullo que inspiró, por ejemplo, en el Reino Unido durante décadas, sino que vuelve a colocar ahora a millones de personas en posición de enorme debilidad.

En un mundo globalizado y en el que se empieza a dudar del futuro, lo lógico es que la gente quiera tener la sensación de que recupera el control y la dignidad ciudadana. Sucede que nada de eso es posible ya dentro de unas simples fronteras nacionales, por mucho que los nacionalistas lo juren y perjuren y por mucho que los xenófobos y la extrema derecha mantengan que quieren su "country back". En este mundo nuevo, los británicos no han recuperado su país, como comprobarán en unos pocos años, sino que están perdiendo la oportunidad de ayudar a crear un nuevo marco en el que luchar por esa dignidad y por esos contenidos reales de la democracia.

"La energía de los brexiteers, como la de quienes apoyan a Donald Trump nace del fracaso de las élites", explica el filósofo americano Michael Sandel. De su fracaso o su falta de interés en afrontar el sentimiento de desempoderamiento de la clase media y antigua clase trabajadora. Del sentimiento de injusticia que abruma a todas esas personas y para el que nadie, salvo los oportunistas y nacionalistas excluyentes, ofrecen una salida fácil e inmediata. Esa salida no es fácil ni rápida, pero si está en algún lado, será en Europa y, en parte, en la capacidad de esas personas a las que enviemos a los Consejos Europeos para encontrar la manera de recuperar el bien común, una sociedad más justa y un sistema democrático más participativo.

http://elpais.com/elpais/2016/06/24/opinion/1466781594_373963.html