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domingo, 14 de junio de 2020

Olof Palme, caso cerrado: la policía identifica al asesino del primer ministro sueco. Y nosotros nos lo creemos, lo que tiene todos los números de parecer una burda forma de acabar cerrando el caso. Sentimos vergüenza ajena de todo el proceso sobre la investigación del crimen.

Suecia cierra el caso después de 34 años de investigaciones fallidas y señala al "hombre de Skandia", muerto hace 20 años, como único responsable del magnicidio del socialdemócrata.

BELÉN DOMÍNGUEZ CEBRIÁN Madrid - 10 JUN 2020

Suecia se ha despertado este miércoles pegada a la televisión. En una comparecencia histórica, el fiscal Krister Petersson ha revelado la identidad del que casi con toda seguridad asesinó en 1986 al primer ministro sueco, el socialdemócrata Olof Palme, a la edad de 52 años. Se trata del ciudadano sueco Stig Engström, conocido como hombre de Skandia (empresa en la que trabajaba), que falleció hace ya 20 años. Engström fue en un primer momento testigo en el caso y después, sospechoso. Al haber fallecido en el año 2000, las autoridades se ven incapaces de continuar con la investigación y han decidido ponerle punto final. Tras 34 años de pesquisas, la sociedad sueca se queda ahora con la agridulce sensación de que el caso está cerrado, pero no aclarado.

“Hemos llegado lo más lejos que hemos podido”, ha dicho Petersson en una comparecencia virtual –a causa de la prohibición de reuniones de más de 50 personas para prevenir los contagios de coronavirus– que ha sido seguida en directo por más de medio millar de periodistas en diferentes países. El asesinato de Palme, un hombre controvertido, defensor de los derechos humanos e incómodo para muchos Gobiernos a los que criticó abierta y duramente –como al de Estados Unidos por la intervención en la guerra de Vietnam; al sudafricano por el régimen del apartheid contra la mayoría negra; y a la dictadura franquista, entre otros–, representó un trauma para Suecia y conmocionó a toda la socialdemocracia europea la noche del 28 de febrero de 1986. Palme, primer ministro de Suecia entre 1969 y 1976 primero, y entre 1982 y 1986 después, murió efectivamente antes de entrar en el hospital en la madrugada del 1 de marzo.

Pese a que los investigadores no han sido específicos a la hora de desvelar el móvil del asesinato, se sabe que Engström, de padres suecos pero nacido en la India en 1934, había mostrado su rechazo al discurso político progresista de Palme días antes de pegarle dos tiros por la espalda. Los investigadores han señalado que los testimonios de algunos testigos han sido “de gran importancia” para acabar responsabilizando, ya definitivamente, al hombre de Skandia. Las declaraciones de estos han reiterado durante años y años que un hombre con abrigo oscuro y sombrero se esfumó de la escena del crimen por unas escaleras aquella fría noche. Según las imágenes recogidas por las cámaras del edificio de las oficinas de Skandia, donde Engström trabajaba como diseñador gráfico y donde estuvo ese viernes por la noche hasta tarde –al día siguiente, sábado, se iba a esquiar, pero tuvo que permanecer en la oficina en lugar de preparar el viaje, según le dijo a su esposa– el sospechoso salió del edificio poco antes de la hora del asesinato vistiendo precisamente un abrigo oscuro y un sombrero, tal como aparece en las imágenes de prensa de aquellos años ochenta. “Se dirigía al metro”, han sentenciado los investigadores. Justo el mismo camino que Palme y su esposa Lisbet recorrieron –sin guardaespaldas– aquel día después de ver la película Los hermanos Mozart en el Grand Cinema de Estocolmo.

El fiscal Petersson, frío, tranquilo y algo impasible ante la expectación que había despertado su comparecencia, sostiene como prueba del asesinato que el hombre de Skandia tuvo acceso a un revólver del mismo tipo y modelo con el que Palme fue tiroteado: un Magnum .357 Smith & Wesson. Pese a las últimas conjeturas en redes sociales y en la prensa local —que se añaden a la larguísima lista de hipótesis y teorías conspiranoicas que acarrea el caso Palme— en las que se llegó a decir que la policía había encontrado el arma, el fiscal ha insistido varias veces en que, después de 34 años, el arma sigue en paradero desconocido.

Otro indicio, quizás más llamativo que el de la pistola, es la revelación de que Engström era miembro de un club de tiro, según el fiscal. Las autoridades están prácticamente seguras de que él no era el propietario de la ya mítica Magnum .357 Smith&Wesson, pero que “alguien en su vecindario” de Estocolmo tenía una habitación de su casa “llena" de pistolas y que una coincide con el calibre utilizado para matar a Palme. Engström “tenía una [pistola] que parece que coincide con la del crimen”, ha dicho Petersson. “Creemos que Engström llevaba consigo una pistola aquella noche”, ha añadido.

El hombre de Skandia era ya un viejo conocido, pues fue él mismo quién a la mañana siguiente llamó a la policía para avisar de que él fue a la escena del crimen para socorrer a Palme y que estaba preocupado por que le pudieran confundir con el asesino. Tras años de estudio milimétrico y de vaivenes en la investigación, Petersson ha podido confirmar que la versión que dio Engström como testigo primero, y sospechoso después, no coincide con la información que revelan las cámaras de seguridad de su empresa, la declaración de su esposa y varios testimonios de otros testigos.

Las esperanzas de que el enigma se iba a resolver hoy eran altísimas en el país escandinavo de alrededor de diez millones de habitantes, pero han resultado en un “anticlímax”, describe por correo electrónico Ulf Bjereld, reputado politólogo de la Universidad de Gotemburgo y simpatizante del Partido Socialdemócrata, la formación de Palme. “Las expectativas de que el fiscal iba a presentar pruebas nuevas y sustantivas eran altas. Pero no, no había arma homicida, ni ADN, ni confesión, ni nuevos testimonios cruciales”, resume. “Sí, Stig Engström es realmente un sospechoso. Pero no hay evidencia clara de que él también sea el asesino”, opina.

El caso queda hoy, tras 12.522 días de misterio, cerrado; y el único responsable, el hombre de Skandia, ya no puede ser juzgado pese al ánimo del fiscal Petersson, que reabrió el caso en 2016, de arrojar un poco de luz en un magnicidio equiparado al del mítico presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, en 1963.

Investigación
Varios tertulianos políticos y algunos medios suecos habían avivado estos días el debate previo a una comparecencia oficial que ahora pone fin a 34 años de una investigación llena de descuidos y torpezas. Por ejemplo, no se acordonó con suficiente rapidez la escena del crimen, que fue contaminada; una de las dos balas fue hallada por una persona ajena a la investigación, entre otros descuidos.

La vía de investigación que iba tomando más fuerza era la sudafricana. Palme era un hombre abiertamente crítico con el régimen del apartheid y una semana antes de su muerte no solo pidió su abolición, sino que mostró su apoyo al Congreso Nacional Africano. “Apoyaba a los países del tercer mundo y su derecho a la independencia”, recuerda Bjereld. El hombre de Skandia, por otra parte, no estaba de acuerdo con la ideología, casi utópica, de Palme. Y así lo había hecho saber días antes del magnicidio.

Incluso el diario británico The Guardian publicaba este lunes una investigación en la que aseguraba, citando fuentes anónimas, que los servicios secretos suecos se habían reunido con sus homólogos sudafricanos el pasado 18 de marzo en Pretoria; y que estos le entregaron un dossier a los escandinavos. “No hay nada específico. Mucha gente nos ha contactado, pero desafortunadamente no hay pruebas suficientes [para inculpar a los servicios secretos de Sudáfrica]”, ha concluido el fiscal.

Palme era incómodo, incluso polarizador, recuerda el politólogo. “Mucha gente lo amaba, algunas personas lo odiaban. Era muy inteligente, un excelente retórico y su lenguaje político era muy ideológico”. Por eso, desde el principio, las hipótesis sobre la autoría -material e intelectual- se multiplicaron. El partido kurdo PKK, el KGB (servicios secretos soviéticos), Yugoslavia y hasta la CIA (servicios secretos de EE UU). Todos han sido sospechosos alguna vez de estar detrás de un magnicidio que conmocionó a la sociedad europea de finales del siglo pasado. “Las especulaciones continuarán, pero a nivel social creo que habrá una aceptación de que ahora sabemos lo que es posible que sepamos y que tal vez nunca obtengamos la respuesta absoluta sobre la pregunta sobre quién mató a Olof Palme”, sentencia Bjereld.

El magnicidio de un político carismático, tan popular como controvertido, tan respetado como detestado, supuso un trauma colectivo en Suecia. Porque la violencia política parecía algo totalmente ajeno a este país, cuna del estado de bienestar -hizo de Suecia una “superpotencia moral” con el feminismo como punta de lanza, resumen Bjereld-, donde un primer ministro pensaba que podía ir en metro al cine un viernes por la noche sin escolta.

https://elpais.com/internacional/2020-06-10/suecia-cierra-la-investigacion-del-asesinato-de-olof-palme-34-anos-despues-al-estar-muerto-el-unico-sospechoso.html

P. D.:
34 años después todo aparece tan sencillo y fácil. ¿Por qué no se dijo entonces? ¿Era porque el asesino vivía y podía contradecir la información? Y ahora muerto, por suicidio después de 20 años, no puede defenderse ni mostrar ninguna coartada.

Esta información, por su forma de aparecer, por los años transcurridos, por estar muerto el acusado, por los intereses en que Olof muriese por incómodo a tantas gentes, todas de derecha y algunas incluso racistas, por ser un político justo y bondadoso, por su defensa de la libertad, igualdad, solidaridad y la justicia frente al poderoso, por el asesinato también de su secretaria Anna Lindh. (¿esto no os recuerda algo de lo ocurrido con J. F. Kennedy y su hermano Robert?) y por muchas cosas más, parece toda una chapuza para cerrar el caso de manera burda. Y sobre todo, es una forma de anular cualquier indicio o sospecha de conspiración y acusar a una sola persona ya muerta, cortando así, o pretendiendo cortar, toda línea de investigación más creíble y explicable. Otra cosa muy distinta es conocer la verdad y hacer justicia. No parece que nada de ello se haya logrado.
 
No debemos olvidar el asesinato mediante carta bomba de Ruth First, una conocida activista sueca (?) antiapartheid y amiga personal de Olof Palme, asesinada cuatro años antes, en 1982.

Ni tampoco el caso de su camarada Anna Lindh, “dirigente socialdemócrata sueca opuesta a la invasión estadounidense de Iraq en 2003 asesinada el 11 de septiembre [11-S] de ese mismo año”, como se dice aquí. Curiosa la coincidencia en las fechas elegidas, aunque en este caso el móvil de los "autores intelectuales" se nos muestra con absoluta claridad. El que la apuñaló está condenado y siempre declaró que su móvil fue por odio e individual.

El ‘caso Palme’
(Editorial del 13-06-2020, El País)

El cierre en falso de la investigación del asesinato del político sueco no oscurece la vigencia de su legado

Con 36 años de retraso, el fiscal sueco Krister Petersson cerró el miércoles la investigación por el asesinato en Estocolmo del primer ministro Olof Palme y designó como culpable, sin aportar nuevas pruebas, a un diseñador gráfico, Stig Engström, conocido como El Hombre de Skandia (por la empresa en la que trabajaba), que se suicidó en el año 2000. Aunque la investigación ha concluido, el caso Palme está muy lejos de haber sido cerrado porque se mantienen abiertas la mayoría de las incógnitas que se plantearon aquella noche de febrero en la que el político sueco, un gigante de la socialdemocracia europea, fue asesinado cuando volvía caminando a casa con su esposa, sin escolta.

Durante todo este tiempo, la figura del primer ministro sueco ha mantenido un gran peso en la memoria colectiva de los europeos, un recuerdo que no solo está relacionado con su trágico final y con su asesinato, sino con la vigencia de su pensamiento y su acción política. Olof Palme fue un nombre crucial en la construcción del Estado de bienestar y dedicó su carrera a la lucha contra las injusticias, tanto en política internacional como en el terreno social. La idea central del modelo sueco de que, incluso en una economía de mercado, el Estado tiene la obligación de proporcionar servicios básicos de calidad a los ciudadanos, con una redistribución de la riqueza a través de los impuestos, forma parte de ese legado. Medidas como la del ingreso mínimo vital, recientemente aprobada en España, no son ajenas a la herencia de este político, que además ocupó un enorme espacio en la escena internacional.

Palme tenía muchos enemigos en el mundo porque fue una voz valiente, que puso lo que consideraba justo incluso por encima de los intereses económicos de su propio país. Fue un adversario declarado de la Sudáfrica racista del apartheid, de las dictaduras de Franco y de Pinochet, de la guerra de Vietnam o de la invasión de Checoslovaquia, y abogó por la desnuclearización de Europa. No guardó silencio ante las injusticias, defendiendo de manera formidable e incontrovertible sus convicciones. Este activismo, además de la consideración de que en Suecia no podía haberse planeado un crimen así, fue lo que llevó a la policía a descartar la pista interior desde el principio y a buscar complots internacionales detrás del magnicidio. Esto es lo que explica que el asesino señalado por la Fiscalía el miércoles estuviese en el radar de la policía desde el principio, pero nunca fuese investigado a fondo. Sin ninguna prueba nueva, su designación como culpable parece responder al viejo axioma de que una vez descartadas todas las demás opciones, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Con un caso que no se ha cerrado del todo, Europa seguirá recordando a Palme por su vida, no por su muerte.

El exmercenario que avisó del asesinato de Olof Palme

sábado, 30 de marzo de 2019

JFK y los demás, silenciados

Entre 1963 y 1968 el establishment de la seguridad nacional de EE.UU eliminó a los dirigentes de la oposición y a los principales políticos con veleidades de reforma.

La noticia saltó el 19 de enero. Un grupo de personalidades, intelectuales, juristas, actores y familiares, pidió que se reabran las investigaciones de los cuatro principales asesinatos políticos de los años sesenta en Estados Unidos. Se trata, por orden cronológico, de los casos del presidente John F. Kennedy, del activista Malcom X, de Martin Luther King y del senador Robert Kennedy.

Entre noviembre de 1963 y junio de 1968, el establishment de la seguridad nacional eliminó a los dirigentes de la oposición y a los dirigentes y activistas políticos con veleidades de cambio y reforma, incluido el presidente del país, los dos principales líderes de la oposición a la guerra de Vietnam -uno pedía la “retirada militar inmediata” (King) el otro solo “detener los bombardeos”- y al más influyente activista de la minoría negra. No hay otro caso comparable de una purga tan radical en ningún otro régimen parlamentario.

Crímenes de Estado
Constituido en Comité por la verdad y la reconciliación -un nombre que homenajea a la comisión que investigó los crímenes del Apartheid en África del Sur- el grupo califica esos asesinatos de, “asalto salvaje y concertado a la democracia” y “actos organizados de violencia política” que tuvieron un, “impacto desastroso en la historia del país”. Todos ellos querían de manera diversa, “apartar a Estados Unidos de la guerra y dirigirse hacia el desarme y la paz, salir de la violencia y la división interior y avanzar hacia la amistad civil y la justicia”.

Sobre el asesinato de John Kennedy, el grupo dice que, “fue organizado en las altas esferas de la estructura de poder de Estados Unidos y llevado a cabo por elementos superiores del aparato de la seguridad nacional que utilizaron, entre otros, a personajes de los bajos fondos para ayudar a su ejecución y encubrimiento”. Recuerdan los “juicios farsa” que rodearon los cuatro asesinatos y apelan al Congreso a que exija la publicación de todos los documentos gubernamentales, que deberían haber sido desclasificados por completo en 2017 pero que la CIA y otras agencias mantienen en secreto.

Oficialmente todos fueron muertos en atentados obra de “locos solitarios”; Lee Harvey Oswald mató a John Kennedy antes de ser asesinado a su vez por Jack Ruby, Malcom X, murió a manos de tres negros musulmanes, Marti Luther King cayó a manos del loco James Earl Ray y el senador Robert Kennedy bajo las balas de Sirhan Sirhan, un palestino perturbado.

Forman parte del grupo los hijos de Robert Kennedy, abogados y colaboradores de Martin Luther King, médicos y forenses de renombre que trabajaron en el caso JFK, el disidente Daniel Ellsberg que destapó los papeles del Pentágono, cantantes como David Crisby, el cineasta Oliver Stone, autor de una gran película sobre el caso JFK, actores de Hollywood, etc. La noticia era clara, incluso desde el punto de vista del espectáculo y las personalidades firmantes, pero muy pocos se hicieron eco de ella. Ningún gran medio español lo hizo.

¿Les suena Michael Hastings?
Mientras nos entretienen con las fechorías de los países adversarios, la simple realidad es que no solo de puertas afuera, donde es la principal dictadura del planeta, sino en sus relaciones interiores, Estados Unidos es un ejemplo bastante bueno de estado policial en el trato a sus propios disidentes, con uso del asesinato político encubierto en casos extremos y la violación permanente de derechos elementales de aquellos que considera políticamente peligrosos.

El vicepresidente Henry Wallace tuvo su correo controlado y su teléfono pinchado por la policía política, por defender que la amenaza soviética estaba siendo exagerada por el complejo de la seguridad nacional. Lo mismo le ocurrió al candidato presidencial George McGovern, a cantantes como Pete Seeger o Woodie Guthrie, músicos como Duke Ellington, científicos como Albert Einstein, los activistas del Occupy Wall Street o Black Lives Matter… En fín, desde que Eduard Snowden demostró documentalmente la existencia de Big Brother, y su encarnación en la NSA, las más básicas garantías constitucionales son negadas al conjunto de la ciudadanía mundial desde Estados Unidos.

Todos conocen el caso de la periodista rusa Anna Politkovskaya, pero a muchos menos les suena el nombre de Michael Hastings Los Solzhenitsin, Sájarov y demás de nuestro tiempo llevan nombres anglosajones; Eduard Snowden, Julian Assange, Chelsea Maning, etc.

La cobardía de Obama
La publicación del manifiesto no noticiado del Comité por la verdad y la reconciliación vino precedida en apenas quince días, por el fallecimiento del gran sociólogo norteamericano Norman Birnbaum. En su retrato de la cobardía de Barack Obama, Birnbaum explicaba hace unos años, en una entrevista con Deutchlandfunk, que el presidente tuvo muy presente durante su mandato el destino de otros personajes de la vida americana, como los cuatro mencionados, que llegaron a representar determinados riesgos de reforma. “Nuestro sistema tiene formas y maneras de advertir para que no se superen determinados límites”, decía. “Creo que en el caso de Obama, el presidente ha hecho para su persona esa lectura de nuestra historia”.

Desde la advertencia del Presidente Dwight Eisenhower, en su discurso de despedida del 17 de enero de 1961 (“Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial“, Oliver Stone inicia su película sobre JFK con esa cita), el presidente de Estados Unidos es un prisionero del aparato de seguridad nacional. “Ese aparato tiene sus propias leyes y sabe perfectamente cómo disciplinar a la gente”, decía Birnbaum a propósito de Obama.

Dándole la vuelta a lo que siempre se dijo sobre el comunismo, que era un sistema irreformable, la simple experiencia nos lleva a pensar más bien lo contrario: A lo largo de más de cuarenta años, los países del Este de Europa no pararon en intentar reformas hacia el “socialismo de rostro humano” que la URSS impidió siempre, el comunismo soviético fue tan reformable que hasta se autodisolvió, y en China y Vietnam se ha entronizado algo parecido a la “reforma permanente”.

Lo que se ha demostrado históricamente irreformable es más bien el sistema de Estados Unidos. Una sociedad de extrema desigualdad, desprovista de estado social, regida por el interés de una minoría y faro del mundo moderno, que elimina a los líderes que representan riesgos de transformación, y disciplina de paso a quienes llegan al poder con ínfulas de cambio.

Sacar a la luz esa historia, naturalmente, no es noticiable y cuando se saca a colación siempre hay algún genio que suelta aquello de la “teoría de la conspiración”. El concepto fue acuñado por la CIA en los años sesenta, precisamente para cortar el cuestionamiento de la increíble versión oficial de la muerte de Kennedy…

Desde entonces no paran: cada vez usan más ese latiguillo, porque cada vez tienen más estiércol que ocultar.

(Publicado en Ctxt)