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lunes, 1 de febrero de 2021

La conjura de los necios

Estoy convencida de que la buena gente abunda mucho más, pero actúan en silencio y no llevan cuernos

Es evidente que la maldad existe. Y también existe la estupidez, que para el historiador italiano Carlo Maria Cipolla es más dañina que la maldad. En su celebérrimo libro Allegro ma non troppo, Cipolla desarrollaba su teoría de la estupidez dividiendo a la humanidad en cuatro grupos: los inteligentes, cuyos actos son beneficiosos para ellos mismos y para la colectividad; los incautos, que actúan dañándose a sí mismos y beneficiando a los demás; los malvados, que hacen daño a los demás en beneficio propio, y los estúpidos, que se perjudican a sí mismos y perjudican también a todo el mundo. Yo añadiría dos subcategorías, la del malvado inteligente y la del estúpido malvado, que me parecen aún más peligrosas.

Pienso en todo esto tras leer en EL PAÍS el reportaje de Amanda Mars y Pablo Guimón sobre los asaltantes al Congreso de Estados Unidos. Una colección de humanos tan deprimente, demencial, mostrenca y penosa que, si llego a ver a unos tipos así en una película, inmediatamente hubiera condenado el filme por su exageración, por su esquematismo, por cargar las tintas de manera sectaria pintando unos personajes tan imposibles. E imposibles son, eso desde luego; imposibles de tratar y de entender. Pero reales.

Está arrasando el mundo una tormenta fatal de necedad con una capacidad destructiva mayor que mil Filomenas. Y esto me recuerda nuevamente a Cipolla, cuya primera ley fundamental de la estupidez (“siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación”) me parece una de las perlas del conocimiento humano. Los mentecatos, en fin, se multiplican últimamente como conejos. Todos ellos son desesperantes y dañinos, pero aun así supongo que hay diferencia entre aquellos que simplemente creen que la nieve es una falsificación perpetrada por el Estado y que puedes quemarla con un mechero, como piensan (bueno, pensar no parece el verbo más adecuado, se diría que las almejas piensan más que ellos) los descerebrados de QAnon, y aquellos que además salen a asaltar el Congreso armados con pistolas eléctricas, llevando bridas policiales para atar, pateando cristales, defecando en pasillos y rompiendo la cabeza de guardias con extintores. Los segundos, aparte de ser unos majaderos colosales, son lo que se dice mala gente. Narcisos, egocéntricos, megalomaniacos, violentos, asociales. Personas que odian al prójimo.

La maldad de los imbéciles, en fin, resulta especialmente deprimente porque parece imposible defenderse de ella, dado que cualquier razonamiento rebotará en la vacía caverna de sus cráneos. Pero quiero creer que su florecimiento es coyuntural. Andan muy crecidos en el mundo porque consiguieron colocar al malvado estúpido de Trump en la presidencia del imperio. Los conspiroparanoicos hablan del Deep State (el Estado profundo) como el ente maligno que cubre sus aceras con nieve de plástico, pero creo que nosotros podríamos hablar con mucha más propiedad de la conjura de los necios que hemos padecido estos últimos años. Ahora han perdido una batalla importante y hay herramientas políticas para desactivarlos.

Y mientras tanto, para contrarrestar la desolación que produce la abundancia de tanto imbécil feroz, podemos pensar en toda esa gente buena que rara vez sale en los periódicos. Los sanitarios con las caras destrozadas por los equipos de protección en las largas horas de lucha contra el virus. Las enfermeras de asistencia domiciliaria que se lanzaron a la calle en mitad de la nevada para no desatender a sus pacientes. Las cuidadoras de ancianos, la mayoría inmigrantes con sueldos míseros, que hicieron lo mismo, heroicamente, para no abandonar a sus viejos. Esto ahora, en los momentos críticos. Pero siempre, además, esa dependienta que llega a su casa en el extrarradio a las diez de la noche, tras dos horas de trayecto y un día de trabajo aniquilante, y que antes de entrar en su piso pasa por el del vecino enfermo para prepararle la cena; o ese jubilado que cuida a los hijos de su vecina para que pueda ir a trabajar. Una multitud de personas generosas combatiendo con su luz las tinieblas del mundo. Estoy convencida de que la buena gente abunda mucho más, pero actúan en silencio y no llevan cuernos. Malvados estúpidos, rendíos.

Rosa Montero, El País
 

sábado, 18 de mayo de 2019

Rosana, Silvio Rodriguez

Rosana

Silvio Rodríguez

Ya te estoy recordando Rosana,
aunque no te hayas ido.
El lucero que brilla mañana
es lo que te he querido.
Ya te estoy recordando, elegida,
como un reo en la sombra
resucita el color de la vida,
lo acaricia y lo nombra.

Ni un centavo te cuesta este beso,
pues mi alma lo paga.
Sólo espero lo mismo por eso,
hasta el fin de la saga.
Cuando escriba la vida los buenos,
al final vencedores,
se sabrá que no usamos veneno
con aroma de flores.

Brotará de la sangre ternura,
inocencia y espejos
donde irán a correr travesuras
nuevos niños y viejos.
Servirá de señal cada huella
de las horas felices.
Se sabrá tanto de las estrellas
como de cicatrices.

Y el camino que emprendas, Rosana,
será mejor a veces,
porque en otros momentos, cubana,
tu lloraras con creces.
Ya te vas. Yo no me quedo y no atino
a saber qué ha pasado.
Sólo sé que, por causa o destino,
ya no estas a mi lado.

sábado, 2 de marzo de 2019

Causas y azares

Causas y Azares, Silvio Rodríguez

Letra de la canción

Cuando Pedro salió a su ventana
no sabía, mi amor, no sabía
que la luz de esa clara mañana
era luz de su último día.
Y las causas lo fueron cercando 
cotidianas, invisibles.
Y el azar se le iba enredando
poderoso, invencible.

Cuando Juan regresaba a su lecho
no sabía, oh alma querida 
que en la noche lluviosa y sin techo
lo esperaba el amor de su vida.
Y las causas lo fueron cercando
cotidianas, invisibles.
Y el azar se le iba enredando
poderoso, invencible.

Cuando acabe este verso que canto
yo no sé, yo no sé, madre mía
si me espera la paz o el espanto;
si el ahora o si el todavía.
Pues las causas me andan cercando
cotidianas, invisibles.
Y el azar se me viene enredando
poderoso, invencible.

fuente: musica.com

viernes, 7 de septiembre de 2018

Josep Fontana: rigor, honestidad y compromiso


El filósofo Josep María Esquirol explica en su bellísimo ensayo “La Resistencia Intima”, que “la casa siempre es el símbolo de la intimidad descansada”. La casa “no es tanto el confort, ni el lujo, cuanto el recogimiento y la acogida”. Creo que estos pasajes definen muy bien a Josep Fontana como ser humano. Una persona honesta y sabia, no solamente por su capacidad de trabajo (mantenida hasta el último momento) sino porque fundamentalmente había elegido un orden de prioridades en el que el vínculo con los demás partía siempre de lo próximo: su austera y a la vez acogedora casa, su pareja, sus amigos, su barrio popular del Poblesec, su idioma, la universidad Pompeu Fabra, su ciudad…

De alguna manera, también así amaba a su país, sus afectos y su mirada de historiador se desplegaban desde lo pequeño y lo cotidiano, hacia lo que se mueve, hacia lo que resiste….hacia lo que lucha, y de ahí a lo universal como conocimiento a través de su incansable labor de investigación histórica. Gustaba Josep los fines de semana, del placer de lo que está bien cocinado, coincidía en esto, y en otras resistencias íntimas a las claudicaciones, con su gran amigo Manuel Vázquez Montalbán. Tras disfrutar de la mesa y la conversación tomaba un café sólo y regresaba a casa, a su recogimiento de la mesa de trabajo para seguir leyendo, para seguir desgranando argumentos y razones con los que entender la lógica de los acontecimientos históricos. Siempre he tenido la sensación de que esta manera de recogimiento en pos de la divulgación de la historia era una forma no sólo de disfrute personal sino de expresar querencias y estimas. Una manera superior y humilde a la vez, de darse a los demás.

En un sistema que preconiza el “yo” como el ámbito exclusivo de superar dificultades y problemas, en una sociedad apegada a las pantallas planas, consumidora de ansiolíticos y libros de autoayuda, adicta al fetiche digital, la actitud y la obra de Fontana ponen un acento sutil en el nosotros, el nosotros en movimiento, el nosotros que reflexiona, el nosotros que no se resigna y que puede elaborar proyectos alternativos. El nosotros que puede rescatar el yo disperso y desarmado ante tanta ignominia generada por el modelo neoliberal. Por eso los últimos años cruzaba la geografía peninsular (y no sólo peninsular) de una punta a otra siempre que algún colectivo u organización demandaba su presencia para explicar las claves de la presente “crisis”. Este es un tema en el que se centró tanto en los últimos capítulos de Por el bien del Imperio (2011), obra en la que trabajó catorce años y que es hoy una obra de referencia para entender la dinámica artificiosa y perversa de la guerra fría, como en una obra de prolongación titulada El futuro es un país extraño (2013).

El rigor de este discípulo de Jaume Vicens Vives y de Pierre Vilar, descansaba en su apabullante utilización de las fuentes y en una praxis del materialismo histórico liberado de la noción de “Progreso”, reivindicando en este aspecto a Walter Benjamin. Josep Fontana no se dejaba seducir por el espejismo tecnológico como motor de los cambios, y era por el contrario muy consciente, de que los desarrollos humanos, entendidos como la consecución de sociedades más equilibradas y justas, habían venido de la mano de tenaces luchas sociales (y sus consecuentes aprendizajes colectivos) en favor de proyectos alternativos al poder y a sus prácticas políticas, económicas y culturales. Para Fontana no había linealidad de progreso en el desarrollo de los acontecimientos, en sus obras demuestra que la Historia es un territorio de contingencia y de encrucijadas; al respecto, Fontana reflexionó sobre la función de la Historia y la labor del historiador en una interesante obra del año 1992 titulada La Historia después del fin de la Historia, y que merece hoy ser releída, en estos momentos en el que el oportunismo, la estulticia y la Historia como negocio y coartada del poder vuelven a cabalgar sobre fastos históricos en forma de Quintos Centenarios; este libro, además, desmonta con lucidez toda operación de vuelta a una historia narrativa conservadora tras el fin de la guerra fría.

En 1917 publicó El siglo de la Revolución, una obra de alguna manera complementaria a la mencionada Por el bien del Imperio, en ella Fontana explica, el impacto que la revolución rusa de 1917 tuvo a escala planetaria. Frente a ese esquema posmoderno de pensamiento, tan socialmente extendido, que cree que mirar a la revolución bolchevique para encontrar respuestas está demodé, el libro demuestra que aquel acontecimiento supuso una ruptura de equilibrios que permitió cambios políticos y sociales a nivel planetario, aunque en Europa y en el mundo occidental esas transformaciones fueran más palpables y duraderas. Para el historiador catalán no se pueden entender la construcción de los estados del bienestar (welfare state) desligados de aquella respuesta organizada de las clases subalternas y del país que surgió después, a pesar de que el estalinismo supuso en buena medida un recorte y una mutación en clave conservadora de toda la carga emancipadora inicial. Los fascismos de los años 30 son explicables para Fontana como la manera con la que el capital reaccionó ante aquella ruptura inesperada que disputaba su poder. En esta línea también publicó en la prestigiosa web Sin Permiso (de la que formaba parte del Consejo Editorial) , un magnífico artículo titulado ¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, auténtico alarde de conocimiento puesto al servicio de la didáctica de la Historia.

La labor de Josep Fontana como editor, primero en Ariel y luego en CRITICA, merece ser puesta de relieve ya que gracias a él el mundo universitario y las personas que tenían interés por la Historia pudieron conocer a historiadores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson, H. Kohachiro Takahasi, Peter Kriedte, o Mary Beard, entre tantos otros. También publicó debates historiográficos de gran interés y riqueza conceptual como El debate Brenner, en el que concurrieron varios historiadores de diferentes tendencias, (Emmanuel Le Roy Ladurie, M.M.Postan, Guy Bois, R.H. Hilton, Patricia Croot, David Parker, Heide Wunder, J.P Cooper y Arnost Klima), aparte del propio norteamericano Robert Brenner que abrió el debate con un artículo publicado en 1976, en el que concedía gran importancia a las estructuras de poder campesino a la hora de condicionar los cambios que se operaban en la demografía y en los intercambios económicos que erosionaban el feudalismo; se trataba en definitiva de un debate sobre los factores que accionaban la transición entre la baja edad media y la Europa preindustrial. Otra publicación de mediados de los 80 fue Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII) , que recogía los trabajos de diferentes historiadores (Pierre Bonnassie, Thomas N. Bisson, Reyna Pastor o Pierre Guichard) en un coloquio celebrado en Roma en el 78 sobre el feudalismo; la publicación de todas estas aportaciones arrojó mucha luz sobre las diversas estructuras feudales europeas, hasta ese momento, analizadas casi siempre desde el paradigma feudal del norte de Europa.

Este breve resumen del quehacer de Fontana como Historiador y como editor no estaría completo sin mencionar su comprensión del siglo XIX español y la crisis de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen, terreno en el que era un auténtico especialista (¿y en qué no lo era?). En libros como La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, el historiador barcelonés nos da las claves para entender un periodo en el que los viejos terratenientes feudales pactaron con el liberalismo burgués incipiente, como forma de garantizar su poder oligárquico ante el empuje de un campesinado que buscaba en la religión prestigio y justificación pero que no conseguía formular sus aspiraciones de clase en un programa coherente. Para Fontana los historiadores académicos, liberales o conservadores, aplicaron a esta época una deliberada miopía que rehúye ahondar en las raíces sociales de los hechos; o dicho de otro modo: los sujetos colectivos y sus intereses son fundamentales para entender cualquier acontecimiento.

Hay que decir, y esta era una de las grandes cualidades de Josep Fontana, que su obra aunaba siempre profundidad, claridad expositiva y amenidad.

Silvio Rodríguez suele decir que a menudo, uno vuelve a ventanas en las que una vez se asomó, y que allí vuelve a descubrir canciones. Pues bien, algo así es lo que a Josep le estaba ocurriendo en los últimos tiempos; se estaba asomando de nuevo a esa enorme ventana del siglo XIX que nos abrió, en concreto, estaba escribiendo un libro que había comenzado como una historia de la restauración entre 1814 y 1848 y se percataba, según me comentaba, que había que prestarle mucha atención a las medidas sobre el desarrollo del capitalismo, medidas que quedaban omitidas en el discurso histórico dominante y que, por ejemplo, el esclavismo había tenido un papel fundamental en este aspecto. Sobre esta obra y en un guiño me decía ¿Para qué apresurarme en acabarla?

Por tu amistad, por lo que nos has enseñado y por lo que vas a seguir enseñando a generaciones futuras de tot cor moltes gracies Josep.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Silvio Rodríguez, detrás de la guitarra. “Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres”, dice el cantautor en esta entrevista.

Javier Larraín Parada



“Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo”. “Me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas”.

En memoria de Natalia Coronel,
que me incitó a dar este pasito

Hijo de Argelia y Dagoberto, Silvio Rodríguez es uno de los trovadores más emblemáticos de lo que se dio en llamar el Movimiento de la Nueva Trova en Cuba, y quizás también –en palabras de Mario Benedetti–:
“uno de los poetas más talentosos de su generación”.

Nacido el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de los Baños, pueblo donde “una loma y un río” le fueron vecinos y que perpetuó en El papalote, Yo soy de donde hay un río, Trovador antiguo y Anoche fue la orquesta, en estos días cumplió 70 años y por esta razón, en exclusiva para Correo del Alba, le hemos preguntado acerca de su vida y otras cuestiones.

¿Cuánto ha influido en su vida y trayectoria artística el provenir de una familia modesta de provincia?
Son mis orígenes, y por eso están en mis canciones; incluso están en algunas más que las que usted menciona. Por ejemplo: En mi calle, Llegué por San Antonio de los Baños, Me veo claramente, y todavía algunas otras.
En el estribillo de una de ellas ha dicho “guajirito soy”, ¿qué le significa eso?
El origen de la palabra es otro, pero en Cuba se le llama guajiro a la gente que nace y trabaja en el campo. Es como decir campesino pero de forma más entrañable.

Durante su infancia y adolescencia fue un devorador de literatura de ciencia ficción y un ávido consumidor de cine del mismo género.
He defendido la ciencia ficción por ser un género un tanto subestimado, a pesar de haber dado a grandes escritores y muy importantes obras. Pero más bien empecé leyendo libros de aventuras. El placer de leer me fue llevando a los clásicos universales y después recalé en la literatura latinoamericana.
También se inclinó por las artes plásticas, matriculando en la Academia de San Alejandro en La Habana, ¿cuándo comenzó a cultivar su afición por el comic y por qué decidió laborar en eso?
A los 15 empecé a estudiar y a trabajar en el semanario Mella. Inicialmente entintaba algunos dibujos a lápiz de Virgilio Martínez, pero terminé a cargo de una página que se llamaba: El Hueco, una historieta muy profunda. Luego seguí dibujando, emplanando y diseñando en publicaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, durante mi servicio militar. Después me desmovilicé y empecé a dedicarme solamente a hacer canciones.

¿Continúa dibujando?
A veces garabateo un poco.

¿Cree que hay puntos de “contacto” entre el arte plástico y el musical? (Lo pregunto porque de inmediato se me viene a la mente la canción Viñeta, donde sus andanzas resultan auténticas imágenes).
Creo que las imágenes que hay en mis canciones en parte se deben a que primero fui dibujante. Siempre he sido un gran admirador de las artes plásticas.

Volviendo a lo “fantástico”, le ha cantado al “espacio”, reclamando en una ocasión que “quiere ser cosmonauta”, ¿esa afición por el mundo exterior proviene de su primera infancia? ¿Le sigue apasionando la astronomía y la física?
Los mundos “exteriores” suelen ser muy interesantes, como también los interiores. Me siguen gustando la astronomía, la física, la biología y en general las ciencias. Y por supuesto las letras, el cine, la danza, todas las artes.

¿Cuándo y por qué se decidió a hacer canciones? ¿Cómo eran sus primeras composiciones y qué temáticas abordaban? ¿Recuerda cómo tituló la primera?
La primera la hice jugando, en el semanario Mella, se llamaba El rock de los fantasmas; Virgilio la cantaba muy bien. Después, en el ejército, empecé a tocar la guitarra y aparecieron otras canciones; allí empecé a inclinarme a componer canciones, en la medida en que la vida militar me lo permitía.

¿Cuándo se sube por primera vez en un escenario para cantar sus canciones?
En los Festivales de Aficionados de las Fuerzas Armadas. Tenía un dúo con un compañero llamado Luis Gómez.
Al día siguiente a mi desmovilización del ejército, el 13 de junio de 1967, debuté en un programa de televisión llamado Música y estrellas. Faltaban meses para que conociera a Pablo y a Noel. Unas semanas después de mi debut en tv, hice mi primer concierto, junto a los poetas de El Caimán Barbudo, en un homenaje que ellos le hacían a la trovadora Teresita Fernández.

¿Cómo evalúa su incursión en televisión –tanto en Música y estrellas como en Mientras tanto–? ¿Fue un estímulo para su posterior carrera musical? ¿Pensó alguna vez dedicarse a la tv?
Para mí fue una gran suerte que el extraordinario pianista y director orquestal Mario Romeu se fijara en mis canciones y me pusiera ante las cámaras de la televisión. Esto ocurrió porque Guillermo Rosales me llevó a casa de Mario, para que conociera a su hija, Belinda, que también hacía canciones. Todos estos sucesos ayudaron mucho a mi proyección posterior porque me dieron a conocer, pero nunca pensé en dedicarme a la televisión.

¿Cuándo y cómo nace la nueva trova cubana? ¿A quién se le ocurre denominarse “trovador” o quién los denomina “trovadores”?
En los 60s, en Cuba, a los que hacíamos canciones y las cantábamos se nos llamaba “compositores e intérpretes”. Después se nos dijo “cantautores”, que fue un término tomado del festival de San Remo, en Italia. Pero yo siempre pedía que me llamaran “trovador”. Era una forma de solidarizarme con los trovadores, que eran los músicos que menos cobraban y estaban marginados de los medios. Otros compañeros también se identificaban con eso. Los periodistas, por su parte, nos iban poniendo nombres, según las modas y sus gustos. Lo mismo nos decían “cantautores” que la “joven trova”, y también nos llamaban “nueva trova”.

En 1972 se oficializó lo que fue nombrado como Movimiento de la Nueva Trova. Recuerdo que nosotros mismos nos reíamos de ese nombre porque sabíamos que pronto dejaría de ser considerada “nueva”.

¿Cuál fue su experiencia musicando filmes del ICAIC? A la luz de los años, ¿cuál fue el real impacto del Grupo Experimentación Sonora (GES) del ICAIC?
El GES reunió a muchos talentos desconocidos, o poco conocidos, y después casi todos se fueron destacando como individualidades. Allí tuvimos la oportunidad de estudiar con grandes maestros. Leo Brouwer fue fundamental porque hizo el plan de estudios y personalmente nos enseñó muchísimo. Leo, que es un genio, tiene una forma propia, abreviada, de enseñanza, gracias a ser autodidacta. Ha sido capaz de condensar cosas que académicamente resultan mucho más extensas y complejas. Ese conocimiento sintetizado lo puso a nuestra disposición y cada cual atrapó lo que pudo.
También contamos con otros dos excelentes maestros: Frederic Smith, un norteamericano genial, aún no descubierto, y Juan Elósegui, un músico de la Orquesta Sinfónica Nacional que nos enseñaba solfeo a los que no sabíamos. Elósegui fue fundamental para mí porque gracias a él pude escribir mis canciones y orquestar un poco.

A fines de 1969 se enrola en la Flota Cubana de Pesca, que le lleva a las costas africanas. Allí compone 62 canciones, ¿qué lo motivó a realizar esa travesía?
Cosas de muy diversa índole, que podrían resumirse en que nací isleño y quería ver lo que había después del horizonte.

Pero, ¿pudo dimensionar –en el viaje o al retorno– la trascendencia de esa expedición creadora que le permitió componer canciones como Playa Girón o Al final de este viaje?
Ni antes ni después he vuelto a pasar tantos meses en tan óptimas condiciones para la creación. Eso lo explica todo.

En aquella época tuvo algunos incidentes con funcionarios de distintos organismos de gobierno que le reprocharon algunas de sus formas de asumir lo artístico y también la crítica, ¿cuál es la relación que debe haber entre el arte –en su caso la canción– y la política y los organismos políticos en una revolución socialista?
Era la primera década de la Revolución y creo que todos estábamos aprendiendo. También había mucha hostilidad contra Cuba y eso creó un instinto de supervivencia acaso un poco desmesurado. Por supuesto que también había oportunismo, gente más papista que el papa, fuera para guardar las apariencias o para destacarse. Pero no me gusta analizar las complejidades esquemáticamente, como si estuviera dictando recetas. Mucho menos pretender dictaminar como se debe ser. Cada persona, cada artista debe ser dueño de escoger cómo es su relación con lo que le rodea. Esa es una responsabilidad y un derecho inalienable de cada cual. Yo había tomado partido por la Revolución por causas de mucho más peso que mi suerte personal, y así me mantuve.

¿Cuánto puede afectar la rigidez ideológica a la creación artística? ¿Cuál debe ser el rol de un artista revolucionario?
Artista-revolucionario. Son dos palabras, aunque las dos debieran ser lo mismo porque los mejores artistas siempre han sido revolucionarios. No en el sentido político, aunque muchas veces también en ese sentido. Lo cierto es que yo no fui un niño prodigio, como Mozart, que desde que nació estaba rodeado de música y haciéndola. En mi caso, lo primero que llegó fue la persona, con sus orígenes de clase y sus consecuentes nociones de vida. Una persona, además, en una circunstancia muy especial como la Revolución Cubana. La vocación se me acabó de definir cuando ya mi persona estaba bastante conformada y había hecho unas cuantas elecciones. Por eso a veces puse mi vocación en función de lo que pensaba como gente. Pero aclaro que esto es sólo mi caso, no tiene que ser igual para todos. Es humano que el compromiso ocurra, o no, de muy diversas maneras.

Es conocida su afición por la poesía, sus preferencias por Vallejo –cuya tumba visitó en París en 1979–, Martí, Guillén, Maikovski y la musicalización de poemas de Rubén Martínez Villena y Miguel Hernández, ¿qué lugar ha ocupado y ocupa la poesía en su vida?
La poesía, afortunadamente, no ocupa mucho espacio; y puede llegar a ser parte de quienes se interesan por ella. Puede que eso me haya sucedido un poco.

¿Cuáles son los poetas que más admira?
Aprendí mucho de Martí, aunque no me di cuenta hasta que pasó mucho tiempo. Siendo un adolescente me impactó la poesía de César Vallejo, porque hablaba como para sí mismo. Me iluminaron las universalidades de Whitman y de Neruda; pero no voy a hacer una lista de poetas: son muchos a los que se les debo algo.

En una ocasión señaló que en la década del setenta se propuso hacer una o más canciones al estilo de Nicolás Guillén, ¿de qué canción o canciones hablaba?
Hay una canción mía que identifico con la manera de usar el ritmo de Guillén: Rabo de nube.

A mediados de la misma década se inscribe como voluntario para integrar una delegación cultural que cantó a los internacionalistas cubanos en Angola.
Yo me inscribí como voluntario para ir a combatir a Angola. Las Fuerzas Armadas, al ver que habíamos varios trovadores en el mismo caso, decidieron hacer una brigada con tres de nosotros (Vicente Feliú, el mago José Álvarez Ayra y yo) para que recorriéramos los frentes. Esa fue la orden que recibimos y a eso nos dedicamos durante algunos meses. Íbamos con guitarras y también armados hasta los dientes. Quiero aclarar que no fuimos los únicos que hicimos eso. Los grupos musicales Los Cañas y Manguaré integraron también brigadas que recorrieron media Angola. El grupo de Teatro Escambray, con Sergio Corrieri al frente, hizo lo mismo. También está el caso del trovador Lázaro García, que fue como soldado de filas en un batallón de Lucha Contra Bandidos.

¿Qué lo motivó ir a la guerra?
Me motivó defender la independencia recién ganada de Angola, un país de donde llegaron parte de mis ancestros. Cuando aterrizamos allá, en febrero de 1976, el ejército de Sudáfrica (el del apartheid) tenía ocupado la mitad del país. Angolanos y cubanos, juntos, logramos expulsarlos.

¿Qué recuerdos guarda de esa experiencia?
Muchos. Puede que algún día me extienda un poco más sobre todo aquello; llevaba un diario.

¿Qué canciones compuso en tierras africanas?
Canción para mi soldado la hice en Cabinda; Pioneros en Maquela do Zombo. Hice algunas otras que sólo tenían sentido en aquellas circunstancias.

Trayéndolo a la actualidad, ¿qué le atrae en el ámbito musical y de presentaciones?
En todas mis presentaciones hay algo de deber asumido, pero hacer música y canciones es un goce. En el disfrute me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas.

¿Qué lo motiva a realizar la ya famosa “gira por los barrios” en Cuba? ¿En qué consiste esa gira?
Precisamente hoy, que estoy contestando este cuestionario, se cumplen seis años del comienzo de la gira por los barrios. El de hoy va a ser el concierto número 76. Todo empezó porque un policía tocó a mi puerta y me contó que el barrio que él cuidaba merecía “un estímulo”. Era un barrio muy precario, llamado La Corbata. Sólo fui a tratar de ser el “estímulo” que deseaba aquel compañero; no sabía que allí iba a encontrar un camino, pero eso fue lo que hallé y todavía lo sigo.

Igualmente, ¿cómo y por qué se decidió a realizar, durante los años 2007 y 2008, conciertos en los recintos penitenciarios en Cuba?
Siempre he dicho que la cultura tiene que ser constante en las prisiones, que es un trabajo que hay que sistematizar. Las personas que cumplen condenas largas a veces sienten que ya no son parte del mundo, que han sido olvidadas. La cultura tiene el don de aliviar hasta eso. He hecho otras giras por prisiones, y las seguiré haciendo. Aquella fue más grande y se divulgó más porque la anuncié cuando me despedía de la Asamblea Nacional, donde había estado durante tres períodos. Pero el mes que viene vamos a hacer otros dos o tres conciertos en prisiones, sin tanta propaganda.

¿Cuál ha sido el aporte de la cancionística y el arte en general al proyecto político revolucionario cubano?
Lo ignoro. Pero debe haber significado algo porque conozco a mucha gente de la cultura que ha enfocado su trabajo hacia el mejoramiento humano. Y siempre se recoge algo de lo que se siembra. Martí lo resumió en una frase: “Amor con amor se paga”.

Dentro de unos meses se conmemoran los 50 años de la captura y asesinato del Che y sus compañeros en La Higuera – Bolivia, ¿por qué cree sigue siéndonos tan próximo?
Muchas virtudes del Che siguen vigentes. Su capacidad de sacrificio es un ejemplo humano para los siglos por venir. También la radicalidad de su pensamiento. Hubiera sido interesante ver la evolución del Che si hubiera vivido todos estos años. No hay forma de construir algo valioso y duradero si no es desde el apego a la claridad, sin oscurantismos de ningún tipo. Él demostró ser un hombre dispuesto a mantener esa divisa en alto.

¿Tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente? ¿Pudo verlo en alguna concentración o marcha?
Choqué con él una madrugada, saliendo de casa de un amigo con el que estudiaba matemáticas. También lo vi avanzando por la calle 23 hacia la esquina de 12, el 16 de abril de 1961, brazo con brazo con Fidel y con el Presidente Dorticós. Marchaban hacia el entierro de las víctimas del bombardeo del día anterior. Era el preludio de la invasión por Playa Girón, el mismo día que Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución, y también el día en que Alberto Korda le hizo al Che su famosa foto.

Recientemente ha dicho que compartió con Vilo Acuña “Joaquín”, ¿en qué circunstancias?
Vilo era jefe de una unidad militar subordinada al Ejército de Occidente, donde se hacía Venceremos, una revista en la que trabajé entre 1965 y 1966. Yo hacía unas historietas críticas con situaciones internas del ejército y Vilo entró un par de veces a saludar a mi jefe, Óscar Azúa, y de paso a mirar los dibujos. Lo recuerdo como un hombre sencillo, de trato sumamente amable.

Desde sus comienzos como trovador el Che está presente en muchas de sus canciones, ¿por qué esa recurrencia? Y, en lo más íntimo, ¿qué le significa su figura?
No me motiva su figura sino su carácter: el Che no sólo era radical hacia afuera, también sabía ser muy franco hacia adentro. Es una virtud que siempre le admiré. Creo que el pueblo cubano lo amaba justamente por eso.

Ya desde principios de la Revolución había una tendencia triunfalista en nuestra prensa. Pero el Che visitaba una fábrica y decía todo lo que encontraba mal. Tampoco ocultó sus reservas con los errores del socialismo. Siempre he identificado a los verdaderos revolucionarios con esas actitudes. Haydée Santamaría, en el sentido de la autocrítica, fue muy parecida al Che. Alfredo Guevara también. Raúl Roa traspasó generaciones con su iconoclasia revolucionaria. Son los ejemplos que me formaron, incluyendo a Fidel, que ha sido ejemplarmente autocrítico. Nuestro Presidente Raúl también ha dicho cosas muy sinceras. Pero hay algunos que consideran que ventilar públicamente nuestros problemas es hacerle el juego al enemigo. Yo considero que el juego se lo hacemos si ocultamos los problemas.

En mayo de 1983, junto a Vicente Feliú, realizó una gira en solidaridad con los damnificados por las sequías en Bolivia, ¿qué recuerdos tiene de esas presentaciones?
Recuerdo que en las minas de Siglo XX, o sea a unos 4 mil metros de altura, cantábamos en el sindicato de los mineros y usábamos un balón de oxígeno entre canción y canción. Aún así no logramos cantar mucho entre los dos, porque no podíamos más, estábamos sin aire. Cuando nos levantábamos para irnos, alguien gritó: Fusil contra fusil... Era demasiado que allí, en Bolivia, aquellos mineros legendarios me pidieran esa canción. Entonces volví a sentarme y la canté como pude.

¿Qué sintió al regresar después de veinte años a la tierra “hija” del Libertador?
Me sentí muy honrado con la invitación del Presidente Evo y poder saludarles a él y a Álvaro.

El día del concierto se nos acercaron unos jóvenes, entre ellos un muchacho, hijo de un minero que también era artesano; su padre me mandaba una máscara preciosa, con elementos extraídos de mis canciones. La conservo cerca. Fue hermoso regresar a Bolivia, aunque por la altura no pudiera volver a La Paz, o a Oruro, o a Cochabamba, como la primera vez.

En el blog que administra (segundacita.blogspot.com) suele intercambiar con los “segundaciteros” un sinfín de criterios y las más disímiles lecturas, ¿qué prefiere leer hoy?
Siempre he leído gran variedad de cosas.

¿Cuál fue el último libro que leyó?
Un cuento oscuro, de Naomi Novik.

¿Cuál es o cuáles son sus escritores preferidos? ¿Los que más le han influido?
Muchos me gustan, pero no sé quienes me han influido más. Seguramente los primeros que leí.

En el campo de la cancionística trovadoresca cubana, ¿pudiera recomendarnos algunos nuevos talentos?
Tres dúos: Lien y Rey, Cofradía y Karma.

Pasando a otro tema, en agosto Fidel cumplió 90 años, ¿qué tan presente ha estado en su vida y obra?
Supe de Fidel cuando yo era un niño y seguramente estará en mí mientras conserve la razón. Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres.

¿Cuál cree es el legado que nos deja el Comandante?
Algo parecido a lo que nos enseña el Universo: todo está en movimiento.

¿Sigue creyendo que las canciones pueden cambiar el mundo?
Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo.

Por último, ¿continúa siendo “enemigo” de sí y “amigo” de lo soñado que es? Y, ¿cómo ve su llegada “al club de los 70”?
La verdad es que no me siento enemigo de casi nada. Y, mientras pueda trabajar y disfrutar de los míos, no me importan los años.

Javier Larraín Parada. Profesor de Historia y Geografía, Equipo Editorial Correo del Alba -

www.correodelalba.com, Fundación PINVES – Bolivia.