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sábado, 15 de agosto de 2020

_- The Wire. David Fernàndez 18/07/2020

_- “Hay cosas que no se hacen;
si se hacen no se dicen;
si se confirman, se desmienten”

General Sáenz de Santamaría

"Del gobierno más progresista de la historia que, al mismo tiempo, intenta cómo puede salvar la monarquía de las triquiñuelas que, durante tanto tiempo, los servicios secretos españoles han escondido y protegido. No habrá vía corta democrática, claro. El 78 es así y la vieja tonada lo deja claro: ningún régimen reconoce tener presos políticos como ningún estado reconoce espiar a los adversarios políticos. Mientras tanto, los gobiernos continúan desmintiendo la realidad."

El "no me consta" del gobierno español —mitad balones fuera, mitad chiste postdemocrático frente a la gravedad del espionaje político— me recuerda torpemente —recuerdos de pubertad política— a aquella portavoz gubernamental socialista que se llamaba Rosa Conde, que siempre decía "no me consta". Lo decía a cada pregunta difícil durante cada comparecencia oficial. Nunca le constaba la realidad, en una variante más refinada del pujolista "ara no toca" (ahora no es el momento). Así era nuestra juventud precaria: o no tocaba o no constaba. La realidad desmentía al gobierno y, viceversa dialéctica, los gobiernos se empeñaban en desmentir la realidad. Ahora bien, empezando por el final, que todo un gobierno del Estado implicado diga "no me consta" es bien distinto de decir "es mentira". Sabiendo diferenciar gobierno y estado, que no es exactamente lo mismo: "Los gobiernos pasan, las policías permanecen".

Como lo es también que el CNI se limite a decir que todo lo que hace es con orden judicial, que es cualquier cosa menos un desmentido; menos aún si se sabe que, desde 2015, tiene una orwelliana e inquisitorial Unidad de Defensa de los Principios Constitucionales, que incluye el independentismo como enemigo a abatir y que será la excusa que vendrá. Que los ministerios de turno -incluido el de la porra- ofrezcan como única respuesta una invitación al presidente del Parlamento de Cataluña a querellarse ante la justicia ya es una broma de la democracia cuando la democracia es de broma. Pillados, solo queda disimular y buscar cortinas de humo. Y hacer todo lo posible para que nunca haya pruebas, ni juicio ni condena. Rituales habituales, as usual, de la impunidad.

Acortando camino ante una excepción que se alarga, ¿cuál sería, sin embargo, la vía democrática más corta? Sencilla, ágil y rápida. El presidente Pedro Sánchez convoca el CNI de urgencia, le pide si es él quien está detrás y toma decisiones sobre el tema. Y si no lo hace, en suma, es porque no quiere. Y punto. Todo lo demás son excusas: dilación, complicidad y encubrimiento, que es lo mismo que torpedear. Del gobierno más progresista de la historia que, al mismo tiempo, intenta cómo puede salvar la monarquía de las triquiñuelas que, durante tanto tiempo, los servicios secretos españoles han escondido y protegido. No habrá vía corta democrática, claro. El 78 es así y la vieja tonada lo deja claro: ningún régimen reconoce tener presos políticos como ningún estado reconoce espiar a los adversarios políticos. Mientras tanto, los gobiernos continúan desmintiendo la realidad. No consta, no toca, no sucede.

Delito de Estado: impunidad garantizada, secreto oficial a gritos y ley del silencio. Y negocios turbios con empresas israelíes. Pero, por suerte, aún no han prohibido la hemeroteca: el diario Haaretz ya informaba y denunciaba en 2018 que diferentes estados empleaban tecnología israelí para "espiar e interceptar comunicaciones de defensores de los derechos humanos, disidentes y miembros del colectivo LGTB". Y sí, hablaban de la empresa NSO y su Pegasus, "el kit de espionaje más invasivo del mundo". El diario recordaba que las exportaciones, autorizadas por el Ministerio de Defensa, se habían seguido produciendo a pesar de saber los usos perversos, represivos y autoritarios que hacían de ellos los gobiernos, el español incluido. Incluso la diputada Tamar Zandberg, de Meretz, pidió el fin de este negocio, terriblemente opaco. Hago mención de un periódico y una diputada israelí para todos aquellos que se ponen la venda en los ojos ante la naturaleza neuróticamente securitaria de Israel.

Pero volviendo a las Españas, menos mal de los antecedentes, de hecho, que recuerdan que no estamos hablando de una excepción sino de una norma callada: la excepción, mira por donde, es la investigación realizada por CitizenLab, que lo ha hecho visible después de que WhatsApp se diera cuenta del agujero de seguridad. Para no alargar la infamia, sólo tres antecedentes concretos. Para recordar la norma excepcional de la monarquía bananera del Reino de España. De entrada, sólo habría que recordar que Narcís Serra acabó dimitiendo por el espionaje del CESID... al Rey. Era 1995. La pregunta sería que, si ya por entonces "escuchaban" a un rey corrupto, qué no harían con el resto de súbditos. Por aquellos tiempos brotaban 7.000 microfilms de los servicios secretos españoles filtrados a la prensa. Hoy Villarejo, ayer Perote; aquel coronel expulsado por irregularidades económicas que fue asesor de seguridad de Repsol y que acabó con la carrera del pianista Narcís Serra. El jefe del CESID, Manglano, acabó siendo condenado por "invasión masiva" por las escuchas producidas entre 1984 y 1991 a numerosos periodistas, políticos, empresarios y al rey que Franco nombró rey. Pero no vayan tan deprisa: fue absuelto posteriormente. Para eso está la alta judicatura española, para condenar enemigos y absolver a los amigos.

Dos. Recordarán el escándalo del espionaje en la sede de Herri Batasuna en nombre de una lucha antiterrorista bajo la que se ampararon tantos crímenes, abusos y canalladas. La tentación vivía arriba. En el piso de arriba de la sede de la formación política, piso franco del CESID durante una década. El balcón de enfrente también. Accidentalmente, cuando desde HB decidieron renovar la centralita telefónica, los operarios solo llegar decidieron no tocar nada: desmontando el falso techo para acceder a la instalación se encontraron todas las líneas pinchadas y conectadas desde el piso de arriba -alquilado en 1992 por los servicios secretos-, entre un desorden de cables, wires y cableado. Los operarios pusieron pies en polvorosa. Y los dos inquilinos del piso de arriba huyeron. Diez años continuados de espionaje industrial. Teléfonos, ordenadores, vídeo y decenas de micrófonos. Sin ninguna orden judicial y a costa de los fondos reservados, pero bajo órdenes gubernamentales. El equipo de investigación del diario Egin —cerrado por la Audiencia Nacional en 1998, a pesar de que en 2007 se decretó, ¡vaya por dios!, la ilicitud del cierre— descubrió a uno de los espías huidos en su casa, en los alrededores de Madrid. A otro en Vitoria, en casa de sus padres. Militares. Eran Mario Cantero y Francisco Buján. Junto con ellos, y en primera instancia, fueron condenados —cinco años después— dos directores generales del CESID: de nuevo, Manglano, y también Javier Calderón. Ambos condenados a tres años de prisión y ocho de inhabilitación absoluta. Pero no corran tanto, caramba. Extremadamente rápido, el Tribunal Supremo no tuvo ningún reparo: absolvió con extrema rapidez a los dos directores y solo condenará a un solo agente. A dos años y seis meses de prisión. Que nunca cumplió. No hacía falta aclararlo, ya lo sé.

En la misma estela, un día de 1995, el ex diputado de HB Joxe Mari Olarra volvía de una manifestación y se encontró a tres hombres que le habían abierto el coche y lo estaban revolviendo. Los persiguió y casi pilla a uno que se acabó refugiando en una comisaría de la Ertzaintza, de donde saldría en libertad, sin cargos y sin ningún tipo de investigación. Sólo investigará, de nuevo, aquella cabecera de referencia periodística que fue Egin: descubrirían que era un agente del CESID en comisión de servicio, un capitán de caballería del Ejército, José María Liniers Portillo. En 2003, Iñaki Anasagasti denunciaba que los teléfonos del grupo parlamentario del PNV en el Congreso estaban intervenidos por el CNI, pocos meses después de que estallara un escándalo sobre las escuchas en los despachos de la ONU.

El País Vasco acoge y recoge el abanico acumulado más extenso y reciente del deep state. Toda aquella tecnología se ha transferido ahora al caso catalán, agentes incluidos. A raíz del proceso de ilegalización y apartheid electoral de la izquierda abertzale de 2002, se terminó haciendo público que el Estado disponía de una lista ilegal de 40.000 desafectos, a partir de la cual se determinaba qué lista electoral quedaba contaminada. Pocos levantaron la voz. Y así nos va. Thomas Paine: "Quien quiera salvaguardar su libertad deberá proteger de la arbitrariedad a todos los demás, o el precedente se volverá contra él". Mientras tanto, al fiscal general Conde Pumpido se le escapaba un "nos hemos pasado, pero ha colado". A raíz del juicio a las organizaciones juveniles vascas, se supo que eran 33.000 las escuchas recurrentes que se producían en el Reino de España. Una de las frustraciones de mi corta vida parlamentaria fue pedir insistentemente, como sabían Felip Puig y la Consejería de Interior, que de 418 identificados en una protesta contra los recortes antisociales, "178 eran antisistema, 39 independentistas y 19 anarquistas". ¿Lo pone en el DNI? Nunca respondieron, pero era la prueba evidente de que existen ficheros ideológicos. Recuerdo, de la Audiencia Nacional, un imputado por la quema de fotos del rey —absuelto después— que denunciaba la existencia de ficheros ideológicos ilegales. El magistrado incontinente Vázquez Honarrubia le espetó a micro abierto: "¡Eso ya se lo aseguro yo!". En fin.

Y tres y último. Deberíamos recordar, aunque nos lo quieran hacer olvidar, el caso que imputó al Conde de Godó, propietario de La Vanguardia, por las escuchas telefónicas ilegales con el trasfondo de las tensas y arduas negociaciones por las estrenadas fusiones mediáticas, con Antena 3, Polanco y Mario Conde por medio. Puertas giratorias público-privadas también en las cloacas, quien servía a aquellos intereses mediáticos era el coronel del CESID Fernando Rodríguez y el topo histórico de la dictadura reciclado para la democracia, Mikel Lejarza, El Lobo. Lobo escuchaba a través de la empresa General de Consulting y Comunicación SL, que facturaba mensualmente 5.650.000 pesetas a la "cuenta" del conde de Godó. Estuvo dos meses en la prisión de Quatre Camins, pero salió ileso con el coronel del juicio como el coronel, a pesar de que se les pedía años de prisión. Penas mínimas que nuevamente nunca se cumplieron, pese a la insistencia indignada del fiscal del caso, este hombre bueno que se llamaba y se llama todavía José María Mena. Años después, el magnate mediático Murdoch cerraba News of the World por las escuchas ilegales masivas del rotativo.

Ya paro. Me ahorro también la versión casera de Método 3. Me ahorro Aznar pidiendo al jefe del CNI, Jorge Dezcallar, que desmintiera en la SER que habían abandonado la pista de ETA en los atentados del 11-M y Aznar manipulando torpemente los informes de los servicios secretos. Me ahorro la videoteca de Villarejo, pero no olviden —insólito— que la fiscalía decidió purgar y eliminar algunos párrafos de la documentación del sumario porque comprometen "la seguridad del Estado" antes de levantar el secreto sumarial. Palabrota: "Expurgo previo sobre asuntos de seguridad del Estado". Qué se esconde bajo el eufemismo está por ver. Secreto de Estado con una ley de secretos oficiales que data de 1968: democracia con leyes de dictaduras. Y, sin embargo, todo es un asunto también catalán —recuerden el caso Cesicat de seguimiento de activistas a través de fuentes abiertas— y también singularmente español, pero de una dimensión que ya es europea y de una escala de espionaje que ya es global. Entre Assange y Snowden, digámoslo así. En Portugal, hace muchos años, un escándalo sacude el país: 80.000 escuchas autorizadas a 200 altas personalidades durante seis meses por un asunto relativo a una investigación judicial por abusos sexuales. Y en Italia, en septiembre de 2006: 100.000 ciudadanos con los teléfonos pinchados tras una red vinculada a los servicios secretos. Es Europa, que te escucha.

Hemos ido incorporando nombres oscuros en nuestras vidas transparentes. Primero fue Echelon, después Sitel —el sistema de escuchas de la Guardia Civil y el CNP—, ahora Pegasus. Cero ingenuidad. En el fondo, la novedad no es su existencia turbia, sino su uso torticero y brutal: hace mucho que la disidencia ya se ha incorporado como "criminalidad transnacional organizada", por decirlo en la jerga de 1999 de Sinere, la base de datos de la UE que incluía activistas antiglobalización. Un día tendremos que hacer todo el catálogo de los últimos años contra el independentismo como enemigo de Estado: del móvil de Roger Torrent al de Anna Gabriel —ya veremos qué dice Suiza—, de la baliza en el coche de Puigdemont a las visitas macarras de la policía patriótica en Andorra, de los ataques informáticos del 1-O a los fondos reservados. Todo el repertorio y toda la artillería usada contra el anhelo democrático de la autodeterminación. La lista es ya interminable.

Tenemos el escalofrío asegurado en este corto y convulso siglo XXI. El uso de los servicios secretos con fines políticos, partidarios e ideológicos. Si han leído la trilogía de Larsson, recordarán las desventuras de Lisbeth Salander, La Sección y cómo operan las estructuras policiales paralelas. Realidad contra ficción. Alemania acaba de disolver toda una unidad militar de fuerzas especiales por sus vínculos estrechos y directos con la extrema derecha. Si quieren quedarse de piedra pasen por El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano; si quieren protegerse, pasen por el manual Resistencia digital, de Críptica; si quieren blindar la privacidad e intimidad que tantos siglos ha costado alcanzar, acostúmbrense a desconectar todos los dispositivos frente a la distopía monitorizadora del 5G. Y ojo al dato, que ya hay atestados policiales donde el hecho de apagar el móvil se eleva a sinónimo de culpabilidad, "algo que ocultar". O eres de vidrio o ya eres culpable.

1984. Luces de bohemia. The Wire. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina en el palacio de las corrientes de aire. Pobre Orwell. Pobre Valle Inclán. Pobre McNulty. Y siempre Lisbeth.

PS. Hemos venido a estudiar y hemos venido a aprender a pensar. A no dejar de hacerlo nunca. Aprendizajes continuados. Y como la cosa va de libros en un verano que ya tiene pinta de invierno, les recomiendo abiertamente el último libro de Enric Juliana, Aquí no hemos venido a estudiar (Arpa, 2020). Es una puñetera maravilla. Es un espejo. Es un rompecabezas. Es una escuela. Es un laberinto. El franquismo, en parte, hizo el trabajo y la falta de memoria siempre es una derrota. Creía, tres veces rebeldes, que MMM iba ligado inevitablemente a Maria Mercè Marçal. Así es. Pero en adelante, memoria de un futuro anterior, incorporaré también otro MMM. Retengan el nombre, por favor: Manuel Moreno Mauricio. Un resistente. De Vélez-Rubio a Badalona. El mundo truncado de ayer bajo la dictadura explica aún el de hoy y hace dudar demasiado del de mañana, en medio del tercer plan de estabilización en curso. Sin spoilers, otra historia de la transición, en un tributo a quienes nunca dejaron de estudiar ni bajo las condiciones más inenarrables. Porque la historia enseña. A pesar de que tenga pocos alumnos.

David Fernàndez activista y periodista de la revista digital La Directa.

Fuente: directa.cat

domingo, 13 de noviembre de 2011

David Simon ha revolucionado la mirada sobre la sociedad estadounidense con sus crónicas sobre violencia, corrupción, drogas o fracaso educativo.

El creador de series de culto como The Wire o Treme usa un lenguaje tan contundente como los temas que aborda.
En estos momentos, en alguna esquina deprimida de miles de ciudades, drogas, dinero y violencia dibujan un universo paralelo habitado por personas cuyos sueños y deseos no son demasiado diferentes de los de aquellos que no pertenecen a aquel lugar. Una compleja mezcla de incapacidades institucionales, fracasos educativos, desigualdades económicas y problemas personales les mantiene atrapados en esa esquina, en un arriesgado juego contra la ley y contra su propia vida y del que en los telediarios se habla bajo el capítulo de "narcotráfico". En Hollywood ese universo es el alimento de cientos de películas y series de televisión que reducen esa esquina a un enfrentamiento entre buenos y malos. Pero hay quien no lo ve así.
David Simon (Washington, 1960) es la antítesis de Hollywood. No puede desprenderse de la realidad que descubrió en las calles de Baltimore, donde trabajó como periodista de sucesos durante casi quince años y, por tanto, no puede entregarse a esa visión descafeinada de un mundo dividido en dos bandos habitados por héroes, mártires y malvados. Eso tiene ventajas y desventajas: la serie que le hizo célebre como creador y guionista, The Wire, centrada en la lucha contra el crimen de un grupo de detectives de Baltimore, tuvo bajos índices de audiencia mientras se emitía en HBO durante la pasada década. Tampoco llegó a ser premiada por la industria, que no perdona el no hacer caja. Pero el espectador sabe elegir. David Simon tiene hoy millones de seguidores en todo el mundo, convertidos en apóstoles de la serie tras extenderse el boca a boca sobre su calidad y tras recibir los elogios unánimes de la crítica, que le ha declarado como uno de los supremos cronistas del siglo XXI. Al combinar audazmente el entretenimiento de guiones y tramas policiales certeras con la descripción más cruda y honesta de los males endémicos de nuestra sociedad -corrupción, guerra contra las drogas, destrucción de la clase trabajadora, fracaso del sistema educativo y perversiones del periodismo actual-, The Wire le ha hecho alcanzar el estatus de los grandes escritores.
Pero mucho antes de que The Wire presentara verdades demoledoras en la televisión, David Simon escribió La esquina (Principal de los Libros), un libro que firmó con el expolicía Ed Burns y que llega a las librerías españolas quince años después de su publicación. Aunque haya pasado tanto tiempo, el año que Simon y Burns bucearon en uno de los guetos más violentos de Baltimore se parece demasiado al mundo en el que aún vivimos. En La esquina relataron con minuciosidad quirúrgica la perversa realidad de las drogas, los dramas personales de quienes quedan atrapados en ellas y el fracaso de las instituciones en su lucha contra el narcotráfico. "Hay pequeñas diferencias de contexto respecto a 1993, pero son mínimas. La naturaleza de la adicción y la violencia alrededor de ella son las mismas. La guerra contra las drogas no ha cambiado y aquella esquina simplemente se ha mudado cuatro calles más abajo. Nadie se plantea legalizarlas, que sería la única forma de acabar con ellas, aunque sí creo que estamos más cerca que antes de la legalización de la marihuana, que sería un primer paso".
David Simon, poco dado a la sonrisa, de proporciones imponentes y vestido con la simplicidad de quien tiene poco interés por salir guapo en la foto, lo explica ahora desde otro lugar aparentemente muy distinto a Baltimore, pero aquejado por males que también tienen relación directa con la incapacidad actual de las instituciones de mejorar la vida de sus ciudadanos: Nueva Orleans. Aquí pasa largas temporadas desde hace ya tres años, embarcado en otra odisea narrativa donde la realidad manda: Treme, una serie sobre la vida en la ciudad después del paso del huracán Katrina, de la que actualmente se emite en España la segunda temporada y para la que Simon acaba de firmar una cuarta con HBO.
En Nueva Orleans, donde prepara el rodaje de la tercera temporada de Treme, en una oficina algo aséptica pero salpicada de fotografías de músicos y de regalos locales -como una extraordinaria máscara bordada por uno de los jefes indios de la ciudad-, Simon rememora el año que pasó en las calles para después escribir La esquina. Fue muy parecido al que vivió empotrado en una comisaría de Baltimore para escribir otro de sus libros, Homicidio, centrado en la vida de varios agentes de esa ciudad y de cuya combinación es hija The Wire, aunque de ambos libros también realizó sendas miniseries antes de embarcarse en aquel opus magnum. "Homicidio era una historia de oficina, me tuve que ganar la confianza de los policías en su día a día de trabajo. En La esquina la oficina era la propia vida de adictos y traficantes y, por tanto, era mucho más difícil ser aceptado. Fue un trabajo lento, de mucha paciencia", recuerda. Comenzó Ed Burns acudiendo a la esquina de las calles Fayette y Mount, en el Baltimore de 1992, cuando la heroína hacía estragos en una ciudad de 600.000 habitantes. Después, tras conseguir una excedencia en el diario Baltimore Sun, Simon se unía a este exagente de cuyo pasado desconfiaban todos. Ahora rememora cómo un día de calor compraron tés helados para los yonquis y los traficantes con los que convivían a diario. "Con eso ganamos muchos puntos porque la policía jamás hubiera hecho algo así, pero la barrera definitiva cayó el día que llevamos a uno de ellos, con un fuerte dolor de muelas, a un hospital y pagamos la factura. Al regresar a la esquina se corrió la voz y se nos abrieron todas las puertas".
El libro describe la vida de una familia real a lo largo de un año, pero hay muchos personajes secundarios de los que Simon y Burns también se sirven para tejer un retrato demoledor pero tremendamente humano de la realidad de este gueto de Baltimore. Y tratándose de un autor como Simon, que ha hecho de esa extraordinaria y escasa cualidad llamada empatía casi un mandamiento, vivir sumergido en aquella realidad no fue fácil. "Emocionalmente fue agotador. En teoría sabes que vas a una esquina dominada por las drogas y que verás cosas muy duras, pero cuando pasas tanto tiempo allí es imposible mantenerte indiferente. Fuimos testigos de momentos de absoluta humanidad, de total desesperación, a veces sentías euforia, otras vergüenza y otras todo al mismo tiempo". ¿Cómo evitó que esos sentimientos no nublaran su trabajo? "Creo que el secreto está en contarlo todo sin omitir las debilidades, pero es fundamental hacerlo desde el máximo respeto".
La crítica estadounidense, al hablar del libro, subrayó la capacidad de Simon y Burns para trazar un retrato veraz y a la vez profundamente humano de una realidad que podría extrapolarse a cientos de ciudades americanas. Para Simon, además, su relación con los personajes del libro no terminó con su publicación. "De algunas de las personas que aparecen en La esquina me llegué a hacer muy amigo y sufrí mucho con su muerte. Otros siguen siendo parte de nuestras vidas. Muchos de ellos trabajaron en la serie de televisión que hicimos basada en el libro. Y otros también en The Wire. A veces Burns y yo nos preguntamos, de forma ególatra, si nuestra entrada en su existencia tuvo algún impacto positivo en ellos, pero lo cierto es que no, había fuerzas mucho mayores en juego que nosotros".
En las notas del libro Simon y Burns explican que al principio casi todo lo que les contaban en la esquina era mentira y solo su perseverancia les permitió que con el tiempo emergiera la verdad de acontecimientos e historias personales. Al preguntarle sobre ese proceso Simon introduce en la conversación uno de sus temas favoritos, la crisis del periodismo y otro que actualmente monopoliza su interés: el movimiento Ocupa Wall Street.
"Las noticias, cuando ocurren, te obligan a contar de inmediato lo que ha pasado, aun sin entender nada. Es inevitable, la superficialidad inicial es un mal intrínseco al periodismo. Pero el error es no profundizar después y, desafortunadamente, los periodistas cada vez profundizan menos, no regresan a la noticia. Al principio yo también creía en el juego de los buenos y los malos y aceptaba la guerra contra las drogas como una necesidad y una imposición moral. Pero cuando pasas mucho tiempo en las calles y observas las dinámicas empiezas a ver las mentiras y las contradicciones entre lo que decimos que hacemos -luchar contra las drogas- y lo que en realidad hacemos: aterrorizar a las clases más pobres machacándoles con el peso de un sistema judicial que está completamente desconectado de la realidad. Si me hubiera limitado a asomarme a las calles de forma superficial nunca lo habría llegado a comprender". Esa falta de interés por buscar las causas de lo que ocurre es la misma que hoy ve en la cobertura informativa del movimiento Ocupa Wall Street. "La prensa le pone el micrófono en la boca a un manifestante que puede ser alguien que sabe de lo que habla o alguien que es prisionero de su propio enfado con Wall Street. Así se crean coberturas caprichosas que dependen de la suerte del manifestante que escoges". Sin embargo, no le sorprende porque, según él, la prensa refleja el mantra que ha dominado en la sociedad durante los últimos treinta años y por tanto retrata la realidad siguiendo ese mantra: "Desde los años ochenta el libre mercado es la respuesta a todo. Maximizar beneficios se ha convertido en el sistema métrico con el que se mide el valor de las cosas y de las personas. Y la gente del parque Zuccotti ha entendido que hay que cambiar ese sistema porque si permites que sea el mercado el que dicta los salarios estás diciendo que los seres humanos no valemos nada. Hoy podemos producir mucho con muy poco y eso solo beneficia al capital, que sigue ganando dinero. Por eso si The New York Times envía a un reportero de negocios a cubrir las protestas en el contexto de una América que lo racionaliza todo en función del máximo beneficio, en su artículo escribirá que esta gente no sabe lo que dice porque no entiende cómo funcionan los mercados. Pero es exactamente al revés, lo entienden perfectamente y por eso han decidido dar un paso en otra dirección. Yo los admiro".
Hace dos años, Simon, en cuya obra siempre hay una abierta denuncia de las desigualdades económicas de su país, se declaraba sorprendido de que en Estados Unidos no hubiera manifestaciones masivas contra el rescate de los bancos y la crisis económica y lo atribuía al hecho de que, mientras el Gobierno le pudiera dar a la gente "las sobras", nadie saldría a la calle. "Ahora ya no quedan ni las sobras. Por eso para mí Ocupa Wall Street es una de las más genuinas y orgánicas representaciones de patriotismo y el acto de desobediencia civil más importante que ha ocurrido en este país desde la guerra de Vietnam. Lo que están consiguiendo, pacíficamente, aunque sea abstracto y teórico, me ha devuelto la ilusión por lo que somos y por lo que tenemos el potencial de ser. Lo único que temo es que la historia me dice que en América todas las conquistas sociales han llegado a través de la violencia. Aun así, si no estuviera en Nueva Orleans, estaría en el parque Zuccotti".
Pero está en Nueva Orleans, preparando la tercera temporada de Treme, una serie en la que pensó junto a Eric Overmyer antes del Katrina, pero a la que el huracán dio alas. "Institucionalmente los niveles de incompetencia, avaricia, corrupción y violencia desde la rotura de los diques han sido impresionantes y solo indican de lo que nuestras instituciones son capaces e incapaces ahora que han sido compradas por el dinero. Y pese a todo, el modo en que la gente ha luchado por su comunidad aquí, individualmente, apoyándose solo en sus deseos ordinarios, en su convicción de querer volver a casa, es extraordinaria. Creo que también es una alegoría de lo que la gente está tratando de hacer en Ocupa Wall Street, es el mismo impulso. Una forma de patriotismo que se expresa en términos de tu amor por el lugar al que perteneces y que en Nueva Orleans es muy fuerte". De todo ello habla Treme. Leer todo en El País.

martes, 4 de mayo de 2010

David Simon, productor de The Wire

La de David Simon es la historia de cómo un redactor de sucesos se convirtió en el productor de televisión más admirado. Quien ha visto sus series The wire o Generation kill, que retratan la corrupción y la guerra de Irak con autenticidad, queda marcado como espectador. Simon, de 50 años... habla con seguridad desbordante...
P. ¿Le atraían los periódicos?
R. Me encantaban. En mi casa se compraban al menos cuatro revistas. Mis padres, mis hermanos y yo discutíamos de todo por norma. Nos tomábamos como un deporte el ser capaces de desarrollar una argumentación. Una forma muy socrática de educarnos.
Al principio me gustaban los periódicos como entidad. Luego, en el instituto, me fascinó su proceso de elaboración: maquetar, imprimir... En la Universidad aprendí a diferenciar una buena de una mala historia, no se me había ocurrido antes (risas). La primera vez que sentí ese enamoramiento fue entonces. Tenía un profesor que nos mandaba sus propios libros de lectura obligatoria, me parecía una mierda. Decidí entrevistar a todos los profesores que hacían lo mismo. Contestaban unas chorradas increíbles y tuve mucho éxito entre los estudiantes. Cuando entré en el Baltimore Sun me encargaron los sucesos. Y con los días empiezas a ver crímenes a diario y nada mejora. Empiezas a preguntarte ¿por qué? Ése es el periodismo adulto...
Hay un hecho trascendental en la carrera de Simon. A los 28 años, siendo redactor de sucesos, pidió permiso para integrarse en el grupo de homicidios de la Policía de Baltimore. El comisario jefe se lo dio. En pleno divorcio, Simon se entregó a la tarea. De aquella experiencia nació el libro Homicide. Y tras su éxito, la televisión llamó a su puerta. En plena crisis de fe hacia la dirección del Sun, aceptó. “Aún no me explico por qué aquel tipo me dio permiso -para entrar en la brigada-”, dice. “Murió antes de que se publicara el libro”. Tenía un tumor cerebral. “¿Qué otra explicación necesitas?”...
Los periodistas de prensa escrita se suelen considerar por encima de los de tele o Internet.
R. Efectivamente. Pero la iglesia de la que me siento un apóstata se ha llenado de usureros y putas. Lo que yo valoraba del periodismo estaba desapareciendo del Sun cuando me fui. Si no, no lo habría hecho. Pero nos compró un grupo para los que Baltimore no era un lugar que cubrir, sino un sitio desde el que ascender. Su cobertura era falsa o exagerada y dejó de divertirme...
¿Desde la televisión se puede sensibilizar, lograr cambios?
R. Nunca me ha importado lograr cambios. Políticamente estoy muy a la izquierda de los demócratas. En EE UU, los intereses económicos han comprado el sistema. Que un país con tanta riqueza no pueda ofrecer cobertura sanitaria básica a todos sus ciudadanos es terrible.
P. ¿No siente la necesidad de aportar su grano de arena para cambiar las cosas?
R. Como periodista, nunca escribí con esa idea. Lo hacía pensando que era la mejor historia que podía hacer. Lo que suceda con ella está fuera de mi alcance. No me van las cruzadas. Sales al mundo, ves algo y lo cuentas. No hay ninguna ley que diga que eso no puede hacerse también en televisión.
Sus series han subido el nivel de exigencia de muchos espectadores...
R. Bueno, es que la tele es un terreno desperdiciado. Pero ahora hay más calidad, aunque también más basura.
P. ¿Creará escuela? R. Hay más gente experimentando con el estilo. El director Paul Greengrass también usa la autenticidad como herramienta.
Y eso os diferencia porque...
R. El motivo por el que uno cuenta algo sin inventar chorradas es dotarlo de profundidad, pero sigue siendo ficción. Hay una gran frase de Picasso, y no me estoy comparando con él, que dice: "El arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad". El periodismo puede contar la verdad, y cuando elige hacerlo es muy poderoso. El arte a veces tiene que mentir para poder contar la verdad con la intensidad necesaria para hacernos sentir algo respecto a esa verdad...
P. Tras retratar el fraude y describir el comienzo de la guerra de Irak, ahora vuelve la vista a Nueva Orleans tras el Katrina.
R. The wire iba sobre cómo el poder y el dinero se relacionan con una ciudad. Treme trata sobre la cultura. Cuando ya no se recuerde a EE UU por nuestra ideología, alguien entrará en un bar en Katmandú y podrá oír a Michael Jackson, a John Coltrane o a Otis Redding. El origen de eso son los músicos que empezaron aquí con Louis Armstrong. Esa es nuestra exportación al mundo. Y ese legado peligró con el Katrina. No la música, pero sí su punto de origen, Treme, el barrio más europeo, latino y tercermundista de EE UU pudo haber desaparecido.
P. ¿Así que es optimista?
R. La cultura ha vuelto. Pero sigue siendo una ciudad disfuncional. The wire es una tragedia en la que los individuos no pueden transformar las instituciones a las que pertenecen. Éstas prefieren hacer una carnicería con los suyos antes que cambiar; ésa era mi crítica al capitalismo posmoderno. La Nueva Orleans institucional no es diferente. ¡Ya ni siquiera hay sistema de educación público! La corrupción es endémica, esta ciudad es un desastre. Pero nada demuestra mejor el poder de los individuos que los músicos y toda esta gente que ha rehecho la ciudad.
P. ¿Cree que Treme ayudará en algo a Nueva Orleans?
R. Quizá traiga más turismo, no sé. De nuevo me estás preguntando si quiero lograr cambios... Sólo estoy contando una historia. En este caso, sobre la cultura americana. Parte de la entrevista publicada en "El País, Domingo"

jueves, 1 de abril de 2010

El guionista de la serie "The wire", ha fallecido

David Mills, que también trabajó en "Urgencias", ha muerto a los 48 años en Nueva Orleans durante el rodaje de su nuevo trabajo, centrado en la tragedia del huracán Katrina.David Mills, reconocido por su trabajo en las series The wire y Urgencias, falleció el martes en la ciudad estadounidense de Nueva Orleans a los 48 años, según ha confirmado la cadena HBO, productora de The Wire y de la aún sin estrenar Tremé, en la que también participaba Mills y que se rueda en Nueva Orleans. No se ha informado de las causas de su muerte, aunque medios locales hablan de un aneurisma cerebral.
Mills escribió para el diario The Washington Post a comienzos de la década de 1990. En esa época, junto a su amigo el también periodista David Simon, empezó a trabajar para la televisión y colaboró en conocidas series como Policías de Nueva York y Urgencias. En 2006 se integró en el equipo de The wire, creada por Simon en 2002 y centrada en el mundo de las drogas, alabada por la crítica y laureada con importantes premios... De la serie The Wire ya colgamos un post en este blog. Seguir leyendo aquí.

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra con nieve de olvido, alimentando
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, pasando sobre el Starnbergersee
con una cortina de lluvia; hicimos un alto bajo la galería de columnas,
y continuamos a la luz del sol, adentrándonos en el Hofgarten,
y bebimos café, y hablamos durante una hora.
(...)
En las montañas, allí uno se siente libre.
Leo, gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Qué son las raíces que se prenden, qué ramas brotan
de estos escombros minerales? Hijo de hombre,
nada puedes decir, o adivinar, ya que sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol golpea,
y el árbol muerto no ofrece refugio, ni el grillo consuelo,
ni la piedra seca rumor de agua. Solamente
hay sombra bajo esta roca roja,
(ven bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te enseñaré algo diferente, tanto de
tu sombra en la mañana avanzando a tus espaldas
como de tu sombra a la tarde creciendo para encontrarte;
yo te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
"Tú me trajiste jacintos por primera vez hace un año;
ellos me llamaban la chica de los jacintos."
Sin embargo cuando regresamos, tarde, del jardín de jacintos,
tus brazos llenos, y tu pelo húmedo, yo no podía
hablar, y los ojos me fallaban, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
(...)
La tierra baldía. T.S.Eliot

domingo, 26 de julio de 2009

The Wire


Periodistas, maleantes y Baltimore
Un buen número de críticos de televisión e incluso analistas políticos, como Jacob Weisberg o Tim Goodman, han calificado a The Wire como la mejor serie en toda la historia de la televisión: “Ninguna otra serie ha hecho nunca nada remotamente parecido a lo que ha logrado ésta: retratar la vida social, política y económica de una ciudad americana con la amplitud, la precisión observadora y la visión moral de la mejor literatura”, escribe Weisberg en Slate.
Tras quince años pateando las calles de Baltimore (Maryland) como reportero de sucesos, David Simon escribió el guión de una obra maestra. ‘The Wire’ es ya una serie de culto. Su creador reflexiona sobre los males de las leyes, la prensa y EE UU.
David Simon estaba convencido de que una serie de televisión sobre traficantes, delincuentes, políticos y policías en Baltimore tenía que meter al equipo de rodaje en los barrios bajos de esa ciudad si quería ser realista.
Baltimore es fascinante pero criminal. Mezcla el sabor histórico y la herencia portuaria con el drama de una realidad en declive y un proceso de desindustrialización que ha dejado en el paro a dos de cada tres negros en un lugar en el que tres de cada cuatro habitantes son de esa raza. En esas calles y esos suburbios desangelados, que son insoportáblemente gélidos en invierno y pegajósamente húmedos en verano, no hay nada más familiar que el sonido de un disparo. Hay casi 300 crímenes al año, tres veces más que en Los Ángeles y seis más que en Nueva York.
The Wire’ existe porque David Simon se pateó esas calles durante casi 15 años como periodista de sucesos del Baltimore Sun. Se camelaba a los agentes de policía para patrullar con ellos y se trabajaba las fuentes a la antigua usanza: con amigos en el lado de los buenos y en el lado de los malos.
En realidad, David Simon de lo que quiere hablar es de periodismo. Acaba de ir a Washington para comparecer ante unas sesiones del Comité de Comercio del Senado que analiza el futuro de esta profesión. A un lado está su carrera en el gremio y sus años de reportero en la calle; al otro, la situación actual de la prensa y el periodismo. Cuando él trabajaba en el Baltimore Sun, el periódico tenía 500 personas en la redacción; dos ediciones en la calle, matutina y vespertina, y hacía secciones locales para cada barrio de la ciudad. Simon visitó la redacción por última vez hace un par años. “Estaba medio vacía. Había un montón de mesas que parecían no tener dueño, y eso fue antes de la última serie de despidos en el Sun”. Hoy, dos años después, sólo hay 150 personas en la redacción. Los dueños vendieron el periódico a la Times-Mirror Company en 1986 y esa empresa fue absorbida después por el gigante Tribune, que se declaró en bancarrota hace unos meses.
El Sun ha sufrido los mismos males que gran parte de la prensa mundial: reducción del número de lectores, competencia de la prensa gratuita, descenso de los ingresos publicitarios… Cuarenta periodistas han recibido en mayo la notificación de su despido. “No es sólo culpa de la aparición de Internet”, argumenta Simon. “No sé en España, pero en EE. UU. los dueños de esta industria cometieron el error de asociarse y conglomerarse, y después esta prensa conglomerada se lanzó a la Bolsa para aumentar al máximo sus beneficios. Les bastaba con que el periódico fuera atractivo o sofisticado, pero no prestaban atención a los contenidos. Yo me fui del Baltimore Sun en la tercera reducción de plantilla, y eso ocurrió en 1995, cuando nadie tenía Internet en la cabeza”.
“Mire: el periodismo es una profesión. Yo mismo no era un buen periodista de investigación los primeros años. Lo único que hacía era intentar explicar al lector el quién, el qué, el cuándo y el dónde de una noticia, y quizá a veces el cómo. Pero tuve que patearme las calles durante cuatro años para conseguir mis primeras fuentes y, sobre todo, para entender los asuntos a los que me dedicaba y ser así capaz de explicar a los lectores el porqué de las noticias. Por qué hay una guerra entre bandas de distribución de droga. Por qué aumenta la violencia en Baltimore y la policía no puede hacer nada. Por qué mueren cada vez más policías. El porqué es lo que convierte al periodismo en un juego de adultos, y la única manera de explicar el porqué es mediante periodistas absoluta y enteramente comprometidos con la cobertura de un asunto determinado o una institución. Y para tener ese tipo de periodistas en plantilla, los periódicos tienen que pagarles lo suficiente. Por eso no tengo absolutamente ninguna fe en eso que se llama periodismo ciudadano, o lo que hacen la mayoría de los bloggers.
Lo que hacen ellos es comentar las noticias, y a veces lo hacen de manera original, tanto que a veces lo que escriben puede ser interesante. Pero eso es comentar, y comentar no es hacer periodismo. El periodismo no es un hobby, es una profesión”
.

Sus ataques a la blogosfera durante la comparecencia en el Senado le han proporcionado una avalancha de críticas… en la blogosfera. Acusa a los bloggers de dedicarse en la mayoría de los casos “a amontonar informaciones que encuentran en otros lugares sin hacer ellos mismos ningún ejercicio de periodismo. Y acusó a los bloggers de escribir mucho sobre corrupciones sin haberse dedicado nunca a conocer por dentro las instituciones que critican”. Con esta percepción sobre el mundo del periodismo, parece lógico que la quinta y última temporada de The Wire girase en torno a los medios de comunicación y sus herramientas de manipulación. La profesión que él retrata en la serie ha perdido sus ideales y en buena medida su razón de ser, porque es incapaz de entender la complejidad de aquello que ocurre ante sus ojos. Se conforma con sucesos que tienen principio y fin en lugar de buscar la verdad de las cosas.
“Mi posición política está más a la izquierda que la de la mayoría de la gente de mi país”, dice David Simon. “Yo creo que el experimento americano ha descarrilado. De algún modo, aunque acepto la inevitabilidad y la certeza del capitalismo como motor de la economía, no considero que el capitalismo puro y duro pueda ser nunca el sustituto de un orden social. Eso es lo que ha ocurrido en este país en los últimos 25 años y el resultado de eso es The Wire: una sociedad en la que los individuos están marcados por el trabajo que logran o el lugar en el que nacen. Cuando se le da rienda suelta al capitalismo desaparecen los derechos de los trabajadores porque los trabajadores se convierten en sólo una herramienta del capitalismo, dejan de ser seres humanos. Si estás en lo alto de la pirámide productiva y te beneficias de esta dinámica, fenómeno; pero si estás en la parte de abajo, eres una víctima.
Su pasión está ahora volcada en Nueva Orleans. Allí prepara su nueva serie, Treme, el nombre de un barrio de la ciudad que mezcla lo mejor de la cultura criolla y el jazz con la peor situación de delincuencia y criminalidad tras el paso de la tormenta.
Y eso, por supuesto, es otra alegoría en la era pos-Bush: “Estamos viendo qué podemos reconstruir, o qué tiene sentido reconstruir. No es sólo un dique: es todo aquello que debería habernos protegido, desde nuestras instituciones económicas y políticas hasta las regulaciones empresariales que deberían haber servido para supervisar que no hubiera desastres económicos. Y resulta que esos mecanismos eran tan débiles como los que construyeron los ingenieros del ejército en Nueva Orleans”.
De la crónica de JAVIER DEL PINO 26/07/2009 El País.