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miércoles, 10 de octubre de 2018

-- El historiador Ricard Vinyes aborda las políticas públicas de memoria en la Universitat de València. La memoria democrática, un derecho ciudadano



Políticas de la memoria. En julio de 1990 Francia promulgó la “Ley Gayssot” (por el nombre del diputado comunista que la promovió), que castigaba la xenofobia y el “negacionismo” respecto a los crímenes de lesa humanidad, como el Holocausto (el pasado 27 de marzo la Corte de Casación francesa confirmó la condena a una multa de 30.000 euros al expresidente del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, por calificar de “un detalle en la historia” las cámaras de gas nazis). En mayo de 2001 la Asamblea Nacional aprobó la denominada “Ley Taubira”, que consideraba el tráfico negrero transatlántico y la esclavitud –perpetradas a partir del siglo XV- crímenes contra la humanidad; además, según la legislación, los programas educativos e investigaciones tendrían que otorgarle a estos hechos “el lugar que merecen”.

Pero la gran polémica sobre las leyes “memoriales” en Francia se desató en febrero de 2005; a través de una enmienda legal, el parlamento asignó a los programas escolares la función de reconocer el “papel positivo” del colonialismo francés en ultramar, particularmente en el norte de África. Los párrafos que suscitaron mayores críticas fueron derogados en 2006. Por otra parte, en 2012 la Asamblea gala aprobó una ley que penaba con un año de cárcel y 45.000 euros de multa la negación del “genocidio” armenio durante el Imperio Otomano (1,5 millones de muertos entre 1915 y 1917, según fuentes armenias, cifra que rebaja notablemente Turquía); un mes después el Consejo Constitucional de Francia tumbó la iniciativa legal, por considerar que vulneraba la libertad de expresión.

La batalla por el control de la memoria, los silencios y las omisiones tiene precedentes antiguos. En 1598 el monarca de Francia Enrique IV firmó el Edicto de Nantes, que finiquitaba las Guerras de Religión entre católicos y hugonotes (calvinistas franceses). El texto establecía “que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros tras el comienzo del mes de marzo de 1585 y durante los oscuros precedentes de los mismos, hasta nuestro advenimiento a la corona, queden disipados y asumidos como cosa no sucedida”.

En España, una muestra de políticas “memoriales” fue lo sucedido el 22 de noviembre de 1985 en la Plaza de la Lealtad de Madrid. “El rey inaugura el monumento a los caídos por España en presencia de excombatientes de los dos bandos”, tituló su crónica el diario El País. Ese día se conmemoraba el décimo aniversario de la coronación de Juan Carlos I de Borbón y su juramento de lealtad a los principios del Movimiento Nacional. En el acto de la Plaza madrileña estuvieron presentes la familia real, el presidente del Gobierno, Felipe González, y los ministros socialistas, además de altas dignidades estatales, efectivos de diferentes compañías del ejército, la guardia civil y “ancianos excombatientes” tanto de organizaciones republicanas como franquistas; estos, según ABC, “asistieron a la ceremonia visiblemente emocionados”. La inauguración del obelisco y la llama votiva concluyó con un desfile militar. “El rey prendió la llama en honor a todos los que dieron su vida por España. El acto simboliza el espíritu de reconciliación entre los españoles”, tituló el periódico conservador.

El catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona, Ricard Vinyes, ha mencionado estos ejemplos en la conferencia titulada “Historia y memoria: políticas públicas de memoria”, organizada por el Aula d’Història y Memòria Democràtica de la Universitat de València. El historiador ha publicado, con Montse Armengou y Ricard Belis, “Los niños perdidos del franquismo” (2003) y coordinado “El Estado y la memoria: gobiernos y ciudadanos frente a los traumas de la historia” (2009), entre otros libros. Asimismo es el coordinador del “Diccionario de la memoria colectiva”, editado en septiembre de 2018 por Gedisa y en el que han participado cerca de 200 investigadores.

En el prólogo del Diccionario, Vinyes hace referencia a la memoria popular y democrática. Apunta el caso de José Anselmo Clavé, músico y activista de mediados del siglo XIX que introdujo las sociedades corales entre las clases trabajadoras de Barcelona. El potencial subversivo de la fiesta, el baile y un ocio vinculado a ideas republicanas y democráticas preocupaba entonces a las élites; el alcalde de Barcelona, José Bertrán Ros, publicó un bando en 1853 que declaraba: “La clase obrera ha de ocuparse en trabajar y no en cantar o bailar”, de modo que estas actividades quedaron prohibidas en la calle. Según Ricard Vinyes, “la memoria de aquellos días pervive hoy en el nomenclátor de nuestras ciudades, pero no el relato, no el sentido”.

Hay asimismo ejemplos de lugares de memoria oficiales, impulsados por los gobiernos para rescatar grandes relatos. El historiador cita el monumento 9/11 Memorial de Nueva York en torno al 11-S, por “el debate generado a lo largo de su construcción y aún hoy”. La BBC informó en 2014 de la polémica sobre la tienda del museo dedicado a las víctimas, en la que el público podía comprar sudaderas con capucha y el dibujo de las Torres Gemelas, tazas de café del 11-S, bufandas con la silueta de la ciudad y camiones de juguetes como los utilizados por los bomberos. El memorial se inauguró en 2011, una década después de los atentados. “Muchos neoyorkinos reconocen estar saturados de tanta celebración”, informó el corresponsal de La Vanguardia.

El Diccionario define la “memoria pública” como aquella parte del pasado que permanece en el presente, en los discursos y debates actuales, lo que remite al “uso público de la historia”, afirma Anna Lisa Tota, profesora de la Universidad de Roma y autora del artículo. Así, el informe de 500 páginas de la comisión del 11-S, presentado al entonces presidente George W. Bush en julio de 2004, pasó por alto antecedentes de importancia, como las relaciones internacionales de Estados Unidos previas al ataque “y de las que en todo el informe no se hace mención alguna; lo que el documento omite es más relevante que aquello que explica con profusión”, afirma la investigadora.

Actualmente Ricard Vinyes es Comisionado de Programas de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona. “Procuramos que la programación no sea plana, que tenga contenido político y aporte criterios éticos”, afirma el historiador. En el Centre La Nau de la Universitat de Valencia destaca el “giro memorial” de los últimos 15 años, por el que la memoria se ha ido desplazando de la idea de “deber” a considerarse un “derecho civil” que corresponde garantizar al Estado. En marzo se desarrolló la iniciativa “Queremos la paz, no el olvido”, con motivo del 80 aniversario del bombardeo de Barcelona. A mediados de marzo de 1938, los aviones italianos aplicaron el llamado “bombardeo de saturación” sobre la ciudad, lo que implicó el lanzamiento de 44 toneladas de bombas a baja altura durante dos días. El balance de los ataques se aproxima a los mil muertos, entre 1.500 y 2.000 heridos y 76 edificaciones totalmente destruidas.

Entre las actividades relacionadas con la embestida fascista, figura el espectáculo “El árbol de la memoria” diseñado por Xavier Bové, que consistió en una proyección de 10 minutos, en tres dimensiones, vídeo y voz en off sobre la fachada del consistorio en la Plaza de Sant Jaume. Al árbol gigante y conceptual de Bové, se agrega la organización de visitas guiadas a los refugios antiaéreos 307 del Poble-Sec y Gràcia o la señalización de lugares de Barcelona que recibieron el impacto de los explosivos; asimismo el Born-Centre de Cultura i Memòria acoge hasta marzo de 2019 la exposición “Una infancia sota les bombes”, sobre la masacre que el 30 de enero de 1938 causaron las bombas de la aviación fascista en la plaza barcelonesa de Sant Felipe Neri: 41 muertos, la mayoría niños.

Otra de las iniciativas del Programa de Memoria es la reconversión de la antigua cárcel Modelo de Barcelona -cerrada en junio de 2017, cuando se cumplió el 113 aniversario de su inauguración- en un espacio memorial que incluya un centro de interpretación de la represión y los movimientos sociales, además de conferencias y exposiciones. El militante libertario Salvador Puig Antich fue ejecutado a garrote vil en esta prisión en marzo de 1974; tres años después, se produjo el motín de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL). En la Modelo, recuerda el Ayuntamiento de Barcelona, “fueron encarcelados durante el siglo XX quienes participaron en revueltas de todo tipo”. Entre las próximas acciones, se incluye la que tendrá lugar el 28 de octubre: un acto de homenaje a las Brigadas Internacionales, que se realizará en el monumento erigido en el barrio de El Carmel a los voluntarios (de más de 50 países) que combatieron al fascismo en España; el 28 de octubre de 1938 tuvo lugar en las calles de Barcelona el desfile de despedida a los brigadistas, al que asistieron 250.000 personas.

Ricard Vinyes también resalta la inversión de 900.000 euros en ocho barrios anunciada el tres de octubre por el Ayuntamiento de Barcelona para “reivindicar la memoria popular”. En las barriadas de Sant Genís dels Agudells y La Teixonera el proyecto incluye una mesa por la memoria, que representa a vecinos y asociaciones; la realización de exposiciones y un documental sobre la historia social de los dos barrios (uno de los aspectos que se destacan son las oleadas inmigratorias entre los años 50 y 80 del siglo pasado).

En las barriadas del Bon Pastor y Baró de Viver, en el distrito de Sant Andreu, un eje del proyecto es la memoria histórica de las viviendas obreras y las casas baratas. En La Marina, algunas propuestas remiten a la memoria del pasado industrial y la factoría de SEAT. Vinyes destaca, por último, la vigencia del artículo de Josep Renau “Sentido popular y revolucionario de la fiesta de las fallas”, publicado en la revista Nueva Cultura en plena guerra civil. El pintor y muralista aborda la evolución de las fiestas falleras, cómo “san José va quedando a un lado”, al igual que la mitología católica, mientras en los festejos arraiga el contenido “sensual y crítico, es decir, materialista y revolucionario”; las fiestas falleras responden a “la gloriosa tradición liberal del pueblo, que, arrancando de aquellas jornadas épicas de las Germanías, conduce a la Valencia antifascista de hoy”, concluye Renau

Fuente de las imágenes: Ayuntamiento de Barcelona

miércoles, 30 de marzo de 2016

JOSEP FONTANA, HONORIS CAUSA

Juan Romero. Catedrático de Geografía Humana. Universidad de Valencia

El pasado mes de febrero Josep Fontana fue investido Doctor Honoris causa por la Universitat de València de la que fuera profesor como catedrático en la Facultad de Ciencias Económicas durante los años 1974 y 1975. El Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción que la Universitat de València concede a una persona en reconocimiento a su trayectoria en el ámbito académico, científico o cultural, a sus valores, así como a su especial vinculación con la Universidad.

Quienes desde las Facultades de Geografía e Historia y de Economía promovimos su candidatura ante los órganos de gobierno queríamos de este modo no solo reconocer de forma solemne sus extraordinarios méritos académicos y científicos y su indiscutible influencia en una nueva generación de jóvenes profesores y estudiantes durante esos años en los que dejó una huella imborrable que aún perdura, sino una forma de darle las gracias y un reconocimiento a sus valores, a su forma de ver mundo y de estar en él. Si existiera un Doctorado Honoris causa global Josep Fontana sería uno de los candidatos indiscutibles.

HISTORIADOR
Queríamos reconocer, en primer lugar, su figura como historiador, por cuanto como tuvo ocasión de argumentar el profesor Pedro Ruiz, catedrático de Historia Contemporánea y ex-Rector de la Universitat que fuera el encargado de leer la “laudatio” que se encuentra completa pulsando aquí.  Abrió nuevos caminos en el estudio de periodos fundamentales de la Historia de España del siglo XIX y XX. También contribuyó a enriquecer los enfoques de la Historia de España y de Cataluña desde su formidable trabajo editorial. Y todavía sigue proponiendo y sugiriendo la necesidad de revisar enfoques y miradas, tanto de la Historia de España, por ejemplo en la espléndida presentación a la Historia de las Españas, como en su propia lección magistral, que se puede consultar aquí. en la que sugiere la necesidad de revisar el concepto de progreso a la vista de la evolución de nuestras sociedades desde los años ochenta del siglo XX.

PROFESOR
En segundo lugar, su figura como profesor, porque desde su cátedra de Historia Económica impresionaba su forma de concebir y practicar la enseñanza de la Historia. Aquella inusual forma de enseñar dejó una huella imborrable. Quienes tuvimos el privilegio de asistir a sus clases, siempre llenas de estudiantes sentados hasta en el suelo, nunca hemos podido olvidarlo. Y muchos de nosotros, que años más tarde nos hemos dedicado a este extraordinario oficio de profesor, todavía procuramos inspirarnos en aquella forma de enseñar.

Con Josep Fontana aprendimos, aprendí y ya no he podido olvidar, que ser profesor significa mucho más que trabajar en la enseñanza. Ser profesor es una tarea noble, la más noble y comprometida que tal vez exista. Ser profesor es un privilegio. Supone una formidable responsabilidad. Un compromiso que no acaba en el aula o cuando se acaba la clase o el periodo lectivo, sino que se ha de prolongar durante todo el curso, toda la carrera e incluso más allá. Un compromiso que no acaba en la obligación de explicar de forma competente los contenidos de la materia.

No se trata de que los estudiantes sepan o piensen lo que dice, exige o piensa el profesor. Se trata de proporcionar a los estudiantes todos los conocimientos disponibles, un buen estado de la cuestión acerca de todo lo que se piensa, sobre las cuestiones relevantes de cada materia, para que cada estudiante sea capaz de comprender en profundidad los procesos en curso y de extraer sus propias conclusiones. Pero también de sugerirles caminos y vías de acceso a información variada y a actividades que tienen lugar fuera del aula.

Se trata de ayudar a formarse, como ciudadanos y como profesionales, a personas que son muy diferentes y que acuden a la universidad con trayectorias vitales muy distintas. Se trata de enseñar a pensar, a ser críticos, a ser capaces de resolver problemas, a saber trabajar en grupo con personas que piensan diferente. Se trata de crear un vínculo, invisible pero sólido, basado en la confianza mutua entre profesor y estudiante, en singular no en plural. Se trata, por supuesto, de ser competente y experimentado y de valorar con justicia el esfuerzo personal. Pero también de estar siempre disponible, de acompañar al estudiante durante su etapa formativa, de estar particularmente pendiente de quienes necesitan más ayuda, de saber también proporcionar alas a quienes quieren volar más alto. Un profesor nunca mira el reloj para ver si la clase o la tutoría han acabado. Esa es la diferencia entre ser profesor y trabajar en la enseñanza.

No es un trabajo cualquiera. Trabajas con personas, abiertas, atentas y sensibles y de tu trabajo y de tu actitud se derivan consecuencias muy importantes. Para bien o para mal. Quien entienda que el oficio de profesor es un trabajo ha equivocado su vocación y no será feliz en el aula. Y si un profesor no es feliz en el aula rápidamente transmite esa sensación a los estudiantes. Y entonces no es posible sacar nada bueno de ahí. Todo esto, y mucho más, es lo que sembró Josep Fontana entre muchos de nosotros. Prueba de ello es que mantiene hasta hoy relación con muchos de sus antiguos alumnos y alumnas. Y sigue disponible.

CIUDADANO CRÍTICO
En tercer lugar, queríamos reconocerle públicamente muchas más cosas. Queríamos agradecerle su incansable compromiso con las causas justas, su mirada crítica sobre el mundo actual, su batalla contra el aumento de las desigualdades, su interés por explicar, en especial a las jóvenes generaciones, que las cosas pueden cambiar y que el futuro será lo que nosotros queramos que sea. Todavía recuerdo que meses antes, en el propio paraninfo de la Universidad de Valencia, Josep Fontana impartió una conferencia sobre el mundo actual, con motivo de la presentación de su gran obra reciente Por el bien del Imperio, y lo más impresionante es que el paraninfo quedó completamente desbordado por la presencia de centenares de jóvenes.

Porque Josep Fontana es también un académico y un ciudadano comprometido con su tiempo y muy atento a los cambios recientes. Con ello quiero decir que entiende la importancia del conocimiento como algo fundamental. Como condición necesaria, pero no suficiente. También es necesario el compromiso cívico, la necesidad de impulsar movimientos sociales amplios y campañas explicativas.

REFERENTE ÉTICO
Personalmente creo que Josep Fontana es mucho más que un académico-activista. Para muchos de nosotros es una referencia ética. Forma parte de un grupo extraordinario de mujeres y hombres que dedican su vida a defender y explicar, con argumentos, que hay otras formas más decentes de hacer las cosas. Que hay una agenda alternativa a la impulsada por el pensamiento neoliberal. Que hay valores que hunden sus raíces en la Ilustración por los que merece la pena implicarse. Que no es posible callar frente a lo intolerable. Que hay que abandonar las “zonas de confort” académicas, el pensamiento “cómodo” y explicar lo que verdaderamente está pasando. Aunque te sientas en minoría en mitad de la gran marea neoliberal con todos sus bien financiados think tanks, fundaciones y departamentos universitarios dedicados a dar apariencia de barniz académico lo que no es más que una descarada estrategia dedicada a desmontar sistemáticamente los pilares fundamentales del Estado social y la democracia allí donde la democracia y el Estado social han ido más lejos. Y a impedir que en otras partes del mundo puedan imaginar un día en que las gentes puedan disponer de algo parecido. Y esto no es nada revolucionario. O sí, según se mire. Pero ese día hizo una afirmación que bien podría resumir lo que ha sido hasta ahora su brújula, que lo es también para muchos de nosotros: procurar que exista el mayor grado de igualdad posible con el mayor nivel de libertad posible.

En este grupo extraordinario de mujeres y hombres están, para mí, junto a Josep Fontana, personas como Susan George, David Harvey, Saskia Sassen, Vandana Shiva, Wendy Brown, Noam Chomsky, Amin Malouf, Zigmut Bauman o Sami Naïr. Desde otro plano personas como José Mujica o Josep Bové. También algunos que ya nos han dejado, como Eduardo Galeano y José Saramago. Son la conciencia global. Son el fundamento que inspira a muchos movimientos alterglobalizadores en el mundo. Y todos reúnen una cualidad que está al alcance de muy pocos: son referente para las jóvenes generaciones. Lo pude comprobar ese día en el paraninfo de mi universidad. También cuando meses más tarde vino al mismo lugar Susan George. Ambos “jóvenes” de más de 80 años.

En ese contexto hay que situar su insistencia en poner la atención en los grandes cambios que se están produciendo en las recientes décadas y además de no resignarse la necesidad de revisar paradigmas como el de progreso social. Y sobre todo en algo sobre lo que insiste de forma reiterada, también en la lección magistral que dictó en el acto académico: “Uno de los aspectos más alarmantes de la evolución actual de nuestras sociedades es que la desigualdad está experimentando un aumento incontrolable”.

Las causas que explican lo que Krugman ha llamado “la Gran Divergencia”, Rosanvallon “el Gran Cambio” y Susan George “ la Gran Regresión Neoliberal”, son de naturaleza política y responde a una estrategia que se remonta a los años setenta del siglo XX. La desproporcionada distribución de ingresos en las sociedades desarrolladas, aquella que hace que realmente haya sido una exigua minoría la que se beneficia en detrimento de la mayoría, obedece a cambios operados en “las normas, las instituciones y el poder político” y es en ese terreno donde ha de formularse un proyecto alternativo. Con un enfoque coincidente, lo explicó muy bien Josep Fontana, en un texto seminal que también merece ser leído con atención: “ (…) necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamos viviendo en términos de una mera crisis económica –esto es, como un problema que obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a la normalidad, cuando se superen las circunstancias actuales–, ya que esto conduce a que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que se corre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales que después resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nada para lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuencia de la gran divergencia”.

Esta profunda transformación del poder se basa en una ideología muy concreta que bien podemos definir como neoliberalismo que ha sido capaz de construir una narrativa hoy hegemónica, y también un nuevo tipo de legitimidad. A esta tarea se dedica “un amplio espectro de oscuros personajes no elegidos” (…) con muchos medios, para influir, infiltrar y en algunos casos reemplazar gobiernos, jibarizando siempre la democracia. Son los “escuderos” de los que habla Owen Jones en The Stablisment.

La Agenda de Washington no fue más que el corolario lógico de un trabajo previo que desbrozó todo el camino. Responde al gran consenso de las élites. Al consenso del sistema. La extraordinaria concentración de poder y riqueza en manos de grandes corporaciones transnacionales y de una clase alta global, el hecho de que pueda tomar sus decisiones de forma unilateral y sin que apenas se les pueda ofrecer resistencia, que puedan usurpar, detentar, el poder de forma ilegítima, no es ninguna casualidad sino fruto de una estrategia deliberada mantenida durante décadas. Y aunque algunos hechos geopolíticos contribuyeron a allanar el camino, lo cierto es que desde mucho antes había un propósito: ganar la batalla de las ideas y las percepciones. Y esa batalla a día de hoy la han ganado de forma incontestable. Y ganada la batalla de las ideas (y del lenguaje) han conseguido que la política se oriente a beneficiar a una reducida élite social, trasladando a su vez la percepción de que lo que es bueno para esa élite es bueno para la mayoría.

Hoy son los que menos tienen los que están a la defensiva. Bien mirado, el debate sobre el poder (y la capacidad de intimidación) ha sido siempre la gran cuestión central. Y desde hace tiempo el poder (y la capacidad de infundir temor) se ha concentrado solo en un lado de la mesa. La “capacidad de intimidación”, a la que también Fontana presta mucha atención, propia de las sociedades industriales y de los poderosos sindicatos obreros (el “reformismo del miedo” del que habla Rosanvallon es cosa del siglo pasado. Es más, las élites y las grandes empresas transnacionales no ven ahora razón alguna para tener que sentarse a la mesa de los consensos, puesto que en el otro lado hay ruido e indignación fragmentada, pero no alternativas consistentes ni organización. De ahí, la arrogante pero muy sincera afirmación de Warren Buffet, uno de los mayores exponentes de la élite global: “la lucha de clases sigue existiendo, pero los de mi clase van ganando”.

Han sido capaces de cambiar completamente el marco del debate. Para conseguir que las ideas que en los años sesenta eran impensables o extravagantes fueran lo único posible veinte años más tarde. Para “sentar las bases intelectuales para toda una serie de ideas radicales de derechas y luego popularizadas ante el gran público”. Ideas, mitos y creencias, muchas veces equivocadas o sin mayor fundamento que la fe, que hoy se consideran “verdades incuestionables” y que contribuyen a justificar una agenda no muy extensa pero consistente que objetivamente perjudica a la mayoría, aunque esa mayoría no lo perciba así, en el seno de nuestras sociedades.

Hoy, entre las verdades incuestionables de aquella formidable “contrarreforma” consolidada en los noventa (bancaria, educativa, sanitaria, de gestión pública, laboral…) encontramos aquellas que fundamentan la economía política de la desigualdad y de la inseguridad: subir los impuestos a los que más tienen es perjudicial para la mayoría, es necesario introducir recortes en el gasto público social para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas, las políticas de austeridad y de recortes salariales acabarán por traer la recuperación a nuestras economías, la gestión privada es mucho más eficiente que la gestión pública por lo que la “externalización” es lo más adecuado, una economía desregulada es mejor que un sistema en el que el Estado mantenga estrictos mecanismos de regulación y control, las empresas funcionan mejor si no están sujetas a rígidos acuerdos sindicales o a convenios que regulan sectores, el Estado es demasiado grande y es necesario reducirlo en favor de los mercados, si las cosas me van mal yo soy el responsable, las políticas keynesianas son el pasado… No hay más que una política posible. No hay alternativa, dicen desde hace décadas.

Porque el marco del debate es otro: lo importante, dicen, es eliminar barreras comerciales porque se crearán millones de empleos, bajar los impuestos porque “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos”, aunque la consecuencia sea recortar gasto público social. Lo importante es, al tiempo que se aprueban regalos fiscales y se decretan amnistías para los evasores de impuestos, perseguir a los “gorrones del Estado” que se “benefician” de forma fraudulenta del cobro de pequeños subsidios o ayudas por desempleo, hijos o vivienda. Lo importante es impedir que inmigrantes puedan acceder a servicios de sanidad o ayudas de vivienda. Estos son los adversarios del Estado a los que perseguir. Y no los otros.

Han conseguido también superar contradicciones injustificables y situar en el imaginario público la versión contraria a la realidad de los hechos. En especial una: afirman que son firmes partidarios de reducir el Estado pero en realidad las grandes corporaciones obtienen formidables beneficios de la esfera pública. Hasta el punto de que probablemente no podrían vivir sin los presupuestos del Estado. El nuevo “neoliberalismo de Estado” defendido por las élites, una curiosa variante del pensamiento liberal, consiste en privatizar y liberalizar lo que proporciona beneficios y en dejar en manos del Estado o devolver lo que no es rentable. Se trata de obtener el máximo de ventajas del presupuesto público, haciendo ver al tiempo que el Estado tiene que reducirse porque es lo mejor para la mayoría. “Se trata de convertir intereses privados en leyes de parlamentos nacionales”.

Y aunque los datos indiquen de forma reiterada que situar excesivamente el foco en déficit y deudas en detrimento de objetivos de largo plazo como crecimiento y reducción del desempleo es un camino equivocado, las corporaciones y sus representantes en los gobiernos y parlamentos insisten. Es el único camino posible que las élites europeas han sido capaces de ofrecer a sus ciudadanos mediante la aplicación sistemática de lo que Fituossi y Saraceno han definido como el Consenso Berlin-Washington. Aunque la teoría evidencie ausencia de robustez empírica y aunque los datos aconsejen lo contrario, no hay elección para los ciudadanos. Gobiernos y parlamentos aplican acuerdos y pactos de inspiración neoliberal.

Es, por tanto, en la política donde están las causas que explican la situación actual. Es el poder concentrado en pocas manos y la política puesta al servicio de las élites y las grandes corporaciones. Las causas que explican esta gravísima erosión del Estado social y el espectacular aumento de renta del 1 por ciento más rico no puede atribuirse a la globalización “sino que derivan del alcance y del poder globalizado de las élites económicas euro-estadounidenses”. Es decir, decisiones que se sitúan en el ámbito de la(s) política(s). Y además, las élites escriben las reglas del juego y también eligen a sus propios árbitros

Pero en ningún lugar está escrito que las cosas no puedan ser de otra manera. Esta es otra de sus ideas fundamentales. Hay que insistir en la batalla de las ideas. Para cambiar completamente el marco del debate. Pero como bien sabemos las ideas cambian lentamente y los cambios profundos todavía más. De ahí que no haya tiempo que perder.

ALTERNATIVA POSTNEOLIBERAL
Yo también creo, como él que es posible construir un nuevo relato alternativo para un futuro postneoliberal. Que lo que hoy puede parecer utópico puede ser un marco de referencia aceptado por la mayoría dentro de una década.

Hay que construir la alternativa sobre otros fundamentos. Trabajando de forma paciente para cambiar los términos del debate. Un reconocimiento honesto y realista de la situación de partida puede ser de gran utilidad para construir una alternativa a medio plazo. Los campos de discusión decisivos tienen que ver con la igualdad, con el papel del espacio público, con la redistribución de la riqueza, con el fortalecimiento del Estado social, con la autonomía de la política, y con la apuesta por la transición hacia nuevas formas de organización política, social, económica y ambiental.

Hoy, las élites europeas solo pueden presentar como credencial más sobresaliente su fracaso y su connivencia a la hora de impulsar su agenda neoliberal y sus políticas de austeridad. Por eso es imprescindible conseguir que suba la marea en favor de otra Europa. Para que las democracias low cost adquieran mayor densidad y capacidad. Para que democracia y soberanía sean conceptos que tengan pleno sentido. Para que el poder tenga que escuchar. Para obligarlo a cambiar. Porque “el poder no hace ninguna concesión a menos que se le exija (…) Nunca ha hecho ninguna y nunca lo hará”. Esto es lo que nos enseña la historia. Y los ciudadanos movilizados tienen una gran capacidad para llevar a las élites a la mesa de los consensos.

Esta es la invitación amable que nos hace Josep Fontana: aunque sea costoso y lento, trabajar con otros para conseguir cambios positivos en el mundo es la forma de vida más reconfortante. También sabemos por experiencia que hay avances y retrocesos, que no hay nada asegurado. Que lo que parecía estable, “sólido”, para una generación de europeos, ya no lo es para la siguiente. Al final dependerá de lo que los ciudadanos organizados decidamos respecto a nuestro futuro y el de nuestros hijos. Como suele repetir a menudo, lo que tengamos será lo que habremos merecido.

Gracias, querido maestro.
(Foto de Rosa Peña: Primavera en mi barrio. Rivermark. Santa Clara. California)