_- Un viernes de agosto de 1910, dos caminantes de mediana edad fueron vistos dando un largo paseo por las calles de Leiden. Los lugareños pudieron haber adivinado que uno, algo inquieto, buscaba el consejo del otro. Más que charla casual, fue una sesión de terapia de cuatro horas —el breve psicoanálisis de Gustav Mahler por Sigmund Freud—. El músico, habiendo trabajado en su décima sinfonía, la última antes de morir, estaba angustiado porque su esposa, Alma, estaba teniendo una aventura con el arquitecto Walter Gropius. Dejando de lado el contenido de la sesión, el contexto es instructivo: Mahler había cancelado dos citas y, cuando solicitó una tercera, la única posibilidad fue verse en el sur de Holanda, donde Freud pasaba el mes, lejos del consultorio, por lo que el encuentro tuvo que realizarse a pie. Pensando en Mahler y Freud, durante la pandemia transformé el marco de mi práctica, al proponerles a algunos de mis pacientes que realizáramos nuestras sesiones al aire libre. Caminar juntos —con la mirada hacia el horizonte, sin mirarnos a los ojos— nos permitió configurar un paradigma peripatético del diván y emprender la aventura de descubrir la cura en nuestro andar.
La itinerancia involucra a todo nuestro ser, abre un mundo de acordes y correspondencias, condiciona la relación espacial del yo sintiente. Nuestro enlace profundo entre el movimiento corporal y el entorno facilita un enfoque plural y polifónico de las situaciones recreadas. Como la mayoría de nosotros no tenemos que dedicar mucho esfuerzo consciente al acto de caminar, la mente queda libre para deambular. Es más, la manera en que movemos el cuerpo cambia aún más la naturaleza de los pensamientos, y viceversa —al caminar a nuestro propio ritmo creamos un circuito de retroalimentación axiomático entre el ritmo del cuerpo y nuestro estado mental, que no sería fácil lograr con ningún otro tipo de locomoción—. Mientras caminamos, el ritmo de nuestros pasos oscila naturalmente con nuestros estados de ánimo y con las cadencias de nuestro monólogo interior. De igual forma, es posible cambiar activamente el ritmo de nuestros pensamientos caminando deliberadamente más rápido o disminuyendo la velocidad.
Su vínculo con la salud y su relación con la creatividad son bien sabidos. Al caminar aumentamos el flujo de oxígeno a nuestros tejidos, específicamente el cerebro. Se ha demostrado que caminar con regularidad, incluso levemente, mejora la memoria y la atención, evita el desgaste del tejido cerebral que provoca la edad, aumenta el volumen del hipocampo —una región clave para la memoria—, estimula el desarrollo de nuevas neuronas y acelera la transmisión de mensajes entre ellas. Es una estrategia fácil de implementar para aumentar la producción de ideas novedosas. La poesía y el caminar, por ejemplo, han ido siempre de la mano: Teócrito y Horacio, Dante y Petrarca, Spencer y Woolf se han representado como caminantes que deambulan por un paisaje, traduciendo su movimiento en obras de arte. Thomas de Quincey calculó que Wordsworth caminó unos 290.000 kilómetros en su vida, lo que equivale a un promedio de 10,5 kilómetros diarios desde que tenía cinco años —y su hermana Dorothy, que mantuvo un evocativo diario de sus caminatas, también era una excursionista vigorosa—.
Por supuesto que no todas las caminatas son faenas en solitario. Sarah Hanson, de la Universidad East Anglia, recalca que “caminar en grupo es diferente a caminar solo, hay una gran cantidad de activación, contacto con el entorno y, lo que es más importante, la conexión social. Las personas pueden estar juntas pero separadas… Al enfrentar problemas en los que nuestro estado mental se ve comprometido, hay algo especial en estar en un grupo de caminata”, afirma, haciendo notar que “no es necesario equipo extraordinario, ni comprar ropa cara, no es el gimnasio. Cualquiera puede acceder a la caminata en su propia comunidad, especialmente los más necesitados”. Además, este grupo incluye a menudo a ciudadanos con discapacidades, como demuestra la pintora, escritora y activista Sunaura Taylor en el vídeo Examined Life, mientras “sale a caminar”, como ella lo describe, en su silla de ruedas por Oakland, en conversación con su colega de Berkeley la filósofa Judith Butler. De hecho, en un metaanálisis frecuentemente citado —que comprende 42 estudios con 1.843 participantes—, Hanson y sus colaboradores corroboran que los grupos de caminata son efectivos, con buena adherencia y amplios beneficios para la salud, y concluyen que pueden ser una intervención prometedora como actividad proactiva de promoción de la salud.
En lugar de optar por el tradicional “paseo por el bosque” a la manera del naturalista Henry David Thoreau y tantos otros, Jane Jacobs, una de las figuras clave del urbanismo, igualmente propone un enfoque comunitario innovador centrado en caminar en espacios urbanos. Hoy día, Las caminatas de Jane son conversaciones ambulantes organizadas por personas motivadas —tú, un amigo o un grupo— dentro de tu barrio, que ayudan a descubrir y compartir algo sobre tu comunidad. Pueden enfocarse en una variedad de temas sobre cómo interactuamos, usamos y habitamos las ciudades. El programa ha logrado llevar el potencial de las conexiones comunitarias a ciudades tan variadas como Anchorage y Bombay, a través de caminatas globales, y confirma que hay infinidad de formas de galvanizar el término “peatón”.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
https://elpais.com/eps/2022-11-08/caminar-tiene-ilimitados-efectos-fisicos-y-mentales.html