A veces ocurren historias increíbles, dignas del mejor cine de ciencia ficción, pero tan reales que merece la pena dedicarles una mención. Es el caso del piloto de la marina de los EE UU, el teniente coronel William Rankin. En agosto de 1959, haciendo un vuelo rutinario con su F-8 Crusader entre Massachusetts y Carolina del Norte observó delante de él la presencia de una potente tormenta cuya cima llegaba hasta los 15.000 metros.
Como atravesarla era misión imposible por las enormes turbulencias que se generan dentro de estos gigantescos cumulonimbos y el granizo de gran tamaño que albergan, se situó por encima de ella a unos 16.000 metros de altura. En ese preciso instante, escuchó un estrepitoso ruido que provenía del único motor del avión y en apenas unos segundos empezó a perder potencia y a descender con mucha rapidez. El dispositivo auxiliar para suministrar electricidad al motor tampoco funcionó y la luz roja de aviso de incendios comenzó a parpadear. No podía dar crédito a lo que le estaba sucediendo. Después de varios intentos frustrados para reiniciar el motor, el avión quedó sin control.
Fue entonces cuando William decidió que la única solución era eyectarse y salir de allí lo antes posible. Pero fuera le esperaba una muerte casi segura puesto que caería directamente en las entrañas de aquella imponente tormenta que lo iba a engullir. Sin traje presurizado y a unos 50 grados bajo cero su cuerpo empezó a notar, casi al instante, los efectos del infierno donde había quedado atrapado…
Tras salir eyectado de su avión F-8 Crusader a unos 16.000 metros de altura, el teniente coronel Willian Rankin se enfrentaba a una muerte casi segura tras caer dentro de una potente tormenta. Los 50 grados bajo cero le produjeron gravísimas congelaciones en pocos segundos en su cara y su mano izquierda, puesto que el guante se rasgó al salir de la cabina. La rápida descomprensión hizo que su estómago se hinchara como una pelota y su nariz, boca y ojos empezaran a sangrar. Lo único que le mantenía vivo era la botella de oxígeno que llevaba unida a su casco. Pudo abrir su paracaídas, pero con las violentas corrientes ascendentes y descendentes que se producen en el interior de estas tormentas, realizó varios viajes de subida y bajada a una velocidad endiablada de más de 160 km/h. El sonido era ensordecedor. Después de 40 minutos soportando terribles golpes de granizo de gran tamaño, la lluvia cesó y milagrosamente pudo aterrizar con su paracaídas sobre un pinar a más de 100 km del punto de eyección. Solo se conoce otro caso de supervivencia similar. En 2007 Ewa Wisnierska y su parapente fueron succionados por una potente tormenta en Australia a 9000 metros de altura y con temperaturas de -40 grados.