Mostrando entradas con la etiqueta chocolate. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta chocolate. Mostrar todas las entradas

viernes, 22 de marzo de 2024

Tiene 93 años y me enseña sobre las posibilidades de la vida.

Hablar con los ancianos como si fueran niños es una interacción falsa, tediosa y estúpida.

Cuando me resistí a hacerlo con mi abuela nuestra relación dio un giro feliz hacia conversaciones inesperadas.

An illustration of a woman and man sitting together on a rainbow with the words "Just Try" and "Oui" and "Haha" around them - and Christmas trees.
Credit...Brian Rea

Despierta tras una siesta en su sillón favorito, mi abuela se pasó los dedos por el cabello ondulado y blanco, miró por la ventana hacia el Canal de la Mancha y me preguntó qué pediría si tuviera solo un deseo.

Me lo pregunta a menudo, y yo siempre respondo lo mismo porque eso la hace feliz: “Que vuelva mi abuelo”, lo que suele hacer que lo recuerde. Pero aquel día, hace unos meses, sacudió la cabeza y suspiró: “Richard, tuvimos ya esos momentos. Muy buenos momentos. Pero mejor pide un deseo para ti, cariño”.

Ojalá hubiera sabido que podíamos ser así desde antes.

Durante décadas tuve el mismo tipo de abuela que tiene mucha gente: una que te envía una tarjeta de cumpleaños con dinero por correo; una que te llama por teléfono en Navidad; una agradable rutina educada y practicada que llegó a ser parecida a la manera en que la gente dice “salud” después de un estornudo.

Entonces, hace una década, empezó a perder su audición de manera precipitada. Las llamadas telefónicas se hicieron más difíciles. Y me di cuenta de que si le preguntaba qué había almorzado, podía decir: “Ah, hoy el clima ha estado estupendo”. Estaba tan acostumbrada a las mismas preguntas de la familia que parecía reciclar el mismo puñado de respuestas.

Nuestro tiempo juntos disminuía. Ella estaba disminuida.

A esto se le llama grayspeak, “lenguaje gris” o “lenguaje de ancianos”, un cambio en el modo de dirigirnos a los mayores que los trata menos como sabios y más como niños pequeños o mascotas. Decimos cosas como: “Hoy llovió. ¿Viste que llovió?”, y “¿Te gustó la cena?”.

Es un tipo de interacción falsa, tediosa y estúpida, así que luché contra eso. Empecé a visitarla más, en persona, a pesar de que ella vivía en Dover, Inglaterra, y yo en Nueva York.

Durante mis visitas, empecé a lanzarle preguntas más complicadas: ¿Qué hiciste con tu primer sueldo? ¿En qué pensabas cuando te escondías en cuevas durante la guerra? ¿Cuál fue el mejor invento de tu época?

Sus respuestas: comprar electricidad para la casa de sus padres para no tener que raspar la cera de las velas de las escaleras. Comer naranjas. El agua corriente (seguido de cerca por el microondas). Más que respuestas, fueron trampolines para conversaciones inesperadas.

La profundización de nuestra relación ha sido algo así como un feliz accidente. Mucha gente llega a conocer a sus padres como personas reales más tarde en la vida, pero yo, como hombre homosexual distanciado de sus padres, redirigí esa energía hacia mi abuela.

Mi abuela no es solo vieja. Sobrevivió a un secuestro en Irlanda. Durante la guerra se quedó sin hogar en tres oportunidades después de sobrevivir a bombardeos, viviendo en el frente de batalla junto a los acantilados blancos de Dover. Conoció a la reina Isabel II cuando aún era princesa. A los 20 años, mi abuela atravesó la nieve para dar a luz a sus primeros hijos, gemelos, el día de Navidad. Ahora está ciega y artrítica, pero sigue tejiendo mantas para los bebés prematuros del hospital local. Incluso con 93 años, compra libros para seguir aprendiendo francés.

En nuestra nueva cercanía, también se volvió mucho más graciosa. Mirando el montón de virutas de chocolate que había en el fondo de su café, le dije: “¿Qué pasa? Creía que no tomabas azúcar”.

“El chocolate no es azúcar, querido”, me dijo. “Es sabor”.

Tras recuperarse de una operación de urgencia a principios de año, me dijo: “¡Nunca he sido tan perezosa!”.

“No eres perezosa”, le dije. “Te estás recuperando”.

“Tú eres el experto”, dijo. “¿Cómo es?”

“¿Cómo es qué?”

“La pereza, querido”, dijo. “Tienes más experiencia que yo”.

“¡Volé para llegar aquí!”.

“¿Fuiste tú quien pilotó el avión?”, dijo con una sonrisa pícara.

Un día, después de prepararnos un café, le pregunté: “¿Cuál es el secreto para alcanzar el éxito con 90 años?”.

“Solo tienes que intentarlo, querido. Mucha gente es vieja a los 60 años. Solo quieren estar sentados todo el día. No llegarás a los 90 así. Tienes que intentarlo”.

“¿Intentar qué?”.

“Intenta caminar”, dijo. “Intenta hacer jardinería. Intenta cocinar. Intentarlo no requiere mucho esfuerzo. Solo prueba un poco. Como con este café que nos has preparado. Sé que te esforzaste”.

En otra ocasión vimos cuatro codiciados pastelitos de manzana en el supermercado después de días de estar agotados. Compré dos. Ella me dijo que comprara los cuatro. Cuando le dije que dejáramos los otros dos para otras personas, me contestó: “Dos son para nosotros ahora. Y los otros dos son para nosotros mañana, sin importar quienes seamos”.

Estar con ella es ridículamente divertido. He conocido a sus amigos, y ella ha conocido a mi persona especial (“¡Has elegido alguien más joven!”, dijo de él, que tiene 50 años y yo 44. “¿No es guapo? Es guapo, ¿verdad?”, le pregunté. “¡Sí, mucho más que tú!”, dijo riendo).

Bailamos un vals con la voz de Vera Lynn, construimos casitas de jengibre, nos pusimos máscaras coreanas. Me mira hacer arduos rompecabezas y luego, tras colocar la última pieza, celebra cómo lo “hemos” completado. Le compré una blusa cubierta de pájaros en una tienda de caridad y ella me compró un mameluco de osos.

Cuando era niño —con 5 años quizás, lo bastante pequeño para que mis hermanos y yo durmiéramos como sardinas en la misma cama—, asomaba la cabeza a la hora de dormir y preguntaba si alguien necesitaba ir al baño. Esa era mi señal para anunciarle que tenía que hacer una gran caca. Entonces me escabullía escaleras abajo con ella y veíamos El show de magia de Paul Daniels.

Puede que ella supiera que yo era gay antes de que se lo contara, pero ella quería que yo creyera en las maravillas y la magia. Si la sabiduría es conocimiento además de tiempo, ella encarna la siguiente evolución de la sabiduría: la amabilidad.

“La edad”, me dijo una vez, “no es más que otra molestia que intenta convencerte de lo imposible en un mundo absolutamente lleno de posibilidades”.

A sus 60 años, escaló el Snowden, el pico más alto del Reino Unido. A los 70, sobrevivió a la muerte de su única hija. A los 80, perdió al marido que tuvo durante 67 años, mi abuelo. Este año tuvo que ser operada de urgencia y los médicos le preguntaron si podían escribir sobre ella en una revista médica porque su enfermedad era muy rara. Incluso sus enfermedades son excepcionales.

Su sentido de la posibilidad ha sido revolucionario para mí. He encontrado amigos, grandes e íntimos amigos, en lugares inesperados: cenas de cuatro horas con mis antiguos profesores; un recorrido por los escaparates de Manhattan con la madre de mi amiga que se quedó sola en Acción de Gracias; mensajes de texto con efectos especiales con mi sobrino de 11 años.

Puede que sea cierto que el mundo está lleno de posibilidades, pero incluso las posibilidades tienen límites. Dentro de poco tendré que adaptarme a tener el mismo tipo de abuela que muchas otras personas tienen: una abuela que se ha ido.

Estaré destrozado. Pero no lloraré por la falta de tarjetas de cumpleaños en mi futuro. Lloraré por la apertura, la plenitud y la totalidad. Mi vida se sentirá tan cerrada, vacía y parcial. Pero incluso en esos momentos prevalece su sabiduría, que consiste en ser “misi”, porque “decir ‘miserable’ es demasiado miserable”.

Lo mejor de rechazar el lenguaje gris y abrir el arcoíris de percepciones que le sigue es que ahora sé —con certeza, orgullo y todo mi corazón— que ella no se parece a nadie. Espero que, si llego a su edad, pueda contemplar una colina lejana —un sorprendente fuerte napoleónico— y escalarla (ella tenía 85 años entonces). O disfrutar la novedad de su primera malteada (a los 87). A sus 90 años, tiene la costumbre de guardar un cajón lleno de barras de chocolate en el congelador. Cuando le pregunté por qué, respondió encogiéndose de hombros: “Saben mejor frías, querido”.

Cuando ambos terminamos vestidos de forma parecida y discutíamos que me había copiado la ropa, la acusé también de robar corazones. “La amabilidad gana corazones, Richard. No me molesto en robar”. Después de un sermón sobre lo increíble que es el pan, le pregunté cuál era su comida favorita, y su respuesta fue rápida: “La mantequilla. Por eso te dan pan primero”.

No hace mucho, cuando encontró una camiseta de cachemira color rosa chicle por una libra en una tienda de caridad, dijo que quería que la enterraran con ella. Cuando me mostré sorprendido, me dijo: “Ah, no debí decir eso. Me van a incinerar. No me van a enterrar. Qué pena quemar ropa tan bonita”.

De una relación de educada previsibilidad, hemos pasado a un vínculo profundamente afectuoso en el que ninguno de los dos sabe lo que vendrá después, excepto lo que sabemos que viene después para todos.

Lo primero, sin embargo, ha sido pasar esta Navidad juntos. No hay tarjeta ni llamada que valga. Somos el mejor regalo el uno para el otro.

Richard Morgan es escritor independiente en la ciudad de Nueva York y autor de Born in Bedlam, un libro de memorias.

miércoles, 8 de abril de 2020

_- CINCO BIZCOCHOS PARA EL CONFINAMIENTO

_- Clásico, de chocolate, vegano, marmolado... Si a ti también te ha entrado la fiebre pastelera y el horno te pide más variedad, te proponemos cinco bizcochos y muchas ideas para convertirlos en tartas y pasteles.

JULIA LAICH 05/04/2020 -

Parece que estos días han sacado el pastelero que muchos llevan en su interior. La cocina en general nos distrae, aunque sea por un rato, de todo lo que sucede allá afuera. Pero la pastelería tiene algo especial, quizás porque es algo que no hacemos todos los días, porque evidentemente tenemos más tiempo, porque los dulces de cierta forma nos reconfortan o porque el aroma a bizcocho recién horneado siempre es bienvenido.

De eso hablaremos hoy precisamente: de bizcochos. Si bien tienen su parte de ciencia -que ya explicó perfectamente Miriam García en este artículo- también pueden ser sencillos de preparar si cuentas con la receta adecuada (y la sigues). Para facilitarte la tarea de dar con esa receta en cuestión, a continuación te dejamos cinco diferentes: la de un bizcocho clásico, la de uno de chocolate, de uno vegano, de uno sin azúcar y de uno marmolado. Para preparar todos ellos necesitarás, por lo menos, un bol, una batidora (si es eléctrica, perfecto, y si no con un batidor de varillas y a sacar músculo) y un molde. Este puede ser alargado, redondo o en forma de corona, pero recuerda que el tamaño influirá en el tiempo de cocción. En cada receta encontrarás el tamaño del molde utilizado para que lo tengas como referencia.

CLÁSICO
Este bizcocho no tiene más complejidad que darle a la mantequilla el batido que necesita junto al azúcar. Puedes modificarlo añadiendo chips de chocolate, frutos secos o fruta fresca picada a la mezcla en último momento. Si vas a agregarle alguno de estos no te pases en cantidad o costará que el bizcocho suba en el horno.

Ingredientes
(Para un molde rectangular de 25 x 10 cm)
200 g de mantequilla a temperatura ambiente
200 g de azúcar
4 huevos
Ralladura de limón, de naranja, vainilla o cualquier otro aromatizante
250 g de harina común
2 cucharaditas de levadura química
1 cucharadita de sal

Preparación
Calentar el horno a 180 ºC. Engrasar y enharinar el molde que se vaya a utilizar.

En un bol batir el azúcar con la mantequilla hasta que blanquee (es decir, hasta que aumente su volumen y se haya aclarado). Añadir los huevos de uno en uno y seguir batiendo.

Agregar la ralladura de limón o el aromatizante escogido, la harina, la levadura química y la sal. Verter la mezcla en el molde.

Hornear durante 50 min aproximadamente. Comprobar que está listo introduciendo un palillo o cuchillo viendo si sale seco.

DE CHOCOLATE

Igual que en el clásico, bate que bate la mantequilla. Para un bizcocho ultra chocolatoso y apetecible a la vista añade gotas o trocitos de chocolate negro y blanco. Si lo que quieres es más sofisticación, puedes agregar ralladura de naranja o frutos rojos (los congelados valen).

Ingredientes

(Para un molde rectangular de 25 x 10 cm)

100 g de mantequilla a temperatura ambiente
125 g de azúcar
3 huevos
1 cucharadita de esencia de vainilla
½ cucharadita de sal
50 g de cacao puro
150 g de harina común
2 cucharaditas de levadura química

Preparación

Calentar el horno a 170 ºC. Engrasar y enharinar el molde que se vaya a utilizar.
En un bol batir la mantequilla con el azúcar hasta que blanquee. Añadir la vainilla y los huevos de uno en uno. Seguir batiendo.
Tamizar la harina con la levadura, el cacao y la sal. Incorporar e integrar bien los ingredientes secos a la mezcla anterior.
Verter la mezcla en el molde. Hornear durante 35 o 40 min. Comprobar que está listo introduciendo un cuchillo o palillo.

SIN AZÚCAR

Sin azúcar, pero con todo el sabor. JULIA LAICH
En esta receta verás que los plátanos van asados. No es un paso esencial pero sí suma un punto de dulzor a la receta. Si tienes plátanos muy maduros en casa, sáltatelo y ponlos tal cual.

Ingredientes

(Para un molde de corona de 25 cm de diámetro)
3 o 4 plátanos (400 g con piel)
180 g de mantequilla
3 huevos (separados en yemas y claras)
100 ml de leche
150 g de harina común
100 g de harina integral
2 cucharaditas de levadura química
30 g de pasas (opcional)

Preparación

Calentar el horno a 180ºC. Engrasar y enharinar el molde que se vaya a utilizar.
Colocar los plátanos -sin pelar- en una bandeja con bordes altos. Hornear 40 min. Pelar los plátanos asados, aplastarlos con un tenedor y dejarlos enfriar.
En un bol batir la mantequilla hasta que blanquee. Agregar los plátanos y las yemas sin dejar de batir. Añadir la leche, la harina, la levadura química y las pasas.
En otro bol batir las claras a punto de nieve e integrarlas a la mezcla anterior con suaves movimientos envolventes.
Verter la mezcla en el molde. Hornear durante 35 min. Comprobar que está listo introduciendo un cuchillo o palillo.

VEGANO

Esta receta de Zucker & Jagdwurst da un resultado sorprendente, dados los pocos ingredientes que lleva. Aunque no seas vegano, vale la pena probarlo solo por lo sencillo que es.

Ingredientes
(Para un molde redondo de 22 cm de diámetro)
225 g de harina común
170 g de azúcar
250 ml de agua con gas
50 ml de aceite de girasol u otro aceite vegetal
2 cucharadas de levadura química
1 cucharada de azúcar avainillado o esencia de vainilla en su defecto

Preparación
Calentar el horno a 180 ºC. Engrasar y enharinar el molde que se vaya a utilizar.
En un bol mezclar la harina, el azúcar, la levadura química y el azúcar avainillado.
Añadir el aceite y el agua con gas. Verter la mezcla en el molde. Hornear durante 30 min. Comprobar que está listo introduciendo un cuchillo o palillo.

MARMOLADO DE CALABAZA Y CHOCOLATE

Bizcocho marmolado confinado. JULIA LAICH
Que el título no te engañe: este bizcocho es muy fácil de preparar. Si no te gusta la calabaza, no tienes o no encuentras, puedes sustituirla por zanahoria. Y si lo de poner vegetales en un bizcocho te parece de otro planeta, simplemente hazlo de vainilla y chocolate.

Ingredientes

(Para molde de corona de 25 cm de diámetro)
200 g de mantequilla a temperatura ambiente
200 g de azúcar
100 g de chocolate negro
200 g de calabaza o zanahoria cocida
4 huevos
Ralladura de limón, de naranja, vainilla o cualquier otro aromatizante
250 g de harina común
2 cucharaditas de levadura química
1 cucharadita de sal

Elaboración

Calentar el horno a 180 ºC. Engrasar y enharinar el molde que se vaya a utilizar.
Seguir los mismos pasos de elaboración del bizcocho clásico. Una vez esté lista la mezcla, dividirla en dos boles a partes iguales.
En una de las partes añadir el chocolate fundido a baño maría o en el microondas con cuidado. Integrar bien.
En la otra añadir la calabaza o zanahoria triturada e integrar bien. Verter una capa de mezcla de chocolate en el molde, seguida de otra de calabaza, y así hasta terminar ambas para lograr el marmolado.
Hornear durante 40 min. Comprobar que está listo introduciendo un cuchillo o palillo.

IDEAS PARA CONVERTIR TU BIZCOCHO EN UN PASTEL

Coberturas:

De chocolate: puedes hacer una cobertura muy simple fundiendo partes iguales de chocolate de repostería con nata (para montar). Una vez bañes el bizcocho puedes añadir por encima sal en escamas, frutos secos, chips de chocolate, etc.
Glaseados: con 3 cucharadas de agua o zumo de algún cítrico y 180 g de azúcar glas puedes conseguir un glaseado denso. Si lo quieres más ligero, aumenta la cantidad de líquido. Una vez bañado el bizcocho, puedes añadir la piel del cítrico cortada muy finita y sin la parte blanca, o simplemente ralladura, como en este bizcocho. ¿No tienes azúcar glas? Tritura azúcar blanco común con un robot de cocina, batidora o similar.
Merengue: para prepararlo bate en un bol 4 claras de huevo con 50 g de azúcar y una pizca de sal. Para que quede tostado, ponlo unos minutos en el horno con el grill o quémalo con un soplete en caso de que tengas.
Rellenos: Los más simples: mermeladas, dulce de leche, nata montada… La nata montada se puede hacer batiendo 200 ml de nata para montar con 75 g de azúcar. Se le puede añadir fruta fresca o en almíbar cortada en daditos para aportar otros sabores y texturas.
Frosting de queso: lo mismo te sirve para rellenar que para cubrir un bizcocho. Mezclando 100 g de mantequilla a temperatura ambiente, 200 g de queso crema y 300 g de azúcar glas, 1 cucharadita de esencia de vainilla y una pizca de sal, tendrás un frosting clásico.

Otras ideas: los rellenos y coberturas para pasteles son infinitos y pueden ser tan complejos como quieras. Puedes encontrar inspiración en alguna de estas recetas: 

 tarta de chocolate y castañastarta de cocotarta de moka y chocolatetarta de té matcha y lima o tarta de chocolate con frosting de tahini.