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domingo, 31 de diciembre de 2023

Lynn Margulis, la científica rebelde

En la década de 1960, una joven bióloga estadounidense tuvo una idea revolucionaria sobre la evolución de la vida y el origen de las células modernas. Las células de plantas y animales disponen de unos minúsculos órganos internos, u orgánulos, especializados en obtener energía usando la luz del sol y el oxígeno. Son los cloroplastos y mitocondrias, respectivamente. Por su tamaño, por sus funciones y por la particularidad de llevar su propio y pequeño genoma, estos orgánulos recuerdan poderosamente a ciertas bacterias.

¿Sería posible –se preguntó aquella bióloga– que estos orgánulos fueran en realidad descendientes de antiguas bacterias, reclutadas en un pasado lejano por otras células para usarlas como centrales de energía internas? Un fenómeno semejante era ya bien conocido y tenía un nombre en biología: la simbiosis, una asociación de mutuo beneficio.

El gran problema del origen de la vida en la Tierra es que no había nadie allí para observarlo, por lo que el nacimiento de los primeros organismos terrestres continuará siendo eternamente la materia oscura de la biología, una incógnita abierta a hipótesis de imposible demostración. Entre ellas, la teoría de la endosimbiosis o simbiogénesis es una de las respuestas más plausibles y brillantes para explicar la aparición de las células eucariotas, constituyentes de todo organismo vivo que no sea una bacteria o una arquea.

La entonces joven científica autora de la teoría fue Lynn Margulis, de soltera Alexander (5 de marzo de 1938- 22 de noviembre de 2011), uno de los personajes más influyentes de la biología del siglo XX. Y ello a pesar de que sus propuestas (en los márgenes de la ciencia establecida) le granjearon fama de heterodoxa, cuando no de rebelde. Intelectualmente precoz, su vida personal tampoco se quedó atrás: a los 42 años ya se había divorciado dos veces, la primera del astrónomo Carl Sagan y la segunda del químico Thomas Margulis.

LA SIMBIOGÉNESIS
Margulis admiraba el trabajo de Charles Darwin, pero opinaba que sus sucesores neodarwinistas no habían logrado explicar las incógnitas que dejó planteadas el naturalista inglés; entre ellas y sobre todo, la fuente de las variaciones que impulsa la evolución. Según Margulis, las mutaciones genéticas aleatorias no bastaban para explicar la capacidad de la evolución biológica de inventar rasgos nuevos en los seres vivos.

La teoría de la endosimbiosis o simbiogénesis de Margulis es una de las respuestas más plausibles para explicar la aparición de las células eucariotas. Crédito: Christoph Burgstedt / Alamy Stock PhotoLa teoría de la endosimbiosis o simbiogénesis de Margulis es una de las respuestas más plausibles para explicar la aparición de las células eucariotas. Crédito: Christoph Burgstedt / Alamy

La joven bióloga fue más allá y recogió las ideas de pioneros como el estadounidense Ivan Wallin y el ruso Konstantin Mereschkowski, que habían postulado la simbiosis entre organismos simples como fuerza creadora de seres más complejos. El estudio de Margulis fue rechazado por 15 revistas científicas, y finalmente se publicó en marzo de 1967 sin ninguna repercusión inicial. Según recogía el diario británico The Telegraph en el obituario dedicado a Margulis tras su fallecimiento en 2011, una de sus solicitudes de financiación para sus proyectos recibió la siguiente réplica: “Su investigación es basura. No se moleste en volver a solicitar”.

Pero Margulis no desistió. En 1970 desarrollaba su teoría en el libro Origin of Eukaryotic Cells. A través de los años, la simbiogénesis ha ido ganando apoyo experimental: en los años 70 se descubrió que los genes de las mitocondrias y los cloroplastos se parecían más a los de ciertas bacterias que a los de las células eucarióticas a las que pertenecen. En la pasada década un estudio vino a prestar nueva y extensa credibilidad a la teoría de la endosimbiosis. Un equipo de investigadores dirigido por el biólogo evolutivo William F. Martin, de la Universidad Heinrich Heine de Dusseldorf (Alemania), comparó casi un millón de genes de 55 especies eucariotas y más de seis millones de genes de procariotas, un análisis exhaustivo que solo hoy es posible gracias al uso de avanzadas herramientas bioinformáticas.

BBVA-OpenMind-Yanes-Lynn Margulis pionera de la sostenibilidad_2 Según Margulis, las mutaciones genéticas aleatorias no bastaban para explicar la capacidad de la evolución biológica de inventar rasgos nuevos en los seres vivos. Crédito: Science Lab / Alamy Stock PhotoSegún Margulis, las mutaciones genéticas aleatorias no bastaban para explicar la capacidad de la evolución biológica de inventar rasgos nuevos en los seres vivos. Crédito: Science Lab / Alamy Stock Photo

La investigación, publicada en Nature, rastreaba el origen de los genes bacterianos que forman parte integral del ADN presente en el núcleo celular de los organismos superiores, incluidos los humanos. Y frente a la posibilidad de que estas innovaciones genéticas pudieran haberse colado en nuestras células por un largo y continuo proceso gradual de transferencia de genes al azar, los resultados muestran que, por el contrario, la huella bacteriana en nuestro ADN es el producto de un salto evolutivo brusco que corresponde a la adquisición de las mitocondrias (o de los cloroplastos, en el caso de los vegetales).

“Lo que hemos mostrado es que la contribución genética de los ancestros endosimbióticos de plástidos y mitocondrias al material genético de partida del linaje eucariótico fue mucho mayor de lo que nadie había sospechado”, resumía Martin a OpenMind. “Los eucariotas adquirieron genes de los procariotas en el origen de la mitocondria y en el origen de los plástidos”, añadía, lo que supone “un clamoroso apoyo a la teoría endosimbiótica”. Para Martin “el caso está cerrado: no hay una alternativa científica aceptable a la teoría de que los cloroplastos y las mitocondrias surgieron de endosimbiontes”.

BBVA-OpenMind-Yanes-Lynn Margulis pionera de la sostenibilidad_3 La huella bacteriana en nuestro ADN es el producto de un salto evolutivo que corresponde a la adquisición de las mitocondrias (o de los cloroplastos, en el caso de los vegetales). Crédito: Sergi Escribano/Getty ImagesLa huella bacteriana en nuestro ADN es el producto de un salto evolutivo que corresponde a la adquisición de las mitocondrias (o de los cloroplastos, en el caso de los vegetales). Crédito: Sergi Escribano/Getty Images

Martin rememoraba las discusiones que mantenía con Margulis, en las que ambos discrepaban sobre ciertos aspectos. Y sin embargo, proseguía el biólogo, “ser criticado por Lynn (y ella me criticó mucho) era realmente un honor”. En el fondo “solo nos separaba un centímetro en estas cuestiones, mientras que ella estaba a millas de distancia de los neodarwinistas”, recordaba. El tiempo y la ciencia han acabado por dar la razón a la científica rebelde. “Ojalá hubiera vivido para verlo”, concluía William F. Martin.

LA HIPÓTESIS GAIA
Hoy la teoría de la endosimbiosis se considera ampliamente aceptada. Y aunque no todas las ideas originales de Margulis han obtenido evidencias que las apoyen, la simbiogénesis se contempla como un mecanismo que ha podido aportar otras innovaciones dentro de las teorías evolutivas actuales. Por ejemplo, los líquenes se formaron por la asociación de algas y hongos, pero se ha propuesto que estos últimos pudieron ayudar a la colonización terrestre de las plantas, si bien muchas especies vegetales después prescindieron de esta simbiosis.

BBVA-OpenMind-Yanes-Lynn Margulis cientifica rebelde y pionera de la sostenibilidad_4 La hipótesis Gaia es una visión de la Tierra como un gran sistema complejo formado por los seres vivos y su entorno, cuya autorregulación en un equilibrio dinámico permite la existencia y la continuidad de la vida. Crédito: Sergey Pakulin/Getty ImagesLa hipótesis Gaia es una visión de la Tierra como un gran sistema complejo formado por los seres vivos y su entorno, cuya autorregulación en un equilibrio dinámico permite la existencia y la continuidad de la vida. Crédito: Sergey Pakulin/Getty Images

Pero existe una faceta más por la que hoy se recuerda a Margulis, y que no fue algo separado de su trabajo científico, sino una consecuencia natural: fruto de su propuesta de la teoría endosimbiótica, la bióloga defendía la cooperación entre especies como motor de la evolución frente a la interpretación exclusivamente competitiva del neodarwinismo. Bajo esta idea de la colaboración en la naturaleza, en los años 70 Margulis desarrolló, junto al químico británico James Lovelock, la hipótesis Gaia; una visión de la Tierra como un gran sistema complejo formado por los seres vivos y su entorno, cuya autorregulación en un equilibrio dinámico permite la existencia y la continuidad de la vida.

La hipótesis ha sido muy discutida, se han distinguido diferentes versiones y las más extremas han sido criticadas como pseudociencia, por su aproximación de la Tierra como un gran organismo con una especie de propósito. Pero no cabe duda de que ha sido muy influyente en el empuje de la conservación medioambiental. En 1991 la propia Margulis definió la “economía verde” como aquella que contempla la actividad humana como un componente embebido en los ecosistemas, una descripción que todavía es citada a menudo y que inspira un concepto muy presente hoy en la política, la economía y la sociedad: el desarrollo sostenible.

Javier Yanes
Nota del editor: Texto original de septiembre de 2015 actualizado por el autor 

domingo, 21 de marzo de 2021

Maria Goeppert Mayer, la nobel de Física que explicó los "números mágicos" mientras investigaba sin que le pagaran.

Maria Goeppert Mayer se convirtió en profesora titular apenas a los 54 años.

"Voluntaria", "becaria", "investigadora asociada": esos fueron algunos de los títulos que Maria Goeppert Mayer recibió a lo largo de 30 años liderando investigaciones científicas que la llevarían a ganar el Nobel de Física en 1963.

En otras palabras, la física alemana trabajó la mayor parte de su carrera en distintas universidades estadounidenses sin que le pagaran un sueldo.

Investigaba "solo por el placer de hacer física", indica su biografía publicada por los premios Nobel.

Si bien en aquel entonces regían normas antinepotismo en Estados Unidos, lo cierto es que "ninguna universidad hubiese pensado en contratar a la esposa de un profesor", explica la academia sueca.

Era su marido, el químico estadounidense Joseph Mayer, quien conseguía los puestos de profesor e investigador de tiempo completo, mientras ella recibía las sobras. Literalmente.

Una de las universidades donde la pareja trabajó, la prestigiosa Johns Hopkins University, cuenta: "Ella había visto una oficina vacía y preguntó si podía usarla; se la negaron y, en su lugar, le dieron un salón en el ático".

Su historia, narrada en el marco del proyecto The Women of Hopkins, "es un ejemplo de determinación ante la presencia de obstáculos", reconoce la universidad.

Cuando Goeppert Mayer finalmente se convirtió en profesora titular tenía 54 años.

Séptima generación
Goeppert Mayer nació el 28 de junio de 1906 en Katowice, una ciudad que entonces formaba parte de Alemania, pero que hoy pertenece a Polonia.

Su padre era la sexta generación de académicos, por lo que siempre asumió que su única hija iría a la universidad y seguiría el legado familiar.

"Mi padre me decía: 'Cuando crezcas, no te conviertas en una mujer', en el sentido de ama de casa", contó Goeppert Mayer citada por los Nobel.

"Es una de esas mujeres que pelearon por sus objetivos cuando la sociedad exigía que se quedaran en casa", dice a BBC Mundo la física Louise Giansante.

Si bien en un principio su intención era graduarse en matemáticas, decidió estudiar física tras participar de un seminario sobre mecánica cuántica dictado por Max Born, uno de los padres de lo que entonces era una incipiente rama de la ciencia.

Born se terminaría convirtiendo en el mentor de Goeppert Mayer a lo largo de sus años de estudio en la Universidad de Gotinga, en Alemania.

Pero tras completar su doctorado, la joven se casó y mudó a Estados Unidos, en parte buscando mejores oportunidades académicas, y en parte para alejarse del movimiento político que culminaría con el ascenso al poder de Adolf Hitler.

De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, Goeppert Mayer terminaría trabajando en el Proyecto Manhattan, el programa secreto del gobierno estadounidense que desarrolló la bomba atómica.

Manhattan Project
"La urgencia de la Segunda Guerra Mundial llevó al gobierno de Estados Unidos a tratar la capacidad de Goeppert Mayer con más respeto que el mostrado por sus universidades más importantes", afirman los Nobel.

El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón.

Ella incluso llegó a decir que, gracias al Proyecto Manhattan, por primera vez en su carrera logró "pararse" por sí misma como científica, sin "sostenerse" en su marido.

Sus biógrafos coinciden en que, aunque disfrutaba del respeto que recibió de sus colegas y de las responsabilidades que le fueron dando durante esos 3 años de trabajo, ella albergaba la esperanza de que el proyecto fracasara.

Según los Nobel, Goeppert Mayer era "vehementemente anti-Hitler, pero consciente de que el arma que estaba ayudando a crear podría usarse contra amigos y familiares que vivían en Alemania".

Y aunque la bomba sí fue desarrollada y usada sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, matando a decenas de miles de personas, las investigaciones lideradas por ella efectivamente no tuvieron éxito.

"No encontramos nada y tuvimos suerte... escapamos de la punzante culpa que sienten hasta el día de hoy los responsables de la bomba", reconocería luego, según los Nobel.

Los "números mágicos"
Fue después de la guerra cuando Goeppert Mayer comenzó a trabajar en física nuclear, la línea de trabajo que la llevaría a definir la estructura del núcleo atómico y ganar el Nobel.

Cuando Goeppert Mayer ganó el Nobel de Física en 1963 se convirtió en la segunda mujer de la historia en recibirlo.

Sin entrar en muchos tecnicismos, lo que la científica logró demostrar una y otra vez es que los núcleos más estables siempre tenían una determinada cantidad de neutrones o protones. Los "números mágicos" eran 2, 8, 20, 28, 50, 82 o 126.

Pero no se conformó con ello: ahora que sabía que eran números especiales, quería saber el por qué.

Fue así que comenzó a desarrollar lo que ahora es el famoso modelo de capas nucleares.

De acuerdo con un artículo de 2008 de la Sociedad Estadounidense de Física (APS), "el hecho de que los núcleos con cierto número de nucleones (neutrones y protones) eran especialmente estables ya había sido advertido antes, pero los físicos estaban seguros de que un modelo de capas no podía ser correcto".

Es que en aquel entonces prevalecía otro modelo creado nada menos que por Niels Bohr, quien había ganado el Nobel por sus investigaciones sobre la estructura de los átomos.

Según la APS, Goeppert Mayer "tenía una formación menos formal en física nuclear, (entonces) estaba menos sesgada".

Su colega y amigo Edward Teller lo resumiría de una forma más elocuente: "Se le ocurrió la idea absurda de oponerse al modelo del núcleo atómico de Bohr. Fui rotundo en mi crítica. Pero resultó ser que Maria tenía razón y, merecidamente, recibió el premio Nobel".

Una de cuatro
Goeppert Mayer no fue la única capaz de pensar afuera de la caja respecto a la estructura del núcleo atómico.

Cuando estaba por enviar su investigación a la revista Physical Review se enteró de que otro equipo liderado por un tal Hans Jensen había llegado a la misma conclusión en su Alemania natal.

"Pidió que su artículo fuese retrasado para salir publicado en el mismo número que el de ellos, pero el de ella terminó siendo publicado en el número posterior al de ellos, en junio de 1949", cuenta el citado artículo de la APS.

Tiempo después Goeppert Mayer y Jensen se conocieron, convirtiéndose en amigos y colaboradores. Publicaron juntos un libro sobre el modelo de capas nucleares y en 1963 compartieron el Nobel.

En ese entonces solo una mujer en la historia había recibido el Nobel de Física: Marie Curie, 60 años antes.

Marie Curie fue la primera persona en recibir dos premios Nobel en distintas especialidades, física y química, en 1903 y 1911 respectivamente.

Tendrían que pasar otros 55 años para que otra mujer, Donna Strickland, lo volviese a ganar en 2018. La cuarta y última física en obtenerlo fue Andrea Ghez el año pasado.

El legado
En 1960, poco después de llegar a San Diego para empezar a desempeñarse en su primer trabajo como profesora titular en la Universidad de California, Goeppert Mayer sufrió un ataque cardíaco.

Su salud continuaría siendo delicada desde entonces hasta su muerte, en 1972, pero aún así no dejó de investigar y dictar clases.

"Es una de esas mujeres que pelearon por sus objetivos cuando la sociedad exigía que se quedaran en casa", le dice a BBC Mundo la física Louise Giansante, autora principal del artículo "Mujeres en la física: pioneras que nos inspiran" publicado en 2018 en la revista de la Organización Internacional de Física Médica.

"Enfrentó una serie de desafíos en su vida profesional y personal", continúa, "lo que incluyó guerras y muertes, pero también simplemente criar a sus hijos y ser esposa mientras intentaba continuar con sus investigaciones".

"Sus descubrimientos y destacada contribución en gran medida se utilizan hasta el día de hoy. Creo que su historia necesita ser contada y puede servir de inspiración especialmente para las mujeres jóvenes, que todavía tienen que enfrentar numerosos desafíos", concluye Giansante, sobre el legado de la física alemana.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-56286955

jueves, 31 de agosto de 2017

Vera Rubin. Es odioso generalizar sobre los sexos, pero también lo es ignorar la historia de la ciencia del siglo XX

Ha muerto Vera Rubin. Nació en 1928 en Filadelfia, y no pudo ir a la Universidad de Princeton porque en los años cuarenta no aceptaba mujeres para estudiar Astronomía. De hecho, siguió sin aceptarlas hasta 1975, cuando yo tenía 15 años. Pero Rubin pudo estudiar en otros centros norteamericanos menos retrógrados, y acabó haciéndose con un buen aparato astronómico (espectrómetro) en la Institución Carnegie de Washington. Eso le permitió concluir que la Física de su tiempo estaba mal. Como el lector podrá imaginar, esa fue una idea difícil de sacar adelante.

Allá lejos, en el cielo nocturno, camuflada entre las estrellas de la constelación de Andrómeda, visible a simple vista pese a que su luz tarda dos millones y medio de años en llegar a nuestros ojos, se exhibe al mundo la galaxia más próxima a nuestro arrabal del cosmos: la galaxia de Andrómeda, el grumo espiral de materia más cercano, y más similar, a la Vía Láctea. Rubin la enchufó con su telescopio de alta tecnología, y lo que vio la dejó perpleja.

Las galaxias no giraban de acuerdo con las leyes de Newton o de Einstein, que obligaban a las estrellas centrales a rotar mucho más deprisa que a las exteriores. Más bien, todas las estrellas giraban al mismo ritmo. O las leyes estaban mal, razonó Rubin, o había en las galaxias un montón de materia que no podíamos ver, pero que regía su comportamiento gravitatorio. La materia oscura.

Hoy calculamos que la materia oscura que descubrió Rubin da cuenta del 25% del universo; otro 70% consiste en energía oscura, la “constante cosmológica” que Einstein inventó para que el cosmos no se colapsara, y que hoy explica que se esté expandiendo de forma acelerada. Solo el 5% restante es lo que solemos llamar materia, esa cosa que estudiamos en el colegio y que constituye por entero nuestro cuerpo y nuestra mente. El hallazgo de Rubin no fue precisamente una nota al pie de la Física. Más bien aspiraba a constituir el texto principal. Hoy seguimos sin saber qué es la materia oscura, pero también seguimos sabiendo que tiene que existir. O que nuestras leyes están mal.

Es odioso generalizar sobre los sexos, pero también lo es ignorar la historia de la ciencia del siglo XX. Henrietta Leavitt descubrió la cinta métrica de medir el cosmos que permitió a Hubble postular la expansión del universo; Barbara McClintock descubrió los transposones, o genes saltarines esenciales para el desarrollo y la evolución humana; Lynn Margulis descubrió el origen de la célula moderna.

Y Vera Rubin descubrió el 25% del cosmos. Vaya tontos que fueron en Princeton.

https://elpais.com/elpais/2016/12/28/opinion/1482925344_747416.html