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sábado, 19 de diciembre de 2015

La demonización de la clase obrera.

Escribe Owen Jones en su espléndido libro Chavs: La demonización de la clase obrera, “La Cámara de los Comunes no es representativa, no refleja al país en su conjunto. Es demasiado representativo de abogados, periodistas metidos a políticos, diversas profesiones, sobre todo profesores de universidad…Hay pocos que hayan trabajado en centros de atención telefónica o en fábricas, o hayan sido funcionarios municipales de rango bajo… Antiguamente había una tradición, sobre todo en los escaños laboristas, de diputados que habían empezado trabajando en fábricas y minas. Esa época pasó hace mucho”. Si trasladamos esa reflexión a la composición del Congreso de los Diputados y de los parlamentos de las comunidades autónomas llegaríamos a una conclusión bastante parecida. El neoliberalismo no solo ha representado un ataque a los derechos de las clases trabajadores sino también, entre otras cosas, una modificación de la representación política y ha dedicado un ingente esfuerzo para cambiar la percepción de la sociedad respecto a las clases sociales. Algo así como “si parece que las clases sociales se han difuminado lo tendremos mejor para que siga gobernando nuestra clase social”. Volviendo al libro citado, algo que lograron en el Reino Unido Margaret Thatcher venciendo a los mineros en 1985 y descabezando y desorganizando al potente movimiento sindical y posteriormente el dirigente laborista Toni Blair pretendiendo que “todos somos clase media”.

La campaña electoral que finalizará el próximo 20 D anuncia un cambio, más allá de quien gane o de las combinaciones de gobierno que puedan formarse, las cosas ya no podrán hacerse de la misma manera. Habrá que reconocer que ese cambio puede quedar lejos aún del que hace unos meses podía vislumbrarse, destinado a abrir un proceso o procesos constituyentes y a cambios en las políticas económicas y sociales favorables a las clases trabajadoras. Pero sí podemos constatar que tanto entre los candidatos de las izquierdas como en los contenidos de las campañas hay muy poca presencia de la clase obrera organizada. Cuando podamos hacer un análisis sociológico de los nuevos diputados y diputadas es muy probable que encontremos un panorama parecido al que denuncia Owen Jones en su libro. Y eso es una anormalidad.

El proceso de cambio que desde posiciones de izquierda se ha ido gestando es el resultado de varios factores: la rebelión del 15M, las huelgas generales contra las reformas laborales, las luchas y mareas contra los recortes en los derechos públicos, las movilizaciones contra los desahucios, el movimiento soberanista en Catalunya… y en todos ellos ha habido un peso importante, si no fundamental, del mundo del trabajo y de su expresión organizada, el movimiento sindical. Las candidatas y candidatos, allí donde hay confluencia (Catalunya, Valencia y Galicia) en Podemos, en Unidad Popular-IU, en Bildu… representan una gran renovación, son el reflejo del conjunto de esas protestas ciudadanas, pero se nota la falta de representantes del mundo del trabajo.

Sindicalismo de clase
Si compartimos “que el trabajo es la fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores” hay que apostar por colocar ese problema en el centro porque sino estamos mareando la perdiz a la hora de buscar alternativas para salir de la crisis y organizar un cambio real a favor de las clases trabajadoras. Hay, además, otro aspecto fundamental: difícilmente podrá haber mayorías sociales de cambio a la izquierda sin la presencia activa y visible del movimiento obrero.

El objetivo de los capitalistas y sus políticas neoliberales para afrontar la crisis ha consistido en reducir salarios, enviar al paro a millones de personas, recortar derechos, generalizar aún más la precariedad y debilitar al sindicalismo, especialmente a través de la última reforma laboral. Un proceso de cambio político y social exige reconquistar todo lo que ha sido arrebatado. Por eso el trabajo debe situarse en el centro, porque no hablamos sólo de un empleo sino de todo lo que está relacionado con él: un salario decente para tener independencia económica, derechos (un convenio colectivo, una jornada laboral, vacaciones, salud, formación, etc.) pero también trabajo en el sentido de organización de clase de los trabajadores. Existe una relación mutua: si hay trabajo puede haber sindicato, si hay sindicato hay derechos.

La política neoliberal, la del PP y la que anuncia Ciudadanos, persigue lo contrario. Sabe que sin trabajo no hay organización. Si el salario es bajo hay menos sindicación. A mayor precariedad hay menos sindicalismo y si hay menos sindicato hay menos derechos, salarios inferiores, jornadas más largas, salud laboral más precaria. No nos limitamos a los derechos laborales, porque la defensa de los derechos de ciudadanía, salud, educación, formación, vivienda, cuya defensa incumbe al conjunto de la sociedad, necesita también de organización y de confluencia entre los diversos actores. Por ejemplo, las mareas contra los recortes en sanidad o educación se basaron en la colaboración de intereses entre los trabajadores y la población.

Se puede debatir y confrontar opiniones sobre si la política de las direcciones sindicales ha sido la adecuada para la actual situación, pero no hay ninguna duda de que el sindicalismo es la base para la resistencia.

A través del sindicalismo de clase, tanto de los grandes sindicatos como de los alternativos, es como se organiza la clase trabajadora, porque aunque el nivel de afiliación sea relativamente bajo (alrededor de un 15%) no lo es a través de la representación que significa la elección de los delegados sindicales. Con datos cerrados del 2011, se eligieron más de 300.000 delegados, votaron más de 4,7 millones de personas sobre un censo de 7,2, un 65% de participación. Si añadimos los miles de convenios negociados y firmados, incluso con las restricciones impuestas por la reforma laboral, y las negociaciones y acuerdos de empresa, y las asambleas y movilizaciones de protesta, tanto a nivel de empresa o sector como en defensa de derechos generales de la ciudadanía, sanidad, educación, etc., tendremos un panorama del instrumento organizador y movilizador del sindicalismo de clase, completamente imprescindible para cualquier cambio social por la izquierda. No se puede ignorar.

Sindicalismo y política
Pero también en el sindicalismo hay que reflexionar sobre qué papel y qué iniciativas puede tomar para jugar un papel más activo en los procesos de cambio. En su momento tuvo que luchar para defender su autonomía e independencia en la toma de decisiones, pero eso no puede entenderse como una abstención o separar artificialmente los ámbitos de la política y los del sindicalismo. Es cierto que son relaciones complejas y no siempre tienen un único sentido, pero también es necesario ponerlas a debate.

Ante los ataques brutales que se han vivido el sindicalismo por sí mismo no ha podido defenderse ni defender los derechos de las clases trabajadoras. Se necesita el máximo de alianzas posibles para derrotar a un enemigo fuerte. Alianzas con otros movimientos sociales, alianzas con los partidos, con las asociaciones de vecinos, mareas, etc. Con todo quien esté dispuesto a luchar contra las políticas neoliberales. Y hay que hacerlo con espíritu unitario, sin pretender hegemonías de uno u otro, sino con la convicción de que sólo la suma y la movilización pueden lograr volver a conquistar los derechos. Para que la clase obrera esté en el centro del cambio social, el sindicalismo también tiene que reivindicar su lugar y su papel en la política.

Toda lucha laboral o social es una expresión de lucha de clases y por lo tanto política: unas veces se expresa en la negociación de un convenio colectivo o en la lucha contra la precariedad y otras en la exigencia de nuevas leyes o derechos universales para la sociedad y en todas ellas la participación del “trabajo asalariado” es determinante (ya sea como trabajador o como ciudadano)

La perspectiva de un cambio político y social exige cambios en las organizaciones y en las relaciones entre ellas, será el esfuerzo colectivo lo que permitirá derrotar a la derecha, tanto con los votos como con la movilización social.

Porque para el día después del 20 D hay amenazas bien concretas: la Unión Europea ya ha anunciado que exigirá una reducción de 7.000 millones al próximo gobierno que surja de las urnas, o sea más recortes; también que debe ampliar aún más la reforma laboral, menos derechos y/o abaratamiento del despido y /o reducción de pensiones, y sino pondrán por delante la propuesta de contrato único de Ciudadanos, que es otra vuelta de tuerca a las anteriores reformas laborales.

Por eso hay que colocar el empleo y la recuperación de los derechos laborales en el centro del debate y la acción. Tal como lo explican los sindicalistas, cambio es también poner en el centro el conflicto capital-trabajo, o sea la lucha de clases.

Miguel Salas Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso Fuente: www.sinpermiso.info, 13 de diciembre 2015