Un nivel elemental de corrupción de las palabras es ocultar o disfrazar la realidad con eufemismos. No llamar a las cosas por su nombre. Una palabra es un significante con un significado. La perversión del lenguaje destruye la correspondencia entre ambos y finalmente la presunta comunicación es una torre de Babel en la que se confunden realidades y palabras.
La manipulación y corrupción del lenguaje (herramienta principal de las élites para imponer su hegemonía cultural) cambia o distorsiona el significado de las palabras. Y así, el paro se convierte en ‘tasa natural de desempleo’; la emigración de jóvenes desesperados por no encontrar empleo en España en ‘movilidad exterior’. La recesión es ‘crecimiento negativo’; el rescate bancario es ‘línea de crédito favorable’; la rebaja de salarios es ‘devaluación competitiva interna’; los despidos sistemáticos son ‘flexibilidad laboral’; ‘las viviendas embargadas son ‘activos adjudicados’; el cierre de empresas es ‘cese de actividad’; la crisis es ‘desaceleración del ciclo económico’; el robo de dinero público es ‘desvío irregular de fondos’ y los recortes y violaciones de derechos sociales pasan a ser ‘reformas estructurales’… No es cualquier cosa ni algo inocente, porque el uso reiterado del eufemismo suaviza la realidad que es dura e incluso criminal y abona la extensión de un peligroso mito colectivo que se concreta en el ‘no hay para tanto’ o ‘no hay nada que hacer’.
Insisto, no es debate lingüístico o académico sino político. Según nos explica Gramsci, el poder de la clase dominante se basa en muy gran medida en la hegemonía cultural que ejerce sobre las clases sometidas. Impone sus valores, principios y ‘verdades’ en detrimento de los de la mayoría social dominada. Lo hace por medio del sistema educativo, la industria de la cultura y los medios de comunicación. Para que la mayoría acepte someterse y ser explotada como algo natural y conveniente. Y hoy, además, ser desposeída de la mayor parte de sus rentas, esencialmente sociales. La mal llamada austeridad fiscal se basa en un cúmulo de falsedades económicas, fiscales y contables que tienen en la corrupción del lenguaje un poderoso aliado.
Además de la manipulación del lenguaje, las élites y sus voceros recurren cada vez más lisa y llanamente a la mentira. Pura y dura. Como insistir en que el aumento de las deudas públicas de los estados es por exceso de gastos sociales. Cuando está ampliamente documentado que las deudas públicas han crecido de modo desorbitado porque los gobiernos rescataron la banca con cantidades milmillonarias tras el estallido de la crisis financiera.
Un caso muy actual de mentira en el Reino de España, además de insufrible desfachatez, son las declaraciones de portavoces del PP de ser éste el partido que más actúa contra la corrupción política y con mayor contundencia. ¡Para llorar de rabia! Y no me digan que estas cuestiones no son importantes porque, de no disponer de hegemonía comunicativa, por ejemplo, el Partido Popular no tendría siete millones de votantes de los que muchos son trabajadores, asalariados. No hay siete millones de ricos en este país ni de clase media real.
Los medios de comunicación (una base de la hegemonía cultural de las élites) buscan legitimar el discurso de éstas ocultando sus intereses reales bajo la apariencia de objetividad, aparentes buenos resultados, pretendida buena gestión y democracia. La corrupción del lenguaje para mantener la hegemonía cultural de esas élites sigue la pauta del nazi Goebbels: una mentira repetida mil veces finalmente se considera verdad. Y así, el partido del gobierno y sus voceros repiten hasta el hastío que esta país se recupera económicamente cuando los hechos, la creciente precariedad y la dureza de vida para millones de personas del pueblo trabajador demuestran lo contrario. Solo se puede hablar de recuperación cuando se recuperan las personas.
La corrupción de las palabras además se usa para deslegitimar todo lo que se opone a este sistema capitalista, antidemocrático, injusto, insostenible y suicida (porque lleva al desastre ecológico).
Palabras como democracia, soberanía, libertad o derechos sociales, entre otras, se han vaciado de contenido por la acción de los medios de hegemonía cultural y de comunicación de las élites. Hoy se entienden de forma sesgada e incluso contraria a su verdadero significado. ¿Cómo se puede negar en nombre de la democracia el derecho a decidir de un pueblo (catalán o cualquier otro)? ¿Cómo se puede negar el derecho a decidir cuando la democracia es precisamente eso: que el pueblo decida?
Según Andrés Querol, la manipulación del lenguaje hoy no tiene nada que envidiar a la que perpetró el Tercer Reich, por ejemplo. Un ejemplo sería la utilización torticera del término anti-sistema, convertido en máximo anatema por dirigentes y mercenarios de las élites económicas. Fernández Buey explica que, si el sistema capitalista es malo para la mayoría de la gente (como es evidente y comprobamos cada día), lo lógico y justo es estar contra ese sistema, ser anti-sistema. Pero al término se le atribuye miserable y falsamente el significado de actuar con violencia y atentar contra los intereses de todos.
No es cuestión académica. Si nos neutralizan por la manipulación y corrupción del lenguaje, bloquean y reducen la conciencia crítica. Porque manipulación y corrupción del lenguaje buscan ocultar, distorsionar, disfrazar, manipular… Para que todo continúe igual, pero parezca que algo cambia.