_- Me gusta leer. Me gustan los libros. Me gusta todo de los libros: el olor, las páginas, el tacto, la portada, el canto, el título, el índice, la dedicatoria… Hasta las erratas me gustan. Lean “Vituperio (y algún elogio) de la errata”, de José Estaban y encontrarán algunos motivos de por qué digo lo que digo. Hoy quiero poner el foco en las dedicatorias.
Hay dos tipos de dedicatorias de libros. La que el autor o autora plasman en la primera página de la obra, con letra impresa, y la que escriben de puño y letra en alguna página en blanco, a petición del lector o por propia iniciativa. He visto, no hace mucho, una tercera modalidad: una dedicatoria manuscrita del autor que viene ya impresa e, incluso, anunciada en la portada. En este último caso, los destinatarios son los lectores.
Como sucede con todo género breve (epitafios, anuncios, grafitis…) el ingenio deja en las dedicatorias chispazos magníficos de ingenio. No recuerdo en qué libro inglés, el autor escribió la siguiente dedicatoria: “A mi mujer, sin cuya ausencia, nunca hubiera podido escribir este libro”. Lo cual puede ser interpretado como un halago (ella era tan importante para él que, estando a su lado, no podía dedicarse a otro menester) o como una ofensa (a su lado resultaba imposible sentir la inspiración literaria, prueba era un permanente incordio).
Fernando Savater escribió un interesante libro con el título “Mira por dónde. Autobiografía razonada”. Y lo dedicó al amor de su vida, con esta admirable brevedad: “A Sara: mira, mi vida”.
Hay dedicatorias manuscritas de carácter protocolario, muy poco originales, casi siempre breves, que se despachan con tópicos: “Con afecto”, “Con gratitud”, “Con mis mejores deseos”, “Con todo mi cariño”, “Con un fuerte abrazo”… Hay otras más elaboradas, también genéricas. Y algunas que solo pueden tener un destinatario.
Tengo en mi biblioteca algunas estanterías con libros dedicados por su autor o su autora. En la mayoría de los casos, la iniciativa ha surgido de los firmantes. En alguno, ha sido fruto de una petición mía. Citaré algunas, ya que no cabrían todas en el breve espacio de este artículo.
El escritor argentino Enrique Mariscal escribió, entre muchos otros, un pequeño libro titulado “La educación es la ciencia de la paz”. Tengo delante su hermosa dedicatoria: “Para MASG, un impulso incontenible el mismo día que se atacó por segunda vez Irak. Si la paz no está en el corazón de los maestros, rápido muere en la mente de los niños”.
En el aeropuerto de Barajas, entré en el avión que me iba a llevar a Málaga. Llevaba bajo el brazo el libro de Mario Vargas Llosa “La fiesta del chivo”. Me topé con el autor de la novela que, casi inevitablemente, se fijó en su libro. Por azar, nuestro asientos estaban contiguos. Fue inevitable pedirle al premio Novel que me dedicase el libro. Lamento decir que no puedo reproducir la dedicatoria porque no encuentro el libro en este momento. Un préstamo, seguro.
En otro vuelo, este de Barcelona a Madrid, coincidí con el entonces ministro socialista José Borrell. Hablamos de política. Hablamos de libros. Quedamos en enviarnos uno de nuestra autoría. Así lo hice. Después de unas semanas recibí un interesante libro suyo titulado “La República de Taxonia. Ejercicios de matemáticas aplicadas a la economía”. En la dedicatoria, me dice: “Con todo afecto, aunque con mucho retraso”.
Francesco Tonucci dedica sus libros con algún dibujo que improvisa en el momento de la firma. Tengo delante el libro “Los niños y las niñas piensan de otra manera”. Como en él aparecen dos viñetas que reflejan momentos singulares de la vida de mi hija, dice: “Gracias, Carla, de parte de FRATO”. Mis lectores y lectoras sabrán que FRATO es el acrónimo de FRAncesco TOnucci.
Rosana Gallardo es una policía municipal de Villarreal que lleva muchos años trabajando la mediación policial. Alguna vez me ha llamado para participar en experiencias de formación. Tiene un libro del que es coautora Elena Cobler. Un libro que se titula “Mediación policial. Manual para el cambio en la gestión de conflictos”. Dice su dedicatoria: “A MAS, que es como el Buen Maestro que me acompaña hacia donde debo ir. ¡Fuerte abrazo!”.
Venado Tuerto es una población argentina en la que hay una escuela llamada “La escuela de los cien años”. No es que tenga un siglo la escuela sino que se construyó para conmemorar la creación de la ciudad. En lugar de hacer un asado o una fiesta, la comisión de festejos decidió construir una escuela. Estuve allí en la conmemoración de los 25 años. Reproduzco ahora con emoción la dedicatoria. “Una escuela que aprende es una escuela que lejos de obedecer se permite crecer. Gracias por regalarnos el privilegio de su padrinazgo”.
Francisco Guerrero, amigo y compañero de Departamento, además de libros profesionales, escribe novelas. Una de ellas lleva el título “El puente de los alemanes”. Uno de los personajes de la novela, decano de la Facultad de Educación, lleva mi nombre. Dice el autor en su larga dedicatoria: “Para documentarme sobre la Guerra Civil Española estuve leyendo decenas de libros (también sobre Antonio Machado). En la novela apenas saldrá, de esa ingente búsqueda, un uno por ciento. Para el personaje Miguel Ángel Santos, no he necesitado documentarme. Llevo trabajando junto a él cerca de veinticinco años y en todo ese tiempo ya me ha demostrado algunas de las virtudes que aparecen en esta novela. Con todo, seguro que solamente he novelado menos del uno por ciento de las capacidades de la persona Miguel Ángel Santos. Con cariño”.
Ahora, otra vertiente de las dedicatorias. Las que he hecho de mis libros. He dedicado muchos libros en mi vida. Me gusta repetir lo que decía Gabriel García Márquez: un libro no se acaba de escribir hasta que no se dedica. En países de Hispanoamérica es frecuente, después de las conferencias, organizar una sesión de firmas. Recuerdo que, después de una conferencia organizada por la Editorial Santillana en el cine Rex de la calle Corrientes de Buenos Aires (con aforo para más de 4000 asistentes), el director de la consultora Network que me había contratado habló con el dueño del quiosco que está frente a la entrada.
– ¿Quiere usted ganar unos pesitos vendiendo libros?
– Señor, yo no vendo libros. Vendo periódicos y revistas.
Aceptó la oferta y allí me vi en plena calle firmando ejemplares. La cola daba la vuelta a la manzana. El quiosquero preguntó :
– ¿Cuándo vuelve este señor por aquí?
He firmado cientos de libros al terminar las conferencias en Argentina, Chile, Colombia, México, Uruguay… Se trata de un curioso ritual. Pregunto el nombre, escribo la dedicatoria de unas cuantas líneas y nos hacemos una foto, En la ciudad de Córdoba perdí un vuelo porque no supe romper la presión por la última firma.
Los orientadores y orientadoras de Extremadura quisieron hacerse hace años con un ejemplar de mi libro “La escuela que aprende”. Eran, aproximadamente, 150. Me pidieron también una dedicatoria personal. Solicité la lista con los nombres de todos y escribí para cada uno, una dedicatoria diferente. Porque yo creo que las dedicatorias no se hacen como los churros.
Tengo también otra sección con libros dedicados no por sus autores o autoras sino por quien ha tenido la amabilidad de hacerme el regalo que más aprecio. No me queda mucho espacio para hablar de ellos. Ya no me caben más referencias. Quizá otro día. Bueno, solo una.
Solidario (qué hermoso nombre, qué magnífica persona) vive en la ciudad de Paraná. En la primera página del libro “El universo neoliberal”, me dice. “Querido amigo: en esta espontánea colaboración, ya que nunca fue pactada explícitamente- para ayudarnos a mejor comprender la marea de la historia que nos ha tocado vivir en estas décadas, te agradezco mucho el ejemplar de MALDITO MERCADO y te retribuyo con esta producción regional. Espero que te interese para tolerar su extensión. Hasta el próximo encuentro que no quiero que sea muy lejano”.
No soy un coleccionista de firmas, pero me ha gustado repasar algunas de las dedicatorias que me han hecho. Solo colecciono búhos, que viven entre los libros. Dicen que un coleccionista es una persona que nunca piensa en el suicidio porque siempre está esperando incorporar a su colección una nueva pieza.
El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra
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martes, 8 de septiembre de 2020
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