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viernes, 17 de mayo de 2019

¿Cómo se puede reducir el abandono universitario? La clave está en el wifi Lejos de ser solo una comodidad, la red inalámbrica se ha convertido en un elemento fundamental para mejorar la enseñanza en los campus españoles

Hace tan solo unos años, el aula de informática era el punto más codiciado de cualquier universidad. Con sus relucientes pantallas y teclados, había codazos por hacerse con una de esas mesas con ordenador para terminar una práctica minutos antes de entrar a clase o consultar la nota de un examen en el campus virtual. Hoy están, sin embargo, a punto de quedar obsoletas. Cada vez más, las mochilas de los universitarios están repletas de portátiles, tabletas y, por supuesto, smartphones. Dispositivos que necesitan conectarse a Internet. El wifi ha pasado en muy poco tiempo de ser una comodidad que, como en las cafeterías y en los aeropuertos, se ofrecía a los estudiantes como un extra para convertirse en un elemento clave en las universidades. La red inalámbrica es capaz de cambiar por completo la forma de dar clase y puede incluso servir para reducir el número de alumnos que abandonan sus estudios.

Cada campus español registra de media 51.886 conexiones wifi diarias, casi 20 millones al año, según la última edición del estudio Universitic, que elabora la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE). El 91% de los estudiantes se conecta en algún momento a la red inalámbrica de su centro. En la Universidad de La Laguna (ULL), en Tenerife, contabilizan hasta 13.000 usuarios cada día. En 2017 pusieron en marcha un proyecto para asegurar la cobertura wifi en, al menos, el 80% de sus instalaciones. El objetivo era conseguir que sus alumnos se conectarán más veces al campus virtual de la universidad.

Esa es, sin embargo, la primera fase de una estrategia mucho más ambiciosa. “Es el cimiento para después poder personalizar el aprendizaje”, resume José Carlos González, jefe del servicio de TIC. El plan arranca desde lo más cotidiano, la red wifi, para llegar hasta una de las mayores preocupaciones de las universidades en España: la tasa de abandono de los estudios, que llega al 33%, según los datos del Ministerio de Educación. En la Universidad de La Laguna roza el 40%.

Tras extender el wifi a toda la universidad y conseguir incrementar las conexiones de sus alumnos al campus virtual, el siguiente paso es “inyectar confianza en el otro lado, el del profesor, para que cambie su forma de dar clase”, explica González. Si antes lo habitual era que en una asignatura hubiera dos puntos básicos de contacto entre el profesor y el alumno —el día en el que se explica el temario y el día del examen—, ahora quieren multiplicar esos puntos tantas veces como sea posible. Se trata de “trocear” las asignaturas en trabajos semanales, con entregas parciales que haya que subir al campus virtual y además de forma colaborativa con otros compañeros para que haya un rastro digital de la actividad del alumno.

Después, van a elaborar una clasificación de las diferentes asignaturas que se imparten (ya tienen 4.000 en formato virtual) según el grado de interacción que exijan al alumno, ya sea mensual, semanal, diario… Esto permitirá al profesor y a la universidad definir el comportamiento estándar que deben tener los alumnos en cada asignatura. Si algún estudiante está por debajo de ese nivel de interacción esperado, se podría detectar a tiempo y activar un sistema de ayuda en varios niveles que puede incluir, por ejemplo, recordatorios automáticos al alumno, alertas al profesor e incluso la asignación de un orientador para seguir el caso más de cerca. Con estos modelos de predicción del comportamiento de los alumnos y de refuerzo académico, la universidad pretende evitar que lo que puede empezar como una racha floja de un estudiante termine en un abandono.

Todo este proceso se basa en recoger y analizar los datos sobre el comportamiento y el rendimiento de los alumnos. Es lo que se denomina learning analytics, una de las grandes tendencias del futuro de la educación. Pero sin una buena conexión wifi en el campus, esa recogida de datos se complica. “Si la infraestructura no es buena, tus datos no van a ser fiables”, asegura González. “Si tienes que esperar a que el alumno llegue a casa para conectarse al campus virtual porque en la facultad la red va mal, ese dato no es fiable. Necesitamos ver toda esa comunicación que ya ocurre en el aula de forma física. Porque si no la veo, no puedo valorarla”.

“La infraestructura de comunicación es la base de la educación del futuro”, apoya José Tormo, responsable de HPE Aruba en España, el segundo proveedor de este tipo de tecnologías en los campus españoles. Entre los proyectos que tienen en cartera, con casi una treintena de centros, hay por ejemplo iniciativas para hacer exámenes online o pasar lista en clase con el teléfono. También aplicaciones para mejorar la sostenibilidad y la eficiencia energética o conseguir algo tan aparentemente sencillo como tener en todo momento localizados los desfibriladores que hay en una facultad.

Cisco, el fabricante con el mayor volumen de negocio en el sector, está trabajando a su vez en proyectos para desarrollar herramientas de colaboración y formación a distancia. “Telepresencia, vídeo en alta definición, apps para compartir grupos de trabajo…”, enumera Antonio Conde, su director de innovación y transformación digital en España. “Se trata de establecer, a través de la infraestructura y la conectividad, nuevas formas de aprendizaje para que los alumnos puedan aprovechar más los recursos de la universidad”.

Pero sin una buena conexión, nada de eso funciona. Y es la gran olvidada cuando se habla de tecnología y educación, un debate que se suele centrar más en los dispositivos, las metodologías, los contenidos…

La red inalámbrica es, sin embargo, un “tema candente” para las universidades españolas, según apunta Universitic. Llevan años trabajando en ello. A principios de los 2000 se empezó a introducir el wifi en los campus, aunque el foco estaba entonces en aumentar el ratio de ordenadores por alumno. La explosión de los smartphones poco después —y la posibilidad de llevar Internet en el bolsillo a todas partes— lo cambió todo. Y en muy poco tiempo. “Lo que antes era un valor añadido dentro de los servicios de la universidad, ahora está directamente implicado en la actividad docente que se realiza en el aula”, explica Andrés Prado, presidente del grupo de trabajo del plan director y acciones estratégicas de la conferencia sectorial CRUE-TIC.

El número de ordenadores a disposición de los alumnos ha caído en los últimos años: en 2017 había casi un 20% menos de portátiles para préstamos que en el año anterior, según Universitic, mientras que el de conexiones wifi diarias creció un 17%.

Es el fenómeno bring your own device (trae tu propio dispositivo). De media, cada alumno lleva consigo a clase dos dispositivos. Por eso, la estrategia digital de las universidades ha virado. Ahora se centran en crear contenidos y servicios que los alumnos puedan consumir en sus propios aparatos, dentro y fuera de clase: apps, cursos tipo MOOC… La entrada del wifi en el aula también ha abierto la puerta a fomentar el trabajo colaborativo, una mayor interacción con el profesor y sesiones mucho más prácticas, alejadas del tópico de la lección magistral.

“Yo doy cuatro horas de clase seguidas, dos de teoría y dos de práctica. Pero voy saltando de una cosa a la otra. No tengo restricción de espacio porque no me tengo que ir a otra aula con ordenadores para poder hacer la parte práctica”, explica Óscar Cordón, catedrático del departamento de inteligencia artificial en la Universidad de Granada (UGR). Es el único centro transoceánico de España, con campus en Granada, Ceuta y Melilla. Recientemente han estrenado un refuerzo de su red wifi y han unificado su campus virtual en una misma plataforma.

Eso les va a permitir tener tres tipos de aulas: las clásicas con ordenadores conectados por cable, las wifi y un modelo mixto, en el que cada alumno tiene un enchufe y un punto de red a su disposición. “Toda esa infraestructura la vamos a utilizar, en primer lugar, para implantar el modelo de clase invertida, con contenidos que se puedan visualizar tanto en el aula como en casa”, detalla Cordón, que es también delegado de la rectora para la universidad digital. “Y en segundo lugar, un modelo de learning analytics con paneles de control para que el profesorado pueda evaluar el ritmo de los alumnos y adaptarlo”.

La explosión wifi en la universidad tiene su impacto en lo que ocurre dentro de clase, pero también en el aspecto del aula. El diseño de los espacios ha empezado ya a mutar para adaptarse a la nueva filosofía colaborativa y práctica, con aulas abiertas y multiusos que se configuran como puzles según lo que se necesite en cada momento. Hay ejemplos ya en marcha, como la hiperaula de la Universidad Complutense y dos nuevos espacios de aprendizaje diseñados por el experto en innovación Stephen Heppell que la Universidad Camilo José Cela inauguró en noviembre.

Pero donde el wifi ha tenido más impacto es en el diseño de las bibliotecas. “Hace 15 años, las dibujaríamos con libros y zonas cerradas para estudiar. Cinco años más tarde, con puestos como si fueran aulas de informática. Ahora se plantean grandes espacios abiertos de colaboración y alta conectividad, donde los alumnos llegan con sus dispositivos”, ejemplifica Andrés Prado, que también dirige el área de tecnología y comunicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha. En sus clases, sus alumnos toman apuntes en sus dispositivos, mientras se conectan al campus virtual para ver la presentación que él está explicando y, al mismo tiempo, bucean en Internet para localizar una noticia sobre la que después van a debatir.

Como en cualquier proceso de innovación, los profesores asumen un papel protagonista. Pero para entrar en la dinámica de utilizar la tecnología de forma más intensa, necesitan saber antes que esta no les va a fallar. “Tienen que estar convencidos de que la red funciona. Si un día llegan a clase y el sistema está caído o no va bien… no sirve de nada”, dice Juan Carlos Hernández, responsable de infraestructura de la Universidad de La Laguna.

Allí, van de aula en aula en busca de pistas para averiguar si su proyecto está funcionando. Cuando, al asomarse a una clase, ven que el profesor llega sin el pendrive de rigor en el bolsillo —el típico “me lo llevo por si acaso falla el wifi y no puedo enseñarles la presentación que he preparado”—, saben que van por buen camino.

domingo, 14 de enero de 2018

Educación: Aprender lo que no puedan hacer las máquinas

Las capacidades de investigación y creación no pueden enseñarse en una clase magistral ni en simulacros de proyectos, se necesitan procesos de aprendizaje activos, basados en la experiencia y la experimentación

El aula desaparecerá en un sentido literal y figurado. Dejará de ser el espacio dominante dado que los entornos sociales diversos y reales pasarán a ser los laboratorios de aprendizaje


Juan Freire - Especialista en cultura digital, innovación y educación 28/12/2017 -

Las tecnológicas, a la conquista del suculento mercado de la educación EFE

La educación en la que hemos vivido instalados en la era industrial fue definida por el pedagogo Paulo Freire como “bancaria”, dado que está destinada a “depositar” en el cerebro del que aprende capas de contenidos. El estudiante, pasivo, se dedica a “acumular” y asimilar contenidos hasta que éstos alcanzan una masa crítica que le permite desempeñar una acción efectiva como podría ser una profesión. Es una educación industrial, que se aísla en el aula y en la escuela y olvida casi por completo los procesos sociales como la interacción con la sociedad, el diálogo, la práctica, las experiencias...

Existen dos razones por las que esta forma de entender la educación, que sigue siendo dominante, se ha hecho disfuncional en nuestra sociedad. La primera, la más popular, parte de la evidencia de que la tecnología digital es capaz de ofrecer de forma más rápida, barata y con niveles de calidad al menos similares, muchos defienden que superiores, lo que antes ofrecían las aulas, profesores y las instituciones educativas.

La segunda aborda las razones profundas del cambio. En un mundo transformado por completo por la tecnología y los cambios sociales, la educación convencional no encara las verdaderas necesidades de los ciudadanos y profesionales contemporáneos. Vivimos en un mundo donde una proporción creciente de las tareas técnicas, sencillas y sofisticadas, están en manos de “máquinas inteligentes”. Nuestro principal reto individual y colectivo es vivir y gestionar la incertidumbre y los problemas complejos, aquellos que no podemos ni tan siquiera definir o para los que las soluciones no se adaptan a recetas predefinidas (o dicho de otro modo aquellos que, al menos por el momento, la Inteligencia Artificial no puede abordar), y para ello necesitamos capacidades de investigación y de creación. Esto no puede aprenderse en una clase magistral ni en simulacros de proyectos, se necesitan procesos de aprendizaje activos, basados en la experiencia y la experimentación.

¿Por que aún no ha sucedido la disrupción educativa?
De la mano de la tecnología, diferentes sectores, desde la cultura o los medios de comunicación a la política o el transporte público, se han ido desbaratando en las dos últimas décadas. La educación ha salido aparentemente indemne, aunque ya empieza a mostrar sus primeras grietas. Posiblemente su resistencia se deba a las barreras de entrada que oponen superestructuras muy tradicionales y fuertemente atrincheradas en su estatus social y político. Los aparentes intentos de disrupción en educación han venido de la mano de la tecnología y de los nuevos métodos, pero han sido más burbuja que verdadero cambio dado que se han orientado principalmente a dar servicio a las instituciones educativas y sus prácticas “formativas”, ancladas en el pasado o sujetas a una innovación tímida y lenta.

El software educativo más habitual aumenta el entorno educativo del aula manteniendo su estructura y reglas de juego o propone digitalizar ese formato. En el mundo del hardware y contenidos, tablets, pizarras digitales, apps, libros digitales, plataformas de contenidos … todos pretenden algo similar: mejorar el sistema conservando el sistema. Por otra parte los nuevos métodos, que se declaran alternativos a los “bancarios”, como el método del caso, el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje cooperativo, o design thinking implican una transición a un aprendizaje más activo. Pero en la mayor parte de casos a costa de una trivialización de los problemas y retos que motivan el aprendizaje. Por ejemplo, el aprendizaje basado en proyectos en que el resultado está ya predefinido y se convierte en una tarea rutinaria equivalente a lo que sucede con la educación convencional. Por otra parte, se cambia el método sin cuestionar el contexto. Aprender de forma activa es una experiencia que requiere de un nuevo contexto, abierto y diverso, y por tanto de una nueva cultura de aprendizaje.

Las dos próximas décadas en educación
Hasta el momento hemos pensado en el futuro analizando críticamente el presente. Lo que sigue es una prospectiva de lo que en mi opinión es probable que suceda en los próximos años y puede acabar por convertirse en la “era de la disrupción educativa”.

1. El aprendizaje activo será el “nuevo normal”, y estará basado en comunidades intergeneracionales e “indisciplinares” (que se unen por su interés en un problema, no por afinidad disciplinar) y trabajan sobre “lo que nos afecta”. En este contexto gana protagonismo lo local, lo que nos es próximo y los problemas complejos. Los sucedáneos de aprendizaje activo, controlado y trivializado, no cumplirán las promesas y serán poco a poco abandonados o relegados a un papel menor.

2. Las competencias transversales, antes denominadas “blandas”, irán tomando más y más protagonismo porque finalmente serán casi las únicas que no puedan ser sustituidas por máquinas y algoritmos.

3. Las necesidades de aprendizaje son múltiples y cada persona, a lo largo de su vida, precisa aprender de formas diferentes. Si hasta el momento la educación buscó asegurar un nivel común y homogéneo de los estudiantes, a partir de ahora la educación deberá adaptarse a las múltiples necesidades y oportunidades. Pasaremos a entender la educación como un proceso que no termina nunca y que discurre con fases dentro de las instituciones educativas y fases en otros contextos profesionales y cívicos. En este nuevo escenario la certificación perderá valor de forma radical en favor del reconocimiento por pares y la acreditación progresiva y acumulativa de competencias y capacidades.

4. El aula desaparecerá en un sentido literal y figurado. Dejará de ser el espacio dominante para la educación dado que los entornos sociales diversos y reales pasarán a ser los laboratorios de aprendizaje.

5. Pasaremos de un sistema centrado en el profesor a otro organizado alrededor de los que aprenden y en los que emergerán una diversidad de agentes que acompañan, facilitan y median en el aprendizaje: entrenadores, mentores, expertos, colaboradores, diseñadores pedagogos...

6. La tecnología será invisible y flexible y estará presente en todos los procesos de aprendizaje. El “e-learning” tradicional y puro será una opción más y ganará reconocimiento él que sucede al “margen del sistema” dentro de comunidades digitales.

7. La Inteligencia Artificial será una herramienta esencial de mejora continua mediante las analíticas de aprendizaje. Pero se necesitará un nuevo enfoque que permita generar datos de la observación de los nuevos procesos de aprendizaje activo y no las analíticas convencionales que se generan en la educación “bancaria”.

8. El cambio vendrá de múltiples iniciativas, algunas nuevas y otras de transformación de la escuela o la universidad que compitan pero también dialoguen entre si. Las nuevas iniciativas serán una combinación de emprendimiento y proyectos educativos de corporaciones que no están ahora mismo en el mundo de la educación. En el caso de las transformaciones de las instituciones ya existentes requerirán el liderazgo de pequeños equipos de profesores y directivos comprometidos y con capacidad de acción que actuarán sobre la pedagogía pero también sobre la propia organización.

http://www.eldiario.es/sociedad/Educacion-Aprender-puedan-hacer-maquinas_0_723378320.html