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viernes, 31 de julio de 2020

_- El maestro de Carrasqueda

_- La escuela rural es la gran olvidada del sistema educativo. Es casi invisible. Este artículo quiere rendir homenaje a los maestros y maestras que trabajan humilde y esforzadamente en las escuelas rurales de este país y del mundo entero. Para rendirles ese merecido tributo de admiración, gratitud y afecto, comentaré brevemente un cuento de Miguel de Unamuno titulado “El maestro de Carrasqueda”.

El relato breve no es uno de los territorios literarios más cultivados por Unamuno. Sin embargo, lo practica con cierta asiduidad desde 1886. El número total de sus cuentos supera los ochenta títulos. En muchos de ellos se hace patente el yo de Unamuno o, mejor dicho, los distintos yos (también sería correcto decir yoes) que se pueden deslindar en cada persona: el que uno es, el que uno piensa que es, el que uno quiere ser, el que los demás piensan que uno es y el que los demás quieren que uno sea. Los cuentos unamunianos son un reflejo de su pensamiento, de su vida y de su persona. Recuérdese que para el filósofo bilbaíno todo relato es autobiográfico.

Jesús Gálvez Yagüe ha sintetizado con estas palabras algunas de las principales características de estas producciones: “Los cuentos de Unamuno, breves, fibrosos, de poca ficción, restringidos casi siempre, como sus novelas, a la narración de peripecias interiores, vibran con la luminosidad íntima propia de la poesía”.

Hace poco, mi querida amiga Carmen Gallego, me hizo el regalo de descubrirme este cuento de Unamuno que yo no conocía. Me dijo que a ella, cuando lo releía, le despertaba una profunda emoción. Ni me sorprende. Ahora he sabido que fue publicado en la revista madrileña “Lectura” del mes de julio de 1903. Se titula “El maestro de Carrasqueda”, pueblo que, en el devenir del relato, se hace más concreto en Carrasqueda de Abajo.

Remito al lector o lectora al texto íntegro (cuatro páginas solamente), mientras destaco aquí tres cuestiones que me han llamado la atención.

La primera ocupa hoy un importante espacio educativo. Me refiero a la presencia que ha de tener el corazón en la guía del comportamiento humano. El cuento comienza con las palabras “discurrid con el corazón”, frase que sirve de pauta para la resolución de un interesante dilema moral. Voy al cuento: “Discurrid con el corazón, hijos míos, que ve muy claro, aunque no muy lejos. Te llaman a atajar una riña de un pueblo, a evitarle un montón de sangre, y oyes en el camino las voces de angustia de un niño caído en un pozo: ¿le dejarás que se ahogue? ¿Le dirás: No puedo pararme, pobre niño; me espera todo un pueblo al que he de salvar? ¡No! Obedece al corazón: párate, apéate del caballo y salva al niño. ¡El pueblo… que espere! Tal vez sea el niño un futuro salvador o guía, no ya del pueblo, sino de muchos”.

“Obedece al corazón”, dice Unamuno con acierto, a través de los labios de Don Casiano, el maestro de Carrasqueda, a un grupo de mozalbetes que le escuchan. Y, a renglón seguido, explica que, ante esos muchachos, “se vaciaba el corazón”. Me sorprende el número de veces que aparece la palabra corazón en el relato.

Acabo de publicar en la editorial Homo Sapiens ”Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela”. Considero fundamental que esta dimensión de la persona tenga cabida en la escuela, no como un añadido ornamental, sino como eje de toda la actividad educativa.

La segunda cuestión tiene que ver con la formación de discípulos que alcanzan luego la celebridad y que desempeñan en la sociedad puestos de responsabilidad que la mejoran. Muestra así el poder de la educación. Dice el cuento:

“Había, sin embargo, entre aquellos chicuelos uno para entenderlo: nuestro Quejana. ¡Todo un alma aquel pobre maestro de escuela de Carrasqueda de Abajo! Los que le hemos conocido en este último tercio del siglo XX, anciano, achacoso, resignado y humilde, a duras penas lograremos figurarnos a aquel joven fogoso, henchido de ambiciones y de ensueños, que llegó hacia 1920 al entonces pobre lugarejo en que acaba de morir, a ese Carrasqueda de Abajo, célebre hoy por haber en él nacido nuestro don Ramón Quejana, a quien muchos llaman el Rehacedor”.

Ramonete Quejana (el apellido nos remite a Alonso Quijano) es un joven, hijo del alcalde, que acaba siendo Don Ramón, gracias a la atención y a la formación del maestro del pueblo. Cuando, ya en la cumbre de su éxito, quiere condecorar a Don Casiano, este le hace desistir de su idea, diciendo algo tan hermoso como contundente: “Tú eres mi condecoración”.

Dice en otro lugar el autor del cuento: “Dios no le dio hijos de su mujer; pero tenía a Ramonete, y en él al pueblo, a Carrasqueda todo: «Yo te haré hombre —le decía—; tú déjate querer». Y el chico no sólo se dejaba, se hacía querer. Y fue el maestro traspasándole las ambiciones y altos anhelos, que, sin saber cómo, iban adormeciéndosele en el corazón. Era en el campo, entre los sembrados, bajo el infinito tornavoz del cielo, donde, rodeado de los chicuelos, Ramonete allí juntito, a su vera, le brotaban las parábolas del corazón”.

La tercera cuestión que quiero resaltar tiene que ver con la muerte del maestro, acaecida por su voluntad en la escuela, cerquita del encerado, frente a aquella ventana que daba a la alameda del río… Concluye así el cuento:

“Todos recordarán aquel viaje precipitado de don Ramón a su pueblo, cuando, dejando colgados graves asuntos políticos, fue a ver morir a su maestro, ochentón ya. Hizo este que le llevaran a morir a la escuela, junto al encerado, frente a aquella ventana que da a la alameda del río, apacentando sus ojos en la visión de las montañas de lontananza, que retenían las semillas de los ensueños todos que, contemplándolas, le habían florecido al maestro en el huerto del espíritu. En el encerado había hecho escribir estas palabras del cuarto Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, lleva mucho fruto». Al acercársele la piadosa Muerte, le levantó a flor de alma las raíces de los pensamientos como en el mar levanta, al acercársele, la Luna las raíces de las aguas. Y su espíritu, cuando sólo le ataba al cuerpo un hilo, sobre el que blandía la Muerte, piadosa, su segur, henchido de inspiración postrera, habló así:

—Mira, Ramonete: se me ha dicho mil veces que mi voz ha sido de las que han clamado en el desierto…, ¡sermón perdido! Yo mismo os repetía en la escuela, cuando tú no me entendías: «¡Es como si hablase a la pared!» Pero, hijo mío, las paredes oyen; oyen todo, y todo empieza, ahora que me muero, a hablarme a los oídos. Mira, Ramonete: nada muere, todo baja del río del tiempo al mar de la eternidad, y allí queda…; el universo es un vasto fonógrafo y una vasta placa en que queda todo sonido que murió y toda figura que pasó; sólo hace falta la conmoción que los vuelva un día…”.

El maestro se va, pero su obra sigue viva. Decía Rubem Alves en su hermoso y breve libro “La alegría de enseñar” (qué tremendo hablar como hablamos de “carga docente”): ”Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra…. Por eso, el profesor nunca muere”.

La profesión docente es, en esencia, optimista. María Dolores Avia y Carmelo Vázquez escribieron hace años un interesante libro que tengo ahora entre las manos: “Optimismo inteligente”. En el penúltimo párrafo del libro, casi como una conclusión, dicen: “Posiblemente la ilusión es la fibra con la que están hechas nuestras vidas, e intentar apartarse de esta corriente es ir contra la historia, la evolución y la propia vida”. La ilusión de dedicarse a la enseñanza. La ilusión de ser un maestro rural, una maestra rural.

Enlace del Centro Virtual Cervantes (edición fiable del texto íntegro del cuento): http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cuentos-785998/html/85405adb-40f9-46b7-ac86-fd384da51cdf_3.html#I_23_

lunes, 18 de julio de 2016

Freinet, la pedagogía que revolucionó la escuela

Célestin Freinet fue uno de los referentes innovadores más importantes de la pedagogía moderna y popular, tanto por sus teorías, antiautoritarias y democráticas, como por la aplicación de un abanico de técnicas que le conceden al alumno un grado notable de libertad y protagonismo.
Jaume Carbonell

El retratista

"A finales de julio de 1936, justo al comienzo de la Guerra Civil, desapareció el maestro catalán Antoni Benaiges. Dos años antes había llegado al pueblo burgalés de Bañuelos de Bureba dispuesto a aplicar, en su pequeña escuela rural, la técnica Freinet, una innovadora metodología pedagógica basada en la participación de los alumnos y el uso de la imprenta. Durante más de 75 años, el trabajo y la personalidad del maestro permanecieron en la intimidad del recuerdo de sus antiguos alumnos y de sus compañeros de profesión, mientras la familia conservaba el deseo de conocer la verdad sobre su paradero.

En agosto de 2010, con motivo de la exhumación de una fosa común en el paraje de La Pedraja (Burgos), la memoria del maestro emergió y se inició una investigación que ha descubierto una historia única, emotiva y poética. Una historia casi al límite del olvido, que se ha podido recuperar gracias a los testimonios de quienes lo conocieron o escucharon hablar de él, pero también a partir de los textos del maestro y de las redacciones de sus alumnos que se editaron en la escuela". (del libro Antoni Benaiges, el maestro que prometió al mar, con textos de Francesc Escribano, Francisco Ferrándiz y Queralt Solé y fotografías de Sergi Bernal).

Célestin Freinet (1896-1966), un maestro francés de pueblo, fue uno de los referentes innovadores más importantes de la pedagogía moderna y popular, tanto por sus teorías, radicalmente antiautoritarias y democráticas, como por la aplicación de un amplio abanico de técnicas que le conceden al alumno un grado notable de libertad y protagonismo y que le permiten adquirir un aprendizaje más sólido, crítico y eficiente. Técnicas que estimulan el tanteo experimental, la libre expresión infantil, la cooperación y la investigación del entorno.

En las aulas Freinet los niños se organizan en asambleas que sirven para regular la vida del grupo, revisar el trabajo, proponer proyectos y tomar decisiones; preparan conferencias que se documentan en la biblioteca de trabajo donde disponen de libros de consulta, monografías, artículos de prensa y archivos fotográficos; y elaboran textos libres que, después de corregirlos colectivamente, los imprimen y forman parte de la revista o periódico escolar que se distribuye entre las familias y se intercambia con alumnos de otros centros.

La pedagogía Freinet generó un amplio movimiento cooperativo de maestros alrededor del mundo. En Cataluña, el inspector de enseñanza Herminio Almendro animó a un amplio abanico de maestros rurales, entre los que había Patricio Redondo y José de Tapia, a que experimentasen las técnicas Freinet. Y dos años más tarde publicó La Imprenta en la Escuela. Antoni Benaiges también utilizó la imprenta escolar y aún se conserva una revista escolar de sus alumnos de Bañuelos de Bureba sobre el mar, de 1936. En uno de los textos se dice: "El mar será muy grande y muy ancho. Y hondo. La gente irá allí a bañarse. Yo no he visto al mar. El maestro nos dice que iremos a bañarnos". El maestro, en efecto, les prometió que en verano les llevaría a ver el mar, un deseo que no pudo cumplir porque, pocos días después del levantamiento fascista, le hicieron desaparecer. Fueron muchos los maestros asesinados, encarcelados, exiliados y depurados. Su amigo Patricio Redondo, exiliado en México, creó una escuela Freinet y siempre mantuvo vivo el recuerdo de Benaiges.

La pedagogía republicana quedó radicalmente barrida durante el franquismo. A partir de los años sesenta, se recupera la filosofía y la práctica Freinet, para aplicarla a diversas escuelas cooperativas de carácter renovador. Y aún hoy, muchas de sus técnicas, con varias adapaciones, se aplican a un buen número de aulas.

http://www.eldiario.es/catalunya/diarieducacio/Freinet-pedagogia-revoluciono-escuela_6_203389662.html