Digámoslo así: todos cometemos estupideces. Todos somos estúpidos en un grado mayor o menor. Una vida sin tonterías sería demasiado aburrida, al fin y al cabo. Quizás, discurrir sobre la estupidez sea también una soberana necedad. Pero…
Si la Humanidad se halla en un estado deplorable, repleto de penurias, miseria y desdichas es por causa de la estupidez generalizada, que conspira contra el bienestar y la felicidad.
¿Cuánto debería preocuparnos la "estupidez artificial"?
La estupidez es la forma de ser más dañina. Es peor aún que la maldad, porque al menos el malvado obtiene algún beneficio para sí mismo, aunque sea a costa del perjuicio ajeno. Nos lo decía el historiador Carlo Cipolla en la Tercera ley fundamental (ley de oro) de la estupidez:
"Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio".
Llorar o reír
Ante la estupidez, podríamos lamentarnos como hacía Heráclito respecto a la vana condición humana. Pero resulta sin duda más reconfortante una mirada humorística, como la de Demócrito de Abdera.
El filósofo Séneca precisaba en su tratado "De la ira": "Uno reía nada más mover los pies y sacarlos de casa, el otro, por el contrario, lloraba". Es lo que vemos reflejado en el lienzo del pintor Johannes Paulus Moreelse: Demócrito, el filósofo riente; Heráclito, el plañidero.
Michel de Montaigne señalaba en sus "Ensayos" que prefería ese semblante risueño y burlón: "Porque es más desdeñoso, y nos condena más que el otro, y me parece que jamás podemos sufrir tanto desprecio como merecemos".
Ahora bien, ¿qué se puede entender por estupidez?
Michel de Montaigne señalaba en sus "Ensayos" que prefería ese semblante risueño y burlón.
La estrechez mental
En 1866, el filósofo Johann Erdmann definió la "forma nuclear de la estupidez". La estupidez se refiere a la estrechez de miras. De ahí la palabra mentecato, privado de mente. Estúpido es el que sólo tiene en cuenta un punto de vista: el suyo. Cuanto más se multipliquen los puntos de vista, menor será la estupidez y mayor la inteligencia.
Es por ello que los griegos inventaron la palabra idiota: el que considera todo desde su óptica personal. Juzga cualquier cosa como si su minúscula visión del mundo fuera universal, la única defendible, válida e indiscutible.
El egoísmo intelectual
El estúpido padece egoísmo intelectual. El estúpido es tosco y aun así fanfarrón. Niega la complejidad y difunde su simplicidad de forma dogmática. Opina sobre todo como si estuviese en posesión de la verdad absoluta. Es un ciego que se cree clarividente.
A través de la filosofía tratamos de valorar otros puntos de vista. Luchamos contra el embrutecimiento. Ampliamos horizontes y ponemos en cuestión nuestro comportamiento y manera de pensar.
De esta forma se intenta atenuar la estupidez: al ejercitar la duda y la autocrítica. Al dejar de enfrascarnos en nuestra propia imagen, como ocurría en el mito de Narciso. El estúpido está enamorado de sí mismo e ignora todo lo demás. Incluso lo desprecia con autosuficiencia.
El totalitarismo de la estupidez
En 1937, el poeta Robert Musil retomó la cuestión sobre la estupidez. En pleno auge de corrientes totalitarias, nos recordaba "la barbarización de las naciones, Estados y grupos ideológicos".
Se intenta atenuar la estupidez al ejercitar la duda y la autocrítica. Al dejar de enfrascarnos en nuestra propia imagen, como ocurría en el mito de Narciso. El estúpido está enamorado de sí mismo e ignora todo lo demás.
La estupidez se parece al progreso, a la civilización. Brota no sólo de un "Yo" exacerbado, sino de un "Nosotros" acrecentado y envanecido. La estulticia es altamente contagiosa y se alimenta de grandes ideales difusos, de lugares comunes, de proclamas simplistas: todo es negro o todo es blanco.
El único punto de vista legítimo es el de un grupo social determinado, el de una facción concreta: la nuestra. La estupidez se emparenta con la intolerancia y la ausencia de diálogo. Es un hermetismo mental y gregario. Se expande mediante consignas engreídas y sin fundamento, coreadas en un clamor colectivo esperpéntico.
La estupidez funcional
Todos en algún momento podemos ser estúpidos ocasionales. Pero lo que distingue al obcecado funcional, según Musil, es la incapacidad permanente para apreciar lo significativo. ¿Qué es importante y qué no?
En su presunción, el estúpido se obstina con tozudez en lo baladí y accesorio. Es inepto a la hora de jerarquizar prioridades. Como sugería Nietzsche, la estupidez más común consiste en olvidar nuestro propósito.
Se trataría de discernir con rigor y exactitud las complejidades de la vida. Pero las majaderías se extienden con la rapidez del pánico. Podría decirse que hoy en día se viralizan como la pólvora. Adivine usted a qué me refiero…
Ante la estupidez, podríamos lamentarnos como hacía Heráclito respecto a la vana condición humana.
Uno de los remedios contra la estupidez es la modestia. Así, es inteligente cuestionar lo que uno hace y piensa. Quien vive en el "quizás" en lugar de en las afirmaciones rotundas y contundentes, se aleja de las memeces. Quizás lo que creemos inteligente no sea más que una sandez. Era la duda que planteaba Erasmo de Rotterdam.
Y una buena cura de humildad es la risa inteligente. De Aristófanes y Luciano de Samósata a Jonathan Swift, Mark Twain o Groucho Marx, satirizar la estupidez de nuestra vida siempre es un ejercicio de buen entendimiento. Nos hace ver que las convenciones sociales son en muchos casos absurdas y lerdas.
La pregunta fundamental
Para concluir, quizás usted dirija sus invectivas hacia ciertos grupos sociales o personas. Pero piense que la estupidez puede afectar sin distinción a cualquier persona.
Hay estúpidos en la misma proporción en todos los estratos económicos y culturales, corrientes políticas y geografías. O incluso podría usted pensar que yo mismo adolezco de una estupidez envanecida. Y no le faltaría razón.
Qué es el coeficiente de adaptabilidad (AQ), la medida de "inteligencia" clave para encontrar trabajo en el futuro. La cruzada contra la estupidez está perdida de antemano. Decía Albert Camus en "La peste" que "la estupidez siempre insiste".
Puede ser que tuviésemos que formular cada cierto tiempo, como hacía el escritor Giovanni Papini, la pregunta fundamental para acabar de una vez con la estupidez (al menos funcional): ¿soy un imbécil?
"¿Y si estuviese equivocado? ¿Si fuese uno de aquellos necios que toman las sugerencias por inspiraciones, los deseos por hechos? […] Sé que soy un imbécil, advierto que soy un idiota, y esto me diferencia de los idiotas absolutos y satisfechos".
*Antonio Fernández Vicente es profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
https://www.bbc.com/mundo/noticias-53604276
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domingo, 25 de mayo de 2025
jueves, 9 de noviembre de 2023
El curioso origen de la palabra “idiota” (y por qué hay quienes creen que valdría la pena recuperarlo)

Idiota, en griego.
Bertolt Brecht
El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el coste de la vida,
el precio de las judías,
del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos
y de las medicinas
dependen de decisiones políticas.
El analfabeto político
es tan asno que se enorgullece
y saca pecho diciendo
que odia la política.
No sabe el imbécil que
de su ignorancia política
nace la prostitución,
el niño abandonado, el atracador
y el peor de todos los bandidos:
el político delincuente,
canalla, corrupto
y lacayo de las empresas nacionales
y multinacionales.
Ese analfabeto político del poema que se le atribuye al dramaturgo alemán Bertolt Brecht es, en otras palabras, un idiota, en su significado casi original.
La palabra 'idiota' viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante.
Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.
Se usaba para referirse a alguien promedio o un ciudadano privado, a diferencia de un erudito o alguien que actuaba en nombre del Estado u ocupaba un cargo público.
Pero como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.
Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.
Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado "no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.
Es en ese contexto que, con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén.
Vivir sólo una vida privada no era ser plenamente humano.
"Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos", explica Christopher Berry en su libro "La idea de una comunidad democrática".
Y esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia:
1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
De la política a la medicina
Acrópolis, Atenas

Pie de foto,
En la antigua Grecia, participar en política era crucial.
Tras transformarse en un término peyorativo para quien renunciaba a participar en la política que le afectaba, fue pasando a ser uno que denominaba a alguien ignorante, burdo y sin instrucción.
Con esa interpretación, llegó en el siglo III al latín, y de ahí a otras lenguas.
Aunque el significado político sobrevivió durante un tiempo, a medida que la cultura y las tradiciones de la antigua Grecia quedaron atrás, el nuevo significado lo reemplazó.
Luego otro hecho lo aferraría aún más al significado actual.
A principio del siglo XX, los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna, que calculaba el cociente intelectual en función de si los niños podían realizar tareas como señalarse la nariz y contar centavos.
Los psicólogos se enamoraron tanto de la naturaleza científica de las pruebas que crearon sistemas de clasificación.
Cualquiera con un cociente intelectual superior a 70 se consideraba "normal", y con más de 130, "superdotado".
Para tratar con personas con CI menor de 70, inventaron una nomenclatura.
Un adulto con una edad mental menor de 3 años fue etiquetado como “idiota”; entre 3 y 7, de “imbécil”; y entre 7 y 10, de “débil mental”.
"Idiota" se convirtió entonces en un término técnico usado en contextos legales y psiquiátricos.
Utilizar ese vocablo, así como ocurrió con el latino 'imbécil' para denominar grados de minusvalía psíquica, llevó a que acabara también siendo un insulto que hace referencia a las dotes mentales del insultado.
En algunas culturas, "idiota", así como "imbécil", se dejó de usar en la medicina unas décadas más tarde por considerarse ofensivo.
En español, no obstante, idiotismo o idiocia sigue apareciendo en la RAE como el nombre de un tipo de discapacidad intelectual:
1. f. Med. Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida.
De ahí que un idiota también signifique...
4. adj. Med. Que padece de idiocia. U. t. c. s.
Tres vidas

Pie de foto,
Dibujo y texto escrito a mano por Dostoyevsky.
"El idiota" del autor ruso Fiódor Dostoyevski era el príncipe Myshkin, y lo llamaban así por su humildad, honestidad y amabilidad en una sociedad de farsantes e intrigantes falsos. (Dibujo y texto escrito a mano por Dostoyevsky).
A pesar de tan deslucida historia, desde el siglo XIX ha habido pensadores que abogan por que se use la palabra más ampliamente, pero eso sí, recuperando su significado original.
Uno de ellos es Walter C. Parker, profesor emérito de la Universidad de Washington, para quien esa antigua etimología puede ser una herramienta valiosa para una comprensión contemporánea de la democracia y la ciudadanía.
Parker, que se dedica a la educación cívica, le explicó a BBC Mundo que su propósito es ayudar a los individuos en la transición de ese mundo privado de familia y parentesco al mundo público de gobierno, una transición crucial pues "en las democracias liberales es el pueblo el que gobierna".
"En ese sentido, podemos volver a Aristóteles hace 2.000 años, a quien suelo citar cuando escribo sobre idiotez. Para él, un idiota es aquel cuya vida privada es su única preocupación, alguien que no toma iniciativa en política.
"Son personas inmaduras, con un desarrollo truncado, que pueden tener una vida social, pero no una vida pública.
"Así que hay una vida privada, una social y vida pública, y para ser un individuo floreciente y prosperar se necesitan las tres".
Pero, ¿cómo podemos distinguir entre social y público?
Para Parker, quien mejor lo ha pensado desde Aristóteles ha sido la historiadora y filósofa Hannah Arendt.
"Básicamente dice que todos podemos tener una vida social -con nuestros amigos y familiares, redes sociales, trabajo, juego-, sin necesariamente tener una vida pública.
"Una vida pública es una vida política".
"El ideal de la democracia liberal es que nosotros, el pueblo, participemos, estableciendo el gobierno y creando las reglas según las cuales viviremos juntos sin desgarrarnos, y trataremos de defendernos del tipo de vida pública que no queremos".
"Pero el idiota rechaza todo eso. Simplemente se entierra en su vida privada y en su vida social, con lo que arriesga que seamos gobernados por quienes menos deseamos", como ya advertía en "La República" el filósofo ateniense Platón.
Por eso Parker quiere rescatar el significado original del término.
"Porque nos sirve para hablar de lo que significa desarrollar una voz política", dice.
"No podemos ser idiotas"
Es crucial expresar y escuchar opiniones políticas.
Todo comienza en la escuela, opina Parker.
"En la enseñanza, hay que promover el debate de temas públicos controvertidos con otras personas, cuyas opiniones sean afines o no".
"Eso no importa".
"Que las opiniones de alguien te gusten o no es importante en la vida social, pero no en la pública, en la que tenemos que conectarnos y relacionarnos y hablar y escuchar a otras personas sin importar si coinciden contigo.
"El propósito de la educación cívica es apuntalar la democracia liberal, que está en peligro hoy día en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, como hemos visto con el trumpismo", afirma el experto.
Ese intercambio de opiniones tan importante en las últimas décadas tiene a menudo lugar en las redes sociales, que sirven como espacio de discusión, pero pueden ser una caja de resonancia de mentiras e información destructiva para la sociedad democrática.
"Siempre existe el peligro de que el idiota lleve su idiotez a la esfera pública, para usar los términos que estamos usando en el contexto en el que estamos hablando", explica Parker.
Pero algo también "terrible", lamenta el académico, es la indiferencia.
Se ha documentado que las nuevas (y ya no tan nuevas) generaciones no están interesadas en sucesos de actualidad.
A pesar de vivir en un mundo en el que más gente que nunca tiene los medios para acceder a la información, optan por no prestar atención. Sencillamente no les importa.
"Efectivamente estamos recibiendo cada vez más investigaciones que muestran que los jóvenes tienen una vida privada y social activa, pero no una vida pública.
"Y eso es un semillero muy peligroso para la demagogia", explica.
Aristóteles argumentaba que la demagogia puede llevar a la elección de demócratas que terminan convertidos en tiranos.
Ahora: exaltar la vida pública no va en detrimento de las dos otras esferas, aclara Parker.
"El objetivo de reclamar el término idiotez no es negar o descartar de ninguna manera la importancia de la vida privada o social, que son tan cruciales para nuestro florecimiento como seres humanos".
"Ahí es donde existe nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo".
"Pero la persona pública es el eslabón perdido, si se quiere, para hacer posible que vivamos juntos en sociedad con nuestras diferencias intactas".
Es en esa vida pública, señala, donde aprendamos a tratar con extraños con diferentes ideologías en diferentes culturas.
"El propósito es elaborar un modus vivendi, del latín, una forma de vivir que nos permita prosperar juntos sin matarnos unos a otros.
"Tenemos que cultivar el yo público y, para lograrlo, no podemos ser idiotas".
https://www.bbc.com/mundo/articles/cw0w0l732ego
Ese analfabeto político del poema que se le atribuye al dramaturgo alemán Bertolt Brecht es, en otras palabras, un idiota, en su significado casi original.
La palabra 'idiota' viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante.
Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.
Se usaba para referirse a alguien promedio o un ciudadano privado, a diferencia de un erudito o alguien que actuaba en nombre del Estado u ocupaba un cargo público.
Pero como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.
Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.
Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado "no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.
Es en ese contexto que, con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén.
Vivir sólo una vida privada no era ser plenamente humano.
"Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos", explica Christopher Berry en su libro "La idea de una comunidad democrática".
Y esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia:
1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
De la política a la medicina
Acrópolis, Atenas

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
Tras transformarse en un término peyorativo para quien renunciaba a participar en la política que le afectaba, fue pasando a ser uno que denominaba a alguien ignorante, burdo y sin instrucción.
Con esa interpretación, llegó en el siglo III al latín, y de ahí a otras lenguas.
Aunque el significado político sobrevivió durante un tiempo, a medida que la cultura y las tradiciones de la antigua Grecia quedaron atrás, el nuevo significado lo reemplazó.
Luego otro hecho lo aferraría aún más al significado actual.
A principio del siglo XX, los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna, que calculaba el cociente intelectual en función de si los niños podían realizar tareas como señalarse la nariz y contar centavos.
Los psicólogos se enamoraron tanto de la naturaleza científica de las pruebas que crearon sistemas de clasificación.
Cualquiera con un cociente intelectual superior a 70 se consideraba "normal", y con más de 130, "superdotado".
Para tratar con personas con CI menor de 70, inventaron una nomenclatura.
Un adulto con una edad mental menor de 3 años fue etiquetado como “idiota”; entre 3 y 7, de “imbécil”; y entre 7 y 10, de “débil mental”.
"Idiota" se convirtió entonces en un término técnico usado en contextos legales y psiquiátricos.
Utilizar ese vocablo, así como ocurrió con el latino 'imbécil' para denominar grados de minusvalía psíquica, llevó a que acabara también siendo un insulto que hace referencia a las dotes mentales del insultado.
En algunas culturas, "idiota", así como "imbécil", se dejó de usar en la medicina unas décadas más tarde por considerarse ofensivo.
En español, no obstante, idiotismo o idiocia sigue apareciendo en la RAE como el nombre de un tipo de discapacidad intelectual:
1. f. Med. Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida.
De ahí que un idiota también signifique...
4. adj. Med. Que padece de idiocia. U. t. c. s.
Tres vidas

"El idiota" del autor ruso Fiódor Dostoyevski era el príncipe Myshkin, y lo llamaban así por su humildad, honestidad y amabilidad en una sociedad de farsantes e intrigantes falsos. (Dibujo y texto escrito a mano por Dostoyevsky).
A pesar de tan deslucida historia, desde el siglo XIX ha habido pensadores que abogan por que se use la palabra más ampliamente, pero eso sí, recuperando su significado original.
Uno de ellos es Walter C. Parker, profesor emérito de la Universidad de Washington, para quien esa antigua etimología puede ser una herramienta valiosa para una comprensión contemporánea de la democracia y la ciudadanía.
Parker, que se dedica a la educación cívica, le explicó a BBC Mundo que su propósito es ayudar a los individuos en la transición de ese mundo privado de familia y parentesco al mundo público de gobierno, una transición crucial pues "en las democracias liberales es el pueblo el que gobierna".
"En ese sentido, podemos volver a Aristóteles hace 2.000 años, a quien suelo citar cuando escribo sobre idiotez. Para él, un idiota es aquel cuya vida privada es su única preocupación, alguien que no toma iniciativa en política.
"Son personas inmaduras, con un desarrollo truncado, que pueden tener una vida social, pero no una vida pública.
"Así que hay una vida privada, una social y vida pública, y para ser un individuo floreciente y prosperar se necesitan las tres".
Pero, ¿cómo podemos distinguir entre social y público?
Para Parker, quien mejor lo ha pensado desde Aristóteles ha sido la historiadora y filósofa Hannah Arendt.
"Básicamente dice que todos podemos tener una vida social -con nuestros amigos y familiares, redes sociales, trabajo, juego-, sin necesariamente tener una vida pública.
"Una vida pública es una vida política".
"El ideal de la democracia liberal es que nosotros, el pueblo, participemos, estableciendo el gobierno y creando las reglas según las cuales viviremos juntos sin desgarrarnos, y trataremos de defendernos del tipo de vida pública que no queremos".
"Pero el idiota rechaza todo eso. Simplemente se entierra en su vida privada y en su vida social, con lo que arriesga que seamos gobernados por quienes menos deseamos", como ya advertía en "La República" el filósofo ateniense Platón.
Por eso Parker quiere rescatar el significado original del término.
"Porque nos sirve para hablar de lo que significa desarrollar una voz política", dice.
"No podemos ser idiotas"
Es crucial expresar y escuchar opiniones políticas.
Todo comienza en la escuela, opina Parker.
"En la enseñanza, hay que promover el debate de temas públicos controvertidos con otras personas, cuyas opiniones sean afines o no".
"Eso no importa".
"Que las opiniones de alguien te gusten o no es importante en la vida social, pero no en la pública, en la que tenemos que conectarnos y relacionarnos y hablar y escuchar a otras personas sin importar si coinciden contigo.
"El propósito de la educación cívica es apuntalar la democracia liberal, que está en peligro hoy día en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, como hemos visto con el trumpismo", afirma el experto.
Ese intercambio de opiniones tan importante en las últimas décadas tiene a menudo lugar en las redes sociales, que sirven como espacio de discusión, pero pueden ser una caja de resonancia de mentiras e información destructiva para la sociedad democrática.
"Siempre existe el peligro de que el idiota lleve su idiotez a la esfera pública, para usar los términos que estamos usando en el contexto en el que estamos hablando", explica Parker.
Pero algo también "terrible", lamenta el académico, es la indiferencia.
Se ha documentado que las nuevas (y ya no tan nuevas) generaciones no están interesadas en sucesos de actualidad.
A pesar de vivir en un mundo en el que más gente que nunca tiene los medios para acceder a la información, optan por no prestar atención. Sencillamente no les importa.
"Efectivamente estamos recibiendo cada vez más investigaciones que muestran que los jóvenes tienen una vida privada y social activa, pero no una vida pública.
"Y eso es un semillero muy peligroso para la demagogia", explica.
Aristóteles argumentaba que la demagogia puede llevar a la elección de demócratas que terminan convertidos en tiranos.
Ahora: exaltar la vida pública no va en detrimento de las dos otras esferas, aclara Parker.
"El objetivo de reclamar el término idiotez no es negar o descartar de ninguna manera la importancia de la vida privada o social, que son tan cruciales para nuestro florecimiento como seres humanos".
"Ahí es donde existe nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo".
"Pero la persona pública es el eslabón perdido, si se quiere, para hacer posible que vivamos juntos en sociedad con nuestras diferencias intactas".
Es en esa vida pública, señala, donde aprendamos a tratar con extraños con diferentes ideologías en diferentes culturas.
"El propósito es elaborar un modus vivendi, del latín, una forma de vivir que nos permita prosperar juntos sin matarnos unos a otros.
"Tenemos que cultivar el yo público y, para lograrlo, no podemos ser idiotas".
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