Mostrando entradas con la etiqueta ignorante. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ignorante. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de noviembre de 2023

El curioso origen de la palabra “idiota” (y por qué hay quienes creen que valdría la pena recuperarlo)

 

Palabra 'idiota' en griego
Pie de foto,

Idiota, en griego.



El analfabeto político

Bertolt Brecht

El peor analfabeto

es el analfabeto político.

No oye, no habla

ni participa en los acontecimientos políticos.

No sabe que el coste de la vida,

el precio de las judías,

del pescado, de la harina,

del alquiler, de los zapatos

y de las medicinas

dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político

es tan asno que se enorgullece

y saca pecho diciendo

que odia la política.

No sabe el imbécil que

de su ignorancia política

nace la prostitución,

el niño abandonado, el atracador

y el peor de todos los bandidos:

el político delincuente,

canalla, corrupto

y lacayo de las empresas nacionales

y multinacionales.

Ese analfabeto político del poema que se le atribuye al dramaturgo alemán Bertolt Brecht es, en otras palabras, un idiota, en su significado casi original.

La palabra 'idiota' viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante.

Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.

Se usaba para referirse a alguien promedio o un ciudadano privado, a diferencia de un erudito o alguien que actuaba en nombre del Estado u ocupaba un cargo público.

Pero como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, ​​en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.

Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.

Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado "no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.

Es en ese contexto que, con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén.

Vivir sólo una vida privada no era ser plenamente humano.

"Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos", explica Christopher Berry en su libro "La idea de una comunidad democrática".

Y esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia:

1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.

2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.

De la política a la medicina

Acrópolis, Atenas 
Acrópolis, Atenas

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
En la antigua Grecia, participar en política era crucial.

Tras transformarse en un término peyorativo para quien renunciaba a participar en la política que le afectaba, fue pasando a ser uno que denominaba a alguien ignorante, burdo y sin instrucción.

Con esa interpretación, llegó en el siglo III al latín, y de ahí a otras lenguas.

Aunque el significado político sobrevivió durante un tiempo, a medida que la cultura y las tradiciones de la antigua Grecia quedaron atrás, el nuevo significado lo reemplazó.

Luego otro hecho lo aferraría aún más al significado actual.

A principio del siglo XX, los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna, que calculaba el cociente intelectual en función de si los niños podían realizar tareas como señalarse la nariz y contar centavos.

Los psicólogos se enamoraron tanto de la naturaleza científica de las pruebas que crearon sistemas de clasificación.

Cualquiera con un cociente intelectual superior a 70 se consideraba "normal", y con más de 130, "superdotado".

Para tratar con personas con CI menor de 70, inventaron una nomenclatura.

Un adulto con una edad mental menor de 3 años fue etiquetado como “idiota”; entre 3 y 7, de “imbécil”; y entre 7 y 10, de “débil mental”.

"Idiota" se convirtió entonces en un término técnico usado en contextos legales y psiquiátricos.

Utilizar ese vocablo, así como ocurrió con el latino 'imbécil' para denominar grados de minusvalía psíquica, llevó a que acabara también siendo un insulto que hace referencia a las dotes mentales del insultado.

En algunas culturas, "idiota", así como "imbécil", se dejó de usar en la medicina unas décadas más tarde por considerarse ofensivo.

En español, no obstante, idiotismo o idiocia sigue apareciendo en la RAE como el nombre de un tipo de discapacidad intelectual:

1. f. Med. Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida.

De ahí que un idiota también signifique...

4. adj. Med. Que padece de idiocia. U. t. c. s.

Tres vidas


Dibujo y texto escrito a mano por Dostoevsky
Pie de foto,
Dibujo y texto escrito a mano por Dostoyevsky.

"El idiota" del autor ruso Fiódor Dostoyevski era el príncipe Myshkin, y lo llamaban así por su humildad, honestidad y amabilidad en una sociedad de farsantes e intrigantes falsos. (Dibujo y texto escrito a mano por Dostoyevsky).

A pesar de tan deslucida historia, desde el siglo XIX ha habido pensadores que abogan por que se use la palabra más ampliamente, pero eso sí, recuperando su significado original.

Uno de ellos es Walter C. Parker, profesor emérito de la Universidad de Washington, para quien esa antigua etimología puede ser una herramienta valiosa para una comprensión contemporánea de la democracia y la ciudadanía.

Parker, que se dedica a la educación cívica, le explicó a BBC Mundo que su propósito es ayudar a los individuos en la transición de ese mundo privado de familia y parentesco al mundo público de gobierno, una transición crucial pues "en las democracias liberales es el pueblo el que gobierna".

"En ese sentido, podemos volver a Aristóteles hace 2.000 años, a quien suelo citar cuando escribo sobre idiotez. Para él, un idiota es aquel cuya vida privada es su única preocupación, alguien que no toma iniciativa en política.

"Son personas inmaduras, con un desarrollo truncado, que pueden tener una vida social, pero no una vida pública.

"Así que hay una vida privada, una social y vida pública, y para ser un individuo floreciente y prosperar se necesitan las tres".

Pero, ¿cómo podemos distinguir entre social y público?

Para Parker, quien mejor lo ha pensado desde Aristóteles ha sido la historiadora y filósofa Hannah Arendt.

"Básicamente dice que todos podemos tener una vida social -con nuestros amigos y familiares, redes sociales, trabajo, juego-, sin necesariamente tener una vida pública.

"Una vida pública es una vida política".

"El ideal de la democracia liberal es que nosotros, el pueblo, participemos, estableciendo el gobierno y creando las reglas según las cuales viviremos juntos sin desgarrarnos, y trataremos de defendernos del tipo de vida pública que no queremos".

"Pero el idiota rechaza todo eso. Simplemente se entierra en su vida privada y en su vida social, con lo que arriesga que seamos gobernados por quienes menos deseamos", como ya advertía en "La República" el filósofo ateniense Platón.

Por eso Parker quiere rescatar el significado original del término.

"Porque nos sirve para hablar de lo que significa desarrollar una voz política", dice.

"No podemos ser idiotas"

Es crucial expresar y escuchar opiniones políticas.

Todo comienza en la escuela, opina Parker.

"En la enseñanza, hay que promover el debate de temas públicos controvertidos con otras personas, cuyas opiniones sean afines o no".

"Eso no importa".

"Que las opiniones de alguien te gusten o no es importante en la vida social, pero no en la pública, en la que tenemos que conectarnos y relacionarnos y hablar y escuchar a otras personas sin importar si coinciden contigo.

"El propósito de la educación cívica es apuntalar la democracia liberal, que está en peligro hoy día en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, como hemos visto con el trumpismo", afirma el experto.

Ese intercambio de opiniones tan importante en las últimas décadas tiene a menudo lugar en las redes sociales, que sirven como espacio de discusión, pero pueden ser una caja de resonancia de mentiras e información destructiva para la sociedad democrática.

"Siempre existe el peligro de que el idiota lleve su idiotez a la esfera pública, para usar los términos que estamos usando en el contexto en el que estamos hablando", explica Parker.

Pero algo también "terrible", lamenta el académico, es la indiferencia.

Se ha documentado que las nuevas (y ya no tan nuevas) generaciones no están interesadas en sucesos de actualidad.

A pesar de vivir en un mundo en el que más gente que nunca tiene los medios para acceder a la información, optan por no prestar atención. Sencillamente no les importa.

"Efectivamente estamos recibiendo cada vez más investigaciones que muestran que los jóvenes tienen una vida privada y social activa, pero no una vida pública.

"Y eso es un semillero muy peligroso para la demagogia", explica.

Aristóteles argumentaba que la demagogia puede llevar a la elección de demócratas que terminan convertidos en tiranos.

Ahora: exaltar la vida pública no va en detrimento de las dos otras esferas, aclara Parker.

"El objetivo de reclamar el término idiotez no es negar o descartar de ninguna manera la importancia de la vida privada o social, que son tan cruciales para nuestro florecimiento como seres humanos".

"Ahí es donde existe nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo".

"Pero la persona pública es el eslabón perdido, si se quiere, para hacer posible que vivamos juntos en sociedad con nuestras diferencias intactas".

Es en esa vida pública, señala, donde aprendamos a tratar con extraños con diferentes ideologías en diferentes culturas.

"El propósito es elaborar un modus vivendi, del latín, una forma de vivir que nos permita prosperar juntos sin matarnos unos a otros.

"Tenemos que cultivar el yo público y, para lograrlo, no podemos ser idiotas".

https://www.bbc.com/mundo/articles/cw0w0l732ego

domingo, 1 de enero de 2023

Cómo lidiar con un cretino sin convertirte en uno tú también

Credit
Hace unos años, hablaba frente al público sobre un estudio acerca de los hábitos de los grandes compositores musicales, cuando una persona me interrumpió.

“¡Eso no es cierto!”, exclamó. “¡Habla como todo un ignorante, no sabe lo que dice!”.

Al principio de mi carrera profesional, permití que algunas personas desagradables me pisotearan. En cierta ocasión, un cliente me reprendió por un error en un anuncio que había cometido mi predecesor y yo cedí y le ofrecí devolverle todo su dinero. En otro momento, un jefe amenazó con despedirme por defender a un colega a quien habían tratado mal, y me quedé callado. Pero cuando se presentó esta situación en particular, ya estaba preparado: había recibido formación como mediador en casos de conflicto, había trabajado como negociador y estudiado psicología organizacional.

En algún momento de nuestra carrera profesional, es probable que tengamos que interactuar con un cretino. Ese tipo de persona que humilla y no muestra ningún respeto. Sus actitudes pueden variar desde adjudicarse el crédito por nuestras acciones, culparnos por sus errores, invadir nuestra privacidad o faltar a sus promesas, hasta hablar mal de nosotros, gritarnos y denigrarnos. En palabras del psicólogo organizacional Bob Sutton, estas personas tratan a los demás como basura y ni siquiera se dan cuenta, o no les importa.

Por supuesto, la respuesta natural es ponerse a la defensiva, pero así solo conseguimos escalar el ciclo de agresión. Tomemos como ejemplo  un estudio  clásico en el que los investigadores registraron el comportamiento de negociadores con distintos niveles de desarrollo. Los negociadores promedio terminaron sumidos el triple de veces que los expertos en círculos viciosos de defensa-ataque. Los expertos no se dejaron llevar por la agitación del momento y además lograron calmar a su interlocutor. Con toda serenidad analizaron sus reacciones ante el comportamiento del otro y exploraron distintas razones para explicar qué pretendía comunicar la otra persona.

Llevaba varios años estudiando esas pruebas y dando cursos basado en ellas. Era la oportunidad perfecta para poner esos conceptos en práctica. Le pedí al público que tomáramos un descanso, caminé hasta el lugar donde estaba la persona que me interrumpió y le dije: “Claro que puede estar en desacuerdo con los datos, pero no me parece que haya sido una manera respetuosa de expresar su opinión. Al menos a mí, no me enseñaron a sostener un debate intelectual de esa manera. ¿A usted sí?”.

Mi intención era iniciar una conversación acerca de la conversación, es decir, cambiar nuestra atención del tema en sí para reflexionar acerca del tono del diálogo. Para mi sorpresa, funcionó.

“Bueno, no…”, tartamudeó, “Solo me parece que está equivocado”. Más tarde, le envié los datos y respondió con una disculpa.

Esa persona que me interrumpió se ajusta a la definición de “cretino temporal” de Sutton. Todos podemos desplegar ese comportamiento y arrepentirnos más tarde. Un estudio demostró que cuando los líderes actúan de manera abusiva, al concluir el día se sienten menos competentes y menos respetados en el lugar de trabajo, además de que les resulta más difícil relajarse al llegar a casa.

Sin embargo, en algunas ocasiones nos topamos con un cretino certificado, una persona que acostumbra humillar a los demás y faltarles al respeto. Hace unos años, tuve un colega que tenía la reputación de gritarle a los demás en las juntas. Después de verlo con mis propios ojos, reflexioné sobre lo que había atestiguado y le llamé para hacerle notar que su actitud no me parecía profesional. Mi colega se puso a la defensiva: “¡Fue necesario para explicar mi postura!”.

Varias investigaciones sobre la psicología de los cretinos certificados revelan que acostumbran 
racionalizar la agresión. Están convencidos de que solo si actúan de esa forma conseguirán los resultados que desean. Apenas hace poco descubrí cómo responder ante algo así, cuando entrevisté a Sheila Heen, experta en mediación de conflictos, para un episodio de mi pódcast WorkLife  sobre los cretinos con quienes convives en la oficina. Su propuesta es que tratemos de encontrar la manera de cuestionar con sutileza su creencia de que la agresión es necesaria: “¿De verdad? Me extraña, mi impresión es que eres una persona inteligente y creativa, así que no me cabe la menor duda de que puedes encontrar mejores estrategias para lograr la misma claridad sin tener que recurrir a atacar a alguien más”.

No es tan difícil visualizar ese tipo de conversación con un colega. ¿Pero qué puedes hacer si el cretino es tu jefe o tu superior y no tienes la opción de renunciar?

Algunas investigaciones realizadas en bancos y empresas inmobiliarias han identificado dos formas efectivas de acabar con un patrón de supervisión abusiva. Una es ser menos dependiente del jefe. Si logras minimizar las interacciones, los daños serán menores. La otra es lograr que tu jefe dependa más de ti. Si te necesita, es menos probable que te trate mal.

Si todo lo demás falla, Sutton recomienda cambiar tu actitud con respecto a la situación: finge ser un especialista en cretinos y piensa en lo afortunado que eres por tener la oportunidad de ver de cerca a ese ejemplar tan espectacular y extraordinario.

Adam Grant, psicólogo organizacional en Wharton, es el autor de "Originals". Para saber más sobre cómo desarrollar tu carrera y generar contactos, escucha "WorkLife With Adam Grant", un pódcast original de TED sobre la ciencia de hacer que el trabajo sea menos horrible. Puedes encontrar "WorkLife" en Apple Podcasts o en tu plataforma favorita para escuchar audioseries.