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miércoles, 6 de julio de 2016

“Prescindir de las instituciones es la guerra”. José María Ridao aborda en su último libro un alegato que parte de una pesadilla de Durero, el gran pintor renacentista alemán, que sueña con la destrucción de la humanidad.

José María Ridao (Madrid, 1961) siempre ha abordado arriesgadas aventuras intelectuales. La que ahora se corresponde con su último libro (Durero soñando, Arpa) es un alegato que parte de una pesadilla de Durero, el gran pintor renacentista alemán, que sueña con la destrucción de la humanidad y de la historia. Su ensayo adopta la forma de una obra teatral que afronta también la discusión Erasmo-Lutero sobre las instituciones, los valores y las reglas. Un estudio sobre Las Indias en el origen de la Reforma complementa este viaje suyo a una época que, como explica en esta entrevista realizada en París, donde ejerce como diplomático, tanto prolonga esta que estamos viviendo.

Pregunta. ¿Qué ha concluido?
Respuesta. Que los problemas humanos evolucionan mucho más despacio que los términos para designarlos. Siempre pensamos estar ante la novedad cuando en realidad es lo de siempre.

P. Dice uno de sus personajes que la corrupción está en el hombre y que hay que desconfiar de quienes denuncian una casta de puros para declararse puros… ¡Parece la España de ahora!
R. La corrupción del papado en el siglo XVI o las instituciones democráticas de ahora, en Europa o en España, siempre enfrentan el mismo dilema: o bien se cambian las instituciones por considerarlas inservibles al haber caído en la corrupción, o bien se mantienen expulsando los comportamientos corruptos. Erasmo dice que hay que mantener el papado persiguiendo la corrupción; Lutero dice que la corrupción ha hecho inservible el papado. Prescindir de las instituciones es la guerra; la historia les da la razón. Siempre se ha dicho que la Reforma da lugar a la tolerancia. No. La Reforma da lugar a las guerras de religión; lo que se rompe es esa estructura que está por encima de los reyes, de las monarquías, del papado, que opera hacia el interior como un sistema de resolución de las controversias y hacia el exterior como una fuerza colectiva contra otros grupos políticos, como podría ser el islam. Esas guerras terminan con un concepto político, no religioso: la tolerancia. Ese concepto hoy se explica —sobre todo cuando se analizan cuestiones relacionadas con el yihadismo o con el islamismo— vinculado a la Reforma, algo así como que los teólogos del siglo XVI consiguen un cristianismo de rostro humano.

P. ¿Y no es así?
R. El proceso no es exactamente ese; lo que hace la Reforma es volver más dogmáticas todavía a cada una de las iglesias que salen de la cristiandad rota. Esas iglesias fundamentan el poder político y lo que provocan es una guerra generalizada, una auténtica guerra civil europea. A la guerra civil europea se le pone fin cuando el poder político decide que los ciudadanos no tienen por qué seguir la fe del soberano. Esa es la tolerancia, una respuesta política a las guerras de religión, no un resultado teológico de la Reforma. De ahí que, sin pretenderlo, muchos de los elementos del libro parezcan escritos para hoy.

P. ¿Cómo trasladaríamos esta casta y estos puros al orden mundial, europeo y español de hoy?
R. Hay un desplazamiento del sentido de la política. En primer lugar, la política trata sobre las reglas, sobre cómo construir reglas que integren a todos los ciudadanos y que no dejen a nadie fuera. Y, en segundo lugar, reglas compartidas por todos a fin de que puedan ser exigibles a todos. El problema es que las reglas han pasado a ser los valores. Se ha visto muy bien con la crisis económica, cuando se dice que la causa de la crisis de 2008 es la avaricia. No. El problema y el origen de la crisis es que se prescindió de las reglas que hacían que la avaricia no fuera fatal.

P. Se dice en su obra, por parte de Willibald, en diálogo con Durero: “Pienso que la corrupción está en el hombre”. Y Durero: “Desengáñate, los tiempos que vivimos son todos los tiempos”. ¿Eso convierte cualquier libro que se escriba sobre la historia en un libro sobre la actualidad?
R. Necesariamente: los problemas del hombre evolucionan de manera mucho más lenta que la hojarasca que los envuelve. Cuando hablamos de democracia parece que estemos hablando de algo distinto de Lutero y sin embargo hablamos de lo mismo.

P. A Durero lo domina la pesadilla de la destrucción. ¿Cuál sería la pesadilla hoy?
R. La misma que la de Durero. La pesadilla es que en nombre de la pureza volvamos a prescindir de las instituciones democráticas que tanto han costado construir: la pureza racial frente a los refugiados, la pureza moral frente a los corruptos.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/08/actualidad/1465412022_815042.html

miércoles, 10 de julio de 2013

Con la desconfianza en el ADN

-Los españoles, junto con los franceses, somos los europeos que más recelo mostramos hacia el prójimo
-Sociólogos e historiadores coinciden en que es un carácter forjado durante siglos
-Influyen la corrupción y la religión, la crisis solo lo agudiza


Los españoles somos tolerantes, familiares, poco religiosos, estamos en general bastante satisfechos con nuestras vidas y nos importa más el equilibrio entre la vida privada y la laboral que el nivel del salario.

Estas son algunas de las conclusiones del informe  Values and Worldviews II sobre estilos de vida, valores y creencias realizado por la Fundación BBVA, un trabajo que toma como base 15.000 encuestas realizadas a ciudadanos de 10 países miembros de la Unión Europea.

Arrepentirse y tener perdón permite da manga ancha entre los católicos.

Algunas de las conclusiones del informe encajan con las ideas predominantes en el imaginario colectivo europeo: italianos y polacos son los que muestran un mayor nivel de religiosidad; a los franceses les atrae la seguridad de un empleo fijo, a los suecos les gusta estar bien informados (más del 70% lee el periódico todos los días)... El estudio pone de relieve, sin embargo, una característica de los españoles mucho menos conocida hasta ahora: España es el país, junto con Francia, con mayor nivel de “desconfianza interpersonal”. Con un resultado de 4,7 puntos, tan solo uno por encima de los franceses, los españoles no solo se colocan por debajo del resto de los países analizados (Alemania, Dinamarca, Italia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido, República Checa y Suecia), sino que ni siquiera se acercan a la media, situada en 5,5.

Que no se aplique castigo a quienes mienten exacerba el recelo generalizado

La falta de confianza en las instituciones se extiende al resto de la ciudadanía

Según este informe, los españoles no creen que se pueda confiar en otras personas, exceptuando las que formen parte de su círculo más cercano de familiares y amigos. ¿Cuándo y por qué ha surgido esta actitud? ¿Tiene algo que ver la crisis económica o con la coyuntura política actual? ¿O siempre hemos sido desconfiados por naturaleza? Puesto que no existe apenas literatura sobre el tema, los expertos coinciden en que es muy difícil dar una respuesta científica a estas cuestiones. Pero precisamente, es la literatura la que primero se viene a la cabeza: un lazarillo de Tormes y un viejo ciego compartiendo un racimo de uvas.

—¿Sabes en qué veo que las comiste de tres a tres?

—En que comía yo dos a dos y callabas.

Pura picaresca. Hay algunas teorías sociales, psicológicas e históricas al respecto que pueden dar algunas otras pistas. La primera, aunque es de la historia reciente, remite a la política. Es la más recurrente y establece una relación entre la desconfianza hacia las instituciones políticas y hacia los individuos. “Los españoles tienen poca confianza en las instituciones, valoran de forma más negativa la democracia y tienen un nivel de asociación bastante bajo”, señala la socióloga Chelo Perera, coordinadora del estudio, que considera que estos pueden ser algunos de los factores que expliquen el origen de esta actitud desconfiada. Según explica, cuanta más inestabilidad política y corrupción, mayor nivel de desconfianza interpersonal.

Teniendo en cuenta que en España, la media de confianza en los políticos es de un 1,5 en una escala de 0 a 10, según el estudio Values and Worldviews, y que no suele haber día en el que los medios no recojan alguna información sobre corrupción, ya se trate de la contabilidad b de un partido o de un caso sobre ERE irregulares, esta teoría podría tener fundamentos sólidos. Si sumamos que a confiar y a desconfiar se aprende como consecuencia de repetidas interacciones sociales, como explica la doctora en Psicología de la Universidad Complutense, María Luisa Vecina, es “lógico” que los españoles se muestren desconfiados hoy, ya que “acumulan experiencias negativas donde se ha traicionado su confianza”. El hecho de que no se les haya aplicado “el castigo social correspondiente” a los que han actuado egoístamente aprovechándose de la confianza depositada en ellos no favorece el clima de confianza.

Pero, ¿por qué esa desconfianza hacia los políticos y las instituciones se extiende a los ciudadanos que, en principio, no han tenido nada que ver con esas traiciones? El sociólogo Jaime Andreu, Decano del Colegio de Política y Sociología de Andalucía, razona que las instituciones son la base de la sociedad y están formadas por individuos: “Si desconfiamos de esa base, estamos desconfiando de nuestra propia sociedad y, por ende, de sus ciudadanos”. El experto matiza que hay que excluir de este grupo a los miembros de los círculos más íntimos, como amigos y familiares, los únicos a los que los españoles consideran dignos de su confianza. “La confianza disminuye conforme la distancia social aumenta”, comenta. El sociólogo también defiende que el clima de corrupción política multiplica la desconfianza, tanto institucional como interpersonal.

Aclarada la cuestión sobre cómo la inestabilidad política representa un papel importante en el origen de la desconfianza de los españoles, cabría analizar cómo incide en dicho rasgo del carácter la crisis económica que azota al país desde hace más de un lustro.

Andreu deja claro que no existen datos sociológicos al respecto, pero sostiene que es un sentimiento que se fraguó poco antes de que naciera la democracia, en los años setenta, ya que desde su nacimiento, los españoles empezaron a desconfiar de las instituciones democráticas. En su opinión, desde entonces, se ha seguido una tendencia descendente que, en la actualidad, se ha visto reforzada por la crisis económica.

La coordinadora del estudio, por el contrario, opina que el elevado nivel de desconfianza de los españoles no está directamente relacionado con la situación económica del país. Perera admite una relación con la baja confianza en las instituciones democráticas, pero considera que la desconfianza es un rasgo que forma parte del carácter de los españoles más allá de la coyuntura económica actual.

Para arrojar algo de luz sobre esta discrepancia, consultamos a José Miguel Campo Rizo, secretario general del Colegio Oficial de Historiadores. Campo Rizo también establece la misma relación entre desconfianza hacia las instituciones y hacia los ciudadanos y afirma que en España no nos fiamos de nuestras instituciones “desde siempre”. El historiador sostiene que “tópicos como la envidia y la picaresca del carácter español han sido forjados a lo largo de la historia” y se remonta a un siglo antes de la democracia para poner un ejemplo. “El siglo XIX fue una centuria de guerras civiles, enfrentamientos por corrupción y denuncias entre ciudadanos. Somos un país internamente enfrentado entre nosotros”, señala.

Campo Rizo, al igual que la coordinadora del estudio, tampoco considera que sea un fenómeno asociado directamente a la situación de la economía española. A pesar de reconocer que la crisis no ha hecho más que exacerbar este sentimiento, no cree que se trate de algo coyuntural por la debacle económica, sino de “un rasgo propio del pueblo español”. Un carácter que, según él, no se puede cambiar. Si las instituciones son fruto de los ciudadanos que conforman la sociedad, aunque intentemos copiar el modelo de otros países que funcionen mejor, como por ejemplo Finlandia, nunca lo lograremos, “sencillamente porque los españoles no somos como los finlandeses”, sentencia.

Los resultados del informe confirman la diferencia que nos separa, al menos en términos de desconfianza hacia los demás, de países como Dinamarca, Holanda o Suecia, donde registran los niveles más altos de confianza interpersonal y la mejor valoración de sus instituciones políticas y sus sistemas democráticos.

Otra historiadora, Ana Clara Guerrero de la Torre, profesora titular en el departamento de Historia Contemporánea de la UNED, concuerda con su colega en que existe una disparidad entre los pueblos latinos de Europa del sur, como Francia y España, y los pueblos del norte. Según su teoría, estas diferencias podrían tener un origen religioso, ya que unos tienen cultura católica y otros son protestantes o calvinistas. “En el ámbito católico, el que miente es el listo, porque luego se arrepiente y Dios le perdona; eso permite una manga ancha que no existe en los países protestantes o calvinistas, donde los ciudadanos son más conscientes de su comportamiento y más responsables de unos actos por los que tienen que responder ante la sociedad”, explica.

Guerrero cita la obra del Lazarillo de Tormes [el clásico del siglo XVI que cuenta cómo un crío tiene que aprender a engañar a los demás para sobrevivir] para defender que “hasta en literatura nos encontramos con ejemplos del mundo de la picaresca que caracteriza a los españoles”; un rasgo que además, asocia especialmente a los países del sur.

La coordinadora del estudio, en cambio, no cree que se pueda establecer esa relación entre países latinos en el caso de la desconfianza interpersonal. Sostiene que, aunque sea cierto que en España, Francia, Grecia o Portugal tengan un nivel de confianza medio-bajo en la mayoría de la gente, Italia se sitúa en un nivel intermedio. Como muestra el informe, estos vecinos mediterráneos superan la media europea, con un 5,7. Por tanto, no considera que la desconfianza forme parte de un patrón asociado al carácter latino.

Discusiones sobre vínculos latinos aparte, y si aceptamos que la desconfianza es un rasgo propio del carácter español, cabe preguntarse cómo puede afectar la desconfianza al futuro del país. Y viceversa: ¿son previsibles cambios que recorten este nivel de recelo?

La mayoría de los expertos consultados ven el futuro con relativo optimismo. El sociólogo Jaime Andreu opina que una de las cosas buenas que provocará la crisis es que “tarde o temprano se producirán cambios sociales y políticos y mejorará el funcionamiento de las instituciones, y entonces aumentará la confianza de los ciudadanos en las instituciones y por extensión, en sus compatriotas”. Andreu considera que las sociedades se van regenerando a sí mismas y, cuando se desequilibran, llega un momento en que se vuelven a equilibrar. En su opinión, la sociedad española “tiene un problema de infravaloración, porque también demuestra valores muy positivos”. Es curioso que, aunque nuestro nivel de desconfianza interpersonal sea tan bajo, eso no afecta a nuestros niveles de tolerancia.

La responsable del estudio, ofrece datos del informe que respaldan esta opinión: los españoles destacan por encima de la media europea en lo que se refiere a aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción por parte de parejas homosexuales o a prácticas como el divorcio o la eutanasia. Además, al igual que su colega sociólogo, opina que a medida que la situación política se vaya estabilizando y los valores democráticos se asienten, la confianza, tanto institucional como personal, aumentará.

El historiador José Miguel Campo Rizo, se muestra convencido de que la desconfianza se moderará en las nuevas generaciones gracias a fenómenos como el auge de las redes sociales, que modifican notablemente las formas de socialización y exigen un mayor nivel de confianza en el otro para no quedarse fuera de determinados circuitos. Para la psicóloga María Luisa Vecina, en épocas difíciles como la actual el cerebro humano adopta posiciones “directamente enfocadas a la supervivencia”, por lo que desconfiar “es lo más normal”.

Habrá que esperar pues a que lleguen tiempos mejores para comprobar si somos capaces de empezar a confiar en los demás... sigue. Fuente: El País.