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viernes, 31 de enero de 2025

"La izquierda y el woke son absolutamente opuestos. El woke es tribal y la izquierda es universal... Es una diferencia enorme"

Susan Neiman

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,Susan Neiman sostiene que el woke mezcla una "emoción tradicional de izquierda", con "supuestos filosóficos muy de derecha"

La filósofa estadounidense Susan Neiman admite su asombro por la resonancia que tuvo en tantos países su último libro, "Izquierda no es woke", publicado en más de una decena de idiomas.

"No sé por qué se interesan por él en Tailandia, Líbano o Croacia", dice entre risas durante una entrevista con BBC Mundo. "Me sorprendió lo internacional que parece ser el problema".

Se refiere así a la confusión que a su juicio existe entre ser de izquierda y ser woke, un término que literalmente viene de la palabra "woke", el pasado de "wake", que significa despertar, y el slang ha convertido en una referencia a estar alerta ante las injusticias sociales.

Neiman, que se define de izquierda y desde el año 2000 dirige el Einstein Forum en Alemania, no sólo considera que son conceptos opuestos; también dice que, al mezclarse, ayudaron al triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos en noviembre.

Autora de escritos sobre la Ilustración, la filosofía moral, la metafísica y la política, y académica en las universidades de Yale y Tel Aviv, ha dedicado su carrera a poner en términos simples conceptos filosóficos profundos.

BBC Mundo habló con ella en el marco del Hay Festival que se celebra en Cartagena entre el 30 de enero y el 2 de febrero.

¿Por qué decidiste escribir un libro afirmando que la izquierda no es woke?

Porque estuve conversando con amigos en varios países y todos me decían algo así como: "Me temo que ya no soy de izquierda"... Y sacaban a colación alguna declaración o acontecimiento woke con el que no se sentían identificados.

Era algo que se repetía y me pareció importante profundizar en por qué tantos tenemos esa impresión de que a la izquierda le pasa algo.

El objetivo del libro es precisamente analizar eso que la está debilitando, porque la gente está confundida.

Es un problema que empezó en las universidades estadounidenses, pero se extendió muy rápido por el mundo.

¿Cuál es para ti la diferencia principal entre ser de izquierda y ser woke?

La confusión viene porque el woke está muy alimentado por elementos que han sido tradicionales de la izquierda: "En caso de duda ponerse del lado de los oprimidos" es uno de ellos.

Ese es un sentimiento muy izquierdista, pero ahora es común tanto para la izquierda como para el woke.

El problema es que la gente tiende a no darse cuenta de que, junto con esta emoción tradicional de izquierda, en el woke hay algunos supuestos filosóficos muy de derecha.

Por ejemplo, ¿es de izquierda decidir que la diversidad es siempre el primer y más importante mandamiento, porque tanta gente se ha quedado fuera de puestos de poder e influencia por pertenecer a minorías?

Es una cuestión que surge todo el tiempo.

Mi sensación firme es que sí, la diversidad es un bien, pero no el bien supremo. Y es un insulto para las mujeres contratarlas sólo porque son mujeres, de igual forma que es un insulto para la gente de color asumir que simplemente porque son gente de color tienen una especie de autoridad.

Voy a entrar en más detalles sobre esto en mi próximo libro: ser víctima no es por sí mismo una fuente de autoridad. Y tendemos a pensar que lo es.

Quizás sea necesario definir conceptos. ¿A qué te refieres exactamente cuando hablas del woke?

No defino el woke porque no creo que sea un concepto coherente, porque depende de una escisión entre emociones de izquierdas y pensamientos muy de derecha.

Lo que hago en el libro es definir lo que significa la izquierda hoy. Y el woke es la antítesis de los tres primeros conceptos que señalo como comunes a la izquierda liberal.

Tapa del libro en español "Izquierda no es woke", de Susan Neiman. 
Tapa del libro en español "Izquierda no es woke", de Susan Neiman.

Fuente de la imagen,Susan Neiman


Pie de foto,
El libro de Neiman se ha traducido también al español. 

Primero, universalismo en vez de tribalismo.

La izquierda y los liberales son fundamentalmente universales.

No asumimos, como hace la derecha, que sólo puedes conectar profundamente con miembros de tu tribu y que, por lo tanto, sólo tienes obligaciones genuinas con ellos.

Segundo, luchamos por justicia, no sólo por poder.

A veces puede ser muy difícil mantener ambas cosas separadas, pero la lucha por la justicia es de izquierda.

Y aunque muchos han renunciado a la idea de que la justicia existe, creyendo que es una máscara para el poder, para la izquierda es fundamental no renunciar a su búsqueda y su universalidad.

Tercero, el progreso es posible; no es inevitable. Sí, está en manos de los seres humanos, que son tan capaces de hacer retrocesos como progresos, pero es posible, y hay ejemplos de que ha ocurrido en el pasado.

Eso es algo importante que a menudo se ve negado por el woke. Pero no es verdad.

Cuando dicen que los afroamericanos en EE.UU. siguen viviendo en condiciones de las leyes Jim Crow, o incluso de esclavitud, o que las mujeres siguen viviendo en el patriarcado, yo digo que sí, que seguimos viviendo con racismo y sexismo, pero decir que no hemos progresado en la lucha contra eso es una visión muy peligrosa, porque lleva a la gente a desesperarse por el progreso a futuro.

Te diría que hay un cuarto concepto: dado que el fascismo y el neofascismo están creciendo en el mundo, necesitamos frentes populares formados por izquierdistas y liberales.

Pero hay que distinguir entre ambos, porque para la izquierda los derechos sociales son auténticos derechos, tan importantes como los derechos políticos.

Para la izquierda, el derecho a la vivienda, a la asistencia médica, a la educación, el acceso a la cultura, las leyes laborales justas son tan importantes como por ejemplo la libertad de expresión.

¿Dirías que tu idea de una izquierda universalista se aplica solo a Europa y EE.UU., o también a regiones como América Latina, donde hay gente que se define de izquierda y apoya o evita condenar a gobiernos autoritarios que también se llaman izquierdistas o revolucionarios?

Sé mucho más de la historia de EE.UU. y Europa que de América Latina, pero me sorprendió enormemente que el libro saliera en Chile y en Brasil y que iniciara un gran debate.

Son dos grandes países latinoamericanos con gobiernos socialistas, con mayorías pequeñas, amenazadas por la derecha.

Y lo que me dijo la gente a la que le gustó el libro, es que esto es lo que necesitaban, porque sentían que Lula y Gabriel Boric, para poder armar coaliciones, tenían que incluir cosas que les parecían demasiado woke.

Por ejemplo, en ambos países me chocó que hubiera discusiones sobre baños de género.

Signo de baño para todo género.Fuente de la imagen,Getty Images Pie de foto,Neiman sostiene que discusiones sobre temas como los baños de género son un "tema inventado" que ha sido usado con éxito por Trump.

El expresidente de Estados Unidos Barack Obama.

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,
El expresidente de Estados Unidos Barack Obama. Pensaba que sólo los políticos republicanos de Carolina del Norte se preocupaban por este tipo de cosas.

La mayoría de la gente, si va al baño, cierra la puerta. ¿A quién le importa? Es un tema inventado, pero se ha utilizado mucho. Trump lo usó con mucho éxito.

El libro está saliendo también en Tailandia, Corea del Sur y Líbano. Y me pregunté: ¿Por qué publican este libro? Un amigo me dijo: porque están hartos de la teoría poscolonial y creen que alguien tiene que ponerle fin.

Y más allá de Boric o Lula, cómo encajan las izquierdas radicales que hasta hace poco defendían la lucha armada, o que siguen abrazando el concepto de lucha de clases, que podría ser una forma de ver la sociedad a través del prisma de las identidades o de las tribus…

Es cierto.

No creo que la reducción de clase sea mejor que la reducción de raza. Y si lo pensamos por un segundo ni Marx, ni Engels, ni Lenin, ni Trotsky provenían de la clase obrera.

Hay incoherencia en el propio marxismo mismo sobre esas bases.

Tratar de discutir sobre clases 150 años después, cuando en ninguna parte del mundo la clase está estructurada como lo estaba en los tiempos de Marx y Engels, tiene muy poco sentido para mí.

Sobre la lucha armada, no estoy segura de que haya buenos ejemplos de luchas revolucionarias armadas que hayan salido bien a largo plazo.

Una crítica del libro en Alemania decía: "Ella no es realmente de izquierda, es socialdemócrata, no cree en la revolución armada".

Yo le diría a cualquiera que todavía crea en la revolución armada en un mundo armado hasta los dientes, que tendríamos suerte de no volarnos los unos a los otros en un futuro próximo.

Por cierto, la lucha armada, como los gobiernos autoritarios, niega el concepto de derechos humanos que es central en tu definición de izquierda universalista...

Por supuesto.

¿La confusión que señalas entre izquierda y woke es algo nuevo o es producto de un proceso histórico?

Lo que ahora llamamos woke es lo que en los '90 se llamaba políticamente correcto.

Lo gracioso es que soy suficientemente mayor como para recordar cuando lo políticamente correcto era usado irónicamente por gente que era socialista pero anti estalinista, para burlarse de los que parecían demasiado rígidos.

Luego fue tomado por la derecha.

Y es interesante que algo así suceda con el woke, un término que comenzó a usarse en los años '30 por los cantantes de blues afroamericanos para denunciar el racismo, y no se utilizó mucho más hasta que Trump llegó al poder.

De hecho, no estuvo presente en las elecciones de 2016 en EE.UU.

Creo que en cierto modo se desarrolló como resultado de la generación que creció pensando que la presencia de Obama era normal, que era normal tener en la Casa Blanca a alguien muy inteligente y competente.

Podías no estar de acuerdo con algunas de sus políticas, pero era obvio que tenía integridad. Y fue un choque pasar de ocho años así al primer gobierno de Trump.

Hay una cita de Martin Luther King que a Obama le gusta usar: "El arco del universo es largo, pero se dobla hacia la justicia".

Pero de repente, el arco se inclinó en la dirección equivocada.

Creo que hubo una sensación de desesperanza, de que casi todo lo que se podía hacer era una acción simbólica, que es en lo que consiste buena parte del wokeísmo.

Cuando alguien de 20 años piensa que es muy importante cambiar sus pronombres, aunque no se pueda cambiar nada más, pienso que tiene 20 años.

Pero hace unos meses escuché un podcast de Judith Butler y habló sobre cuánto ha cambiado el mundo porque la gente cambia sus pronombres.

Es patético que alguien tomada en serio como pensadora política no vea que esto es un sustituto del cambio real.

¿Y cuál es el peligro tomar izquierda y woke como sinónimos en el mundo actual?

¡Es que no lo son! ¡Son absolutamente opuestos!

La idea de que no hay nada más que poder, que las pretensiones de justicia no son más que exageraciones, le encanta a los dictadores de derecha y a los dictadores que se llaman a sí mismos de izquierda, pero está también muy presente en las tradiciones woke: no puedes esperar justicia, sólo debes trabajar por el poder para tu tribu.

Esa es una forma completamente diferente de estar en el mundo siendo un auténtico izquierdista.

Esta es la razón principal por la que no puedes ser ambas cosas. Pero también hay una razón práctica.

Creo que aunque Kamala Harris no hizo una campaña woke, Joe Biden sí la hizo. Es curioso: el viejo hombre blanco de la Casa Blanca era extremadamente woke.

Intentó enfatizar mucho la política de identidad. Me enfurecí cuando nombró a Ketanji Brown Jackson para la Corte Suprema.

Estoy segura de que es una buena jueza, pero decir en su campaña cuando intentaba ganar las primarias de Carolina del Sur que nombraría a la primera mujer negra jueza de la Corte Suprema es algo que socava a Ketanji Brown Jackson.

Así que Biden, aunque no parezca woke, estaba dirigiendo el gobierno más woke posible.

¿Y Trump: cuán woke fue en su campaña?

Bueno, el último anuncio antitrans que Trump lanzó un par de días antes de las elecciones fue una siniestra obra maestra. Según las encuestas, convenció al 2,7% de sus votantes de Trump, y él solo ganó por 1,5 por ciento. Mira la dimensión.

Así, es comprensible que el wokeísmo moleste y desanime a la gente en tantas partes.

En Alemania tenemos unas elecciones a la vuelta de la esquina y ha jugado un papel importante en el ascenso de la derecha.

¿Cuánto te preocupa que haya un nuevo gobierno de Trump en EE.UU.?

Estoy muy preocupada.

La mayor esperanza que creo que podemos tener, por raro que parezca, es que la gente que eligió para su equipo es tan incompetente y horrible que puede haber mucha lucha interna.

"No hay dudas" de que el woke ayudó al triunfo electoral de Trump, sostiene Neiman. A Trump no le gusta estar a la sombra de nadie y ha saboteado a quien pudiera hacérsela. No puede sabotear de forma tan directa a Musk, porque Musk es más rico que él.

Pero es bastante horrible pensar que nuestra mayor esperanza está en la mezquindad y la competencia entre dos personas desagradables.

No conozco a nadie que pueda predecir con seguridad lo que va a pasar.

Mencionste el riesgo del fascismo. Muchos comparan el mundo actual con lo que ocurrió en el período entre guerras en Europa y, en particular, en Alemania. ¿Cómo observas ese paralelismo?

La verdad es que en Alemania me da menos miedo que en otros sitios.

La historia nunca sucede dos veces de igual manera.

Terminé mi libro diciendo que la única razón por la que los nazis pudieron hacerse con el poder sin tener mayoría parlamentaria fue que la izquierda estaba dividida, algo que ha ocurrido muy a menudo.

Es paradójico, porque uno pensaría que para todos estos grupos nacionalistas, cada uno pensando que su nación es la mejor, debería ser mucho más difícil organizarse. Pero no es así. Trabajan juntos con mucha facilidad.

Entonces, ¿creo que las comparaciones son exactas? No, también porque el papel de la ideología es muy diferente ahora.

Pero creo que vale la pena escuchar las comparaciones como una advertencia.


jueves, 11 de julio de 2019

_- Grecia, regreso al pasado. La izquierda en su laberinto

_- Dabid Lazkanoiturburu
Gara

El electorado griego ha optado por castigar la incapacidad –¿imposibilidad?– de la Syriza de Alexis Tsipras de enfrentarse a las exigencias de la Unión Europea en materia de recortes sociales, lo que le ha llevado a votar mayoritariamente por un viaje al pasado devolviendo el gobierno a la derecha de Nueva Democracia, corresponsable junto con el socialdemócrata Pasok de una deriva que descubrió en el contexto de la crisis global de 2008 que Grecia era un Estado económica y socialmente fallido.

El triunfo por mayoría absoluta de Kyriakos Mitsotakis –posible por los 50 diputados adicionales con los que la derogada en 2016 pero el domingo aún vigente ley electoral premió a la formación más votada– supone además el regreso al poder de las grandes dinastías políticas del país heleno. El primer ministro electo es hijo de Konstantinos Mitsotakis, quien ejerció el mismo cargo en los noventa, su tía fue ministra de Exteriores y de Cultura y su sobrino ostenta hoy la Alcaldía de Atenas.

El incontestable triunfador de las elecciones del pasado domingo aduce que sus relaciones familiares habrían supuesto más dificultades que impulsos a su carrera y se presenta como «liberal» en relación a sus ancestros pero engaña a pocos en Grecia. Menos cuando se echa un simple vistazo a su biografía, con estudios en las prestigiosas universidades de Harward y Stanford, su trabajo en consultoras financieras y bancos y su etapa de ministro de Reforma Administrativa entre 2013 y 2015 durante el mandato de Antonis Samaras.

Una etapa en la que a Konstantinos Mitsotakis no le tembló el pulso para impulsar recortes draconianos contra funcionarios y empleados laborales, recortes que al fin y a la postre posibilitaron por aquel entonces la victoria electoral de la coalición de izquierdas de Syriza, liderada por Tsipras.

¿Cómo es posible que Nueva Democracia haya logrado cuatro años después el 39,8% de los votos –en 2015 se quedó en un 28%– , condenando a la sociedad griega a viajar en una máquina del tiempo a un pasado que está en buena parte, y con la complicidad de la UE y de los acreedores alemanes, en el origen del drama que sufre el país?

El primer factor a tener en cuenta es el voto de castigo a Syriza. Más que ante un voto de castigo sensu stricto, estaríamos ante una suma de factores como la movilización del voto contra la izquierda, alimentada por la ira de sectores de la clase media irritados por el incremento de impuestos decretado por Tipras.

Su rival ha hecho campaña prometiendo una rebaja no menos draconiana de impuestos, que tendrá como primeros beneficiarios a las empresas con una reducción en casi 10 puntos del impuesto de sociedades. Mitsotakis, que prometió ayer el cargo «en nombre de la santísima e indivisible Trinidad», asegura que la disminución de ingresos fiscales será suplida por un crecimiento económico anual del 4%, una previsión que los economistas miran con una mezcla de sorna y desconfianza.

A ese voto seducido por el falso axioma neoliberal –la bajada de impuestos genera riqueza ¿para todos?– se le suma la deserción del voto joven, que en 2015 optó por las esperanzas generadas por Syriza.

De poco le ha servido a Tsipras haber rebajado la edad para votar a los 17 años. Ya en las elecciones al Parlamento de Estrasburgo del 26 de mayo fueron más los jóvenes que votaron a Nueva Democracia que a la coalición de izquierda. Pero ha sido la abstención juvenil, más que el voto activo, lo que ha castigado a Syriza.

Este hartazgo se explica perfectamente por el hecho de que uno de cada dos jóvenes está en paro y que muchos de los que no están en la lista de desempleo huyen al exilio europeo o canadiense en busca de futuro.

Otro elemento sobre el que los grupos mediáticos que desde Europa saborean la derrota de Tsipras tiene que ver con su decisión de acordar una salida al contencioso histórico con la Antigua República Yugoslava de Macedonia, por el que esta ha pasado a llamarse Macedonia del Norte, lo que le abre oficialmente las puertas de la UE y de la OTAN pero que ha indignado al 60-70% del electorado griego, sobre todo en la región de Macedonia y su capital, Salónica.

La decisión, fuertemente aplaudida en Europa Occidental, y que supone el arreglo pacífico de un litigio en los siempre convulsos Balcanes, supuso el final de la coalición de gobierno entre Syriza y la formación panhelena de los Griegos Independientes, que ha desaparecido del mapa. Es difícil calibrar el impacto de esta cuestión en las elecciones pero no hay duda de que lo ha tenido, más en el seno de una sociedad que suple sus crisis existenciales con antiguas nostalgias y viejas rivalidades, como la que históricamente le enfrenta a Turquía.

Con todo eso y más, sorprende incluso que Syriza haya cosechado el 31,5% de votos, cuando las encuestas le auguraban un descalabro por debajo del 25% y apuntaban a que quedaría 15 puntos por detrás de la derecha. La coalición de izquierda pierde solo cuatro puntos con respecto a 2015, cuando tras convocar y ganar un referéndum contra los recortes-amenazas de la UE dio marcha atrás y volvió a convocar elecciones para legitimar su aggiornamiento.

Fue el 23% que Syriza cosechó en las elecciones europeas de mayo el que llevó a Tsipras a adelantar en unos meses las elecciones en un salto adelante con el que soñó que podía retomar la iniciativa y dar un vuelco a los pronósticos, táctica que a lo largo de su legislatura le ha dado no pocos resultados.

Es evidente que esta vez ha fallado, pero sin duda sorprende el hecho de que los mismos que vieron con malos ojos la irrupción de Syriza en medio de la grave crisis iniciada hace una década le acusen ahora de haber incumplido las promesas por las que acusaban de populista al movimiento. Y que saluden ahora las promesas no menos populistas –desde el otro extremo– y posiblemente menos realizables de Mitsotakis.

En la misma línea, muchos análisis certifican el regreso de la estabilidad política y del bipartidismo a Grecia. Y no les falta razón, salvo por el hecho de que uno de los dos protagonistas de esa bipolarización es la propia Syriza, que junto con Nueva Democracia suma el 70% de los votos.

Tras su paso por el poder –ha sido el único partido en completar la legislatura en la historia reciente del país– la formación de Tsipras se convierte en la alternativa a la derecha frente a un Pasok (histórica formación socialdemócrata helena) que, bajo las siglas de la coalición de centro Kinal, se quedó con un 8%, dos escasos puntos por encima respecto a 2015. Por lo que toca al partido MeRa25, del exministro de Finanzas Yanis Varoufakis, consiguió con un 3,4% superar el umbral para lograr la representación en el Parlamento, lo que permite la irrupción de quien fue abanderado del rechazo al chantaje de la UE durante las «negociaciones» de 2015. Totalmente distanciado con Tsipras, la formación de Varoufakis ha recogido parte del voto desencantado con Syriza pero está a años luz de conformar una alternativa. Como lejos están los comunistas, una formación endogámica y de ribetes estalinistas que siempre consigue los mismos –parcos pero dignos– resultados en las elecciones griegas.

Otra cosa es el debate en torno al futuro de la izquierda, no solo griega sino a escala europea, en unos tiempos en los que la derecha está a la baja pero sigue teniendo pulso, sobre todo en el este, y en los que la socialdemocracia se escora al centro incluso en sus históricos feudos, como los países nórdicos.

Sin olvidar a la extrema derecha que, frente a análisis prematuros, no ha desaparecido en Grecia sino que se ha diversificado al irrumpir en el Parlamento una nueva formación, Solución Griega, que ha dejado a los neonazis de Amanecer Dorado a décimas del 3% para tener representación y escaños.

En fin, que a la izquierda griega, como a la europea, le aguardan años de oposición y de una tarea hercúlea en la que deberá superar la dicotomía entre unas promesas que es incapaz de cumplir y un posibilismo que le limita como proyecto.

Fuente:
https://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2019-07-09/hemeroteca_articles/regreso-al-pasado-en-grecia-y-la-izquierda-en-su-laberinto

viernes, 21 de septiembre de 2018

Lo indefendible: Idlib y la izquierda

Leila's blog

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

El sábado pasado los ataques aéreos del régimen y rusos se intensificaron en Idlib en lo que parece ser el preludio de la campaña anunciada para recuperar el control de la provincia. Solo un día antes, miles de hombres, mujeres y niños sirios tomaron las calles en más de 120 ciudades y pueblos en las restantes áreas liberadas coreando el lema “elegimos la resistencia”.

Se manifestaban por sus vidas. Idlib alberga en la actualidad a tres millones de personas, un tercio de las cuales son menores. Más de la mitad de la población actual son desplazados o han sido evacuados por la fuerza a la provincia desde otros lugares. Tienen escasas opciones para huir del asalto. Las fronteras están cerradas y no quedan zonas seguras. Pero no quieren ser expulsados de sus hogares por la fuerza. En las protestas muchos portaban pancartas en las que se leía el rechazo al llamamiento del enviado de la ONU Staffan de Mistura solicitando que los civiles sean evacuados a zonas controladas por el régimen, donde podrían desaparecer en cámaras de tortura o ser reclutados por la fuerza, como les ha sucedido antes a otros. La 'reconciliación' en el contexto sirio significa volver al sometimiento, a la humillación y a la tiranía.

Las pancartas y las consignas lo dejaban claro: el objetivo de las protestas era evitar un ataque del régimen y de los que le apoyan, mostrar al mundo que hay civiles en Idlib cuyas vidas están amenazadas, y seguir afirmando su rechazo a Assad. Entre la multitud resonaba el lema “as shaab yurid isqat al nizam” (la gente quiere la caída del régimen) rememorando los primeros días del levantamiento. No solo protestaban por el fascismo interno sino también por los imperialismos extranjeros, el de Rusia y el de Irán, que respaldan al dictador en su campaña para acabar con la oposición interna.

Sin embargo, una vez más, los llamamientos de los manifestantes pacifistas sirios han sido ignorados por la “izquierda pacifista” occidental. En lugar de pedir que se ponga fin al bombardeo o reclamar apoyo para las víctimas de la guerra, muchos han preferido comprar el discurso del régimen –“guerra contra el terrorismo”– que sostiene que el objetivo del asalto es eliminar a los combatientes yihadistas. Una falacia que debería haberse desvanecido el sábado. El hospital Sham de la aldea de Has, en el sur de Idlib, fue blanco de bombas de barril y misiles hasta quedar fuera de servicio. Se habían trasladado sus instalaciones bajo tierra, a una cueva, en un fútil intento final de protegerlo del bombardeo aéreo. Según la Unión de Organizaciones de Asistencia Médica y Socorro, tres hospitales, dos Centros de Defensa Civil y un sistema de ambulancias fueron atacados los días 6 y 7 de septiembre en Idlib y el norte de Hama, dejando a miles de personas sin atención médica.

Los grupos extremistas tienen presencia en Idlib –algunos han sido enviados por el propio régimen tras evacuarlos de otros lugares. Hayaat Tahrir Al Sham (HTS), que tenía antes vínculos con Al Qaeda, domina gran parte de la provincia con sus 10.000 combatientes. Sin embargo, lejos de ser un “bastión de Al Qaeda”, HTS no ha conseguido el apoyo de la mayor parte de la población que continuamente ha opuesto resistencia a la presencia del grupo y a su ideología reaccionaria. En las protestas del viernes pasado en la ciudad de Idlib HTS disparó munición real para disolver la manifestación. La multitud rápidamente se volvió contra sus combatientes llamándolos shabiha (insulto que antes se reservaba para los matones del régimen) y gritando “Jolani fuera”, en referencia al líder del grupo.

Muchos sectores de la 'izquierda' sostienen que entre una población de tres millones de individuos no queda 'buena gente' a la que apoyar. O consideran que la presencia de unos cuantos miles de extremistas es justificación suficiente para arrasar Idlib hasta dejarla en ruinas y castigar colectivamente a sus residentes. Obvian a la mayoría invisible de los sirios y sirias que no usa armas para imponer su poder como si fueran irrelevantes. Han elegido ignorar a quienes han resistido toda forma de autoritarismo y a quienes se han comprometido a crear un futuro mejor para sus familias, sus comunidades y la sociedad en general. [Esa izquierda] Presenta un binario grotescamente simplificado en el que la alternativa se dirime entre Assad y Al Qaeda como si el conflicto y el arraigo de la intensa lucha social se redujera a un mero partido de fútbol entre dos equipos. La parte a la que respaldan es un régimen fascista –porque al menos es “laico”–, un régimen que arroja a los niños a la muerte mientras duermen, que opera en campos de muerte en los que se tortura a los disidentes hasta morir y que ha sido acusado por la ONU de “crimen de exterminio”. A cualquiera que se resista a regresar al control del régimen se le tacha de enemigo y se convierte en objetivo legítimo a atacar. Libertad, democracia, justicia social, dignidad son metas a las que solo deberían aspirar los occidentales. El resto debería callarse y hacer las paces.

Desde esta visión internacional siniestra y racista, todo el mundo es de Al Qaeda o simpatizante. Que haya mujeres en las comunidades rurales y conservadoras que no se visten como las mujeres occidentales o que tienen que vencer valientemente numerosos obstáculos y amenazas a su seguridad para participar en la esfera pública (como hicieron en las protestas del viernes pasado) se considera muestra de sus inclinaciones terroristas, justificación en sí misma para su aniquilación. En lugar de solidarizarse con las valerosas mujeres de Idlib que se resisten tanto al régimen como a otros grupos armados extremistas y que luchan por superar costumbres sociales tradicionales y patriarcales profundamente arraigadas, prefieren apoyar a un Estado que envía milicias para llevar a cabo campañas de violaciones masivas en comunidades disidentes o que inserta ratas en las vaginas de las mujeres detenidas. La deshumanización de los sirios y de las sirias se ha planificado de tal manera que muchos se resisten a creer que entre el caos y los señores de la guerra pueda haber seres humanos comunes y corrientes dignos de apoyar, personas como “nosotros”.

Cuesta entender que las devastadoras campañas de bombardeos llevadas a cabo por el Estado sirio y por Rusia en áreas residenciales densamente pobladas que han matado a cientos de miles de personas, puedan ser ignoradas por cualquiera que se declare militante “contra la guerra”. Parece que las vidas sirias solo importan cuando son destruidas por bombas occidentales. El “antiimperialismo” de hoy se está utilizando como tapadera de apoyo a regímenes totalitarios por personas lo suficientemente privilegiadas como para no haber experimentado nunca lo que es vivir bajo su yugo. No contentos con ignorar los crímenes de guerra y otras atrocidades masivas, pretenden que se absuelva a los culpables y niegan que hayan ocurrido atrocidades. Circulan por doquier teorías conspirativas –a menudo originadas en el Estado ruso o en los medios de extrema derecha– sobre ataques químicos y “falsas banderas” que solo pretenden blanquear los crímenes del régimen y justificar el ataque contra civiles y trabajadores humanitarios. Siria se ha convertido en motivo de conversación para marcarse puntos políticos sin pensar dos veces en el peligro real que tales acusaciones falsas crean para la vida de las personas, ni en el profundo dolor y la ofensa que causan a las víctimas.

En su reciente libro, Indefensible: Democracy, Counter-Revolution and the Rhetoric of Anti-imperialism [Indefendible: Democracia, contrarrevolución y la retórica del antiimperialismo], Rohini Hensman se pregunta “cómo ha llegado a usarse la retórica del antiimperialismo para apoyar las contrarrevoluciones contrarias a la democracia en todo el mundo”. Argumenta que hay tres clases de “pseudo-antiimperialistas”. Los primeros son los que creen que “Occidente es el único opresor en todos los contextos”, obran desde un “etnocentrismo occidental” que los hace ajenos al hecho de que gentes de otras partes del mundo tengan como ellos voluntad propia, y que puedan ejercerla tanto para oprimir a los demás como para luchar contra la opresión”. La segunda categoría son los “neo-estalinistas” que “apoyarán cualquier régimen respaldado por Rusia, no importa lo derechista que sea”. El tercero “está compuesto por tiranos e imperialistas, perpetradores de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, genocidios y agresiones, que apenas reciben un atisbo de crítica occidental, reclaman de inmediato que están siendo criticados por ser antiimperialistas”.

Para apoyar su argumento, Hensman ofrece una descripción detallada del verdadero antiimperialismo en oposición al “pseudo-antiimperialismo” a través de casos de estudio en Rusia y Ucrania, Bosnia y Kosovo, Irán, Iraq y Siria. Demuestra cómo autodenominados “izquierdistas” han apoyado reiteradamente a regímenes autoritarios contra las luchas democráticas populares, difundiendo la intolerancia antimusulmana, construyendo alianzas tácticas con fascistas, diseminando teorías de la conspiración y propaganda del Kremlin/o del Estado, participando en la negación del genocidio o en las atrocidades y culpando a las víctimas. Su excelente libro viene a recordar oportunamente que las narrativas propagadas en torno a Siria, en las que una extrema izquierda se hace eco de argumentos de la extrema derecha y en las que se prioriza la geopolítica sobre las luchas y las vidas de las personas, son ejemplo inquietante de algo mucho más profundo.

Mientras las bombas caen sobre Idlib, son pocos los sirios y sirias que esperan ver manifestaciones internacionales en apoyo de su causa o en defensa de sus vidas. Aquellos que reivindican el “internacionalismo” los abandonaron y se retiraron al aislacionismo o, peor aún, a la apología del fascismo. Si no se hace frente e esta cuestión, no será posible construir un movimiento internacional contra el autoritarismo, el imperialismo, la guerra y el capitalismo. Mientras tanto, los horrores que llevaron al mundo a declarar “nunca más” volverán a repetirse una y otra vez.

Fuente:
https://leilashami.wordpress.com/2018/09/14/indefensible-idlib-and-the-left/#more-970 .

Publicado inicialmente en Freedom

P. D.: Tiene toda la pinta de tratarse de una Fake News. Incluso el lugar original de publicación "Freedom" parece avalarlo. Los servicios secretos occidentales tienen una especial querencia por llamarse Free, Freedom, etc., después se olvidan de la libertad como en Kosovo, Irak, Libia, Yemen, Afganistán, la antigua Yugoeslavia. Siempre aparece una llamada a la libertad, a los derechos Humanos, y después de cambiado los gobiernos por uno prooccidental, "si te vi no me acuerdo". Estamos hartos de la utilización a sangre y fuego de los instrumentos llamados Derechos Humanos, o Libertad como palanca para apoderarse de las riquezas minerales o geopolíticas y aumentar su influencia en el mudo