Mostrando entradas con la etiqueta la izquierda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta la izquierda. Mostrar todas las entradas

jueves, 11 de julio de 2019

_- Grecia, regreso al pasado. La izquierda en su laberinto

_- Dabid Lazkanoiturburu
Gara

El electorado griego ha optado por castigar la incapacidad –¿imposibilidad?– de la Syriza de Alexis Tsipras de enfrentarse a las exigencias de la Unión Europea en materia de recortes sociales, lo que le ha llevado a votar mayoritariamente por un viaje al pasado devolviendo el gobierno a la derecha de Nueva Democracia, corresponsable junto con el socialdemócrata Pasok de una deriva que descubrió en el contexto de la crisis global de 2008 que Grecia era un Estado económica y socialmente fallido.

El triunfo por mayoría absoluta de Kyriakos Mitsotakis –posible por los 50 diputados adicionales con los que la derogada en 2016 pero el domingo aún vigente ley electoral premió a la formación más votada– supone además el regreso al poder de las grandes dinastías políticas del país heleno. El primer ministro electo es hijo de Konstantinos Mitsotakis, quien ejerció el mismo cargo en los noventa, su tía fue ministra de Exteriores y de Cultura y su sobrino ostenta hoy la Alcaldía de Atenas.

El incontestable triunfador de las elecciones del pasado domingo aduce que sus relaciones familiares habrían supuesto más dificultades que impulsos a su carrera y se presenta como «liberal» en relación a sus ancestros pero engaña a pocos en Grecia. Menos cuando se echa un simple vistazo a su biografía, con estudios en las prestigiosas universidades de Harward y Stanford, su trabajo en consultoras financieras y bancos y su etapa de ministro de Reforma Administrativa entre 2013 y 2015 durante el mandato de Antonis Samaras.

Una etapa en la que a Konstantinos Mitsotakis no le tembló el pulso para impulsar recortes draconianos contra funcionarios y empleados laborales, recortes que al fin y a la postre posibilitaron por aquel entonces la victoria electoral de la coalición de izquierdas de Syriza, liderada por Tsipras.

¿Cómo es posible que Nueva Democracia haya logrado cuatro años después el 39,8% de los votos –en 2015 se quedó en un 28%– , condenando a la sociedad griega a viajar en una máquina del tiempo a un pasado que está en buena parte, y con la complicidad de la UE y de los acreedores alemanes, en el origen del drama que sufre el país?

El primer factor a tener en cuenta es el voto de castigo a Syriza. Más que ante un voto de castigo sensu stricto, estaríamos ante una suma de factores como la movilización del voto contra la izquierda, alimentada por la ira de sectores de la clase media irritados por el incremento de impuestos decretado por Tipras.

Su rival ha hecho campaña prometiendo una rebaja no menos draconiana de impuestos, que tendrá como primeros beneficiarios a las empresas con una reducción en casi 10 puntos del impuesto de sociedades. Mitsotakis, que prometió ayer el cargo «en nombre de la santísima e indivisible Trinidad», asegura que la disminución de ingresos fiscales será suplida por un crecimiento económico anual del 4%, una previsión que los economistas miran con una mezcla de sorna y desconfianza.

A ese voto seducido por el falso axioma neoliberal –la bajada de impuestos genera riqueza ¿para todos?– se le suma la deserción del voto joven, que en 2015 optó por las esperanzas generadas por Syriza.

De poco le ha servido a Tsipras haber rebajado la edad para votar a los 17 años. Ya en las elecciones al Parlamento de Estrasburgo del 26 de mayo fueron más los jóvenes que votaron a Nueva Democracia que a la coalición de izquierda. Pero ha sido la abstención juvenil, más que el voto activo, lo que ha castigado a Syriza.

Este hartazgo se explica perfectamente por el hecho de que uno de cada dos jóvenes está en paro y que muchos de los que no están en la lista de desempleo huyen al exilio europeo o canadiense en busca de futuro.

Otro elemento sobre el que los grupos mediáticos que desde Europa saborean la derrota de Tsipras tiene que ver con su decisión de acordar una salida al contencioso histórico con la Antigua República Yugoslava de Macedonia, por el que esta ha pasado a llamarse Macedonia del Norte, lo que le abre oficialmente las puertas de la UE y de la OTAN pero que ha indignado al 60-70% del electorado griego, sobre todo en la región de Macedonia y su capital, Salónica.

La decisión, fuertemente aplaudida en Europa Occidental, y que supone el arreglo pacífico de un litigio en los siempre convulsos Balcanes, supuso el final de la coalición de gobierno entre Syriza y la formación panhelena de los Griegos Independientes, que ha desaparecido del mapa. Es difícil calibrar el impacto de esta cuestión en las elecciones pero no hay duda de que lo ha tenido, más en el seno de una sociedad que suple sus crisis existenciales con antiguas nostalgias y viejas rivalidades, como la que históricamente le enfrenta a Turquía.

Con todo eso y más, sorprende incluso que Syriza haya cosechado el 31,5% de votos, cuando las encuestas le auguraban un descalabro por debajo del 25% y apuntaban a que quedaría 15 puntos por detrás de la derecha. La coalición de izquierda pierde solo cuatro puntos con respecto a 2015, cuando tras convocar y ganar un referéndum contra los recortes-amenazas de la UE dio marcha atrás y volvió a convocar elecciones para legitimar su aggiornamiento.

Fue el 23% que Syriza cosechó en las elecciones europeas de mayo el que llevó a Tsipras a adelantar en unos meses las elecciones en un salto adelante con el que soñó que podía retomar la iniciativa y dar un vuelco a los pronósticos, táctica que a lo largo de su legislatura le ha dado no pocos resultados.

Es evidente que esta vez ha fallado, pero sin duda sorprende el hecho de que los mismos que vieron con malos ojos la irrupción de Syriza en medio de la grave crisis iniciada hace una década le acusen ahora de haber incumplido las promesas por las que acusaban de populista al movimiento. Y que saluden ahora las promesas no menos populistas –desde el otro extremo– y posiblemente menos realizables de Mitsotakis.

En la misma línea, muchos análisis certifican el regreso de la estabilidad política y del bipartidismo a Grecia. Y no les falta razón, salvo por el hecho de que uno de los dos protagonistas de esa bipolarización es la propia Syriza, que junto con Nueva Democracia suma el 70% de los votos.

Tras su paso por el poder –ha sido el único partido en completar la legislatura en la historia reciente del país– la formación de Tsipras se convierte en la alternativa a la derecha frente a un Pasok (histórica formación socialdemócrata helena) que, bajo las siglas de la coalición de centro Kinal, se quedó con un 8%, dos escasos puntos por encima respecto a 2015. Por lo que toca al partido MeRa25, del exministro de Finanzas Yanis Varoufakis, consiguió con un 3,4% superar el umbral para lograr la representación en el Parlamento, lo que permite la irrupción de quien fue abanderado del rechazo al chantaje de la UE durante las «negociaciones» de 2015. Totalmente distanciado con Tsipras, la formación de Varoufakis ha recogido parte del voto desencantado con Syriza pero está a años luz de conformar una alternativa. Como lejos están los comunistas, una formación endogámica y de ribetes estalinistas que siempre consigue los mismos –parcos pero dignos– resultados en las elecciones griegas.

Otra cosa es el debate en torno al futuro de la izquierda, no solo griega sino a escala europea, en unos tiempos en los que la derecha está a la baja pero sigue teniendo pulso, sobre todo en el este, y en los que la socialdemocracia se escora al centro incluso en sus históricos feudos, como los países nórdicos.

Sin olvidar a la extrema derecha que, frente a análisis prematuros, no ha desaparecido en Grecia sino que se ha diversificado al irrumpir en el Parlamento una nueva formación, Solución Griega, que ha dejado a los neonazis de Amanecer Dorado a décimas del 3% para tener representación y escaños.

En fin, que a la izquierda griega, como a la europea, le aguardan años de oposición y de una tarea hercúlea en la que deberá superar la dicotomía entre unas promesas que es incapaz de cumplir y un posibilismo que le limita como proyecto.

Fuente:
https://www.naiz.eus/eu/hemeroteca/gara/editions/2019-07-09/hemeroteca_articles/regreso-al-pasado-en-grecia-y-la-izquierda-en-su-laberinto

viernes, 21 de septiembre de 2018

Lo indefendible: Idlib y la izquierda

Leila's blog

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

El sábado pasado los ataques aéreos del régimen y rusos se intensificaron en Idlib en lo que parece ser el preludio de la campaña anunciada para recuperar el control de la provincia. Solo un día antes, miles de hombres, mujeres y niños sirios tomaron las calles en más de 120 ciudades y pueblos en las restantes áreas liberadas coreando el lema “elegimos la resistencia”.

Se manifestaban por sus vidas. Idlib alberga en la actualidad a tres millones de personas, un tercio de las cuales son menores. Más de la mitad de la población actual son desplazados o han sido evacuados por la fuerza a la provincia desde otros lugares. Tienen escasas opciones para huir del asalto. Las fronteras están cerradas y no quedan zonas seguras. Pero no quieren ser expulsados de sus hogares por la fuerza. En las protestas muchos portaban pancartas en las que se leía el rechazo al llamamiento del enviado de la ONU Staffan de Mistura solicitando que los civiles sean evacuados a zonas controladas por el régimen, donde podrían desaparecer en cámaras de tortura o ser reclutados por la fuerza, como les ha sucedido antes a otros. La 'reconciliación' en el contexto sirio significa volver al sometimiento, a la humillación y a la tiranía.

Las pancartas y las consignas lo dejaban claro: el objetivo de las protestas era evitar un ataque del régimen y de los que le apoyan, mostrar al mundo que hay civiles en Idlib cuyas vidas están amenazadas, y seguir afirmando su rechazo a Assad. Entre la multitud resonaba el lema “as shaab yurid isqat al nizam” (la gente quiere la caída del régimen) rememorando los primeros días del levantamiento. No solo protestaban por el fascismo interno sino también por los imperialismos extranjeros, el de Rusia y el de Irán, que respaldan al dictador en su campaña para acabar con la oposición interna.

Sin embargo, una vez más, los llamamientos de los manifestantes pacifistas sirios han sido ignorados por la “izquierda pacifista” occidental. En lugar de pedir que se ponga fin al bombardeo o reclamar apoyo para las víctimas de la guerra, muchos han preferido comprar el discurso del régimen –“guerra contra el terrorismo”– que sostiene que el objetivo del asalto es eliminar a los combatientes yihadistas. Una falacia que debería haberse desvanecido el sábado. El hospital Sham de la aldea de Has, en el sur de Idlib, fue blanco de bombas de barril y misiles hasta quedar fuera de servicio. Se habían trasladado sus instalaciones bajo tierra, a una cueva, en un fútil intento final de protegerlo del bombardeo aéreo. Según la Unión de Organizaciones de Asistencia Médica y Socorro, tres hospitales, dos Centros de Defensa Civil y un sistema de ambulancias fueron atacados los días 6 y 7 de septiembre en Idlib y el norte de Hama, dejando a miles de personas sin atención médica.

Los grupos extremistas tienen presencia en Idlib –algunos han sido enviados por el propio régimen tras evacuarlos de otros lugares. Hayaat Tahrir Al Sham (HTS), que tenía antes vínculos con Al Qaeda, domina gran parte de la provincia con sus 10.000 combatientes. Sin embargo, lejos de ser un “bastión de Al Qaeda”, HTS no ha conseguido el apoyo de la mayor parte de la población que continuamente ha opuesto resistencia a la presencia del grupo y a su ideología reaccionaria. En las protestas del viernes pasado en la ciudad de Idlib HTS disparó munición real para disolver la manifestación. La multitud rápidamente se volvió contra sus combatientes llamándolos shabiha (insulto que antes se reservaba para los matones del régimen) y gritando “Jolani fuera”, en referencia al líder del grupo.

Muchos sectores de la 'izquierda' sostienen que entre una población de tres millones de individuos no queda 'buena gente' a la que apoyar. O consideran que la presencia de unos cuantos miles de extremistas es justificación suficiente para arrasar Idlib hasta dejarla en ruinas y castigar colectivamente a sus residentes. Obvian a la mayoría invisible de los sirios y sirias que no usa armas para imponer su poder como si fueran irrelevantes. Han elegido ignorar a quienes han resistido toda forma de autoritarismo y a quienes se han comprometido a crear un futuro mejor para sus familias, sus comunidades y la sociedad en general. [Esa izquierda] Presenta un binario grotescamente simplificado en el que la alternativa se dirime entre Assad y Al Qaeda como si el conflicto y el arraigo de la intensa lucha social se redujera a un mero partido de fútbol entre dos equipos. La parte a la que respaldan es un régimen fascista –porque al menos es “laico”–, un régimen que arroja a los niños a la muerte mientras duermen, que opera en campos de muerte en los que se tortura a los disidentes hasta morir y que ha sido acusado por la ONU de “crimen de exterminio”. A cualquiera que se resista a regresar al control del régimen se le tacha de enemigo y se convierte en objetivo legítimo a atacar. Libertad, democracia, justicia social, dignidad son metas a las que solo deberían aspirar los occidentales. El resto debería callarse y hacer las paces.

Desde esta visión internacional siniestra y racista, todo el mundo es de Al Qaeda o simpatizante. Que haya mujeres en las comunidades rurales y conservadoras que no se visten como las mujeres occidentales o que tienen que vencer valientemente numerosos obstáculos y amenazas a su seguridad para participar en la esfera pública (como hicieron en las protestas del viernes pasado) se considera muestra de sus inclinaciones terroristas, justificación en sí misma para su aniquilación. En lugar de solidarizarse con las valerosas mujeres de Idlib que se resisten tanto al régimen como a otros grupos armados extremistas y que luchan por superar costumbres sociales tradicionales y patriarcales profundamente arraigadas, prefieren apoyar a un Estado que envía milicias para llevar a cabo campañas de violaciones masivas en comunidades disidentes o que inserta ratas en las vaginas de las mujeres detenidas. La deshumanización de los sirios y de las sirias se ha planificado de tal manera que muchos se resisten a creer que entre el caos y los señores de la guerra pueda haber seres humanos comunes y corrientes dignos de apoyar, personas como “nosotros”.

Cuesta entender que las devastadoras campañas de bombardeos llevadas a cabo por el Estado sirio y por Rusia en áreas residenciales densamente pobladas que han matado a cientos de miles de personas, puedan ser ignoradas por cualquiera que se declare militante “contra la guerra”. Parece que las vidas sirias solo importan cuando son destruidas por bombas occidentales. El “antiimperialismo” de hoy se está utilizando como tapadera de apoyo a regímenes totalitarios por personas lo suficientemente privilegiadas como para no haber experimentado nunca lo que es vivir bajo su yugo. No contentos con ignorar los crímenes de guerra y otras atrocidades masivas, pretenden que se absuelva a los culpables y niegan que hayan ocurrido atrocidades. Circulan por doquier teorías conspirativas –a menudo originadas en el Estado ruso o en los medios de extrema derecha– sobre ataques químicos y “falsas banderas” que solo pretenden blanquear los crímenes del régimen y justificar el ataque contra civiles y trabajadores humanitarios. Siria se ha convertido en motivo de conversación para marcarse puntos políticos sin pensar dos veces en el peligro real que tales acusaciones falsas crean para la vida de las personas, ni en el profundo dolor y la ofensa que causan a las víctimas.

En su reciente libro, Indefensible: Democracy, Counter-Revolution and the Rhetoric of Anti-imperialism [Indefendible: Democracia, contrarrevolución y la retórica del antiimperialismo], Rohini Hensman se pregunta “cómo ha llegado a usarse la retórica del antiimperialismo para apoyar las contrarrevoluciones contrarias a la democracia en todo el mundo”. Argumenta que hay tres clases de “pseudo-antiimperialistas”. Los primeros son los que creen que “Occidente es el único opresor en todos los contextos”, obran desde un “etnocentrismo occidental” que los hace ajenos al hecho de que gentes de otras partes del mundo tengan como ellos voluntad propia, y que puedan ejercerla tanto para oprimir a los demás como para luchar contra la opresión”. La segunda categoría son los “neo-estalinistas” que “apoyarán cualquier régimen respaldado por Rusia, no importa lo derechista que sea”. El tercero “está compuesto por tiranos e imperialistas, perpetradores de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, genocidios y agresiones, que apenas reciben un atisbo de crítica occidental, reclaman de inmediato que están siendo criticados por ser antiimperialistas”.

Para apoyar su argumento, Hensman ofrece una descripción detallada del verdadero antiimperialismo en oposición al “pseudo-antiimperialismo” a través de casos de estudio en Rusia y Ucrania, Bosnia y Kosovo, Irán, Iraq y Siria. Demuestra cómo autodenominados “izquierdistas” han apoyado reiteradamente a regímenes autoritarios contra las luchas democráticas populares, difundiendo la intolerancia antimusulmana, construyendo alianzas tácticas con fascistas, diseminando teorías de la conspiración y propaganda del Kremlin/o del Estado, participando en la negación del genocidio o en las atrocidades y culpando a las víctimas. Su excelente libro viene a recordar oportunamente que las narrativas propagadas en torno a Siria, en las que una extrema izquierda se hace eco de argumentos de la extrema derecha y en las que se prioriza la geopolítica sobre las luchas y las vidas de las personas, son ejemplo inquietante de algo mucho más profundo.

Mientras las bombas caen sobre Idlib, son pocos los sirios y sirias que esperan ver manifestaciones internacionales en apoyo de su causa o en defensa de sus vidas. Aquellos que reivindican el “internacionalismo” los abandonaron y se retiraron al aislacionismo o, peor aún, a la apología del fascismo. Si no se hace frente e esta cuestión, no será posible construir un movimiento internacional contra el autoritarismo, el imperialismo, la guerra y el capitalismo. Mientras tanto, los horrores que llevaron al mundo a declarar “nunca más” volverán a repetirse una y otra vez.

Fuente:
https://leilashami.wordpress.com/2018/09/14/indefensible-idlib-and-the-left/#more-970 .

Publicado inicialmente en Freedom

P. D.: Tiene toda la pinta de tratarse de una Fake News. Incluso el lugar original de publicación "Freedom" parece avalarlo. Los servicios secretos occidentales tienen una especial querencia por llamarse Free, Freedom, etc., después se olvidan de la libertad como en Kosovo, Irak, Libia, Yemen, Afganistán, la antigua Yugoeslavia. Siempre aparece una llamada a la libertad, a los derechos Humanos, y después de cambiado los gobiernos por uno prooccidental, "si te vi no me acuerdo". Estamos hartos de la utilización a sangre y fuego de los instrumentos llamados Derechos Humanos, o Libertad como palanca para apoderarse de las riquezas minerales o geopolíticas y aumentar su influencia en el mudo