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miércoles, 5 de febrero de 2025

_- Hay que detener el fascismo

_- Un tsunami neofascista está invadiendo Europa y América con elementos del pasado y nuevas adherencias ultraderechistas. En algunos países ocupan ya el poder, en otros ejercen la oposición y pretenden ocuparlo a través de alianzas con otros partidos de derechas. Este movimiento cuenta con un entramado económico y mediático poderoso y con el apoyo del integrismo religioso. Grandes empresas multinacionales, universidades privadas, medios de comunicación, instituciones culturales y órganos judiciales defienden costumbres y valores reaccionarios.

¿Cuáles son las señas de identidad del neofascismo que nos invade? Voy a realizar un esfuerzo de síntesis, reduciendo a 22 rasgos esas señas, a sabiendas de que la complejidad del fenómeno requeriría un análisis más profundo y un espacio más amplio para exponerlo con mayor rigor.

Impone el pensamiento único y una visión del mundo y de la historia en la que todo es rígido y jerárquico.

Rehuye la complejidad en el análisis de la realidad. Todo es negro o blanco. No hay matices.

Utiliza las fake news y los bulos como formas de comunicación que intoxican el clima político y social.

Facilita el aumento de la riqueza de quienes más tienen, dejando en la miseria a los más desfavorecidos.

Defiende un discurso antisistema en el que sostiene que los partidos tradicionales han pervertido la política.

Se erige en salvador de la patria y en defensor de la libertad individual.

Privatiza servicios públicos, especialmente en las áreas de sanidad y educación, abandonando a los pobres a su suerte.

Cultiva el neoliberalismo como la forma superior de un capitalismo salvaje.

Recorta los derechos individuales, democráticos y sociales.

Niega la libertad infantil en aras del poder de las familias para imponer a los hijos lo que deben aprender y cómo deben actuar en función de sus creencias religiosas.

Desprecia los derechos humanos que son indiscutibles e inalienables.

Rechaza frontalmente la democracia y todo lo que esta conlleva.

Tiene una visión totalitaria de la realidad, con el consiguiente rechazo de la diversidad.

Defiende el desprecio y la lucha contra el socialismo como teoría y forma de gobierno.

Cultiva el miedo y el odio a todo lo diferente porque amenaza la tradición y, en consecuencia, trata de excluirlo y perseguirlo.

Rechaza, condena y persigue la homosexualidad y el feminismo y niega que exista la violencia machista.

Repudia la acogida de refugiados e inmigrantes y trata de hacer más altas las fronteras y los muros de las naciones

Impone el supremacismo blanco, la segregación, la xenofobia y el racismo.

Niega el cambio climático contra todas las evidencias científicas.

Estimula el individualismo, la competitividad y la obsesión por los resultados.

Defiende el Estado autoritario y centralizado, minusvalorando la diversidad de culturas y de lenguas.

Tiene tendencia a mitificar las glorias del pasado, ocultando y blanqueando sus dimensiones más oscuras o crueles.

Avanza el neofascismo en el mundo de manera alarmante. Ante ese avance, sobre cuyas causas debemos reflexionar rigurosamente, no podemos permanecer silenciosos e inactivos.

La nueva elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU. me he dejado perplejo. Ya en la primera elección escribí un artículo titulado “El problema no es Donald Trump”. Decía en ese articulo que el principal problema no era la candidatura de ese personaje que despreciaba a las mujeres, que demonizaba a los inmigrantes, que anunciaba privatizaciones sin limite, que traía a sus espaldas un historial de abusos y de negocios turbios… sino que tuviera tantos millones de votantes. Y que otro problema era la eficacia del sistema educativo para formar ciudadanos inteligentes y responsables. Resulta que, pasados ocho años, se repite la victoria del mismo candidato después de un mandato calamitoso, de organizar el asalto al Capitolio, de negarse a aceptar el resultado de las elecciones que le enfrentaron a Biden, de estar inmerso en juicios por comportamientos delictivos vuelve a ser elegido para la presidencia. Y ahí tenemos al primer presidente del país más poderoso del mundo como delincuente convicto. (Solo Santiago Abascal ha sido invitado a la toma de posesión de Donald Trump. Dios los cría y ellos se juntan).

¿Hacia dónde camina la historia de Europa y América? En Italia gobierna la señora Giorgia Meloni, en Hungría Víctor Orbán, ambos de ultraderecha, en Alemana y en Francia ganan terreno los partidos de corte fascista, en Argentina gobierna Javier Milei… En España la ultraderecha gobierna con el PP algunas comunidades autónomas y no podemos olvidar que, de ganar las elecciones el PP, gobernaría con Vox y tendremos como vicepresidente al señor Abascal…

El principal problema, a mi juicio, es que entre los jóvenes estén proliferando planteamientos de índole fascista. Me dice una profesora de la Facultad que en muchas clases hay alumnos y alumnas que defienden ideas de carácter retrógado y posturas de corte fascista..

Hay que parar ese avance. Hay que detenerlo, como ciudadanos y ciudadanas, denunciando sus mentiras, rechazando su odio, combatiendo sus negacionismos, desmontando su racismo y su xenofobia, cuestionando su machismo, trabajando por la inclusión, por el bien común, por la justicia social, por la igualdad… Y, por supuesto, negándole el voto y organizando estrategias de unidad para impedir que llegue al poder.

Hay que detener el avance del fascismo, como educadores y educadoras, con una pedagogía crítica, ética, inclusiva, laica, feminista, democrática, participativa, comprometida, solidaria, ecológica, antifascista … De esa actividad educativa saldrán ciudadanos críticos y solidarios, capaces de analizar con rigor lo que sucede y de comprometerse con la construcción de una sociedad en la que podamos vivir todos y todas en igualdad. La educación no cambia el mundo, forma a las personas que van a cambiar el mundo, sostenía con acierto Paulo Freire.

Los procesos educativos no se desarrollan en la estratosfera, en el vacío, en una campana de cristal. Se producen en un contexto. La cultura neoliberal, en la que nos encontramos inmersos contradice todos los presupuestos de la educación. Por eso las escuelas tienen que ir hoy contra corriente y los profesionales que trabajamos en ellas, debemos ser también contrahegemónicos. Sé que es más difícil avanzar contracorriente que dejarse arrastrar, pero no debemos olvidar que la corriente solo arrastra a los peces muertos.

Me voy a remitir, una vez más, al libro de mi compañero y amigo Enrique Javier Díaz, profesor de la Universidad de León. Un libro que da respuesta teórica y práctica a los riesgos que supone el avance inquietante del neofascismo. Me refiero al libro “Pedagogía antifascista. Construir una pedagogía inclusiva, democrática y del bien común frente al auge del fascismo y de la xenofobia”, publicado por Octaedro en el año 2022.

Resulta de gran interés, en la primera parte de la obra, el análisis que hace el autor de los mecanismos que el neofascismo utiliza para penetrar en el sistema educativo. Dice Enrique en las primeras páginas: “Si por algo se ha distinguido el fascismo a lo largo de la historia es por el adoctrinamiento ideológico. Para el neofascismo actual todo lo que no es su ideología es adoctrinamiento; todo lo que no sea adoctrinar en su credo lo tachan de tal, con su reiterada estrategia de acusar a los demás de lo que ellos practican”.

En la segunda parte, el autor plantea cómo educar frente al fascismo. “Debemos apostar, dice, por un modelo educativo social y humano con un objetivo profundamente democrático, inclusivo y sensible con los aspectos sociales y la equidad”.

Creo que el sistema educativo es el bastión desde el que se puede hacer frente a la peligrosa invasión neofascista que nos amenaza. Por eso es tan dañino el fenómeno de privatización de la escuela pública. Debilitarla, desatenderla y minusvalorarla es colocar un torpedo en la línea de flotación de ese Arca de Noé que es la escuela como explico en mi libro “El Arca de Noé: la escuela salva del diluvio”, publicado en la Universidad mexicana de Guadalajara. Hoy diría del diluvio del fascismo.