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jueves, 4 de julio de 2024

Una nueva historia de las Guerras Indias: los nativos norteamericanos estuvieron a punto de vencer a los blancos.

Recreación de la batalla de Little Bighorn desde el lado sioux, por Charles Marion Russell.
Recreación de la batalla de Little Bighorn desde el lado sioux, por Charles Marion Russell.
El experto Pekka Hämäläinen, que detesta el filme ‘Bailando con lobos’, reivindica en ‘Continente indígena’ la capacidad militar de las tribus y sostiene que su derrota no era en absoluto inevitable.

La derrota de Custer y su Séptimo de Caballería a manos de los sioux y cheyenes en Little Bighorn en 1876 no fue para nada una cuestión de mala suerte del general y sus tropas, sino el resultado lógico y esperable de que los nativos americanos eran mejores estrategas, estaban familiarizados con el terreno y superaron tácticamente a los soldados estadounidenses. Y no fue en absoluto la única vez en que los mal llamados pieles rojas demostraron ser muy capaces de vencer a los blancos e imponer su propia dinámica militar desde principios del siglo XVI hasta finales del XIX. En una interesantísima y estimulante nueva historia de las Guerras Indias, Continente indígena, la implacable pugna por Norteamérica (Desperta Ferro, 2024), el prestigioso investigador Pekka Hämäläinen, doctor en Historia por la Universidad de Helsinki y considerado uno de los grandes especialistas mundiales en los nativos americanos, pone en entredicho la inevitabilidad de la expansión colonial y muestra lo cerca que estuvieron dichos nativos en varias ocasiones de infligir una derrota definitiva a los poderes coloniales europeos y a los EE UU, y hasta de expulsarlos de Norteamérica.

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En el revolucionario relato de Hämäläinen (Helsinki, 57 años), profesor en Oxford, especialista en los lakota y autor de uno de los mejores libros jamás escritos sobre los comanches (El imperio comanche, Península, 2018), las naciones indias dejan de ser las habituales víctimas pasivas sujetas a un destino inexorable e irreversible para convertirse en potentes agentes que dominaron el continente durante siglos después de la llegada de los colonizadores y significaron una serísima amenaza a sus planes de conquista.
 
El asedio de Fort Detroit durante la revuelta de Pontiac de 1763, en un cuadro de Frederic Remington. El asedio de Fort Detroit durante la revuelta de Pontiac de 1763, en un cuadro de Frederic Remington.

El continente, señala Hämäläinen, estuvo mucho más tiempo de lo que solemos pensar en manos de los indígenas, que contaron con entidades políticas de extraordinaria capacidad bélica como la Liga iroquesa (cuyo poder, recuerda, duró desde el XVI al XIX, “lo que hace a esta nación la más antigua y le da un papel histórico más central que a EE UU”) o los “imperios” (así los denomina) ecuestres comanche y sioux, comparables, dice, a otras peligrosas naciones de nómadas a caballo como los mongoles. En una fecha como 1776 (cuando se proclamó la independencia de EE UU), afirma el estudioso a este diario, “los europeos podían reclamar la mayor parte del continente, pero los nativos en conjunto lo controlaban”. El experto afirma que en lugar de hablar de una “América colonial” deberíamos hacerlo de una “América indígena” que se hizo colonial “solo de una manera lenta y desigual”, y que “siguió siendo abrumadoramente indígena hasta bien entrado el siglo XIX”. Un sinnúmero de naciones nativas, afirma, “peleó con fiereza para mantener sus territorios intactos y sus cultura incólumes” y “llegaron a frustrar las pretensiones imperialistas de Francia, España, Gran Bretaña y Países Bajos, y más tarde de EE UU”.

La narración del estudioso resigue de manera documentada y emocionantísima las Guerras Indias y contrasta vivamente con el sombrío y triste relato tradicional de clásicos como Enterrad mi corazón en Wounded Knee (1970), de Dee Brown, el libro que estableció en la conciencia popular la idea —remachada en 1990 por el filme Bailando con lobos— de que la lucha contra los blancos fue una ineluctable y lineal marcha hacia el desastre de unas sociedades condenadas desde que los primeros colonos pisaron Norteamérica. Por el contrario, Hämäläinen muestra cómo los colonizadores se movieron a menudo en los márgenes de poderosas tribus y confederaciones indias, retrocediendo en no pocas ocasiones, bordeando el desastre. Y cómo los nativos no aguardaron para nada con melancolía (el noble hombre rojo elegíaco de El último mohicano de Fenimore Cooper) y sentimiento de desastre, fracaso y pérdida el avance invasor, sino bien musculados, llenos de vitalidad, recursos y el tomahawk bien dispuesto. Hämäläinen los retrata como actores históricos “fuertes, creativos y resistentes”, para nada comparsas unidimensionales como se los ha mostrado en un relato tradicional “enquistado en nuestra cultura y nuestra mentalidad”.
El secuestro de Jemima Boone por los shawnee, en un cuadro de Karl Ferdinand Wimar.

El secuestro de Jemima Boone por los shawnee, en un cuadro de Karl Ferdinand Wimar.

Junto a la palabra imperios, que llama tanto la atención en relación con los indígenas norteamericanos a los que se asocia popularmente más con bandas, el investigador elige denominar a los guerreros indios “soldados” (lo que los equipara militarmente con los combatientes blancos) y utiliza términos indígenas para los líderes y autoridades de las naciones indias en vez del típico “jefes”. Sorprende también que en varios casos emplee los nombres que estas naciones prefieren usar en lugar de los más habituales que les dieron los blancos o sus enemigos (wyandots en vez de hurones, meskwakis por foxes, muscoguis y no creeks; afortunadamente deja iroqueses y no haudenosaunee). Entre las novedades terminológicas, también lo de “personas birraciales” por mestizos.
El historiador de los nativos americanos Pekka Hämäläinen.

 El historiador de los nativos americanos Pekka Hämäläinen.

En su relato del “abrumador y persistente poder indígena en Norteamérica”, Hämäläinen, tras unos capítulos en los que explica el pasado de las sociedades que se enfrentaron a la colonización europea y de las que destaca su especial concepto “horizontal y consensuado” de liderazgo, pasa revista a los primeros conflictos con los españoles, franceses e ingleses, y la forma en que los peregrinos del Mayflower fueron permitidos porque eran útiles en la estrategia de los wampanoags contra sus enemigos indios. Aparece el Uncas histórico y su manipulación de los colonos de Connecticut para lograr la primacía sobre los pequots. El papel central de las mujeres en la política de la Liga de las Cinco Naciones, que tanto sorprendió a los franceses (otras indias, las cheroquis, incluso podían entrar en batalla), y la “aplastante superioridad militar de los iroqueses”. Los mohawk, subraya Hämäläinen, “habían ido más allá de contener a los europeos. Ahora les exigían obediencia”.
Ataque semínola a un fuerte, en una ilustración de época.

Ataque semínola a un fuerte, en una ilustración de época.

Nueva Inglaterra estuvo a punto de ser destruida en 1675. Y todos los proyectos coloniales en el continente parecieron tambalearse o expirar por completo entre esa fecha y 1690 durante lo que califica de “contragolpe” indígena. La guerra del Rey Felipe (Metacom) obligó a defender Nueva York. La crueldad con que se emplearon los blancos, recalca el estudioso, era un signo de debilidad y no es casual que el terror que sentían se expresara en una psicosis de demonios y brujas: Salem estaba solo a 80 kilómetros de la frontera india en 1692. En el sudoeste estallaba la rebelión de los indios pueblo en 1680. El colonialismo retrocedía en toda Norteamérica en las postrimerías del XVII. En 1763 llegó la guerra de Pontiac. En el XVIII y XIX la amenaza vino especialmente de los imperios ecuestres comanche y lakota, cuyos Siete Fuegos eran la potencia indígena más poderosa del continente tras el debilitamiento de los iroqueses y cheroquis en la Guerra de los Siete Años. Y Hämäläinen recuerda que los sioux y sus aliados derrotaron a EE UU en dos guerras, primero en la de Nube Roja (1866) y luego en la campaña que acabó en Little Bighorn. Los sioux, destaca el estudioso, “el imperio lakota”, sirvieron de escudo protector involuntario para multitud de naciones indígenas más pequeñas manteniendo a raya a EE UU durante décadas.

La crónica de la poderosa resistencia indígena es larguísima e incluye a los seminolas de Osceola en Florida o a los sauk de Halcón Negro al oeste del lago Michigan. Kiowas, apaches, nez percés… Fuegos por todas partes. EE UU solo pudo apagarlos finalmente, después de “cuatro siglos de poder indígena”, aplicando una política genocida. La masacre de Wounded Knee (1890), establece, fue un signo de la debilidad y el miedo estadounidenses, de un país exhausto tras más de 1.600 choques militares oficiales contra los nativos. “Existe un vínculo directo entre el éxito indígena y la sensación de vulnerabilidad ―y la magnitud de la venganza― de los estadounidenses”.
 
Plasmación sioux de la batalla de Little Bighorn.
Plasmación sioux de la batalla de Little Bighorn. HECTOR JUAN

¿Pudo ser la historia de Norteamérica otra? “Como historiadores solo podemos señalar las posibles bifurcaciones en el camino, pero en 1776, era ciertamente posible imaginar un futuro en el continente en el que los pueblos nativos lo controlaran, aunque lo importante, por supuesto, es pensar sobre cómo la gente en el pasado tomó las decisiones en consecuencia”. Para Hämäläinen, la tecnología militar de los blancos no fue tan definitiva como se cree. “Fue importante, sin duda, pero hay que tener en cuenta que no hubo un solo momento en el pasado de Norteamérica en el que esa tecnología no estuviera también disponible para los nativos o incluso fuera transferida por estos a otros. El éxito en la guerra a menudo reside menos en la tecnología per se y más en asuntos sociales, culturales y estratégicos de acceso a la tecnología y qué se hace con ella. Cometeríamos un error si concibiéramos la historia militar del continente como una batalla entre europeos con tecnología militar moderna contra pueblos indígenas sin ella. Mucho más importante es la escala con la que las comunidades pueden acceder y desplegar efectivamente esa tecnología”.
Una escena de 'Bailando con lobos'.

Una escena de 'Bailando con lobos'.

Entre las páginas más emocionantes de Continente indígena está el capítulo sobre la adquisición y el dominio del caballo por comanches y sioux. “Gracias. Fue un excitante momento crucial y siempre me ha gustado escribir de ello. Afortunadamente para mí, los autores europeos de la época estaban obsesionados con los pueblos nativos ecuestres y escribieron sobre el asunto con gran detalle. Mi habilidad para describir el fenómeno está basada en buena parte en la de ellos”. El uso del término “imperios” para los indios puede sonar chocante. “Los imperios han mostrado distintas formas a lo largo de la historia, la última cosa que he querido es sugerir una equivalencia entre imperios como el comanche o el sioux con el actual de EE UU. Si hay un parecido es con otros imperios de jinetes, y ese es el centro del proyecto pusimos en marcha en Oxford hace unos años. Uno de los libros que salieron de ahí fue el seminal de Marie Favereau The Horde: How the Mongols Changed the World (Harvard, 2021)” —un libro espléndido del que hay traducción en castellano, La horda: cómo los mongoles cambiaron el mundo (Ático de los libros, 2024)—.

¿Qué opina de Enterrad mi corazón en Wounded Knee? “Fue un libro extraordinariamente popular que llegó a principios de los 70 en la época de las protestas anti guerra del Vietnam y el movimiento de derechos civiles, cuando la gente estaba desilusionada de las historias del progreso de la frontera y estaba hambrienta de nuevas narrativas que arrojaran luz sobre la violencia y la inhumanidad de la expansión al Oeste. Estamos en otro momento en el que los historiadores están dando otra centralidad a los nativos en el contexto de la historia del continente”.

En cuanto a las películas, “no puedo recordar ninguna que no presente problemas, pero mi disgusto particular lo reservo para Bailando con lobos, repleta de errores históricos y con un protagonista que es un blanco muy inteligente que guía a los personajes nativos americanos. Black Robe [Manto negro, 1991, a partir de la magnífica novela de Brian Moore sobre un jesuita tratando de evangelizar a los hurones en Canadá] que se estrenó el mismo año, es menos conocida pero mejor y más correcta históricamente”. 

miércoles, 13 de enero de 2016

El coco

“Los hombres nacen bajo el yugo, y, criados y educados después en la servidumbre, sin mirar más allá, se acomodan a vivir tal y como han nacido; sin pensar disponer de otro bien ni de otro derecho que aquellos que han encontrado, aceptan la situación en que han nacido como condición natural.”
                                                                 Étienne de La Boétie, Sobre la servidumbre voluntaria, 1548.

Algunos de los cientos de miles de españoles que vivimos en el extranjero hemos vuelto a casa para votar en las elecciones y el horizonte que hemos encontrado en provincias es desolador. Los partidos de siempre, los del “si usted lo dice… señorito” de Delibes, han arrasado en regiones asoladas por el paro, la pobreza y la emigración, como si todo lo que nos pasase fuera un castigo a nuestra particularidad endémica. Ninguna estadística ni encuesta señala una buena situación económica, social o política, ningún ciudadano siente que su territorio prospera. En los pueblos pequeños doblan a diario las campanas y las calles principales de las capitales extremeñas están plagadas de “Se traspasa”, con miles de jóvenes preparándose oposiciones que no se convocarán con el mismo ímpetu que antes se rezaba a San Antonio. Vivimos en una constante decadencia soportada sólo por la expectativa de un milagro, en forma de lotería o de oposición, un cruce del destino que nos garantice la supervivencia en la mediocridad cotidiana. Sin embargo, elección tras elección, elegimos a los mismos gobernantes, a nuestros “señoritos”, movidos por un secreto afán sociológico de perpetuar en el poder al cacique sin valorar su gestión.

Desde fuera las cosas se ven bastante claras: gobiernos corruptos e inmorales sin ningún aprecio por el estado ni por la ciudadanía llevan años repartiéndose cargos y prebendas. Estos partidos-mafia, aplaudidos y refrendados electoralmente cada cuatro años por una ciudadanía complaciente: “lo que usted diga, señorito…”, han puesto a su servicio todo el poder de las instituciones para vender y arruinar el país en nombre de un nacionalismo mal entendido, resignificado en la órbita de las narrativas hasta el punto de identificar la patria con intereses privados. A partir de complejos sistemas imaginarios proyectados por los medios de comunicación –que subsisten a veces por la “generosidad” de partido o por el interés de grupos de poder en el control de la opinión-, han inoculado el mensaje de la no alternativa o de la seriedad de estado frente a la inexperiencia o el peligro.

Cánovas arriba y Cánovas abajo, no hay conversación en la que se haya justificado el voto a PPSOE a partir de la gestión, sino que la sombra de Podemos ha actuado como agente movilizador. Estos días he escuchado barbaridades que no superan la condición de falacia, pero por su fortaleza ejemplarizante construyen modelos dicotómicos. Dos señores decían que por la ley electoral Podemos había tenido más diputados de los que le correspondían, que lo “habían oído”; otros, que Podemos iba a expropiarnos las casas; en la pescadería unas señoras hablaban que el “coletas” iba a quitar las pensiones; y unos jóvenes “habían leído” que unas mujeres de Podemos habían profanado una iglesia y habían introducido en su vagina Formas Consagradas. Como sabrán, todas estas informaciones son falsas, pero atemorizan más si cabe a una sociedad precarizada. Que tenga que aclarar el alcalde de Valencia que no va a prohibir la paella desmintiendo una noticia dice mucho de nuestra cultura política y nutre las memorias del cine nacional, de Berlanga a Cuerda. La lectura codifica los mensajes políticos en la prensa y de esta forma defender el referéndum en Cataluña equivale a pedir su independencia; cobrar el IBI a la Iglesia se transforma con el teléfono “escacharrao” en la quema de conventos y la violación de monjas, “que lo he oído o lo he escuchado, señorito…”; subir impuestos a las grandes fortunas se convierte en quitar las pensiones y expropiar casas; y así hasta un sinfín de disparates que culminan en el aquelarre de podemitas desnudas y hombres con coleta copulando con el diablo las noches de luna llena. Un jefe de mesa me comentó asombrado: “pues estuve con una de interventora de Podemos y era maja y pacífica, una cosa muy extraña…” Si alguno de los “¿está bien, señorito?” se hubiera preocupado al menos de informarse comprobaría atónito que Podemos lo conforman principalmente personas de mediana edad, médicos, profesores y funcionarios, con presencia también importante de jóvenes de alta cualificación académica, ciudadanos con experiencia en asociaciones sociales e incluso cristianos de base. Pero no importa, porque la maquinaría mediática ha funcionado y más en provincias que languidecen a la espera.

No he vivido la guerra civil, pero estos días he comprendido aquel lamento de Max Aub en Campo de los Almendros. Y ahora sé que estos optimistas –no sólo de Podemos-, buscadores del bien común, desinteresados y justos, “son lo mejor de España”, los únicos que de verdad se han alzado sin fuerzas contra una economía que mata, insolidaria y esclavista, y contra una clase política que del poder ha hecho opresión y de la responsabilidad, corrupción. “Por la sola justicia, cada uno a su modo, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero”, lo han intentado con dignidad. Éstos, “no lo olvides”, imperfectos y contradictorios, son “lo mejor de España.” Una España maltrecha y decente que volverá por mera inercia generacional, aunque seamos en provincias los últimos en verla aparecer.

  in Artículo