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miércoles, 20 de abril de 2016

El hombre que no fue al colegio hasta los 12 años y ganó el Nobel de Física, Samuel Ting sobrevivió a la II Guerra Mundial en China y fue a la universidad en EE UU sin saber inglés. Ahora dirige uno de los experimentos más ambiciosos y caros del mundo

El físico Samuel Ting creció en China durante la II Guerra Mundial. “Había un montón de aviones japoneses que venían a visitarnos y nos tiraban bombas. En esa situación tuve la suerte de no tener que ir al colegio”, explicaba hace unos días este físico en Madrid, horas antes de ofrecer una conferencia organizada por la Fundación BBVA.

Ting dice con orgullo que dirige “el experimento más caro jamás enviado al espacio”. Se trata del Espectrómetro Magnético Alfa (AMS), un imán de 7,5 toneladas instalado en la Estación Espacial Internacional, que orbita a unos 300 kilómetros sobre la superficie terrestre. El único lugar donde puede encontrarse tecnología con el mismo coste y precisión (unos 2.000 millones de euros) es en el CERN de Ginebra, sede del mayor acelerador de partículas del mundo, asegura.

El AMS es un instrumento único en su tipo. Está concebido para buscar materia oscura, el misterioso ingrediente que compone el 27% del universo, con una precisión jamás alcanzada. El detector espacial compite con muchos otros instrumentos terrestres que usan otro tipo de tecnologías y entre los que existe una enorme rivalidad. En esta entrevista, Ting explica a Materia sus últimos resultados y recuerda la tortuosa historia que le llevó hasta lo más alto de la ciencia.

Samuel Chao Chung Ting nació prematuro en 1936 cuando sus padres, ambos profesores universitarios en China, estaban de visita en Michigan. De vuelta a su país estalló la guerra. "Mis padres siempre se ocuparon de que tuviéramos alimentos. Las condiciones durante la Guerra eran horribles. No teníamos que vestir buena ropa, ni ir a la escuela, pero sí tener buena comida, lo suficiente para mantener la salud. Mis dos padres además me contaban historias de Isaac Newton, Michael Faraday, James Clerk Maxwell, Charles Darwin. Mi madre me contaba la de Sigmund Freud. Por eso desde que fui joven tuve la impresión de debía ir a la universidad". Después se mudaron a Taiwán y sus padres le llevaron por primera vez al colegio. Tenía 12 años, asegura. “Cuando llegué no era un buen estudiante, obviamente. Pero mis padres nunca me culparon, nunca me presionaron, lo único que hicieron fue apoyarme”, explica. A esa edad se comenzó a interesar por tres materias: matemáticas, física e historia de China.

La familia regresó a EE UU en plena Guerra Fría, mientras el bloque comunista y EE UU dedicaban ingentes cantidades de dinero a perfeccionar su arsenal atómico. Ting tenía 20 años y no hablaba inglés. "No tuve que pagar nada en la Universidad de Michigan y se aseguraron de que no tuviese que estudiar historia de EE UU, sociología, economía, solo concentrarme en la física y las matemáticas". Se sacó el doctorado en seis años y, tal vez por eso, al acabar en 1962, el Laboratorio Lawrence Livermore, parte de la maquinaria nuclear del país, le ofreció un puesto por 30.000 dólares, una fortuna. Su otra propuesta, la de la Universidad de Columbia, en Nueva York, era cuatro veces menos. “Pensé un rato y decidí que si me iba a Livermore nunca publicaría nada, solo hacer lo que otra gente me ordenara, así que decidí irme a Columbia”, explica.

Ting aún habla inglés con un marcado acento oriental, pero su concentración total en unas pocas disciplinas y la certeza de que solo hay que concentrarse en un solo experimento cada vez le ha permitido hacer contribuciones fundamentales en su campo. En los 60, uno de los presupuestos más aceptados para los físicos era que el electrón tenía talla. Mudado al acelerador de partículas Desy, en Hamburgo (Alemania), Ting tuvo el suficiente valor para realizar una nueva comprobación. “Resultó que todos los experimentos anteriores estaban equivocados, el electrón no tiene tamaño, no puedes medir su talla. Debido a ese experimento, que probó que profesores bien establecidos estaban equivocados, la gente empezó a fijarse en mí”, recuerda.

En 1974 este físico rebelde desató la llamada Revolución de Noviembre, que confirmó que los neutrones y protones dentro del átomo no son indivisibles, sino que están hechos de unidades aún más pequeñas, los quarks. De forma independiente y casi simultánea, Burton Richter, del Acelerador Lineal de Stanford, y Samuel Ting, que trabajaba en el Laboratorio Nacional Brookhaven, descubrieron el mesón J, formado por un quark y un antiquark. Richter y Ting ganaron el Nobel de Física apenas dos años después de su hallazgo,un tiempo récord en lograr el premio más prestigioso de la ciencia. Después siguieron muchos descubrimientos similares cuya estela llega hasta 2013, cuando se atrapó al bosón de Higgs, la última partícula fundamental que quedaba para conocer todas las que componen las entrañas de la materia.

En la atualidad, los últimos cálculos indican que esa materia solo compone el 5% del universo, mientras la materia oscura, invisible, supone el 27%. El experimento actual de Ting está buscándola a través de los rayos cósmicos, un tipo de radiación que llega a tener hasta 10.000 veces más energía que el LHC de Ginebra. Al chocar, estos rayos generan antimateria, en concreto positrones, el reverso del electrón. La materia oscura también produce positrones al chocar con la materia corriente así que si realmente está bombardeando a la Tierra, el AMS debería detectar un exceso importante de estas partículas.

El AMS es fruto de una gran colaboración científica de 600 científicos de 16 países, incluida España,y que cuenta con el aporte indiospensable de la NASA. Empezó a tomar datos hace cinco años tras viajar al espacio a bordo del transbordador Endeavour. Desde entonces, el instrumento ha captado 80.000 millones de rayos cósmicos, explica Ting. "Eso es más de todo lo que se ha recolectado en todo el mundo en el último siglo“. El Experimento aún necesitará otros cinco años para acabar su objetivo: rastrear partículas en todos los rangos de energía, pero ya ha visto "indicios de Materia oscura", dice Ting. "Desde que comenzamos a tomar datos estamos viendo montones de positrones, muchos más de los que podríamos esperar de colisiones ordinarias. Cuando miramos a la distribución de esos positrones, encajan con los modelos que describen la materia oscura”, asegura el físico.

-Entonces, ¿de qué está hecho este componente del cosmos?
-Por ahora, lo que hemos visto es coherente con la supersimetría. Pero esto no significa que hayas probado que existe la supersimetría, para eso hay que acabar de recoger datos

La supersimetría mantiene que cada partícula conocida tiene una gemela desconocida. La materia oscura estaría hecha de partículas supersimétricas. Aunque esto aún no está demostrado, sí se sabe que la interacción de este elemento con la materia convencional es esencial para nuestra existencia, pues sin su empuje gravitatorio las galaxias se desmenuzarían y no serían posibles estrellas o planetas como la Tierra.

Ting dice que no puede dar más datos porque aún debe completar observaciones de positrones a los rangos de energía más altos, los de mayor intensidad. Sólo entonces se podrá saber si han capturado materia oscura y si existe la supersimetría, un descubrimiento que dejaría en nada cualquiera que haya hecho este hombre que no pisó un colegio hasta ser un prepúber. “Tardaremos cinco años más en recoger todos los datos”, concluye.
https://elpais.com/elpais/2016/04/13/ciencia/1460572310_248110.html

martes, 26 de enero de 2016

Varoufakis avisa a Podemos: "No permitan que la troika los divida. Si lo consigue, les destruirá" El exministro de Finanzas griego ultima la fundación del Movimiento por la Democracia Europea ('Democracy in Europe Movement'), una plataforma que busca democratizar las instituciones de la UE

Hace un año, cuando por estas fechas se gestaba la histórica irrupción del partido de izquierda radical Syriza como primera fuerza política en Grecia, el economista Yanis Varufakis se disponía a asumir la cartera de Finanzas del país con un objetivo fundamental: liderar el combate que pondría fin a las “fuerzas destructivas” de la troika en la república helena. Un combate que, según Varufakis, no solo era vital para sacar a Grecia del bucle pernicioso de austeridad, deuda y deflación en el que llevaba sumido el país desde 2010, sino también para liberar al proyecto de integración europeo de un cada vez mayor y peligroso “autoritarismo burocrático”.

Tras seis meses que tuvieron en vilo a la zona euro, Varufakis abandonó la batalla dimitiendo de su cargo cuando se produjo la capitulación del Gobierno griego ante sus acreedores.

Varufakis ni se da por vencido, ni ha perdido la esperanza. Y mucho menos piensa que su diagnóstico sobre el estado actual de la UE y los peligros que esta corre se haya demostrado erróneo, todo lo contrario. El exministro que plantó cara a la troika en 2015 y que llegó a ser acusado de alta traición, vuelve al campo de batalla un año más tarde, solo que esta vez no emprenderá la lucha desde Atenas, sino desde el corazón de Europa.

Cuesta creer que en unos días se cumplirá un año desde que usted entró a formar parte del Gobierno griego que pondría “fin a la troika”, como proclamó el propio Alexis Tsipras la noche del 25 de enero de 2014.

¿Conclusiones?
El año comenzó con unas elecciones en Grecia que electrizaron a Europa con la esperanza de que era posible devolver legitimidad a la política europea. Cuando llegó el verano, los viejos poderes europeos se habían reafirmado tras haber estrangulado la “primavera griega”. También habían logrado restaurar una versión más dura de los dictados autoritarios y políticas económicas inviables que han convertido a Europa en el “enfermo” del capitalismo global.

El ahogamiento de la democracia griega el pasado verano hirió de gravedad a la Unión Europea y reforzó las fuerzas centrífugas que la están rompiendo. Al poco tiempo, cuando los refugiados comenzaron a llegar, la mentalidad de “no en mi patio” y del “¿yo qué gano?” que había sido reafirmada con el aplastamiento de la “primavera griega”, era dominante. El resultado para Europa ha sido dar un paso más hacia la pérdida tanto de su integridad como de su alma.

En el lado positivo, la “primavera griega” desató un proceso imparable que puede desafiar el masivo déficit democrático en Europa. No hay ningún europeo que hoy pueda negar el hecho de que las decisiones importantes en la zona euro son tomadas por un órgano que legalmente no existe y que opera como una sociedad secreta, el Eurogrupo. La “primavera griega” también ha dado lugar a transformaciones, aunque inconclusas, en Portugal y en España, así como a ciertos aires de cambio en el resto de Europa. Nunca antes las demandas de una democracia auténtica y de transparencia habían sido tan sonoras en nuestro continente. Es crucial que 2016 sea el año en el que esas exigencias se consoliden.

Parte de su tesis con respecto a las políticas económicas adoptadas en Europa desde el estallido de la crisis, así como su crítica sobre la propia arquitectura institucional de la Unión, es que, de no corregir el rumbo, estamos abocados al resurgimiento de extremismos peligrosos. Nadie parece compartir esa tesis en las instituciones europeas, a conectar las causas y efectos que usted denuncia.

Eso tiene un nombre: negación. Al ser apabullados por problemas difíciles y por la desesperación, los humanos frecuentemente optamos por liarnos la manta a la cabeza. Los banqueros lo hacen, los políticos lo hacen, sociedades enteras lo hacen.

En 2008, un colapso del sector financiero que comenzó en Wall Street dio lugar a una serie de bancarrotas en los sistemas bancarios de países en superávit y, poco después, en las finanzas de Estados deficitarios, lo que hizo que la divisa común comenzara a fragmentarse. Para mantenerla se implementaron medidas que combinaban préstamos y políticas de austeridad insostenibles que terminaron por trasladar el coste de la crisis a las clases trabajadoras; medidas a las que yo defino como “austeridad Ponzi”.

Al igual que ocurrió en 1929, cuando un colapso similar en el sector financiero fragmentó la divisa común de esa era, el patrón oro, la secuencia de eventos actual conducen a la desesperanza, a la depresión y al miedo; factores todos ellos que contribuyen al resurgimiento de ultranacionalismos, racismo y, finalmente, al regreso de los neonazis. Mientras tanto, como usted comenta, los poderes fácticos se niegan a conectar las causas y los efectos y se pertrechan en la quimera de que políticas económicas contractivas darán lugar, de algún modo, a crecimiento.

En la República de Weimar, bajo el canciller Heinrich Brüning, la burguesía se había convencido de que la transferencia de riqueza de la clase trabajadora a la suya resolvería la economía, mientras que la extrema derecha mantendría a raya a la creciente autoridad de la izquierda. El resultado fue Adolf Hitler. En la actualidad, de una manera muy similar, la política económica de Brüning ha sido resucitada con la izquierda siendo mantenida a raya por el Eurogrupo y la troika, mientras que el ultranacionalismo, el racismo y el neonazismo campa a sus anchas para convertirse en una amenaza.

Y para contrarrestar todo lo anterior, usted sigue insistiendo en cambiar la arquitectura europea. Desde hace unos meses habla de un “movimiento para democratizar Europa”. ¿Cómo se traduce eso a la acción?

Primero hemos de fundar el movimiento. Eso ocurrirá el 9 de febrero en Berlín. El propósito es movilizar a los europeos bajo una simple agenda común: democratizar las instituciones europeas.

Una vez que hayamos iniciado esta “conversación” sobre nuestra meta de democratizar Europa, en el contexto de un movimiento activista, emergerá un consenso que a partir de entonces tendrá que encontrar su expresión en cada uno de los estados miembros de la Unión Europea.

La fórmula organizativa y electoral que esta expresión cobre en cada país es algo que queda a expensas de ser decidido de manera colectiva y orgánica. En algunos países puede ser en forma de un nuevo partido. En otros, nuestro movimiento podría establecer alianzas con partidos ya existentes. Todo esto está pendiente de ser debatido y decidido.

Sin embargo, lo que realmente importa es que nuestro movimiento invertirá el orden actual. Actualmente los partidos se erigen a nivel estado-nación que luego intentan formar alianzas, débiles, a nivel europeo. Nuestro movimiento comenzará a escala europea, basado en un internacionalismo radical, y se enfocará en el déficit democrático en el corazón de Europa y cada una de sus instituciones y jurisdicciones nacionales. Solo entonces “descenderá” a la mecánica de los procesos electorales a nivel nacional, regional y local.

¿Cómo puede un “movimiento”, sin el respaldo de la fuerza de un Estado miembro, lograr cambios en las autoridades europeas cuando ni siquiera el mismo Parlamento Europeo tiene esa capacidad?

Nuestro movimiento surge como respuesta a una realidad según la cual los políticos pueden estar en el Gobierno, pero no tienen poder. Incluso los primeros ministros, presidentes y los ministros de Finanzas de Estados fuertes dentro de la Unión Europea carecen de poder en una Europa que ha dejado la toma de decisiones cruciales lejos de la esfera política y en manos de un oscuro mundo de burócratas, banqueros y autoridades sin representación democrática.

En cuanto al Parlamento Europeo, es tan sólo la hoja de parra que esconde la ausencia de democracia parlamentaria en Europa.

Así que, para plantarle cara a esta despolitización del proceso de toma de decisiones político que viene reafirmando la crisis económica y de legitimidad en Europa, necesitamos un movimiento que emerja por todo el continente de un solo golpe y con la misma agenda: devolver a la política las decisiones y democratizar el proceso de toma de decisiones. No hay otra forma de poner fin a la perversa asociación entre autoritarismo y políticas económicas fallidas en Europa, que dará como resultado la ruina del proyecto común a favor del ultranacionalismo.

El año pasado usted era muy optimista sobre la posibilidad de lograr un acuerdo con la troika. Se apoyaba en que la lógica económica y política le acompañaría. ¿Qué le hace pensar que esta vez logrará tener éxito ante los mismos adversarios?

Cuando uno emprende el camino hacia el campo de batalla, la obligación es ser optimista y, al mismo tiempo, estar preparado para lo peor. Ese fue el espíritu con el que entré al Eurogrupo y a las negociaciones con la troika.

Sigo convencido de que entonces pudimos haber logrado un acuerdo honorable si hubiésemos mantenido nuestra estrategia original en lugar de ceder ante la presión tras unos meses de lucha. Pero de todo eso hablaremos en el futuro, cuando escriba sobre la historia de la estrangulación de la “primavera griega”. Lo que importa ahora es que aprendamos de ese espléndido episodio y sigamos hacia adelante.

¿Qué me hace ser optimista de un movimiento a escala europea? ¡Que será a escala europea! Que presionaremos en cada Parlamento, en cada Gobierno, en cada jefe de Estado al mismo tiempo. Que cuando la troika esté apretando, por ejemplo, al Gobierno de Madrid, sabrá que el proceso electoral en Alemania, Francia o Portugal castigará a cualquier político local que ceda ante la troika.

¿En qué fase se encuentra el movimiento?
Estamos en los primeros días. Lo lanzaremos el próximo 9 de febrero. El 2016 será el año en el que sembremos nuestras semillas en cada ciudad de cada Estado de la Unión Europea. La nuestra es sin duda una tarea utópica, pero si fracasamos, una terrible distopía aguarda a nuestra deslegitimada Europa en proceso de fragmentación.

Las encuestas en Grecia comienzan a sugerir un retroceso en el apoyo de los ciudadanos a Syriza. El pueblo pierde la esperanza.

¿Es que acaso sorprende que la esperanza sea la víctima de la capitulación de Syriza? ¿Durante cuánto tiempo puede Alexis Tsipras sostener la paradoja de pedir a sus diputados en el Parlamento que voten leyes a favor de las políticas misántropas de la troika y, al mismo tiempo, que las denuncien?

Como dije a mis colegas cuando abandoné el Gobierno y voté en contra de esas leyes, el peor aspecto de la capitulación es que las masas que sufran las consecuencias de esas leyes no tendrán otra alternativa política salvo Amanecer Dorado.

No obstante, hay un lado positivo: el pueblo griego no deja de sorprenderme. Como cuando me sorprendieron el 5 de julio con su magnífico “no” en el referéndum. Así que me siento alentado por su coraje y capacidad de mantener viva la esperanza de que la llama de nuestra “primavera griega” vuelva a brillar. Por mi parte, confío en que, antes de devolver esa llama a Atenas, será necesario llevar el espíritu de nuestra primavera a cada rincón de Europa, y que sirva de inspiración a todos los europeos que claman por una Europa democrática.

Cuando el pueblo griego vea a Europa ponerse en pie ante el autoritarismo que lo aplastó el verano pasado, ellos también volverán a ponerse en pie llenos de esperanza y entusiasmo.

En entrevistas anteriores me afirmó que abandonar el euro estaba fuera de sus planes y deseos, pero que no estaba de acuerdo en permanecer en él a cualquier precio. ¿Cuál es el precio? ¿Cuándo hay que decir “basta”?

Las divisas son instrumentos. Son medios para otros fines, como la prosperidad. El fetichismo por una divisa es lo peor, es un error. No creo que debamos incurrir en un fetichismo sobre el euro, pero tampoco creo que debamos hacerlo con nuestras divisas nacionales.

Para responder a su pregunta de manera directa: yo nunca, como ministro de Finanzas, pediría la salida del euro diciendo “basta”. Al mismo tiempo, tampoco entraría en pánico si alguien me amenazara con expulsarnos del euro, sobre todo cuando no existe un mecanismo para que eso ocurra, lo cual sería ilegal.

Mi punto de vista y mi política, como de costumbre, siempre ha sido: fijemos nuestras líneas rojas, como por ejemplo que acordemos que jamás se volverán a reducir las pensiones mínimas otra vez, y digamos a la troika que ignoraremos sus amenazas de expulsarnos del euro. Y si ellos de manera escandalosa cierran nuestros bancos, como hicieron, establezcamos un sistema de pagos paralelo, en euros, y mantengámonos firmes hasta alcanzar una solución política en Bruselas.

Nada de esto es fácil, pero es la única manera de poner fin a este ciclo interminable de recesión y autoritarismo en manos de una cada vez más despiadada troika. Es, de hecho, ¡la única forma de mantenernos dentro de la zona euro a largo plazo!

Tras su renuncia como ministro de Finanzas me dijo que “el tamaño importa”, que a España no se le hubiese propinado el mismo trato que a Grecia en circunstancias similares. ¿Qué lecciones puede sacar España de la ‘experiencia griega’?

Hay tres lecciones que resultan pertinentes. Primero, que al liderazgo en la sombra del Eurogrupo que mueve los hilos de la troika poco le importa la sostenibilidad económica del país que es enviado a negociar con ella, sino imponer su autoridad. Un Gobierno progresista en España tiene que tener esto presente, siempre.

En segundo lugar, España jamás se recuperará económicamente de manera sostenible si se mantiene dentro de los límites que la troika le ha impuesto. Un Gobierno progresista en España tiene que prepararse para un enfrentamiento con la troika.

En tercer lugar, prepárense para recibir amenazas y sepan que no son creíbles. Un Gobierno progresista en España tiene que exponer el “bluf” de la troika dado que la deuda pública y privada del país no puede ser absorbida por el Banco Central Europeo si la troika intenta amenazar a Madrid como lo hizo con Atenas.

Y a Podemos, el partido que en su día usted identificó como posible aliado de Syriza frente a la troika, y que tras las elecciones generales en España logró posicionarse como tercera fuerza en el país, ¿qué le aconsejaría?

Manténganse unidos. Unidos lo conseguirán, pero divididos caerán. Asegúrense de que el equipo que lleva el liderazgo actúe como uno y no permitan que la troika los divida. Si lo consigue, les destruirá.
http://www.eldiario.es/canariasahora/internacional/Varufakis-vuelve-desafiar-Troika_0_468953333.html