El físico Samuel Ting creció en China durante la II Guerra Mundial. “Había un montón de aviones japoneses que venían a visitarnos y nos tiraban bombas. En esa situación tuve la suerte de no tener que ir al colegio”, explicaba hace unos días este físico en Madrid, horas antes de ofrecer una conferencia organizada por la Fundación BBVA.
Ting dice con orgullo que dirige “el experimento más caro jamás enviado al espacio”. Se trata del Espectrómetro Magnético Alfa (AMS), un imán de 7,5 toneladas instalado en la Estación Espacial Internacional, que orbita a unos 300 kilómetros sobre la superficie terrestre. El único lugar donde puede encontrarse tecnología con el mismo coste y precisión (unos 2.000 millones de euros) es en el CERN de Ginebra, sede del mayor acelerador de partículas del mundo, asegura.
El AMS es un instrumento único en su tipo. Está concebido para buscar materia oscura, el misterioso ingrediente que compone el 27% del universo, con una precisión jamás alcanzada. El detector espacial compite con muchos otros instrumentos terrestres que usan otro tipo de tecnologías y entre los que existe una enorme rivalidad. En esta entrevista, Ting explica a Materia sus últimos resultados y recuerda la tortuosa historia que le llevó hasta lo más alto de la ciencia.
Samuel Chao Chung Ting nació prematuro en 1936 cuando sus padres, ambos profesores universitarios en China, estaban de visita en Michigan. De vuelta a su país estalló la guerra. "Mis padres siempre se ocuparon de que tuviéramos alimentos. Las condiciones durante la Guerra eran horribles. No teníamos que vestir buena ropa, ni ir a la escuela, pero sí tener buena comida, lo suficiente para mantener la salud. Mis dos padres además me contaban historias de Isaac Newton, Michael Faraday, James Clerk Maxwell, Charles Darwin. Mi madre me contaba la de Sigmund Freud. Por eso desde que fui joven tuve la impresión de debía ir a la universidad". Después se mudaron a Taiwán y sus padres le llevaron por primera vez al colegio. Tenía 12 años, asegura. “Cuando llegué no era un buen estudiante, obviamente. Pero mis padres nunca me culparon, nunca me presionaron, lo único que hicieron fue apoyarme”, explica. A esa edad se comenzó a interesar por tres materias: matemáticas, física e historia de China.
La familia regresó a EE UU en plena Guerra Fría, mientras el bloque comunista y EE UU dedicaban ingentes cantidades de dinero a perfeccionar su arsenal atómico. Ting tenía 20 años y no hablaba inglés. "No tuve que pagar nada en la Universidad de Michigan y se aseguraron de que no tuviese que estudiar historia de EE UU, sociología, economía, solo concentrarme en la física y las matemáticas". Se sacó el doctorado en seis años y, tal vez por eso, al acabar en 1962, el Laboratorio Lawrence Livermore, parte de la maquinaria nuclear del país, le ofreció un puesto por 30.000 dólares, una fortuna. Su otra propuesta, la de la Universidad de Columbia, en Nueva York, era cuatro veces menos. “Pensé un rato y decidí que si me iba a Livermore nunca publicaría nada, solo hacer lo que otra gente me ordenara, así que decidí irme a Columbia”, explica.
Ting aún habla inglés con un marcado acento oriental, pero su concentración total en unas pocas disciplinas y la certeza de que solo hay que concentrarse en un solo experimento cada vez le ha permitido hacer contribuciones fundamentales en su campo. En los 60, uno de los presupuestos más aceptados para los físicos era que el electrón tenía talla. Mudado al acelerador de partículas Desy, en Hamburgo (Alemania), Ting tuvo el suficiente valor para realizar una nueva comprobación. “Resultó que todos los experimentos anteriores estaban equivocados, el electrón no tiene tamaño, no puedes medir su talla. Debido a ese experimento, que probó que profesores bien establecidos estaban equivocados, la gente empezó a fijarse en mí”, recuerda.
En 1974 este físico rebelde desató la llamada Revolución de Noviembre, que confirmó que los neutrones y protones dentro del átomo no son indivisibles, sino que están hechos de unidades aún más pequeñas, los quarks. De forma independiente y casi simultánea, Burton Richter, del Acelerador Lineal de Stanford, y Samuel Ting, que trabajaba en el Laboratorio Nacional Brookhaven, descubrieron el mesón J, formado por un quark y un antiquark. Richter y Ting ganaron el Nobel de Física apenas dos años después de su hallazgo,un tiempo récord en lograr el premio más prestigioso de la ciencia. Después siguieron muchos descubrimientos similares cuya estela llega hasta 2013, cuando se atrapó al bosón de Higgs, la última partícula fundamental que quedaba para conocer todas las que componen las entrañas de la materia.
En la atualidad, los últimos cálculos indican que esa materia solo compone el 5% del universo, mientras la materia oscura, invisible, supone el 27%. El experimento actual de Ting está buscándola a través de los rayos cósmicos, un tipo de radiación que llega a tener hasta 10.000 veces más energía que el LHC de Ginebra. Al chocar, estos rayos generan antimateria, en concreto positrones, el reverso del electrón. La materia oscura también produce positrones al chocar con la materia corriente así que si realmente está bombardeando a la Tierra, el AMS debería detectar un exceso importante de estas partículas.
El AMS es fruto de una gran colaboración científica de 600 científicos de 16 países, incluida España,y que cuenta con el aporte indiospensable de la NASA. Empezó a tomar datos hace cinco años tras viajar al espacio a bordo del transbordador Endeavour. Desde entonces, el instrumento ha captado 80.000 millones de rayos cósmicos, explica Ting. "Eso es más de todo lo que se ha recolectado en todo el mundo en el último siglo“. El Experimento aún necesitará otros cinco años para acabar su objetivo: rastrear partículas en todos los rangos de energía, pero ya ha visto "indicios de Materia oscura", dice Ting. "Desde que comenzamos a tomar datos estamos viendo montones de positrones, muchos más de los que podríamos esperar de colisiones ordinarias. Cuando miramos a la distribución de esos positrones, encajan con los modelos que describen la materia oscura”, asegura el físico.
-Entonces, ¿de qué está hecho este componente del cosmos?
-Por ahora, lo que hemos visto es coherente con la supersimetría. Pero esto no significa que hayas probado que existe la supersimetría, para eso hay que acabar de recoger datos
La supersimetría mantiene que cada partícula conocida tiene una gemela desconocida. La materia oscura estaría hecha de partículas supersimétricas. Aunque esto aún no está demostrado, sí se sabe que la interacción de este elemento con la materia convencional es esencial para nuestra existencia, pues sin su empuje gravitatorio las galaxias se desmenuzarían y no serían posibles estrellas o planetas como la Tierra.
Ting dice que no puede dar más datos porque aún debe completar observaciones de positrones a los rangos de energía más altos, los de mayor intensidad. Sólo entonces se podrá saber si han capturado materia oscura y si existe la supersimetría, un descubrimiento que dejaría en nada cualquiera que haya hecho este hombre que no pisó un colegio hasta ser un prepúber. “Tardaremos cinco años más en recoger todos los datos”, concluye.
https://elpais.com/elpais/2016/04/13/ciencia/1460572310_248110.html
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