Carlos Gómez Gil
Desde que en los años 80 se pusieron en marcha, los microcréditos han sido uno de los instrumentos más conocidos y publicitados en los programas de ayuda al desarrollo en todo el mundo. Prácticamente no hay país, agencia de cooperación u ONG sin su particular programa de microcréditos, hasta el punto de convertirse en uno de los iconos de las políticas de solidaridad. Sin embargo, existe un desmoronamiento global de los microcréditos debido a un buen número de acontecimientos que han evidenciado su fragilidad instrumental, sus elevados riesgos hacia los solicitantes, así como muchos de sus peligros como instrumento de la ayuda al desarrollo, algo poco conocido en España.
Todo ello se acompaña de una amplia batería de evaluaciones, libros e investigaciones que con sólidas evidencias empíricas coinciden en demostrar numerosos problemas en el funcionamiento de las microfinanzas e incluso el carácter fraudulento en algunos de los programas llevados a cabo, así como en algunas instituciones que han venido trabajando en su gestión, algo muy alejado de las aparentes bondades y virtudes que se difunden sobre los microcréditos.
Por si todo esto fuera poco, el sobreendeudamiento en muchas de las poblaciones sobre las que se han extendido las microfinanzas durante años ha originado amplias contestaciones populares, que se han añadido a las prácticas especulativas de importantes instituciones microfinancieras, junto a los graves problemas estructurales que los microcréditos han demostrado en numerosos proyectos, sumando con ello razones para revisar a fondo muchas de sus intervenciones. Es así que ya contamos con evaluaciones concluyentes sobre los riesgos y la improcedencia de esta herramienta financiera.
A la vista de este panorama, no es exagerado afirmar que los microcréditos representan uno de los mayores fracasos en la historia de la cooperación al desarrollo. Estableciendo un paralelismo con algunos de los instrumentos financieros tóxicos que en España se utilizaron para extraer de forma criminal ahorros de numerosos ciudadanos por bancos y cajas de ahorros, se puede afirmar sin exageración que los microcréditos han sido las preferentes de la cooperación al desarrollo, al succionar importantes recursos para enriquecer, en no pocas ocasiones, a las instituciones que recibían estos fondos, así como a sus dirigentes, a cambio de agravar el sufrimiento y la vulnerabilidad de sus destinatarios. Naturalmente que hay ejemplos puntuales en sentido contrario, de la misma forma que también encontramos a ahorradores que obtuvieron notables rentabilidades gracias a su dinero invertido en preferentes, cuotas participadas o deuda subordinada, pero a estas alturas, se puede afirmar que en ambos casos, son la excepción.
La ideología del microcrédito se ha basado en ofrecer el endeudamiento masivo de los desheredados del planeta como la solución idónea a los problemas de pobreza y subdesarrollo. Pero difundir la idea de que los pobres pueden gastar indefinidamente más de lo que realmente tienen genera una falsa comprensión de las verdaderas causas de los desequilibrios sociales y económicos en el mundo y de la manera más adecuada de abordarlos.
La transformación de pobreza en deuda, como pretenden no pocos defensores de los microcréditos, se apoya en un darwinismo social bajo el cual aquellos que viven en situación más precaria y vulnerable lo están porque no han querido o podido endeudarse. Sin embargo, este endeudamiento hace mucho más vulnerables a quienes menos tienen, acentuando así su delicada situación y su necesidad acuciante de comida, educación, salud básica o atención social, ya que al asumir un crédito están en situación de mayor precariedad. De tal forma que sin tener satisfechas unas necesidades elementales, un crédito significa exponerse aún más a las inclemencias sociales y dedicar la vida a pagar las deudas asumidas para no acabar estigmatizado y repudiado por la comunidad.
Mucho más delicado aún es su impacto sobre la mujer. Pretender que las mujeres sean clientas privilegiadas de los microcréditos es aumentar la responsabilidad que ya tienen sobre sus espaldas e intensificar las situaciones de abuso que, sobre ellas, se mantienen en numerosas sociedades. Para muchas mujeres, asumir microcréditos supone una sobrecarga añadida en sus ocupaciones domésticas, ya de por sí enormes, elevando las tensiones en el cuidado y la educación de sus hijos, convirtiéndolas en personas endeudadas simplemente para alimentar, cuidar, alojar, educar y vestirse ellas mismas y a su descendencia, parejas, maridos, e incluso a la familia suya o de su compañero. Suponen así un elemento de transmisión de mecanismos de dominación de género en países y sociedades con fuertes patriarcados y situaciones de discriminación hacia las mujeres que los microcréditos aumentan todavía más.
El endeudamiento masivo de la población no va a permitir luchar contra la pobreza en el mundo, como hemos aprendido con dolor a lo largo de estos años de crisis interminable.
Carlos Gómez Gil es Doctor en Sociología y profesor de la Universidad de Alicante, publica su blog www.carlosgomezgil.com donde recoge otros muchos trabajos.
(Foto de Rosa Peña: Primavera en mi barrio. Rivermark. Santa Clara. California)
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